“La
emancipación de la clase obrera
debe
ser obra de los obreros mismos.”
Karl
Marx, 1864
Como
es sabido, en el capitalismo las
personas son mercancías. Mejor
dicho, la fuerza de trabajo (1) de
las personas es una mercancía como cualquier otra. De este modo, las
potencialidades de cada individuo se venden y compran en el mercado. El hecho
de que la venta se realice por un período limitado (el asalariado no se vende
de por vida como es el caso de los esclavos), sumado a que la persona pueda
elegir a quien venderse y en qué momento cambiar de comprador, oscurecen la
comprensión de las consecuencias que se derivan del carácter mercantil de la
fuerza de trabajo.
Karl
Marx analizó las consecuencias de la mercantilización de las personas, derivada
del desarrollo de la producción capitalista, en un escrito temprano conocido
como Manuscritos de París (o Manuscritos de economía y filosofía),
redactado en 1844. Allí se encuentra la sección titulada “El trabajo alienado”,
donde formuló las líneas fundamentales de su tesis acerca de la alienación del trabajador en el
capitalismo. La alienación supone la separación radical entre el trabajador y
el producto de su trabajo, entre el trabajador y el proceso de trabajo, entre
el trabajador y su ser genérico. La alienación, resultante de la propiedad
privada de los medios de producción, hace que el trabajo, fuente de riqueza y
de posibilidades, sea al mismo tiempo su contrario, fuente de miseria y
expresión de la anulación de las capacidades humanas. Marx demuestra que, en
las condiciones del capitalismo, el trabajo es, a la vez, fuente de riqueza y
fuente de miseria. El desarrollo del capitalismo engendra potencias nunca
vistas, pero al mismo tiempo impide el goce del producto de esas potencias a la
mayoría de las personas.
Marx
continuó el examen de la alienación en escritos posteriores. Una muestra de
ello se encuentra en el folleto Trabajo
asalariado y capital (1849) (2), donde trata en especial la alienación del
trabajador respecto al proceso de trabajo.
“Ahora bien, la fuerza de
trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero,
la manifestación misma de su vida. Y esta actividad
vital la vende a otro para asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, su actividad vital no es para
él más que un medio para poder existir. Trabaja para vivir.” (p. 10).
La economía
clásica, desde Adam Smith en adelante, había demostrado que el trabajo era la
fuente de riqueza. Pero los economistas tendieron a concebir el trabajo como un
proceso meramente técnico, como una combinación de factores de producción. El
punto de partida del análisis de Marx es otro. El trabajo no es concebido
únicamente como creador de riqueza (en el lenguaje de los economistas esto es
sinónimo de creación de mercancías), sino que es la “actividad vital” de los individuos.
Esta actividad expresa lo que son los individuos. Los seres humanos son lo que
hacen, y dentro de lo que hacen el trabajo ocupa un lugar fundamental. Pero en
el capitalismo, su hacer (el trabajo) no les pertenece, sino que le pertenece a
otro.
Como
consecuencia de lo expuesto en el párrafo anterior, Marx sostiene que
“el obrero no siquiera
considera el trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su
vida. (…) Para él, la vida comienza allí donde terminan estas actividades, en
la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en la cama. Las doce horas de
trabajo no tienen para él sentido alguno en cuanto a tejer, hilar, taladrar,
etc., sino solamente como medio para ganar
el dinero que le permite sentarse a la mesa o en el bar de la taberna y meterse
en la cama.” (p. 10-11).
El
proceso de trabajo, en tanto transformación del mundo, es el proceso por medio del
cual el individuo se crea a sí mismo como un individuo determinado. Pero, al
ser el trabajador una mercancía, pierde el control del proceso desde el momento
mismo en que se vende en el mercado laboral a cambio de un salario. El proceso
de producción se lleva a cabo obedeciendo a una lógica que no es la del
trabajador, sino la del capital. De ahí que al trabajador le dé lo mismo
realizar cualquier actividad, pues lo que le interesa es el cobro de salario.
Todo lo demás lo tiene sin cuidado. Su actividad vital le es ajena. El
capitalismo opera así el empobrecimiento más radical del ser humano.
“Por eso el producto de su
actividad no es tampoco el fin de esta actividad. Lo que el obrero produce para
sí no es la seda que teje ni el oro que extrae de la mina, ni el palacio que
edifica. Lo que produce para sí mismo es el salario.”
(p. 10).
El
hacer es para el obrero sólo un medio para acceder a otra cosa: el salario. En
la sociedad capitalista, donde las cosas asumen la forma de mercancía, las
personas existen en la medida en que poseen dinero para comprar mercancías.
Todo aquél que no llega a fin de mes con su salario sabe de esta amarga verdad.
Pero esto determina que el hacer deja de ser importante para el obrero, en el
sentido de que no puede esperar de él más que un salario. La transformación del
mundo (y, por ende, de la sociedad) es algo que le corresponde al capital. El trabajador,
en tanto asalariado, sólo puede elegir qué comprar con su salario (por
supuesto, dentro de los límites cuantitativos de éste).
La
alienación del trabajador respecto al proceso de trabajo tiene una consecuencia
que excede largamente los límites de la “economía”. La desvalorización del
hacer tiende a generar indiferencia política. Si la actividad vital es algo que
hacemos para otros, perdemos la confianza en nosotros mismos. El consumismo se
presenta como un remedio para esta pérdida de confianza. El trabajador se
concentra entonces en buscar incrementar su salario, para acceder así a más
mercancías. El individualismo y la indiferencia frente a los demás son
consecuencias de lo anterior. Pero, y esto es lo más importante, generan
indiferencia política. Acostumbrados a que su “actividad vital” sea controlada
y organizada por el capital, los trabajadores tienen serias dificultades para
desarrollar una política autónoma respecto a la burguesía (los propietarios de
los medios de producción).
Marx
no deduce de lo anterior que sea imposible una política revolucionaria. Todo lo
contrario. Fenómenos tales como la alienación del trabajador respecto al
proceso de trabajo determinan que sea imposible esperar que el capitalismo
conduzca mecánicamente al socialismo, por el mero despliegue de las “leyes
económicas”. Marx plantea (y mantuvo este planteo de modo consecuente durante
toda su vida) que el socialismo es producto de la lucha de clases entre el capital
y el trabajo, y que es precisamente esa lucha la que genera las condiciones
políticas para la revolución socialista. Este punto de vista se encuentra
plasmado en el Manifiesto Comunista:
“El proletariado se ve
forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución
lo lleva al Poder; mas, tan pronto como desde él, como clase gobernante,
derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará
desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases
mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase”. (p. 110) (3).
Está
claro que la posición de Marx es radicalmente diferente a la de los políticos
que pregonan la necesidad de promover la “cultura de trabajo”. Creo que también
queda claro a quién beneficia dicha “cultura del trabajo”. Detrás de esa
cultura, detrás de las invocaciones al “Estado de todos”, al “bien general”, se
esconde algo más prosaico: la lógica del capital y su búsqueda de ganancias a
como dé lugar.
Villa
Jardín, viernes 1 de agosto de 2014
NOTA
BIBLIOGRÁFICA:
Todas
las citas de Trabajo asalariado y capital
han sido tomadas de la siguiente edición: Marx, Karl. (1985). Trabajo asalariado y capital. Barcelona:
Planeta-Agostini. (pp. 7-32). La traducción española corresponde a la editorial
Progreso (Moscú). El libro es una compilación de trabajos, que incluye, además
del texto tratado aquí, las Tesis sobre
Feuerbach, Las luchas de clases en
Francia de 1848 a 1850 y El dieciocho
brumario de Luis Bonaparte.
NOTAS:
(1) Por
fuerza de trabajo entiendo el conjunto de saberes y habilidades de cada individuo,
que habilita a éste para ocupar una función determinada en el proceso
productivo.
(2)
Fue escrito en 1847 y publicado por primera vez en NEUE RHEINISCHE ZEITUNG.
ORGAN DER DEMOKRATIE (Nueva Gaceta Renana. Órgano de democracia), del 5, 6, 7,
8 y 11 de abril de 1849. Posteriormente, fue editado en folleto aparte, bajo la redacción y con un
prefacio de F. Engels, en 1891 en Berlín.
(3)
Marx, Karl y Engels, Friedrich. (2008). [1º edición: 1848]. El Manifiesto Comunista. Buenos Aires:
Libertador.
3 comentarios:
La alienación, en mayor o menor medida, está en la propia vida social. Es inevitable.
Un saludo desde la Ciudad Blanca de Perú, Arequipa. Gracias por compartir este texto.
Gracias y saludos desde el Río de la Plata
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