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miércoles, 24 de marzo de 2021

LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA EN VÍSPERAS DE LA INDEPENDENCIA: APUNTES SOBRE UN LIBRO DE ZANATTA

Potosí (actual Bolivia) y sus iglesias

 

Con esta ficha inauguramos una serie dedicada a obras de historia en general, e historia latinoamericana en particular. Se trata de proporcionar materiales que resulten útiles para los estudiantes de ciencias sociales.

El primer texto de la serie es el capítulo 1 de la obra Historia de América Latina: De la Colonia al siglo XXI, del historiador italiano Loris Zanatta (n. 1943), especialista en América Latina y en el peronismo. Zanatta es profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bologna (Italia).

Para la elaboración de la ficha utilicé la siguiente edición:  Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI. 288 p. (Biblioteca Básica de Historia). Traducción de Alfredo Grieco y Bavio y Guillermo David. Todas las citas textuales pertenecen a esta edición. Por último, mis comentarios personales van entre corchetes.


CAP. 1: EL PATRIMONIO ESPIRITUAL DE LA COLONIA (pp. 17-33)

América Latina “fue Europa” entre la primera mitad del s. XVI e inicios del s. XIX (p. 17). Pero hay que tener en cuenta que los casos de la América hispana (la más extensa, rica y poblada) y la América portuguesa (poco habitada y hasta el s. XVIII concentrada sobre las costas) son distintos. [En este primer capítulo el profesor Zanatta no hace ninguna referencia directa a las colonias portuguesas.]

El autor postula la centralidad del patrimonio espiritual, “sin el cual la historia de los períodos siguientes perdería sus coordenadas” (p. 18).

[Zanatta obra aquí de manera arbitraria y no fundamenta su elección. ¿Por qué no comenzar, por ejemplo, por el patrimonio “material”? Que el autor tenga una concepción idealista de la historia, según la cual las ideas pesan más que las formas de vivir, no tiene nada de malo en sí mismo. La ciencia se construye en torno al debate. Lo malo consiste en que no fundamenta su punto de partida.]

A partir de esa afirmación, en este período surgió en América una nueva cultura, que compartió “riesgos y destinos” de la civilización hispánica. [1] Su elemento unitario y principio inspirador y fue la catolicidad; en ese elemento la sociedad colonial encontraba su misión política.

El Imperio español bajo las Habsburgo (1535-1707):

Combinaba un principio de unidad y un principio de fragmentación. Se trató de un régimen pactista, mediante el cual gobernó las relaciones entre el soberano y sus reinos. El pacto fundaba la unidad imperial en el propósito de expandir la Cristiandad. Su unidad política y espiritual era garantizada por el rey, titular y de la ley y protector de la Iglesia. Los súbditos reconocían la soberanía del rey: a cambio, se les concedía una amplia autonomía, cuya expresión era la fórmula popular “la ley se acata pero no se cumple”. La ley del rey era reconocida, pero en la práctica el gobierno se fundaba sobre los usos, las costumbres y los poderes de las elites locales. Se daba así la unidad en torno al rey y a la pertenencia a la misma civilización; se daba así la fragmentación en torno a las elites locales. (p. 20).

La organización social de las colonias americanas:

El profesor Zanatta indica que “no existe un único modelo social válido para todos y cada uno de los tantos territorios gobernados por las Coronas ibéricas.” (p. 20). [Esta diversidad es el problema principal que afronta el historiador de América Latina.]

En consecuencia, sólo es posible formular algunas consideraciones generales:

a) Orden corporativo: la sociedad estaba organizada en torno a corporaciones. Esto significaba que,

“los derechos y los deberes de cada individuo no eran iguales a los de cualquier otro, sino que dependían de los derechos y deberes del cuerpo social al que pertenecía.” (p. 20) [2]

Desde el vértice hasta la base, cada grupo tenía sus propios fueros, sus privilegios y sus obligaciones. El vértice superior de la sociedad colonial estaba constituido por la población blanca de origen europeo, cuyos integrantes controlaban la política, la economía, la justicia, las armas y la religión. En un primer momento fueron los encomenderos, que luego se transformaron en grandes terratenientes. Posteriormente, las sucesivas olas migratorias desde la metrópoli hicieron más heterogéneo a este grupo; se sumaron artesanos, funcionarios, profesionales, comerciantes. Cada uno de ellos se hallaba organizado en un estado (corporación), con sus correspondientes derechos y deberes. Los criollos, por su parte, estaban privados del acceso a los cargos civiles, militares y eclesiásticos más importantes. Los pueblos originarios, por su parte, conservaron sus formas de gobierno y sus divisiones sociales. Los negros (3 millones y medio de africanos fueron llevados como esclavos a América durante el período colonial) trabajaban en las plantaciones, en el servicio doméstico, o eran intermediarios entre los blancos y los indios. Además, había un creciente mestizaje.

b) Sociedad orgánica:

Las colonias americanas compartían esta característica con todas las sociedades occidentales de la época). Esta forma de sociedad poseía dos rasgos fundamentales: 1) era una sociedad “sin individuos”, es decir, “los individuos se veían sometidos al organismo social en su conjunto” (p. 20); 2) era una sociedad “jerárquica” (los individuos – y los grupos – tenían funciones diferentes, asignadas por dios).

Zanatta señala que los más oprimidos (por ejemplo: las comunidades de los pueblos originarios) poseían amplias posibilidades de autogobierno (estos aspectos – sentido comunitario, autonomía, protección – luego fueron idealizados). Esta generó una resistencia al cambio.

c) Naturaleza segmentaria del orden corporativo: a las barreras originadas por la riqueza o el linaje se sumaban las barreras étnicas y culturales, más fuertes donde más fuerte era la población indígena. El resultado fue la generación de “compartimentos que separaban mundos extraños entre sí, aunque constreñidos a vivir en estrecha relación” (p. 22).

La organización económica del período colonial:

América Latina fue desde la conquista la periferia de un centro económico lejano. Sin embargo, no se trató de una situación estática: en el s. XVI el centro (España) era una potencia mundial; en el s. XVIII el centro (España) era la periferia de otro centro (los países pujantes del norte de Europa).

“La economía de América Latina tendió a organizarse hacia el exterior en función del comercio, tanto para obtener ingresos financieros de la exportación de materias primas como para dotarse, a través de la importación, de numerosos bienes fundamentales que el centro del imperio le proporcionaban.” (p. 25)

El profesor Zanatta sostiene que esta “vocación periférica” de la economía latinoamericana fue el principal rasgo de la herencia económica del período colonial.

Los corolarios de la condición periférica fueron: a) la debilidad intrínseca del mercado interno; b) la tendencia centrífuga, pues cada región especializada en producir un bien de exportación procuraba establecer vínculos con el socio exterior más conveniente.

La herencia religiosa del período colonial:

La herencia que más pesó fue el imaginario de tipo religioso. Éste era producto de la sociedad orgánica (la cual se consideraba a sí misma como reflejo del orden divino revelado, donde no había distingo entre unidad política y unidad espiritual (ciudadano y feligrés eran lo mismo).

Los Imperios ibéricos podían ser definidos como regímenes de Cristiandad, es decir,

“lugares donde el orden político se asentaba sobre la correspondencia de las leyes temporales con la ley de Dios y donde el trono (el Soberano) estaba unido al altar (la Iglesia).” (p. 27) [3]

A todo ello hay que agregar que: a) América Latina quedó fuera de la Reforma Protestante. Por el contrario, fue la tierra de la Contrarreforma; 2) la Iglesia se convirtió en el pilar ideológico del orden político. En este sentido, el rol de la Iglesia en las colonias ibéricas no tuvo parangón. La catolicidad fue “el eje de la unidad de un territorio y una comunidad muy fragmentada en todo otro aspecto.” (28).

Lo expuesto en el párrafo anterior tuvo consecuencias perdurables para América Latina: a) el pasaje a la Modernidad política, entendida como la secularización del orden político (separación de la esfera política y la esfera religiosa), fue complejo y traumático; b) el pasaje del unanimismo al pluralismo político y económico resultó arduo. [4]

Las Reformas borbónicas:

Las reformas del siglo XVIII, impulsadas en España por los Borbones [5] y en Portugal por el marqués de Pombal [6], erosionaron el pacto colonial. Detrás de los objetivos declarados de las reformas, lo concreto es que se acentuó la brecha entre la metrópoli y las colonias.

El propósito de las reformas

“era encaminar un proceso de modernización de los imperios y la centralización de la autoridad a través del cual la Corona pudiera administrarlas mejor [a las colonias], gobernarlas de manera más directa y extraer recursos de modo más eficiente.” (p. 30)

El rey de España Carlos III se proponía el cobro el cobro efectivo de más impuestos en las posesiones americanas, para abastecer la creciente demanda de la Corona y asegurar la defensa de las colonias.

En el esquema propuesto por las Reformas, la metrópoli producía manufacturas, en tanto que las colonias suministraban materias primas. Con las medidas reformistas se procuraba detener la decadencia de los imperios ibéricos y enfrentar a las nuevas potencias mundiales (Gran Bretaña).

Hubo reformas fiscales, cuyo resultado fue la triplicación de los ingresos de las arcas reales; administrativas, como la creación de los virreinatos de Nueva Granada y Buenos Aires, y la implementación del sistema de intendencias; militares, entre las que destacó la americanización del ejército colonial, dirigido por oficiales peninsulares; religiosas, cuyo objetivo era el debilitamiento del poder de las órdenes (por ejemplo, la expulsión de los jesuitas en 1776). Se expropiaron bienes de las órdenes y se fortaleció al clero secular, sobre el que ejercía jurisdicción el rey mediante la aplicación del Real Patronato. [7]

Las reformas tuvieron las siguientes consecuencias en América Latina: 1) la percepción en las colonias de que el vínculo con la Madre Patria había cambiado. Si hasta ese momento todas las partes del Imperio eran consideradas iguales, ahora existía una jerarquía en la que la metrópoli ejercía la primacía sobre las colonias; 2) la obediencia al rey fue reemplazada por la obediencia a España y Portugal (que pasaban a ser modernos Estados-nación); 3) las elites criollas se sintieron traicionadas, pues perdieron autonomía política y pasaron a estar sometidas a las necesidades económicas de la metrópoli; 4) el surgimiento del sentimiento patriótico en las colonias a fines del s. XVIII. Los viejos centros coloniales perdieron peso frente a ciudades como Caracas y Buenos Aires, donde la influencia hispánica era menor y mayor el peso del comercio inglés.

 

Villa del Parque, miércoles 24 de marzo de 2021


NOTAS:

[1] El autor define civilización del siguiente modo: “un complejo conjunto de instrumentos materiales y valores espirituales, de instituciones y costumbres capaces de plasmar tanto la organización social y política como el universo espiritual y moral de los pueblos que pertenecen a ella.”

[2] En otras palabras, existían derechos (y obligaciones) de los grupos (corporaciones), pero no existían los derechos humanos, entendidos como derechos de los individuos sin importar su grupo social, raza, religión, género, etc.

[4] La Corona española ejercía el Real Patronato. Se trataba de un privilegio concedido por el Papa que daba amplias facultades en el gobierno de la Iglesia e incluso en el nombramiento de los obispos. Reforzó la trama que unía religión y política.

[4] El profesor Zanatta remarca la persistencia del “mito originario de la unidad política y espiritual” (p. 29). El unanimismo designa la pretensión a la unanimidad, a que un solo criterio rija el gobierno y el pensamiento de un país.

[5] La Casa de Borbón, de larga historia en Francia, llegó al trono de España con Felipe V (1683-1746), cuyo reinado se extendió de 1700 a 1746. La política de reformas (conocidas como las reformas borbónicas) se extendió durante los reinados de Fernando VI, cuyo reinado abarcó de 1746 a 1759, y Carlos III, que reinó entre 1758 y 1788.

[6] El marqués de Pombal (1699-1782) fue un estadista portugués que se desempeñó como primer ministro del rey José I (1750-1777).

[7] Zanatta sostiene que las medidas reformistas en el plano religioso terminaron por provocar el establecimiento de una alianza contra la Corona entre el bajo clero y vastos sectores populares.

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