NOTA ACLARATORIA:
Publico a continuación un pequeño texto escrito hace varios
años atrás. En su origen, se trataba de unos apuntes sobre una entrevista al
sacerdote Carlos Mugica. La entrevista databa de 1972, año clave en el período
de crisis política abierto por el Cordobazo en 1969.
Este año se celebró, con pompa y circunstancia en la
televisión pública, el 40° aniversario del asesinato de Mugica. No podía ser de
otra manera. Sin pretender formular un juicio definitivo (no soy quien para
hacerlo), considero que la figura de Mugica es políticamente correcta:
perteneciente a una familia acomodada, abrazó la causa de los pobres, pero no
la de la clase obrera clasista (valga la redundancia); simpatizante del
peronismo sin ser peronista; vocación de mártir de la causa de los oprimidos, a
la vez que enemigo de la violencia. Estas y otras razones hacen de Mugica una
personalidad simpática, digerible, capaz de formar parte de una historia
acomodada al paladar de nuestras clases medias.
La entrevista analizada muestra tanto los límites políticos
de Mugica (su énfasis en las categorías de “pobres” y “oprimidos”, su
alejamiento relativo de la clase trabajadora, el actor popular más importante
en la Argentina del período 1969-1976 – para no extendernos al período anterior
-, su seguidismo de la figura de Perón) como los de los sectores eclesiásticos
radicalizados. Vaya pues, sin más preámbulo, el texto prometido.
El presente trabajo está basado en un reportaje que le
fuera realizado al padre Carlos Mugica (1930-1974) por un periodista de la
revista EXTRA[1], en noviembre de 1972,
luego del viaje de Mugica con la comitiva que acompañó al general Juan Domingo
Perón (1895-1974) al regresar éste a la Argentina.
En el reportaje a Mugica aparecen tres cuestiones
fundamentales: a) el papel jugado por los curas de izquierda en la Iglesia
argentina de fines de los ’60 y comienzos de los ’70; b) el progresivo
acercamiento al peronismo de vastos sectores de las capas medias, que habían
sido furiosamente antiperonistas en el período 1945-55; c) la enorme
importancia política adquirida por la figura de Perón, capaz de aglutinar
detrás de sí a sectores con intereses disímiles. A continuación se examinará
cada una de estas cuestiones.
La Iglesia argentina fue a lo largo de su historia una
institución profundamente conservadora, aún tomando como criterio a sus pares
de otros países latinoamericanos. A principios de la década del ’60 hubiera
sido muy difícil predecir que esta institución sufriría un proceso de
radicalización que llevaría a que una parte de sus integrantes asumieran
posiciones ligadas a la defensa de los explotados y a favor de la
transformación social.
En este proceso hay que distinguir dos momentos, que
confluyeron hacia finales de los ’60, dando origen al MSTM (Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo), la expresión más consecuente de las
tendencias radicales en el seno de la Iglesia católica argentina[2].
Por un lado, la Iglesia
se vio sacudida por los profundos cambios sociales experimentados por el mundo
capitalista entre las décadas del ’50 y del ’60, y por el avance de los
movimientos de liberación nacional y las organizaciones socialistas. El mundo
parecía estar virando hacia la izquierda y la Iglesia estaba quedando
retrasada, experimentando tanto una sangría de fieles como una pérdida de
credibilidad y de influencia. En América Latina, el influjo de la Revolución
Cubana (1959) y el consiguiente auge de los movimientos revolucionarios,
pusieron en discusión el statu quo,
del cual la Iglesia era garante privilegiado. Frente a esta situación, una
parte de la jerarquía eclesiástica asumió que eran necesarias reformas, so pena
de perder su influencia social. La década del ’60 fue, entonces, la década del
reformismo al interior de la
Iglesia , encarnado sobre todo en el Concilio Vaticano II
(1962-65), en el que jugó un papel clave el papa Pablo VI (1897-1978; papa
entre 1963 y 1968). En el contexto latinoamericano, el reformismo tuvo su
expresión en los documentos de la Conferencia Episcopal
Latinoamericana (1968, Medellín).
Por otra parte, la radicalización de la Iglesia , en el caso
argentino, tiene que enmarcarse en un proceso más general dado por el paulatino
acercamiento de las clases medias al peronismo. El golpe de 1955 derrocó a
Perón e instauró un régimen político en el que el peronismo estaba proscripto,
impidiéndosele su misma existencia como partido político. Esta situación de
proscripción no fue levantada por los sucesivos gobiernos civiles que
sucedieron a la autodenominada “Revolución Libertadora”, quienes
sistemáticamente organizaron elecciones en las que la mayoría de la población
quedaba excluida de votar a sus candidatos. La proscripción del peronismo en el
período 1955-73 generó una situación cada vez más explosiva, puesto que
limitaba enormemente la legitimidad del sistema político y, a la vez, empujaba
al peronismo hacia una radicalización potencialmente muy peligrosa, dado que
continuaba siendo la fuerza hegemónica en el movimiento obrero organizado. En
este sentido, la dictadura instaurada por el general Juan Carlos Onganía
(1914-1995) en 1966, al suprimir todos los partidos y organizaciones políticas,
llevó al paroxismo los efectos de la proscripción del peronismo, dejando a los
sectores populares sólo la insurrección y la lucha armada como únicas
herramientas posibles de lucha política (al obturar todos los otros canales de
participación política). Hay que tener en cuenta que este proceso de
acercamiento al peronismo fue acelerado, también, por el impacto del programa
económico del ministro de Onganía, Adalbert Krieger Vasena (1920-2000), quien
impulsó una reestructuración de la economía argentina en beneficio de los
sectores del capital transnacional. Esta política, llevada adelante entre 1967
y 1969, contribuyó, independientemente de sus logros en términos de indicadores
macroeconómicos, a aumentar el aislamiento de la dictadura, pues afectó a los
sectores de las clases medias, a la burguesía agraria, a los pequeños y
medianos industriales. En este contexto, el peronismo proscripto comenzó a
aparecer cada vez más como la alternativa nacional frente al programa
“entreguista” de la dictadura. Perón vio aumentada su influencia política.
El Cordobazo
(mayo de 1969) marcó el comienzo del fin para Onganía y abrió un período
marcado por el auge de los movimientos populares y por surgimiento de una
corriente clasista en el movimiento obrero y por la aparición y desarrollo de
las organizaciones guerrilleras. El general Alejandro Agustín Lanusse
(1918-1996) asumió la presidencia en 1971 e inició una política dirigida a
legalizar la actividad política para neutralizar a los grupos revolucionarios.
En este punto, se planteó nuevamente la cuestión de la proscripción del peronismo.
Lanusse, a pesar de su visceral antiperonismo, comprendió que era imposible
seguir manteniendo dicha proscripción, bajo el riesgo de que la crisis política
terminara en una situación revolucionaria que pusiera en riesgo al mismo
sistema capitalista. De ahí que comenzara una larga negociación con Perón,
tendiente tanto a la inclusión del movimiento peronista en el sistema político
como al establecimiento de límites para un peronismo gobernante. Perón manejó
con maestría la negociación, utilizando a las organizaciones armadas peronistas
como elemento de presión en la negociación. En noviembre de 1972 Perón viajó a la Argentina , acompañado
por dirigentes políticos, sindicales y económicos, y por figuras de la cultura,
con el objetivo de mostrarle a Lanusse que estaba en condiciones de regresar al
país y asumir las riendas del gobierno.
En este marco tiene que ser analizada el reportaje a
Carlos Mugica. Hay que tener presente que Mugica expresaba en su acción la
confluencia de las dos tendencias mencionadas arriba. Proveniente de una
familia acomodada y de actitud vagamente antiperonista en la primera mitad de
los ’50, Mugica, a partir de su acción en la villa miseria de Retiro, se fue
acercando tanto a los pobres como al peronismo. En su concepción, marcada por
el compromiso hacia los que menos tienen (tal como era concebido por el
radicalismo eclesiástico de la década del ’60), el peronismo aparecía como la
expresión política de los sectores populares, y por lo tanto debía ser
acompañada si se quería continuar junto a los pobres. Así, en un pasaje del
reportaje, Mugica dice:
“Nosotros hemos estado presentes [En
el avión que trajo de regreso a Perón] no porque seamos peronistas, sino porque
somos sacerdotes, porque entendemos perfectamente que como sacerdotes, siempre
los pobres deben encontrar en nosotros una solidaridad definitiva.”
En otras palabras, Mugica apoya al peronismo porque lo
identifica con los pobres. En su concepción, la Iglesia argentina había
cometido el error de apoyar el derrocamiento de Perón en 1955, alejándose de
los pobres. Mediante su compromiso procuraba, por tanto, reparar ese error
histórico. Adhiriendo a las concepciones del MSTM, Mugica afirma que sólo
mediante la cercanía a los pobres es posible cumplir el mandato evangélico:
“Jesucristo nuestro señor fue pobre y
vivió siempre junto a los pobres, aunque luchó por la liberación de todos, pero
desde los pobres; y pienso que la perspectiva de un sacerdote —hoy— debe ser
desde los pobres. A partir de los pobres debe amar a todos.”
Esta posición abría un abismo entre Mugica (y los
sacerdotes del MSTM) y la jerarquía eclesiástica. El compromiso con los pobres
acercó a Mugica a los jóvenes que comenzaban a buscar respuestas por fuera de
las formas de acción política tradicionales, y que planteaban la necesidad de
la lucha armada a partir del ejemplo de la Revolución Cubana
y la clausura de todos los canales de participación por la dictadura de
Onganía. Aunque Mugica no militó en Montoneros ni en ninguna de las
organizaciones armadas peronistas, su influencia fue fuerte en las mismas, al
resaltar la necesidad del compromiso con los sectores populares y los
desposeídos.
Mugica, quien como él mismo expresó, no era peronista,
estaba profundamente convencido a finales de 1972 de que Perón debía ser
presidente, porque esta era la voluntad de los sectores populares:
“Pienso que el regreso del general
Perón puede ser prenda de paz porque el justicialismo y el peronismo son ansia
profunda de justicia; y lo que más me impresionó, no sólo en el avión sino
también en los hermanos de la villa, es que en este momento no hay el menor
ánimo de revancha. (…) Me preguntaban si yo sabia cuánto tiempo se iba a quedar
Perón. La gente quiere que se quede... la gente quiere que Perón sea
presidente.”
En este pasaje queda claro la enorme influencia alcanza
por Perón. Hay que recordar que el peronismo había sido un movimiento
proscripto desde 1955 y que a principios de la década del ’60 su influencia
había quedado reducida al movimiento obrero. En cambio, a finales de 1972 la
mayoría de la sociedad argentina apoyaba el retorno de Perón a la presidencia,
ya sea porque pensaban que encarnaba el proyecto revolucionaria y
transformador, ya sea porque lo consideraban la expresión del nacionalismo, ya
fuera porque creían que se trataba de la única garantía de orden en el contexto
del crecimiento de las organizaciones revolucionarias. Esta transformación sólo
puede entenderse como consecuencia de los efectos no queridos de la
proscripción del peronismo, y como el efecto de las políticas económicas de
Onganía y la habilidad táctica de Perón en la negociación con Lanusse. Sin
embargo, y esto se vio claramente a partir de la asunción de Perón como
presidente en 1973, este consenso en torno a su figura era sumamente débil y
estaba limitado a las peculiares condiciones del período 1966-73.
La “esperanza” en Perón, a la que alude Mugica en el
reportaje, terminó por eclipsarse lentamente a medida que Perón arremetía
contra la izquierda de su movimiento, y la política económica de José Ber Gelbard
(1917-1977) demostraba impotencia para hacer frente a la crisis internacional.
En definitiva, la ilusiones de un retorno a la época dorada de 1946 se dieron
de bruces contra una realidad muy diferente.
Villa del Parque, sábado 26 de julio
de 2014
Fuente consultada:
Mugica, Carlos. (1972). “Fui porque soy cura”. Reportaje
concedido a la revista Extra. Disponible en: www.magicasruinas.com.ar/revdesto053.htm
Bibliografía consultada:
Bresci, Domingo, comp. (1994). Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Buenos Aires: Centro
de Estudios San Juan Bosco, Centro Nazaret y CEHILA.
Cavarozzi, Marcelo. (1984). Democracia y autoritarismo: 1955-1983. Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina.
Dri, Rubén. (1987). La Iglesia que nace del pueblo. Buenos Aires:
Nueva América.
Lanusse, Alejandro. (1977). Mi testimonio. Buenos Aires: Lasserre Editores.
Lanusse, Lucas. (2006). Montoneros: El mito de sus doce fundadores. Buenos Aires: Vergara.
O’Donnell, Guillermo. (1982). 1966-1973. El estado burocrático autoritario. Buenos Aires:
Editorial de Belgrano.
Pontoriero, Gustavo. (1991). Sacerdotes para el Tercer Mundo. Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina.
Seisdedos, Gabriel. (1999). Hasta los oídos de Dios. La historia de los sacerdotes para el Tercer
Mundo. Buenos Aires: San Pablo.
NOTAS:
No hay comentarios:
Publicar un comentario