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martes, 4 de junio de 2013

LOCKE, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL TRABAJO EN LOS ORÍGENES DEL LIBERALISMO





“…oro y plata pueden ser acumulados sin causar daño a nadie.”

John Locke (1632-1704)

Nota bibliográfica:

Para la redacción de estas notas se ha utilizado la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, John. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. Salvo indicación en contrario, todas las citas corresponden a esta traducción.


Síntesis:
John Locke (1632-1704) es uno de los fundadores del liberalismo político. Su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690) es, a la vez, una justificación de la Revolución “Gloriosa” de 1688 y una defensa de los principios fundamentales del liberalismo. El capítulo 5 de la obra, dedicado a la propiedad, constituye una pieza central en el armado de la concepción política del liberalismo, al considerar a la propiedad como un derecho natural, anterior a la sociedad política. Para justificar la existencia de la propiedad, sostiene que la misma tiene origen en el trabajo. Como el trabajo es imprescindible para la existencia humana, la propiedad es natural a la existencia de los individuos mismos. Además, Locke procura explicar la existencia de riqueza en manos de algunos individuos, recurriendo para ello a la asignación convencional de un valor a los metales preciosos. De ese modo, quienes posean a aquellos pueden adquirir cosas en una cantidad mayor de la que precisan para vivir.

El trabajo como origen y fuente de la propiedad privada:

En los párrafos siguientes se hará una somera exposición del argumento de Locke.

En el origen, la propiedad común:

“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas. La tierra y todo lo que hay en ella le fueron dados al hombre para soporte y comodidad de su existencia. (…) todos los frutos que la tierra produce naturalmente, así como las bestias que de ellos se alimentan, pertenecen a la humanidad comunitariamente, al ser productos espontáneos de la naturaleza”. (p. 56).

La propiedad común es, sin embargo, una propiedad abstracta, pues la naturaleza no se deja apropiar sin ejercer alguna acción sobre ella. En otras palabras, los frutos que la tierra produce naturalmente y los animales que se alimentan de ellos sólo pueden ser apropiados por los seres humanos si interviene una actividad que opera como mediadora entre ellos y la naturaleza. Locke plantea la cuestión así:

“Aunque nadie tiene originalmente un exclusivo dominio privado sobre ninguna de estas cosas [los frutos y los animales] tal y como son dadas en el estado natural, ocurre, sin embargo, que, como dichos bienes están ahí para uso de los hombres, tiene que haber necesariamente algún medio de apropiárselos antes de que puedan ser utilizados de algún modo o resulten beneficiosos para algún hombre en particular. El fruto o la carne de venado que alimentan al indio salvaje, el cual no ha oído hablar de cotos de caza y es todavía un usuario de la tierra en común con los demás, tienen que ser suyos; y tan suyos, es decir, tan parte de sí mismo, que ningún otro podrá tener derecho a ellos antes de que su propietario haya derivado de ellos algún beneficio que dé sustento a su vida.” (p. 56).

La actividad que vuelve concreta a la propiedad común, y la convierte al mismo tiempo en propiedad privada, es el trabajo. El párrafo claro es el siguiente:

“Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo. El trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos podemos decir que son suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres.” (p. 56-57).

Sin la intervención del trabajo, así más no sea éste el ejercicio de la fuerza necesaria para arrancar una manzana del árbol, es imposible obtener nada de la naturaleza, por más que ella haya sido otorgada en propiedad común a los hombres. Como las personas requieren de la naturaleza para satisfacer sus necesidades, el trabajo es condición ineludible de la existencia humana. En este punto, cobra fuerza el argumento lockeano, pues al sostener que la propiedad privada tiene su origen en el trabajo, se concluye que la propiedad también es una condición permanente de la existencia humana.

El trabajo es el creador de la propiedad. Por tanto, el trabajador es el primer propietario privado de la historia:

“El trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado que ningún hombre, excepto él, tenga derecho a lo que ha sido añadido a la cosa en cuestión, al menos cuando queden todavía suficientes bienes comunes para los demás.” (p. 57).

Locke introduce una restricción para la propiedad surgida del trabajo. El trabajador sólo puede apropiarse aquello que efectivamente pueda consumir. Si excede dicho límite, desperdicia los frutos de la tierra, pues éstos se echan a perder, y perjudica así a sus congéneres, que no pueden disfrutarlos.

“La misma ley de la naturaleza que mediante este procedimiento nos da la propiedad, también pone límites a esa propiedad. (…) Todo lo que uno pueda usar para ventaja de su vida antes de que se eche a perder será aquello de lo que esté permitido apropiarse mediantes su trabajo. Mas todo aquello que excede lo utilizable será de otros. Dios no creó ninguna cosa para que el hombre la dejara echarse a perder o para destruirla.” (p. 59).

La propiedad de la tierra se adquiere también por medio del trabajo.

“Toda porción de tierra que un hombre labre, plante, mejore, cultive y haga que produzca frutos para su uso será propiedad suya. (…) Este derecho suyo no quedará invalidado diciendo que todos los demás tienen también un derecho igual a la tierra en cuestión y que, por lo tanto, él no puede apropiársela, no puede cercarla sin el consentimiento de todos los demás comuneros, es decir, del resto de la humanidad. Dios, cuando dio el mundo comunitariamente a todo el género humano, también le dio al hombre el mandato de trabajar; y la penuria de su condición requería esto de él. Dios, y su propia razón, ordenaron al hombre que sometiera la tierra, esto es, que la mejorara para beneficio de su vida, agregándole algo que fuese suyo, es decir, su trabajo. Por lo tanto, aquel que obedeciendo el mandato de Dios sometió, labró y sembró una parcela de la tierra añadió a ella algo que era de su propiedad y a lo que ningún otro tenía derecho ni podía arrebatar sin cometer injuria.” (p. 60).

Locke responde así a una cuestión de política práctica: durante la Revolución Inglesa de la década de 1640, los diggers defendieron la propiedad común de la tierra y fueron duramente reprimidos. La Revolución Gloriosa consolidó el poder político de la burguesía, y la base de este poder era la propiedad privada, siendo la propiedad de la tierra el núcleo de toda propiedad. Es por ello que Locke dedica tanta atención al problema de justificar la propiedad privada de la tierra. En un país en el que abundaba la gran propiedad en manos de parásitos (me refiero aquí a los lores), es irónico que Locke afirme que la apropiación privada de la tierra tiene origen en el trabajo del productor directo. Pero el argumento tiene sentido si se tiene presente que, al principio del libro que estamos analizando, había postulado la propiedad en común de la tierra y de los frutos y animales que ella produce. Era preciso encontrar un medio para justificar la apropiación privada de aquello que era originalmente de propiedad común, y ese medio es el trabajo. Ahora bien, también la propiedad privada de la tierra está sometida a la condición que rige para sus frutos y para los animales que se nutren de éstos: nadie puede apropiarse de más tierra de la que precisa para satisfacer sus necesidades.

“Esta apropiación de alguna parcela de tierra, lograda mediante el trabajo empleado en mejorarla, no implicó prejuicio alguno contra los demás hombres. Pues todavía quedaban muchas y buenas tierras, en cantidad mayor de la que los que aún no poseían terrenos podían usar. De manera que, efectivamente, el que se apropiaba una parcela de tierra no les estaba dejando menos a los otros; pues quien deja al otro tanto como a éste le es posible usar, es lo mismo que si no le estuviera quitando nada en absoluto.” (p. 61).

O sea, la propiedad privada de la tierra es aceptada en la medida en que no afecta la posibilidad del prójimo de hacerse también de tierra en propiedad. Y todo esto es legitimado por el trabajo sobre la tierra, que crea la propiedad para el trabajador. El problema, y Locke lo abordará más adelante, consiste en explicar: a) cómo surgió la propiedad privada de los terratenientes ingleses, que poseen muchas más tierras que las que pueden adquirir mediante su trabajo; b) cómo se justifica la apropiación privada de todas las tierras en Gran Bretaña, pues la misma deja afuera de la propiedad a muchos nativos de las islas británicas.

Pero el trabajo no sólo es creador de propiedad privada. También es creador del valor. Mucho antes que los fisiócratas y que Adam Smith, Locke afirma el hecho fundamental de la ciencia económica: 

“Es el trabajo lo que introduce la diferencia de valor en todas las cosas. Que cada uno considere la diferencia que hay entre un acre de tierra en el que se ha plantado tabaco o azúcar, trigo o cebada y otro acre de esa misma tierra dejado como terreno comunal, sin labranza alguna; veremos, entonces, que la mejora introducida por el trabajo es lo que añade a la tierra cultivada la mayor parte de su valor.” (p. 67).

Locke aplica esta noción a la tierra misma:

“Es (…) el trabajo lo que pone en la tierra la gran parte de su valor; sin trabajo, la tierra apenas vale nada. Y es también al trabajo a lo que debemos la mayor parte de los productos de la tierra que nos son útiles. Pues lo que hace que la paja, el grano y el pan producidos por aquel acre de trigo [se refiere a un acre de trigo cultivado en Inglaterra, en contraposición a un mismo acre en territorio indígena en América] sean más valiosos que lo que pueda producir naturalmente un acre de tierra sin cultivar es enteramente un efecto del trabajo.” (p. 69).

Es el trabajo y no la tierra la que genera valor. Esto es así porque el trabajo constituye el mediador eterno entre nosotros y la naturaleza. Locke rompe así con el pensamiento feudal, que consideraba a la tierra como lo más valioso. 

Además de tomar nota de la centralidad del trabajo en la generación del valor, Locke también percibe la importancia de la división del trabajo. El párrafo que sigue puede considerarse como clásico:

“Porque no son sólo el esfuerzo de quien empuñó el arado, ni el trabajo de quien trilló y cosechó el trigo, ni el sudor del panadero las únicas cosas que hemos de tener en cuenta al valorar el pan que nos comemos, sino que también debemos incluir el trabajo de quienes domesticaron a los bueyes que sacaron y transportaron el hierro y las piedras; el de quienes fabricaron la reja del arado y dieron forma a la rueda del molino y el de quienes construyeron el horno o cualquiera de los utensilios, que son numerosísimos, empleados desde el momento en que fue sembrada la semilla hasta que el pan fue hecho. Todo debe añadirse a la cuenta del trabajo y ha de considerarse como efecto suyo.” (p. 69-70).

La valoración positiva del trabajo se contrapone al desdén de la concepción clásica (por ejemplo, Platón) hacia el mismo. Locke realiza en el plano de la filosofía política una ruptura semejante a la llevada a cabo por la física de los siglos XVI y XVII. La relevancia que le atribuye al trabajo es análoga al papel que juega el experimento en la nueva física. 

Menciona al pasar algunas consecuencias del papel que atribuye al trabajo en la sociedad moderna.

En primer lugar, la razón es concebida en términos instrumentales: 

“Dios, que ha dado en común el mundo a los hombres, también les ha dado la razón, a fin de que hagan uso de ella para conseguir mayor beneficio de la vida, y mayores ventajas.” (p. 56).

En segundo lugar, el hombre pasa a ser el homo oeconomicus, concentrado en adquirir una propiedad y en maximizar sus ganancias.

“Dios (…) ha dado el mundo para que el hombre trabajador y racional lo use; y es el trabajo lo que da derecho a la propiedad, y no los delirios y la avaricia de los revoltosos y los pendencieros.” (p. 61).

En tercer lugar, el Estado debe dedicarse al crecimiento de la riqueza, mediante el desarrollo de la capacidad productiva del trabajo:

“[Es] preferible tener muchos hombres a tener vastos dominios; el aumento de tierras y el derecho de emplearlas es el gran arte del príncipe; (…) un príncipe que sea prudente y que, mediante leyes que garanticen la libertad, proteja el trabajo honesto de la humanidad y dé a los súbditos incentivo para ello, oponiéndose al poder opresivo y a las limitaciones de partido, pronto se convertirá en alguien demasiado fuerte como para que sus vecinos puedan competir con él.” (p. 69).

Pero Locke no se limita a sostener que el trabajo genera la propiedad privada. Si sólo hiciera esto, su defensa del orden burgués quedaría trunca, pues el desarrollo de la economía mercantil implica la acumulación diferencial de riqueza o, dicho en otros términos, la diferencia creciente de riqueza entre las distintas clases sociales. En este caso, su problema consiste en encontrar un elemento, diferente del trabajo, que permita acumular tierra y otras cosas en grandes cantidades, independizándose así de los límites de la acumulación por el propio trabajo.

El dinero es la respuesta propuesta por Locke a la acumulación desigual de riqueza en la sociedad.

“El oro, la plata y los diamantes son cosas que han recibido su valor del mero capricho o de un acuerdo mutuo; pero son de menos utilidad para las verdaderas necesidades de la vida. (…) de estos objetos durables [los metales preciosos] podía acumular tantos como quisiese, pues lo que rebasaba los límites de su justa propiedad no consistía en la cantidad de cosas poseídas, sino en dejar que se echaran a perder, sin usarlas, las que estaban en su poder. (…) Así fue como se introdujo el uso del dinero: una cosa que los hombres podían conservar sin que se pudriera, y que, por mutuo consentimiento, podían cambiar por productos verdaderamente útiles para la vida, pero de naturaleza corruptible. (…) Y así como los diferentes grados de laboriosidad permitían que los hombres adquiriesen posesiones en proporciones diferentes, así también la invención del dinero les dio la oportunidad de seguir conservando dichas posesiones y de aumentarlas.” (p. 72-73).

El trabajo es el creador de propiedad privada, pero pone severas limitaciones a la misma. No se puede apropiar aquello que no puede ser consumido por el apropiador. Está claro que la burguesía no puede surgir de este modo. Locke introduce pues la cuestión de los metales preciosos, cuyo valor es establecido por convención y que, justamente por ser “inútiles” para el sostenimiento de la propia existencia, pueden ser acumulados sin perjudicar la propiedad comunal de los demás. Pero nos pide, a la vez, que aceptemos que esos bienes especiales sirven para acumular bienes perecederos y tierras. En otras palabras, es la propia voluntad de las personas la que crea tanto la riqueza como la riqueza.

“Ahora bien, como el oro y la plata, al ser poco útiles para la vida de un hombre en comparación con la utilidad del alimento, del vestido y de los medios de transporte, adquieren su valor, únicamente, por el consentimiento de los hombres, siendo el trabajo lo que, en gran parte, constituye la medida de dicho valor, es claro que los hombres han acordado que la posesión de la tierra sea desproporcionada y desigual. Pues mediante tácito y voluntario consentimiento, han descubierto el modo en que un hombre puede poseer más tierra de la que es capaz de usar, recibiendo oro y plata a cambio de la tierra sobrante; oro y plata pueden ser acumulados sin causar daño a nadie (…) Esta distribución desigual de las cosas según la cual las posesiones privadas son desiguales ha sido posible al margen de las reglas de la sociedad y sin contrato alguno; y ello se ha logrado, simplemente, asignando un valor al oro y a la plata, y acordando tácitamente la puesta en uso del dinero”. (p. 74).

La propiedad privada y su distribución desigual se originan en el estado de naturaleza. Son anteriores a la sociedad y al Estado. Ningún elemento de violencia entra en constitución. En este sentido, Locke formula la versión burguesa del origen del capital. Mucho tiempo después, en 1867, Marx sometería a una crítica implacable a dicha versión en El Capital.

Villa del Parque, martes 4 de junio de 2013
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente analisis! ha sido de gran ayuda. Saludos

Ariel Mayo (1970) dijo...

Ezequiel, muchas gracias por el comentario. Saludos