“Los errores
colectivos, como los errores individuales,
dependen de causas
objetivas y no pueden erradicarse
si no se actúa sobre
esas causas.”
Emile Durkheim
Nota bibliográfica:
Para la redacción de
este artículo utilicé la traducción española de J. Aguirre, R. Blatt y A.
Mancini: Benjamin, Walter. (2002). “Tesis sobre la filosofía de la historia”.
En: Benjamin, Walter. (2002). Ensayos.
Madrid: Editora Nacional. (pp. 107-127).
Walter Benjamin (1892-1940)
vivió en carne propia una de las dos derrotas más importantes de la clase
trabajadora en el siglo XX, la sufrida por los obreros alemanes frente al
nazismo en 1933. También fue testigo privilegiado de la otra gran derrota, la
propinada por el estalinismo a los obreros rusos y al partido bolchevique. La
suya es la experiencia dual de la victoria y la derrota del socialismo; de ahí
todo el dramatismo de su posición, porque Benjamin, a diferencia de testigos de
procesos posteriores, sí conocía la fuerza y la capacidad de la clase obrera para
lograr el triunfo.
Las Tesis sobre la filosofía de la historia pueden
ser leídas como el intento de de hacer un balance de la experiencia
revolucionaria del proletariado en las primeras décadas del siglo XX y, sobre
todo, de dar cuenta de su tremenda derrota. Es imposible abordar en un solo
artículo la multiplicidad de temas tratados en las Tesis. En este caso, me limitaré a examinar la Tesis IX.
La Tesis IX aborda el
tema del conformismo de la socialdemocracia alemana, una de las
causas de la derrota de 1933. El alcance de la crítica va más allá de Alemania,
y se extiende a toda la izquierda, que suscribió casi siempre y en todas partes
la idea que postula que hay progreso
en la historia, que éste es inexorable y
que se identifica con el progreso
tecnológico.
Frases como “el
futuro es nuestro”, “nadie puede detener la primavera”, “el capitalismo está
históricamente condenado”, y docenas de variantes por el estilo, tienen en
común la arraigada convicción de que hay progreso en la historia, y que éste
juega del lado de los oprimidos. No se trata de un problema meramente
filosófico. La cuestión es mucho más profunda y está ligada directamente a la
política concreta de los partidos revolucionarios. Si los diagnósticos de la
coyuntura están basados, en última instancia, en la creencia en que la marcha
de la historia rumbea inexorablemente hacia el socialismo, se corre el riesgo
de que los diagnósticos tomen esa creencia (y los deseos subyacentes) por la
realidad. La línea política, conformada en torno a la idea de progreso, pierde
realismo, se convierte en utópica en el peor sentido, todo hecho se interpreta
como un signo del triunfo próximo e inevitable. También se pierden de vista las
derrotas, mejor dicho, se las reinterpreta como, a lo sumo, desvíos pasajeros en
una marcha lineal hacia el triunfo. En síntesis, la fe en el progreso va de la
mano del triunfalismo.
Benjamin describe así
la situación de la socialdemocracia alemana:
“Nada ha corrompido
tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están nadando con la
corriente.” (p. 118).
La convicción de
“nadar con la corriente”, de caminar de la mano del progreso, es fuente de
conformismo:
“El conformismo, que
desde el principio ha estado como en su casa en la socialdemocracia, no se
apega sólo a su táctica política, sino además a sus concepciones económicas. Él
es una de las causas del derrumbamiento ulterior.” (p. 118).
El reformismo en la socialdemocracia
alemana tuvo múltiples fuentes. Simplificando en extremo, podemos decir que ya
estuvo presente en la misma fundación del Partido Obrero Social Demócrata de
Alemania (POSDA), cuando se produjo la fusión de los grupos lassalleano y eisenachiano
(marxistas), a punto de obligar a Marx la redacción de la Crítica del programa de Gotha. (2) Lassalle, con su insistencia en
proponer una política de colaboración con el Estado prusiano, fue el pionero de
la táctica reformista. Posteriormente, el desarrollo de la clase obrera (al
calor de la expansión económica) y el crecimiento de los sindicatos,
promovieron la lucha económica sindical. Por último, Eduard Bernstein
(1850-1932) emprendió la crítica reformista de la teoría marxista. El derrumbe
político del POSDA en 1914, su apoyo a la guerra, fue el efecto de la acción
combinada de una política favorable a la colaboración con el Estado, de la
lucha sindical centrada en lo económico-corporativo, del revisionismo teórico
del núcleo duro del marxismo. Por supuesto, todas estas tendencias fueron
combatidas por algunos dirigentes y militantes, como Rosa Luxemburgo (1871-1919).
Pero marcaron el carácter general de la socialdemocracia alemana. El
aplastamiento de la insurrección espartaquista en 1919 y la impotencia para
impedir el triunfo del nazismo en 1933, muestran que se trató de una tendencia
de largo plazo.
Sin embargo, la
crítica de Benjamin no se centra en el momento político. Al referirse al
conformismo, apunta a las concepciones más generales de la socialdemocracia, a
su interpretación del carácter del progreso tecnológico. Este es el eje de la
Tesis IX.
“El desarrollo técnico
era para ellos [los socialdemócratas alemanes] la pendiente de la corriente a
favor de la cual pensaban que nadaban.” (p. 118).
Detrás de la
convicción de los socialistas alemanes se encontraba la idea de que la
Humanidad progresaba a lo largo de la historia. El acento puesto en el progreso
tecnológico no es otra cosa que un aspecto particular de la Fe en el Progreso.
Puesto que el progreso tecnológico se expresa en el incremento de la
productividad del trabajo, los socialistas tendían a glorificar al trabajo.
Así,
“no había más que un
paso [desde el progreso tecnológico] hasta la ilusión de que el trabajo en la
fábrica, situado en el impulso del progreso técnico, representa una ejecutoria
política. La antigua moral protestante del trabajo celebra su resurrección
secularizada entre los obreros alemanes.” (p. 118).
¿Cómo podían ir mal
las cosas si los obreros eran la quintaesencia de ese trabajo que hacía
progresar a la Humanidad? El futuro era de la socialdemocracia porque era el
partido de la clase obrera. La oposición a la socialdemocracia no expresaba
únicamente intereses de clase, era algo mucho más profundo que eso: se trataba
de la oposición de la irracionalidad al Progreso Humano. La simpatía hacia el
positivismo de muchos militantes socialistas se insertaba en el marco de estas
concepciones.
La glorificación del
trabajo, en las condiciones de la economía capitalista, suponía separar el
proceso meramente técnico del proceso social del trabajo. (3). Dicho de otro
modo: los socialdemócratas alemanes separaban los procedimientos para
incrementar la productividad del trabajo de la propiedad privada y la
explotación. Ponían el énfasis en el trabajo como fuente de riqueza social y no
en el trabajo como fuente de plusvalor. Benjamin lo expresa con claridad:
“Este concepto
vulgarizado de lo que es el trabajo no se pregunta con la calma necesaria por
el efecto que su propio producto hace a los trabajadores en tanto no puedan
disponer de él. Reconoce únicamente los progresos del dominio de la naturaleza,
pero no quiere reconocer los retrocesos de la sociedad. Ostenta ya los rasgos
tecnocráticos que encontraremos más tarde en el fascismo.” (p. 118) (4).
La adopción de una
concepción tecnocrática del trabajo deriva en una visión de la Naturaleza que
es propia de la burguesía en ascenso:
“Un concepto de la
Naturaleza que se distingue catastróficamente del de las utopías socialistas
anteriores a 1848. El trabajo, tal y como ahora se lo entiende, desemboca en la
explotación de la naturaleza que, con satisfacción ingenua, se opone a la
explotación del proletariado.” (p. 119).
Las consecuencias
políticas de esta concepción del progreso y de trabajo son evidentes. En vez de
combatir la explotación capitalista mediante la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción, muchos socialistas optaron por seguir el
camino de fomentar el progreso tecnológico, incrementar la productividad del
trabajo y distribuir la riqueza así generada de modo más equitativo. La
Humanidad puede progresar de manera pacífica. El socialismo será el fruto del
progreso tecnológico y no de la lucha de clases contra el capital.
Villa del Parque,
domingo 13 de septiembre de 2015
NOTAS:
(1)
Para
la mejor comprensión del lector, transcribo el párrafo completo: “El
conformismo, que desde el principio ha estado como en su casa en la
socialdemocracia, no se apega sólo a su táctica política, sino además a sus
concepciones económicas. Él es una de las causas del derrumbamiento ulterior.
Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están
nadando con la corriente. El desarrollo técnico era para ellos era para ellos
la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaban que nadaban. Punto
éste desde el que no había más que un paso hasta la ilusión de que el trabajo
en la fábrica, situado en el impulso del progreso técnico, representa una
ejecutoria política. La antigua moral protestante del trabajo celebra su
resurrección secularizada entre los obreros alemanes.”
(2)
El
POSDA fue el producto de un largo proceso de unificación. A finales de la
década de 1850, Ferdinand Lassalle (1825-1864) logró reorganizar el movimiento
obrero y fundó la Asociación General de Obreros Alemanes. Si bien jugó un papel
fundamental en la difusión de las ideas de Marx en Alemania durante los años
50, Lassalle no era marxista y proponía la colaboración con el gobierno
prusiano para obtener reformas favorables a la clase trabajadora. Los marxistas
estuvieron representados por Wilhelm Liebknecht (1826-1900) y August Bebel
(1840-1913), quienes construyeron otra organización obrera, fuerte sobre todo
en Bavaria. En el Congreso de Gotha se unificaron los socialistas lassalleanos
y los marxistas (conocidos como eisenachianos).
(3)
Ver
al respecto el capítulo 5 (Proceso de trabajo y proceso de valorización) del
Libro Primero de El Capital de Marx.
(4)
Para
comprender el sentido de la alusión de Benjamin a los efectos del producto
sobre el productor, resulta imprescindible la lectura de “El trabajo alienado”,
fragmento de los Manuscritos económico-filosóficos
de 1844.
4 comentarios:
Aníbal Prado tuvo la gentileza de enviarme un largo comentario. Transcribo la primera parte: Sobre el artículo sobre el progreso tecnológico y el conformismo de la izquierda, en Walter Benjamin, publicado en el blog de Miseria de la Filosofía por Ariel Mayo
Interesante y clave la crítica sobre el conformismo que deviene de la idea de progreso.
El tema del progreso es uno de los tantos donde se evidencia el carácter reformista y de integración al sistema de las teorías y políticas de izquierda -y derecha- que lo postulan.
Pocos lo saben, pero la idea del progreso es profundamente religiosa, cristiana. Ya estaba presente en Agustín de Hipone (San Agustín 354-430) , pero su punto más alto fue formulado hace más de 800 años por un abad napolitano: Joaquin de Fiore (1135-1202)
Hasta entonces, en gran medida por la misma forma de producir y vivir, con fuerzas productivas que no cambiaban demasiado salvo por cuestiones climáticas, enfermedades, cataclismos y guerras, la idea que se tenía de la historia era de ciclos que se repetían una y otra vez. No existía la idea del progreso, esto es que siempre más adelante se estará mejor, que las cosas cambian y se desarrollan para mejor, es decir un sentido de mejora sobre cómo estaremos. La idea era una continua repetición de situaciones.
Pero aquí aparece este religioso, con muchas ideas apocalípticas y de creer en el fin del mundo, donde habla de tres reinos o eras: el reino del Padre, el reino del Hijo (en el cual se encontraban) y el reino del Espíritu Santo.
Él establece entre esas tres Eras una lógica interna donde la anterior se subordina al siguiente, es decir, que la era del Hijo es superior a la era del Padre así como la del Espíritu Santo será superior a las otros dos. Es como si existiera una especie de maduración y consumación del último sobre el anterior o anteriores. Curiosamente en la última, según él, desaparecería el Estado (él habla de gobierno seglar) y también desaparecerá hasta la misma organización de la iglesia, su jerarquía y se conocería una era de paz, libertad, tranquilidad y goce. Se dice que sus teorías fueron fuente de inspiración para los rebeldes y reformadores de la iglesia, en la búsqueda de Otro Mundo. Uno de sus seguidores, el fraile dominico Tomás Campanella escribió “La ciudad del Sol”, donde gobierna la razón y la ciencia, en una comunidad con propiedad socialista (1602).
Va la segunda parte del comentario de Aníbal Prado:
El progreso postula una visión lineal del tiempo, y que este avanza progresando, base de la actual idea del progreso (todo muy tautológico, por cierto). Una crítica a esta concepción del tiempo está en el artículo “Apresurados y Retardatarios. El tiempo como factor...” en la revista Teoría y Praxis N° 1 en http://www.debates.teoriaypraxis.org/index.php/es/15-revista-typ/30-retardatarios-y-apresurados-el-tiempo-como-objetivo-factor-y-herramienta-de-lucha
Si bien no tengo presente el texto de Benjamin, y no sé si el título es coherente pues en él se habla del conformismo en la izquierda revolucionaria, y por lo que ví él se refiere a la socialdemocracia, que de revolucionaria en el sentido proletario no tiene nada, lo cierto es que esa idea del progreso le sale al paso a otra vieja y dominante concepción: de todo tiempo pasado fue mejor. Ahora sería todo tiempo futuro será mejor.
Así si se desarrolla la economía todo estará mejor, pues el avance tecnológico y productivo implicará mejoría para todos y en un proceso se irá consumando el socialismo, o nos llevará allí nomás, a sus puertas. La misma matriz la tienen los catastrofistas, los que auguran un futuro -o incluso un presente- de estancamiento que llevaría a un estallido social y a un cambio de sociedad.
Es un determinismo histórico que viene de lejos. Sólo hay que cambiar el reino del Espíritu Santo por la sociedad socialista y se mantienen las premisas, como si ya estuviera “condenado” a que un reino o sociedad pasa a la siguiente que será superior y mejor.
En la década del 60, había un prestigioso dirigente trotskista, Juan Posadas, del Partido Socialista Obrero y que luego fundaría una Cuarta Internacional Trotskista Posadista, que decía que los extraterrestres deberían vivir bajo el comunismo pues su tecnología era tan avanzada que sólo podría venir de una sociedad comunista (en esa época estaban de moda los OVNIS). Incluso que había que propiciar un internacionalismo intergaláctico.
Y ojo, no fue el único en asociar el alto desarrollo tecnológico al comunismo.
Estas ideas del progreso son compartidas tanto por los que hoy se consideran los representantes o intérpretes del marxismo, como también por el populismo y hasta sectores de la derecha. Para todos ellos el incremento de la producción es sinónimo de estar mejor. Y estancamiento o crecimiento negativo, peor. Para ellos, por ejemplo, votar para que un partido o frente socialdemócrata de izquierda llegue al gobierno es estar mejor, es acercase al socialismo. De allí el voto al FIT aunque no coincidan con el programa y lo critiquen pues no plantea ninguna medida transformadora de fondo y se queda en las consabidas consignas cuyos resultados hemos visto siempre.
Su idea del tiempo y la acumulación se funda justamente en su concepción de progreso. Y así como los primeros cristianos, y hoy mismo diversas sectas cristianas, eran convocados o estimulados por sido la idea del fin del mundo y el principio del reinado celestial donde estaremos para siempre en el paraíso, buena parte de la militancia se estimula con la convicción de que lo que hoy está haciendo, pedir un voto, etc, acerca la meta, cuando en realidad puede ser lo contrario.
Va la tercera parte del comentario de Aníbal Prado: No ignoran que la socialdemocracia ya estuvo en el gobierno y los resultados están a la vista. Y que el estalinismo estuvo en el poder y los resultados están a la vista. Pero nuevas caras no son lo mismo... Como si el comandante en jefe de las fuerzas armadas argentinas fuera un trotskista cambiaría el carácter a las fuerzas armadas como órgano de represión de la burguesía para mantener el orden interno y defender su mercado y propiedades, como si por ello dejasen de ser genocidas. Pero “no es lo mismo”, dirán, lo que es cierto. Y ese “no es lo mismo” por un pase mágico se transforma en una etapa de un avance hacia la transformación de la sociedad capitalista en socialista.
Lejos de cuestionar la idea del progreso, tratan de capturar el voto de “las fuerzas progresistas” o se definen a sí mismos como de izquierda progresista.
Resulta curioso que no cuestionen la idea del progreso -como parte de las concepciones burguesas- cuando la bandera del Progreso ha sido levantad por los sectores más rancios de la burguesía y de los terratenientes. Los Club El Progreso, no sólo en Argentina sino en otros lugares eran lugar de encuentro de la crema de la clase dominante.
Por ejemplo, no por casualidad el lema del escudo de Brasil, que representaba a los grandes dueños productores de café y trabajo, entre otros, era “Ordem e Progresso” (Orden y Progreso). Seguramente los intelectuales de la clase dominante brasilera de entonces (por fines del 1800) había leído a Augusto Comte (1798-1857) que decía:
“Ningún orden verdadero puede establecerse, y menos aun
perdurar, si no es plenamente compatible con el progreso, y ningún
progreso valedero puede realizarse si no tiende a la consolidación del
orden [...]. El infortunio de nuestro actual estado de cosas reside en que las dos ideas,progreso y orden social, aparecen oponiéndose radicalmente una a la otra.”
Con la bandera del progreso se justificaron los peores genocidios. Y se siguen justificando.
No es casualidad que una de las principales editoriales del estalinismo se llamara Editorial Progreso.
No por nada las fuerzas abiertamente socialdemócratas, en el caso argentina, el Partido Socialista y el Partido Radical se consideran y definen progresistas. Lo mismo que las conservadoras.
En argentina, el Partido Demócrata Progresista, que fundara Lisandro de la Torre, demostró lo que era cuando apoyó primero a Braden y a la los grandes terratenientes, a pesar de que había antes encabezado luchas contra ellos. Y fue tan democrático que propició golpes de Estado contra Perón, festejó y apoyó a la Libertadora y años después, cuando se da el golpe de Onganía, le da importantes funcionarios a todo nivel a dicha dictadura cívico-militar.
La idea del progreso era muy fuerte en época de Marx (Hegel fue uno de los teóricos que más influyó en desarrollar esa idea, por ejemplo en la Filosofía de la Historia). Y ni Marx ni Engels terminan de romper con ella. De hecho los conceptos de “misión histórica”, de que los modos de producción se suceden unos a otros como ejemplo de progreso, el carácter superprogresista del capitalismo, naturalmente respecto a otros modos de producción, una cierta inevitabilidad del triunfo del proletariado, forman parte de esa no ruptura con la idea del progreso. Aunque también podemos encontrar textos donde relativizan lo anterior, lo cierto es que no aplicaron su aguda mirada a la idea del progreso, especialmente porque la realidad del capitalismo y los cambios que producía la ponían en lo alto y sin poder verla con claridad.
Años antes, el mismo Kant había escrito que
“La historia de la raza humana, concebida como un todo, puede ser considerada como la realización de un plan oculto de la naturaleza para llevar a cabo una constitución política interna y también externamente perfecto como el único estado en el cual todas las aptitudes implantadas por ella en la humanidad pueden desarrollarse plenamente.”
Va la cuarta y última parte del comentario de Aníbal Prado: Muchos marxistas no sólo le toman a Kant la idea de “la conciencia en sí, y la conciencia para sí”. Están convencidos de que si el capitalismo se desarrolla plenamente necesariamente se transforma en socialismo o inevitablemente viene el socialismo. Claro, con esa idea pueden justificar sus planteos de desarrollo capitalista y hablar sin ruborizarse que son anticapitalistas.
Hoy está tan instalada la idea del progreso, y goza de simpatía, que es difícil escapar de ella hasta en lo cotidiano. Pero una cosa es usarla pues es lo más fácil para describir un mejor puesto de trabajo, o cómo van los estudios o la construcción de una obra, y otra es usarla políticamente hablando de “fuerzas progresistas” o tomándola como bandera o creyendo en la propia idea del progreso como demiurgo de la historia.
Nunca hay que olvidar que progreso en la sociedad capitalista es progreso capitalista. Y eso sí lo dejaron bien en claro Marx y Engels
Teóricos importantes defensores del gran capital, especialmente el norteamericano, han usado la idea del progreso para imponer sus planes y recetas. Desde la Alianza para el Progreso en épocas de Kennedy que fue la fuerza de choque contra los movimientos que se daban en distintos países de América Latina, hasta una de las formulaciones de un teórico de la economía, Kuznets que defendía el desarrollo (todo desarrollo en el capitalismo es desarrollo capitalista, dicho sea al pasar) y el crecimiento económico que ello iba a ir eliminando paulatinamente las desigualdades pues “es como la marea que cuando sube, hace subir a todos los barcos” (Ver el artículo “Las confesiones de Thomas Piketty en El Capital en el siglo XXI de la revista Teoría y Praxis 1, www.teoriaypraxis.org)
En realidad el progreso, el desarrollo, conducen a incrementar la acumulación y concentración de capital, a incrementar la explotación. Pues la explotación no es que hoy se tiene para comprar un televisor de Plasma -u otros bienes muebles más caros, como una moto o un auto-, mientras que ayer no, y por eso somos menos explotados. La explotación está en función de lo que produce ese trabajo y se lo apropia el capital.
De hecho, el consumismo, destructor de la ecología y de los bolsillos, que encadena a las personas a deudas e hipoteca su tiempo libre, descansa en buena parte en la idea del progreso.
Así como a fines del 1800 y principios del 1900 la militancia obrera debía luchar contra el alcoholismo ya que destruía las fuerzas de los obreros, sus relaciones, sus posibilidades de lucha y era más grave que otra lucha que también libraban contra el analfabetismo, justamente para luchar mejor, hoy ese flagelo es el consumismo.
Ese consumismo, esa manipulación que hacen las grandes empresas para provocar la obsolescencia de sus productos y generar la compulsión para dejar algo que aún anda y comprar otro nuevo, logra algo fundamental: quitar el tiempo libre y junto con la televisión son dos de los mecanismos fundamentales para que pocos piensen, se reúnan, estudien, discutan, se organicen por consignas más trascendentes y fundamentales como la liberación del capitalismo, de su estado y de todo tipo de explotación y opresión. Y es el progreso uno de los combustibles ideológicos para justificar el consumismo, el tener dos trabajos y el no poder dominar su propio tiempo libre y verlo reducido.
El progreso es un mito que se ha internalizado hasta transformarse en parte de las personas, en algo natural e incuestionable. Y el consumismo una política para la manipulación y ganar mas. Y aún cuando sabemos que la lucha contra el consumismo es una batalla perdida, al menos bajo el capitalismo, hay que darla. Es necesario atacar la idea y la política del progreso y su papel mistificador si queremos fortalecer las fuerzas del cambio social, político y cultural. Anibal
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