Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de noviembre de 2015

LA MASACRE DEL 13 DE NOVIEMBRE EN PARÍS

La masacre perpetrada en París el pasado viernes 13 de noviembre es sólo el episodio más reciente de una serie interminable de atrocidades cometidas contra la población civil. Como es sabido, la sensibilidad de los medios de comunicación frente a las masacres es diferencial. Una cosa es la población perteneciente a alguna de las potencias capitalistas, y otra la población de alguno de los países de la periferia. La diferencia se potencia si la ciudad atacada es París. No es casual que los hechos del 13N hayan desatado una oleada insoportable de hipocresía. Por esto, el análisis de la masacre requiere dejar de lado el cúmulo de disparates, prejuicios y operaciones de prensa promovidas por los medios que sirven a los Estados y a las clases dominantes.

A veces, la mejor manera de resolver un problema consiste en plantear de modo diferente los términos del mismo. El análisis de la masacre del 13N debe comenzar por la pregunta de a quién beneficia la masacre, en vez de concentrar las energías en establecer quién la perpetró. A esta altura del partido está claro que entre el fundamentalismo islámico y los servicios de inteligencia de las potencias capitalista existen innumerables lazos, que hacen que sea difícil establecer para quién trabaja cada uno. A modo de ejemplo basta mencionar el papel de los EE.UU financiando a los grupos extremistas que enfrentaron a la invasión soviética a Afganistán, entre los que se contaba Osama bin Laden. Sin caer en la paranoia de las teorías conspirativas, cabe decir que los Estados occidentales han utilizado en numerosas ocasiones al fundamentalismo islámico para cerrarle el paso a movimientos políticos laicos que ponían en riesgo la dominación capitalista sobre los recursos naturales de los países árabes.

Para responder al interrogante de quién sale beneficiado con la masacre del 13N basta con revisar lo sucedido en casos anteriores. La experiencia más relevante es la de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU. Luego de los atentados terroristas, el gobierno norteamericano multiplicó los instrumentos de control sobre la población civil, a punto tal que toda circulación de información entre persona que involucre medios electrónicos pasa por el tamiz de la vigilancia de los organismos del gobierno. La tortura a prisioneros, el alojamiento de los mismos en prisiones clandestinas y la prolongación sin término de las detenciones,  sin acceso a abogados defensores ni la sustanciación de un debido proceso, se convirtieron en práctica corriente. El Estado norteamericano aprovechó los atentados para lanzar las invasiones sobre Afganistán (2001) e Irak (2003) y para promover un crecimiento exponencial del presupuesto militar. En síntesis, las acciones de Al Qaeda proporcionaron la excusa perfecta para la expansión del aparato represivo del Estado norteamericano.

Nada hace prever que las cosas sigan un curso diferente en el caso del Estado francés. El 13N permitirá profundizar las líneas políticas iniciadas mucho antes, basadas en la elección de la intervención militar en África y Medio Oriente, y en la vigilancia y persecución sobre las poblaciones de inmigrantes en el orden interno. Ya las masacres de enero pasado (el atentado contra la redacción de la revista Charles Hebdo) habían desatado una oleada de xenofobia contra los musulmanes.

El 13N no es un rayo que cae en cielo sereno. La crisis de los refugiados que escapan de las diversas guerras que asolan al mundo árabe, como la crisis de los inmigrantes africanos que huyen de la miseria y de otros conflictos armados, son consecuencia, entre otras cosas, de la intervención de los Estados capitalistas aliados con las clases dominantes de esos países. A esas crisis se suma la situación de estancamiento económico, que hace que una parte importante de la población de varios Estados europeos enfrente situaciones de desempleo y marginación. Frente a esta situación, la burguesía europea eligió la vía de la represión como camino para resolver los problemas. Represión en lo externo (intervención militar, ya sea directamente o a través de terceros). Represión en lo interno (medidas contra los inmigrantes y refugiados).

En este contexto, el 13N representa una preciosa oportunidad para profundizar la política cuyos rasgos fundamentales fueron esbozados en el párrafo anterior. El Estado francés (y el Estado norteamericano, el Estado inglés, etc.) es el beneficiario directo de los atentados, pues cuenta con el argumento perfecto para acentuar el control sobre la población civil e imponer un aumento de la militarización de la vida cotidiana. En este sentido, la acción de los terroristas beneficia directamente a quienes dicen combatir.

El 13N volverá a repetirse indefectiblemente. La acción terrorista es plenamente funcional al camino político elegido por los Estados capitalistas. El control de las poblaciones requiere de un chivo expiatorio que lo justifique. Las guerras interminables se sostienen en la medida en que la opinión pública se sienta aterrorizada por un enemigo que se encuentra en todas partes y que a la vez resulta invisible. El 13N permite justificar la política de represión llevada adelante por los Estados. Este camino conduce a una multiplicación de las masacres y a una degradación creciente de los derechos y libertades de los ciudadanos de los Estados occidentales.

Los Estados occidentales no enfrentan al terrorismo, lo alimentan y se benefician con los actos de barbarie que realiza contra la población civil. Dichos actos les sirven, a su vez, para ejecutar acciones criminales contra las poblaciones de los países de Asia y África. Esto no puede ser detenido con declaraciones de repudio o llamados a la paz entre los pueblos. El terrorismo, ya sea el estatal o el de las organizaciones paramilitares, sólo podrá ser enfrentado por medio de la acción política de los trabajadores, esa inmensa mayoría de la población que no tiene ni voz ni voto al momento de decidir la política de los Estados.



Villa del Parque, domingo 15 de noviembre de 2015

martes, 13 de enero de 2015

CAPITALISMO Y FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE. UU desataron una oleada de histeria xenófoba contra todo lo musulmán, la que sirvió como punta de lanza para la sanción de leyes que recortaron las libertades individuales en los países capitalistas más desarrollados. La USA Patriot Act, sancionada el 26 de octubre de ese año, recortó derechos constitucionales y legalizó la vigilancia policíaca del Estado sobre los ciudadanos. Con el pretexto de fortalecer la seguridad contra la amenaza terrorista, fueron promovidos el secuestro, la tortura y el asesinato, todo ello al margen de cualquier forma de proceso legal. Además, los atentados fueron la excusa perfecta para promover las invasiones de las potencias occidentales a Afganistán (2001) e Irak (2003). En síntesis, el fundamentalismo islámico fue utilizado para fortalecer el control estatal sobre la vida de los ciudadanos de los países centrales, llegando a extremos impensados en décadas anteriores.

Los hechos acaecidos en Francia en los últimos días (desde la masacre de la revista Charlie Hebdo en adelante) han generado una nueva oleada de odio hacia todo lo musulmán. Como es lógico, todavía es muy temprano para evaluar las consecuencias que tendrá sobre las libertades de los ciudadanos de los países europeos. No obstante, es razonable suponer que los inmigrantes y sus hijos llevarán la peor parte en un contexto signado por la histeria y la xenofobia. Para comprender mejor las consecuencias posibles de la masacre de Charlie Hebdo es conveniente echar una mirada sobre los argumentos esgrimidos en 2001 para recortar y/o suprimir libertades y derechos.

En el contexto posterior a septiembre de 2001, la identificación entre religión musulmana y terrorismo fue uno de los puntales ideológicos que permitieron crear un consenso popular en torno a la sanción de leyes represivas de las libertades individuales. De hecho, se habló hasta el cansancio de un “choque de civilizaciones”, en el que Occidente era el abanderado de la libertad y el Islam un foco de opresión e intolerancia. No importó que dicha imagen sirviera para llevar adelante una escandalosa campaña de violación de las libertades individuales en los países occidentales; la cárcel de Guantánamo, con sus cientos de presos sometidos a torturas y al margen de todo proceso legal, sin tener el derecho siquiera a un abogado, fue la expresión más acabada del cinismo de los gobiernos que promovían la cruzada contra el terrorismo islámico.

La supuesta identidad entre Islam y terrorismo se apoya en un supuesto más general, que sostiene que la religión es el principal factor que moldea la vida de las personas. Así, en el Occidente capitalista la religión ocupa un lugar secundario en la sociedad y priman las leyes del mercado, las cuales incentivan el desarrollo de la tolerancia y de la democracia política; en los países islámicos, en cambio, la religión opera como barrera contra la libertad. Según esta concepción, el fundamentalismo islámico y el terrorismo que le sirve de brazo armado, constituyen el resultado necesario de una sociedad intolerante y signada por el espíritu de cruzada contra todo lo diferente. Más claro, el Islam y sus seguidores son terroristas aunque no realicen conductas que tengan que ver con el terrorismo, pues el terrorismo está en la esencia de la religión musulmana.

El autor de estas líneas es ateo; por tanto, se halla muy lejos de tener intenciones de defender a cualquier religión. Sin embargo, corresponde decir que la imagen del Islam presentada en el párrafo anterior tiene muy poco que ver con la realidad histórica, por lo menos en lo que hace a los dos últimos siglos. En primer lugar, fueron las potencias capitalistas quienes se repartieron el mundo islámico en los siglos XIX y XX. Sin ir más lejos, Francia se anexionó Argelia en la primera mitad del siglo XIX y sostuvo una guerra colonial para impedir la liberación de ese país (1954-1962). Hasta donde sabemos, en el mismo período no se produjo ninguna invasión de un país occidental por un país islámico. Si hubo espíritu de cruzada, este fue patrimonio del Occidente capitalista. En segundo lugar y como ya dijimos, los atentados del 11S tuvieron como consecuencia una serie de invasiones e intervenciones varias de EE.UU y sus aliados en el mundo islámico. Afganistán, Irak, Libia, fueron los hitos principales de dicha “cruzada”. Mientras que la propaganda hacía del Islam una religión sanguinaria, los ejércitos de los países invasores se dedicaban a actividades tan nobles como el secuestro, la tortura ilimitada y el asesinato masivo.

Pero la idea misma de que existe una excepcionalidad musulmana a partir del papel que la religión en esos países es, siendo generosos, altamente problemática. Hoy en día, el capitalismo es el sistema social imperante en todo el planeta. La ley del valor, una de cuyas manifestaciones es la competencia entre capitalistas, entre países y entre bloques regionales, opera en todo el mundo. Los países musulmanes no son la excepción. Aún Estados teocráticos como Arabia Saudita (aliado de EE.UU.) tienen su estructura económica organizada en torno al mercado mundial capitalista a través de la exportación de petróleo. En el mundo islámico las cosas se compran y venden como mercancías; no hay predominio de la economía natural ni nada que se le parezca. La dificultad para ver esto radica en que suele definirse al capitalismo a partir de la experiencia histórica de los países centrales como Gran Bretaña y EE.UU, y no como un sistema mundial en el que los países se hallan insertos de modo diferente, si bien todos ellos se encuentran sometidos a los efectos de la ley del valor.

Si lo expuesto en el párrafo anterior es correcto, el papel de la religión en el mundo musulmán tiene que ser examinado a la luz de la estructura capitalista existente en esos países. No existe una excepcionalidad musulmana en el sentido de que la religión determina por sí sola las condiciones de vida de las personas. Por el contrario, la religión musulmana se encuentra históricamente condicionada y sus distintas expresiones (el Islam no es para nada un bloque monolítico como pretende la propaganda) responden a modificaciones en dichas condiciones de vida. Sin pretender ahondar en la cuestión, cabe indicar que el fundamentalismo islámico es una respuesta relativamente tardía al sometimiento del mundo musulmán por las potencias occidentales. El avance del fundamentalismo en los países musulmanes sería impensable sin el aplastamiento sistemático de los movimientos de izquierda, como fue el caso del comunismo en Irán luego de la Revolución islámica. No es preciso recurrir a hipótesis conspirativas para comprender el crecimiento del fundamentalismo. En los muchos países islámicos, la clase dominante se apropia los beneficios de la renta petrolera, mientras que los trabajadores permanecen en la miseria. En estas condiciones de extrema desigualdad, la dominación se sostiene recurriendo a la represión y a la supresión de libertades y derechos para la mayoría de la población. El fundamentalismo surge como una respuesta a esta situación, achacando los problemas a un incumplimiento de las leyes islámicas. Por tanto, el fundamentalismo tiene mucho más que ver con el impacto del capitalismo en las sociedades musulmanas que con la especificidad de la religión musulmana.

Guste o no, el mundo actual es capitalista. El terrorismo islámico tiene que ser explicado, por tanto, a partir de los efectos del capitalismo sobre el mundo islámico y no, como pretenden los voceros del capital,  como una expresión de la supuesta excepcionalidad musulmana.

A fin de cuentas, es el capitalismo el que llevó a cabo una “cruzada” que le permitió dominar el planeta e instauran la plena vigencia de la “religión” del dinero y la búsqueda de ganancias.


Villa Jardín, martes 13 de enero de 2015

sábado, 10 de enero de 2015

LA MASACRE DE CHARLIE HEBDO

Las palabras que siguen no tienen mayor pretensión que la de ser una especie de escritura urgente frente a los sucesos acaecidos en Francia en estos días. La masacre perpetrada en la Redacción de la revista CHARLIE HEBDO (CH a partir de aquí) fue el comienzo de una espiral de violencia, que culminó con el asesinato de los tres supuestos “terroristas” responsables de los hechos a manos de las fuerzas de seguridad francesas.

Ante todo, y aunque supongo que es obvio, quiero dejar claro que como marxista condeno la masacre cometida en la revista. Frente a hechos como éste no hay otro camino posible que la condena más enérgica. Afirmar que el Estado francés es un Estado terrorista, con una larga historia de masacres en contra de los pueblos de África, América y Asia (basta recordar a los desmemoriados lo ocurrido durante la guerra de emancipación de Argelia), no justifica el uso de los mismos medios para combatirlo. No hay liberación posible si está basada en el asesinato cobarde de personas desarmadas.

Aclaradas las cosas, considero importante intentar una lectura de los sucesos desde un ángulo diferente al adoptado mayoritariamente por los medios de comunicación.

En primer lugar, la pretensión de convertir a la masacre de CH en otro hito en la “guerra de civilizaciones” entre el Occidente civilizado y el Islam bárbaro lleva al callejón sin salida de la derecha más recalcitrante, que exige leyes más severas que supriman las libertades individuales, pena de muerte y persecución más o menos abierta contra todo lo que huela a Islam o algo parecida. Para desarmar este argumento no hace falta más que recordar que, en todo caso, algunos de los pretendidos “barbaros” son los mejores aliados del Occidente civilizado. Para no hacer larga la lista, me limito a mencionar el caso del Estado teocrático de Arabia Saudita, cuya alianza con EE.UU. es proverbial. Y en cuanto al Occidente civilizado, conviene tener presente una frase de Karl Marx, en la que afirma que “al capitalismo no hay que estudiarlo en las metrópolis, donde se pasea vestido; hay que contemplarlo en las colonias, donde se pasea desnudo” (pido disculpas al lector por citar de memoria). Las repetidas masacres de Israel en contra del pueblo palestino o el reconocimiento por el mismo gobierno estadounidense de la práctica de la tortura como herramienta rutinaria en los interrogatorios de prisioneros no dejan lugar a dudas: no es sencillo decir en qué bando de esta pretendida guerra se aloja la “civilización”.

En segundo lugar, y estrechamente relacionado con lo anterior, está el tópico de que el Islam es una religión belicosa que promueve la Guerra Santa y que, en el fondo, toda la cuestión se reduce a una guerra religiosa. Pero un partidario del Islam podría argumentar que lo mismo es válido para el cristianismo, cuya historia está plagada de asesinatos, masacres y guerras llevadas a cabo en nombre de la religión. Además, y esto es todavía más importante, en la actualidad la inmensa mayoría de los musulmanes reniega de la Yihad: las potencias occidentales, en cambio, han llevado a cabo en los últimos 25 años una serie de guerras e invasiones contra países árabes. De haber una guerra religiosa, ésta ha sido llevada adelante mucho más por los países occidentales que por los árabes.

En tercer lugar, el uso y abuso del factor religioso para explicar el terrorismo de origen islámico sirve para ocultar problemas más profundos. Entre otras cosas, hablar de religión permite evitar el tema del capitalismo y de la situación económica en que viven los inmigrantes de origen musulmán. En Francia, los inmigrantes del norte africano viven en peores condiciones que el promedio de la población y ocupan las posiciones inferiores en el mercado laboral. Entre ellos la desocupación es mucho más elevada, así como también la precarización y el trabajo en negro. Los hijos de inmigrantes son considerados, a lo sumo, como franceses de segunda categoría. Además, la ultraderecha francesa (el partido de la señora Marine Le Pen) ha hecho campaña promoviendo medidas más duras contra los inmigrantes, alentando una xenofobia que está en la base de su apoyo electoral. Esta situación es el caldo de cultivo para el florecimiento del fundamentalismo islámico.

El fundamentalismo islámico es, en el caso europeo, una respuesta desesperada de un sector de la población cada vez más segregado y sometido a condiciones de vida miserables, con pocas o nulas expectativas de progreso. Es un reflejo extremo de la reestructuración capitalista que ha favorecido la precarización del mercado laboral y el empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores. Como suele ocurrir en estos casos, los inmigrantes y sus hijos son los que pagan el pato de la boda. La estigmatización de un sector de los trabajadores permite a los empresarios dividir a la clase obrera y, así, lograr una reducción del costo laboral (salarios y condiciones de trabajo). En este sentido, una de las consecuencias de los sucesos de estos días será un deterioro aún mayor de la situación de los trabajadores de origen musulmán, a los que se convertirá en “terroristas” hasta que prueben lo contrario.

El capitalismo se caracteriza por su tendencia a fragmentar a la sociedad, separando a los individuos de los lazos que los unen a su comunidad y transformándolos en seres que compiten entre sí. Disuelve los lazos personales y somete a las personas a una sensación de soledad y desamparo en un mundo gobernado por leyes económicas que escapan a su comprensión y control. En este sentido, el fundamentalismo islámico proporciona un remedio a esta situación, al hacer que el individuo se sienta otra vez parte de una comunidad que le da sentido a su existencia. Es, por supuesto, la peor respuesta, pues al ser funcional a la situación que dice combatir no hace más que perpetuarla.

La única salida al estado de cosas descripto en los párrafos anteriores consiste en la supresión de las condiciones de vida que favorecen el desarrollo del fundamentalismo. Es, para ser breves, la supresión del capitalismo como forma de organización social. Es el socialismo. Pero entonces la pregunta es: ¿por qué el socialismo es el gran ausente?, ¿por qué no existe una respuesta socialista a la situación de los trabajadores? En este artículo no podemos responder a estas preguntas. Pero, plantear preguntas diferentes constituye el primer paso para cambiar un estado de cosas opresivo y asfixiante. Nada más ni nada menos es el objetivo de este artículo.



Villa Jardín, sábado 10 de enero de 2015