Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta SADER EMIR. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SADER EMIR. Mostrar todas las entradas

viernes, 29 de enero de 2016

“RESISTIENDO CON AGUANTE”...Y PEGÁNDOLE A LA IZQUIERDA: LOS LÍMITES DEL PROGRESISMO LATINOAMERICANO

Emir Sader, influyente intelectual brasileño, publica un artículo en la edición del 29 de enero del matutino porteño PÁGINA/12 en el que proclama el fracaso de la “ultraizquierda” en América Latina. La pretensión del autor es desmesurada, habida cuenta la vaguedad de su texto y su escasa extensión. Sin embargo, es preciso someterlo a discusión debido a que Sader presenta algunas de las tesis centrales del “progresismo” latinoamericano.

El “progresista”, más allá de diferencias menores derivadas de la situación política concreta de cada país, parte del supuesto de que el límite de toda acción política es el capitalismo. Nadie puede “sacar los pies del plato” de esta forma de organización social. En esto se diferencia del “reformista” en sentido clásico, quien pensaba que era posible reformar al capitalismo (ya sea a través de elecciones o por medio de la acción sindical) para llegar al socialismo. El progresista no toma en serio la posibilidad de otra forma de sociedad. Considera que es factible modificar tal o cual cuestión (por ejemplo, ampliar los derechos de las minorías sexuales, poner coto a la acción de los monopolios en los medios de comunicación, etc.), pero jamás se le pasa por la cabeza cuestionar al sistema capitalista.

No se trata de una mera opción ideológica. Es imposible comprender el auge del progresismo latinoamericano en la primera década del siglo XXI si no se tiene en cuenta el desarrollo de las clases medias. En este sentido, las raíces materiales del progresismo se encuentran en el “neoliberalismo” de los ´90, que permitió la expansión de dichas clases medias y las acostumbró a un modo de vida centrado en el individualismo. Es por esto que el progresista promedio manifiesta una profunda aversión hacia el movimiento obrero y tiende a buscar el enriquecimiento personal sin demasiados escrúpulos.

Como indicamos, Sader presenta en su artículo varios de los temas centrales del progresismo.

En primer lugar, el progresismo se atribuye a sí mismo el lugar de la izquierda en las sociedades latinoamericanas. El uso del término “izquierda” es significativo en sí mismo, pues no implica ninguna definición sustantiva, más allá de su carácter relacional (se está a la izquierda de la derecha). Hablar de izquierda y no de socialismo, por ejemplo, resulta útil pues permite dejar de lado cuestiones espinosas como la propiedad privada de los medios de producción, la lucha de clases, el carácter de clase del Estado, etc. De este modo, Sader borra del mapa el antagonismo entre capital y trabajo, central en el pensamiento socialista, y lo reemplaza por la confrontación entre “neoliberalismo” y la “izquierda realmente existente” (Evo, Lula, Correa, Cristina Kirchner).

En segundo lugar, y puesto que la disputa política en América Latina se da entre dicha “izquierda” y la “restauración conservadora”, todo cuestionamiento al capitalismo queda confinado al rubro de “ultraizquierda”. Como en el caso de la palabra “izquierda”, el uso del término “ultraizquierda” constituye en sí mismo una operación política-ideológica. La “ultra” es definida por su posición respecto a la “izquierda realmente existente” y es caracterizada como un pensamiento dogmático, alejado de la realidad, incapaz de influir sobre ésta y reducido al lugar de la crítica constante e ineficaz. Esta operación (por cierto, casi tan vieja como el mundo) le permite a Sader evitar cualquier referencia a temas espinosos, tales como la propiedad privada de los medios de producción, la lucha de clases, el carácter clasista del Estado, etc. Como no puede modificar la realidad, el “progresista” hace del lenguaje su campo de batalla.

En tercer lugar, luego de haber sacado del escenario a la “ultraizquierda”, Sader puede cantar los logros de los gobiernos de “izquierda”. Así, habla vagamente de “extraordinarias transformaciones sociales”. Sin embargo, y a la hora de los bifes, sólo atina a mencionar “el fortalecimiento y expansión de los procesos de integración regional, del Mercosur a la Celac, pasando por Unasur, de forma independiente respecto a Estados Unidos.” No es necesario decir que ninguno de dichos logros modificó la relación entre capital y trabajo, base del orden social en América Latina. Pero al progresista esto no le importa, porque su condición social lo ubica lejos de los problemas cotidianos de los trabajadores. Por el contrario, las transformaciones emprendidas por la burguesía latinoamericana luego de la crisis del neoliberalismo permitieron adaptar la acumulación de capital a condiciones internacionales de alza de los precios de las materias primas y de los commodities.

Por último, Sader plantea la relación entre “neoliberalismo”, “izquierda” y “ultraizquierda” en términos exclusivamente ideológicos. En este sentido, el artículo resulta más interesante por lo que omite que por lo que dice. Su lectura muestra una vez más el progresismo latinoamericano acepta sin chistar las reglas de juego del capitalismo y que ha renunciado a todo intento de explicar las contradicciones sociales a partir del examen del proceso de producción y de las relaciones entre las clases.



Villa del Parque, viernes 29 de enero de 2016

lunes, 9 de marzo de 2015

NEOLIBERALISMO Y PROGRESISMO: UNA CRÍTICA A SADER

La reestructuración de los capitalismos latinoamericanos, acaecida en los últimos quince años, puso en el centro del debate ideológico la cuestión del neoliberalismo. Las políticas de libre mercado, de privatizaciones de empresas estatales y de flexibilización de la legislación laboral, se tradujeron en un aumento de la desigualdad social y en crisis políticas, cuyos exponentes más extremos fueron el Caracazo (1989) y los sucesos de diciembre de 2001 en Argentina. Entre finales de la década del ’90 y los primeros años del siglo XXI, se hizo evidente que el modelo de acumulación imperante se hallaba agotado. Con diferencias según cada país, comenzó un proceso de reestructuración que fue calificado de “izquierdista” o “populista” por numerosos intelectuales, quienes contribuyeron en no poca medida a legitimar dicho proceso. Emir Sader es un ejemplo de esta tendencia.

Sader es autor de un artículo, “La batalla de las ideas”, publicado en la edición del sábado 7 de marzo del periódico argentino PÁGINA/12. En él presenta de modo conciso varias ideas características de la corriente intelectual que apoya, desde el progresismo, la reestructuración capitalista. Si bien ninguna de ellas es original, corresponde someterlas a crítica dada la influencia que alcanzaron.

En primer término, conviene hacer un par de aclaraciones. Sader tiene por objetivo hacer pasar un proceso que fortalece el dominio del capital sobre la sociedad como si se tratara de una revolución sui generis, dirigida a repartir la riqueza de modo más igualitario. Para ello tiene que construir un enemigo que sirva de justificación a las tareas emprendidas por los gobiernos latinoamericanos: el neoliberalismo. Ahora bien, y puesto que el proceso latinoamericano está dirigido a satisfacer las necesidades del capital, Sader se encuentra obligado a romper toda conexión entre el neoliberalismo y la lucha de clases entre capital y trabajo. Sólo así es posible afirmar que se encuentra en marcha “la liberación latinoamericana de los poderes centrales”, “la construcción de la Patria Grande” y otros lemas grandilocuentes proclamados en la última década. Como el proceso latinoamericano fue dirigido desde arriba, Sader también está obligado a ignorar el carácter de clase del Estado, en tanto garante del orden social capitalista. Ambas tareas son realizadas en su noción de neoliberalismo, que transcribo a continuación:

“El neoliberalismo buscaba destruir la imagen del Estado –especialmente en sus aspectos reguladores de la actividad económica, de propietario de empresas, de garante de derechos sociales, entre otros—, para reducirlo a un mínimo, colocando en su lugar la centralidad del mercado. Fue la nueva versión de la concepción liberal, de polarización entre la sociedad civil –compuesta por individuos– y el Estado.”

El artículo de Sader es importante por lo que omite antes que por lo que afirma. En dichas omisiones se encuentra el núcleo de la concepción progresista de la sociedad, que poco o nada tiene que ver con el intento de transformarla a favor de los trabajadores. Sader nos quiere hacer creer que el neoliberalismo es una alternativa dentro del capitalismo (podríamos llamarla “el mal capitalismo”), dirigida a destruir la capacidad regulatoria del Estado, en perjuicio de los trabajadores y demás sectores populares. O sea, el Estado es el bien a preservar en contra del embate neoliberal.

“Construir alternativa al modelo neoliberal supone la reconstrucción del Estado alrededor de su esfera pública, rescatando los derechos sociales, el rol de inducción del crecimiento económico, la función de los bancos públicos. Haciendo del Estado un instrumento de universalización de los derechos, de construcción de ciudadanía, de hegemonía de los intereses públicos sobre los mercantiles.”

El Estado deja de ser un órgano de opresión de clase. La sociedad deja de estar dividida en clases enfrentadas entre sí. Por obra de la palabra de Sader, el Estado pasa a ser un instrumento en disputa que puede ser usado para cualquier cosa, inclusive para favorecer a los oprimidos y demases. Sólo así puede entenderse esta perorata que combina derechos sociales, crecimiento económico y bancos públicos. Pero la realidad manda. Desde que el capitalismo es capitalismo (y, a pesar de sus omisiones, no dudo que Sader esté de acuerdo con que vivimos en una sociedad capitalista), el aumento de las ganancias del capital requiere de un incremento de la explotación de los trabajadores. Dicha explotación es sostenida de múltiples maneras por el Estado, el cual se encuentra conectado por innumerables vínculos con el capital (que van, desde el financiamiento mismo del Estado hasta la forma en que éste gestiona los conflictos sociales).

Afirmar que el enemigo es el neoliberalismo y no el capital implica tomar partido por el capitalismo. Sostener que el Estado (capitalista) puede ser instrumento de liberación supone aceptar las reglas de juego del Estado, que son, precisamente, las reglas de juego del capitalismo. Así, en vez de apostar por la organización de los trabajadores como herramienta para combatir al capital (única opción posible si el objetivo es luchar contra el capitalismo), Sader prefiere recostarse en el Estado, que todo lo puede y todo lo soluciona. Además, y esto no es menos importante para intelectuales como Sader, el Estado es fuente de puestos bien remunerados por tareas casi inexistentes.

Del planteo de Sader se desprende que la contradicción de nuestras sociedades no es la existente entre Capital y Trabajo. ¡Dios nos libre y guarde caer en semejante anacronismo! Para nuestro autor, la cosa es mucho más relajada:

“Pasaron a proponer como campo teórico de enfrentamiento la polarización entre estatal y privado, escondiendo lo público, buscando confundirlo con lo estatal. Mientras que el campo teórico central de la era neoliberal tiene como eje la polarización entre lo público y lo mercantil. Democratizar es desmercantilizar, es consolidar y expandir la esfera pública, articulada alrededor de los derechos de todos y compuesta por los ciudadanos como sujetos de derechos. La esfera mercantil, a su vez, se articula alrededor del poder de compra de los consumidores, del mercado.”

El conflicto primordial se da, pues, entre lo público y lo mercantil. Sader aclara que ni lo público es lo estatal, ni lo mercantil es lo capitalista. Ahora bien, por más que le demos vueltas a la cosa, invocando al “giro lingüístico”, las palabras no cambian la dura realidad. Sin recursos materiales, lo público gira en el vacío. En cambio, lo mercantil se apoya en algo mucho más firme que las palabras de Sader: la propiedad privada. Claro está que hablar de lo público y lo mercantil suena más agradable que los viejos términos capitalismo y Estado, pero ¿cómo democratizar sin recortar el poder del capital?, ¿cómo construir ciudadanos sujetos de derechos cuando en nuestros países conviven chozas – muchas – y palacios – pocos-? Por supuesto, estas preguntas carecen de sentido en el esquema mental de Sader.

A esta altura es conveniente hacer notar un comportamiento curioso: a mayor profundización de la desigualdad social, mayor desprecio de los intelectuales onda Sader hacia las teorías y los conceptos que aluden al capitalismo como sistema basado en la explotación, a la lucha de clases, al Estado como órgano de dominación. No es, por cierto, una opción científica, desinteresada. Adoptar el punto de vista de la lucha de clases desde los trabajadores (Sader no tiene ningún problema – salvo el de mencionarlo – en adoptar el punto de vista de la clase dominante) implica dejar de lado las ventajas materiales que ofrece el sistema a los intelectuales. Evidentemente, Sader no está para esas patriadas.
Sader se define a sí mismo como “de izquierda”. Es una izquierda modesta, por cierto, que propone cosas como ésta:
“la izquierda tiene que construir sus gobiernos y su hegemonía. El Estado, refundado o reorganizado alrededor de la esfera pública, es un agente indispensable para la superación de los procesos de mercantilización diseminados por la sociedad. (/) Una de las condiciones del rescate de la capacidad de acción del Estado es recuperar su capacidad de tributación, para dotarlo de los recursos que tantas políticas nuevas requieren.”
Para Sader, la izquierda tiene que ser la cobertura ideológica del Estado capitalista. Ni más ni menos. Así, la épica de la lucha contra el neoliberalismo gira en torno a…la reforma tributaria. Pero la realidad es un poco más compleja que estas ilusiones. En Argentina, por ejemplo, donde uno de cada tres trabajadores padece el trabajo en negro, donde la precarización laboral garantiza niveles de superexplotación capitalista, donde el “gatillo fácil” (asesinato sumario) de la policía contra los jóvenes trabajadores es moneda corriente, las palabras de Sader suenan a falsedad vieja.

Villa del Parque, lunes 9 de marzo de 2015

jueves, 26 de junio de 2014

LOS INTELECTUALES “PROGRESISTAS” Y LA DEUDA EXTERNA: COMENTARIOS SOBRE UN ARTÍCULO DE EMIR SADER

Tras varios años de permanecer oculta debajo de la alfombra, la cuestión de la deuda externa volvió al centro de la escena política nacional. El reciente fallo del juez Griesa, favorable a los fondos buitre, mostró en toda su dimensión el fracaso de la política kirchnerista en esta área.

En criollo: el kirchnerismo pagó deuda externa como ningún otro gobierno argentino. Realizó dos reestructuraciones de la deuda, con supuestas “quitas” sobre el capital adeudado (amortiguadas por los beneficios que otorgó a los ahorristas el cupón atado al crecimiento del PBI). Concedió a Repsol una jugosa indemnización por la expropiación de YPF. Acordó pagar al Club de París la totalidad de la deuda, en un monto mayor al reconocido por el Ministerio de Economía de nuestro país y en un plazo menor al que dicho Club concede a los deudores. No en balde la presidenta Cristina Fernández definió a su gobierno como “pagadores seriales”. Ahora bien, todo este esfuerzo resultó inútil, por lo menos desde el punto de vista de los trabajadores argentinos. En el período que va desde el 2004 hasta el 2014 el monto de la deuda externa argentina siguió incrementándose. Así, a finales de 2013 alcanzó la cifra de 202 mil millones de dólares. Pongamos esta cifra en perspectiva: en 1976, la deuda externa era de 8500 millones de dólares; al terminar la dictadura, en 1983, ascendía a 44 mil millones; en 1989, era de 65 mil millones; en el gobierno de Duhalde (2003-2004), llego a los 176 mil millones.

Entre el gobierno de Duhalde y finales de 2013, la deuda externa argentina se incrementó en 26 mil millones de dólares. En el mismo período y según cifras proporcionadas por Cristina Fernández, Argentina pagó 173 mil millones de dólares a los acreedores externos.

O sea, en 10 años pagamos un monto casi equivalente a la totalidad de la deuda externa durante el gobierno de Duhalde. Pero hoy debemos 26 mil millones de dólares más. Sin comentarios…

Hoy, después de 10 años de pago desenfrenado a los acreedores externos, algunos  datos muestran la otra cara de la deuda: el 35 % de los trabajadores se encuentran precarizados; un 25 % de la población está en la pobreza; la mayor parte de los jubilados cobran haberes miserables. Y siguen las firmas. Todo eso en el marco de altas tasas de crecimiento económico durante la mayor parte de esa década.

A pesar de lo anterior, numerosos intelectuales afirman que la Argentina vivió una etapa de “revolución cultural” y/o de transformaciones que favorecieron a los sectores populares. En este sentido, el proceso kirchnerista es puesto en pie de igualdad con otros procesos latinoamericanos, en el marco de una especie de epopeya antiimperialista y antimonopolista.
Emir Sader, sociólogo brasileño, expresa cabalmente la posición expuesta en el párrafo anterior. Basta leer su artículo “"Contraofensiva de la derecha internacional"”, publicado en la edición del lunes 24 de junio del periódico Página/12.

Sader sostiene que el fallo del juez Griesa se inscribe en el contexto de una contraofensiva general de la “derecha internacional” contra los gobiernos “progresistas” latinoamericanos que desafiaron el Consenso de Washington. Las cifras sobre la situación social en Argentina permiten poder en duda la caracterización de “progresista” para el kirchnerismo. Las ganancias obtenidas por las corporaciones transnacionales en América Latina también permiten poner en duda el carácter “progresista” del conjunto de esos gobiernos. Salvo que, por supuesto, se entienda por “progresista” una política tendiente a asegurar las ganancias del capital.

Sader define así la política de los países “progresistas” de América Latina:

“…los países latinoamericanos que siguieron creciendo y distribuyendo renta, disminuyendo la desigualdad que aumenta exponencialmente en el centro del sistema, son un factor de perturbación, son la prueba concreta de que otra forma de enfrentar la crisis es posible. Que se puede distribuir renta, recuperar el rol activo del Estado, apoyarse en los países del Sur del mundo y resistir a la crisis.”

Como ya señalé, los datos de la situación argentina permiten afirmar que Sader está equivocado, por lo menos en lo que hace a nuestro país. Sigamos adelante. Sader sostiene que la contraofensiva de la derecha va dirigida contra la estrategia adoptada por Argentina en el tema de la deuda. Según él, dicha estrategia fue exitosa y constituye un ejemplo para otros países:

“La formidable arquitectura de renegociación de la deuda argentina nunca fue asimilada por ellos. Quieren que sea un mal ejemplo para Grecia, Portugal, España, Egipto, Ucrania y tantos otros países aprisionados en las trampas del FMI. Tienen que demostrar que los dictados de la dictadura del capital especulativo son ineludibles.”

Resulta difícil de entender cómo una estrategia que se tradujo en un aumento del monto de la deuda, luego de una década de pago desenfrenado, pueda concebirse como un éxito y un ejemplo.

Sader identifica al “capital especulativo” como el enemigo de Argentina y de los países “progresistas” latinoamericanos en general. En sus palabras:

“La nueva ofensiva en contra de Argentina tiene que ser contestada por todos los gobiernos latinoamericanos que son, en distintos niveles, igualmente víctimas del capital especulativo, que se resiste a reciclar las inversiones productivas que necesitamos. Es hora de que los gobiernos de los otros países de la región no sólo acompañen a las misiones argentinas, sino que también asuman la disposición de imponer impuestos a la libre circulación del capital financiero. Una medida indispensable, urgente, que sólo puede ser asumida por un conjunto de países en forma de unidad.”

Siempre limitándome al análisis del caso argentino, cabe decir dos cosas para poner en entredicho el argumento de Sader: a) el año pasado, el sector que obtuvo mayores ganancias en el 2013 fue el de los bancos; b) entre 2007-2012 se produjo una fuga de capitales estimada en 80 mil millones hasta el cepo cambiario. En otras palabras, durante la década kirchnerista el llamado capital financiero (o especulativo, si se prefiere) recibió un trato preferencial, permitiendo que acumulara importantes ganancias y tuviera los dólares necesarios para fugar al exterior.

Pero la cuestión del capital especulativo es mucho más compleja del planteo que hace Sader. En una economía capitalista el trabajo es el creador de valor. Esto ya es sabido desde los tiempos de Adam Smith. Por tanto, el capital aplicado a la producción es quien genera el plusvalor que se reparte el conjunto de los capitalistas. En otras palabras, sólo la producción genera el valor que puede repartirse entre las distintas fracciones del capital. El dinero no crea dinero. En otros términos, el capital financiero no crea valor; por tanto, depende para su existencia del capital productivo. Además, y esto ya era sabido en los tiempos de Lenin, capital industrial, capital comercial y capital bancario se hayan estrechamente entrelazados. Por último, capitalismo y afán de ganancias van de la mano. Acusar de “especulativo” a un capital por buscar mayores ganancias carece de sentido en una economía capitalista.

¿Por qué Sader insiste entonces con la cantinela del “capital especulativo?

En 2002, bajo la presidencia de Eduardo Duhalde, se inició una recomposición del capitalismo argentino luego de la liquidación de la Convertibilidad en diciembre de 2001. Esa recomposición, basada en la devaluación, los bajos salarios, la utilización de la capacidad ociosa luego de largos años de recesión y la exportación de productos primarios, fue continuada por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Esta última reconoció en un discurso que los empresarios “la levantaron con pala”, aludiendo a las enormes ganancias de los capitalistas durante el período iniciado en 2003. No hay dudas, pues, sobre el carácter capitalista del kirchnerismo.

Aquí corresponde hablar de Sader y su caracterización de la situación argentina. No hace falta mucho esfuerzo para comprobar que esta caracterización es totalmente equivocada. Pero Sader representa un tipo de intelectual aferrado a los gobiernos de América Latina. Se trata de ex izquierdistas, muchos de ellos ex marxistas, que aceptan al capitalismo como un fenómeno natural. Para ellos la revolución socialista es una utopía inalcanzable, la clase obrera dejó de existir subsumida en un mar de identidades y la explotación es un concepto perimido que no da cuenta de las nuevas realidades del capitalismo. Cuando se los apura, muestran serias dificultades para demostrar la verdad de los asertos mencionados. Pero eso carece de importancia, pues aceptar el capitalismo les permite medrar al calor de la expansión del Estado (léase, para ellos, aumento de las posibilidades de obtener un empleo rentable en el Estado). A cambio de su aceptación del capitalismo, ellos obtienen cargos públicos, proporcionando un matiz “progresista” y/o “rebelde” a los Estados que llevan adelante la recomposición capitalista.

El mercado de intelectuales es muy competitivo en sociedades donde hay un importante desarrollo del sistema universitario. Entonces, los intelectuales “progresistas” enfrentan el problema de cómo distinguirse del resto (por ejemplo, de los intelectuales liberales) y poder venderse así en condiciones más ventajosas. La respuesta está contenida en el artículo de Sader que estoy comentando. Frente a los liberales, que defienden al capitalismo en bloque, los intelectuales “progresistas” se presentan como rebeldes al combatir de palabra al capitalismo “especulativo”. Para ellos, el capitalismo es bueno, lo malo son sus contradicciones (Marx dijo esto hace muchísimo tiempo, refiriéndose a Proudhon); esas contradicciones encarnan en el capital “especulativo”, que impide el crecimiento de los pueblos. De este modo, y en el marco de una recomposición del capitalismo latinoamericano, que pretende alejarse discursivamente del neoliberalismo, el intelectual “progresista” suma puntos y entra a medrar en el aparato estatal.

No cabe la menor duda de la sinceridad de Sader. Sólo que se trata de una sinceridad respecto a los intereses del grupo de intelectuales con que se identifica. Por eso hay tan poco de realidad argentina en su artículo, si se me permite la expresión.


Villa del Parque, jueves 26 de junio de 2014


NOTA:

Como en todos mis escritos, no se encuentra nada original en el presente artículo. Por eso quiero mencionar mi deuda con el profesor Rolando Astarita, de cuyo artículo “"Después del Club de París, fondos buitres"” tomé los datos cuantitativos referentes a la deuda externa argentina.