En los últimos años se ha
puesto de moda aquello que podríamos llamar la “crítica progresista del
capitalismo”. En rigor, no se trata de una verdadera crítica, pues no discute
ninguno de los pilares del capitalismo, como ser la propiedad privada de los medios
de producción, la dictadura del empresario en el lugar de trabajo o la búsqueda
de ganancias como eje de la actividad económica. Como nada de ello es puesto en
cuestión, la crítica progresista se convierte en algo bastante insulso, sobre
todo si uno se pone en el sitio de los que padecen la organización social
capitalista. Si una discusión no puede versar sobre las cuestiones
fundamentales que la motivan, forzosamente tiene que girar en torno a los
puntos secundarios.
Pierre Rosanvallon (n. 1948)
es uno de los exponentes de dicha crítica progresista. El domingo 2 de
diciembre, PÁGINA/12 publicó una extensa entrevista a Rosanvallon, realizada en
París por Eduardo Febbro,.en la que el francés comenta su reciente obra, La sociedad de los iguales. Las ideas
expuestas en la entrevista son significativas, porque expresan claramente los
límites del progresismo cuando se propone discutir al capitalismo.
Ante todo, el lector tiene
que renunciar al tratamiento de los hechos concretos del capitalismo. No espere
que Rosanvallon hable de la explotación, de las pequeñas miserias cotidianas
que tiene que afrontar el trabajador, de la pelea despiadada entre capitalistas
(la competencia), de las guerras o de la destrucción sistemática del planeta en
pos de la ganancia. Nada de eso es relevante. Nuestro autor prefiere dedicarse
a las cosas importantes, esto es, la igualdad y el respeto de las diferencias.
¿Qué significa igualdad para
Rosanvallon?
“Creo
que la emancipación humana pasa hoy por la condición de que cada persona sea
reconocida por lo que tiene de específico. Por consiguiente, la igualdad no
puede ser más la uniformidad, ni la uniformidad de cuartel: la igualdad debe ser una igualdad de la
singularidad. Hay que volver a los fundamentos de lo que fue la revolución
democrática moderna: hacer que reviva en un sentido auténtico la noción de
igualdad, que no es la noción de igualitarismo. El igualitarismo es la visión
aritmética de la igualdad. Pero lo que yo intento definir es una relación de la
sociedad, una idea de la igualdad como relación.” [El resaltado es mío – AM-]
A Rosanvallon sólo le
importa preservar la “singularidad”.
“El
gran problema de la sociedad moderna radica en el hecho de que es una sociedad
de individuos. Pero esos individuos deben formar una sociedad todos juntos. Los
individuos quieren tener éxito en su vida individual, quieren ser reconocidos
por lo que son, por lo que hay de específico. Pero esto implica saber componer
con esas singularidades y ofrecer un marco común. Y es precisamente ese marco común
el que nos está faltando. Por consiguiente, esa demanda de singularidad sólo se
expresa mediante un individualismo galopante.”
Dicho en otros términos. La
sociedad moderna es una sociedad en la que las personas aparecen como
individuos aislados, como átomos que luchan entre sí por sobrevivir. Esta situación
no es un castigo divino, sino el resultado de la expansión de la economía
mercantil y, posteriormente, de las relaciones sociales capitalistas. Una
sociedad de productores privados que producen para el mercado produce necesariamente individuos que se ven a
sí mismos (cada uno de ellos) como el centro del universo. Esperar otra cosa
equivale a creer en los Reyes Magos. Ahora bien, Rosanvallon es consciente de
los males que acarrea esta atomización de las personas. Pero no puede (su
horizonte intelectual se lo impide) ir más allá de la constatación del
problema. Su solución (el respeto de la singularidad de los individuos) es o
una declamación vacía o, lo que es peor, una manera de defender las miserias
del capitalismo. En un mundo donde un puñado de multimillonarios concentra la
mayor parte de la riqueza mundial, donde la preocupación de centenares de
millones de seres humanos pasa por qué llevar a la boca para comer mientras la
productividad del trabajo alcanza niveles astronómicos, donde la pobreza
prolifera en medio de la abundancia, la frase “respetar las singularidades”
adquiere un significado perverso. ¿Cuáles singularidades debemos respetar?,
¿las que diferencian a Donald Trump o George Soros de los trabajadores que no
llegan a fin de mes, de los precarizados, de los hambreados, etc.? En nuestro
país, ¿tenemos que aceptar el escándalo de la convivencia en un mismo tiempo y
espacio de Nordelta (por nombrar un lugar) y los centenares de asentamientos,
villas miserias, etc.?
Rosanvallon define así la
igualdad que pregona:
“Hemos
entrado entonces en sociedades que están entre sí mismas y no en sociedades
donde hay un mundo común. Y la igualdad es antes que nada eso: consiste en
hacer un mundo común. Pero ese mundo
común no se puede construir si las diferencias económicas entre los individuos
son demasiado importantes, no se puede hacer un mundo común si no hay
respeto por las diferencias, si todo el mundo no juega las mismas reglas del
juego. Por eso intenté construir esa idea de la igualdad redefinida como una
relación social en torno de tres principios: singularidad –reconocimiento de
las diferencias–, reciprocidad –que cada uno juegue con las mismas reglas de
juego– y comunalidad –la construcción de espacios comunes–. Después de todo, en
la historia del mundo, si las ciudades fueron centros de libertad fue porque
crearon algo común entre los individuos. Las ciudades no fueron solamente
lugares de producción económica o lugares de circulación, no; las ciudades
estaban organizadas en torno del foro, de la plaza pública y de espacios que
permitían la discusión entre unos y otros; es eso lo que hoy está
desapareciendo.” [El resaltado es mío.]
Hay que decirlo con todas
las letras: las apelaciones a la construcción de un “mundo común” son tonterías
insignes, que poco tienen que ver con las condiciones sociales existentes. Son
tonterías porque: a) el capitalismo de la competencia y de la individualización
es un “mundo común”, mal que le pese a Rosanvallon. La cuestión pasa por
entender cuáles son las condiciones sociales del capitalismo que promueven la
separación entre los seres humanos; b) las diferencias económicas “importantes”
son la base misma del capitalismo. El capitalismo, en tanto forma de organización
social, requiere de la concentración de los medios de producción en un polo de
la sociedad. Esta es una diferencia económica “importante”, mal que le pese a
Rosanvallon. La cuestión no es aceptar los marcos conceptuales del capitalismo
para embellecerlo o volverlo más prolijo, sino estudiarlo para combatirlo.
Claro que para Rosanvallon combatir al capitalismo no es una opción lícita,
pues supondría faltarle el respeto a las “diferencias”.
Rosanvallon rechaza la
concepción que sostiene que igualdad es igual a uniformidad. En la entrevista
afirma genéricamente que dicha concepción fue defendida por los utopistas de
los siglos XVIII y XIX, pero no hace más precisiones. Si bien se trata de una
entrevista y, a veces, la memoria falla, la frase incluye claramente al
marxismo y a otras variantes del socialismo entre quienes pensaban que la igualdad
pasaba porque todos teníamos que comer, vestir y hacer las mismas cosas. Esto
es una tontería que no resiste la confrontación con lo escrito y planteado por la
mayoría de los socialistas del siglo XIX. Pero, a la par que engloba a estos
autores bajo la etiqueta igualdad = uniformidad de costumbres y de gustos, deja
de lado lo esencial: en Marx y cia, la lucha por la igualdad es inseparable de
la lucha contra los mecanismos materiales que generan las desigualdades
aberrantes entre los seres humanos (la propiedad privada de los medios de
producción). Desde el punto de vista marxista, la escisión entre capitalistas y
trabajadores constituye una desigualdad que obedece a causas sociales, que
genera explotación, sufrimiento y penalidades para los seres humanos. Esta
desigualdad de ningún modo puede ser defendida en aras del “respeto a las
diferencias”.
En este marco, Rosanvallon
plantea la cuestión de la democracia:
“Como
régimen, la democracia tiende a progresar en todo el mundo. Pero sabemos que la
democracia se define también como una forma de sociedad, una sociedad en la
cual podemos vivir juntos, una sociedad de la vida común, una sociedad con
relaciones de igualdad. La democracia política del sufragio universal y de la
libertad progresó al mismo tiempo que la democracia de la sociedad de los
iguales perdía vigencia. Hoy vemos un divorcio completo entre el ciudadano
elector y el ciudadano compañero de trabajo. En la mayoría de los países se
están multiplicando los ghettos, las formas de secesión y de separatismo
social. La historia de la democracia nos
muestra que la democracia tenía como objetivo la construcción de un mundo común
entre los habitantes de un país. Hoy vemos la multiplicación de los mecanismos
de encierro en sí mismo. Esto es muy peligroso porque si la distancia entre la
democracia política y la democracia social se sigue agrandando, es la misma
democracia política la que corre un gran peligro.” [El resaltado es mío – AM-]
El planteo está mal
formulado. Si hablamos de democracia, tenemos que hablar, ante todo, de
democracia capitalista. Ésta es la democracia realmente existente, y cualquier
análisis de la democracia en general debe empezar por el análisis de la
democracia concreta. Esta democracia capitalista requiere de la concentración
del capital en un polo de la sociedad, y de que la mayoría de los ciudadanos se
vean obligados a trabajar como asalariados para subsistir. Sólo a partir de la
consagración de la dictadura del empresario en el lugar de trabajo es posible
la democracia política en las condiciones del capitalismo, pues los empresarios
tienen aseguradas las espaldas a partir de su control de los medios de
producción. Al dejar de lado esto, todo el argumento de Rosanvallon es ocioso.
En las condiciones del capitalismo no puede haber democracia social, pues la
misma implicaría la supresión de la propiedad privada de los medios de
producción. Como no puede haber democracia social, tampoco puede haber
democracia política, en el sentido de ejercicio efectivo del gobierno por el
conjunto de los ciudadanos. El problema de Rosanvallon radica en que el
capitalismo es su horizonte intelectual, por más rezongos bienintencionados que
formule contra este.
La marca distintiva de la
crítica progresista al capitalismo es su falta de vigor, su negativa a discutir
las bases mismas del capitalismo o a captar toda la irracionalidad de un
sistema de producción que fabrica pobreza y miseria en medio de la abundancia.
Para precisar las
limitaciones del discurso progresista sobre el capital nada mejor que
retroceder en el tiempo, para confrontarlo con otro tipo de críticas, mucho más
“desinhibidas”.
Friedrich Engels (1820-1895)
no siempre fue marxista. Esta afirmación puede parecer extraña a los amantes
del dogmatismo, pero es verdadera. Engels, hijo de un comerciante alemán,
conoció los horrores de la Revolución Industrial y de la acumulación
capitalista a comienzos de la década de 1840, cuando viajó a Inglaterra enviado
por su padre para perfeccionar sus conocimientos del comercio. Engels,
demostrando muy poca conciencia de clase burguesa, dedicó su estancia allí a
estudiar las condiciones de vida de los obreros ingleses. Producto de esa
investigación es el libro La situación de
la clase obrera en Inglaterra, uno de los mejores testimonios de las
condiciones del proletariado inglés en el primer período de desarrollo del
capitalismo, publicado en Alemania en 1843.
Engels también escribió un
importante artículo, “Esbozos para una crítica de la economía política”,
publicado en 1844 en la revista DEUTSCH-FRANZÖSICHE JAHBÜCHER, en el número doble
con el que dicha revista hizo debut y despedida. Los “Esbozos” representan un
intento de refutar a la economía política elaborada por la burguesía como
explicación y legitimación del capitalismo. Marx reconoció, en el prologo a su Contribución a la crítica de la economía
política (1859), que el texto de Engels fue un “genial esbozo de una
crítica de las categorías económicas” (Marx, 2000: 4).
Es inútil buscar en el
“Esbozo” una primera presentación de las tesis de la teoría económica
desarrollada por Marx. Dicha teoría todavía no existía. Más allá de todos los
méritos del artículo de Engels, el horizonte intelectual sigue estando marcado
por la indignación moral contra los horrores del capitalismo. El marxismo, en
tanto teoría social y en tanto corriente política, no ataca al capitalismo por
inmoral, sino por ser un sistema social que impide a las mayorías gozar de los
frutos de la creciente productividad del trabajo. Hechas estas salvedades, veamos en un par de
pasajes cómo criticaba Engels al capitalismo en su “etapa premarxista”.
Engels se refería así al
comercio:
“La siguiente consecuencia
de la propiedad privada es el comercio,
el intercambio de las necesidades mutuas, la compra y la venta. Bajo el
gobierno de la propiedad privada, este comercio debe convertirse, como toda
actividad, en una fuente de lucro inmediata para el comerciante; es decir, cada
uno debe intentar vender tan caro y comprar tan barato como sea posible. En
cada compra y en cada venta están enfrentados dos hombres con intereses
absolutamente opuestos, el conflicto es decididamente hostil, ya que cada uno
conoce las intenciones del otro, sabe que sus intenciones son contrarias a las
del otro. La primera consecuencia es, entonces, por un lado, la desconfianza
mutua, y por el otro, la justificación de esa desconfianza, la utilización de
medios inmorales para la consecución de un fin inmoral. Así, por ejemplo, el
primer principio del comercio es la discreción, la ocultación de todo lo que
podría reducir el valor del artículo en cuestión. La consecuencia de esto: en
el comercio está permitido extraer el mayor provecho posible del
desconocimiento, de la confianza de la contraparte y, del mismo modo,
atribuirle a la propia mercancía características que no posee. En una palabra, el comercio es la estafa
legal.” (Engels, 2004: 9-10).
Compárese el párrafo
anterior con las apelaciones de Rosanvallon a un “mundo común” y se tendrá una
visión clara de los límites del progresismo.
Engels caracteriza así a la
expansión del mercado mundial:
“¡Han
aniquilado los monopolios pequeños para dejar actuar tanto más libre y sin
barreras al gran monopolio, la
propiedad; han civilizado los confines de la tierra a fin de ganar terreno
nuevo para desplegar su vulgar codicia; han hermanado pueblos, pero para hacer
de ellos una hermandad de ladrones, y han reducido las guerras para ganar tanto
más en la paz, para llevar hasta el extremo la enemistad de los individuos, la
guerra deshonrosa de la competencia! ¿Cuándo hicieron algo por pura humanidad,
por conciencia de la futilidad de la oposición entre el interés general y el individual?
¿Cuándo han sido morales sin ser interesados, sin cobijar en el fondo motivos
inmorales y egoístas?” (Engesl, 2004: 11).
La crítica de Engels al
capitalismo es bien diferente a la de Rosanvallon. La crítica progresista al
capitalismo es demasiado educada, demasiado respetuosa, demasiado hipócrita. No
se trata, a nuestro juicio, de una diferencia de sensibilidad entre los
intelectuales del siglo XIX y los intelectuales actuales. Es, por el contrario,
el efecto necesario de la aceptación de las reglas de juego capitalistas y del
reconocimiento implícito de la supuesta imposibilidad de enfrentar
políticamente al capitalismo. En otras palabras, si parte del reconocimiento de
la imposibilidad del socialismo, la crítica al capitalismo se convierte, al margen
de las intenciones de sus autores, en una exaltación más o menos vergonzante
del capital.
Villa del Parque,
sábado 8 de diciembre de 2012
BIBLIOGRAFÍA:
Engels, Friedrich. [1844]. (2004).
“Esbozos para una crítica de la economía política”. En: Marx, Karl. (2004). Manuscritos económico-filosóficos de 1844.
Buenos Aires: Colihue. (pp. 1-39).
Marx, Karl. [1859]. Contribución a la crítica de la economía
política. Buenos Aires: Siglo XXI.
2 comentarios:
Es muy similar a otro francés, Coriat, que defiende la productividad como algo bueno para el trabajador en vez de pensarlo como mayor extracción del producto producido por obrero
Tal cual Daniel. Todo pasa por entender que el motor de la producción capitalista es la apropiación del plusvalor producido por los trabajadores. Esto se llama EXPLOTACIÓN, y nadie quiere nombrarla, no vaya a ser que el sistema social aparezca desnudo como el rey del cuento de Andersen. Pensar que Benjamin Coriat publicó en 1979 "El taller y el cronómetro", un estudio de como el capital se apropiaba el saber obrero. Saludos,
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