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domingo, 12 de mayo de 2019

E. P. THOMPSON Y EL ESTUDIO DE LA CULTURA POPULAR




El historiador marxista inglés, Edward Palmer Thompson (1924-1993) es una referencia fundamental en el campo de la historia de la clase trabajadora como en el de la conformación de la cultura popular. En este último terreno se destaca la obra Costumbres en común, una colección de estudios publicada por primera vez en Londres, Merlin Press, 1991, bajo el título Customs in Common. Está dedicado al tema de “la costumbre tal como se expresaba en la cultura de los trabajadores del siglo XVIII y bien entrado el XIX.”(p. 13). En especial, Thompson afirma que tiene el propósito de iluminar “en qué modo se forma la costumbre y qué complejo es su funcionamiento” (p. 28).
La presente ficha está dedicada a la Introducción de la obra, en la que el autor esboza los objetivos de la obra y las dificultades implicadas en la delimitación de un objeto de estudio tan elusivo como es la cultura popular. La ficha no tiene otro objetivo que presentar la posición de Thompson mediante extractos de la obra.
Trabajo con la traducción española de Jordi Beltrán y Eva Rodríguez: Costumbres en común. Barcelona, Crítica, 1995.


La obra se inicia con la Introducción: Costumbre y cultura (pp. 13-28).
Thompson plantea su tesis: “La conciencia de la costumbre y los usos consuetudinarios eran especialmente fuertes en el siglo XVIII: de hecho, algunas «costumbres» eran inventos recientes y, en realidad, constituían la reivindicación de nuevos «derechos».” (p. 13).
Thompson se opone a los historiadores que sostienen que los usos consuetudinarios estaban en decadencia en el siglo XVIII, como producto de la presión estatal por “reformar” al pueblo y la difusión de conocimiento de las letras. Esa presión “reformista” encontró fuerte resistencia. Se creó en el siglo XVIII y comienzos del XIX una “profunda alienación entre la cultura de los patricios y la de los plebeyos” (p. 13). [1]
El estudio de las costumbres populares por el folklore generó un problema: “lo que se perdió, al considerar las costumbres (plurales) como reliquias distintas, fue todo sentido claro de la costumbre en singular (…), la costumbre, no como algo post-algo, sino como sui generis, como ambiente, mentalité, y como vocabulario completo de discurso, de legitimación y de expectación.” (14-15). También perdía de vista “las funciones racionales de muchas costumbres dentro de las actividades del trabajo diario y semanal.” (p. 16).


¿Qué se entendía por costumbre en el siglo XVIII?
La costumbre era, ante todo, un ambiente, una mentalité, no una porción de tradiciones desgajadas de la totalidad que les daba sentido. Muchas de ellas no podían asimilarse a la tradición; eran recientes y habían sido obtenidas por la presión y la protesta populares. Constituía una palabra buena, sin carga negativa. Tenía muchas afinidades con el common law, derecho que “se derivaba de las costumbres, o los usos habituales, del país: usos que podían deducirse a reglas y precedentes, que en algunas circunstancias eran codificados y podían hacerse cumplir de derecho.” (16). [2]
La fuerza jurídica de las costumbres puede constarse en el hecho de que muchas de las luchas de los trabajadores a comienzos de la Revolución Industrial tuvieron por motivo la defensa de las mismas frente a la presión de los capitalistas. Ahora bien, la creciente opacidad de la cultura plebeya en el siglo XVIII hizo menos visibles a la mayoría de las costumbres.
Thompson señala las diferencias entre los conceptos de costumbre y cultura popular. El segundo tiene una carga consensual, que remite a la existencia de coincidencias entre los miembros de una sociedad; en cambio, “una cultura también es un fondo de recursos diversos, en el cual el tráfico tiene lugar entre lo escrito y lo oral, lo superior y lo subordinado, que requiere un poco de presión – como, por ejemplo, el nacionalismo o la ortodoxia religiosa predominante o la conciencia de clase – para cobrar la forma de «sistema». Y, a decir verdad, el mismo término «cultura», con su agradable invocación de consenso, puede servir para distraer la atención de las contradicciones sociales y culturales, de las fracturas y las oposiciones dentro del conjunto.” (p. 19). En cambio, la costumbre “era [en el siglo XVIII] la retórica de legitimación para casi cualquier uso, práctica o derecho exigido. De ahí que el uso no codificado – e incluso codificado – estuviera en constante flujo. Lejos de tener la permanencia fija que sugiere la palabra «tradición», la costumbre era un campo de cambio y de contienda, una palestra en la que intereses opuestos hacían reclamaciones contrarias.” (p. 18-19).
De ahí que Thompson advierta que la cultura popular requiere ser tratada dentro de contextos históricos específicos, dejando de lado las generalizaciones sobre los universales. La cultura plebeya inglesa tratada en la obra se construyó en lucha defensiva contra las constricciones que le imponía el creciente control estatal. El propósito de Thompson es convertir la cultura plebeya “en un concepto más concreto y utilizable, que ya no esté situado en el ámbito insubstancial de los significados de los «significados, las actitudes y los valores», sino que se encuentre dentro de un equilibrio determinado de relaciones sociales, un entorno laboral de explotación y resistencia a la explotación, de relaciones de poder que se oculten detrás de los rituales del paternalismo y la deferencia. De esta manera (espero) la «cultura popular» se sitúa dentro de la morada material que le corresponde.” (p. 19-20).


¿Cuáles eran las características de la cultura plebeya del siglo XVIII?
·         La costumbre impone restricciones a las expectativas materiales de los jóvenes. Los horizontes de la nueva generación siguen siendo los de la anterior. El aprendizaje, entendido como “iniciación en las habilidades adultas, no se halla limitado a su expresión industrial formal” (p. 20).
·         Prácticas y normas se reproducen a lo largo de las generaciones por medio de la tradición oral y, de modo creciente, por los productos impresos de mayor circulación.
·         Se trata de una cultura que transmite vigorosamente representaciones rituales o estilizadas, sea bajo la forma de diversiones o de protestas.
·         Es conservadora en sus formas, que apela a usos tradicionales y procura reforzarlos. No apela a la razón, sino que se impone por las sanciones de la fuerza, el ridículo, la vergüenza y la intimidación. Pero no es conservadora en su contenido, pues el trabajo va “liberándose” de los controles señoriales, parroquiales, corporativos y paternales, y va distanciándose de la dependencia directa respecto del gentry. Es “una cultura consuetudinaria que en sus operaciones cotidianas no se halla sujeta a la dominación ideológica de los gobernantes. La hegemonía subordinante de la gentry puede definir los límites dentro de los cultura plebeya es libre de actuar y crecer, pero, dado que dicha hegemonía es secular en vez de religiosa o mágica, podo puede hacer por determinar el carácter de esta cultura plebeya. Los instrumentos de control y las imágenes de hegemonía son los de la ley y no los de la Iglesia o del carisma monárquico. (…). La ley puede puntuar los límites que los gobernantes toleran; pero en la Inglaterra del siglo XVIII no entra en las casas de los campesinos, no se menciona en las plegarias de la viuda, no adorna las paredes con íconos ni informa una visión de la vida.” (p. 21-22).
·         Tenemos una cultura tradicional rebelde.” (p. 22; el resaltado es mío – AM-). Su rebeldía es la defensa de la costumbre. “Cuando el pueblo busca legitimaciones para la protesta, a menudo recurre de nuevo a las reglas paternalistas de una sociedad más autoritaria y entre ellas escoge las más adecuadas para defender sus intereses presentes” (p. 22). Esta paradoja de la combinación de lo tradicional y lo rebelde se verifica también a nivel individual. Así, se detecta con frecuencia en cada trabajador la coexistencia de una identidad deferente y otra rebelde. [3]
·         La prioridad que en ciertos campos se da a las sanciones, intercambios y motivaciones “no económicas” frente a las directas y monetarias. El desarrollo de la economía capitalista presiona de manera creciente sobre los trabajadores, que siguen pautas de comportamiento propias de los siglos anteriores. Se produce el choque entre la economía de mercado, que promueve innovaciones técnicas y la racionalización del trabajo, y la tradicional economía moral de la plebe.
En síntesis, sostiene que “la cultura plebeya es la propia del pueblo: es una defensa contra las intrusiones de la gentry o del clero; consolida las costumbres que sirven a los intereses del propio pueblo; las tabernas son suyas, las ferias son suyas (…). No se trata de ninguna cultura «tradicional», sino de una cultura peculiar.” (p. 25).


Cultura plebeya vs. Cultura capitalista en el siglo XVIII: una visión en perspectiva
Thompson retoma el concepto de cultura. Luego de haber rechazado las concepciones consensuales y holísticas del término, afirma que su uso en el caso de la “cultura plebeya” tiene carácter “vagamente descriptivo”. Pero persiste en insistir que la palabra cultura tiende a aglutinar elementos diferentes, y que es preciso analizar cada uno de ellos. En otras palabras, propone examinar con atención “los ritos, las formas simbólicas, los atributos culturales de la hegemonía, la transmisión intergeneracional de la costumbre y la evolución de la costumbre dentro de formas históricamente específicas de relaciones de trabajo y sociales.” (p. 26).
Los componentes de la cultura que requieren mayor atención son las “necesidades” y las “expectativas”.
“La Revolución Industrial y la consiguiente revolución demográfica fueron el trasfondo de la mayor transformación de la historia, al revolucionar las «necesidades» y al destruir la autoridad de las expectativas consuetudinarias. Esto es lo que más demarca el mundo preindustrial o tradicional del mundo moderno. Las generaciones sucesivas ya no se encuentran en una relación de aprendices unas de otras. (…) esta remodelación de la «necesidad» y esta elevación del umbral de expectativas materiales (junto con la devaluación de las satisfacciones culturales tradicionales), continúa con presión irreversible hoy, acelerada en todas partes por medios de comunicación que están al alcance de todo el mundo. Estas presiones se sienten ahora entre mil millones de chinos, así como en incontables millones en los poblados asiáticos y africanos.” (p, 27).
Este proceso conlleva dificultades crecientes: “la disposición de la especie humana a definir sus necesidades y sus satisfacciones en términos materiales del mercado – y a lanzar todos los recursos del globo al mercado – puede amenazar a la especie misma (tanto al Sur como al Norte) con una catástrofe ecológica. El artífice de esta catástrofe será el hombre económico, ya sea bajo la forma del capitalista clásico avaricioso o bajo la del hombre económico rebelde de la tradición marxista ortodoxa.” (p. 27-28).
Thompson conjetura sobre la posibilidad del advenimiento de una época “en que las necesidades y las expectativas del Estado, tanto capitalista como comunista se descompongan y la naturaleza humana se rehaga bajo una forma nueva”. En ese caso es posible que aparezca “una nueva clase de conciencia consuetudinaria, en la cual, una vez más, sucesivas generaciones se encuentren en relación de aprendizaje unas con otras, en la cual las satisfacciones materiales permanezcan estables (aunque distribuidas con más igualdad) y sólo las satisfacciones culturales aumenten, y en la cual las expectativas se nivelen y formen un estado de costumbre estable.” (p. 28).

Villa del Parque, domingo 12 de mayo de 2019


NOTAS:
[1] El historiador inglés Peter Burke (n. 1937,) en Cultura popular en la Europa moderna (1978), afirma que dicha alienación fue un fenómeno a escala europea y que la aparición del folklore puede ser considerada como consecuencia de la escisión entre la cultura “oficial” y la cultura de los de abajo (como un intento de parte de las clases dominantes de recopilar las prácticas y rituales de quienes eran considerados inferiores).
[2] Thompson da el ejemplo de la lex loci, “las costumbres locales del manor. Estas costumbres, de las que a veces sólo quedaba constancia en los recuerdos de los ancianos, tenían efectos jurídicos, a menos que fueran invalidadas de forma directa por el derecho estatuido.” (p. 16). Lo mismo ocurría con algunos grupos industriales. “Frecuentemente, la invocación de la «costumbre» de un oficio o una ocupación indicaba un uso ejercido durante tanto tiempo que había adquirido visos de privilegio o derecho.” (p. 17).
[3] Menciona a Antonio Gramsci (1891-1937), quien en los Cuadernos de la cárcel había llamado la atención sobre el contraste entre la “moralidad popular” de la tradición folclórica y la “moralidad oficial”. El “hombre de la masa” podía tener “dos conciencias teóricas”: una de praxis y otra “heredada del pasado y absorbida sin conciencia crítica”. Thompson enfatiza que la “filosofía espontánea” de la masa deriva de experiencias colectivas, adquiridas, por ejemplo, en el lugar de trabajo. Las “dos conciencias teóricas” “pueden verse como dos aspectos de la misma realidad: por un lado, la necesaria conformidad con el statu quo si uno quiere sobrevivir, la necesidad de arreglárselas en el mundo tal como, de hecho, está mandado, y de jugar de acuerdo con las reglas que imponen los patronos (…); por otro, el «sentido común» que se deriva de la experiencia compartida con los compañeros de trabajo y con los vecinos de explotación, estrechez y represión, que expone continuamente el texto del teatro paternalista a la crítica irónica y (con menos frecuencia) a la revuelta.” (p. 24).

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