Para la redacción de estos apuntes trabajé con la siguiente edición: Habermas, Jürgen. (1989). Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Taurus.
Habermas recupera tres modelos de acción de la teoría
social contemporánea:
a) Acción
teleológica. Puede ser definida como una intervención teleológica en el
mundo, es decir, como una acción que tiene por objetivo la obtención de un fin
determinado. Habermas indica expresamente que Max Weber (1864-1920) construyó
su tipo ideal de la acción racional con
arreglo a fines[1] para interpretar a la
acción teleológica. En la acción teleológica el mundo material y los demás
individuos son objetivados por el actor de la acción, que los ve como medios u
obstáculos para cumplir el fin o los fines que se propone.
¿Cómo se establece el criterio de racionalidad para
este tipo de acción?
Para hacer posible una interpretación racional es
preciso que existan estándares de enjuiciamiento de la acción que tanto el
agente como el intérprete acepten como válidos. Habermas señala que Weber
plantea que, para ello, es preciso que el intérprete abandone su posición de
tercero exterior a la situación (como es el caso del científico en las ciencias
naturales) y acepte jugar el rol de implicado (así sea virtualmente) en la
situación[2], para
poder someter a examen una pretensión de validez problemática y, si es
necesario, criticarla.
b) Acción regulada
por normas: En ellas el actor, al entablar una relación con otras personas,
se comporta de manera subjetivamente “correcta” al observar determinadas normas
de acción vigentes. La corrección de su acción no se deriva de la eficaz
adecuación entre los medios y los fines propuestos (como en el caso de la
acción teleológica), sino que es el resultado de la creencia del actor en la
validez de las normas vigentes. Este comportamiento del actor es, a la vez,
objetivamente correcto en la medida en que las normas que cree vigentes están
justificadas en el círculo de sus destinatarios.
¿Qué sucede con el criterio de racionalidad en este
caso?
Una forma fácil de eludir el problema de la
racionalidad consiste en constatar descriptivamente si una acción concuerda o
no con una norma dada, y si dicha norma rige socialmente o no. De modo que se
examina si la acción se realiza conforme a las normas socialmente aceptadas, y
aquí termina la cuestión. Pero la cuestión puede ser estudiada de un modo más
complejo, y en este punto aparece otra vez la cuestión de la racionalidad. Como
se indicó arriba, en la acción regulada por normas el actor está convencido
subjetivamente de que está cumpliendo las normas “correctas”. Esta conformidad
del actor ser encuentra asociada con el problema de la “rectitud” de las
normas. El actor puede estar convencido no sólo en un sentido pragmático (las
reglas son correctas porque son las que acepta la comunidad), sino en un
sentido axiológico (las reglas son correctas porque se adecuan a determinados
valores éticos). En este plano se abre el espacio para una interpretación
racional, claro que Habermas indica que el problema es complejo, pues resulta
difícil establecer algún criterio absoluto para comparar las distintas
pretensiones de validez de normas diferentes. Aceptar la posibilidad de una
interpretación racional supone rechazar el camino fácil del escepticismo (que
conduce hacia el “todo da lo mismo” de las posturas relativistas), y “basarse
en un cotejo entre la vigencia social y la validez, construida contrafácticamente,
de un contexto normativo dado” (p. 150). En otras palabras, el intérprete se ve
forzado al enjuiciamiento práctico-moral de normas de acción.
c) Acción
dramatúrgica: En este caso el actor descubre algo de sí ante un público. El
actor expresa un deseo, un sentimiento, un estado de ánimo, un secreto,
confiesa un hecho, etc. La acción no consiste solamente en descubrir alguna de
estas cosas, sino también en convencer al público de la autenticidad de la
vivencia, comportándose de acuerdo (o en forma consistente) con lo dicho.
¿Cómo se definen el concepto de racionalidad para este
caso?
Habermas afirma que la racionalidad reside aquí en la
existencia de una concordancia entre lo revelado por el actor y su conducta. En
otras palabras, existen ciertas conductas que se suponen asociadas a
determinados sentimientos, a la expresión de ciertas vivencias, etc. La
interpretación racional de las acciones dramatúrgicas tiene que sacar a la luz,
por tanto, los casos de distorsión o no correspondencia entre los sentimientos
expresados y las conductas que acompañan a la presentación de dichos
sentimientos por el actor. El intérprete tiene que sacar a luz los casos de
engaño, autoengaño, distorsión, etc. Para ello tiene que afectar la comparación
entre lo expresado y lo actuado. La crítica psicoterapéutica es una muestra la
posibilidad de una interpretación racional de las acciones dramatúrgicas.
Frente a estos tres modelos de acción, Habermas
propone el modelo de la acción
comunicativa. Este es el tipo de acción en el que la interacción entre los
actores sólo puede tener lugar si los actores llegan a un acuerdo sobre sus
relaciones con el mundo y con los otros autores. Dicho de manera más exacta,
los actores tienen que ponerse de acuerdo (o existir un acuerdo entre ellos),
antes de la acción misma, acerca de sus pretensiones de validez que
potencialmente se apoyan en razones. Este acuerdo intersubjetivo sobre las
pretensiones de validez que se van a considerar válidas exige la argumentación
por cada actor de sus propias pretensiones, que pueden ser sometidas a crítica
por los otros actores. La acción comunicativa es, por lo tanto, un proceso de
construcción de consenso (y se basa en este proceso para poder llevarse a cabo)
intersubjetivo acerca de valores compartidos acerca del mundo objetivo. Para
Habermas la acción comunicativa es la clave para entender el papel de la
comprensión en las ciencias sociales, porque en este tipo de acción es preciso
que los distintos actores relacionen sus diferentes pretensiones de validez por
medio de la argumentación y la crítica. Esto puede aplicarse a la relación del
intérprete (científico social) con los actores sociales. El intérprete no se
encuentra separado del actor, sino que se ve obligado a adoptar, desde el
vamos, sus pretensiones de validez, porque sólo de ese modo puede someterlas a
crítica.
Para entender mejor el punto de vista de Habermas es
preciso decir algunas palabras sobre la perspectiva comprensivista en las ciencias
sociales.
El concepto de mundo
de la vida fue desarrollado por Alfred Schütz (1899-1959), quien aludía así
al hecho de que la sociedad está plagada de sentido, de que las personas
vivimos en un mundo cargado de sentido. Para poder vivir cotidianamente, nos
vemos obligados (todos) a realizar un proceso constante de comprensión de
sentido, tanto de las conductas de las otras personas, como de los objetos
culturales que utilizamos, etc. A diferencia de la posición de otros autores,
para quienes la comprensión es sólo una herramienta metodológica utilizada para
estudiar los rasgos específicos de las ciencias sociales (aquellos que no
pueden ser analizados recurriendo a la observación y la experimentación, como
es el caso de las ciencias naturales), Schütz considera que la comprensión es
la forma misma en que experimentamos la experiencia misma de vivir en el mundo
de la vida. La comprensión es fundamental para poder vivir en el mundo y, por
lo tanto, es el principal recurso empleado por los legos en la vida cotidiana.
Es por eso que los legos formulan toda una serie de conceptos a partir de esta
comprensión, conceptos que constituyen la base del trabajo de los científicos
sociales. La sociología tiene que trabajar sobre esta primera comprensión de la
realidad social, y realizar una nueva comprensión, esta vez en términos
científicos (formulando reglas y regularidades generales, que trascienden los
casos particulares).
Anthony Giddens (n. 1938) va a retomar esta cuestión
al desarrollar su concepción de la doble hermenéutica. Así, mientras que en el
ámbito de las ciencias naturales, los científicos se enfrentan a realidades
desprovistas de sentido (y realizan, por tanto, una interpretación de esa
realidad, es decir, ponen ellos el sentido a los hechos), en el campo de las
ciencias sociales, los científicos hacen frente a una realidad que ya está
plena de sentido (el cual es desarrollado, como vimos, por los legos en la vida
cotidiana). Hay, por tanto, una primera hermenéutica, cuando los científicos
interpretan el sentido de los conceptos elaborados por las personas comunes, y
una segunda hermenéutica, cuando los científicos interpretan las elaboraciones
de los otros científicos.
Habermas plantea en este punto su diferencia con las
concepciones empiristas (u objetivistas) de las ciencias sociales. El
intérprete no se enfrenta a una realidad social vacía de sentido o de
significados, como es, por ejemplo, el caso de un físico que estudia el
comportamiento de las partículas subatómicas. Se encuentra con un ámbito en el
que los actores cargan de sentido a todas las cosas y a todas las acciones. En
otras palabras, se encuentra frente a una realidad que ya ha sido interpretada.
De este modo, el problema de la comprensión (entendida como herramienta
fundamental de las ciencias sociales) al enfrentarse a “objeto” de estudio
consiste en que el científico encuentra un lenguaje ya elaborado por los
participantes para explicar dicha realidad, y el intérprete no puede utilizar
ese lenguaje sin someterlo a crítica (pues aceptarlo sin más significaría
renunciar a toda pretensión de elaborar una ciencia social).
En palabras de Habermas,
“la
problemática específica de la
comprensión consiste en que el científico social no puede servirse de ese
lenguaje con que ya se topa en el ámbito objetual como de un instrumento
neutral. No puede «montarse» en ese lenguaje sin recurrir al saber preteórico
que posee como miembro de un mundo de la vida, saber que él domina
intuitivamente como lego y que introduce sin analizar en todo proceso de
entendimiento.” (p. 158).
Este saber preteórico es la base interpretativa de
toda comprensión. Para accederse a una comprensión científica es preciso, por
tanto, partir de dicho saber y someterlo a crítica, para poder avanzar de lo
particular a lo general.
Como quedó aclarado, para Habermas es imposible pensar
la interpretación de la sociedad desde un supuesto “espacio exterior” a la
misma. Los científicos sociales no parte de la nada si no de un saber
preteórico, saber que han incorporado a partir de su participación en la
sociedad. En este sentido, Habermas rescata el aporte de H.Skjervheim, quien
puso el acento entre dos actitudes básicas del científico:
“Quien en el
papel de primera persona observa algo en el mundo o hace un enunciado acerca de
algo en el mundo adopta una actitud objetivante. Quien, por el contrario, participa
en una comunicación y en el papel de primera
persona (ego) entabla una relación intersubjetiva con una segunda persona(alter), que, a su vez,
en tanto que alter ego, se relaciona con ego como con una segunda persona,
adopta no una actitud objetivante, sino, como diríamos hoy, una actitud
realizativa.” (p. 159).
En el campo de la sociología, el intérprete está
obligado a participar (en un sentido virtual en la mayoría de los casos) en la
acción para poder comprender cabalmente las pretensiones de validez del actor.
Entonces, se plantea un problema para la comprensión que consiste en determinar
en qué medida esa participación del actor no afecta la posibilidad de construir
una teoría que vaya más allá, que trascienda las condiciones particulares de
esa acción específica.
Habermas plantea que en la acción comunicativa es
todavía más fuerte la exigencia de participación indicada en el punto anterior
de este cuestionario. Para Habermas, sólo es posible comprender la acción
comunicativa si el intérprete tiene una participación, al menos virtual, en la
misma. Ahora bien, esta participación plantea dificultades teóricas, porque
surge la cuestión de en qué medida la comprensión del intérprete que participa
de la acción tiene un status
diferente de la del lego. En otras palabras, se origina el problema del porqué
conceder a la interpretación del científico un valor diferente al de la
compresión realizada por el resto de los mortales. En este punto, Habermas
señala que existe una diferencia significativa entre los actores y el intérprete
que adopta una actitud realizativa; los primeros, tienen sus propias intenciones de acción; el segundo,
carece de ellas y persigue intenciones que corresponden a un sistema diferente
del de la acción misma (ese sistema que persigue el intérprete es el de la
ciencia). El científico social, al participar en la acción, se despoja de sus
atributos de actor y se concentra en adoptar el rol de hablante y oyente para
poder desentrañar el proceso del entendimiento. Sólo a partir de este camino es
posible lograr la objetividad del científico en las ciencias sociales. Sin
embargo, el problema de la objetividad de la participación del intérprete no
está resuelto del todo, pues subsiste la cuestión de que esa participación lo
implica en la acción (como vimos, en el caso de la acción comunicativa dicha
implicación es imprescindible). Dada la naturaleza de la acción comunicativa
(construcción de consenso mediante la discusión de distintas pretensiones de
validez de los actores), el científico social se encuentra obligado a juzgar
dichas pretensiones de validez para poder realizar una interpretación racional
de las mismas. El problema consiste, por tanto, en dónde fundar los criterios
de validez del intérprete para garantizar que dicha interpretación sea
objetiva. Habermas considera que no es viable la respuesta de un intérprete que
se transforme en un observador objetivante (es decir, alguien que mire desde afuera la situación estudiada).
Habermas distingue la interpretación de los distintos
tipos de acción. Así, en el caso de la acción
teleológica, la interpretación es racional en la medida en que tomamos en
serio las pretensiones del actor y las sometemos a una crítica que se basa en
nuestro saber y en la comparación del curso que efectivamente siguió la acción
con el curso ideal que debió haber seguido la misma.
En la acción
regulada por normas procuramos analizar la relación entre la pretensión de
validez normativa que el actor vincula a sus acciones y la existencia efectiva
de esas normas en la sociedad, su alcance social y los supuestos filosóficos y
éticos en los que se apoyan.
En la acción dramatúrgica
el observador examina la correspondencia entre lo expresado por el actor y su
conducta.
En los tres casos presentados existe un desnivel metodológico relevante entre el
plano de la interpretación de la acción y el plano de la acción interpretada.
En otras palabras, el actor no posee ninguna capacidad para discutir la
interpretación realizada por el científico social. Los supuestos de la
interpretación de la acción no pueden ser discutidos por quien realiza
efectivamente ésta.
Este desnivel metodológico desaparece en el caso de la
acción comunicativa. Aquí:
“la diferencia
entre el plano conceptual de la coordinación lingüística de la acción y el
plano conceptual de la interpretación que como observadores hacemos de esa
acción, deja de funcionar como filtro protector (…) el actor dispone de una
competencia de interpretación igual de compleja que la del observador. El actor
no solamente está provisto ahora de tres conceptos del mundo [el mundo
objetivo, el mundo subjetivo, el mundo de sus acciones], sino que también puede
emplearlos reflexivamente.” (p. 167).
El hecho de dotar a los actores de esta facultad hace
que el observador (el intérprete) pierda su posición privilegiada y modifica la
situación en la cuestión de la racionalidad. Ya no puede hacerse, como en los
casos anteriores, una distinción entre la interpretación descriptiva y la
interpretación racional, sino que la interpretación tiene que ser desde el
vamos racional. ¿Qué se entiende por racional? Justamente la interpretación
racional que hace el intérprete que participa de la acción, y que puede ser
sometida a crítica por los actores que realizan la acción.
En los modelos de la acción teleológica, la acción
regulada por normas y la acción dramatúrgica, una diferencia fundamental entre
el plano de la coordinación lingüística de la acción y el análisis que hace el
observador de dicha acción. En otras palabras, en estos tres modelos se da por
supuesto que existe una distancia infranqueable entre el lenguaje de los
actores y el lenguaje del observador; el observador tiene que tratar el
lenguaje del actor como si se tratara de algo ajeno, de algo exterior. Es
justamente por medio de esta distancia que se sustenta la pretensión de
superioridad del análisis científico. Esta actitud es la que a lo largo del
texto Habermas califica como objetivante.
En el modelo de la acción comunicativa este
tratamiento del lenguaje es imposible. La participación del intérprete en la
acción derriba la distancia que lo separa con el actor, cuestión que se ve
reforzada con el reconocimiento por parte del intérprete de que “el agente
dispone de una competencia de interpretación igual de compleja que la del observador”
(p. 167). Este punto es importante, pues permite defender la inexistencia de la
neutralidad valorativa en la sociología comprensiva orientada en base al modelo
de la acción comunicativa. También permite entender las razones por las que
Habermas dedica especial atención a estudiar la relevancia de los trabajos de
la hermenéutica filosófica para dicha sociología comprensiva.
Las estructuras internas del proceso de entendimiento,
por sus mismas características, definen dos orientaciones diferentes. De un
lado, estas estructuras sirven para que los actores (y aquí se incluye, en un
contexto de acción comunicativa, al intérprete) puedan acceder a un determinado
contexto, y en este marco juzgar críticamente las distintas pretensiones de
validez. De otra parte, las mismas estructuras sirven para trascender la
situación particular propia del entendimiento, y acceder a la posibilidad de
pensar críticamente las condiciones bajo las cuales se realiza un proceso de
entendimiento particular. En palabras de Habermas, “las mismas estructuras que posibilitan el entendimiento suministran
también la posibilidad de un autocontrol reflexivo del proceso del
entendimiento.” (p. 170).
La racionalidad
instrumental (a la que también denomina cognitiva-instrumental) es la
racionalidad propia de las acciones teleológicas, es decir, aquellas en la que
los actores se proponen determinados objetivos y consideran al medio que los
rodea (incluidas las personas) como objetos sobre los cuales operar o con los
que se debe contar para poder realizar la acción con eficacia. Es la racionalidad
de la tradición empirista y consiste en la manipulación y en la adaptación
inteligente al entorno que rodea al actor. La medida de la racionalidad está
dada por la eficacia en la obtención de los fines propuestos con los medios que
se ha elegido.
La racionalidad
comunicativa hace referencia a un tipo de acción diferente, en la que el
actor interactúa con otros actores que se encuentran en pie de igualdad con él
en cuanto a la pretensión de validez inicial. Surge a través de la formulación
de un consenso intersubjetivo al que llegan los actores luego de exponer cada
uno sus argumentos a favor de las pretensiones de validez que les son propias.
De este modo, los actores aseguran la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad
del contexto en que desarrollan sus vidas. Mientras que en la acción
teleológica el eje de la racionalidad pasa por la manipulación instrumental del
entorno (utilizarlo para nuestros propios fines sin entablar ningún diálogo con
él), en la acción comunicativa es el entendimiento
comunicativo el que da sentido a la racionalidad. Este entendimiento supone
que los actores exponen argumentos, que estos argumentos son susceptibles de
crítica, y que pueden llegar a un consenso sobre las pretensiones de validez
que formulan.
La racionalidad comunicativa supone necesariamente el
involucramiento (aunque sea virtual) del intérprete en la acción, pues sólo así
es posible que pueda evaluar correctamente las pretensiones de validez de los
actores. Como también se señaló, esto plantea serias dificultades al momento de
justificar el carácter científico de la labor del intérprete comunicativo, pues
el nombrado involucramiento implica un abandono de la llamada neutralidad valorativa, esto es, la
distancia que se establece entre los valores del actor y los valores del
investigador. En todo momento el intérprete tiene que asumir que su
interpretación se apoya en un saber preteórico que comparte con el actor.
Ahora bien, si lo expresado en el párrafo anterior es
correcto, y el intérprete tiene que adoptar una actitud realizativa, la
pretensión de objetividad de la sociología comprensiva tiene que apoyarse en
estructuras de racionalidad comprehensivas y generales. Esta exigencia se
deriva del hecho de que una sociología que acepte que el intérprete procede
siempre a partir de un saber previo a su reflexión teórica (saber que comparte
con el actor) tiene el inconveniente de que puede caer en el relativismo
cultural e histórico, es decir, estar siempre atada a un mundo de la vida
determinado en lo cultural y en lo histórico. En otras palabras, la sociología
comprensiva no podría salir de un contexto particular y le resultaría imposible,
por tanto, elaborar conceptos y reflexiones teóricas generales.
Habermas sostiene que la exigencia de objetividad
tiene que demostrar que la estructura interna de los procesos de entendimiento[3]
“posee en un determinado sentido una validez
universal” (p. 192). La cuestión se complica porque el mismo Habermas
afirma que esta validez universal no puede fundarse ni en bases metafísicas ni
recurriendo a un programa de pragmática trascendental. En rigor, Habermas no
propone una única salida a esta situación, sino que esboza tres caminos
posibles: a) desarrollar el concepto de acción comunicativa en términos de una
gramática formal, que reconstruya los supuestos formales de los actos de habla
propios de la acción comunicativa (p. 193); b) evaluar la fecundidad empírica
de los distintos elementos de la pragmática formal (p. 193-194); c) reelaborar los planteamientos sociológicos de
teoría de la racionalización social que ya existen. Este último es el camino
elegido por Habermas en la obra. Mediante un recorrido que va de Weber a
Parsons, se propone desarrollar los problemas que pueden resolverse con una
teoría de la racionalización basada en los supuestos de la acción comunicativa.
[1] En la acción racional con
arreglo a fines el actor social tiene un perfecto conocimiento de los medios
con que cuenta y sabe con precisión el fin que se propone. A partir de este
conocimiento elige el camino más económico para obtener el fin deseado, y
realiza la acción. Weber tomó como modelo la acción del empresario capitalista
para elaborar este tipo ideal. En la medida en que las acciones que se realizan
en el mundo real más se aproximan a la acción racional con arreglo a fines,
disminuye la necesidad de recurrir a explicaciones de tipo psicológico para
comprenderlas. En otras palabras, en la acción que se guía totalmente por la
racionalidad medios-fines, la intención expresada explícitamente por el actor
nos da una perfecta comprensión de los motivos del actor. No es preciso indagar
nada más.
[2] En el caso de la acción
teleológica las interpretaciones racionales se hacen “en actitud realizativa,
ya que el intérprete presupone una base de enjuiciamiento compartida por todas
las partes implicadas.” (p. 149).
[3] La estructura racional
interna de los procesos de entendimiento comprende: “a) las relaciones de los
actores con el mundo y los correspondientes conceptos de mundo objetivo, mundo
subjetivo y mundo social; b) las pretensiones de validez que son la verdad
proposicional, la rectitud normativa y la veracidad o autenticidad; c) el
concepto de un acuerdo racionalmente motivado, es decir, de un acuerdo basado en el reconocimiento intersubjetivo de
pretensiones de validez susceptibles de crítica; d) el proceso de entendimiento
como negociación cooperativa de definiciones compartidas de la situación.” (p.
192-193).
5 comentarios:
Muchas gracias, muy claro el material. Me sirvió muchisimo para entender a Habermas.
Gracias a usted por comentar. En Miseria de la Sociología nos ponemos contentos si le facilitamos las cosas a los lectores, ése es uno de nuestros objetivos. Saludos,
Gracias por vuestro envío. Un saludo.
Gracias por su comentario. Saludos,
Al leer y releer el artículo no logro entender Habermas, admiro a quienes entienden a este autor.
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