El lunes pasado fuí testigo de una escena singular, muy significativa desde el punto de vista sociológico. Promediaba la tarde y me hallaba en un café, preparando unas notas para la clase que tenía que dar. Frente a mí se encontraba un señor de unos 60 años, que miraba televisión. Era la hora de las noticias y estaban pasando la cobertura de la asamblea de estudiantes secundarios en la que se decidía la suerte del plan de lucha. El señor, un hombre de clase media al viejo estilo (traje, una pulcritud gris y monótona, buenos modales con el mozo del café) lanzaba una sonora puteada o algún "¡vayan a trabajar!" cada vez que hablaba alguno de los estudiantes. La escena era un tanto grotesca, pues el bar se hallaba en silencio, había pocos parroquianos y sólo se escuchaban los insultos de nuestro personaje.
Como dije al principio, la anécdota es significativa. Por un lado porque la figura del hombrecito atildado y solitario, bebiendo su café e insultando a los estudiantes, podía leerse como una metáfora del odio visceral de nuestras clases medias hacia todo lo que excede los límites de su horizonte intelectual. Pero, además, porque la imagen concentraba todo el miedo y el desprecio que esos sectores sienten hacia la política.
¿Cuál es el pecado original de los estudiantes según el dogma de nuestras clases medias? El haber tomado en sus propias manos la resolución de un problema que los afecta cotidianamente. NADA MÁS Y NADA MENOS QUE ESO. No se trata, en el fondo, ni de odio hacia las banderas rojas de algunos estudiantes, ni hacia las asambleas o los cortes de calles. Tampoco es aversión desmedida hacia las manifestaciones y las tomas de escuelas. Todo ello no está alejado de los recursos políticos considerados legítimos por nuestras clases medias, claro está que siempre y cuando los utilicen los poderosos. Hay que tener en cuenta que muchos miembros de estas clases medias apoyaron los cortes de rutas y el desabastecimiento de alimentos a las ciudades por los dueños de los campos y de la soja en 2008. El pecado de estos jóvenes es mucho más grave. Los estudiantes secundarios han desafiado con su lucha el lugar que las clases dominantes le asignan a la juventud en la sociedad argentina. Los jóvenes tienen que trabajar y comprar, y punto. Si pretenden algo más, para eso están el alcohol y las drogas sociales que, además, llenan los bolsillos de tantos empresarios, funcionarios y políticos a los que "les interesa el país".
Nuestras clases medias, con su admirable perseverancia en el arte de no pensar por sí mismas, tienden a percibir a los jóvenes según la óptica de las clases dominantes. Esto explica en parte lo hipócrita de su proceder. Así, los jóvenes son "el futuro", pero se los margina sistemáticamente de la toma de decisiones sobre ese futuro. Así, los jóvenes necesitan "educación", pero las escuelas públicas son destruídas sistemáticamente por los vándalos que ocupan los cargos gubernamentales. Así, el trabajo "dignifica y mejora" a los jóvenes, pero apoyan las medidas para flexibilizar las relaciones laborales y aumentar las ganancias empresarias. Así, se "horrorizan" por los efectos de la droga y del alcohol, pero promueven el consumo de drogas que potencien el rendimiento laboral, así como también apoyan la cultura del "descontrol controlado", es decir, de la joda que no pone en riesgo ni por un momento el orden existente y que brinda grandes ganancias a los empresarios. Así, piden pena de muerte para los "pibes chorros", pero promueven la reconciliación y el perdón para los militares que secuestraron, torturaron, asesinaron y escondieron los cadáveres de miles de compatriotas.
En esta exuberante hipocresía se encuentran las bases del odio en solitario del personaje con que comenzamos esta nota. Hipocresía que puede resumirse en pocas palabras: sumisión antes los poderosos y soberbia frente a los débiles. Como la norma de su vida es el respeto a quienes tienen el poder (1), cualquier manifestación de autonomía es vista como una falta imperdonable. Es por esto que la toma de los colegios por los estudiantes genera tanta oposición. Hay que decir para completar el cuadro, que nuestros sectores medios poco les importa la educación pública. Por lo general, sus hijos van a una escuela privada, y a ella sólo se le pide, por lo general, que sea una guardería confortable. Nuestro espécimen promedio de clase media suele sopesar más las razones para elegir un 0 km que las condiciones de educación de sus hijos.
El pecado original de los secundarios tiene un doble carácter. Por un lado, se han organizado para defender sus derechos, cosa mal vista en la Argentina post 1976. Por otro lado, han expresado preocupación por las condiciones de la educación pública, cosa que no preocupa casi a nadie en una Argentina respetable que sigue a Tinelli y que procura ganar dinero por todos los medios posibles.
Pero, además de todo lo anterior, los estudiantes han cuestionado el universo ideológico de las clases medias en un sentido más profundo. Al reclamar por las condiciones ruinosas de los edificios en los que estudian, los jóvenes han tomado la decisión de ser artífices de su propio destino, aunque sea en este punto limitado de sus vidas. Esto es lo inaudito. Nuestra sociedad se apoya en dos pilares fundamentales. Uno. La propiedad privada de los medios de producción. Dos. La supresión sistemática de la capacidad de elegir el propio destino. Ahora bien, la lucha estudiantil ha puesto en entredicho este segundo pilar, con el agravante de que el cuestionamiento proviene de un sector que es considerado como minusválido por los sectores dominantes.
En nuestro país, los jóvenes pueden elegir qué clase de mercancía van a comprar, por supuesto siempre y cuando tengan dinero (pero el que no tiene dinero no existe). Sin embargo, no pueden elegir las condiciones edilicias en las que van a estudiar. Se comprende así el porqué nuestro personaje del principio tenía razones para insultar visceralmente a los estudiantes...
Buenos Aires, sábado 25 de septiembre de 2010
NOTAS:
(1) No es respeto por la ley (entendida esta en el sentido liberal). De ahí que nuestras clases medias suelan ser liberales en lo económico pero no en lo político.
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