“La burguesía ha desempeñado en la historia
un papel altamente revolucionario.”
Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto comunista (1848)
Bienvenidas y bienvenidos a la quinta clase del
curso.
Comienzo con un pedido de disculpas, que espero
sea el último. Las múltiples ocupaciones docentes y la manía de escribir las
clases han hecho que me atrase (mucho) en el desarrollo del curso. Hago,
además, otro pedido: en la medida de lo posible envíen por correo electrónico
sus comentarios, sugerencias, quejas y demás cuestiones que les parezcan
pertinentes. Estoy a disposición y, como podrán observar estos días, reduje
sensiblemente los tiempos de respuesta.
Pasemos ahora a la clase propiamente dicha.
El origen y desarrollo del capitalismo implicó una transformación sin precedentes en la
historia humana. Nada de lo que digamos aquí será suficiente para describir con
precisión la magnitud de esa transformación. Las RS, las costumbres, las formas
de pensar, nuestro entorno, todo se vio modificado por el capitalismo, a punto
tal que nos resulta muy difícil concebir cómo era el mundo antes de la
dominación del capital.
En las clases anteriores intentamos asomarnos a la
sociedad tal como era en el momento previo al ascenso del capitalismo. Vimos el
modo en que los campesinos ingleses fueron despojados de sus tierras y
arrojados con sus familias a los caminos; también observamos cómo una parte de
la nobleza comenzó a pensar en términos mercantiles y no feudales; fuimos
testigos, en fin, de la violencia empleada por el Estado para disciplinar a los campesinos devenidos vagabundos. [1] Lejos
de ser un momento dominado por el esfuerzo personal y el ahorro de los futuros
capitalistas, la AO se caracterizó por la violencia, utilizada para separar a
los productores (los campesinos) de los medios
de producción (la tierra). [2]
El capitalismo vino al mundo acunado por la
violencia del Estado y los propietarios contra los campesinos, por la conquista
y la esclavitud de pueblos enteros. Sin embargo, ésta es sólo una parte de la
historia. Ya hemos dicho que ningún sistema social puede mantenerse en el
tiempo si se basa únicamente en la violencia. Lo mismo sucedió con el
capitalismo. La violencia es el medio utilizado para llevar adelante la AO.
Pero una vez que los medios de producción quedaron en manos de una minoría de
la población (la burguesía) y que la mayoría de las personas se vieron
despojadas de esos medios, era preciso poner en funcionamiento un sistema
social completamente diferente a los anteriores. En este sentido, el
capitalismo representó un esfuerzo colosal por organizar la producción y
desarrollar las fuerzas productivas.
Ha llegado el momento, pues, de examinar los rasgos principales del sistema
social capitalista. Sólo cuando hayamos cumplido esta tarea nos encontraremos
en condiciones de comprender los alcances y limitaciones de la sociología. Y,
lo que es mucho más importante, comprenderemos mejor el mundo en que vivimos.
Para describir los rasgos principales del
capitalismo nos concentraremos en el análisis del proceso de trabajo. Es el método que hemos elegido al comienzo de
este curso: estudiar el modo en que cada sociedad produce los bienes y
servicios que sus integrantes requieren para subsistir y satisfacer sus demás
necesidades. Ya lo hemos aplicado a las sociedades precapitalistas. Ahora lo
utilizaremos para entender cómo funciona el capitalismo.
Nuestro punto de partida es lo aprendido en la
clase anterior. Para que exista capitalismo es preciso que los productores
directos (los trabajadores) se encuentren separados de los medios de
producción. De un lado, los propietarios de medios de producción (la burguesía); del otro, los propietarios
de fuerza de trabajo (la clase trabajadora). Sin embargo, esto
es sólo el comienzo.
Tener la propiedad de los medios de producción
(tierras, fábricas, bancos, medios de comunicación) no significa que existan
trabajadores dispuestos a utilizarlos para producir mercancías. Aunque a nosotros nos parezca natural que las personas
vayan a trabajar por un salario, esto no fue siempre así. Hay que disciplinar a
las personas para que se acostumbren a pasar muchas horas de su vida haciendo
un trabajo rutinario.
La tarea de disciplinar y educar a los
trabajadores tiene una dificultad adicional: los trabajadores son libres en
términos jurídicos. Eso significa que no son ni esclavos ni siervos. El
empresario capitalista no puede comprar trabajadores de por vida, como haría en
el caso de ser éstos esclavos. Tampoco puede obligarlos a que le paguen un
tributo en especie o en trabajo, como haría en el caso de que fueran siervos
feudales.
Los trabajadores son libres. Y las máquinas no
funcionan por sí solas (aún las más modernas requieren de un programador o de
un ingeniero que las programe y opere). No se trata de un problema menor. Sin
trabajadores no hay capital, como veremos un poco más adelante. Es cierto que
no estamos acostumbrados a pensar así, porque vivimos en una sociedad
capitalista y el pensamiento dominante (la ideología) es la de los empresarios.
Por eso es común que se diga que el empresario crea fuentes de trabajo. Sin
embargo, la verdad es mucho más compleja que las ideologías.
Volvamos a la cuestión principal. El empresario
necesita trabajadores. ¿Cómo hacer para que ellos decidan trabajar sin recurrir
a la violencia física? En este punto tenemos que recordar que la AO consiste,
justamente, en la separación del productor directo respecto a los medios de
producción. Ya vimos como Thomas More describió este proceso. Un campesino
separado de la tierra pierde la conexión con el medio que lo provee de todo lo
necesario para vivir. Queda, por decirlo así, desnudo en el mundo. ¿Cómo hace
para obtener los bienes que necesita para vivir? La respuesta es simple: vende
su fuerza de trabajo (su capacidad, habilidad y destreza en un oficio u
ocupación determinada). La venta se realiza en el mercado de trabajo (alguien
que peina canas como yo recordará los avisos clasificados, en los que
buscábamos ofertas laborales). Al mercado también concurren los empresarios
quienes, como sabemos, necesitan trabajadores para poner las máquinas, las
tierras, etc., a producir.
El mercado ocupa un lugar fundamental en el
capitalismo. No sólo porque allí se compran y venden las mercancías (el
capitalismo es una variante de la economía mercantil), sino porque allí se
realiza la compraventa de la mercancía más importante para el capital, la ya
mencionada fuerza de trabajo. ¿Por qué es tan importante? Porque la fuerza de
trabajo, una vez puesta en acción con los medios de producción, es la única
mercancía capaz de crear nuevo valor.
Toda la riqueza existente en nuestra sociedad es creada por el trabajo. [3] El
empresario, por más que cacaree inflando su papel en la producción, sabe por
amarga experiencia los problemas que genera la ausencia de fuerza de trabajo,
ya sea por una huelga o por no encontrar en el mercado trabajadores lo
suficientemente calificados.
Como ya señalamos, el trabajador es libre. Por lo
tanto, concurre al mercado como un individuo libre en sentido jurídico y en
pleno uso de sus facultades. Vende su fuerza de trabajo por un tiempo
determinado (un día, una quincena, un mes, etc.) y a cambio de un salario. Las condiciones de la
compraventa (el comprador es el empresario) quedan fijadas en un contrato. De este modo, el trabajador
puede demandar a la parte empresaria por incumplimiento de contrato y recibir
una indemnización si los tribunales fallan a su favor. Esto era inadmisible en
las sociedades precapitalistas. Imaginen, por un momento, a un esclavo
demandando a su amo ante los tribunales. La sola posibilidad nos suena
disparatada.
La venta de la fuerza de trabajo en el mercado
tiene consecuencias que exploraremos en detalle el año próximo, en la materia
Derechos Humanos, Sociedad y Estado. Sin embargo, no puede dejar de señalar
algo que resulta fundamental. Al firmar el contrato, el trabajador acepta
libremente (insisto, en tanto individuo jurídicamente libre y en pleno
ejercicio de sus derechos) las condiciones de trabajo. De ese modo, el
trabajador avala por su propia voluntad la dominación de los capitalistas.
Como quiera que sea, el espacio de libertad del
trabajador termina una vez que ingresa al lugar de trabajo. Allí es el
empresario quien decide qué producir, cómo producirlo y en qué cantidad, y para
quién va destinado ese producto. El trabajador no tiene voz ni voto en esas
decisiones. Su función es cumplir lo estipulado en el contrato. Se produce, por
tanto, un salto fenomenal en el trayecto que va del mercado al lugar de trabajo
propiamente dicho. Karl Marx, quien estudió detenidamente el funcionamiento del
capitalismo, explica así dicho salto:
“La esfera de la circulación o
del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra
y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero Edén de los derechos humanos innatos. Lo
que allí imperaba era la libertad, la
igualdad, la propiedad y Bentham. [4] (…)
Al dejar atrás esa esfera de la circulación simple o del intercambio de
mercancías, en la cual el librecambista vulgaris
[5] abreva las ideas, los conceptos y la medida con que juzga la sociedad del
capital y del trabajo asalariado, se transforma en cierta medida, según parece,
la fisonomía de nuestros dramatis
personae [personajes]. El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de
trabajo lo sigue como su obrero; el
uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace
con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y
no puede esperar sino una cosa: que se lo
curtan.” [6]
El mercado es el reino de la libertad; en cambio,
el lugar de trabajo es el reino de la dictadura del capital encarnado en el
empresario. Sin embargo, no debemos olvidar que el mercado es una institución
fundamental para que se ponga en funcionamiento la producción capitalista. Son
las dos caras de la misma moneda. Esta peculiar combinación de libertad y
opresión es uno de los factores que permitieron la expansión de las RS
capitalistas por todo el planeta. Pero ya tendremos oportunidad de explorar en
esta dirección. Por el momento volvamos al punto en que dejamos nuestra
indagación.
El trabajador acepta trabajar para el empresario a
cambio de un salario. Ya hemos aclarado este punto. Ahora bien, ¿qué beneficio
obtiene el capitalista de esta transacción? La respuesta a esta pregunta nos
lleva al núcleo mismo del capitalismo. El empresario produce para obtener una
ganancia. Si invierte comprando medios de producción y fuerza de trabajo, es
porque espera obtener ganancia con ello. Si una vez terminada la producción y
vendida la mercancía producida obtiene la misma cantidad de dinero que
invirtió, esa inversión habrá sido al pepe. El capitalista invierte porque
espera sacar del negocio una cantidad mayor de dinero que la que invirtió.
Explicar el funcionamiento del capitalismo requiere, pues, explicar de dónde
sale ese aumento en la cantidad de dinero invertida.
Vamos a dejar pendiente la explicación, al estilo
de las viejas series de televisión que procuraban así crear suspenso. En la
próxima clase develaremos la respuesta y terminaremos esta primera aproximación
al funcionamiento del capitalismo.
Por último, es probable que varios de los
conceptos explicados aquí les hayan resultado complicados y/o confusos. Ello no
tiene nada de extraordinario, pues se están adentrando en una ciencia que es
nueva para la mayoría de ustedes. Por eso les pido, y sé que soy pesado en la
repetición, que pregunten todo lo que necesiten preguntar. De ese modo, con sus
preguntas e interrogantes iremos construyendo esta cursada tan peculiar.
Gracias por su atención. Hasta la próxima.
Villa del Parque, viernes 3 de julio de 2020
ABREVIATURAS:
AO = Acumulación originaria / RS
= Relaciones sociales / SH = Seres
humanos
NOTAS:
[1] Ver la clase N° 2 de este curso, en la que
trabajamos la Utopía de Thomas More
(1478-1535).
[2] Ver la clase N° 4, en la que describimos la
AO, tomando como base el capítulo 24 del Libro Primero de El capital, de Karl Marx (1818-1883).
[3] En este punto corresponde hacer una
aclaración. La naturaleza también es fuente de riqueza. Sin embargo, dejo de
lado esta cuestión porque quiero concentrarme en el papel del trabajo, dado que
por medio de éste podemos explicar el surgimiento de la plusvalía.
[4] Jeremy Bentham (1748-1832) es un filósofo
inglés, fundador de la corriente filosófica conocida como utilitarismo. Marx
caracteriza del siguiente modo a los principios defendidos por la filosofía
utilitarista: “Cada uno de los dos [que participa en el intercambio de
mercancías - el comprador y el vendedor -] se ocupa sólo de sí mismo. Y
precisamente porque cada uno sólo se preocupa por sí mismo y ninguno por el
otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de las cosas o
bajo los auspicios de una providencia omniastuta, solamente la obra de su
provecho recíproca, de su altruismo, de su interés colectivo.” Marx, K. (1996).
El capital. Crítica de la economía
política: Libro primero: El proceso de producción de capital. México D. F.:
Siglo XXI. (p. 214).
[5] El librecambismo es una corriente de teoría y
política económica, que predominó en el siglo XIX. Sus partidarios defendían la
implantación del libre comercio entre los Estados, suprimiendo los derechos de
aduana para las importaciones de mercancías. Esta política beneficiaba a la
principal potencia industrial de la época, Gran Bretaña.
[6] Marx, K. (1996). El capital. Crítica de la economía política: Libro primero: El proceso
de producción de capital. México D. F.: Siglo XXI. (p. 214).
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