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domingo, 28 de noviembre de 2010

APUNTES SOBRE LA MILITANCIA

El 17 de noviembre se conmemoró el Día de la Militancia, que recuerda el regreso a la Argentina de Juan Domingo Perón (1895-1974) en 1972, luego de un exilio de 18 años. En ese marco, el gobernador de la provincia de La Rioja, Luis Beder Herrera (n. 1951), afirmó que "el militante tiene que ser idealista, persistente, algo loco (...) creer en ideales, como lo hizo Néstor Kirchner, que fue uno de los últimos militantes y lo pudimos palpar, lo pudimos ver." (1). Lo curioso del caso es que estas referencias al idealismo y a la "locura" del militante fueron realizados en China, donde el gobernador se hallaba procurando la concreción de inversiones mineras. Hay que recordar que China, lugar desde donde Beder Herrera resaltó el idealismo del militante, es uno de los países del mundo donde los trabajadores son más explotados. Hay que recordar también que el propósito del viaje del gobernador al país desde donde exaltó la "locura" del militante, fue atraer a a empresas mineras para invertir en Argentina; hay que recordar, por último, que las empresas mineras se caracterizan por su escasa preocupación por la seguridad de los trabajadores y por los daños que provocan al medio ambiente.

A primera vista, la conjunción del elogio al idealismo del militante y de la seducción a las empresas mineras chinas parece una mezcla difícil de comprender. Es cierto que puede recurrirse a la noción de realpolitik y clausurar con ello la cuestión; en otras palabras, la política es una actividad sucia y los políticos tienen que manejarse con un alto grado de hipocresía. Sin embargo, creo que el comentario de Beder Herrera merece un análisis más cuidadoso, pues expresa de manera casi caricaturesca una concepción acerca de la militancia política muy difundida en nuestra época.

En los últimos años (sobre todo a partir de la derrota del gobierno de Cristina Fernández frente a la burguesía agraria en 2008), desde el espacio político al que podemos denominar genéricamente como kirchnerismo, se ha impulsado una revalorización de la militancia política. Esta valorización alcanzó su pico con la muerte de Néstor Kirchner (1950-2010); desde distintos medios, y a través de declaraciones de funcionarios y de dirigentes políticos, y de artículos de muchos intelectuales, la condición de militante, ligada cada vez más a la condición de joven, se convirtió en sinónimo de acción abnegada por la transformación de la Argentina.

En principio, la revalorización del militante político es un hecho positivo. Hay que tener presente que en la década del '90, auge del neoliberalismo mediante, la práctica política de los partidos mayoritarios estuvo a cargo, en buena medida, de la figura del "operador político", es decir, de alguien que ponía en primer lugar las "relaciones" y la negociación en las cúpulas, relegando el contacto cotidiano con las bases. Sin embargo, hay que decir también que la militancia, entendida en el sentido "antiguo", se mantuvo viva en los partidos de izquierda y en las distintas organizaciones populares que enfrentaron las políticas neoliberales. En todo caso, habría que señalar que la revalorización mencionada se da, sobre todo, en el seno del peronismo y, para ser más precisos, en las distintas corrientes que constituyen el denominado kirchnerismo.

La revalorización de la militancia va de la mano con el rescate de valores tales como el idealismo, el compromiso y la pasión. Belder Herrera, inclusive, incluye a la "locura" como un valor más del militante. La militancia es concebida como una actividad comprometida con la sociedad, y el militante aparece como el arquetipo del desinterés personal. De ningún modo vamos a negar que es preferible el compromiso al desinterés, ni tampoco vamos a poner en duda que esta revalorización del compromiso resulta un cambio saludable frente al individualismo imperante en los años neoliberales. Pero también es cierto que la cuestión tienen que ser puesta en perspectiva.

La militancia como compromiso no es patrimonio exclusivo del peronismo, ni de las agrupaciones de izquierda, ni de los sectores populares en su conjunto. Desde el punto de vista del compromiso es tan militante un nacionalista católico como un adherente del PO o un miembro de la Cámpora. Además, y esto ya lo había planteado en el párrafo anterior, el compromiso militante (entendido como tarea en favor de la transformación de la sociedad) se mantuvo vigente tanto en las agrupaciones de izquierda como en las organizaciones populares. De modo que el compromiso no puede ser el único criterio para valorar positivamente a la militancia, ni cabe transformarlo en un valor en sí mismo en política.

A mi entender, la caracterización política de la militancia tiene que derivarse del contenido político de esa militancia, más que de la abnegación o del compromiso de los militantes. Dicho en otros términos, el criterio para valorar la militancia está dado por los objetivos que se propone la l militancia y por los enemigos contra los que combate (siempre se hace política en favor de un proyecto y en contra de determinados sectores sociales). Al decir esto no estoy afirmando nada nuevo. Sin embargo, el individualismo y la desmovilización generados por el neoliberalismo, y el auge del discurso del "consenso", han oscurecido de manera notable la conciencia política. De manera que es preciso recordar cosas que fueron dichas hasta el cansancio.

Para poder apreciar en su justo valor esta revalorización de la militancia, es preciso, pues, tener en cuenta el proyecto que defienden y los enemigos que combaten. Para poder llevar a cabo esta tarea hay que empezar primero por delimitar la militancia que es revalorizada. Como señalé más arriba, la mencionada revalorización se relaciona con el peronismo, pues la tradición de militancia no se había cortado ni en las agrupaciones de izquierda ni en las otras organizaciones populares. El peronismo es el sujeto de este "revival"de la militancia. Esto no es casualidad, pues fue justamente el peronismo el partido que más experimentó los efectos del neoliberalismo (y que parió, para decirlo literalmente, al principal exponente político del neoliberalismo en Argentina, el inefable Carlos Saúl Menem). Hilando todavía más fino, hay que decir que la revalorización de la militancia comenzó a verificarse a partir del conflicto en torno a la Resolución 125 en 2008. En ese momento, Néstor Kirchner comprendió que era necesario contar con una militancia propia en las calles para enfrentar la ofensiva destituyente de los agrarios. Al mismo tiempo, muchos militantes y simpatizantes de corrientes de izquierda se acercaron progresivamente al kirchnerismo a partir del conflicto de la 125.

Ahora bien, al momento definir el proyecto que encarna esta nueva militancia tenemos que establecer la diferencia entre las intenciones declaradas y las realidades concretadas. A esta cuestión voy a dedicarle una serie de notas en este espacio. Pero, para enmarcar la discusión, quiero comenzar por plantear una cuestión que ha quedado sepultada debajo de las apelaciones a los sentimientos y a la "mística" de la militancia. Aquí, otra vez Beder Herrera nos sirve de disparador de ideas. Cuando el gobernador de La Rioja elogia el idealismo y la "locura" de la militancia y, a la vez, negocia inversiones mineras en China, hace una confesión involuntaria acerca de las limitaciones del modelo de la nueva militancia. Para ilustrar esta cuestión hay que recurrir a un ejemplo de la primera historia del movimiento peronista. En marzo de 1955, el líder de los empresarios, José Ber Gelbard (1917-1997), criticó la posición que "asumen en muchas empresas las comisiones internas que alteraron el concepto de que es misión del obrero dar un día de trabajo honesto por una paga justa (...) tampoco es aceptable que por ningún motivo el delegado obrero toque el silbato en una fábrica y la paralice." (2). En 1955 Argentina no había perdido, por cierto, su carácter de economía capitalista, pero los trabajadores miraban a los empresarios sin agachar la cabeza. En 2010 los trabajadores, y esto es más grave en el caso de los tercerizados y de quienes trabajan "en negro", se ven obligados a agachar la cabeza frente a los empresarios. Beder Herrera comprende perfectamente esta nueva realidad y por eso combina el elogio a la militancia con la seducción al capital. Su idealismo y su "locura" no implican una impugnación al "derecho" del capital a oprimir a os trabajadores.

Nuestra sociedad se caracteriza, entre otras cosas, por la desigualdad en la distribución del poder. Esta desigualdad se articula en torno a la desigualdad entre empresarios y trabajadores en la fábrica, en la oficina, en el comercio, etc. Como es sabido, la mayoría de las personas pasan la mayor parte de sus vidas en dichos lugares, trabajando para ganarse la vida. En consecuencia, la mayoría de las personas pasan la mayor parte de sus vidas sometidos a la autoridad de los empresarios y de los patrones. Esto significa que pasan sus vidas aprendiendo el sometimiento y acostumbrándose a las pequeñas humillaciones cotidianas, siempre temerosas de perder su trabajo. ¿Cómo es posible la autonomía y la libertad de las personas en estas condiciones? De la respuesta que se dé a esta pregunta depende, en última instancia, la caracterización política de la nueva militancia.

Domingo 28 de noviembre de 2010

PS: Con posterioridad a la redacción de la nota llegó la noticia de que la gestión de Beder Herrera había sido exitosa. Finalmente, consiguió las inversiones mineras que estaba buscando (Ver Clarín, edición digital: http://www.ieco.clarin.com/economia/China-buscara-oro-Rioja_0_190800010.html). Creo que esto no hace más que reforzar lo expuesto en el texto de la nota.

NOTAS:

(1) Declaraciones publicadas en EL ARGENTINO, 18 de noviembre de 2010, p. 3.
(2) La cita transcribe declaraciones de Gelbard en el Congreso de la Productividad, celebrado durante el 2º gobierno de Perón, en marzo de 1955. La reproduce el historiador inglés Daniel James en la página 86 de su obra Resistencia e integración. Poseo la siguiente edición: James, Daniel. (2005). Resistencia e integración: El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina.