(Es la continuación del artículo cuya primera parte se encuentra en:http://miseriadelasociologia.blogspot.com/2011/02/la-teoria-de-la-ideologia-y-los.html; la segunda parte está disponible en:http://miseriadelasociologia.blogspot.com/2011/02/la-teoria-de-la-ideologia-y-los_27.html ; la tercera parte puede verse en: http://miseriadelasociologia.blogspot.com/2011/03/la-teoria-de-la-ideologia-y-los.html)
4. La teoría de la ideología y el problema de la objetividad en las ciencias sociales.
Las ciencias sociales, que en su conjunto constituyen la forma específica que adoptó la teoría social a partir del siglo XIX, tuvieron como modelo a las ciencias naturales. No es este el lugar para explicar las razones de la elección de dicho modelo. Basta con tomar nota de ello, y con indicar que la preferencia por las herramientas teóricas de las ciencias naturales tuvo entre sus consecuencias elevación de la problemática de la objetividad a una posición privilegiada en los debates epistemológicos de las flamantes disciplinas científicas. Así, los Padres Fundadores de las nuevas disciplinas pensaban que estaban construyendo ciencias del mismo tipo que las naturales y, por ende, la objetividad ocupaba una posición clave en sus planteos.
Establecido lo anterior, corresponde abordar la respuesta a la pregunta de qué se entiende por objetividad. Ante todo, hay que decir que se le da este carácter al conocimiento que se encuentra libre de toda parcialidad, de ideología (como quiera que sea que se la defina), que es neutral en términos de valores. En otras palabras, se trata de un conocimiento que está más allá de los intereses individuales o de grupo, y que se ciñe únicamente a las reglas de la “verdad científica”. La ciencia, en tanto encarnación de
La descripción esquemática del párrafo anterior intenta reproducir, palabra más, palabra menos, la versión estándar del culto a la objetividad en las ciencias sociales. A lo largo del siglo XX se fue agregando otro elemento a dicha versión, pues al lado de la figura del científico se ubicó la del técnico (generalmente encarnado en el economista práctico), conocedor de las políticas correctas (objetivas en tanto científicas) a ser aplicadas frente a un problema social dado.
Tal como ha sido definida hasta aquí, la cuestión de la objetividad en las ciencias sociales está directamente relacionada con el rol político de las mismas. En este punto, la discusión epistemológica se funde con el debate político, y la teoría de la ideología constituye el mejor punto de partida para comprender mejor la naturaleza y los alcances de dicho rol. En el desarrollo que sigue a continuación nos concentraremos en exponer la función desmitificadora que puede desempeñar el concepto de ideología.
En la concepción habitual, la objetividad científica es incompatible con la ideología. Es cierto que muchos de los cultores de la objetividad en las ciencias sociales reconocen que los valores de la ideología no están ausentes por completo de las mismas. Por ejemplo, Max Weber afirma que los temas de investigación elegidos por el investigador tienen su origen en los intereses y los valores del científico social. Sin embargo, la subjetividad (ese término a la vez sofisticado y vergonzante para denominar a la ideología) tiene que ser eliminada si el investigador quiere hacer efectivamente ciencia social. De modo que ciencia e ideología son concebidas como campos que deben estar separados a los fines de lograr un conocimiento objetivo (científico) de la sociedad. Desde esta óptica, las leyes, teorías y modelos de las ciencias sociales son creaciones asépticas, cuya única finalidad es la búsqueda de la verdad, y en pos de la prosecución de ese objetivo tiene que ser sacrificada la ideología de los investigadores.
Frente a este panorama, ¿cuál es la importancia de la teoría de la ideología? En primer lugar, sirve para ponernos en guardia ante el hecho de que las ciencias, en tanto creaciones humanas, son también construcciones ideológicas. Esto significa que las ciencias sociales, además de intentar realizar una descripción objetiva de la realidad, trabajan con materiales que son también ideológicos, y producen teorías que contienen componentes ideológicos. La teoría de la ideología muestra que las ideas de las personas se originan a partir de su interrelación con otras personas; en otros términos, no existe un campo de ideas que surja al margen de la sociedad y que esté libre de todo condicionamiento de parte de ésta. Si efectivamente existiera dicho campo, la teoría del mercado podría haber surgido en
En segundo lugar, y esto resulta todavía más significativo que lo expuesto en el punto anterior, la ideología sirve para demostrar que las teorías de las ciencias sociales juegan, en sí mismas, una función ideológica. Para entender mejor este planteo conviene retornar al análisis que hace Marx de la economía política. Como hemos visto, en El Capital afirma que las categorías de la economía elaboradas por los economistas para describir el movimiento de la producción capitalista son científicas, en la medida en que efectúan una descripción objetiva de las relaciones económicas imperantes en el capitalismo. De ningún modo Marx pretende que los economistas lleven a cabo una mistificación deliberada de esas relaciones económicas. Sin embargo, los economistas están acostumbrados a pensar como “naturales” a las formas capitalistas de las relaciones de producción, calificando de “irracionales” a las otras maneras de llevar adelante el proceso productivo. Tal como se dijo anteriormente, las ideas de los individuos no son autónomas respecto al tipo de vida que llevan los individuos. En el capitalismo, las relaciones sociales se encuentran cosificadas. Esa cosificación es la forma visible que adoptan dichas relaciones, y sobre esta base trabajan los economistas. Es por ello que al describir “objetivamente” a la sociedad capitalista, están formulando teorías que son, a la vez, ideológicas, en tanto presentan como “natural” y “racional” aquello que es el producto de determinadas condiciones históricas y sociales. La ideología consiste aquí en confundir lo que es una de las tantas formas que asume la realidad social (en este caso la sociedad capitalista), con toda realidad social. Al hacer esto, los economistas terminan por justificar a las relaciones de poder existentes, independientemente de sus propias intenciones. La objetividad, y no hay motivo para dudar que los economistas procedan objetivamente, encierra en sí misma a la ideología.
En tercer lugar, la teoría de la ideología demuestra que las ideas no son fines en sí mismos, sino que cumplen determinadas funciones sociales. Dado que las ideas no constituyen una entidad aparte, separada de la sociedad, forman parte de la misma y contribuyen a la reproducción de ésta. Durkheim y Althusser, entre otros, comprendieron este punto, a pesar de pertenecer a corrientes teóricas antagónicas. Sin entrar a discutir si las formas ideológicas representan al conjunto de la sociedad o a una clase social determinada, puede decirse que las ideas de las personas juegan un papel en la conservación y/o modificación del orden existente. Como se demostró arriba, las ideas están socialmente condicionadas. No nacen en el vacío, sino que constituyen respuestas a determinadas relaciones sociales (y actúan, a su vez, sobre las mismas). Por ejemplo, la noción de igualdad nace en un contexto marcado por el desarrollo de la producción mercantil, en el que las mercancías se igualan unas a otras en el cambio. La idea de que los seres humanos son iguales contribuye al funcionamiento del mercado de trabajo en particular (los seres humanos son seres iguales que pueden participar libremente en el mercado laboral comprando y/o vendiendo fuerza de trabajo), y del mercado en general. En este sentido, la concepción de la igualdad no está operando ni como “reflejo” ni como “falsa conciencia”, sino que expresa una característica de las relaciones sociales del capitalismo, y lo hace de manera activa (no pasiva como en el caso del “reflejo”), reforzando esas mismas relaciones (esto más allá de las intenciones o de la conciencia de los actores sociales). La ideología es, por tanto, una forma de práctica social y no una mera reflexión teórica sobre lo que hacen las personas. En tanto práctica, incide sobre las demás prácticas sociales, permitiendo su reproducción u obrando en dirección a su transformación. Las ciencias sociales, al reivindicar su supuesta “objetividad”, no hacen otra cosa que crear las condiciones para proceder a cumplir una de las funciones sociales que le competen, esto es, la legitimación de las relaciones sociales capitalistas vía naturalización de las mismas. Una vez más nos consideramos obligados a aclarar que este proceso ocurre, por lo general, con independencia de los deseos y de la conciencia de los actores involucrados. La ideología no se encuentra en las apariencias de las cosas, sino que subyace en la forma de límites no pensados de nuestras concepciones de la realidad.
En cuarto lugar, las representaciones ideológicas hacen su aparición acompañando a cada una de las formas de práctica social. Esto significa que todas nuestras prácticas son ideológicas y que, por tanto, también los instrumentos que nos sirven para analizar la sociedad están “contaminados” por la ideología. Al respecto, una de las contribuciones más significativas de la teoría de la ideología consiste en haber indagado en los mecanismos por los que surgen las representaciones ideológicas. La ideología está tan inextricablemente unida a nuestras acciones y pensamientos, que no puede ser escindida cuando las personas se dedican a hacer ciencia.
Los argumentos expuestos hasta aquí muestran que la pretensión de construir una ciencia social que sea puramente objetiva es utópica. De hecho, y esto lo dijimos al comienzo de este apartado, la pretensión de objetividad suele ocultar la percepción de las funciones sociales de la ciencia, en especial el papel que cumple justificando el statu quo. Ahora bien, para concluir este apartado, se examinará una última cuestión, a saber, la de la relación entre objetividad y relativismo.
Desde el punto de vista epistemológico, la creencia en la existencia una objetividad libre de toda “contaminación” ideológica equivale a defender la tesis del conocimiento absoluto, que se encuentra fuera de todo condicionamiento social e histórico. Hay que hacer una aclaración. Esta creencia en el conocimiento absoluto no es una reaparición, ahora en ropaje científico, de la teología. En una sociedad capitalista no hay lugar para la contemplación del “saber absoluto”. Se trata, por el contrario, de una versión mucho menos metafísica y más pragmática de la idea del carácter absoluto del conocimiento. La tesis de la objetividad escinde a la ideología de la ciencia, con el objetivo de garantizar el desarrollo de un conocimiento funcional a la lógica mercantil del sistema. El objetivo no es la contemplación, sino la transformación, pero una transformación que excluya la posibilidad misma de pensar otros caminos de desarrollo social. En otras palabras, el conocimiento es absoluto respecto a la política, sobre todo a la política que intenta modificar sustancialmente las relaciones de poder existentes.
Como quiera que sea, a la concepción de la objetividad del conocimiento científico suele contraponérsele la tesis que afirma el carácter relativista de ese mismo conocimiento. A continuación esbozamos una versión esquemática de dicha concepción. Como los conocimientos científicos no son absolutos, todas las afirmaciones de los científicos son esencialmente relativas. Si esto es así, en el límite de la posición relativista todas las teorías valen lo mismo y ninguna puede fundamentar sus pretensiones de superioridad sobre las demás. Esto último abre la posibilidad para concebir a las teorías como discursos, y a la ciencia como una variante de la retórica. Reducida a una especie de literatura de segunda mano (porque, en definitiva, la ciencia no es literatura), la ciencia pierde toda conexión con la búsqueda de la verdad y asume, en todo caso, una función absolutamente pragmática. Se practica la ciencia en la medida en que es útil, y es improcedente decir cualquier otra cosa sobre ella[1].
Ambas tesis, la de la objetividad de la ciencia y la del carácter relativista de la misma, tienen dos características en común. En primer lugar, las dos adhieren a la concepción pragmatista, que considera que el valor del conocimiento científico no se encuentra en la ciencia misma, sino fuera de ella. Para los objetivistas y relativistas, la ciencia sirve para transformar el mundo exterior, pero de ningún modo puede modificar ni la distribución del poder social ni la manera en que las personas pensamos y vivimos dicho poder. Las ciencias son pensadas más como tecnología que como ciencia, esto es, como instrumentos para transformar el mundo material de acuerdo con una lógica de dominio, basada en la expansión del capital[2]. En segundo lugar, las tesis mencionadas se apoyan en la afirmación del carácter central de las ideas en la vida social. En palabras de Horkheimer:
“…ambas concepciones [las dos tesis que tratamos aquí] están emparentadas: contienen el supuesto de que debería asegurarse el sentido de la vida humana mediante formas conceptuales firmes, los llamados «valores» - o más bien los bienes culturales -. Cuando se hace patente que éstos no están sustraídos al proceso histórico, cuando se descubre – apoyándose en el progreso de la ciencia – su dependencia general fisiológica y psicológica, o bien surge el intento de anclarlos filosóficamente (…) la doctrina absoluta del valor es solamente la otra cara de la visión relativista, que se esfuerza por convertir el condicionamiento ideológico del espíritu en principio filosófico decisivo. Ambas doctrinas se exigen mutuamente, y ambas son un fenómeno característico de nuestro período” (Horkheimer, 2002b: 49-50).
Las dos tesis caracterizadas arriba pueden ser desarmadas por la teoría de la ideología, pues ésta exige tratar a las ciencias sociales como un campo más del pensamiento social (es obvio que se trata de un campo particularmente específico, con perdón de la redundancia), y no como un espacio dotado de una independencia metafísica con respecto a las “bajezas” humanas. En otras palabras, la teoría de la ideología convierte a las ciencias sociales en objetos mismos de la investigación científica. Al hacer esto, la disputa entre el carácter absoluto y el carácter relativista del conocimiento queda superada mediante el reconocimiento de que las ciencias sociales forman parte inseparable de una praxis social:
“La cuestión acerca de cómo es posible escapara a la pésima contradicción o. mejor, a la pésima identidad de estas dos filosofías del punto de vista no puede resolverse suficientemente erigiendo otro sistema. Si el aportar y el modificar en la vida privada o en la social – y a esto se llama actuar responsablemente – requieren justificarse mediante esencias supuestamente inmutables o si, por el otro lado, se considera que el condicionamiento histórico de una finalidad constituye una objeción filosófica contra su obligatoriedad y su necesidad interna, entonces la fuerza y la fe se han desvanecido ya de la acción. La relación entre teoría y práctica es muy otra de cómo se la pinta, tanto de acuerdo con el relativismo como con la doctrina de los valores absolutos: la praxis exige permanentemente orientarse por una teoría avanzada, y la teoría pertinente reside en el análisis más penetrante y crítico posible de la realidad histórica, no es algo así como un esquema de valores abstractos del que uno se asegure que está fundamentado concreta y antológicamente. La representación y el análisis crítico de la realidad – que animan en cada caso la praxis – están determinados a su vez, antes bien, por impulsos y afanes prácticos. Del mismo modo que el desarrollo y estructura de la ciencia natural han de explicarse a partir de las necesidades sociales de dominio de la naturaleza, en la formación de las llamadas ciencias del espíritu y sociales se exteriorizan las necesidades y los intereses de los individuos y los grupos. No existen ni un mundo de representaciones libre de tendencias prácticas, ni siquiera una percepción aislada, libre de praxis y de teoría: la metafísica de los hechos no aventaja en nada a la del espíritu absoluto.” (Horkheimer, 2002b: 51-52).
La teoría de la ideología permite superar la “pésima contradicción” a la que alude Horkheimer porque indaga en las bases mismas de la escisión entre teoría y práctica. Al tomar a las ideas como objeto de investigación científica, se ve obligada tanto a criticar las ilusiones que las personas se forjan sobre las mismas como a establecer las condiciones sociales que permiten su surgimiento y cristalización. En este sentido, la teoría de la ideología coloca a las ciencias sociales en particular, y a las ideas en general, en el marco de la praxis social, dejando de lado cualquier pretensión de autonomía absoluta de las mismas.
5. Conclusiones.
En este trabajo han sido expuestas algunas de las razones por las que reflexión sobre la ideología ocupa un lugar fundamental en la teoría social. Se ha señalado que, junto a la concepción de la centralidad del proceso de trabajo en la comprensión de la vida social, la ideología es uno de los pilares de la teoría social moderna. En el texto fueron desarrolladas algunas de las razones que justifican esta afirmación, teniendo en cuenta que, en el panorama intelectual presente, la proliferación de menciones a la ideología corre paralela con su desconexión del conjunto de la problemática social. La teoría de la ideología es fructífera en la medida en que liga el terreno de las ideas con los procesos mismos de constitución de la vida social. Para entender esto hay que tener presente que toda forma de praxis social va de la mano con una ideología que le es propia (se da, por decirlo así, su propia ideología). La ideología no surge ni pertenece a un compartimento estanco, separado del resto de lo social por múltiples compuertas. Penetra todo lo social y es indisoluble de la forma en que vivimos nuestra experiencia vital. De allí que los variados intentos por escindirla de la totalidad social hayan conducido a verdaderos callejos sin salida teóricos[3].
NOTAS:
[1] Un análisis pormenorizado del nuevo carácter asumido por la vieja idea del carácter absoluto del conocimiento exigiría analizar detenidamente el clima cultural de las décadas del ’80 y del ’90, conocido popularmente como posmodernidad. Aquí carecemos de espacio para realizar esta tarea, así que nos limitamos a transcribir lo escrito por Perry Anderson: “El triunfo universal del capital significa algo más que una simple derrota de todas las fuerzas que antaño se le opusieron, aunque sea también eso. Su sentido más profundo reside en la cancelación de las alternativas políticas. La modernidad toca a su fin (…) cuando pierde todo antónimo. La posibilidad de otros órdenes sociales era un horizonte esencial de la modernidad. Una vez que se desvanece esa posibilidad, surge algo así como la posmodernidad. (…) ¿Cómo debe resumirse, pues, la coyuntura de lo posmoderno? Una comparación concisa con la modernidad podría ser la siguiente: la posmodernidad surgió de la constelación de un orden dominante desclasado, una tecnología mediatizada y una política monocroma.” (Anderson, 2000: 126).
[2] Max Horkheimer, analizando críticamente el papel de la razón en el siglo XX, escribió lo siguiente: “Al abandonar su autonomía, la razón se ha convertido en instrumento. En el aspecto formalista de la razón subjetiva, tal como lo destaca el positivismo, se ve acentuada su falta de relación con un contenido objetivo; en su aspecto instrumental, tal como lo destaca el pragmatismo, se ve acentuada su capitulación ante contenidos heterónomos. La razón aparece totalmente sujeta al proceso social. Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los hombres y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. (…) Es como si el pensar mismo se hubiese reducido al nivel de los procesos industriales sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción.” (Horkheimer, 2002a: 26).
[3] Podemos dar dos ejemplos de estos callejones, tomados de corrientes antagónicas del pensamiento social. De un lado, las tesis idealistas acerca de que las ideas son el motor del desarrollo social. De otro lado, las posiciones tipo Althusser que pretender separar rígidamente ciencia e ideología.
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