Sigue la saga del Manifiesto, iniciada el 29 de agosto.
2. EL ASCENSO DE LAS LUCHAS OBRERAS EN LA DÉCADA DE 1840.
La Revolución Industrial había comenzado en el último tercio del siglo XVIII en Inglaterra. Dejando de lado el incremento de la riqueza y las transformaciones tecnológicas, sus efectos sociales más importantes fueron el fortalecimiento de la posición social de la burguesía y la aparición del proletariado moderno. Esta nueva clase trabajadora, surgida de las masas de campesinos que fluían a las ciudades, de la desintegración de los gremios de artesanos, de la pauperización de los trabajadores independientes frente a la competencia de las máquinas y de la disciplina draconiana impuesta por los capitalistas, comenzó a luchar por mejorar sus condiciones de vida.
No es este el lugar para describir el proceso de las luchas de los trabajadores. Basta decir que ya en la década de 1830 hubo intentos de crear una organización sindical que agrupara a todos los obreros de Gran Bretaña. La Reforma Electoral de 1832 amplió la participación de la burguesía en las elecciones, pero dejó afuera a varios sectores de la misma burguesía y a la clase obrera. El movimiento cartista fue una expresión política propia del proletariado, surgida a fines de la década de 1830, cuyo objetivo fundamental era obtener el derecho de voto para los trabajadores. Su capacidad para movilizar a las masas obreras detrás de sus consignas fue impresionante, a pesar de su inoperancia para lograr resultados concretos en el plano de la legislación electoral. Por otra parte, entre las décadas de 1820 y 1830, algunos economistas radicales desarrollaron en un sentido socialista la teoría del valor trabajo del economista clásico David Ricardo (1772-1823), denunciando que la fuente del poder de la burguesía radicaba en el trabajo no pagado al proletariado, que era apropiado por los capitalistas. Además, industriales pro-obreros como Robert Owen (1771-1858) se preocupaban por encontrar formas alternativas (cooperativismo) al sistema capitalista.
Todas estas experiencias, en algunos casos opuestas entre sí, expresaban la búsqueda de respuestas a la miseria y a la desigualdad engendradas por la expansión de las relaciones sociales capitalistas. La nueva pobreza resultaba particularmente indignante, porque se daba en medio de la multiplicación de la riqueza, en proporciones nunca vistas en la historia. La prédica de los economistas liberales o la fraseología tipo Guizot ("¡Enriqueos!") ya no resultaba tan convincente como en las primeras décadas del siglo XX, en parte porque las masas trabajadoras quedaban fuera de las nuevas riquezas generadas por la expansión industrial, así como también porque la sucesión de crisis periódicas sumía a muchos miembros de la pequeña burguesía en la incertidumbre y, en numerosos casos, los hundía en las filas de los trabajadores. En este marco, la burguesía mostraba una menor capacidad para encuadrar ideológicamente a las masas trabajadoras. La clase obrera disponía de muchos más recursos para construir una contrahegemonía capaz de disputar el poder a los capitalistas.
En la década de 1830 los efectos de la Revolución de Julio de 1830 en Francia se empezaron a sentir en el continente europeo. Sin entrar en detalles, la situación fue más grave porque el continente estaba dominado por regímenes que no concedían ningún derecho de protesta a los trabajadores. De este modo, la incipiente lucha de los trabajadores contra la burguesía se enredaba con su confrontación contra los resabios del absolutismo y del feudalismo. Francia, con su tradición revolucionaria jacobina, es el ejemplo clásico de esta situación. Salvo el caso de la insurrección parisina de junio de 1848, todas las rebeliones en que participaron los trabajadores estuvieron signadas por la utilización de consignas republicanas.
Alemania presenta características peculiares respecto a lo dicho en el párrafo anterior. El desarrollo industrial de este país era escaso y no existía el movimiento obrero como tal. Sin embargo, la insurrección de los tejedores de Silesia (1844) marcó el comienzo de una nueva etapa de la lucha de clases. Por otra parte, los artesanos y trabajadores alemanes residentes en Francia, Inglaterra y Suiza, cuya ideología combinaba el republicanismo con distintas variantes de socialismo, constituyeron el caldo de cultivo del que surgió la primera organización internacional de los trabajadores, la Liga de los Comunistas. Cabe decir que el Manifiesto fue justamente el documento programático de la nueva organización, y fue publicado poco antes del estallido de la Revolución de Febrero de 1848.
3. LA INCORPORACIÓN DE MARX Y ENGELS AL MOVIMIENTO SOCIALISTA.
Como se indicó en el punto anterior, a partir de la Revolución de 1830 en Francia se verificó un ascenso del movimiento socialista y de las ideas socialista en varios países europeos. Sin entrar en detalles, puede afirmarse que la década de 1840 significó el momento del despegue del socialismo, que coexistía con el liberalismo y el republicanismo pequeñoburgués. (1) La lucha contra el absolutismo monárquico y el feudalismo eran los elementos que unificaban, en forma contradictoria e inestable, a la burguesía y a las masas de trabajadores de la ciudad y del campo. (2) Sólo a partir de las derrotas de las Revoluciones de 1848-1849 comenzaron a delimitarse los campos de los partidos burgueses y los partidos socialistas (y esto, por cierto, de un modo sumamente complejo que se resiste a todo esquematismo). Puede decirse que, a mediados de la década de 1840, el socialismo era una especie de "moda intelectual", que había logrado traspasar los límites de sus orígenes obreros y había sido adoptado por muchos intelectuales de la clase media. De ahí la frase inicial del Manifiesto: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo" (p. 33).
El socialismo existía, por tanto, con anterioridad a la publicación del Manifiesto Comunista. Es por esto que corresponde decir que Marx y Engels se incorporaron a un movimiento ya existente, que presentaba una gran variedad de tendencias en su seno. Pero esto nos obliga a plantearnos la cuestión de cuál fue la contribución específica de Marx y Engels a la teoría y práctica socialistas. En otros términos, ¿porqué puede decirse que el marxismo significó un antes y un después en la historia del socialismo? La formulación de una respuesta a esta pregunta nos lleva directamente al examen del Manifiesto Comunista.
Buenos Aires, 2 de septiembre de 2010
NOTAS:
Todas las referencias al Manifiesto corresponden a la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. [1848]. (1986). Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Anteo. Forma parte de la colección "Pequeña Biblioteca Marxista Leninista". Como solía sucede con las ediciones de los clásicos realizadas por el viejo PC, no está indicado el traductor.
(1) En este trabajo entendemos por liberalismo a la ideología política propia de la burguesía, cuyos pilares son la defensa de la propiedad privada y de los derechos individuales. El republicanismo, en cambio, expresa las aspiraciones de la pequeña burguesía. Sostiene los mismos principios que el liberalismo, pero le agrega una preocupación por la desigualdad en las fortunas. Su exponente más claro fueron los jacobinos de 1793-1794.
(2) Esta afirmación no es válida para el caso de Gran Bretaña, donde la Reforma Electoral de 1832 había completado el ascenso de la burguesía al poder político.
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