La costumbre y la
convención imprimen al primer editorial de una nueva revista la función de
declaración de principios, informando a los lectores sobre los propósitos y
objetivos de la misma. La prueba del tiempo suele transformar a esas
declaraciones en palabras vacías y la revista en cuestión queda confinada a ser
uno de los tantos nichos en que se divide el mundo intelectual. El riesgo es
mayor en el caso de esta revista, pues está dirigida a los militantes que
luchan por el socialismo.
En la actualidad se ha difundido la creencia de que la teoría es inútil, pues aleja a los militantes de lo verdaderamente importante, que es la acción. Se rompe así, artificialmente, el vínculo entre teoría y acción; el carácter forzado de la escisión hace que la teoría reaparezca de la peor manera, es decir, como saber convencional y conformista, cortado a la medida del sentido común burgués. De este modo, negando la teoría o, mejor dicho, la necesidad de estudiar las nuevas condiciones del capitalismo, los partidos que se dicen “de combate” terminan aceptando el orden establecido, más allá de su discurso revolucionario. La pereza intelectual, el conformismo, el culto a diversos ídolos y la difusión de mitos tanto más extendidos cuanto más alejados de la realidad histórica, son algunos otros de los corolarios de la negación de la teoría.
Nos hemos propuesto seguir un camino diferente. Se trata de retomar el viejo principio de la praxis, la unidad inescindible de teoría y acción. Lenin en Qué hacer, expresó dicho principio en una frase ya clásica: “Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica.” Sin el estudio de las experiencias revolucionarias del siglo XX, de los cambios acaecidos en la economía, en la ideología, en la lucha de clases y en el Estado, resulta imposible reconstruir una perspectiva socialista revolucionaria. Como siempre, la pregunta sigue siendo qué hacer en la situación actual. Para ello es preciso identificar el eslabón más débil de toda la cadena de la organización social capitalista: esta es, precisamente, la función de la teoría. Y en este punto resulta imprescindible la re-construcción del marxismo, entendido como ciencia revolucionaria.
Reconocer la necesidad de reelaborar la teoría revolucionaria conlleva correr el riesgo opuesto al mencionado más arriba. El énfasis en la teoría puede conducir al callejón sin salida del academicismo, una de cuyas expresiones más características es la redacción de artículos destinados a ser leídos en los círculos académicos. Esta revista no pretende ser, de ningún modo, un canal alternativo para la publicación de papers que no encuentran salida en el circuito académico. La elaboración de una teoría revolucionaria pasa por la intervención en la lucha de clases, no por el alejamiento respecto a ella.
El punto de partida asumido supone, pues, abandonar la producción de teoría por la teoría misma. Es por ello que ligamos la suerte de esta publicación a los avatares de las luchas de los trabajadores, y a la intervención en ellas. De ahí también la necesidad de esbozar en este editorial la situación actual de la izquierda y los principales problemas teóricos a encarar.
La izquierda en Argentina experimentó un proceso de recomposición desde el estallido de la Convertibilidad en diciembre de 2001. La misma acompañó, aunque de manera muy despareja, el crecimiento numérico de la clase trabajadora generado, entre otros factores, por la reducción del número de trabajadores desocupados y el desarrollo económico que siguió al colapso de 2001. En especial, a finales de la primera década del siglo XXI, la aparición de delegados y militantes obreros clasistas comenzó a hacerse notar. La creación del FIT marcó otro hito en dicho proceso de recomposición. Sin embargo, la reconstitución de la izquierda no puso fin ni a sus limitaciones teóricas ni a un estado de fragmentación que viene desde muy atrás en el tiempo. Tampoco se verificaron cambios en la relación entre la masa trabajadora y la izquierda, que sigue cortada en lo ideológico y político.
Incluso, a pesar del mencionado progreso del FIT, aproximadamente el 90% de la población vota a partidos que son enemigos del socialismo. Esta es una cuestión central que en la izquierda no se problematiza, y no se analizan las razones; se pasa por alto con balances más o menos exitistas.
En la actualidad, la izquierda argentina se encuentra dividida en dos grandes corrientes ideológicas. De un lado, la izquierda trotskista, agrupada mayoritariamente en el FIT; del otro, la izquierda que comulga con planteos frentepopulistas y considera necesario ocupar espacios en el Estado como condición transformadora de la sociedad en su totalidad. Además, existen gran número de agrupaciones que se desarrollan por fuera de los bloques anteriormente nombrados, con un horizonte de acción localizada, concentrada en áreas específicas y con planteos ideológicos que van del keynesianismo al guevarismo, del autonomismo al mesianismo liso y llano, no libres de matices y formulaciones híbridas. Por ejemplo, en el amplio espectro de la izquierda podemos encontrar organizaciones trostkistas-chavistas, o autonomistas-guevaristas.
Junto a esta fragmentación coexisten diversos problemas teóricos, que no han podido ser saldados desde hace décadas. Problemas que, de no ser encarados, pueden continuar por varias décadas más, condenando a la izquierda revolucionaria a tropezar siempre con las mismas piedras. El ya mencionado desdén por la teoría, así como también la creencia afín de que las respuestas del pasado son suficientes para analizar el presente, vuelven estéril la acción, impidiendo combatir eficazmente al capitalismo. Los tres problemas fundamentales son los siguientes:
En primer lugar, la caracterización del capitalismo, concebido generalmente como un sistema que se encuentra en situación de crisis terminal, incapaz de desarrollar las fuerzas productivas o de impedir la rebelión de los pueblos oprimidos. Catastrofismo, estancamiento crónico, agonía del imperialismo, son otras tantas formas de pensar la cuestión del capitalismo. Todas ellas tienen en común el ser concepciones que poco o nada tienen que ver con el marxismo. Dada la crisis permanente del capitalismo, la labor de estudiarlo para comprender sus cambios y su dinámica es una tarea inútil; sólo cabe actuar para derrotarlo, con la convicción de que la victoria es segura. El catastrofismo obtura así la necesidad de elaborar una crítica del capitalismo actual. Triunfalismo y escisión de la relación entre teoría y acción, con el consiguiente desprecio por la primera, son las consecuencias de esta manera de concebir al capitalismo. El análisis marxista, reducido a una caricatura, ya no juega ningún papel.
En segundo lugar, el tema del imperialismo. Para parte de la izquierda argentina, el imperialismo, entendido como el dominio de las potencias capitalistas sobre sus respectivos “patios traseros”, es la madre de todos los males que asolan al país. En lugar de estudiar las transformaciones de la dinámica capitalista, nuestra izquierda prefiere, en general, apelar al imperialismo y a los monopolios internacionales para explicar la situación del país y los vaivenes de la lucha de clases. Este enfoque tiene consecuencias importantes. El conflicto Capital–Trabajo pierde su centralidad, siendo desplazado por la contradicción Imperio–Colonia, o formulaciones similares: pueblo – monopolios, patria-fondos buitres, etc. Puesto que es el imperialismo (en el caso de Argentina, el “imperio yanqui”) quien mueve los hilos de la política argentina, corresponde luchar por la “liberación nacional” antes que por el socialismo. Queda así el campo libre para todo tipo de alianzas con la burguesía, avaladas por la necesidad de fortalecer a los sectores nacionales que enfrentan al imperialismo.
En tercer lugar, la cuestión del Estado. La pérdida de relevancia del análisis de las relaciones de producción en la teoría del capitalismo se traduce en una consiguiente ampliación del papel atribuido al Estado, a punto tal que éste se transforma en un fetiche. Así, uno de los ejes de la política de los partidos trotskistas es la exigencia de un mayor rol del Estado en la economía, recreando de esta manera la ilusión de que el Estado “es de todos”, que su intervención nos acerca a una socialización progresiva de las empresas. Frente a cualquier problema concreto de la sociedad (por ejemplo, los cortes del suministro eléctrico a los hogares), la respuesta exigida por las corrientes trotskistas es la estatización, bajo el supuesto de que las consignas harán que las masas se movilicen; consignas más izquierdistas producirán una radicalización de la movilización, permitiendo la transición hacia el socialismo. Sin embargo, la aparente radicalidad del discurso oculta que las consignas permanecen dentro de los límites del reformismo burgués.
A su vez, los sectores frentepopulistas, adoptando posturas más nacionalistas y frente a la agudización de la lucha de clases, también defienden una política pro-Estado burgués “fuerte” (al estilo chavista en Venezuela), afirmando que éste constituye el mejor baluarte para la defensa de los intereses populares. La contradicción entre lo público (o lo estatal) y lo privado desplaza al conflicto entre Capital-Trabajo, bajo el signo de una enorme confianza e idolatría hacia el Estado capitalista.
La persistencia de estos problemas se explica, en buena medida, por una afirmación que puede resultar paradójica: el marxismo es el gran ausente en los debates de la izquierda. Su ausencia consiste, ante todo, en el tratamiento del mismo como algo muerto o propio del pasado, útil para efectuar invocaciones litúrgicas que permiten diferenciarse de otras fuerzas políticas, pero completamente ineficaz a la hora de fijar una estrategia que conduzca a la toma del poder.
En gran medida estos marxistas están influidos por el clima de época que está instalado y que tiene bases reales (nos guste o no) en que la experiencia del “socialismo real” fracasó. Para los marxistas uno de los problemas centrales (tal vez el más importante) es contrarrestar el mensaje de que no hay alternativa al capitalismo. Esto se impuso con mucha fuerza desde 1990, y va a tomar más vuelo con la marcha de Cuba al capitalismo y con el desastre del “socialismo del siglo XXI” comandado por la burocracia civil y militar chavista. Cuando hablamos de la necesidad de combinar la lucha ideológica y la teoría con la acción reivindicativa y política, tenemos que decir que en ningún lado se muestra con más fuerza que en torno a este problema. Problema que no se arregla con algunas consignas hábiles (del tipo “que los funcionarios usen los hospitales públicos”, o “suprimir el IVA”, etc.). Este rechazo de las masas, a escala planetaria, de la alternativa socialista puede explicar también por qué la mayoría de la izquierda casi no habla de socialismo y descarga una serie incoherente de consignas con medidas despojadas de su relación con el ascenso al poder político (control obrero, suprimir el IVA, cortar con Chevron, etc.). El posibilismo se nutre de este fracaso, pero también el dogmatismo, ya que en lugar de examinar el problema que se tiene por delante y argumentar, se repiten consignas.
El marxismo también se puede encontrar en el ámbito académico. Los marxistas académicos, “paridos” por una institución cuya principal función política consiste en anular a los intelectuales que se proponen seguir el camino de la lucha de clases, han encontrado en las facultades el refugio para quienes, adoptando ideas socialistas, vieron bloqueadas sus expectativas de desarrollo intelectual en las organizaciones políticas esclerosadas y burocráticas. Los intelectuales socialistas deben volver a involucrase como intelectuales orgánicos de la clase obrera, adoptando el punto de vista de los trabajadores explotados, dando recursos críticos a las organizaciones de la clase y jugando un rol que vaya más allá del actual, que no pasa de ganar gente en las facultades para que repitan los dogmas de tal o cual organización.
El reconocimiento de las derrotas del movimiento obrero, a nivel nacional e internacional, en el período comprendido entre 1970 y 2000, (y aún mucho antes, en las décadas del ’20 y del ’30, merced al triunfo de la contrarrevolución estalinista), resulta indispensable para la reconstrucción del socialismo revolucionario. A pesar de la recomposición material de la clase obrera, expresada entre otras cosas en el aumento del número absoluto de sus efectivos, la situación de derrota se perpetúa, en buena medida porque las estrategias políticas y las teorías forjadas en el marco de la derrota se asumen como definitivas.
Nuestra revista propone una lectura de Marx que no es ni académica, ni complaciente, ni un instrumento para consolidar posiciones de poder. Al contrario, surge de la necesidad de enfrentar al capitalismo. Resulta menester reconocer los errores y los problemas teóricos, evitando esconderlos debajo de la alfombra. Esto significa dejar de lado la tendencia a escindir el marxismo de la lucha de clases, tanto en el terreno de la teoría como en el de la práctica política. Proceder de este modo implica abandonar los dogmas y las mitologías, confrontando las afirmaciones de los clásicos con la dura prueba de la realidad. Significa estudiar seriamente las transformaciones experimentadas por el capitalismo durante el siglo XX y los comienzos del siglo XXI. Se trata, en pocas palabras, de re-construir el marxismo como ciencia revolucionaria.
Las tareas planteadas en el párrafo anterior no pueden ser realizadas exclusivamente por los intelectuales. Del mismo modo que el marxismo surgió en la década de 1840 como producto del encuentro entre varios representantes intelectuales del socialismo y el movimiento obrero, hoy en día la re-construcción del marxismo requiere ineludiblemente de su fusión con las luchas obreras. A diferencia de las ciencias sociales de la burguesía, el marxismo tiene por objetivo principal la superación del capitalismo por vía revolucionaria. Esto sólo es posible actuando en conjunto con la clase obrera, única clase que por la posición que ocupa en la sociedad es capaz de golpear al capitalismo en el terreno de las relaciones de producción, núcleo duro del poder capitalista.
La clase obrera actual no es, por supuesto, la misma que en 1917, 1945 o 1969; tampoco cabe pensar en ella como una esencia ahistórica, cuyo contenido fundamental consiste en ser revolucionaria. Re-construir el marxismo requiere dejar de lado las fábulas de obreros revolucionarios y dirigentes traidores; se trata de abordar el estudio de la clase obrera de 2015 sin prejuicios, asumiendo el compromiso de apoyar sus luchas contra la burguesía.
A partir del diagnóstico expuesto en los párrafos precedentes, nuestra revista se propone encarar como tarea primordial la reelaboración del marxismo, a partir del abordaje sin prejuicios de los problemas teóricos mencionados y de la convicción de que sólo a partir de un análisis marxista es posible formular una estrategia correcta para la política de la clase trabajadora. Frente a los posibilistas y a los dogmáticos, nuestra revista defiende la idea del retorno a las fuentes del marxismo, no con el propósito de preservar una supuesta pureza, sino de contribuir a la construcción de herramientas teóricas que permitan incidir eficazmente en la lucha de clases actual, junto a la necesaria actualización permanente de los problemas y los avances en las investigaciones, ignorados por los guetos intelectuales del dogmatismo.
Para concluir, nada mejor que citar el párrafo final del Manifiesto Comunista a modo de síntesis de nuestra posición: “Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.”
Comité Editorial de la Revista Propuesta Marxista. Buenos
Aires, julio de 2015
NOTAS:
(1) Editorial de la REVISTA PROPUESTA MARXISTA,
Buenos Aires, número 1, pp. 2-6. Transcribo la nota agregada por el Comité
Editorial de la Revista: Hemos modificado la primera versión de esta editorial
a partir de comentarios críticos de varios compañeros (entre los que queremos
destacar los de Ariel Petruccelli, Rolando Astarita y Ernesto Manzanares).
Hemos tomado algunas criticas para mejorar nuestra perspectiva en algunos
casos, y en otros, hemos persistido en mantener lo escrito. A todos, nuestro
agradecimiento.
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