“El
instrumento político de su sumisión
no
puede servir de instrumento político de su emancipación.”
Karl
Marx, 2° borrador de La guerra civil en Francia (1871)
A la manera de una introducción:
La Comuna de París (marzo – mayo de 1871)
fue el primer gobierno obrero de la historia. A pesar de su corta duración, de las
circunstancias en que se desenvolvió su acción (una ciudad cercada por las
tropas del Estado francés y obligada a concentrar la mayoría de sus esfuerzos
en la defensa), de la derrota final, su existencia marcó un antes y un después
en el movimiento obrero y, en especial, en la formulación de la concepción del Estado y de la Revolución por Karl Marx (1818-1883).
Marx desarrolló
su teoría siguiendo las experiencias de lucha y organización del movimiento
obrero del siglo XIX. En este sentido, y con cierta exageración, corresponde
decir que fue la lucha de los trabajadores la que dio origen al marxismo, y no
el marxismo el que provocó las luchas de los trabajadores (la misma afirmación
vale para el anarquismo y las otras corrientes político-teóricas del movimiento
obrero). Es necesario enfatizar esto, pues resulta habitual entre los
intelectuales la actitud de agrandar la propia incidencia en los sucesos
pasados, presentes y futuros. Así, muchos intelectuales marxistas afirman con los
hechos que las ideas (sus ideas) son
la causa de los acontecimientos y que, por ello, los trabajadores deben
subordinarse a sus planteos y propuestas, pues los intelectuales saben hacia
dónde va el mundo.
Sin
embargo, la tarea del intelectual es
mucho más importante que la caricatura esbozada en el párrafo anterior. Si bien
no es el tema principal de la obra La
guerra civil en Francia (1871), ésta puede considerarse un ejemplo práctico
de cómo debe actuar el intelectual que pretende contribuir a la conformación de
un movimiento revolucionario. Marx extrae de la experiencia de la Comuna una
nueva perspectiva sobre la revolución proletaria y, en base a ella, modifica su
teoría del Estado. Sin esa experiencia, sin los tanteos y el ensayo y error
llevados adelante por los comuneros parisinos, dicha perspectiva habría sido
imposible.
El
presente trabajo fue elaborado como ayuda memoria para un taller sobre la
cuestión del Estado en Marx, desarrollado en el marco de una organización
política. Como tal se encuentra en estado de construcción permanente y, por
supuesto, todos los aportes son bienvenidos.
Nota bibliográfica:
En la
redacción de estas notas se utilizaron las siguientes ediciones:
Marx,
K. (1975). El dieciocho brumario de Luis
Bonaparte. Buenos Aires: Anteo.
Marx,
K. (1985). Manifiesto del Consejo General
de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en
Francia en 1871. Incluido en: Marx, K.; Engels, F.; Lenin, V. I. (1985). La comuna de París. Madrid: Akal. (pp.
7-76).
Marx,
K. y Engels, F. (1985). La ideología
alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago.
Marx,
K. y Engels, F. (1986). Manifiesto del
partido comunista. Buenos Aires: Anteo.
Rubel,
M. y Janover, L. (2010). Marx anarquista.
Buenos Aires: Madreselva.
Abreviaturas:
18 B
= 18 Brumario de Luis Bonaparte / AIT
= Asociación Internacional de Trabajadores / GCF = Guerra civil en Francia / MC = Manifiesto
Comunista
La transformación de la concepción marxista
del Estado:
La
GCP marca un cambio fundamental en la concepción marxista del Estado, que puede
mensurarse a partir de la comparación con el Manifiesto Comunista (1848). En MC, Marx y Friedrich Engels
(1820-1895) afirmaban:
“El objetivo inmediato de los
comunistas es el mismo que el de todos los demás proletarios: constitución de
los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista
del Poder político por el proletariado.” (Marx y Engels, 1986: 52). [1]
La
clase trabajadora tiene, pues, que conquistar el aparato estatal para iniciar
la construcción de las bases de una sociedad socialista:
“El proletariado se valdrá de su
dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el
capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del
Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para
aumentar con mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (Marx y
Engels, 1986: 62).
Marx
y Engels conciben al Estado como un instrumento que puede servir tanto a la
dominación de la burguesía como a la de la clase trabajadora. Si bien señalan que
ese aparato estatal se conformó desde sus orígenes como maquinaria de opresión
de clase, no ponen esta cuestión en el centro del análisis. [2] El carácter de
clase del Estado está dado por la clase que detenta el control del mismo, y no
se refleja ni en la estructura estatal ni en el tipo de relaciones sociales que
se desarrollan al interior de éste. En este sentido, y a despecho de la
concepción clasista del Estado desarrollada en MC, al referirse al proceso
revolucionario el aparato estatal éste es caracterizado como un instrumento
neutral, que puede ser tomado y utilizado indistintamente por cualquier clase
social para sus propios fines.
En MC,
la función del Estado luego de la revolución socialista consiste en acelerar el
desarrollo de las fuerzas productivas mediante la centralización de la
propiedad de los medios de producción. El socialismo es pensado como el
resultado del desarrollo de la economía, dedicándole poca o nula atención a los
aspectos políticos del mismo. Ahora bien, la construcción del socialismo es
imposible sin el desarrollo de la autonomía de cada individuo, de la
participación efectiva de todas las personas en el gobierno de la comunidad.
Marx
y Engels afirman que el desarrollo de las fuerzas productivas terminará por
abolir las diferencias de clase y, una vez ocurrido esto, el Estado dejará de
existir:
“Una vez que en el curso del
desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado
toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público
perderá su carácter político. El Poder
político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la
opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se
constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte
en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las
viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones
de producción las condiciones para la
existencia del antagonismo de clases y las clases en general, y, por tanto, su
propia dominación como clase.” (Marx y Engels, 1986: 63; el resaltado es mío –
AM-).
La
caracterización del Estado como “violencia organizada” para la opresión de
clase no se refleja en la concepción de la revolución proletaria. Marx y Engels
parecen pensar que es la clase trabajadora en su conjunto quien tomará el poder
estatal y comenzará la construcción del socialismo; de ahí que esa “violencia
organizada” se dirija únicamente contra la resistencia de la burguesía.
Pero,
a poco de reflexionar sobre la cuestión, surgen dos dificultades: a) un aparato
que se define como “violencia organizada” para la opresión de clase no pierde
su carácter opresor por el cambio de la clase que tiene su control; b) la clase
trabajadora no toma el poder, sino que lo hace un partido o un movimiento que
es, a lo sumo, una parte de ella o un conjunto de individuos que se identifican
con la causa del socialismo. Si el Estado conserva las características
mencionadas arriba, no existe ninguna garantía de que la “violencia organizada”
no se vuelva contra la misma clase trabajadora.
La
Comuna de París vino a modificar drásticamente la concepción marxista del
Estado.
¿Por
qué? Ante todo, porque la Comuna enfrentó los problemas concretos de la toma
del poder. En las revoluciones de 1848, la clase trabajadora estaba muy lejos
de plantearse esos problemas de un modo práctico. En 1871 el poder estatal cayó
en sus manos y debió resolver qué hacer con él. La organización política
construida trabajosamente por la Comuna exigía una reformulación de las ideas
previas sobre la conquista del Estado.
Marx,
quien ya se hallaba involucrado en la política práctica de la clase trabajadora
por su tarea en el Consejo General de la Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT), emprendió la tarea mencionada en el párrafo anterior.
GCF es
el título abreviado del Manifiesto de la AIT sobre los acontecimientos
acaecidos en la capital de Francia. Fue redactado por Marx y aprobado el 30 de
mayo de 1871 en la sesión del Consejo General de la AIT. Se trata, pues, de un
texto escrito al calor de los acontecimientos. Marx dedicó el tercer apartado
de GCF a reformular su teoría del Estado y la Revolución, basándose en la
experiencia de los comuneros parisinos.
Marx
comienza citando el Manifiesto del Comité Central de la Comuna, fechado el 18
de marzo de 1871. Allí se lee:
“Los proletarios de París (…), en
medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado
cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la
dirección de los asuntos públicos. (…) Han comprendido que es su deber
imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos,
tomando el poder.” (Citado en Marx, 1985: 32).
Hasta
aquí, el discurso de los comuneros coincide con lo dicho sobre el Estado en el
MC. [3] Sin embargo, la acción de la Comuna había ido mucho más allá de lo
indicado en el MC. El ejército, la policía y los tribunales habían sido
suprimidos, y reemplazados por la organización activa del pueblo. En otras
palabras, el aparato represivo del Estado fue modificado drásticamente. Eran
los trabajadores (el pueblo de París en su conjunto) quienes se encargaban de
las tareas militares y de policía. Éstas dejaron de ser la tarea de un grupo
específico de personas, separado del resto de la sociedad.
Marx
toma nota de lo anterior y acota lo siguiente:
“Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de
la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.”
(Marx, 1985: 32; el resaltado es mío – AM-). [4]
Con
esa breve frase, Marx modifica su concepción del Estado y la Revolución, y, sin
saberlo, cuestiona la experiencia de las revoluciones socialistas del siglo XX.
En el 2° borrador de GCF se encuentra el siguiente pasaje:
“El instrumento político de su sumisión no puede servir de instrumento
político de su emancipación.”(Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el
resaltado es mío – AM-.)
La
Revolución no puede consistir simplemente en la conquista del poder estatal.
Hacer esto implica mantener incólume el aparato represivo forjado por la
burguesía, y eso impide el desarrollo de formas democráticas de autogobierno de
la clase trabajadora. Mientras que en el MC el núcleo de la atención se
encuentra en el desarrollo de las fuerzas productivas, en GCP se verifica un
desplazamiento hacia la eliminación del aparato represivo y la conformación de
un nuevo poder, que pueda servir efectivamente de instrumento de liberación. A
nuestro juicio dicho desplazamiento es fundamental.
El
fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX es, entre otras cosas, el
fracaso de una determinada concepción del Estado y, más específicamente, del
papel del aparato estatal en el proceso revolucionario. Para el socialismo del
siglo XX el Estado es la solución a todos los problemas y el socialismo es
concebido como propiedad estatal de los medios de producción. Según esta concepción,
bastaba con desplazar al elenco burgués que detentaba el poder estatal y
reemplazarlo por los miembros del partido. Una vez cumplida esa tarea,
correspondía desarrollar las fuerzas productivas en el marco de un férreo
control estatal. Estatismo y productivismo, he aquí las dos patas del
socialismo modelo siglo XX. La centralización del aparato estatal, la
concentración de la toma de decisiones en un puñado de altos funcionarios, eran
lo opuesto al involucramiento de la clase trabajadora y los sectores populares
en los asuntos políticos. El estatismo era (es) enemigo de la democracia.
La preocupación
por la eliminación del aparato represivo aparece en el período de redacción de
GCP. Así, en una carta a Kugelmann fechada el 12 de abril de 1871, Marx
escribe:
“Releyendo el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que al hablar de la
próxima tentativa de la revolución francesa, declaro allí que ya no va a
tratarse de trasladar el aparato burocrático-militar de una mano a otra, como
ocurrió hasta el momento, sino de romperlo, y de ahí radica la condición
preliminar de toda revolución verdaderamente popular en el continente. He aquí
lo que intentan de hecho nuestros heroicos camaradas de partido en París.” (Citado
en Rubel y Janover, 2010: 60). [5]
El
estudio del desarrollo histórico del Estado moderno demuestra la creciente
capacidad de éste para ejercer control sobre el conjunto de la sociedad. Marx
distingue tres etapas en la evolución del poder estatal [6]: a) el Estado como
arma de la sociedad burguesa para luchar contra el feudalismo; b) como “poder
nacional del capital sobre el trabajo”; c) como poder sobre todas las clases
sociales (bonapartismo).
El
aparato represivo es la manifestación más visible de esa tendencia. Marx
acentúa en todo momento el carácter del Estado como instrumento de dominación
de clase:
“Al paso que los progresos de la
moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de
clase entre capital y trabajo, el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más
el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública
organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase.
Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases,
se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del
Estado.” (Marx, 1985: 33-34).
Ese aparato
se perfecciona de manera incesante, independientemente de la clase o fracción
de clase que lo controle. Marx repite aquí el argumento desarrollado en El 18 Brumario, donde señaló el
crecimiento de la capacidad de dominación y control del Estado. La atención
puesta en los aspectos represivos del Estado contrasta con la escasa y/o nula
importancia concedida a la producción y difusión de la hegemonía estatal y la
ideología dominante. [7]
Ese
aparato represivo fue utilizado por las monarquías absolutistas para poner en
caja a los señores feudales durante el período de surgimiento del Estado moderno.
De ese modo se restringió el fraccionamiento político propio de la época
feudal, en el que el territorio de un país se hallaba dividido entre múltiples
señores feudales, cada uno de los cuales gobernaba sus tierras como si fuera un
pequeño Estado. Luego, las Revoluciones Burguesas (la Revolución Francesa de
1789 es la más conocida) suprimieron el feudalismo y el Estado pasó a ser
controlado por la burguesía (la historia francesa del siglo XIX muestra que la
consolidación de ese control fue tarea harto trabajosa). Este momento coincide
con el ascenso del movimiento obrero, que creció en un marco de ilegalidad y
dura lucha contra el poder estatal. De ahí el acento puesto en el carácter
“puramente represivo” del Estado.
Pero
también es cierto que la burguesía francesa no pudo estabilizar su dominación
política a lo largo del siglo XIX. La historia política de Francia a lo largo
del período es una muestra cabal de ello: se pasó sucesivamente del Imperio
napoleónico a la Restauración borbónica, a la revolución de 1830 y la
instauración de la dinastía Orleáns, a la revolución de 1848, la República, el
golpe de Estado y el Imperio de Luis Bonaparte, etc. Todos estos cambios dan
cuenta de una gran debilidad política de la burguesía. Si bien estos continuos
cambios no pueden reducirse a factores económicos (es preciso estudiar la
historia del período para comprender cuáles eran las formas que adoptaba esa
debilidad en cada coyuntura), ellos denotan una dificultad persistente en la
construcción de hegemonía y ésta puede relacionarse con el escaso (en términos
relativos) desarrollo del capitalismo, que impide realizar concesiones
materiales a la clase trabajadora y que, por lo tanto, se concentra en la
represión de las acciones de lucha de la mencionada clase.
Conclusión. Retomar y desarrollar la
perspectiva antiestatista de Marx:
La
perspectiva adoptada por Marx contrasta con las ideas de los progresistas sobre
el rol del Estado, quienes tienden a considerar la expansión de las funciones
estatales como un hecho positivo en sí mismo. Marx no sólo dice que el Estado
es un órgano represivo de opresión de la clase, sino que también puede
transformarse en parásito del conjunto de la sociedad.
Pero
su posición antiestatal, forjada al calor de la experiencia de los obreros
parisinos, también es bien distinta a la de los socialismos del siglo XX,
quienes hicieron del culto al Estado una verdadera religión laica. Es cierto
que una generalización tan amplia puede resultar errónea en los detalles, pero
el cuadro de conjunto es exacto: los socialismos del siglo XX, en sus diversas
variantes (bolchevique, estalinista, trotskista, guevarista, etc.), se
caracterizaron por hacer del Estado la panacea para todos los problemas.
El
Estado fue concebido como un instrumento que servía para: a) aplastar la
contrarrevolución y defender a la “Patria Socialista” contra las amenazas de
las potencias capitalistas; b) impulsar el desarrollo acelerado de las fuerzas
productivas mediante la centralización y la planificación. Puede afirmarse que
las diferentes expresiones socialistas del siglo XX adhirieron a los puntos de
vista de Marx y Engels en el MC. No se tomó en cuenta el replanteo de la
cuestión del Estado y la Revolución realizada en GCF y continuada en otros
textos de la década de 1870, como la ya mencionada Crítica del Programa de Gotha [8].
Marx
señaló expresamente la importancia del cambio de perspectiva respecto al Estado
en el prólogo a la edición alemana de 1872 del MC. Allí indicó qué aspectos del
texto habían quedado obsoletos e hizo mención expresa al tema del Estado:
“Dado el desarrollo colosal de la
gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la
organización del partido de la clase obrera, dadas las experiencias, primero,
de la revolución de febrero [de 1848], y después, en mayor grado aún, de la
Comuna de París) que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses,
al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La
Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente
tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus
propios fines»” (Marx y Engels, 1985: 8).
La
perspectiva antiestatista de Marx es notoria en los textos de la década de
1870. También lo es el acento puesto en el autogobierno de la clase
trabajadora. Desde el punto de vista político (y éste es el interés central del
autor de este ensayo), los textos del período indicado contribuyen a elaborar
nuevas respuestas a la crisis actual del socialismo. Marx no aporta las
soluciones. La realidad que examina en sus obras pertenece al pasado y
resultaría necio buscar en sus escritos la solución mágica a nuestros
problemas. Pero sí puede enseñarnos una manera diferente de ver las cosas,
alejada de la corriente dominante en la izquierda durante el siglo XX.
Tal
como lo demuestra el caso de GCF, la elaboración de respuestas políticas a la
crisis del socialismo va de la mano con la participación y el análisis de las
diversas experiencias de lucha de la clase trabajadora y los sectores
populares. Si se pretende hacer una revolución es preciso desarrollar una forma
revolucionaria de pensar la realidad. Revolucionaria porque, ante todo, implica
el reconocimiento de que ninguna tradición puede resolver los problemas
políticos actuales.
En
definitiva, ser revolucionario implica, también, romper con las tradiciones
revolucionarias. Dicho de modo muy simple, la revolución es el futuro. La
tradición es el pasado. Hace mucho tiempo que la izquierda, tanto a nivel
internacional como a nivel local, vive del y en el pasado. Contra esa forma de
pensar tenemos que luchar todo el tiempo y una y otra vez.
Parque
Avellaneda, viernes 24 de enero de 2020
NOTAS:
[1]
Más adelante vuelven a repetir la misma afirmación: “Como hemos visto más
arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado
a clase dominante, la conquista de la democracia.” (Marx y Engels, 1986: 62).
[2]
Marx y Engels indican un poco más adelante (cita reproducida en este texto) que
“el Poder político, hablando
propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra.”
(Marx y Engels, 1986: 63). Esta afirmación va en línea con la concepción que
atraviesa todo el MC y que aparece
expresada en la famosa frase “la historia de todas las sociedades que han
existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Marx y
Engels, 1986: 34). El Estado desempeña un papel fundamental en esa lucha, pues
defiende la dominación de la clase dominante en cada sociedad determinada.
[3]
No hay que interpretar por ello que el Comité Central de la Comuna era
partidario de las ideas del Manifiesto.
Si algo caracterizó a la Comuna fue su heterogeneidad ideológica. En ella
estaban representadas las diferentes corrientes del movimiento obrero francés.
[4]
En los Borradores de GCP es todavía más enfático: “Pero el proletariado no
puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas fracciones rivales
inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente posesión del cuerpo del
Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus propios fines. La primera condición para conservar el
poder político es transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que
instrumento de dominación de clase.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 61;
el resaltado es mío – AM -. La cita corresponde al 2° borrador).
Engels,
por su parte, en la Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia (1891) escribió: “La Comuna tuvo que
reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no
puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de
nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte,
que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra
ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios,
declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles
eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio
de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales
destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos,
a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, se convirtieron de
servidores de la sociedad en señores de ella.” (p. 92). No entro a examinar el
sentido, muy equívoco, de la frase “la sociedad se creó los órganos especiales
destinados a velar por sus intereses comunes”. Pero toda la primera parte del
párrafo coincide con el punto de vista de Marx en GCF.
[5]
El párrafo del 18 Brumario mencionado
por Marx es el siguiente: “Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización
burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un
ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército
de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se
ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los
poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del
régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar. Los privilegios
señoriales de los terratenientes y de las ciudades se convirtieron en otros
tantos atributos del Poder del Estado, los dignatarios feudales en funcionarios
retribuidos y el abigarrado mapa-muestrario de las soberanías medievales en
pugna en el plan reglamentado de un Poder estatal cuya labor está dividida y
centralizada como en una fábrica. La primera revolución francesa, con su misión
de romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y
provinciales, para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que
desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización;
pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de
servidores del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del
Estado. La monarquía legítima y la monarquía de Julio no añadieron nada más que
una mayor división del trabajo, que crecía a medida que la división del trabajo
dentro de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses, y por lo
tanto nuevo material para la administración del Estado. Cada interés común (…) se desglosaba inmediatamente
de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior, general (…), se sustraía a la propia
actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la
actividad del gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales
de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional
y las universidades de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su
lucha contra la revolución, viose obligada a fortalecer, junto con las medidas
represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las
revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Los partidos
que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de
posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del
vencedor.” (Marx, 1975: 131-132). En síntesis, el desarrollo del poder estatal
no es otra cosa que el incremento de su capacidad para controlar a la sociedad.
Como sucede en todos los textos que mencionamos en este artículo, Marx destaca
el aspecto represivo de la maquinaria estatal, sin examinar los mecanismos
ideológicos que sirven tanto para la vigilancia como para la dominación.
[6]
Marx se refiere al “poder estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes:
el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura –
órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del
trabajo –“(Marx, 1985: 33).
[7]
Marx y Engels se ocuparon de la ideología en un texto de juventud, publicado
mucho después de la muerte de ambos, y que se titula precisamente La ideología
alemana. Allí la ideología es concebida como una “falsa conciencia” y los
autores pusieron el acento en el papel de los intelectuales y de la prensa en
la creación y difusión de esa ideología. “Las ideas de la clase dominante son
las ideas dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho de otro
modo, la clase que ejerce el poder material
dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La
clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone
con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que
hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de
quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las
ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones
materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas
como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la
clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.”
(Marx y Engels, 1985: 50-51).
[8]
Dedicaremos un trabajo posterior al examen de los aportes a la teoría del
Estado que se encuentran en la Crítica
del Programa de Gotha.
1 comentario:
Muy interesante. Me gustaría leer un analisis de la actualidad del anarquismo en relación a estos planteos de Marx y su vigencia como comentas al cierre del articulo.
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