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sábado, 8 de diciembre de 2012

PIERRE ROSANVALLON Y LA CRÍTICA PROGRESISTA DEL CAPITALISMO





En los últimos años se ha puesto de moda aquello que podríamos llamar la “crítica progresista del capitalismo”. En rigor, no se trata de una verdadera crítica, pues no discute ninguno de los pilares del capitalismo, como ser la propiedad privada de los medios de producción, la dictadura del empresario en el lugar de trabajo o la búsqueda de ganancias como eje de la actividad económica. Como nada de ello es puesto en cuestión, la crítica progresista se convierte en algo bastante insulso, sobre todo si uno se pone en el sitio de los que padecen la organización social capitalista. Si una discusión no puede versar sobre las cuestiones fundamentales que la motivan, forzosamente tiene que girar en torno a los puntos secundarios.
Pierre Rosanvallon (n. 1948) es uno de los exponentes de dicha crítica progresista. El domingo 2 de diciembre, PÁGINA/12 publicó una extensa entrevista a Rosanvallon, realizada en París por Eduardo Febbro,.en la que el francés comenta su reciente obra, La sociedad de los iguales. Las ideas expuestas en la entrevista son significativas, porque expresan claramente los límites del progresismo cuando se propone discutir al capitalismo.

Ante todo, el lector tiene que renunciar al tratamiento de los hechos concretos del capitalismo. No espere que Rosanvallon hable de la explotación, de las pequeñas miserias cotidianas que tiene que afrontar el trabajador, de la pelea despiadada entre capitalistas (la competencia), de las guerras o de la destrucción sistemática del planeta en pos de la ganancia. Nada de eso es relevante. Nuestro autor prefiere dedicarse a las cosas importantes, esto es, la igualdad y el respeto de las diferencias. 

¿Qué significa igualdad para Rosanvallon?

“Creo que la emancipación humana pasa hoy por la condición de que cada persona sea reconocida por lo que tiene de específico. Por consiguiente, la igualdad no puede ser más la uniformidad, ni la uniformidad de cuartel: la igualdad debe ser una igualdad de la singularidad. Hay que volver a los fundamentos de lo que fue la revolución democrática moderna: hacer que reviva en un sentido auténtico la noción de igualdad, que no es la noción de igualitarismo. El igualitarismo es la visión aritmética de la igualdad. Pero lo que yo intento definir es una relación de la sociedad, una idea de la igualdad como relación.” [El resaltado es mío – AM-]

A Rosanvallon sólo le importa preservar la “singularidad”. 

“El gran problema de la sociedad moderna radica en el hecho de que es una sociedad de individuos. Pero esos individuos deben formar una sociedad todos juntos. Los individuos quieren tener éxito en su vida individual, quieren ser reconocidos por lo que son, por lo que hay de específico. Pero esto implica saber componer con esas singularidades y ofrecer un marco común. Y es precisamente ese marco común el que nos está faltando. Por consiguiente, esa demanda de singularidad sólo se expresa mediante un individualismo galopante.”

Dicho en otros términos. La sociedad moderna es una sociedad en la que las personas aparecen como individuos aislados, como átomos que luchan entre sí por sobrevivir. Esta situación no es un castigo divino, sino el resultado de la expansión de la economía mercantil y, posteriormente, de las relaciones sociales capitalistas. Una sociedad de productores privados que producen para el mercado  produce necesariamente individuos que se ven a sí mismos (cada uno de ellos) como el centro del universo. Esperar otra cosa equivale a creer en los Reyes Magos. Ahora bien, Rosanvallon es consciente de los males que acarrea esta atomización de las personas. Pero no puede (su horizonte intelectual se lo impide) ir más allá de la constatación del problema. Su solución (el respeto de la singularidad de los individuos) es o una declamación vacía o, lo que es peor, una manera de defender las miserias del capitalismo. En un mundo donde un puñado de multimillonarios concentra la mayor parte de la riqueza mundial, donde la preocupación de centenares de millones de seres humanos pasa por qué llevar a la boca para comer mientras la productividad del trabajo alcanza niveles astronómicos, donde la pobreza prolifera en medio de la abundancia, la frase “respetar las singularidades” adquiere un significado perverso. ¿Cuáles singularidades debemos respetar?, ¿las que diferencian a Donald Trump o George Soros de los trabajadores que no llegan a fin de mes, de los precarizados, de los hambreados, etc.? En nuestro país, ¿tenemos que aceptar el escándalo de la convivencia en un mismo tiempo y espacio de Nordelta (por nombrar un lugar) y los centenares de asentamientos, villas miserias, etc.?

Rosanvallon define así la igualdad que pregona:

“Hemos entrado entonces en sociedades que están entre sí mismas y no en sociedades donde hay un mundo común. Y la igualdad es antes que nada eso: consiste en hacer un mundo común. Pero ese mundo común no se puede construir si las diferencias económicas entre los individuos son demasiado importantes, no se puede hacer un mundo común si no hay respeto por las diferencias, si todo el mundo no juega las mismas reglas del juego. Por eso intenté construir esa idea de la igualdad redefinida como una relación social en torno de tres principios: singularidad –reconocimiento de las diferencias–, reciprocidad –que cada uno juegue con las mismas reglas de juego– y comunalidad –la construcción de espacios comunes–. Después de todo, en la historia del mundo, si las ciudades fueron centros de libertad fue porque crearon algo común entre los individuos. Las ciudades no fueron solamente lugares de producción económica o lugares de circulación, no; las ciudades estaban organizadas en torno del foro, de la plaza pública y de espacios que permitían la discusión entre unos y otros; es eso lo que hoy está desapareciendo.” [El resaltado es mío.]

Hay que decirlo con todas las letras: las apelaciones a la construcción de un “mundo común” son tonterías insignes, que poco tienen que ver con las condiciones sociales existentes. Son tonterías porque: a) el capitalismo de la competencia y de la individualización es un “mundo común”, mal que le pese a Rosanvallon. La cuestión pasa por entender cuáles son las condiciones sociales del capitalismo que promueven la separación entre los seres humanos; b) las diferencias económicas “importantes” son la base misma del capitalismo. El capitalismo, en tanto forma de organización social, requiere de la concentración de los medios de producción en un polo de la sociedad. Esta es una diferencia económica “importante”, mal que le pese a Rosanvallon. La cuestión no es aceptar los marcos conceptuales del capitalismo para embellecerlo o volverlo más prolijo, sino estudiarlo para combatirlo. Claro que para Rosanvallon combatir al capitalismo no es una opción lícita, pues supondría faltarle el respeto a las “diferencias”.

Rosanvallon rechaza la concepción que sostiene que igualdad es igual a uniformidad. En la entrevista afirma genéricamente que dicha concepción fue defendida por los utopistas de los siglos XVIII y XIX, pero no hace más precisiones. Si bien se trata de una entrevista y, a veces, la memoria falla, la frase incluye claramente al marxismo y a otras variantes del socialismo entre quienes pensaban que la igualdad pasaba porque todos teníamos que comer, vestir y hacer las mismas cosas. Esto es una tontería que no resiste la confrontación con lo escrito y planteado por la mayoría de los socialistas del siglo XIX. Pero, a la par que engloba a estos autores bajo la etiqueta igualdad = uniformidad de costumbres y de gustos, deja de lado lo esencial: en Marx y cia, la lucha por la igualdad es inseparable de la lucha contra los mecanismos materiales que generan las desigualdades aberrantes entre los seres humanos (la propiedad privada de los medios de producción). Desde el punto de vista marxista, la escisión entre capitalistas y trabajadores constituye una desigualdad que obedece a causas sociales, que genera explotación, sufrimiento y penalidades para los seres humanos. Esta desigualdad de ningún modo puede ser defendida en aras del “respeto a las diferencias”.

En este marco, Rosanvallon plantea la cuestión de la democracia:

“Como régimen, la democracia tiende a progresar en todo el mundo. Pero sabemos que la democracia se define también como una forma de sociedad, una sociedad en la cual podemos vivir juntos, una sociedad de la vida común, una sociedad con relaciones de igualdad. La democracia política del sufragio universal y de la libertad progresó al mismo tiempo que la democracia de la sociedad de los iguales perdía vigencia. Hoy vemos un divorcio completo entre el ciudadano elector y el ciudadano compañero de trabajo. En la mayoría de los países se están multiplicando los ghettos, las formas de secesión y de separatismo social. La historia de la democracia nos muestra que la democracia tenía como objetivo la construcción de un mundo común entre los habitantes de un país. Hoy vemos la multiplicación de los mecanismos de encierro en sí mismo. Esto es muy peligroso porque si la distancia entre la democracia política y la democracia social se sigue agrandando, es la misma democracia política la que corre un gran peligro.” [El resaltado es mío – AM-]

El planteo está mal formulado. Si hablamos de democracia, tenemos que hablar, ante todo, de democracia capitalista. Ésta es la democracia realmente existente, y cualquier análisis de la democracia en general debe empezar por el análisis de la democracia concreta. Esta democracia capitalista requiere de la concentración del capital en un polo de la sociedad, y de que la mayoría de los ciudadanos se vean obligados a trabajar como asalariados para subsistir. Sólo a partir de la consagración de la dictadura del empresario en el lugar de trabajo es posible la democracia política en las condiciones del capitalismo, pues los empresarios tienen aseguradas las espaldas a partir de su control de los medios de producción. Al dejar de lado esto, todo el argumento de Rosanvallon es ocioso. En las condiciones del capitalismo no puede haber democracia social, pues la misma implicaría la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. Como no puede haber democracia social, tampoco puede haber democracia política, en el sentido de ejercicio efectivo del gobierno por el conjunto de los ciudadanos. El problema de Rosanvallon radica en que el capitalismo es su horizonte intelectual, por más rezongos bienintencionados que formule contra este.

La marca distintiva de la crítica progresista al capitalismo es su falta de vigor, su negativa a discutir las bases mismas del capitalismo o a captar toda la irracionalidad de un sistema de producción que fabrica pobreza y miseria en medio de la abundancia.

Para precisar las limitaciones del discurso progresista sobre el capital nada mejor que retroceder en el tiempo, para confrontarlo con otro tipo de críticas, mucho más “desinhibidas”.
Friedrich Engels (1820-1895) no siempre fue marxista. Esta afirmación puede parecer extraña a los amantes del dogmatismo, pero es verdadera. Engels, hijo de un comerciante alemán, conoció los horrores de la Revolución Industrial y de la acumulación capitalista a comienzos de la década de 1840, cuando viajó a Inglaterra enviado por su padre para perfeccionar sus conocimientos del comercio. Engels, demostrando muy poca conciencia de clase burguesa, dedicó su estancia allí a estudiar las condiciones de vida de los obreros ingleses. Producto de esa investigación es el libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, uno de los mejores testimonios de las condiciones del proletariado inglés en el primer período de desarrollo del capitalismo, publicado en Alemania en 1843.

Engels también escribió un importante artículo, “Esbozos para una crítica de la economía política”, publicado en 1844 en la revista DEUTSCH-FRANZÖSICHE JAHBÜCHER, en el número doble con el que dicha revista hizo debut y despedida. Los “Esbozos” representan un intento de refutar a la economía política elaborada por la burguesía como explicación y legitimación del capitalismo. Marx reconoció, en el prologo a su Contribución a la crítica de la economía política (1859), que el texto de Engels fue un “genial esbozo de una crítica de las categorías económicas” (Marx, 2000: 4).

Es inútil buscar en el “Esbozo” una primera presentación de las tesis de la teoría económica desarrollada por Marx. Dicha teoría todavía no existía. Más allá de todos los méritos del artículo de Engels, el horizonte intelectual sigue estando marcado por la indignación moral contra los horrores del capitalismo. El marxismo, en tanto teoría social y en tanto corriente política, no ataca al capitalismo por inmoral, sino por ser un sistema social que impide a las mayorías gozar de los frutos de la creciente productividad del trabajo.  Hechas estas salvedades, veamos en un par de pasajes cómo criticaba Engels al capitalismo en su “etapa premarxista”.

Engels se refería así al comercio:

“La siguiente consecuencia de la propiedad privada es el comercio, el intercambio de las necesidades mutuas, la compra y la venta. Bajo el gobierno de la propiedad privada, este comercio debe convertirse, como toda actividad, en una fuente de lucro inmediata para el comerciante; es decir, cada uno debe intentar vender tan caro y comprar tan barato como sea posible. En cada compra y en cada venta están enfrentados dos hombres con intereses absolutamente opuestos, el conflicto es decididamente hostil, ya que cada uno conoce las intenciones del otro, sabe que sus intenciones son contrarias a las del otro. La primera consecuencia es, entonces, por un lado, la desconfianza mutua, y por el otro, la justificación de esa desconfianza, la utilización de medios inmorales para la consecución de un fin inmoral. Así, por ejemplo, el primer principio del comercio es la discreción, la ocultación de todo lo que podría reducir el valor del artículo en cuestión. La consecuencia de esto: en el comercio está permitido extraer el mayor provecho posible del desconocimiento, de la confianza de la contraparte y, del mismo modo, atribuirle a la propia mercancía características que no posee. En una palabra, el comercio es la estafa legal.” (Engels, 2004: 9-10).

Compárese el párrafo anterior con las apelaciones de Rosanvallon a un “mundo común” y se tendrá una visión clara de los límites del progresismo.

Engels caracteriza así a la expansión del mercado mundial:

“¡Han aniquilado los monopolios pequeños para dejar actuar tanto más libre y sin barreras al gran monopolio, la propiedad; han civilizado los confines de la tierra a fin de ganar terreno nuevo para desplegar su vulgar codicia; han hermanado pueblos, pero para hacer de ellos una hermandad de ladrones, y han reducido las guerras para ganar tanto más en la paz, para llevar hasta el extremo la enemistad de los individuos, la guerra deshonrosa de la competencia! ¿Cuándo hicieron algo por pura humanidad, por conciencia de la futilidad de la oposición entre el interés general y el individual? ¿Cuándo han sido morales sin ser interesados, sin cobijar en el fondo motivos inmorales y egoístas?” (Engesl, 2004: 11).

La crítica de Engels al capitalismo es bien diferente a la de Rosanvallon. La crítica progresista al capitalismo es demasiado educada, demasiado respetuosa, demasiado hipócrita. No se trata, a nuestro juicio, de una diferencia de sensibilidad entre los intelectuales del siglo XIX y los intelectuales actuales. Es, por el contrario, el efecto necesario de la aceptación de las reglas de juego capitalistas y del reconocimiento implícito de la supuesta imposibilidad de enfrentar políticamente al capitalismo. En otras palabras, si parte del reconocimiento de la imposibilidad del socialismo, la crítica al capitalismo se convierte, al margen de las intenciones de sus autores, en una exaltación más o menos vergonzante del capital.


Villa del Parque, sábado 8 de diciembre de 2012

BIBLIOGRAFÍA:

Engels, Friedrich. [1844]. (2004). “Esbozos para una crítica de la economía política”. En: Marx, Karl. (2004). Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Buenos Aires: Colihue. (pp. 1-39).

Marx, Karl. [1859]. Contribución a la crítica de la economía política. Buenos Aires: Siglo XXI.

Rosanvallon, Pierre. (2012). “La desigualdad se mundializó”. En: PÁGINA/12, Buenos Aires, domingo 2 de diciembre de 2012.

2 comentarios:

daniel dijo...

Es muy similar a otro francés, Coriat, que defiende la productividad como algo bueno para el trabajador en vez de pensarlo como mayor extracción del producto producido por obrero

Ariel Mayo (1970) dijo...

Tal cual Daniel. Todo pasa por entender que el motor de la producción capitalista es la apropiación del plusvalor producido por los trabajadores. Esto se llama EXPLOTACIÓN, y nadie quiere nombrarla, no vaya a ser que el sistema social aparezca desnudo como el rey del cuento de Andersen. Pensar que Benjamin Coriat publicó en 1979 "El taller y el cronómetro", un estudio de como el capital se apropiaba el saber obrero. Saludos,