El fiscal Alberto Nisman, a
cargo de la investigación del atentado a la AMIA (julio de 1994) y quien
presentó una denuncia contra la presidenta Cristina Fernández por encubrimiento
de los responsables del atentado, fue encontrado muerto en su domicilio en
vísperas de presentarse en el Congreso, donde iba a defender su acusación
contra la Presidenta. No es preciso abundar en la conmoción que produjo su
muerte, que desató la crisis más importante del sistema político desde los
hechos de diciembre de 2001.
El autor de este artículo no
pretende esclarecer las circunstancias concretas del deceso del fiscal. Carece
de información para ello y no quiere hacerle el coro a la confusión general. Prefiero
concentrarme en una cuestión más general y que hace a la manera en que se
encuentran estructuradas las relaciones de poder en Argentina. La muerte de
Nisman está ligada a la relación de los servicios de inteligencia con el Estado
argentino desde la restauración del régimen democrático en 1983.
En nuestro país existen varios
servicios de inteligencia (los servicios a partir de aquí). El más importante
de ellos es el SI (Servicio de Inteligencia, ex SIDE – Servicio de Inteligencia
del Estado -). ¿Cuál es su cometido? Básicamente espiar a los ciudadanos y
brindar esa información al personal político que detenta el control del Estado.
O sea, su función es considerar a la población como un enemigo potencial, a
quien debe vigilarse en todo momento. Para cumplir esta tarea, cuentan con
presupuestos millonarios y con una plantilla numerosa, cosas particularmente
escandalosas en un país donde, por ejemplo, los hospitales públicos carecen de
equipamiento básico (como lo experimentó la propia Presidenta al sufrir una
lesión en un pie y estar obligada a trasladarse desde Santa Cruz a Buenos Aires
para recibir la atención adecuada).
Durante la dictadura militar
de 1976-1983, los servicios jugaron un papel fundamental en la ofensiva contra
los trabajadores y las organizaciones políticas revolucionarias. Como
contrapartida, la derrota argentina en la guerra de Malvinas mostró, entre
otras cosas, hasta qué punto los servicios eran inoperantes al tener que
afrontar una amenaza externa. La dictadura dejó absolutamente en claro que los
servicios actuaban en función de la lógica del enemigo interno, según la cual
la propia población es el enemigo del Estado. No se trata de una lógica
delirante. Todo lo contrario. Los servicios forman parte del aparato represivo
del Estado, constituido, además, por las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y
las policías provinciales, los servicios penitenciarios federal y provinciales,
etc. Más allá de los matices, el Estado tiene como función primordial preservar
el orden existente, es decir, el orden capitalista, con todas las relaciones de
dominación que éste conlleva. En este sentido, los servicios proporcionan
información al Estado sobre todos aquellos que cuestionan al orden capitalista.
De ahí que los militantes de los partidos de izquierda, los militantes
clasistas en el movimiento obrero, etc, etc., sean los principales objetivos de
los espías. Las tareas de Inteligencia son indispensables para el sostenimiento
del orden capitalista.
Pero los servicios han
desempeñado otra función desde 1983. De Alfonsín para adelante, se encargaron
de recopilar información sobre el conjunto de la oposición política y sobre los
jueces, a los fines de proporcionar al gobierno de turno de una herramienta
para extorsionar a los dirigentes opositores y a los magistrados. Lejos de ver
menguado su poder, los servicios continuaron jugando un papel político
fundamental en el escenario post dictadura. Ahora bien, estas funciones fueron
llevadas a cabo por el mismo personal que se había encargado de las tareas
represivas durante la dictadura. Antonio Stiusso, alias “Jaime”, agente de la
SIDE (luego SI), jefe virtual del principal servicio del Estado argentino,
permaneció en actividad desde la dictadura hasta 2014. Esta continuidad, sumada
a los otros factores mencionados aquí, hizo que los servicios acrecentaran su
poder mientras los gobiernos pasaban.
Néstor Kirchner y Cristina
Fernández no fueron la excepción en lo que hace a la utilización de los
servicios. Las evidencias disponibles muestran que los utilizaron tanto contra
la izquierda y el movimiento obrero (por ejemplo, el caso del famoso Proyecto
X), como contra los jueces y los dirigentes políticos de la oposición burguesa.
Hay que agregar que los dirigentes de dicha oposición, en los casos en los que
ocuparon funciones de gobierno, armaron sus propias estructuras de espías con
funciones semejantes a las de los servicios del Estado nacional (Mauricio
Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, procesado por el caso de
las escuchas telefónicas, es el caso más escandaloso).
Como suele ocurrir, en
épocas de crisis económica afloran todas las miserias del orden existente. La
retracción del crecimiento económico y el hecho de que Cristina Fernández
dejará el gobierno en diciembre de este año, debilitaron al kirchnerismo. La
fragmentación de la oposición burguesa (Scioli, Macri, Massa) y la relativa
lejanía de las elecciones, complican el cuadro, acotando la capacidad de
control de la burguesía (ya sea del elenco gobernante como de la oposición que
se prueba el traje de futuros gobernantes). Esto es especialmente visible en el
caso de los servicios, debido a la interna entre el SI y la inteligencia
militar, cuya cabeza es el actual jefe del Ejército, Milani. Frente a un poder
estatal debilitado, los servicios cobran mayor autonomía y dirimen su interna
apelando a los recursos a los que están acostumbrados, sólo que esta vez lo
hacen a la luz del día. No se trata, por cierto, de que Argentina sea un país
gobernado por los servicios; se trata de un contexto político particular, en el
que los servicios han visto acrecentada su influencia de un modo desorbitado.
Los cambios de gabinete efectuados por Cristina Fernández a fines del año pasado,
centrados en el control del área de Inteligencia, son una muestra de la
preocupación del kirchnerismo por esta situación. Por su parte, el caso Nisman
indica que el kirchnerismo no ha tenido éxito en su intento de volver a
controlar a los servicios.
La muerte del fiscal Nisman
tiene poco y nada que ver con el caso AMIA. Al Estado argentino no le importa
esclarecer el atentado. Desde 1994 a la fecha, todos los gobiernos que se
sucedieron colaboraron en el encubrimiento de los hechos. Mientras tanto, los
servicios incrementaron su poder y su capacidad de control sobre la población. La
muerte de Nisman, en medio de una interna feroz entre los servicios, da la
pauta de las dimensiones del problema. Pensar que las cosas se solucionarán con
el recambio de gobierno es una utopía. En todo caso, la interna entre servicios
pasará a dirimirse entre bastidores, dejando libre el centro de la escena
política. Pero los servicios seguirán espiando a la militancia de izquierda, a
los delegados clasistas, a los militantes barriales que no se encuadren con los
punteros del PJ o del macrismo, etc. También continuarán espiando a jueces y
dirigentes opositores burgueses. No es una deformación, es la naturaleza misma
del Estado capitalista. En un país donde la desigualdad social es tan grande
que permite que coexistan Puerto Madero y Nordelta con cientos de villas
miserias y asentamientos, ¿puede esperarse otra cosa?
Villa del Parque,
martes 20 de enero de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario