En los análisis
políticos del trotskismo argentino juega un papel central la noción de crisis
política, que suele ser equiparada al agotamiento del capitalismo y su
imposibilidad por ofrecer concesiones a los trabajadores y demás sectores
populares. La crítica a fondo de esta posición requiere un trabajo extenso, que
no estamos en condiciones de realizar en este momento. Sin embargo, y dada la
urgencia política de la cuestión (formular un diagnóstico equivocado implica
elaborar una línea política errada), es conveniente desarrollar las
consecuencias que tiene la mencionada noción en la caracterización del papel
del Estado en la coyuntura actual.
Los recientes sucesos
de Tucumán ofrecen la oportunidad de realizar el análisis mencionado en el
párrafo anterior. Como es sabido, las elecciones celebradas en esa provincia el
pasado 23 de agosto (que dieron el triunfo al candidato kirchnerista a la gobernación
de la provincia, Manzur) estuvieron teñidas por denuncias de fraude y diversos
hechos violentos (varios militantes del Partido Obrero fueron detenidos – al
momento de escribir estas líneas siguen presos – por defender las urnas en uno
de los lugares de votación). Además, el 24 de agosto la policía tucumana
reprimió ferozmente una manifestación en la plaza central de la capital de la
provincia.
Marcelo Ramal, uno de
los principales dirigentes del Partido Obrero, se refirió así a lo acaecido en
Tucumán: “Lo que puso de manifiesto Tucumán excede por mucho a una «crisis de
representación». Es el agotamiento del propio Estado, como lo plantea la
propuesta de Manifiesto que discute la mesa del Frente de Izquierda. La
democracia política solamente puede ser lograda por un gobierno de los
trabajadores.” (Prensa Obrera, 27/08/2015).
Ramal dice
expresamente que lo ocurrido no es una “crisis de representación”, esto es, el
cortocircuito entre los partidos burgueses y sus votantes (el fraude expresa
esta crisis, porque indica que los partidos tienen que recurrir a
procedimientos ilegales para atribuirse el voto de los ciudadanos). Va mucho
más allá y sostiene que es el Estado quien está “agotado”.
¿Qué debemos entender
por “agotamiento del Estado?
Antes de responder la
pregunta es necesario tener en claro cuáles son las funciones del Estado en una
sociedad capitalista. En primer lugar, el Estado ejerce la representación de
los intereses del conjunto de la clase capitalista, más allá de que en tal o
cual momento determinado esté controlado por alguna/s fracción/es de la misma.
Frente a las tendencia de cada capitalista individual de privilegiar sus
intereses particulares por sobre los del conjunto de su clase, el Estado se
yergue como el capitalista colectivo,
que pone límites al egoísmo individual y estabiliza el sistema en su conjunto. El
ejercicio de esta función hace que el Estado deba enfrentarse a fracciones de
la burguesía para preservar la reproducción del sistema; al hacer esto,
refuerza su propia legitimidad, porque aparece como el representante de los
intereses del conjunto de la sociedad. En segundo lugar, el Estado es el
instrumento de dominación que permite la explotación de los trabajadores por la
clase dominante; sin Estado no hay apropiación del plusvalor por la clase
capitalista. Para cumplir esta función, el Estado emplea no sólo la violencia,
sino el otorgamiento de concesiones y la producción de una ideología que
fomenta la fragmentación de las luchas de los trabajadores (de hecho, en
condiciones normales de dominación capitalista, la violencia es un recurso
secundario). En síntesis, en ambas funciones el Estado se desempeña como el capitalista colectivo: en el primer
caso, enfrentando a las distintas fracciones de la burguesía; en el segundo
caso, haciendo frente a los trabajadores y demás sectores populares.
Si tomamos
literalmente la afirmación de Ramal, el “agotamiento del Estado” significa que
éste se halla imposibilitado de cumplir con las dos funciones mencionadas en el
párrafo anterior. Nada de eso ha ocurrido. El Estado conserva su función de
regular la economía en interés del conjunto de la clase dominante. En este
punto, Ramal debería mostrar de qué manera los distintos episodios de fraude
electoral mellan esta función, pero no emprende esta tarea en su artículo. El
Estado conserva también su capacidad de controlar, mediante la represión, las
concesiones y la ideología, a la clase trabajadora. Una aclaración. Esta
capacidad de control tiene por objetivo evitar que la clase obrera cuestione la
propiedad privada de los medios de producción (la cuestión de la que no se
habla bajo el capitalismo). Ahora bien, aun aceptando que los trabajadores
tucumanos se hubieran volcado masivamente a las calles para repudiar el fraude
y exigir la convocatoria de nuevas elecciones, ¿en qué medida esto demuestra el
agotamiento de la capacidad del Estado para controlarlos? De hecho, quienes
canalizan el reclamo por el fraude electoral son políticos que representan a la
burguesía (la UCR y el PRO). Ramal confunde una impugnación al personal que
ejerce el gobierno en Tucumán (¿es preciso aclarar que el actual gobernador –
Alperovich – y el candidato “vencedor” en las elecciones – Manzur – representan
lo más podrido de la burguesía argentina?) y a los mecanismos de selección del
mismo (las elecciones fraudulentas) con la puesta en discusión de las reglas
(capitalistas) del juego político.
Ramal también afirma
que “la democracia política solamente puede ser lograda por un gobierno de los
trabajadores”. Tal como está formulada, la afirmación es radicalmente falsa. La
democracia política es uno de los mecanismos de dominación de la burguesía,
pues implica separar al ciudadano (que ejerce su derecho de voto cada n años o n meses) del trabajador que es explotado en la producción (¿se vota
en la fábrica, en la oficina, en la casa de comercio?). La democracia política
establece el límite entre lo que podemos elegir (quién será la cara visible del
gobierno de la burguesía) y aquello que debemos aceptar sin remedio (la
explotación capitalista). Desde el punto de vista de los trabajadores, la
democracia tiene sentido en la medida en que sea abolida la propiedad privada
de los medios de producción y se elimine así la separación entre el ciudadano y
el trabajador. Esto no puede ser logrado de ninguna manera bajo el capitalismo.
En todo caso, la lucha en Tucumán es por lograr condiciones transparentes para
el ejercicio del sufragio. De ningún modo vamos a negar que eso sea importante
para los trabajadores, pero hay que tener presente en todo momento que el
sufragio “transparente” puede lograrse bajo las condiciones del capitalismo; de
ahí que los políticos burgueses (muchos de los seguidores del candidato
opositor Cano, militaron hasta cinco minutos atrás con el prócer Alperovich)
sean quienes están en mejores condiciones para canalizar las movilizaciones del
pueblo tucumano.
Por último, al
terminar de escribir estas líneas José Kobak, dirigente del Partido Obrero, y
Santiago y Alejandro Navarro, militantes del Polo Obrero, se encuentran detenidos
por defender las urnas de votación en la localidad de Los Ralos (Tucumán).
Además de exigir su libertad, queda claro cuál es el carácter de nuestra
democracia: mientras que Alperovich y su clan se dedicaron alegremente a
hacerse ricos, los militantes populares terminan presos por defender la
democracia.
Villa del Parque,
lunes 31 de agosto de 2015
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