NOTA BIBLIOGRÁFICA:
Para la redacción de estas
notas utilicé la traducción española de la edición en inglés preparada por el
Instituto de Marxismo Leninismo (1955): Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1959).
Sobre la religión. Buenos Aires:
Cartago. (pp. 231-234). Todos los libros tienen su historia. En este caso, el
ejemplar que tengo en mis manos perteneció a mi abuelo materno, republicano
convicto y confeso que pasó su vida en Argentina aborreciendo a Franco, a los
curas y a los empresarios. Mi abuelo murió cuando yo tenía poco más de tres
años, pero bastó ese tiempo para tenerlo siempre en el recuerdo.
En la traducción mencionada
se utiliza el término “jurística” y sus derivados. Dado que la Real Academia
Española no reconoce su uso, he optado por usar la palabra “jurídica” en su
reemplazo.
Leer a Engels siempre es un
placer, aún en el caso de escritos periodísticos o de coyuntura. Engels es un
maestro de la síntesis y de la sencillez para exponer ideas complejas. Estas
cualidades jugaron un papel importante en la difusión del marxismo en las dos
últimas décadas del siglo XIX. La obra de Engels ha sido muchas veces rebajada
al lugar de la divulgación (¡Cómo si la divulgación no fuera fundamental para
una corriente política como el marxismo, que se propone algo más que
interpretar el mundo!); pero lo cierto es que un examen atento de sus escritos
muestra lo notable de su contribución al desarrollo del marxismo. Engels no es
Marx, pero la teoría de Marx no hubiera llegado a ser lo que es sin Engels.
A modo de ejemplo, podemos
considerar el artículo “Socialismo de juristas”, publicado en 1887 en la
revista teórica de la socialdemocracia alemana DIE NEUE ZEIT. Engels aborda
allí la cuestión de la ideología y su relación con la lucha de clases y el
Estado.
El artículo gira en torno a
la noción de concepción del mundo,
examinando su papel en el feudalismo y el capitalismo. Engels reconoce que en
la Edad Media la unidad del mundo europeo se soldó en torno al cristianismo. Sin embargo, esto no
implica afirmar que la ideología es
la fuerza que da forma a la sociedad; para distinguir el papel que juega la
ideología es preciso comenzar por ubicar cada ideología concreta en un marco
histórico determinado, que da sentido a ésta:
“Esta soldadura teológica no se
realizó sólo en el plano de las ideas; existía en la realidad, y no sólo en el
Papa, su centro monárquico, sino sobre todo en la iglesia feudal y
jerárquicamente organizada, dueña de la tercera parte, aproximadamente, de la
tierra en todos los países, y que ocupaba una posición de tremendo poderío en
la organización feudal. La Iglesia, con su posesión feudal de la tierra, era el
verdadero vínculo entre los distintos países; la organización feudal de la Iglesia
proporcionó consagración religiosa al secular sistema estatal feudal. Además el
clero era la única clase educada. Por lo tanto era natural que el dogma de la
Iglesia fuese el punto de partida y la base de todo el pensamiento.” (p. 231).
En otras palabras, el papel
de la Iglesia no era consecuencia de la ideología católica, sino que esa
ideología tomaba su fuerza de la posición material que ocupaba la Iglesia en la
sociedad feudal. La ideología no gira en el vacío, no constituye una fuerza
independiente del conjunto de relaciones sociales. Sin embargo, rechazar la
tesis de la autonomía absoluta de la ideología no significa descartar el peso
de la misma en la lucha de clases. Al describir la importancia de la ideología
cristiana en la lucha de la burguesía contra el feudalismo, Engels da un
ejemplo de la persistencia de las construcciones ideológicas, y de cómo éstas pueden
ser resignificadas por nuevos grupos sociales.
“Pero en el útero del feudalismo se
desarrollaba el poder de la burguesía. (…) La concepción católica del mundo,
modelada según el esquema del feudalismo, no era ya adecuada para esa nueva
clase y para sus condiciones de producción e intercambio. Ello no obstante,
esta nueva clase permaneció durante largo tiempo cautiva de los grilletes de la
todopoderosa teología. Del siglo XIII al XVII, todas las reformas y las luchas
realizadas bajo lemas religiosos y vinculadas a ellas, no fueron, en el plano
teórico, otra cosa que repetidos intentos de los burgueses y plebeyos de las
ciudades – y de los campesinos que se habían vuelto rebeldes en contacto con
ambos -, de adaptar la antigua concepción teológica del mundo a las nuevas
condiciones económicas y a las condiciones de vida de la nueva clase.” (p.
231-232).
Más allá de que la
afirmación de Engels es esquemática (¿podría ser de otra manera, tratándose de
un artículo breve?) y precisa ser matizada, el hecho mismo de la persistencia
de la concepción católica del mundo y su reaparición en los movimientos
revolucionarios, muestra a las claras el reconocimiento tanto del poder de la
ideología, como de las dificultades para construir una nueva concepción del
mundo, acorde con las necesidades de los nuevos grupos sociales. Dicha
dificultad se entronca, por supuesto, con el problema de los intelectuales; más concretamente, con
el problema de cómo una nueva clase se da los intelectuales que precisa para
elaborar su propia concepción del mundo. De la exposición de Engels parece
deducirse que la clase en ascenso no está en condiciones de ejercer la dominación
hasta que no es capaz de formular su propia concepción del mundo.
El núcleo del artículo
consiste en la presentación de los rasgos principales de la concepción jurídica del mundo,
ideología de la burguesía que vino a reemplazar a la concepción católica del
mundo. Engels la describe así:
“Fue la secularización de la
concepción teológica. El derecho humano ocupó el lugar del dogma, del derecho
divino; el Estado ocupó el lugar de la iglesia. Las condiciones económicas y
sociales, que anteriormente se pensaba que habían sido creadas por la iglesia y
el dogma, ya que habían sido aprobadas por la iglesia, fueron consideradas
entonces como basadas en el derecho y creadas por el Estado. Como el
intercambio de mercancías en escala social y en pleno desarrollo –
especialmente a través de los adelantos y el crédito – produce complicadas
relaciones contractuales, y por consiguiente exige reglas aplicables en
términos generales, que sólo pueden ser dictadas por la comunidad – normas de
derecho determinadas por el Estado -, se imaginó que tales normas de derecho surgían,
no de los hechos económicos, sino de su establecimiento formal por el Estado. Y
como la competencia, forma básica del comercio de los productores libres de
mercancías, es el máximo igualizador, la igualdad ante la ley se convirtió en
el principal grito de combate de la burguesía. El hecho de que la lucha de esta
nueva clase contra los señores feudales, y contra la monarquía absoluta que
protegía a éstos tuviese que ser, como todas la luchas políticas, una lucha por
el poder del Estado, y que tuvieses que librarse sobre la base de exigencias jurídicas, contribuyó a
fortalecer la concepción jurídica.” (p. 232).
En el párrafo que hemos
reproducido, Engels realiza una serie de importantes afirmaciones. En primer
lugar, en el terreno de la ideología se verifica corrobora una vez más un
principio que se manifiesta en diversos ámbitos: nada surge de la nada, sino
que todo se desarrolla a partir de elementos ya existentes; en el caso
particular de la concepción burguesa del mundo, la misma se plasmó a partir de
la concepción católica del mundo. En este sentido, es significativo que Engels
considere que el Estado burgués ocupa el lugar de la Iglesia. Esta idea nos
parece fructífera, en la medida en que permite entender el desplazamiento de lo
sagrado desde la esfera religiosa a la secular. En segundo término, Engels
enfatiza cómo el Estado convierte las relaciones sociales que son producto de
las luchas entre individuos y grupos sociales, en una creación estatal (a
través del Derecho). Así como en el plano económico, las relaciones entre las
personas aparecen como relaciones entre cosas (fetichismo de la mercancía), en
el plano político las relaciones entre individuos se presentan como creaciones
del Derecho (fetichismo jurídico). En tercer término, Engels explica la
ideología burguesa a partir de las relaciones sociales, y no a la inversa,
siguiendo el mismo procedimiento adoptado para el análisis del feudalismo. Como
señalamos más arriba, la ideología sólo puede comprenderse a partir de su
ubicación en la totalidad de las relaciones sociales.
Además de lo anterior,
Engels sostiene que las luchas políticas son luchas por el control del Estado y
que, en el caso específico de la burguesía en su período revolucionario, se
trató de luchas que giraban en torno a exigencias jurídicas, hecho que
contribuyó a reforzar la influencia del fetichismo jurídico en el pensamiento
político.
Engels dedica la parte final
del artículo a mostrar cómo la clase obrera, en los comienzos de su lucha
contra el capitalismo, adoptó la concepción jurídica de la burguesía.
“El proletariado se apoderó al
comienzo de la concepción jurídica de su oponente y buscó en ella las armas
contra la burguesía. Los primeros elementos del partido proletario, así como
los representantes teóricos de éste, se mantuvieron totalmente en el «terreno
jurídico del derecho», siendo la única distinción la de que construyeron para
sí un terreno distinto del «derecho» que aquel con que contaba la burguesía.
Por una parte la exigencia de igualdad fue ampliada de modo que la igualdad en
el derecho fue completada con la igualdad social. Por la otra, de la
proposición de Adam Smith, de que el trabajo es la fuente de todas las
riquezas, en tanto que el producto del trabajo tiene que ser compartido con el
terrateniente y el capitalista, se extrajo la conclusión de que esta división
del producto era injusto y que debía ser abolida o modificada en favor del
trabajador.” (p. 233).
Otra vez se verifica el principio
de que el pensamiento construye a partir de elementos anteriores. El socialismo
constituyó así, en sus orígenes, una versión radical del pensamiento burgués.
Al hacer esto, mostró en la práctica las limitaciones de dicho pensamiento, su
incapacidad para garantizar la libertad y la igualdad entre los seres humanos.
Engels señala con perspicacia que los socialistas utópicos comprendieron estas
limitaciones y, por ello, abandonaron la lucha política para concentrarse en el
terreno de la elaboración de planes de reformas destinados a una sociedad
ideal. Se planteó así un callejón sin salida para el movimiento socialista: de
un lado, los seguidores de la concepción jurídica, que proponían la acción
política dentro de los marcos ideológicos de la sociedad burguesa; del otro,
los utopistas que negaban la acción política.
“La exigencia del producto total del
trabajo, así como la de la igualdad, se perdieron en contradicciones insolubles
en cuanto fueron formuladas en forma jurídicamente detallada y dejaron más o
menos intacto el meollo del problema: la transformación del modo de producción.
El rechazo de la lucha política por los grandes utopistas fue al mismo tiempo
el rechazo de la lucha de clases, es decir, de la única forma de actividad de
la clase cuyos intereses representaban. Ambas concepciones hacían abstracción
de los antecedentes históricos a que debían su existencia; ambas apelaban a los
sentimientos: unas al sentimiento de justicia, otras al de humanidad. Ambas
revestían sus exigencias con las formas de piadosos deseos acerca de los cuales
no se podía decir por qué habían de ser cumplidos en ese momento y no mil años
antes o después.” (pp. 233-234).
Engels afirma, a
continuación, que:
“La clase obrera, que con el paso del
modo de producción feudal al modo capitalista fue despojada de toda propiedad
de los medios de producción, y que gracias al mecanismo del modo capitalista de
producción es engendrada continuamente en ese estado hereditario de
desposeimiento, no puede encontrar en la ilusión jurídica de la burguesía una
expresión exhaustiva de sus condiciones de vida. Sólo puede conocer esas
condiciones de vida, plenamente y por sí misma, si contempla las cosas en su
realidad, sin vidrios jurídicamente coloreados.” (p. 234).
La respuesta al problema es
el desarrollo de la concepción
proletaria del mundo, elaborada por Marx. Esta solución no deja de ser
problemática. Ante todo, no quedan claras las razones por las que la clase
obrera no puede seguir atada a la concepción burguesa. Engels deja de lado aquí
la posibilidad de concesiones de la burguesía a la clase obrera, cuestión que
modifica que radical desposesión a que alude nuestro autor. Pero, y en esto se
da de bruces con el resto del artículo, Engels subestima la eficacia del
fetichismo jurídico, su capacidad para convertir a la lucha de clases en un “conflicto
legal”. Cuando sostiene que Marx “ofreció la concepción del mundo
correspondiente a las condiciones de vida y de lucha del proletariado” (p. 234),
pasa por alto que la forma que asumen las relaciones sociales bajo el
capitalismo (su cosificación) recrea permanentemente la vigencia del fetichismo
jurídico. A diferencia de lo expuesto aquí por Engels, pensamos que si el marxismo
logra imponerse como ideología de la clase obrera, será por medio de una lucha
encarnizada contra la ideología burguesa, parte de la lucha de clases más
general entre capital y trabajo.
Villa del Parque,
domingo 9 de agosto de 2015
2 comentarios:
Un muy buen estímulo para pensar tu artículo, Ariel
Y es clave lo que vos concluís, como la pista que da Engels sobre el porqué el proletariado no ha podido aún realizar su revolución victoriosa y mantenerla.
Engels dice que “El proletariado se apoderó al comienzo de la concepción jurídica de su oponente y buscó en ella las armas contra la burguesía." y está claro que con las armas -ideología, política, programa- de la burguesía no se puede ni romper ni terminar con ella. Era lógico en un primer momento, pero no 150 años después.
Si vos te fijás, la mayoría de los programas, políticas y consignas de la izquierda se limitan a variaciones de las consignas de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad, poder del pueblo, justicia social (un salario justo, un salario digno, trabajo, etc. No han roto con las concepciones de la burguesía y así no se consigue la independencia de clase.
Es más, el arma más extrema y radicalizada de la burguesía en lo ideológico y en su propuesta política era la democracia. Y dentro de ella es imposible realizar ningún cambio contra las relaciones de producción capitalista. Cuanto más se puede pasar de una propiedad individual a una estatal, pero en ambos casos capitalista.
Y esa democracia, como vos bien decís para el catolicismo, no descansa en la mera ideología, sino en las relaciones materiales, en las relaciones de producción mercantiles, que necesitan hombres (y mujeres) libres, sin ningún tipo de atadura, que puedan circular, que tengan la capacidad de comprar y vender, pues deben estar capacitados para vender su fuerza de trabajo. Y se ha logrado, gracias a las ideas de la socialdemocracia y sus continuadores, y al sindicalismo, que la clase obrera se autoidentifique como una propietaria de una mercancía, su capacidad de trabajo, que debe organizarse y luchar para vender mejor su mercancía, lo que también la hace "interesada" (leer sometida) en mantener el mercado, el sistema de propiedad, todo, en vez de plantearse que lo que debe cuestionar es el derecho burgués (obviamente y la propiedad en la cual se asienta) mediante el cual aquel que le compra su mercancía, es decir, su capacidad de trabajo, tiene el derecho de quedarse con el fruto de su trabajo. Por eso Marx y Engels insistieron en que la consigna de "un trabajo justo por una jornada justa" debía ser reemplazada por "la abolición del sistema de trabajo asalariado". Muy pocos años de que Engels escribiera el artículo que comentás, en 1881, escribiría una serie de artículos dirigidos a la clase obrera: Los artículos en "The Labour Standard" donde cuestiona esa vieja consigna e incluso cuestiona los sindicatos por no ir contra el sistema del salario, y plantea con claridad que no es la subida o la bajada de los salarios lo que constituye la degradación económica de la clase obrera: esta degradación viene dada por el hecho de que en vez de recibir, a cambio de su trabajo, el producto total de este, la clase obrera tienen que contentarse con una porción de su propio producto llamada salario" y sigue pero no voy a alargar esto demasiado. Lo que sí queda claro en tu artículo que desde esas concepciones jurídicas, politicas, ideologicas, no existe ninguna posibilidad de cambio revolucionario, ni siquiera de que el proletariado incremente su fuerza contra la burguesía. Aníbal
Anibal:
Como suelo hacer últimamente, postergué enormemente la respuesta a tu comentario. Alegar razones personales no es excusa, así que redacto unas líneas para no demorar más la cuestión. Por supuesto, va con la respuesta un pedido de disculpas. En primer lugar, muchas gracias por tomarse el trabajo de escribir un comentario tan extenso y fundamentado. En segundo lugar, y yendo al fondo de la cuestión, coincido con vos en que buena parte de la izquierda se mueve dentro de las reglas de juego de la burguesía, siendo la democracia la más importante de éstas. Estoy de acuerdo también en que hay que buscar las raíces de este problema en cuestiones materiales, no sólo en el nivel de la ideología (es decir, el bloqueo de la izquierda no es, únicamente, el producto de la acción ideológica de la burguesía). La imposibilidad de la izquierda de saltar la barrera de las concepciones capitalistas es consecuencia, en buena pedida, de las formas peculiares que asume la organización del trabajo en el capitalismo. La libertad jurídica de los trabajadores en el plano de las relaciones laborales y la igualdad jurídica de los individuos que intervienen en el mercado, tienen su correlato en el concepto de ciudadano (todos ellos libres e iguales entre sí en el plano de los derechos políticos). Así, la condición de trabajador queda diluida en las identidades del ciudadano y del consumidor que va al mercado. Además, el hecho de que el Estado ejerza la representación de los intereses generales de la burguesía, obliga a éste a enfrentar a algunas fracciones de la burguesía. Al hacer esto, aparece (es apariencia, pero tiene eficacia) como el representante de los intereses de toda la sociedad. Si a esto se le suma la capacidad más o menos importante de realizar concesiones a la clase trabajadora, se entiende el poder que tiene el Estado para obturar el desarrollo de la conciencia socialista. Por último, coincido en que el socialismo debe luchar por la abolición del régimen del trabajo asalariado y no por mejorar las condiciones de venta de la fuerza de trabajo (aunque también deba ocuparse de esto último en lo cotidiano). Saludos, Ariel
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