El uso (más bien el
abuso) de la noción de crisis política
por la izquierda argentina en su vertiente trotskista ha terminado por
desnaturalizar el concepto, que sirve para designar casi cualquier hecho de la
vida política del país. Así, a la renuncia de un ministro se le cuelga la
etiqueta de “crisis política”. ¿La oposición bloqueó un proyecto del Poder
Ejecutivo en el Congreso? “Crisis política”; ¿paro de transportes? “Crisis
política”. El inconveniente no es el uso frecuente del concepto; la dificultad
radica en su aplicación a una gama amplísima de situaciones. El problema
desborda el terreno de la teoría y se transforma en una cuestión de práctica
política. El empleo del término va asociado a la idea de que la crisis política
es una expresión de la descomposición del sistema capitalista, y que, por
tanto, dicha crisis abre la posibilidad de una salida socialista. De más está
decir que la revolución nunca llega y siempre queda postergada para la
siguiente crisis. Por eso, si se pretende reconstruir el marxismo en tanto
teoría revolucionaria de la sociedad, es preciso someter a crítica esta forma
de ver las cosas, que produce un gran desgaste entre los militantes y que
provoca el descrédito de la teoría entre los trabajadores.
A continuación
presento el primero de los borradores de un trabajo dedicado a discutir esta
forma de concebir la crisis política. En una primera etapa, me dedicaré a
recopilar materiales sobre la noción de crisis política. En una segunda etapa,
presentaré el argumento de la “crisis política” tal como aparece en PRENSA
OBRERA, órgano del Partido Obrero. Elegí dicho partido pues considero que es
quien ha llevado el abuso del concepto a su más alta expresión; si bien la
aclaración que sigue debiera ser innecesaria, las condiciones del debate en el
seno de la izquierda argentina requieren indicar expresamente que el propósito de
la crítica es constructivo, pues precisar los alcances y usos del concepto
puede ser de alguna utilidad para la construcción de una alternativa política
revolucionaria. Finalmente, en una tercera etapa me dedicaré a reformular el
concepto, teniendo en cuenta tanto las tesis de los clásicos como las
condiciones de la coyuntura política argentina.
Guillermo O’Donnell (1936-2011)
abordó el problema de la crisis política en el apartado 5 de la Introducción a
su obra El Estado burocrático autoritario
1966-1973. (1)
O’Donnell parte de la
base de que hablar de crisis “es demasiado genérico”. De allí la necesidad de
distinguir distintos niveles de intensidad en la crisis. Nuestro autor emplea
la siguiente tipología:
1. Crisis de gobierno.
Se caracteriza por
“desfiles de altos funcionarios, incluso presidentes, obligados dejar sus
cargos antes de los lapsos institucionalmente previstos.” (p. 47). Su
importancia no debe ser minimizada, pues va acompañada de cambios erráticos en
las políticas públicas y de la sensación de que no es posible estabilizar
ningún poder público. En consecuencia, “el poder que el aparato estatal parece
encarnar ante la sociedad pierde la autoridad emanada de una faz majestuosa,
para mostrarse como un ámbito expuesto a los tirones de los grupos.” (p. 48).
2. Crisis de régimen.
El rasgo que la
define es la presencia de grupos que no sólo procuran cambiar el personal del
gobierno, sino que también plantean “la pretensión de instaurar divergentes
criterios de representación y canales de acceso a esos roles” (p. 48). Como en
el caso 1, no debe ser despreciada, pues da cuenta de la existencia de
desacuerdos potencialmente “explosivos” entre las élites.
1 y 2 se despliegan
en la superficie de la arena política, no afectan “el mantenimiento de una
férrea dominación en la textura celular de la sociedad” (p. 48).
3. Crisis de expansión de la arena política.
Más profunda que las
anteriores (y que puede superponerse a éstas). Es un tipo caracterizado por el
hecho de que “grupos, partidos, movimientos y/o personal gubernamental realizan
interpelaciones a clases o sectores sociales apuntados a establecer identidades
colectivas conflictivas con las de los participantes ya establecidos en la
arena política.” (p. 48). Una interpelación exitosa (por ejemplo, la invocación
al trabajador asalariado en tanto clase en alguna forma más moderna de Estado)
supone un desafío importante para el Estado y el régimen, que se ven obligados
a emprender sustanciales transformaciones. No obstante, no implica
necesariamente “que se hayan producido cambios paralelos en el plano celular de
la dominación social; tampoco implican necesariamente el colapso de un régimen
o gobierno” (p. 48). Genera una fuerte preocupación en la clase dominante, pues
la interpelación a sectores excluidos del esquema político vigente puede
escapar a su control.
4. Crisis de acumulación.
“Ella resulta de
acciones de clases subordinadas que, se enlacen o no con las crisis ya discutidas
[1, 2 y 3], son percibidas por las clases dominantes como obstaculizando
sistemáticamente un funcionamiento de la economía, y una tasa y regularidad de
acumulación de capital, definidas por éstas como satisfactorias” (p. 48-49).
Este tipo de crisis reviste mayor gravedad para las clases dominantes, ante
todo porque suponen un desafío de parte de las clases subordinadas. Si bien
esta crisis no necesariamente implica poner en juego la dominación celular,
“puede tocar intereses (y temores) más fundamentales que [los casos de crisis
1, 2 y 3] (…). Esto por dos razones fundamentales. Una porque parece demostrar
que con sus demandas las clases subordinadas están desbordando los límites
objetivos de economía y sociedad y que, por lo tanto, de alguna manera – que
puede variar entre enfatizar la cooptación o la coacción -, aquellas tienen que
ser «puestas en su lugar». La segunda es que el diagnóstico de una reiterada
obstrucción a la acumulación de capital tiende a ser definido como una
situación que – sin perjuicio de que no sean esas las intenciones de sus
actores directos ni las de quienes los expresan en los grandes escenarios de la
política -, tiende a mediano o largo plazo a afectar la viabilidad de la
sociedad capitalista, entorpecida en el nudo central de su funcionamiento
económico. De esto también suele derivar la conclusión de que es necesario
«poner en su lugar» a las clases subordinadas. Vemos ahí que, aunque la primera
manifestación de esta crisis sea económica, su diagnóstico por las clases dominantes
y los caminos de solución que éstas entrevén, tienden a trasladarla al plano de
la política, para desde allí producir una más o menos drástica – pero siempre
importante – recomposición de la relación de fuerzas dada.” (p. 49).
5. Crisis de dominación celular (o social).
Presenta las
siguientes características: “Es una crisis del fundamento de la sociedad
(incluyendo al Estado), de las relaciones sociales que constituyen a las clases
y sus formas de articulación. Esto es, se trata de la aparición de comportamientos
y abstenciones de clases subordinadas que ya no se ajustan, regular y
habitualmente, a la reproducción de las relaciones sociales centrales en una
sociedad qua capitalista. Rebeldía,
subversión, desorden, indisciplina laboral, sin términos que mentan situaciones
en las que aparece amenazada la continuidad de prácticas y actitudes, antes
descontadas como «naturales», de clases y sectores subordinados. Esto puede
aparecer en la caducidad de ciertas pautas de deferencia hacia el «superior»
social, en diversas formas expresivas (incluso artísticas) «inusuales», en
cuestionamientos de la autoridad habitual en ámbitos como la familia y la
escuela, y – caracterizando específicamente esta crisis – como una impugnación
del mando en el lugar de trabajo. Esto implica no dar ya por irrefutable la
pretensión de la burguesía de decidir la organización del proceso de trabajo,
apropiarse el excedente económico generado y resolver el destino de dicho
excedente. (…) Estas situaciones (…) implican por lo menos dos cosas: que se ha
aflojado el control ideológico y que está fallando la coerción (sanciones
económicas o, sencillamente, coacción física) que debería cancelar el
«desorden» resultante. En otras palabras, indica un Estado que está fallando en
la efectivización de su garantía para la vigencia y reproducción de
fundamentales relaciones sociales. En su mayor intensidad, cuando se pone en
cuestión el papel social del capitalista y del empresario, esta crisis amenaza
la liquidación del orden – capitalista – existente. Por eso ésta es también la
crisis política suprema: crisis del Estado pero no sólo, ni tanto, del Estado
como aparato sino en su aspecto fundante del sistema social de dominación del
que es parte. Esta crisis es la crisis del Estado en la sociedad, que por supuesto repercute al nivel de sus
instituciones. Pero es sólo como crisis de la garantía política de la
dominación social que puede ser entendida en toda su hondura.” (p. 49-50).
O’Donnell agrega:
“los comportamientos e intenciones manifiestas de – al menos – los segmentos
más activos y vocales de las clases subordinadas y de quienes invocan su
representación política, apuntan a lo que más puede amenazar a la burguesía y
al Estado, en tanto éste es el Estado de y en una sociedad capitalista: la supresión
de la burguesía en tanto clase y, por lo tanto, del sistema de dominación que
su propia condición de burguesía entraña.” (p. 50).
O’Donnell distingue,
además, dos variantes más que pueden derivar en una crisis de dominación
social:
6) La crisis de dominación
social puede y tiende a combinarse en el mediano plazo con la crisis de
gobierno, de régimen y de acumulación. “Es decir, la combinación de la primera
– que por sí misma se limita a los intersticios celulares de la sociedad – con
partidos y /o personal gubernamental que, engarzándose con aquel sacudimiento
celular, proponen desde los grandes escenarios políticos nuevos criterios de
representación y nuevos sujetos políticos dominantes para la instauración de un
nuevo orden social, no ya la recomposición del dado.” (p. 50).
7) Otra posibilidad
(que puede darse o no en conjunto con 6): “intentos armados de despojar a las
instituciones estatales de su supremacía de poder coactivo sobre el territorio
que delimitan.” (p. 51). Si bien puede darse con independencia de las otras
crisis, su posibilidad de éxito tiende a aumentar cuando va de la mano con una
crisis de dominación social.
Luego de esbozar su
tipología, O’Donnell sostiene a continuación que “cada crisis admite diversas
combinaciones con las demás, aunque algunas de ellas tienen mayor probabilidad
de ligarse con otras” (p. 51), y proporciona una serie de ejemplos a partir de
la historia de los países que estudia en su libro (Argentina, Brasil, Chile y
Uruguay).
La crisis de gobierno
(nivel 1) fue característica de la historia política de América Latina; en muy
pocos casos se extendió a los otros niveles. Las crisis de régimen (nivel 2) y
de expansión de la arena política (nivel 3) marcaron la liquidación de la
dominación oligárquica y condujeron a un orden social centrado en la dominación
de la burguesía. La crisis de acumulación (nivel 4), no combinada con
movimientos o partidos orientados a un cambio de la sociedad capitalista, fue
específica del pretorianismo argentino hasta 1966. La crisis de dominación
social (nivel 5) fue un componente decisivo para la implantación de Estados
burocrático autoritarios en Chile, Argentina y Uruguay en la década de 1970. La
situación chilena previa a 1973 puede caracterizarse como nivel 6, en tanto que
Argentina y Uruguay (previos a los golpes militares de 1976 y 1973,
respectivamente) se encontraban en nivel 7.
O’Donnell examina la
diferente percepción de los niveles de la crisis por los sectores dominantes: “Los
niveles 1, 2 y 3 pueden ser percibidos por las clases y sectores dominantes
como una anormalidad que sería bueno corregir. Y esto no necesariamente. En
cambio, los restantes niveles de crisis son percibidos como una amenaza que, si
no es eliminada, más tarde o más temprano liquidara su propia condición de
dominantes.” (p. 51-52). En la mencionada percepción debe tenerse en cuenta
que: “Cada una de las crisis que he delineado admite diversos grados de
intensidad y puede combinarse con otras. Esos grados de intensidad y diversas
combinaciones de dichas crisis nos permiten entender con más precisión la
también variante intensidad de la reacción de las clases dominantes, y de no
pocos sectores medios, que subyace a la implantación de diversos Estados
burocrático autoritarios y a la represión a partir de ello aplicada.” (p. 52).
A partir de lo
expuesto, O’Donnell puede avanzar hacia el concepto de crisis de hegemonía. Dado que ésta implica una impugnación de la
dominación capitalista, queda fuera de la incumbencia de los niveles 1, 2, 3 y
4: “Parece que los niveles 1, 2 y 3 son más bien una «insuficiencia» de lo
político-estatal que no alcanza a funcionar, en algunos de sus planos
institucionales, de manera congruente con la apariencia majestuosa y estable
que ayuda hacer del Estado el organizador y garante de las relaciones sociales,
o que no puede absorber fácilmente nuevos actores e interpelaciones políticas.
Pero esto no implica que la dominación celular esté puesta en cuestión. Esta
puede seguir vigente, incluso en términos de un amplio control ideológico y de
que el aparato estatal siga prestando, efectiva y eficientemente, su garantía
de coacción a aquellas relaciones sociales. Por eso es erróneo confundir crisis
de gobierno o de régimen con una crisis de hegemonía. Por su lado, una crisis
de acumulación (nivel 4) conlleva un importante peso de demandas económicas y
de mayor autonomía de sus organizaciones, por parte de las clases subordinadas
cuya «exageración» en esas demandas tiende a ser percibida por las dominantes
como el principal factor causal de aquella crisis. Pero por sí misma ella
también se coloca, incluso por el economicismo de esas demandas, dentro de los
parámetros capitalistas de la sociedad.” (p. 53-54).
Los niveles 1, 2, 3 y
4 no ponen en cuestión ni el carácter capitalista de la sociedad, ni la
naturaleza de clase del Estado (esto es, su función de garante de las
relaciones sociales capitalistas). Por eso no constituyen una crisis de la
dominación capitalista. “En cambio, la crisis de nivel 5, ya sea que se combine
o no con los planos 6 y 7, es propiamente una crisis de hegemonía. Ésta no sólo
implica un difundido entorpecimiento de los patrones «normales» de reproducción
cotidiana de la sociedad (específicamente de las relaciones capitalistas de
producción). También entraña, como característica que la define como crisis de
dominación social o celular (o, equivalentemente, de hegemonía), cuestionar
sustanciales componentes de aquellas relaciones: el sujeto social – la burguesía
– que se apropia del excedente económico, la naturalidad y equidad de la
relación que constituye en tal a la burguesía y, en el microcosmos de la
empresa, la pretensión de aquella de dirigir el proceso de trabajo.” (p. 55).
O’Donnell remarca que
la crisis de hegemonía es también una crisis
del Estado: “Esta [la crisis de hegemonía] pone en juego directamente la
relación entre clases y, a través de ella, como temor más o menos inminente de
la burguesía, su propia existencia en tanto tal. (…) es en este tipo de
situación que el componente específico de lucha de clases aparece como un
crucial componente de la situación global. (…) la crisis de la hegemonía de la
dominación social es también la crisis del Estado. Pero, no es sólo, ni tanto,
la crisis del Estado como aparato institucional. Es la crisis del Estado en su
dimensión fundante y originaria: crisis del Estado en la sociedad. Es el «fracaso» del Estado como aspecto garante y
organizador de las relaciones sociales fundamentales en una sociedad
capitalista. Son ellas las que pasan a ser impugnadas en un proceso complejo y
multidimensional que muestra – por lo menos – el tambaleo de la garantía
coactiva y la atenuación de los encubrimientos ideológicos que, durante crisis
menos profundas, permiten la cotidiana reproducción de aquellas relaciones y,
con ellas, de la sociedad que se articula alrededor de ese eje. Crisis de la
dominación social, de la dominación celular, de hegemonía y del Estado en la
sociedad son, por lo tanto, términos equivalentes.” (p. 54-55).
Por tanto, sólo la
crisis de hegemonía pone en cuestión la dominación capitalista. Cabe agregar
que no se produce un ascenso mecánico de la crisis (es decir, pasaje del nivel
1 al nivel 2, de éste al nivel 3, y así sucesivamente). Cada crisis se verifica
en el marco de una determinada estructura y una coyuntura específica, y su
estudio debe ser abordado a partir estos rasgos específico y no a partir de
recetas universales.
Viernes 28 de agosto
de 2015
NOTAS:
(1)
O’Donnell,
Guillermo. (2009). [1° edición: 1982]. El
Estado burocrático autoritario: Triunfos, derrotas y crisis. Buenos Aires:
Prometeo Libros.
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