Jon Elster (n. 1940) es uno de los representantes más
significativos del marxismo analítico, esa extraña combinación de elementos de
la teoría marxista con el individualismo metodológico.
A continuación presento unas notas de lectura sobre el
texto: Elster, Jon. (1990). El cambio
tecnológico: Investigaciones sobre la racionalidad y la transformación social.
Barcelona: Gedisa. (Traducción al español por Margarita Mizraji). Trabajé con una
fotocopia de la Introducción a la primera parte (no se observa paginación), del
(¿capítulo?) 3 (pp. 65-81) y de las notas (pp. 208-219).
Elster considera que el criterio más fructífero para
realizar una clasificación de las ciencias consiste en considerar las diversas
modalidades de explicación científica, pues ellas se encuentran en estrecha
relación con las estrategias de formación de teorías. Afirma que “sólo ciertos
tipos de teorías pueden llegar a dar explicaciones satisfactorias en un campo
determinado.” (p. 4 - de la fotocopia -). Elster distingue tres modalidades de
explicación: la causal, la funcional y la intencional. También discrimina entre
tres campos de investigación científica: física[1],
biología[2] y
ciencias sociales. (p. 4)[3].
Ahora bien, la
explicación intencional es la característica central de las ciencias
sociales frente a las ciencias naturales (física y biología definidas en el
sentido amplio que lo hace Elster) porque “el bloque básico en las ciencias
sociales, la unidad elemental de explicación es la acción individual guiada por
alguna intención” (p. 5). De este modo, para que haya explicación intencional
es preciso que exista intención por parte del actor. En otras palabras,
“explicar la conducta intencionalmente es equivalente a demostrar que es
conducta intencional, es decir, conducta realizada para lograr una meta.
Explicamos una acción intencionalmente (…) cuando podemos especificar el estado
futuro que se pretendía crear.” (p. 66).
Elster sostiene que, mientras que la explicación
intencional es característica de las ciencias sociales lo mismo puede decirse
de la explicación causal respecto a
la física (p. 4) y de la explicación
funcional en relación a la biología (p. 4). La explicación intencional (o
teleológica) ha sido descartada en una fecha relativamente reciente en física
(p. 5); en biología, la explicación intencional era propia de las teorías
predarwinianas (p. 5).
Una conducta
intencional supone que esa conducta tiene por objetivo lograr una meta.
Ahora bien, Elster sostiene que la conducta intencional incluye, además de
metas[4],
también creencias: “Un agente intencional elige una acción que cree será el
medio para su meta. A su vez, esta
creencia está relacionada con diversas creencias acerca de asuntos fácticos,
relaciones causales entre medios y fines, etc.” (p. 66). De este modo, una
conducta intencional consiste en una relación triádica entre acción, deseo y
creencia. Ahora bien, justamente porque las creencias y deseos necesitan ser
explicados, la explicación intencional está muy lejos del análisis de conducta.
(p. 66).
Elster emplea razón
como término común para designar a las creencias y a los deseos. (p. 66). En
este punto, sostiene que “la explicación intencional incluye mostrar que el
actor hizo lo que hizo por una razón” (p. 66).
¿Qué significa actuar por una razón? Elster distingue
entre actuar con una razón, que
significa que el actor tiene razones para hacer lo que hace (pero no implica,
necesariamente, que la acción responda a esas razones, porque la misma puede
darse de manera no intencional o casual); y actuar
por una razón, es decir, cuando el actor tiene razones para hacer lo que
hace y, además, hizo lo que hizo debido a dichas razones (p. 66). En otros
términos, cuando el actor actúa por una razón existe una conexión plena entre
la acción y las razones de ella. Elster es especialmente cuidadoso en aclarar
este punto, pues de la confirmación de que la acción se realiza por una razón
es posible inferir la explicación funcional. Así, “el requisito de que el actor
hace lo que hace por una razón implica que la razón es causalmente eficiente
para producir la acción, pero no queda agotada por dicha deducción. Debemos
agregar que las razones causan la acción «en la forma correcta», es decir, no
por casualidad. Por lo tanto, debemos excluir no sólo las «coincidencias del
primer tipo», en las que algo diferente de las razones provoca la acción, de la
que son razones, sino también las «coincidencias del segundo tipo», en las que
las razones realmente causan la acción de la que son razones, pero lo hacen de
un modo no convencional.” (p. 66).
Elster descarta de plano la utilidad del concepto de
inconsciente en las ciencias sociales. De hecho, sostiene que “el concepto de
intenciones inconscientes no es más coherente que la cuadratura del círculo”
(p. 67). Esto se explica a partir de la concepción que tiene de la conducta
intencional, a la que considera como “esencialmente relacionada con el futuro” (p. 66). En la introducción a la
primera parte de la obra ya había trazado, en este sentido, una distinción
importante entre la explicación funcional (propia de la biología) y la
explicación intencional (propia de las ciencias sociales): “la explicación
intencional difiere de la funcional en que la primera puede estar dirigida
hacia el futuro distante, mientras que la última es típicamente miope y
oportunista.” (p. 5-6). Los actores intencionales pueden adoptar estrategias
del tipo “un paso atrás y dos adelante”, en tanto que en la evolución biológica
sólo se llega a esos resultados por casualidad. Es por esto que, volviendo a la
cuestión del papel del inconsciente, Elster descarta la utilidad de este en las
ciencias sociales. En rigor, la acción intencional es tal justamente porque los
actores son plenamente conscientes de las razones por las que actúan de ese
modo y no de otro.
Elster concibe a la consciencia “como un medio de
representación, una pantalla interna sobre la que lo físicamente ausente puede
tener presencia y marcar una diferencia para la acción en el presente.
Operacionalmente, la conciencia puede detectarse a través de la capacidad de
desarrollar estrategias indirectas o de esperar en situaciones cualitativamente
nuevas.” (p. 67).
Elster afirma que, más allá de cómo se defina el
concepto de racionalidad[5], dice que su uso
tiene que reservarse para los casos en que tiene poder explicativo, “es decir,
que nunca habría que caracterizar una creencia, una acción o un modelo de
conducta como racional a no ser que se esté dispuesto a afirmar que la
racionalidad explica lo que se dice
es racional.” (p. 67-68). Todo otro uso del concepto de racionalidad tiene que
aclararse.
Elster indica en el gráfico de página 65 que la
conducta racional se divide en satisfacerte y optimizadora. Si bien reconoce
que “la explicación en términos de optimización sigue siendo el caso
paradigmático de la explicación en las ciencias sociales fuera de la
psicología” (p. 69), afirma que hay dos razones que permiten sostener que la
identificación de la racionalidad con la optimalidad[6] no
vale para la generalidad. La primera de ellas es el argumento especial para satisfacer, que es un resultado de los
problemas de optimización sin soluciones bien definidas (ver su desarrollo en
p. 70). La segunda remite al argumento
general para satisfacer, que es un derivado de las paradojas de
información. Este argumento “requiere que no definamos racionalidad en términos
de creencia dadas, sino que
preguntemos si las creencias son irracionales. Esto significa que a la pregunta
“¿Puede esta acción ser explicada como una conducta optimizante?, podemos dar
respuestas diferentes, dependiendo de si las creencias son consideradas como
constantes o como variables de conducta. Si adoptamos un concepto «delgado» de
racionalidad, definida con respecto a creencias dadas, solamente se aplica el
argumento especial para satisfacer. El argumento general tiene fuerza si
adoptamos un criterio más amplio de racionalidad, que también requiere
racionalidad en la recolección de información y la formación de creencias.” (p.
70).
Elster sostiene que el concepto de racionalidad tiene
que reservarse sólo para los casos en los que tiene poder explicativo. Es
importante destacar que Elster indica que pueden formularse varias definiciones
de racionalidad. Rechaza que racionalidad y optimalidad sean sinónimos. Es por
eso que formula una definición mínima de racionalidad, en la que ésta “implica consistencia de metas y creencias” (p.
68).
Elster ubica la teoría
de los juegos en el marco de su análisis de la racionalidad estratégica, esto es, una variante de la conducta
racional optimizadora[7].
Define la racionalidad estratégica como “un axioma de simetría: el agente actúa
en un medio de otros actores, ninguno de los cuales puede suponerse menos
racional o sofisticado que él mismo. Entonces, cada actor necesita anticipar
las decisiones de los demás antes de tomar la propia, y sabe que hacen lo mismo
con respecto a los demás y a él.” (p. 71). En este punto, la teoría de los
juegos[8]
ofrece un instrumento para formalizar este enfoque estratégico de la conducta
humana.
Como ya indicamos, Elster emplea la teoría de los
juegos para estudiar la racionalidad estratégica. En este marco, distingue
entre la teoría del juego cooperativo,
que “supone que grupos de agentes pueden actuar juntos contra otros grupos y no
investiga la posibilidad ni las condiciones para que se produzca dicha
cooperación” (p. 72), y la teoría del juego
no cooperativo, que “postula decisiones racionales individuales” (p. 72).
Siendo consecuente con su posición individualista metodológica, considera que
la teoría del juego cooperativo es menos fructífera que la del juego no
cooperativo, pues la primera no indica los caminos por los cuales los actores
sociales actúan unidos, en tanto que la segunda trabaja con el supuesto de que
su conducta obedece a motivos exclusivamente individuales.
Dentro de los juegos no cooperativos, Elster distingue
los juegos que tienen una estrategia dominante, es decir, aquellos “en los que
cada participante o jugador tiene un curso de acción o estrategia que es su
mejor opción sin considerar cómo eligen los demás.” (p. 72). En el caso del
juego de los prisioneros, el egoísmo opera como la estrategia dominante. Así,
es “racional para cada individuo actuar de un modo que, cuando es adoptado por
todos, es desastroso para todos. Aunque en este juego la recompensa de cada uno
está afectada por la decisión de todos, la decisión de cada uno puede tomarse
independientemente de las decisiones de todos.” (p. 72). El egoísmo consiste,
por tanto, en elegir sin tomar en cuenta a los demás.
Elster afirma que la racionalidad basada en el
concepto de conducta racional relativa a deseos y creencias dadas y consistentes, es “extremadamente
débil” (p. 81). Se trata de una forma de racionalidad formal, mientras que lo
que hay que lograr es que las personas tengan racionalidad real, en las formas gemelas de juicio
y de autonomía: “La fórmula de
explicación racional-cum-intencional de la acción en términos de deseos y
creencias, complementadas con la explicación causal de las creencias y deseos
mismos, puede resultar engañosa y superficial. Si las personas son agentes en un sentido real y no sólo los
soportes pasivos de sus estructuras de preferencias y sistemas de creencias,
entonces necesitamos entender cómo son posibles el juicio y la autonomía. En mi
opinión, éste es el problema sobresaliente no resuelto tanto en filosofía como
en las ciencias sociales.” (p. 81).
Villa del Parque, viernes 12 de
julio de 2013
[1] Es importante tener en cuenta que Elster define a la física en un
sentido amplio, haciendo alusión con ella al estudio, en general, de la
naturaleza inorgánica (incluiría bajo el término de física, por ejemplo, a la
química y a la astronomía, entre otras). (p. 4).
[2] Como en el caso de la
nota anterior, define a la biología en un sentido amplio, reuniendo bajo dicha
denominación a todas las ciencias que se ocupan del estudio de la naturaleza
orgánica. (p. 3).
[3] Elster dice que no cree
que “las disciplinas estéticas puedan lograr explicaciones científicas o deban
tender a lograrlas” (p. 4).
[6] El concepto de optimización implica que “el agente racional elige una
acción que no solo es un medio para
un fin, sino el mejor de todos los
medios que cree disponibles.” (p. 68).
[7] Ver al respecto el cuadro
de la página 55, en el que Elster grafica su clasificación de los distintos tipos
de conducta.
[8] Elster dice que la teoría de los juegos también podría haberse
denominado “teoría de las decisiones interdependientes” (p. 71).
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