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viernes, 28 de agosto de 2015

LA CONTRIBUCIÓN DE GUILLERMO O’DONNELL A LA TIPOLOGÍA DE LAS CRISIS POLÍTICAS

El uso (más bien el abuso) de la noción de crisis política por la izquierda argentina en su vertiente trotskista ha terminado por desnaturalizar el concepto, que sirve para designar casi cualquier hecho de la vida política del país. Así, a la renuncia de un ministro se le cuelga la etiqueta de “crisis política”. ¿La oposición bloqueó un proyecto del Poder Ejecutivo en el Congreso? “Crisis política”; ¿paro de transportes? “Crisis política”. El inconveniente no es el uso frecuente del concepto; la dificultad radica en su aplicación a una gama amplísima de situaciones. El problema desborda el terreno de la teoría y se transforma en una cuestión de práctica política. El empleo del término va asociado a la idea de que la crisis política es una expresión de la descomposición del sistema capitalista, y que, por tanto, dicha crisis abre la posibilidad de una salida socialista. De más está decir que la revolución nunca llega y siempre queda postergada para la siguiente crisis. Por eso, si se pretende reconstruir el marxismo en tanto teoría revolucionaria de la sociedad, es preciso someter a crítica esta forma de ver las cosas, que produce un gran desgaste entre los militantes y que provoca el descrédito de la teoría entre los trabajadores.

A continuación presento el primero de los borradores de un trabajo dedicado a discutir esta forma de concebir la crisis política. En una primera etapa, me dedicaré a recopilar materiales sobre la noción de crisis política. En una segunda etapa, presentaré el argumento de la “crisis política” tal como aparece en PRENSA OBRERA, órgano del Partido Obrero. Elegí dicho partido pues considero que es quien ha llevado el abuso del concepto a su más alta expresión; si bien la aclaración que sigue debiera ser innecesaria, las condiciones del debate en el seno de la izquierda argentina requieren indicar expresamente que el propósito de la crítica es constructivo, pues precisar los alcances y usos del concepto puede ser de alguna utilidad para la construcción de una alternativa política revolucionaria. Finalmente, en una tercera etapa me dedicaré a reformular el concepto, teniendo en cuenta tanto las tesis de los clásicos como las condiciones de la coyuntura política argentina.


Guillermo O’Donnell (1936-2011) abordó el problema de la crisis política en el apartado 5 de la Introducción a su obra El Estado burocrático autoritario 1966-1973. (1)

O’Donnell parte de la base de que hablar de crisis “es demasiado genérico”. De allí la necesidad de distinguir distintos niveles de intensidad en la crisis. Nuestro autor emplea la siguiente tipología:

1. Crisis de gobierno.

Se caracteriza por “desfiles de altos funcionarios, incluso presidentes, obligados dejar sus cargos antes de los lapsos institucionalmente previstos.” (p. 47). Su importancia no debe ser minimizada, pues va acompañada de cambios erráticos en las políticas públicas y de la sensación de que no es posible estabilizar ningún poder público. En consecuencia, “el poder que el aparato estatal parece encarnar ante la sociedad pierde la autoridad emanada de una faz majestuosa, para mostrarse como un ámbito expuesto a los tirones de los grupos.” (p. 48).

2. Crisis de régimen.

El rasgo que la define es la presencia de grupos que no sólo procuran cambiar el personal del gobierno, sino que también plantean “la pretensión de instaurar divergentes criterios de representación y canales de acceso a esos roles” (p. 48). Como en el caso 1, no debe ser despreciada, pues da cuenta de la existencia de desacuerdos potencialmente “explosivos” entre las élites.

1 y 2 se despliegan en la superficie de la arena política, no afectan “el mantenimiento de una férrea dominación en la textura celular de la sociedad” (p. 48).

3. Crisis de expansión de la arena política.

Más profunda que las anteriores (y que puede superponerse a éstas). Es un tipo caracterizado por el hecho de que “grupos, partidos, movimientos y/o personal gubernamental realizan interpelaciones a clases o sectores sociales apuntados a establecer identidades colectivas conflictivas con las de los participantes ya establecidos en la arena política.” (p. 48). Una interpelación exitosa (por ejemplo, la invocación al trabajador asalariado en tanto clase en alguna forma más moderna de Estado) supone un desafío importante para el Estado y el régimen, que se ven obligados a emprender sustanciales transformaciones. No obstante, no implica necesariamente “que se hayan producido cambios paralelos en el plano celular de la dominación social; tampoco implican necesariamente el colapso de un régimen o gobierno” (p. 48). Genera una fuerte preocupación en la clase dominante, pues la interpelación a sectores excluidos del esquema político vigente puede escapar a su control.

4. Crisis de acumulación.

“Ella resulta de acciones de clases subordinadas que, se enlacen o no con las crisis ya discutidas [1, 2 y 3], son percibidas por las clases dominantes como obstaculizando sistemáticamente un funcionamiento de la economía, y una tasa y regularidad de acumulación de capital, definidas por éstas como satisfactorias” (p. 48-49). Este tipo de crisis reviste mayor gravedad para las clases dominantes, ante todo porque suponen un desafío de parte de las clases subordinadas. Si bien esta crisis no necesariamente implica poner en juego la dominación celular, “puede tocar intereses (y temores) más fundamentales que [los casos de crisis 1, 2 y 3] (…). Esto por dos razones fundamentales. Una porque parece demostrar que con sus demandas las clases subordinadas están desbordando los límites objetivos de economía y sociedad y que, por lo tanto, de alguna manera – que puede variar entre enfatizar la cooptación o la coacción -, aquellas tienen que ser «puestas en su lugar». La segunda es que el diagnóstico de una reiterada obstrucción a la acumulación de capital tiende a ser definido como una situación que – sin perjuicio de que no sean esas las intenciones de sus actores directos ni las de quienes los expresan en los grandes escenarios de la política -, tiende a mediano o largo plazo a afectar la viabilidad de la sociedad capitalista, entorpecida en el nudo central de su funcionamiento económico. De esto también suele derivar la conclusión de que es necesario «poner en su lugar» a las clases subordinadas. Vemos ahí que, aunque la primera manifestación de esta crisis sea económica, su diagnóstico por las clases dominantes y los caminos de solución que éstas entrevén, tienden a trasladarla al plano de la política, para desde allí producir una más o menos drástica – pero siempre importante – recomposición de la relación de fuerzas dada.” (p. 49).

5. Crisis de dominación celular (o social).

Presenta las siguientes características: “Es una crisis del fundamento de la sociedad (incluyendo al Estado), de las relaciones sociales que constituyen a las clases y sus formas de articulación. Esto es, se trata de la aparición de comportamientos y abstenciones de clases subordinadas que ya no se ajustan, regular y habitualmente, a la reproducción de las relaciones sociales centrales en una sociedad qua capitalista. Rebeldía, subversión, desorden, indisciplina laboral, sin términos que mentan situaciones en las que aparece amenazada la continuidad de prácticas y actitudes, antes descontadas como «naturales», de clases y sectores subordinados. Esto puede aparecer en la caducidad de ciertas pautas de deferencia hacia el «superior» social, en diversas formas expresivas (incluso artísticas) «inusuales», en cuestionamientos de la autoridad habitual en ámbitos como la familia y la escuela, y – caracterizando específicamente esta crisis – como una impugnación del mando en el lugar de trabajo. Esto implica no dar ya por irrefutable la pretensión de la burguesía de decidir la organización del proceso de trabajo, apropiarse el excedente económico generado y resolver el destino de dicho excedente. (…) Estas situaciones (…) implican por lo menos dos cosas: que se ha aflojado el control ideológico y que está fallando la coerción (sanciones económicas o, sencillamente, coacción física) que debería cancelar el «desorden» resultante. En otras palabras, indica un Estado que está fallando en la efectivización de su garantía para la vigencia y reproducción de fundamentales relaciones sociales. En su mayor intensidad, cuando se pone en cuestión el papel social del capitalista y del empresario, esta crisis amenaza la liquidación del orden – capitalista – existente. Por eso ésta es también la crisis política suprema: crisis del Estado pero no sólo, ni tanto, del Estado como aparato sino en su aspecto fundante del sistema social de dominación del que es parte. Esta crisis es la crisis del Estado en la sociedad, que por supuesto repercute al nivel de sus instituciones. Pero es sólo como crisis de la garantía política de la dominación social que puede ser entendida en toda su hondura.” (p. 49-50).

O’Donnell agrega: “los comportamientos e intenciones manifiestas de – al menos – los segmentos más activos y vocales de las clases subordinadas y de quienes invocan su representación política, apuntan a lo que más puede amenazar a la burguesía y al Estado, en tanto éste es el Estado de y en una sociedad capitalista: la supresión de la burguesía en tanto clase y, por lo tanto, del sistema de dominación que su propia condición de burguesía entraña.” (p. 50).

O’Donnell distingue, además, dos variantes más que pueden derivar en una crisis de dominación social:

6) La crisis de dominación social puede y tiende a combinarse en el mediano plazo con la crisis de gobierno, de régimen y de acumulación. “Es decir, la combinación de la primera – que por sí misma se limita a los intersticios celulares de la sociedad – con partidos y /o personal gubernamental que, engarzándose con aquel sacudimiento celular, proponen desde los grandes escenarios políticos nuevos criterios de representación y nuevos sujetos políticos dominantes para la instauración de un nuevo orden social, no ya la recomposición del dado.” (p. 50).

7) Otra posibilidad (que puede darse o no en conjunto con 6): “intentos armados de despojar a las instituciones estatales de su supremacía de poder coactivo sobre el territorio que delimitan.” (p. 51). Si bien puede darse con independencia de las otras crisis, su posibilidad de éxito tiende a aumentar cuando va de la mano con una crisis de dominación social.


Luego de esbozar su tipología, O’Donnell sostiene a continuación que “cada crisis admite diversas combinaciones con las demás, aunque algunas de ellas tienen mayor probabilidad de ligarse con otras” (p. 51), y proporciona una serie de ejemplos a partir de la historia de los países que estudia en su libro (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay).

La crisis de gobierno (nivel 1) fue característica de la historia política de América Latina; en muy pocos casos se extendió a los otros niveles. Las crisis de régimen (nivel 2) y de expansión de la arena política (nivel 3) marcaron la liquidación de la dominación oligárquica y condujeron a un orden social centrado en la dominación de la burguesía. La crisis de acumulación (nivel 4), no combinada con movimientos o partidos orientados a un cambio de la sociedad capitalista, fue específica del pretorianismo argentino hasta 1966. La crisis de dominación social (nivel 5) fue un componente decisivo para la implantación de Estados burocrático autoritarios en Chile, Argentina y Uruguay en la década de 1970. La situación chilena previa a 1973 puede caracterizarse como nivel 6, en tanto que Argentina y Uruguay (previos a los golpes militares de 1976 y 1973, respectivamente) se encontraban en nivel 7.
O’Donnell examina la diferente percepción de los niveles de la crisis por los sectores dominantes: “Los niveles 1, 2 y 3 pueden ser percibidos por las clases y sectores dominantes como una anormalidad que sería bueno corregir. Y esto no necesariamente. En cambio, los restantes niveles de crisis son percibidos como una amenaza que, si no es eliminada, más tarde o más temprano liquidara su propia condición de dominantes.” (p. 51-52). En la mencionada percepción debe tenerse en cuenta que: “Cada una de las crisis que he delineado admite diversos grados de intensidad y puede combinarse con otras. Esos grados de intensidad y diversas combinaciones de dichas crisis nos permiten entender con más precisión la también variante intensidad de la reacción de las clases dominantes, y de no pocos sectores medios, que subyace a la implantación de diversos Estados burocrático autoritarios y a la represión a partir de ello aplicada.” (p. 52).

A partir de lo expuesto, O’Donnell puede avanzar hacia el concepto de crisis de hegemonía. Dado que ésta implica una impugnación de la dominación capitalista, queda fuera de la incumbencia de los niveles 1, 2, 3 y 4: “Parece que los niveles 1, 2 y 3 son más bien una «insuficiencia» de lo político-estatal que no alcanza a funcionar, en algunos de sus planos institucionales, de manera congruente con la apariencia majestuosa y estable que ayuda hacer del Estado el organizador y garante de las relaciones sociales, o que no puede absorber fácilmente nuevos actores e interpelaciones políticas. Pero esto no implica que la dominación celular esté puesta en cuestión. Esta puede seguir vigente, incluso en términos de un amplio control ideológico y de que el aparato estatal siga prestando, efectiva y eficientemente, su garantía de coacción a aquellas relaciones sociales. Por eso es erróneo confundir crisis de gobierno o de régimen con una crisis de hegemonía. Por su lado, una crisis de acumulación (nivel 4) conlleva un importante peso de demandas económicas y de mayor autonomía de sus organizaciones, por parte de las clases subordinadas cuya «exageración» en esas demandas tiende a ser percibida por las dominantes como el principal factor causal de aquella crisis. Pero por sí misma ella también se coloca, incluso por el economicismo de esas demandas, dentro de los parámetros capitalistas de la sociedad.” (p. 53-54).

Los niveles 1, 2, 3 y 4 no ponen en cuestión ni el carácter capitalista de la sociedad, ni la naturaleza de clase del Estado (esto es, su función de garante de las relaciones sociales capitalistas). Por eso no constituyen una crisis de la dominación capitalista. “En cambio, la crisis de nivel 5, ya sea que se combine o no con los planos 6 y 7, es propiamente una crisis de hegemonía. Ésta no sólo implica un difundido entorpecimiento de los patrones «normales» de reproducción cotidiana de la sociedad (específicamente de las relaciones capitalistas de producción). También entraña, como característica que la define como crisis de dominación social o celular (o, equivalentemente, de hegemonía), cuestionar sustanciales componentes de aquellas relaciones: el sujeto social – la burguesía – que se apropia del excedente económico, la naturalidad y equidad de la relación que constituye en tal a la burguesía y, en el microcosmos de la empresa, la pretensión de aquella de dirigir el proceso de trabajo.” (p. 55).

O’Donnell remarca que la crisis de hegemonía es también una crisis del Estado: “Esta [la crisis de hegemonía] pone en juego directamente la relación entre clases y, a través de ella, como temor más o menos inminente de la burguesía, su propia existencia en tanto tal. (…) es en este tipo de situación que el componente específico de lucha de clases aparece como un crucial componente de la situación global. (…) la crisis de la hegemonía de la dominación social es también la crisis del Estado. Pero, no es sólo, ni tanto, la crisis del Estado como aparato institucional. Es la crisis del Estado en su dimensión fundante y originaria: crisis del Estado en la sociedad. Es el «fracaso» del Estado como aspecto garante y organizador de las relaciones sociales fundamentales en una sociedad capitalista. Son ellas las que pasan a ser impugnadas en un proceso complejo y multidimensional que muestra – por lo menos – el tambaleo de la garantía coactiva y la atenuación de los encubrimientos ideológicos que, durante crisis menos profundas, permiten la cotidiana reproducción de aquellas relaciones y, con ellas, de la sociedad que se articula alrededor de ese eje. Crisis de la dominación social, de la dominación celular, de hegemonía y del Estado en la sociedad son, por lo tanto, términos equivalentes.” (p. 54-55).
Por tanto, sólo la crisis de hegemonía pone en cuestión la dominación capitalista. Cabe agregar que no se produce un ascenso mecánico de la crisis (es decir, pasaje del nivel 1 al nivel 2, de éste al nivel 3, y así sucesivamente). Cada crisis se verifica en el marco de una determinada estructura y una coyuntura específica, y su estudio debe ser abordado a partir estos rasgos específico y no a partir de recetas universales.


Viernes 28 de agosto de 2015


NOTAS:


(1)  O’Donnell, Guillermo. (2009). [1° edición: 1982]. El Estado burocrático autoritario: Triunfos, derrotas y crisis. Buenos Aires: Prometeo Libros. 

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