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sábado, 15 de septiembre de 2018

FICHA: TORRE, JUAN CARLOS LOS SINDICATOS EN EL GOBIERNO 1973-1976 (1983): CAP. 2


Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del peronismo y el movimiento obrero argentino. Entre ellos se destacan Los sindicatos en el gobierno 1973-1976 (1983) y La vieja guardia sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988).  Esta ficha es la segunda de una serie dedicada a presentar extractos y notas de lectura de la primera de dichas obras. En épocas de crisis es imprescindible pensar la realidad como un proceso, cuyas raíces se encuentran en la historia. Por cierto, esta afirmación no tiene nada de novedoso, pero conviene recordarla, sobre todo cuando se milita en organizaciones que intentan ser revolucionarias.

La ficha está dedicada al capítulo 2 de la obra, titulado “Los sindicatos ante el gobierno peronista: Mayo 1973 – Septiembre 1973” (pp.41-66). El núcleo del capítulo aborda la cuestión de los cambios ocurridos en el movimiento obrero a partir de la radicación del capital transnacional en la industria y su relación con el ascenso de las luchas obreras en 1969-1973.

Por último, trabajé con la siguiente edición de la obra: Torre, Juan Carlos. (1989). Los sindicatos en el gobierno 1973-1976. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Las secciones en que se divide la ficha corresponden a los distintos apartados del texto.

1.    Los líderes sindicales y Perón (pp. 41-48)

El Plan de Juan Domingo Perón (1895-1974) al regresar al poder en 1973 consistía en “construir un orden político capaz de poner bajo control las expectativas y las pasiones desatadas por casi dos décadas de frustración y discordia.” Para ello propuso un acuerdo político entre el PJ y la UCR; por otro, un Pacto Social entre los empresarios y los sindicatos. (p. 41).

El primer obstáculo en el plan de Perón era su propio movimiento. El ala política estaba acostumbrada a la proscripción, de ahí que le importaba poco la institucionalidad; el ala sindical buscaba recuperar terreno en la distribución del ingreso; las “formaciones armadas” (guerrilleros) no aceptaban fácilmente renunciar a la violencia. El segundo obstáculo era el carácter maltrecho de los partidos políticos y las asociaciones profesionales, con su representatividad cuestionada.

25/05/1973 = Héctor José Cámpora (1909-1980) asume la presidencia. Los sindicalistas veían al nuevo gobierno con desconfianza. El motivo principal era la actitud de Perón durante la campaña electoral: “En lugar de montar el que sería su retorno al poder sobre el movimiento obrero organizado, Perón había preferido hacerlo sobre los viejos cuadros políticos y los nuevos contingentes juveniles del peronismo.” (p. 43). Perón, gran táctico de la política, optó por alentar a la juventud para derrotar a su rival en 1972-1973, el general Alejandro A. Lanusse (1918-1996), el último presidente de facto de la dictadura iniciada en 1966.[i]

La relación de Perón con los sindicalistas en 1955-1973 combinó necesidad mutua y desavenencias. Los sindicatos, que ganaron gran poder en 1946-1955, se vieron descabezados y derrotados en 1955. Luego de un combate duro contra la dictadura, recuperaron posiciones con la presidencia de Arturo Frondizi (1908-1995), quien llegó al poder en 1958 con el voto peronista. Los sindicatos, proscripto el partido peronista, acapararon la representación política de las masas peronistas. A su función económica añadieron la función política. Una vez que recuperaron los sindicatos y la CGT, los dirigentes gremiales desarrollaron una política dirigida a conservar sus posiciones. Eso los llevó a rehuir los enfrentamientos con los gobiernos de turno y a preferir la negociación.

“Con ese pragmatismo, los dirigentes sindicales no hacían más que desarrollar la lógica de unas instituciones que sólo podían prosperar a favor de la benevolencia de los centros de poder.” (p. 46).

Perón, en cambio, durante 1955-1973 se dedicó a desestabilizar a todos los gobiernos de turno. Ésta fue la fuente principal de sus enfrentamientos con los dirigentes sindicales.

Los dirigentes sindicales se opusieron a la candidatura de Cámpora. Apenas éste asumió la presidencia, se dedicaron a salir del aislamiento político en que se encontraban. Se apoyaron en el círculo íntimo que rodeaba a Perón.

2.    La CGT y la política de ingresos (pp. 48-53)

La expectativa sindical al producirse la asunción de Cámpora era la de un aumento salarial cercano al 100%. Lejos de ello, Perón los forzó a aceptar el Pacto Social, pergeñado por el ministro de Economía, Gelbard (1917-1977). El Pacto consistía en una política de ingresos concertada entre los sindicatos, los empresarios y el Estado.

“La política de ingresos adoptada por el ministro Gelbard en la emergencia se propuso (…) el doble objetivo de contener las expectativas inflacionarias y colocar bajo control las pujas intersectoriales por la distribución de ingreso. Para lo cual aumentó los salarios en un 20%, muy por debajo de las demandas sindicales, suspendió las negociaciones colectivas por dos años, congeló el valor todos los artículos y creó un rígido sistema de fiscalización de precios. Todas estas medidas fueron implementadas mediante la firma de un acta de compromiso entre el gobierno, (…) CGT y CGE, y la constitución por estas entidades de órganos de consulta y vigilancia encargados de seguir la evolución de los acuerdos.” (p. 50).

El Pacto Social fue elaborado tomando como inspiración varias experiencias de concertación realizadas en Europa desde la década del ’50. Dada la tradición de lucha reivindicativa del sindicalismo en el período 1955-1973[ii], el Pacto Social representaba una gran concesión al gobierno peronista. Perón utilizó todo su capital político para convencer a los dirigentes sindicales de firmar el Pacto. Para la cúpula sindical, conducida por el secretario general de la CGT, José Rucci (1924-1973), la firma del acuerdo representó el regreso a la ortodoxia peronista y, por ende, la posibilidad de recuperar las posiciones perdidas en el período previo a la asunción de Cámpora.

A la pasada, Torre hace aquí un comentario agudo sobre el sentido de las políticas de concertación social:

“En los hechos, es el Estado el que ha procurado neutralizar la resistencia de organizaciones que pueden ejercer un poder de veto mediante el expediente de implicarlas en su gestión. El ejemplo más conocido son las políticas de ingresos, tendientes a racionalizar con la intervención de las asociaciones de interés sectorial, la dinámica de precios y salarios. Concebidos para el desempeño de una función estabilizadora, las políticas de ingresos apuntan a la regulación de variables económicas claves, como las indicadas, pero excluyen de su dominio decisiones cruciales que hacen al gobierno de la economía, por ejemplo, las decisiones de inversión. De tal forma que la participación que se les abre a los sindicatos es una participación subordinada, en la que se comprometen a moderar las reivindicaciones actuales a los efectos del logro de beneficios en el futuro – reducción de la inflación, creación de empleos – sobre los que su control es limitado.” (p. 50-51).

Torre afirma que “la firma del pacto social fue, por consiguiente, también una inversión táctica de la CGT, cuyos frutos los dirigentes sindicales comenzarían a obtener progresivamente, sobre todo a partir del momento en que Perón rompa con Cámpora y los sectores juveniles para tomar en sus manos el gobierno.” (p. 53).

3.    La generalización de los conflictos laborales (pp. 53-62)

Mayo de 1973 marcó un ascenso de las protestas populares. Se expresó, entre otras cosas, en una generalización de los conflictos laborales. Esta nueva ola de luchas presentó una diferencia sustancial con el período anterior, pues se dio en la provincia de Buenos Aires y no en el Interior. Para explicar ese desplazamiento geográfico, Torre dedica la mayor parte de este apartado a examinar las características de la lucha del movimiento obrero en 1969-1973.

1969-1973 = Las principales zonas de conflictividad obrera fueron Córdoba y la franja interior del río Paraná, entre Rosario y Buenos Aires. “Eran el asiento de áreas de nueva industrialización, organizadas en torno a las empresas metalúrgicas, siderúrgicas y petroquímicas levantadas por las compañías multinacionales a finales del cincuenta. Produciendo en condiciones oligopólicas y de tecnología moderna para un mercado crecientemente expansivo, estos núcleos industriales del interior contaban con los lucros extraordinarios para asegurarse, mediante mejores retribuciones, la captación y la formación de una mano de obra competente.” (p. 54).

Torre sostiene que la conflictividad obrera en el Interior se explica por dos factores: las características del clima laboral y el grado de control de los aparatos sindicales.

·    En Córdoba, la industrialización marcó el ritmo de vida de la ciudad. Así, “los clivajes sociales que se forman en la vida de la fábrica tienden a prolongarse y, en consecuencia, a volverse más transparentes en la experiencia extra-laboral, a través de múltiples formas de segregación física y social.” (p. 55). Esta situación de polarización social se amplificó en las áreas industriales alineadas en las márgenes del Paraná: Villa Constitución, San Nicolás, Zárate y Campana, “son una suerte de company towns, en las que la visibilidad de las relaciones de autoridad y las diferencias sociales que oponen los trabajadores en la gerencia en la experiencia diaria de la fábrica es acentuada por su relativo aislamiento con respecto a la trama social más compleja de las grandes ciudades.” (p. 55-56).

·    En síntesis, “un clima laboral (…) marcado por la transparencia de las oposiciones sociales y el espesor de los vínculos, dentro y fuera del trabajo, que refuerzan la solidaridad interna de la comunidad obrera, es un clima laboral altamente propicio para la rápida articulación del descontento.” (p. 56).

·     La situación es muy diferente en la ciudad de Buenos Aires, zona de industrialización más antigua: “Diluida dentro de un escenarios social (…) fuertemente diferenciado, que amortigua por un lado, los contrastes sociales y, por otro, que gravita en torno a actividades e intereses que son, en gran medida, independientes de ella, la fábrica no tiene aquí la misma capacidad de suscitar amplios movimientos colectivos que tiene en los núcleos industriales del interior. En primer lugar, la existencia de un medio urbano más diversificado, que está lejos de ser la proyección de los clivajes sociales que se forman en la experiencia de trabajo, limita severamente el monto de solidaridad externa con el que pueden contar las movilizaciones obreras. Mientras que en Córdoba o Villa Constitución, la protesta obrera alcanza muy rápidamente un carácter comunitario, con los barrios, las escuelas, los comerciantes locales convergiendo alrededor de la movilización que parte de la fábrica, en Buenos Aires, aquélla no tiene un poder de irradiación social semejante y queda confinada generalmente, al abandono del trabajo por los trabajadores en conflicto. En  segundo lugar, las distancias que separan el lugar de trabajo del lugar de residencia, la dispersión de los trabajadores en el heterogéneo cinturón industrial, constituyen factores que normalmente traban las posibilidades de comunicación y apoyo mutuo dentro de las propias filas. Así, la perspectiva de huelgas aisladas y, en consecuencia, fácilmente reprimibles, puede llevar – en condiciones políticas adversas para los trabajadores – a inhibir la expresión abierta de protesta.” (p. 56-57).

Sin embargo, las condiciones del clima laboral no explican por sí solas la conflictividad obrera. “Sólo pueden ser pensadas como favorables o desfavorables en situaciones en las que los trabajadores se movilizan colectivamente por sus demandas. La interacción entre la disposición y la acción y las circunstancias externas que se opera en estas situaciones es la que da sentido concreto a las posibilidades y limitaciones emergentes del clima laboral.” (p.57).

Respecto al control ejercido por los aparatos sindicales, la eclosión de la protesta obrera en el Interior se vio facilitada por la menor capacidad de control de la burocracia sindical, que permitió que la fábrica fuera el centro de la organización obrera. Torre dice que eso se explica a partir de los cambios ocurridos en la estructura sindical argentina en la década del ’60.

Estructura de los sindicatos industriales:

·   La mayoría de los sindicatos están organizados por rama. Comprenden a los trabajadores ocupados en las distintas empresas que realizan actividades similares o afines.

·         Dentro de los sindicatos por industria hay dos modelos predominantes de organización interna: la federación sindical, cuenta con representaciones sindicales reconocidas a nivel local o regional; la unión sindical, sólo está reconocida a nivel nacional, a nivel local o regional está presente a través de las seccionales que, en su gobierno interno y a los fines de la negociación colectiva, son orgánicamente dependientes de la entidad central. La unión sindical implica un funcionamiento más centralizado y asegura a las direcciones sindicales un mayor control sobre las bases.

·    El modelo de unión sindical se desarrolló al calor de la sindicalización de los trabajadores en la década del ’40. Sindicatos como la UOM o la AOT se construyeron sobre este modelo, facilitado por la relativa homogeneidad de los problemas laborales existentes en las ramas industriales de la época. El convenio colectivo de alcance nacional y los paros generales por sector fueron sus instrumentos típicos.
·  El modelo de federación sindical se desarrolló en sectores caracterizados por la existencia de pocas y dispersas grandes empresas. Ejemplos: energía, petróleo, frigoríficos.
·      La estructura sindical se modificó en la década del ’60, con la radicación de empresas transnacionales que coparon las ramas más dinámicas de la economía. Pasaron a operar dos fuerzas centrífugas: en primer lugar, las promovidas por la política laboral de las grandes empresas modernas, que “procuraron sustraerse a las condiciones generales del mercado de trabajo nacional ofreciendo, mediante la concertación de convenios por empresa, salarios más altos y mayores beneficios sociales.” (p. 59). SMATA y AOT se adaptaron a estos cambios: firmaron un convenio nacional y, además, rubricaron convenios a nivel empresa. La UOM permaneció firme en la defensa del convenio nacional. La política empresaria de negociación a nivel empresa tuvo su ejemplo extremo en la conformación de sindicatos de empresa, SITRAC-SITRAM, en las fábricas de autos y material ferroviario instaladas por la Fiat en Córdoba.
·    La segunda fuerza centrífuga consistió en la política impulsada por el presidente Illia, quien procuró controlar a las organizaciones sindicales promoviendo la democracia interna, la concertación de convenios por empresa y el otorgamiento de personerías gremiales. Esto debilitó la capacidad de control de la Burocracia, sobre todo en las ciudades del Interior.

En 1967, la dictadura de Onganía suspendió las negociaciones colectivas. La resistencia obrera se inició en los núcleos industriales del Interior. “Los conflictos comenzaban generalmente con el cuestionamiento de las atribuciones de la gerencia para fijar, en forma unilateral, las condiciones de trabajo. Enseguida el objetivo se ampliaba y la lucha cobraba nuevas dimensiones con la impugnación a las comisiones internas y los representantes sindicales locales que se habían mostrado flexibles a las directivas de la empresa.” (p. 61). El clasismo se expandió desde la experiencia original de SITRAC-SITRAM (1970) y el movimiento se convirtió en una impugnación de la Burocracia Sindical.

4.    La temática reivindicativa (pp. 62-66)

Junio – Septiembre 1973 = Creció la conflictividad obrera, sobre todo en el área metropolitana de Buenos Aires. Las demandas de los trabajadores no se concentraron en la cuestión salarial, dada la vigencia del Pacto Social, sino en la reinterpretación de los convenios laborales, para lograr así una mejora indirecta de los salarios. También se dieron luchas por la incorporación de trabajadores despedidos. En una veintena de casos, los trabajadores se enfrentaron a las direcciones sindicales. Ricardo Otero (1922-1992), ministro de Trabajo y dirigente de la UOM, mantuvo una postura ambigua, recibiendo a los trabajadores en rebelión contra sus direcciones. Esta actitud se explica por el grado de movilización popular de la etapa.



Villa del Parque, sábado 15 de septiembre de 2018


NOTAS:

[i] “Al darles a los jóvenes el lugar de preeminencia que rápidamente ganaron en las filas de su movimiento y relegar, en cambio, a los dirigentes gremiales, Perón creyó reflejar mejor el espíritu de la movilización popular que lo devolvía al gobierno.” (p. 44).
[ii] Los sindicatos habían defendido siempre las ventajas de la negociación colectiva. De hecho, durante los gobiernos militares reclamaron continuamente la vigencia de la ley 14.250 de negociaciones colectivas.

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