Los
intelectuales “progresistas” que acompañan al kirchnerismo utilizaron la
expresión “batalla cultural” (o “revolución cultural”) para designar al proceso
por medio del cual se avanzaría hacia la “emancipación nacional y social”.
Según estos intelectuales, muchos de ellos provenientes del viejo PC (Partido
Comunista) argentino, la correlación de fuerzas era desfavorable para los
sectores populares, de modo que resultaba imposible confrontar en el plano
político o económico con las “corporaciones”. La única lucha posible era la
“cultural”. A partir de una interpretación de la obra de Gramsci, en la que
dejaban de lado la cuestión del poder en el lugar de producción, consideraban
que era posible y necesario comenzar pugnando por la “hegemonía cultural”, pues
era el único terreno en donde era posible enfrentar a las corporaciones sin
poner en peligro la estabilidad democrática. Por último, estos “progresistas”
concebían al kirchnerismo como un movimiento nacional y popular, ya sea como
una continuación del viejo peronismo o como un nuevo movimiento histórico.
Ahora
bien, hablar de “batalla cultural” era rentable, pues permitía acceder a cargos
en el aparato estatal y/o en los medios oficialistas, sin afrontar ninguno de
los rigores de la lucha política (cabe recordar que el kirchnerismo, a
diferencia del peronismo del período 1955-1973, tenía el control del aparato
estatal) y sin exigir demasiado a las neuronas, pues la batalla por la
“hegemonía” podía librarse en los ámbitos más inofensivos, sin perturbar las
ganancias de los empresarios durante la “década ganada”. La cuestión se
complicaba, en cambio, cuando estos intelectuales tenían que adoptar
definiciones en el terreno económico. El kirchnerismo representó la salida
capitalista a la crisis de 2001 y se apoyó tanto en la devaluación emprendida
por el duhaldismo como en la legislación laboral sancionada por el menemismo.
Las ganancias empresariales a lo largo del período 2003-2014, acompañadas por
la persistencia de la precarización laboral y la profundización de la
desigualdad social, impedían hablar abiertamente de una economía orientada
hacia la “emancipación nacional y social”. Pero los intelectuales
“progresistas” y los peronistas recurrieron a un viejo comodín para evitar referirse
a los aspectos desagradables del modelo. El crecimiento económico promovido por
el kirchnerismo estaba dirigido a fortalecer a la “burguesía nacional”, paso
imprescindible para poder avanzar hacia la “liberación nacional”. Las ganancias
empresarias eran justificadas en función del desarrollo de dicha burguesía. Que
se tratara de un “capitalismo de amigos” (la expresión es de los mismos
kirchneristas), dedicados a enriquecerse a como diera lugar, carecía de
importancia para los intelectuales “progresistas”, fascinados con supuesto
renacimiento del movimiento nacional y popular.
Muy pronto
la “burguesía nacional” demostró ser muy poco nacional. Como sucedió otras
veces en la historia, la burguesía argentina se dedicó a los negocios con
ganancias rápidas, a fugar capitales y a vivir a costa de los subsidios
estatales. El crecimiento sostenido se terminó transformando en un
estancamiento sostenido y la tasa de inversión disminuyó en vez de
incrementarse.
El
capitalismo argentino se ve obligado a una nueva reestructuración para salir de
la crisis. Para los intelectuales la cuestión era peliaguda, porque la
“burguesía nacional” se había diluido en la nada y el Estado nacional carecía
de recursos para impulsar un proceso de inversión de la magnitud necesaria para
la reconversión del modelo de acumulación. ¿Qué hacer? El camino obvio para los
kirchneristas era recurrir a la inversión extranjera. Pero esto no era tan
fácil de digerir para los intelectuales que se habían cansado de pregonar la
“liberación nacional y social”.
Hernán
Brienza, quien siempre se ha distinguido por su falta de escrúpulos y por su
obediencia a los mandatos de la “Jefa” (Cristina Fernández), aporta la solución
en un artículo publicado en la edición dominical del diario kirchnerista Tiempo
Argentino (20/07/2014). Dicho de modo sintético, Brienza propone volver al
modelo agroexportador, cambiando en este caso a Inglaterra por China en el rol
de país que compra los alimentos producidos por Argentina y quien provee a este
país de los bienes manufacturados. Con esta sola propuesta cancela
definitivamente a la “burguesía nacional” y a la idea misma de una política
medianamente autónoma en el plano internacional.
Démosle la
palabra al amigo Brienza:
“La tesis de Tulio Halperín Donghi sobre
la inviabilidad de Argentina tras el derrumbe del Imperio Británico en el período
de entreguerras tiene cierto fundamento. Si bien Mario Rappoport demostró que
la economía argentina creció mucho más entre 1930 y 1980 que en los períodos
sumados del modelo agroexportador (1860-1930) y el neoliberal (1980-2002), la
inserción en el comercio internacional siempre fue dificultosa tras el derrumbe
de Inglaterra. La razón es sencilla: Gran Bretaña, como Imperio, tenía una
economía complementaria con Argentina; Estados Unidos, competitiva.
Hoy, después de muchas décadas, nuestro
país tiene una oportunidad única. La potencia que va en camino a convertirse en
la principal economía del mundo es complementaria a la nuestra. China necesita
para alimentar a sus 1400 millones de habitantes, los productos que Argentina
exporta con ventajas relativas: proteínas.
O sea, la “década ganada” volvió a
parir el modelo agroexportador. Para quienes no lo recuerden, conviene decir
que este modelo designa la relación entre Argentina y el Imperio Británico
entre 1880 y 1930. En este período, nuestro país exportó trigo y carne a Inglaterra;
a cambio, recibíamos productos manufacturados británicos. Es claro que la
posición de Argentina en este proceso era dependiente. Nuestra burguesía se
fortaleció al calor de esta relación, sin que en ningún momento se propusiera
desafiar a los intereses ingleses. El período agroexportador demuestra con toda
crudeza que la burguesía no tiene patria o, mejor dicho, que su lealtad a la patria
está condicionada por la búsqueda de mejores ganancias. Este periodo también se
caracterizó por la violencia con que fueron reprimidas las protestas obreras.
Este hermoso modelo (al día de hoy reivindicado en medios tradicionales de la
burguesía argentina como es el diario La Nación), es el que viene a proponernos
ahora el amigo Brienza. Nuestro periodista podrá ser muchas cosas, pero es
sobre todo un auténtico caradura. Sólo así puede entenderse el salto dialéctico
que realiza al reclamar la vuelta al modelo agroexportador, después de haber
llenado páginas y páginas de loas al pensamiento “nacional”.
La desfachatez de Brienza llega al
extremo de apoyarse en palabras del empresario Franco Macri para justificar su
opinión sobre el modelo agroexportador:
“En este punto, sólo cabría agregar una
oportuna declaración del empresario Franco Macri, quien sostuvo con precisión:
"Nosotros hemos sido casi siempre súbditos y no aliados de Estados Unidos
y de Inglaterra. De China somos aliados, y algunos no lo pueden entender.
Nosotros con la infraestructura hemos perdido –de Frondizi hasta acá– el tren
todo el tiempo, y necesitamos hacer de todo. No venimos atrasados del actual
gobierno. El actual gobierno ha continuado y Néstor Kirchner ha tenido una
visión muy importante de todo esto. Pero estamos años atrasados."
Que Brienza tenga que
recurrir al testimonio de Franco Macri, un empresario enriquecido gracias a los
subsidios estatales, para abrochar su argumento, es un indicador de la crisis
del pensamiento “nacional y popular”. Que acepte este testimonio en el sentido
de que la relación entre Argentina y China será de alianza y no de
subordinación es un chiste de mal gusto. Pero Brienza persevera y comenta así
lo dicho por Macri:
“La cuestión que
plantea Macri es más que interesante. La relación económica de complementariedad
entre China y Argentina puede reconstituir un círculo de exportación virtuoso
para nuestro país. Incluso una gran oportunidad para incorporar trabajo y valor
a los productos de exportación primarios. Pero la pregunta que queda flotando
es la siguiente: ¿tiene la industria argentina la capacidad para responder a la
demanda del mercado chino?”
Es decir,
Argentina exportará productos primarios a China. Volvemos otra vez a 1880,
cambiando únicamente el destino de nuestra producción. Y pensar que el amigo
Brienza mentaba hace unos años a Don Arturo Jauretche… Claro que piensa un
margen de autonomía para Argentina: adecuarnos a las necesidades de la economía
china…
Brienza
siempre se ha declarado peronista. Es curioso que un movimiento que comenzó con
una gigantesca movilización obrera y que ganó su primera elección presidencial
arremetiendo contra los EE.UU. (la consigna Braden o Perón), termine pidiendo a
gritos un socio para reimplantar una versión moderna del modelo agroexportador.
Por supuesto, la “curiosidad” se esfuma cuando se deja de ver la historia en
términos de “nacional-populares” y se pasa a una concepción de la misma
centrada en la lucha de clases.
Es
sintomático que Brienza omita toda referencia a la clase obrera. En este punto
también es sincero. El modelo agroexportador, en versión antigua o en versión
moderna, implica un aumento de la explotación de los trabajadores. Pero esto
queda fuera del horizonte de las “batallas culturales” de nuestros
intelectuales “progresistas”.
En este
artículo omití deliberadamente todo comentario respecto a la viabilidad del
acuerdo entre Argentina y China. Es muy probable que en toda la difusión que se
le ha dado al asunto haya mucho más de desesperación gubernamental por obtener
dólares rápidamente, que de realidades concretas. Pero esta cuestión, con toda
su importancia, es secundaria en relación con el tema central de este artículo.
Frente a la crisis del modelo de acumulación de capital promovido por el
kirchnerismo, nuestra burguesía responde planteando la necesidad perentoria de
reinstaurar un modelo agroexportador. Esta es la cuestión de fondo. Todo lo
demás son zonceras.
Villa
Jardín, lunes 21 de julio de 2014
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