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jueves, 14 de octubre de 2010

LA HISTORIA DE LOS MINEROS BUENOS, O ELOGIO DE LA ESTUPIDEZ

Había una vez unos mineros buenos que trabajaban en un país muy lejano en el que algunos empresarios eran malos y donde los príncipes, perdón, quise decir los presidentes, se preocupaban por la felicidad de sus súbditos, perdón otra vez, quise decir ciudadanos. Un día, en ese lejano país, los mineros bajaron a la mina y quedaron encerrados porque una gran piedra , empujada por un malvado empresario, les tapó la salida. Sumidos en la oscuridad, prisioneros de las profundidades, sin poder usar internet ni un miserable escarbadientes, los mineros comenzaron a encomendar sus almas al buen dios. Pero, en la superficie, un príncipe sonriente y un montón de personas buenas se preocupaban por rescatarlos. Todos los canales de televisión del reino, que siempre estaban al lado de los desvalidos, se trasladaron hasta la mina para reconfortarlos con su afecto. Durante muchos días todo el reino estuvo pendiente de los mineros buenos. Una mañana jubilosa sonaron campanas y trompetas y los mineros empezaron a salir de la mina. El príncipe, que había dejado todo para acompañarlos, los abrazó, sonrió y hasta lloró de alegría. Los periodistas, producidos e inmaculados, dieron gala de su proverbial inteligencia en sesudos comentarios sobre las maquinarias usadas para sacar de la mina a los mineros buenos. Los mineros buenos sonreían, a veces tímidos, un poco desconcertados por el set de cine que funcionaba en la superficie. El reino se sentía unido y feliz. El bien había triunfado, los héroes estaban sanos y salvos. Y colorín colorado, esta historia ha terminado...
Amanece. Otro día más en las minas de Chile, China, Rusia, etc., etc. Los mineros bajan a las minas temerosos. La competencia entre empresas y países, la debilidad de los sindicatos, la connivencia de los gobiernos de turno con los empresarios, la EXPLOTACIÓN CAPITALISTA, hacen que se descuiden las normas de seguridad. Los accidentes se multiplican. Muertos, mutilados, los mineros van quedando en el camino. Las ganancias aumentan. Ni la prensa, ni la televisión, ni los gobiernos se acuerdan de los mineros. A nadie le interesa ver el cuerpo de un minero quemado y destrozado por una explosión. Nuestra sensibilidad sólo es para las historias felices. Las historias tristes son peligrosas, pues nos recuerdan que hemos aprendido a ser indiferentes al sufrimiento humano.
Amanece. Otro día en las minas, los talleres textiles clandestinos, las obras en construcción, las petroquímicas, las acerías, los basurales de José León Suárez en los que los pibes comen de la basura. ¿Quién contará estas historias?...
Buenos Aires, viernes 14 de octubre de 2010

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