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miércoles, 30 de septiembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL VIAJE DEL PAPA FRANCISCO A CUBA

El autor de este escrito es consciente que se trata de un trabajo muy incompleto, que exige mayor desarrollo de la argumentación. Sin embargo, la carencia de tiempo y la urgencia del tema, requieren una escritura rápida, que esboce las cuestiones principales. Aquí, como en tantas otras ocasiones, la lucha de clases pasa por encima de la tranquilidad que requiere la labor intelectual.  Está bien que así sea.

El Papa Francisco realizó un viaje pastoral por Cuba y EE.UU. Los medios de comunicación no han dejado de alabar las dotes de Francisco, en especial su “humildad”, su “visión espiritual” de los asuntos internacionales y muchas sandeces más. A esta altura del partido, no es necesario detenerse en una crítica de semejantes caracterizaciones. Basta con decir que, sea lo que sea que se piense respecto a las dotes sobrenaturales de Bergoglio (alias) Francisco, ellas no juegan ningún papel en este valle de lágrimas. Por lo menos, así es como lo consideran Obama y Raúl Castro, que utilizan la figura del Papa para asuntos más sustanciosos que la “espiritualidad”. Hecha esta advertencia, podemos pasar al tema central de este artículo.

El papado de Francisco es la respuesta de la Curia a la creciente pérdida de influencia de la Iglesia, algunos de cuyos indicadores son las iglesias vacías, la sanción en varios países de medidas tales como el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto, etc. Dicha respuesta se articuló en un contexto marcado por el fracaso de la tentativa anterior de revertir la crisis, el papado de Ratzinger (alias) Benedicto XVI, líder de los sectores más conservadores de la Curia, quienes ejercen el control del aparato eclesiástico desde los tiempos del difunto Wojtyla (alias) Juan Pablo II. El fracaso de Ratzinger se vio potenciado por el conocimiento público de infinidad de casos de pedofilia (casi podríamos decir que esta práctica aberrante se había constituido en una institución religiosa más) y de algunos casos de corrupción que involucraban a altos funcionarios de la administración vaticana.

Bergoglio es la respuesta de la Curia a la profundización de la crisis. Ante todo, se trata de una respuesta superficial, que privilegia el marketing centrado en la figura papal, en un intento por recuperar credibilidad dando poco y nada a cambio. Bergoglio es el papa de los gestos banales e intrascendentes, pero amplificados a escala planetaria por las cámaras de TV. Bergoglio si obró un milagro: el de conseguir fama de humilde mientras pasa sus días en un palacio.

La revitalización de la imagen de la Iglesia, obrada por la figura de Bergoglio, tiene alcances muy limitados. Comencemos por indicar lo esencial: la Iglesia ocupa un lugar subordinado en la sociedad capitalista. Por más que sus dignatarios pataleen, no hay vuelta posible al feudalismo (esa época “dorada” tan añorada por muchos funcionarios e intelectuales eclesiásticos). Al mismo tiempo, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco, se ocuparon de “aniquilar” las disidencias de izquierda al interior de la Iglesia, como fue el caso de la célebre Teología de la Liberación). Por tanto, ni en un sentido conservador, ni en un sentido revolucionario, la Iglesia constituye una alternativa al capitalismo.

La Iglesia cumple la función de ser una de las estructuras ideológicas (¡ni siquiera en esto tiene el monopolio!) abocadas a la defensa del régimen capitalista. Prima facie, parece estar poco preparada para ello. No obstante, su larga experiencia en la formación de intelectuales para las clases dominantes, así como también su exterioridad relativa al capitalismo (la Iglesia pertenece a una tradición ideológica anterior a la Modernidad) le permiten cumplir con eficacia la función mencionada. Esa exterioridad relativa resulta particularmente eficaz en épocas de crisis, cuando puede presentarse como mediadora en el conflicto social, pues su existencia anterior a las relaciones capitalistas le permite presentarse como un ente que se halla por encima de los intereses en conflicto.

La Iglesia refuerza el prestigio que le confiere su antigüedad con permanentes referencias a la “espiritualidad”. Esta cualidad no es otra cosa que un subproducto de un hecho “material”: en el capitalismo la Iglesia está excluida de la explotación directa de los trabajadores. Ello le permite divagar sobre lo bueno que sería poner “límites” a la “ambición” de los empresarios. Con tan poco (¡nuestra sociedad es tan groseramente “material”!) la Iglesia construye su dichosa “espiritualidad”.

Para recuperar el terreno perdido, Bergoglio explotó con eficacia la exterioridad relativa, sumándole a ello un uso inteligente (publicitario) de los pequeños gestos. Nada nuevo bajo el sol. Pero nuestra época tan descarnada (tan capitalista) contradice el proverbio que dice que una golondrina no hace verano.

El reciente viaje del Papa a Cuba ilustra los alcances limitados de la recuperación de la Iglesia a partir de la política de Bergoglio. Si se deja de lado la propaganda (que alcanzó niveles escandalosos), es evidente que el acercamiento entre Cuba y EE.UU. es el resultado de la dinámica de la política de ambos países (y, sobre todo, de las dificultades económicas del régimen cubano). Pero para los gobiernos de ambos países era conveniente que interviniera un mediador de prestigio, para evitar quedar en la posición de quien cede en la negociación. ¿Qué mejor que el Papa para ese papel? La Iglesia revitaliza así su imagen y su rol de mediadora en los conflictos. Pero no hay que caer en la confusión de pensar que es Bergoglio quien lleva la iniciativa del proceso. En verdad, su rol no es el de mediador, sino el de recadero de la principal potencia mundial capitalista. Como hizo en su momento Juan Pablo II en Europa del Este, la política de Bergoglio se encuentra alineada a la política exterior norteamericana. Más claro: la Iglesia cumple aquí la función que le asigna la clase dominante en la sociedad capitalista, a pesar de los rezongos de algunos de sus intelectuales que añoran los viejos buenos tiempos medievales. En reconocimiento por los servicios prestados, la burguesía deja que Bergoglio siga sosteniendo la vieja y podrida doctrina eclesiástica sobre los homosexuales, el aborto, el divorcio, etc.

En Cuba, Bergoglio promovió la reconciliación con EE.UU. En criollo, llamó a apoyar la restauración capitalista en curso. Como puede observarse, esta política tiene mucho de cualquier cosa y nada de “espiritualidad”. El error (que es parte del marketing papal) reside en pensar la política de Bergoglio como si fuera independiente de la dinámica del capitalismo. Este error no es tal, sino una operación ideológica.

En dos años de pontificado, Bergoglio multiplicó los gestos inofensivos, pero no tomó una sola medida que rebasara los límites de la doctrina tradicional de la Iglesia. Sus últimas declaraciones referidas a los homosexuales no hacen más que ratificar la posición eclesiástica con toda su podredumbre.

Francisco de Asís, de quien Bergoglio usurpó el nombre, se despojó de sus riquezas y ropas para vivir la pobreza evangélica. En el viejo Francisco el gesto acompañaba a la acción. Bergoglio no se despojó de nada, pues eligió seguir viviendo en el palacio. En nuestro compatriota, los gestos son mera cáscara, que sirven para tapar esa inmensa letrina que es la Iglesia actual.



Villa del Parque, miércoles 30 de septiembre de 2015

viernes, 19 de diciembre de 2014

CUBA Y EL ACERCAMIENTO A EE. UU

Quien escribe esta nota lo hace con dolor. Mis abuelos maternos, mis padres, mis tíos, mis primos, fueron defensores de la Revolución Cubana; en el caso de mis abuelos, desde sus mismos comienzos, cuando Fidel, el Che y Camilo eran unos personajes semilegendarios que combatían en la mítica Sierra Maestra. De ahí que autor escriba estas líneas con rabia.
El acercamiento diplomático entre los EE. UU. y Cuba marca la clausura formal de la Revolución Cubana. Formal, porque la finalización real de la Revolución  se dio hace ya mucho tiempo. En este sentido, el acuerdo es un hito más en el proceso contrarrevolucionario que conduce con paso lento pero seguro a la restauración plena del capitalismo en la isla. Lejos de ser un triunfo del pueblo cubano, expresa de modo desembozado la capitulación de la burocracia gobernante frente al capitalismo.

Este artículo no pretende historiar el proceso mencionado en el párrafo anterior; por eso,  voy a limitarme a esbozar sus rasgos fundamentales, a sabiendas de que el cuadro es forzosamente incompleto. En principio, corresponde hacer una aclaración. Es habitual atribuir el fracaso y/o las taras de la Revolución Cubana a los efectos del embargo llevado adelante por EE. UU. Dicho de otro modo, fue el imperialismo yanqui quien puso en jaque a la Revolución. Sin negar la influencia del embargo (para nada es un tema menor), hay que señalar que se trata de una manera simplista de abordar la cuestión. Muchos capitalistas norteamericanos vienen afirmando que, lejos de debilitar al régimen cubano, el embargo lo fortalece y mejora la posición de las empresas de otros países que pugnan por apropiarse los diferentes mercados de la isla. Por otra parte, la presión constante de varios gobiernos estadounidenses sobre Cuba (sabotajes, propaganda anticubana, financiamiento a grupos opositores, etc.), reforzó al régimen, pues permitió a éste jugar a pleno la carta del nacionalismo. Atribuir la crisis o las crisis de la Revolución a la presión del imperialismo es una solución fácil que, como todas las soluciones fáciles, deja al margen lo principal.

Para explicar la clausura de la Revolución es preciso dar cuenta de los procesos internos que llevaron a esa situación. No basta mentar al imperialismo como un conejo que puede ser sacado todo el tiempo de la galera. La Revolución Cubana fue, entre otras cosas, una gigantesca movilización popular, en la que jugaron un papel fundamental los campesinos. La profundidad de la Reforma Agraria pagó con creces el apoyo de los campesinos a la Revolución y se convirtió en uno de los baluartes más sólidos del régimen. La derrota de la dictadura de Batista, por otra parte, se tradujo en una etapa de libertades democráticas como nunca había experimentado la isla. Reforma agraria más libertades democráticas, he aquí el programa inicial de la Revolución Cubana que, en estos términos, no puede considerarse de carácter socialista. El avance hacia el socialismo llegó después, como consecuencia de la acción de una parte de la dirigencia revolucionaria y de la necesidad objetiva de apoyo económico a partir de las presiones crecientes de los EE. UU. En este marco, la alianza con la U.R.S.S., producto de las necesidades de supervivencia de la Revolución, puso límites muy estrechos al avance de ésta. Al implantar métodos estalinistas de gestión económica, la política económica revolucionaria suprimió paulatinamente la posibilidad de que los trabajadores participaran en la toma de decisiones en la producción. Al reforzar el estatismo, fortaleció la posición rectora de la burocracia revolucionaria, que pasó a ser la clase dominante en la sociedad cubana. Es verdad que se trataba de un sector social que carecía de propiedad privada de los medios de producción (éstos pertenecían al Estado), pero su influencia sobre el proceso económico era inmensa.
El desarrollo de la burocracia se dio de la mano con otro proceso, mucho más lento y subterráneo, que fue horadando a la sociedad revolucionaria. En Cuba, la circulación mercantil jamás fue suprimida por completo. De hecho, a medida que se producía un deterioro en la capacidad económica de la isla (esto fue especialmente notorio a partir de la caída de la U.R.S.S.), el régimen cubano se vio obligado a recurrir a mecanismos de mercado para garantizar, por ejemplo, el abastecimiento de alimentos a las ciudades. Como es sabido, la producción mercantil no es gratis en término de sus efectos sociales. Su mera existencia posibilita el desarrollo de una acumulación desigual de riqueza, en beneficio de aquellos que tienen un mejor punto de arranque (por ejemplo, la diferencia entre un campesino que posee un buey para tirar del arado y otro que debe hacerlo con sus brazos). Esto, sumado a la existencia de la burocracia mencionada en el párrafo anterior, genera un sinfín de posibilidades de acumulación desigual de riqueza. Es verdad que esta acumulación tropieza con dificultades objetivas como, por ejemplo, un régimen jurídico que no contempla la propiedad privada de la tierra ni de los medios de producción; no obstante, estos límites tienden a ser eliminados por el régimen.

El mercado mundial fue otro factor central en la erosión paulatina de la Revolución. No es novedad que Cuba posee una economía que requiere de importaciones para poder subsistir. Ahora bien, el mercado mundial funciona siguiendo la ley del valor, esto es, los productos se cambian por sus equivalentes en valor. De ahí que exista una tendencia a uniformar las condiciones de producción en los distintos países. Si un país se decide a jugar en el mercado mundial (cosa inevitable, por cierto), debe aceptar las reglas de juego. Es verdad que en Cuba la inmensa mayoría de los trabajadores son empleados del Estado y que, en muchísimos casos, reciben una paga (exigua) por no hacer nada. Esta situación, lejos de ser un logro del socialismo, expresa el grado de descomposición de la economía cubana. Pero en los sectores donde se ha permitido la inversión extranjera (por ejemplo, la hotelería), las reglas de juego del capital han comenzado a implantarse, generando una fuerte presión para modificar la legislación laboral cubana. Además, la necesidad de obtener divisas para pagar las importaciones en el mercado mundial, ha hecho que el gobierno cubano sea especialmente permisivo con las actividades que generan dichas divisas (entre ellas, la prostitución – Cuba es probablemente uno de los prostíbulos a cielo abierto más grandes del mundo -).

El turismo internacional ha sido una de las puntas de lanza en la implantación de relaciones mercantiles en la isla. Quienes trabajan en el sector turístico, ya sea directamente o como proveedores de servicios para dicho sector, poseen un acceso privilegiado a las divisas, la mercancía más deseada por la sociedad cubana. En un país donde la libreta de abastecimiento garantiza el acceso a alimentos de pésima calidad, el poseer unos pocos dólares hace la diferencia. Es difícil exagerar los efectos disolventes de esta desigualdad en el acceso a las divisas. En Cuba se ven personas que juntas hasta la última moneda cubana para poder comprar algo en los desabastecidos mercados locales, en tanto que los que poseen divisas pueden acceder a los bienes que se venden en las tiendas para turistas. La corrupción, el delito, la pérdida de esperanzas en el futuro, prosperan en esta situación que favorece la acentuación de la desigualdad social.

Todos estos factores potencian el peso de la burocracia gobernante en la isla. Hace ya mucho tiempo que el PC cubano eliminó las manifestaciones de disidencia en sus filas. En este momento, el debate en su seno gira en torno a la vía elegida para retornar plenamente al capitalismo, no sobre un giro socialista o cosa por el estilo. En una economía devastada y en una sociedad donde cada vez más impera el sálvese quien pueda (o quien tenga divisas en el bolsillo), la burocracia constituye el único reaseguro de que las cosas funcionen mínimamente. Para ello recurre al control policíaco y a la persecución de toda actividad independiente de la población. El recurso al nacionalismo, al poner en la misma bolsa a quienes pretenden defender las libertades democráticas con aquellos que promueven una restauración capitalista, resulta especialmente efectivo.

En los párrafos anteriores intenté demostrar cómo el proceso revolucionario cubano colapsó mucho más por una combinación de factores internos y la acción del mercado mundial, que por la intervención del imperialismo yanqui. Esto es difícil de percibir porque, en nuestro país, como en tantos otros lugares, se ha forjado un mito de la Revolución Cubana. Dicha imagen heroica obtura cualquier posibilidad de análisis serio y, en los hechos, termina por ser un obstáculo a la comprensión de la Revolución y a la elaboración de una política revolucionaria. El mito deja de lado la cuestión de que el Estado y la burocracia ocuparon el lugar de los trabajadores en la dirección del proceso revolucionario. Embellecer la realidad no sirve a la causa revolucionaria.



Villa del Parque, viernes 19 de diciembre de 2014