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jueves, 18 de julio de 2013

HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA




Nota
:
Para la redacción de estos apuntes trabajé con la siguiente edición: Habermas, Jürgen. (1989). Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Taurus.


Habermas recupera tres modelos de acción de la teoría social contemporánea:

a) Acción teleológica. Puede ser definida como una intervención teleológica en el mundo, es decir, como una acción que tiene por objetivo la obtención de un fin determinado. Habermas indica expresamente que Max Weber (1864-1920) construyó su tipo ideal de la acción racional con arreglo a fines[1] para interpretar a la acción teleológica. En la acción teleológica el mundo material y los demás individuos son objetivados por el actor de la acción, que los ve como medios u obstáculos para cumplir el fin o los fines que se propone.

¿Cómo se establece el criterio de racionalidad para este tipo de acción?

Para hacer posible una interpretación racional es preciso que existan estándares de enjuiciamiento de la acción que tanto el agente como el intérprete acepten como válidos. Habermas señala que Weber plantea que, para ello, es preciso que el intérprete abandone su posición de tercero exterior a la situación (como es el caso del científico en las ciencias naturales) y acepte jugar el rol de implicado (así sea virtualmente) en la situación[2], para poder someter a examen una pretensión de validez problemática y, si es necesario, criticarla.

b) Acción regulada por normas: En ellas el actor, al entablar una relación con otras personas, se comporta de manera subjetivamente “correcta” al observar determinadas normas de acción vigentes. La corrección de su acción no se deriva de la eficaz adecuación entre los medios y los fines propuestos (como en el caso de la acción teleológica), sino que es el resultado de la creencia del actor en la validez de las normas vigentes. Este comportamiento del actor es, a la vez, objetivamente correcto en la medida en que las normas que cree vigentes están justificadas en el círculo de sus destinatarios.

¿Qué sucede con el criterio de racionalidad en este caso?

Una forma fácil de eludir el problema de la racionalidad consiste en constatar descriptivamente si una acción concuerda o no con una norma dada, y si dicha norma rige socialmente o no. De modo que se examina si la acción se realiza conforme a las normas socialmente aceptadas, y aquí termina la cuestión. Pero la cuestión puede ser estudiada de un modo más complejo, y en este punto aparece otra vez la cuestión de la racionalidad. Como se indicó arriba, en la acción regulada por normas el actor está convencido subjetivamente de que está cumpliendo las normas “correctas”. Esta conformidad del actor ser encuentra asociada con el problema de la “rectitud” de las normas. El actor puede estar convencido no sólo en un sentido pragmático (las reglas son correctas porque son las que acepta la comunidad), sino en un sentido axiológico (las reglas son correctas porque se adecuan a determinados valores éticos). En este plano se abre el espacio para una interpretación racional, claro que Habermas indica que el problema es complejo, pues resulta difícil establecer algún criterio absoluto para comparar las distintas pretensiones de validez de normas diferentes. Aceptar la posibilidad de una interpretación racional supone rechazar el camino fácil del escepticismo (que conduce hacia el “todo da lo mismo” de las posturas relativistas), y “basarse en un cotejo entre la vigencia social y la validez, construida contrafácticamente, de un contexto normativo dado” (p. 150). En otras palabras, el intérprete se ve forzado al enjuiciamiento práctico-moral de normas de acción.

c) Acción dramatúrgica: En este caso el actor descubre algo de sí ante un público. El actor expresa un deseo, un sentimiento, un estado de ánimo, un secreto, confiesa un hecho, etc. La acción no consiste solamente en descubrir alguna de estas cosas, sino también en convencer al público de la autenticidad de la vivencia, comportándose de acuerdo (o en forma consistente) con lo dicho.

¿Cómo se definen el concepto de racionalidad para este caso?

Habermas afirma que la racionalidad reside aquí en la existencia de una concordancia entre lo revelado por el actor y su conducta. En otras palabras, existen ciertas conductas que se suponen asociadas a determinados sentimientos, a la expresión de ciertas vivencias, etc. La interpretación racional de las acciones dramatúrgicas tiene que sacar a la luz, por tanto, los casos de distorsión o no correspondencia entre los sentimientos expresados y las conductas que acompañan a la presentación de dichos sentimientos por el actor. El intérprete tiene que sacar a luz los casos de engaño, autoengaño, distorsión, etc. Para ello tiene que afectar la comparación entre lo expresado y lo actuado. La crítica psicoterapéutica es una muestra la posibilidad de una interpretación racional de las acciones dramatúrgicas.

Frente a estos tres modelos de acción, Habermas propone el modelo de la acción comunicativa. Este es el tipo de acción en el que la interacción entre los actores sólo puede tener lugar si los actores llegan a un acuerdo sobre sus relaciones con el mundo y con los otros autores. Dicho de manera más exacta, los actores tienen que ponerse de acuerdo (o existir un acuerdo entre ellos), antes de la acción misma, acerca de sus pretensiones de validez que potencialmente se apoyan en razones. Este acuerdo intersubjetivo sobre las pretensiones de validez que se van a considerar válidas exige la argumentación por cada actor de sus propias pretensiones, que pueden ser sometidas a crítica por los otros actores. La acción comunicativa es, por lo tanto, un proceso de construcción de consenso (y se basa en este proceso para poder llevarse a cabo) intersubjetivo acerca de valores compartidos acerca del mundo objetivo. Para Habermas la acción comunicativa es la clave para entender el papel de la comprensión en las ciencias sociales, porque en este tipo de acción es preciso que los distintos actores relacionen sus diferentes pretensiones de validez por medio de la argumentación y la crítica. Esto puede aplicarse a la relación del intérprete (científico social) con los actores sociales. El intérprete no se encuentra separado del actor, sino que se ve obligado a adoptar, desde el vamos, sus pretensiones de validez, porque sólo de ese modo puede someterlas a crítica.

Para entender mejor el punto de vista de Habermas es preciso decir algunas palabras sobre la perspectiva comprensivista en las ciencias sociales.

El concepto de mundo de la vida fue desarrollado por Alfred Schütz (1899-1959), quien aludía así al hecho de que la sociedad está plagada de sentido, de que las personas vivimos en un mundo cargado de sentido. Para poder vivir cotidianamente, nos vemos obligados (todos) a realizar un proceso constante de comprensión de sentido, tanto de las conductas de las otras personas, como de los objetos culturales que utilizamos, etc. A diferencia de la posición de otros autores, para quienes la comprensión es sólo una herramienta metodológica utilizada para estudiar los rasgos específicos de las ciencias sociales (aquellos que no pueden ser analizados recurriendo a la observación y la experimentación, como es el caso de las ciencias naturales), Schütz considera que la comprensión es la forma misma en que experimentamos la experiencia misma de vivir en el mundo de la vida. La comprensión es fundamental para poder vivir en el mundo y, por lo tanto, es el principal recurso empleado por los legos en la vida cotidiana. Es por eso que los legos formulan toda una serie de conceptos a partir de esta comprensión, conceptos que constituyen la base del trabajo de los científicos sociales. La sociología tiene que trabajar sobre esta primera comprensión de la realidad social, y realizar una nueva comprensión, esta vez en términos científicos (formulando reglas y regularidades generales, que trascienden los casos particulares).

Anthony Giddens (n. 1938) va a retomar esta cuestión al desarrollar su concepción de la doble  hermenéutica. Así, mientras que en el ámbito de las ciencias naturales, los científicos se enfrentan a realidades desprovistas de sentido (y realizan, por tanto, una interpretación de esa realidad, es decir, ponen ellos el sentido a los hechos), en el campo de las ciencias sociales, los científicos hacen frente a una realidad que ya está plena de sentido (el cual es desarrollado, como vimos, por los legos en la vida cotidiana). Hay, por tanto, una primera hermenéutica, cuando los científicos interpretan el sentido de los conceptos elaborados por las personas comunes, y una segunda hermenéutica, cuando los científicos interpretan las elaboraciones de los otros científicos.

Habermas plantea en este punto su diferencia con las concepciones empiristas (u objetivistas) de las ciencias sociales. El intérprete no se enfrenta a una realidad social vacía de sentido o de significados, como es, por ejemplo, el caso de un físico que estudia el comportamiento de las partículas subatómicas. Se encuentra con un ámbito en el que los actores cargan de sentido a todas las cosas y a todas las acciones. En otras palabras, se encuentra frente a una realidad que ya ha sido interpretada. De este modo, el problema de la comprensión (entendida como herramienta fundamental de las ciencias sociales) al enfrentarse a “objeto” de estudio consiste en que el científico encuentra un lenguaje ya elaborado por los participantes para explicar dicha realidad, y el intérprete no puede utilizar ese lenguaje sin someterlo a crítica (pues aceptarlo sin más significaría renunciar a toda pretensión de elaborar una ciencia social).
En palabras de Habermas,

“la problemática específica de la comprensión consiste en que el científico social no puede servirse de ese lenguaje con que ya se topa en el ámbito objetual como de un instrumento neutral. No puede «montarse» en ese lenguaje sin recurrir al saber preteórico que posee como miembro de un mundo de la vida, saber que él domina intuitivamente como lego y que introduce sin analizar en todo proceso de entendimiento.” (p. 158).

Este saber preteórico es la base interpretativa de toda comprensión. Para accederse a una comprensión científica es preciso, por tanto, partir de dicho saber y someterlo a crítica, para poder avanzar de lo particular a lo general.

Como quedó aclarado, para Habermas es imposible pensar la interpretación de la sociedad desde un supuesto “espacio exterior” a la misma. Los científicos sociales no parte de la nada si no de un saber preteórico, saber que han incorporado a partir de su participación en la sociedad. En este sentido, Habermas rescata el aporte de H.Skjervheim, quien puso el acento entre dos actitudes básicas del científico:

“Quien en el papel de primera persona observa algo en el mundo o hace un enunciado acerca de algo en el mundo adopta una actitud objetivante. Quien, por el contrario, participa en una comunicación y en el papel de primera persona (ego) entabla una relación intersubjetiva con una segunda persona(alter), que, a su vez, en tanto que alter ego, se relaciona con ego como con una segunda persona, adopta no una actitud objetivante, sino, como diríamos hoy, una actitud realizativa.” (p. 159).

En el campo de la sociología, el intérprete está obligado a participar (en un sentido virtual en la mayoría de los casos) en la acción para poder comprender cabalmente las pretensiones de validez del actor. Entonces, se plantea un problema para la comprensión que consiste en determinar en qué medida esa participación del actor no afecta la posibilidad de construir una teoría que vaya más allá, que trascienda las condiciones particulares de esa acción específica.

Habermas plantea que en la acción comunicativa es todavía más fuerte la exigencia de participación indicada en el punto anterior de este cuestionario. Para Habermas, sólo es posible comprender la acción comunicativa si el intérprete tiene una participación, al menos virtual, en la misma. Ahora bien, esta participación plantea dificultades teóricas, porque surge la cuestión de en qué medida la comprensión del intérprete que participa de la acción tiene un status diferente de la del lego. En otras palabras, se origina el problema del porqué conceder a la interpretación del científico un valor diferente al de la compresión realizada por el resto de los mortales. En este punto, Habermas señala que existe una diferencia significativa entre los actores y el intérprete que adopta una actitud realizativa; los primeros, tienen sus propias intenciones de acción; el segundo, carece de ellas y persigue intenciones que corresponden a un sistema diferente del de la acción misma (ese sistema que persigue el intérprete es el de la ciencia). El científico social, al participar en la acción, se despoja de sus atributos de actor y se concentra en adoptar el rol de hablante y oyente para poder desentrañar el proceso del entendimiento. Sólo a partir de este camino es posible lograr la objetividad del científico en las ciencias sociales. Sin embargo, el problema de la objetividad de la participación del intérprete no está resuelto del todo, pues subsiste la cuestión de que esa participación lo implica en la acción (como vimos, en el caso de la acción comunicativa dicha implicación es imprescindible). Dada la naturaleza de la acción comunicativa (construcción de consenso mediante la discusión de distintas pretensiones de validez de los actores), el científico social se encuentra obligado a juzgar dichas pretensiones de validez para poder realizar una interpretación racional de las mismas. El problema consiste, por tanto, en dónde fundar los criterios de validez del intérprete para garantizar que dicha interpretación sea objetiva. Habermas considera que no es viable la respuesta de un intérprete que se transforme en un observador objetivante (es decir, alguien que mire desde afuera la situación estudiada).

Habermas distingue la interpretación de los distintos tipos de acción. Así, en el caso de la acción teleológica, la interpretación es racional en la medida en que tomamos en serio las pretensiones del actor y las sometemos a una crítica que se basa en nuestro saber y en la comparación del curso que efectivamente siguió la acción con el curso ideal que debió haber seguido la misma.

En la acción regulada por normas procuramos analizar la relación entre la pretensión de validez normativa que el actor vincula a sus acciones y la existencia efectiva de esas normas en la sociedad, su alcance social y los supuestos filosóficos y éticos en los que se apoyan.

En la acción dramatúrgica el observador examina la correspondencia entre lo expresado por el actor y su conducta.

En los tres casos presentados existe un desnivel metodológico relevante entre el plano de la interpretación de la acción y el plano de la acción interpretada. En otras palabras, el actor no posee ninguna capacidad para discutir la interpretación realizada por el científico social. Los supuestos de la interpretación de la acción no pueden ser discutidos por quien realiza efectivamente ésta.

Este desnivel metodológico desaparece en el caso de la acción comunicativa. Aquí:

“la diferencia entre el plano conceptual de la coordinación lingüística de la acción y el plano conceptual de la interpretación que como observadores hacemos de esa acción, deja de funcionar como filtro protector (…) el actor dispone de una competencia de interpretación igual de compleja que la del observador. El actor no solamente está provisto ahora de tres conceptos del mundo [el mundo objetivo, el mundo subjetivo, el mundo de sus acciones], sino que también puede emplearlos reflexivamente.” (p. 167).

El hecho de dotar a los actores de esta facultad hace que el observador (el intérprete) pierda su posición privilegiada y modifica la situación en la cuestión de la racionalidad. Ya no puede hacerse, como en los casos anteriores, una distinción entre la interpretación descriptiva y la interpretación racional, sino que la interpretación tiene que ser desde el vamos racional. ¿Qué se entiende por racional? Justamente la interpretación racional que hace el intérprete que participa de la acción, y que puede ser sometida a crítica por los actores que realizan la acción.

En los modelos de la acción teleológica, la acción regulada por normas y la acción dramatúrgica, una diferencia fundamental entre el plano de la coordinación lingüística de la acción y el análisis que hace el observador de dicha acción. En otras palabras, en estos tres modelos se da por supuesto que existe una distancia infranqueable entre el lenguaje de los actores y el lenguaje del observador; el observador tiene que tratar el lenguaje del actor como si se tratara de algo ajeno, de algo exterior. Es justamente por medio de esta distancia que se sustenta la pretensión de superioridad del análisis científico. Esta actitud es la que a lo largo del texto Habermas califica como objetivante.

En el modelo de la acción comunicativa este tratamiento del lenguaje es imposible. La participación del intérprete en la acción derriba la distancia que lo separa con el actor, cuestión que se ve reforzada con el reconocimiento por parte del intérprete de que “el agente dispone de una competencia de interpretación igual de compleja que la del observador” (p. 167). Este punto es importante, pues permite defender la inexistencia de la neutralidad valorativa en la sociología comprensiva orientada en base al modelo de la acción comunicativa. También permite entender las razones por las que Habermas dedica especial atención a estudiar la relevancia de los trabajos de la hermenéutica filosófica para dicha sociología comprensiva.

Las estructuras internas del proceso de entendimiento, por sus mismas características, definen dos orientaciones diferentes. De un lado, estas estructuras sirven para que los actores (y aquí se incluye, en un contexto de acción comunicativa, al intérprete) puedan acceder a un determinado contexto, y en este marco juzgar críticamente las distintas pretensiones de validez. De otra parte, las mismas estructuras sirven para trascender la situación particular propia del entendimiento, y acceder a la posibilidad de pensar críticamente las condiciones bajo las cuales se realiza un proceso de entendimiento particular. En palabras de Habermas, “las mismas estructuras que posibilitan el entendimiento suministran también la posibilidad de un autocontrol reflexivo del proceso del entendimiento.” (p. 170).

La racionalidad instrumental (a la que también denomina cognitiva-instrumental) es la racionalidad propia de las acciones teleológicas, es decir, aquellas en la que los actores se proponen determinados objetivos y consideran al medio que los rodea (incluidas las personas) como objetos sobre los cuales operar o con los que se debe contar para poder realizar la acción con eficacia. Es la racionalidad de la tradición empirista y consiste en la manipulación y en la adaptación inteligente al entorno que rodea al actor. La medida de la racionalidad está dada por la eficacia en la obtención de los fines propuestos con los medios que se ha elegido.

La racionalidad comunicativa hace referencia a un tipo de acción diferente, en la que el actor interactúa con otros actores que se encuentran en pie de igualdad con él en cuanto a la pretensión de validez inicial. Surge a través de la formulación de un consenso intersubjetivo al que llegan los actores luego de exponer cada uno sus argumentos a favor de las pretensiones de validez que les son propias. De este modo, los actores aseguran la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas. Mientras que en la acción teleológica el eje de la racionalidad pasa por la manipulación instrumental del entorno (utilizarlo para nuestros propios fines sin entablar ningún diálogo con él), en la acción comunicativa es el entendimiento comunicativo el que da sentido a la racionalidad. Este entendimiento supone que los actores exponen argumentos, que estos argumentos son susceptibles de crítica, y que pueden llegar a un consenso sobre las pretensiones de validez que formulan.

La racionalidad comunicativa supone necesariamente el involucramiento (aunque sea virtual) del intérprete en la acción, pues sólo así es posible que pueda evaluar correctamente las pretensiones de validez de los actores. Como también se señaló, esto plantea serias dificultades al momento de justificar el carácter científico de la labor del intérprete comunicativo, pues el nombrado involucramiento implica un abandono de la llamada neutralidad valorativa, esto es, la distancia que se establece entre los valores del actor y los valores del investigador. En todo momento el intérprete tiene que asumir que su interpretación se apoya en un saber preteórico que comparte con el actor.

Ahora bien, si lo expresado en el párrafo anterior es correcto, y el intérprete tiene que adoptar una actitud realizativa, la pretensión de objetividad de la sociología comprensiva tiene que apoyarse en estructuras de racionalidad comprehensivas y generales. Esta exigencia se deriva del hecho de que una sociología que acepte que el intérprete procede siempre a partir de un saber previo a su reflexión teórica (saber que comparte con el actor) tiene el inconveniente de que puede caer en el relativismo cultural e histórico, es decir, estar siempre atada a un mundo de la vida determinado en lo cultural y en lo histórico. En otras palabras, la sociología comprensiva no podría salir de un contexto particular y le resultaría imposible, por tanto, elaborar conceptos y reflexiones teóricas generales.

Habermas sostiene que la exigencia de objetividad tiene que demostrar que la estructura interna de los procesos de entendimiento[3] “posee en un determinado sentido una validez universal” (p. 192). La cuestión se complica porque el mismo Habermas afirma que esta validez universal no puede fundarse ni en bases metafísicas ni recurriendo a un programa de pragmática trascendental. En rigor, Habermas no propone una única salida a esta situación, sino que esboza tres caminos posibles: a) desarrollar el concepto de acción comunicativa en términos de una gramática formal, que reconstruya los supuestos formales de los actos de habla propios de la acción comunicativa (p. 193); b) evaluar la fecundidad empírica de los distintos elementos de la pragmática formal (p. 193-194); c)  reelaborar los planteamientos sociológicos de teoría de la racionalización social que ya existen. Este último es el camino elegido por Habermas en la obra. Mediante un recorrido que va de Weber a Parsons, se propone desarrollar los problemas que pueden resolverse con una teoría de la racionalización basada en los supuestos de la acción comunicativa.

Villa del Parque, jueves 18 de julio de 2013


[1] En la acción racional con arreglo a fines el actor social tiene un perfecto conocimiento de los medios con que cuenta y sabe con precisión el fin que se propone. A partir de este conocimiento elige el camino más económico para obtener el fin deseado, y realiza la acción. Weber tomó como modelo la acción del empresario capitalista para elaborar este tipo ideal. En la medida en que las acciones que se realizan en el mundo real más se aproximan a la acción racional con arreglo a fines, disminuye la necesidad de recurrir a explicaciones de tipo psicológico para comprenderlas. En otras palabras, en la acción que se guía totalmente por la racionalidad medios-fines, la intención expresada explícitamente por el actor nos da una perfecta comprensión de los motivos del actor. No es preciso indagar nada más.
[2] En el caso de la acción teleológica las interpretaciones racionales se hacen “en actitud realizativa, ya que el intérprete presupone una base de enjuiciamiento compartida por todas las partes implicadas.” (p. 149).
[3] La estructura racional interna de los procesos de entendimiento comprende: “a) las relaciones de los actores con el mundo y los correspondientes conceptos de mundo objetivo, mundo subjetivo y mundo social; b) las pretensiones de validez que son la verdad proposicional, la rectitud normativa y la veracidad o autenticidad; c) el concepto de un acuerdo racionalmente motivado, es decir, de un acuerdo  basado en el reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica; d) el proceso de entendimiento como negociación cooperativa de definiciones compartidas de la situación.” (p. 192-193).

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias, muy claro el material. Me sirvió muchisimo para entender a Habermas.

Ariel Mayo (1970) dijo...

Gracias a usted por comentar. En Miseria de la Sociología nos ponemos contentos si le facilitamos las cosas a los lectores, ése es uno de nuestros objetivos. Saludos,

Anónimo dijo...

Gracias por vuestro envío. Un saludo.

Ariel Mayo (1970) dijo...

Gracias por su comentario. Saludos,

Anónimo dijo...

Al leer y releer el artículo no logro entender Habermas, admiro a quienes entienden a este autor.