Los resultados de las elecciones celebradas el domingo pasado en la provincia de Santa Fe han generado una proliferación de artículos periodísticos, en los que periodistas y opinólogos de todo tipo y pelaje se afanan por descifrar qué significa el voto al candidato a gobernador del PRO, Miguelito Del Sel. Ya el mero hecho de que la mayoría de las opiniones se concentren en la figura de Miguelito lleva a sospechar acerca de las intenciones de los autores de esos artículos, pues el análisis de las elecciones en Santa Fe no puede reducirse al desempeño del candidato del PRO. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los artículos publicados en los diarios nacionales dedicanmuy poco espacio al análisis de los datos concretos de la elección (en criollo, los votos que sacó cada candidato en cada localidad), y se concentran en cambio en formular opiniones a partir del examen de los datos más gruesos (quien quedó primero, segundo y tercero en las elecciones para gobernador de la provincia).
En el caso de medios como LA NACIÓN o CLARÍN, la fijación de la atención en Miguelito obedece al esfuerzo por presentar los resultados como un golpe directo a Cristina Fernández y al kirchnerismo. En el fondo, no interesa en absoluto establecer las características del electorado del ex (?) Midachi; es más importante para los objetivos políticos de esos medios afirmar la interpretación de que los votantes de Del Sel representan: a) el voto rural enardecido con los Kirchner desde la lucha en torno al aumento de las retenciones en 2008; b) el peronismo tradicional, que se negó a votar al candidato kirchnerista Rossi. Más allá del mayor o menor acierto de estos análisis, lo que realmente importa es convencer al lector de que el voto a Del Sel es un voto antikirchnerista. ¡Chocolate por la noticia!, dirían en el barrio. Lo verdaderamente interesante no es constatar esta obviedad, sino analizar las causas por las que Del Sel fue el elegido por esos votantes, en vez de optar por otras opciones del panorama electoral santafesino. Pero los opinólogos de LA NACIÓN o CLARÍN sólo excepcionalmente transpiran para ganarse el pan.
En el caso de los periodistas e intelectuales kirchneristas, la reacción ante el resultado obtenido por Del Sel es la perplejidad. No salen de su asombro. Es por eso que algunos de ellos han optado por plantear que Miguelito es la expresión de la "no política".
¿Qué significa esto?
Otra vez, como tantas otras, Hernán Brienza, columnista del diario kirchnerista TIEMPO ARGENTINO, hace punta y escribe: "...el aluvión de votos a Miguel del Sel en la provincia de Santa Fe (...) es un voto de la no política, inmanejable, que perfora la lógica de acción de todos los demás partidos políticos, ya sea del oficialismo como de la oposición (...) el voto “no político” es inmanejable, es incompatible desde la lógica política, porque se mueve por simpatías, por humores, por climas." (TIEMPO ARGENTINO, 26/07/2011). En términos de Brienza, escribir sobre Del Sel, devanarse los sesos tratando de entender, no tiene sentido. ¿Cómo iba a tenerlo, si la "antipolítica" es, por definición, "imprevisible". Es un obstáculo inesperado contra el que chocó el peronismo en su impetuosa marcha hacia la victoria en las elecciones de octubre. A nuestro juicio, la opinión de Brienza no es fruto de la necedad ni del cálculo político. Hay una cuota grande de sinceridad en ella. Para muchos kirchneristas convencidos, el voto a Del Sel (como, aunque en menor medida, el voto a Macri) es un fenómeno que sólo puede explicarse a partir de la estupidez de los votantes.
Para ser justos con Brienza vamos a tomarnos el trabajo de reproducir un pasaje de una nota de opinión publicada en el mismo diario por Enrique Martínez, titular del INTI: "A partir de 2003, sin embargo, se produjo una situación política que probablemente no haya estado en los planes ni en el imaginario de los sectores más poderosos del país. Apareció un gobierno de corte popular que no fue cooptable y que –aquí está lo más inesperado– construyó una política económica y social exitosa. A mucha gente empezó a irle mejor en el país. En realidad, a toda la gente, porque las empresas más poderosas ganaron y ganan más dinero que nunca gracias a un mercado interno fortalecido y exportaciones que crecen en un mercado internacional con demanda insatisfecha." (TIEMPO ARGENTINO, 26/07/2011). Para entender el clima mental que viven muchos kirchneristas es conveniente aceptar por el momento la veracidad de todo lo dicho por Martínez (el énfasis puesto en las empresas ya nos da una pauta de para donde apunta nuestro funcionario). Si la política económica y social es "exitosa", y ha generado bienestar para TODA la población, ¿de dónde diablos puede salir el voto a Del Sel? Es una aberración, una especie de masoquismo, agravado por el carácter multitudinario del mismo.
Ahora bien, plantear que el voto a Del Sel es un voto "no político" es demasiado simplista, demasiado irresponsable, sobre todo si tenemos alguna intención seria de transformar la realidad. ¿Qué el ex (?) Midachi no sabe nada de política? ¡Chocolate por la noticia, otra vez! Esto se supo siempre. Además, y esto habría que tenerlo en claro de una vez por todas, no hace falta saber de política, ser un "intelectual esclarecido", para hacer política con eficacia. Plantear las cosas de la manera en que lo hacen algunos periodistas e intelectuales kirchneristas es un modo elegante de cerrar la discusión , evitar el mal trago de ponerse a reflexionar sobre lo que está mal en el modelo y, ¡horror de los horrores!, llegar a cuestionarse el carácter mismo del modelo. En vez de mirarse el ombligo como hace Martínez en su artículo, los militantes kirchneristas podrían reflexionar sobre el hecho curioso de que el conjunto de la clase dominante (empresarios industriales y rurales, banqueros, acreedores externos) se ha enriquecido fabulosamente con el modelo económico vigente. Tal vez sería interesante que hicieran el ejercicio de confrontar los resultados electorales de Santa Fe con los balances de las principales empresas y bancos durante el 2010. A veces, lo más difícil es aprender lo evidente: si las empresas ganan, los trabajadores y los sectores populares tienen, por lo menos, que estar preocupados. Algo se está haciendo mal, si el gobierno se define como "nacional y popular"...
Ahora estamos en condiciones de salir de los estrechos límites del pensamiento "nacional y popular". El capitalismo (vamos a usar por un rato algunos términos provenientes del Jurásico) se caracteriza, en tanto forma de organización social, por la separación entre política y economía. La política es el ámbito en el que impera el régimen democrático, en el que todos somos ciudadanos iguales ante la ley, que eligen sus gobernantes en elecciones realizadas periódicamente. La economía es el espacio en el que reinan los capitalistas (los empresarios) de manera dictatorial. Así, en cada empresa, es la gerencia la que establece qué se va a producir, de qué modo y en qué cantidad. Los trabajadores no votan ni tienen voz en esas decisiones. La fábrica, la oficina, la tienda o la sucursal, el campo, son lugares en los impera una dictadura, legitimada por el hecho de que las partes han aceptado "libremente" las condiciones de trabajo. Esa dictadura se basa en el monopolio por la clase capitalista de los medios de producción social, en la propiedad privada de los mismos. Desde este punto de vista, el lugar de trabajo es un lugar político, es un lugar en que se hace política entendida como la generación y la perpetuación de una estructura de poder desigual. Pero la división entre política y economía, propia del capitalismo, permite disimular esa situación. El truco consiste en que la política son sólo las elecciones y el Estado, en tanto que lo que pasa en el lugar de trabajo corresponde al ámbito privado y se halla fuera de la política.
De modo que hablar de "no política" es profundamente erróneo. Es contribuir a la confusión general que proponen las mismas relaciones capitalistas. El fenómeno Del Sel deja de ser una anomalía si se perciben las formas variadas en que se hace política en nuestra sociedad. El modelo de acumulación imperante desde 2003 ha dejado intactas las bases del poder social en Argentina. La "revolución cultural" del kirchnerismo no llegó a la fábrica, a la oficina, al comercio, al campo. En estos lugares sigue imperando una dictadura cotidiana que enseña a los trabajadores que la política no sirve para cambiar la realidad (y esta enseñanza es mucho más severa en el caso del 35% de trabajadores "en negro"). Si esto es así, la política pasa a ser concebida como un "chamuyo". Ese es el caldo de cultivo para los Del Sel. En nuestra opinión, la "no política" no es un fenómeno marginal ni un meteorito que cayó del cielo, sino que se trata de una característica fundamental de la sociedad capitalista. Y Argentina, nos guste o no, sigue siendo un país capitalista.
En el caso de medios como LA NACIÓN o CLARÍN, la fijación de la atención en Miguelito obedece al esfuerzo por presentar los resultados como un golpe directo a Cristina Fernández y al kirchnerismo. En el fondo, no interesa en absoluto establecer las características del electorado del ex (?) Midachi; es más importante para los objetivos políticos de esos medios afirmar la interpretación de que los votantes de Del Sel representan: a) el voto rural enardecido con los Kirchner desde la lucha en torno al aumento de las retenciones en 2008; b) el peronismo tradicional, que se negó a votar al candidato kirchnerista Rossi. Más allá del mayor o menor acierto de estos análisis, lo que realmente importa es convencer al lector de que el voto a Del Sel es un voto antikirchnerista. ¡Chocolate por la noticia!, dirían en el barrio. Lo verdaderamente interesante no es constatar esta obviedad, sino analizar las causas por las que Del Sel fue el elegido por esos votantes, en vez de optar por otras opciones del panorama electoral santafesino. Pero los opinólogos de LA NACIÓN o CLARÍN sólo excepcionalmente transpiran para ganarse el pan.
En el caso de los periodistas e intelectuales kirchneristas, la reacción ante el resultado obtenido por Del Sel es la perplejidad. No salen de su asombro. Es por eso que algunos de ellos han optado por plantear que Miguelito es la expresión de la "no política".
¿Qué significa esto?
Otra vez, como tantas otras, Hernán Brienza, columnista del diario kirchnerista TIEMPO ARGENTINO, hace punta y escribe: "...el aluvión de votos a Miguel del Sel en la provincia de Santa Fe (...) es un voto de la no política, inmanejable, que perfora la lógica de acción de todos los demás partidos políticos, ya sea del oficialismo como de la oposición (...) el voto “no político” es inmanejable, es incompatible desde la lógica política, porque se mueve por simpatías, por humores, por climas." (TIEMPO ARGENTINO, 26/07/2011). En términos de Brienza, escribir sobre Del Sel, devanarse los sesos tratando de entender, no tiene sentido. ¿Cómo iba a tenerlo, si la "antipolítica" es, por definición, "imprevisible". Es un obstáculo inesperado contra el que chocó el peronismo en su impetuosa marcha hacia la victoria en las elecciones de octubre. A nuestro juicio, la opinión de Brienza no es fruto de la necedad ni del cálculo político. Hay una cuota grande de sinceridad en ella. Para muchos kirchneristas convencidos, el voto a Del Sel (como, aunque en menor medida, el voto a Macri) es un fenómeno que sólo puede explicarse a partir de la estupidez de los votantes.
Para ser justos con Brienza vamos a tomarnos el trabajo de reproducir un pasaje de una nota de opinión publicada en el mismo diario por Enrique Martínez, titular del INTI: "A partir de 2003, sin embargo, se produjo una situación política que probablemente no haya estado en los planes ni en el imaginario de los sectores más poderosos del país. Apareció un gobierno de corte popular que no fue cooptable y que –aquí está lo más inesperado– construyó una política económica y social exitosa. A mucha gente empezó a irle mejor en el país. En realidad, a toda la gente, porque las empresas más poderosas ganaron y ganan más dinero que nunca gracias a un mercado interno fortalecido y exportaciones que crecen en un mercado internacional con demanda insatisfecha." (TIEMPO ARGENTINO, 26/07/2011). Para entender el clima mental que viven muchos kirchneristas es conveniente aceptar por el momento la veracidad de todo lo dicho por Martínez (el énfasis puesto en las empresas ya nos da una pauta de para donde apunta nuestro funcionario). Si la política económica y social es "exitosa", y ha generado bienestar para TODA la población, ¿de dónde diablos puede salir el voto a Del Sel? Es una aberración, una especie de masoquismo, agravado por el carácter multitudinario del mismo.
Ahora bien, plantear que el voto a Del Sel es un voto "no político" es demasiado simplista, demasiado irresponsable, sobre todo si tenemos alguna intención seria de transformar la realidad. ¿Qué el ex (?) Midachi no sabe nada de política? ¡Chocolate por la noticia, otra vez! Esto se supo siempre. Además, y esto habría que tenerlo en claro de una vez por todas, no hace falta saber de política, ser un "intelectual esclarecido", para hacer política con eficacia. Plantear las cosas de la manera en que lo hacen algunos periodistas e intelectuales kirchneristas es un modo elegante de cerrar la discusión , evitar el mal trago de ponerse a reflexionar sobre lo que está mal en el modelo y, ¡horror de los horrores!, llegar a cuestionarse el carácter mismo del modelo. En vez de mirarse el ombligo como hace Martínez en su artículo, los militantes kirchneristas podrían reflexionar sobre el hecho curioso de que el conjunto de la clase dominante (empresarios industriales y rurales, banqueros, acreedores externos) se ha enriquecido fabulosamente con el modelo económico vigente. Tal vez sería interesante que hicieran el ejercicio de confrontar los resultados electorales de Santa Fe con los balances de las principales empresas y bancos durante el 2010. A veces, lo más difícil es aprender lo evidente: si las empresas ganan, los trabajadores y los sectores populares tienen, por lo menos, que estar preocupados. Algo se está haciendo mal, si el gobierno se define como "nacional y popular"...
Ahora estamos en condiciones de salir de los estrechos límites del pensamiento "nacional y popular". El capitalismo (vamos a usar por un rato algunos términos provenientes del Jurásico) se caracteriza, en tanto forma de organización social, por la separación entre política y economía. La política es el ámbito en el que impera el régimen democrático, en el que todos somos ciudadanos iguales ante la ley, que eligen sus gobernantes en elecciones realizadas periódicamente. La economía es el espacio en el que reinan los capitalistas (los empresarios) de manera dictatorial. Así, en cada empresa, es la gerencia la que establece qué se va a producir, de qué modo y en qué cantidad. Los trabajadores no votan ni tienen voz en esas decisiones. La fábrica, la oficina, la tienda o la sucursal, el campo, son lugares en los impera una dictadura, legitimada por el hecho de que las partes han aceptado "libremente" las condiciones de trabajo. Esa dictadura se basa en el monopolio por la clase capitalista de los medios de producción social, en la propiedad privada de los mismos. Desde este punto de vista, el lugar de trabajo es un lugar político, es un lugar en que se hace política entendida como la generación y la perpetuación de una estructura de poder desigual. Pero la división entre política y economía, propia del capitalismo, permite disimular esa situación. El truco consiste en que la política son sólo las elecciones y el Estado, en tanto que lo que pasa en el lugar de trabajo corresponde al ámbito privado y se halla fuera de la política.
De modo que hablar de "no política" es profundamente erróneo. Es contribuir a la confusión general que proponen las mismas relaciones capitalistas. El fenómeno Del Sel deja de ser una anomalía si se perciben las formas variadas en que se hace política en nuestra sociedad. El modelo de acumulación imperante desde 2003 ha dejado intactas las bases del poder social en Argentina. La "revolución cultural" del kirchnerismo no llegó a la fábrica, a la oficina, al comercio, al campo. En estos lugares sigue imperando una dictadura cotidiana que enseña a los trabajadores que la política no sirve para cambiar la realidad (y esta enseñanza es mucho más severa en el caso del 35% de trabajadores "en negro"). Si esto es así, la política pasa a ser concebida como un "chamuyo". Ese es el caldo de cultivo para los Del Sel. En nuestra opinión, la "no política" no es un fenómeno marginal ni un meteorito que cayó del cielo, sino que se trata de una característica fundamental de la sociedad capitalista. Y Argentina, nos guste o no, sigue siendo un país capitalista.
Buenos Aires, martes 26 de julio de 2011
2 comentarios:
muy buen artículo
Muchas gracias!
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