En el contexto del capitalismo "organizado" del siglo XX, el único resquicio que ha quedado para que el individuo pueda expresarse libremente es el de la literatura y las artes. Sin embargo, Marcuse demuestra que esta liberación es engañosa. En primer lugar, porque el avance del capitalismo sobre todos los demás aspectos de la vida humana, convierte a la imaginación y a la creatividad cada vez más en instrumentos del marketing y de la publicidad. En segundo lugar, porque el espacio de las artes se ha mercantilizado de forma creciente. Por último, y esto es lo más importante, la liberación que permite la creación artística sólo puede hacerse extensible a una minoría, mientras que la mayoría de las personas están condenadas a la monotonía del trabajo alienado.
En una sociedad en la que el capital transforma a la creatividad en instrumento que sirve para producir más o para vender más mercancías, el individuo se enfrenta a la disyuntiva de, o bien encontrarse "a sí mismo en el momento en que aprende a limitarse y a reconciliar la felicidad con la infelicidad: autonomía significa resignación." (p. 148), o bien volverse auténtico "en la medida en que está excluido, dedicado a las drogas, enfermo, genial." (p. 148).
La difusión del trabajo alienado basado en la propiedad privada de los medios de producción alteró de tal modo a las personas, que autonomía se ha transformado en sinónimo de locura, en tanto que el "ciudadano común define la libertad y la felicidad en los términos del gobierno y de la sociedad antes que con los suyos propios." (p. 149).
La ciencia, mucho antes que el arte, se ha incorporado al aparato productivo del capitalismo. Marcuse señala que la "civilización tecnológica" requiere de la "inteligencia científica y tecnológica en el proceso de producción material, y no cabe duda de que esta inteligencia sea creativa" (p. 154). Pero la creatividad de los científicos y de los tecnólogos, lejos de ser un camino de liberación, está subordinada a las necesidades de la reproducción ampliada del capital. Se trata, según Marcuse, de una creatividad "anómala" (p. 155), porque es perfectamente funcional a la preservación del trabajo alienado.
La educación tampoco escapa a la lógica del capitalismo desarrollado. Lejos de ser liberadora (o peligrosa para el orden existente), es una herramienta más de dominación. Así, "la educación es considerada indispensable por la ley y el orden constituidos" (p. 156). Ahora bien, si la educación pretende ser algo más que la transmisión de habilidades para venderse mejor en el mercado laboral, es preciso que esté en contradicción la estructura capitalista de la sociedad, pero ello "entraría en conflicto con los poderes privados y públicos que financian hoy la educación" (p. 157). Marcuse expresa esto con claridad: "Kant consideraba como fin de la educación que los jóvenes debían ser educados, no según la condición presente del género humano, sino según una condición futura y mejor, o sea, según la idea de humanitas. Esta meta implica una vez más la subversión de la condición humana presente." (p. 157).
Marcuse tiene bien presente que la raíz de las características que asume la "sociedad industrial avanzada" se encuentra en la organización del trabajo. Toda la estructura productiva está dedicada a la producción de plusvalor y a su apropiación por los capitalistas. No se puede modificar el carácter de la sociedad si no se transforma el contenido y los fines del proceso laboral. No hay ninguna posibilidad de vivir una vida libre en las condiciones sociales existentes.
Marcuse sostiene que es imposible la libertad de las personas en una sociedad en la que impera el trabajo alienado. Para avanzar hacia la emancipación de los seres humanos es preciso transformar radicalmente las condiciones en las que se realiza el trabajo. Así, "esta búsqueda del individuo creador en el seno de la sociedad industrial avanzada implica directamente la organización social del trabajo" (p. 149). "La autonomía [del proceso laboral frente al aparato técnico existente] presupone (...) un cambio fundamental en las relaciones de productores y consumidores con el aparato mismo. En su forma actual, éste controla al individuo al cual sirve: alienta y satisface las necesidades agresivas y conformistas que reproducen las formas de control." (p. 151).
Aunque Marcuse tiene claro que la transformación de la sociedad va de la mano con la modificación revolucionaria de la organización del trabajo, no muestra la misma claridad cuando tiene que exponer los caminos para realizar esa transformación. Es por eso que se vuelve imprescindible detenerse en este punto.
Para empezar, podemos decir qué cosa no es la transformación radical del proceso de producción. Marcuse descarta tres posibilidades:
a) La reintroducción de modos de trabajo cercanos al artesanado y a las actividades manuales, más la reducción del aparato mecánico. (p. 150). En este punto hace dos consideraciones. Primero, la producción en una sociedad industrial avanzada supone tanto la estandarización como la mecanización. Segundo. Más allá del sendero capitalista que ha tomado la mecanización, es oportuno recordar que la liberación de los individuos del trabajo físico es un logro de la humanidad, en tanto permite avanzar en la eliminación de la división entre trabajo intelectual y trabajo manual. Marcuse escribe que "eliminar la necesidad de la fuerza-trabajo individual sería el triunfo más grande para la industria y la técnica" (p. 150). De modo que un retorno a formas artesanales de producción no sólo es inviable desde el punto de vista de la tecnología productiva moderna, sino que también sería una regresión en términos del desarrollo humano. Una transformación radical del proceso de trabajo tiene, pues, que mirar hacia el futuro con los instrumentos del presente, y no regodearse en la contemplación de un pretendido pasado idílico.
En la nota siguiente concluiremos estos comentarios analizando las otras dos vías de transformación que son rechazadas por Marcuse.
Buenos Aires, domingo 10 de octubre de 2010
NOTAS:
El título original en inglés es "The Individual in the Great Society". Se publicó por primera vez en ALTERNATIVES, nº 1, (1966), issue 1: 14-16, 20 and issue 2: 29-35.
Para elaborar este comentario se ha utilizado la traducción española preparada por Ítalo Manzi, "El individuo en la «Gran Sociedad»", incluida en Marcuse, Herbert. (1970). La sociedad opresora. Caracas: Tiempo Nuevo. (pp. 133-162).
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