Juan Carlos Torre (n. 1940), sociólogo e historiador
argentino, es autor de varios trabajos fundamentales sobre la historia del
peronismo y el movimiento obrero argentino. Entre ellos se destacan Los sindicatos en el gobierno 1973-1976 (1983) y La vieja guardia
sindical y Perón: Sobre los orígenes del peronismo (1988). Esta ficha es la primera de una serie
dedicada a presentar extractos y notas de lectura de la primera de dichas
obras. En épocas de crisis es imprescindible pensar la realidad como un
proceso, cuyas raíces se encuentran en la historia. Por cierto, esta afirmación
no tiene nada de novedoso, pero conviene recordarla, sobre todo cuando se
milita en organizaciones que pretenden ser revolucionarias.
La ficha está dedicada al capítulo 1 de la obra, titulado “La
trayectoria del sindicalismo entre 1955 y 1973” (pp. 9-40), aborda un período
crucial para la conformación de las características del movimiento obrero
argentino. Entre el derrocamiento de Perón (1955) y el retorno del líder
justicialista al gobierno (1973), los sindicatos soportaron exitosamente la
ofensiva de la burguesía para eliminar las conquistas obtenidas durante el
primer peronismo (1946-1955). Este capítulo fue agregado a la versión original
de la obra, terminada en 1979. Fue publicado inicialmente en la revista CRITERIO,
en un artículo sobre las fuentes del poder sindical (1980), y en otro artículo
sobre la trayectoria del sindicalismo entre 1955-1973, aparecido como fascículo
en la Primera Historia Integral del Centro Editor de América Latina (1980).
Por último, trabajé con la siguiente edición de la obra:
Torre, Juan Carlos. (1989). Los
sindicatos en el gobierno 1973-1976. Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina. Las secciones en que se divide la ficha corresponden a los distintos
apartados del texto.
1. Las fuentes de poder del sindicalismo (pp. 9-21)
El punto de partida
de Torre es el siguiente: “El movimiento sindical en la Argentina emergió de
los diez años de cambios sociales y políticos operados entre 1946 y 1955
convertido en un actor principal de la vida del país. (…) A partir de 1955, su
gravitación social y política se mantendría, proyectando sus consecuencias
tanto sobre las modalidades que tomaría el desarrollo económico como sobre los
conflictos planteados alrededor del control del Estado.” (p. 9).
Para comprender el
poder sindical es preciso examinar el perfil social y político de la clase
obrera. El profesor Torre adelante su conclusión: “La clase obrera argentina es
una clase obrera madura” (p. 10). Sigue al sociólogo inglés John Goldthorpe (n.
1935), y define esa madurez en torno a dos dimensiones: la demográfica o
socio-política y la política.
a)
Dimensión demográfica: en Argentina,
existe “una masa de trabajadores asalariados que mayoritariamente están
desvinculados de la economía y la sociedad agrarias y residen en los grandes
centros urbanos” (p. 10). En la década de 1940, el 50% de los trabajadores
urbanos eran recién llegados a la ciudad. En 1966, el 25% de los obreros
argentinos tenían padres que habían trabajado en la agricultura. Es “una clase
obrera cuyos miembros poseen un alto grado de homogeneidad en su origen
socio-cultural y sus experiencias de vida. (…) son, por lo general, segunda
generación obrera, es decir, que han pasado la mayor parte de sus vidas en el
ámbito de familia y cultura obreras, que han servido para reforzar la
integración subjetiva a su condición de clase.” (p. 11).
b)
Dimensión política: la madurez política
de la clase es definida a partir de “un alto grado de incorporación a la
comunidad política nacional” (p. 11). Durante el primer gobierno peronista
(1946-1955) culminó la institucionalización de la clase obrera. Los
trabajadores consiguieron el acceso a los derechos civiles, sociales y
políticos que los convirtieron en miembros plenos de la mencionada comunidad.
En referencia al período posterior al derrocamiento de Perón (1955): “Para una
clase obrera incorporada, la existencia del sindicalismo es una conquista
irreversible y la acción sindical es el medio normal mediante el que se
defienden y mejoran las condiciones de vida y trabajo.” (p. 12).
A partir de lo
anterior, es posible comprender la centralidad de los sindicatos en Argentina,
similar a lo que se observa en los países centrales en la misma época: “Sólo
cuando en una sociedad industrial se está en presencia de una clase obrera, por
un lado, homogéneamente articulada como clase social y, por otro, vastamente
incorporada en un nivel nacional a la comunidad política, se puede hablar de la
vigencia del sindicalismo como fuerza social.” (p. 12). Además, en el período
posterior a 1955, la proscripción del peronismo hizo que los sindicatos
asumieron la función sui generis de representar a los trabajadores en su
identidad política mayoritaria. A diferencia del resto de los países de América
Latina, sólo en Argentina se escucha el sonsonete sobre el “excesivo poder de
los sindicatos”.
El profesor Torre
distingue dos fuerzas de carácter estructural que concurren a potenciar el
poder del sindicalismo argentino:
1) Mercado de trabajo
relativamente equilibrado: el resto de los países latinoamericanos se caracterizan
por fuertes presiones demográficas y abundancia de mano de obra. Argentina, en
cambio, experimentó una escasez relativa de trabajadores. Entre otras cosas,
ausencia de una masa de campesinos pobres semejante a la de otros países del
continente. En síntesis: “la ausencia de un amplio ejército industrial de
reserva ha contribuido a que los salarios se sitúen a niveles altos con
referencia a América Latina y a que los sindicatos dispongan de una gran
capacidad de recuperación en las luchas económicas.” (p. 14).
2)
Cohesión política de
la clase obrera:
desde 1946, la correlación entre el voto de los trabajadores urbanos y el voto
peronista se mantuvo una y otra vez. A diferencia de otros sectores sociales,
los trabajadores mantuvieron su adhesión al peronismo. No se trata tanto de
lealtad a Perón, sino de la expresión de la identidad política de los
trabajadores (p. 158). Esto le dio al sindicalismo un arma de presión política
y, en el caso de derrotas económicas, mantuvo la lealtad de los trabajadores a
sus sindicatos, que expresaban su identidad política peronista.
“La existencia de un
mercado de trabajo equilibrado y la cohesión política de la clase obrera son
parámetros dentro de los que se desenvuelven los conflictos en torno a la
distribución del ingreso y la participación política.” (p. 15).
A lo anterior hay que
agregarle el peso de los rasgos dominantes del modelo organizacional del
sindicalismo argentino:
a)
Las
unidades de encuadramiento sindical típicas fueron las ramas de actividad;
b)
El
monopolio de la representación sindical por unidad de encuadramiento: un solo
sindicato como agente de representación;
c)
La
articulación de la estructura sindical en forma de pirámide.
“Se trata de una
estructura sindical fuertemente agregada, no competitiva y centralizada.” (p.
16).
El profesor Torre
indica que hacia 1973, el 30% de la población asalariada se hallaba afiliado a
un sindicato; en el caso de los asalariados industriales, la cifra ascendía al
70%. (p. 16).
Además de todo lo
mencionado hasta aquí, la legislación sindical permite completar las
características del poder sindical en Argentina:
“El sindicalismo
argentino estuvo lejos de desenvolverse en un marco legal permisivo, como el
que existe en las sociedades de constitución liberal. En el propio diseño de la
ley que, indudablemente, favoreció su expansión estuvo inscripta la voluntad de
controlarlo. La institución del monopolio sindical, por la cual el Estado
otorga al sindicato la personería gremial y, a través de ella, la facultad de
representar con exclusividad a un conjunto de trabajadores, de negociar en su
nombre y de retener obligatoriamente un montón de sus haberes en pago de sus
servicios, reserva en forma simultánea y en mérito a ese mismo acto a la
burocracia pública el derecho de controlar al sindicato en el desempeño de sus
funciones gremiales, su vida política interna y el uso de sus fondos.” (p. 17).
Ahora bien, esa
estructura legal de control de las organizaciones sindicales por el Estado se volvió
más débil a partir de 1955, período en el que se sucedieron gobiernos frágiles,
debido a la proscripción del peronismo. Gracias a ello, los sindicatos pudieron
“neutralizar los controles legales que regulan su actuación.” (p. 17).
“Pero como todo fenómeno
relacional, el poder sindical se define también según el campo de fuerzas
dentro del que se ejerce. Dicho en otras palabras, el poder sindical no es solo
función de los atributos de los trabajadores que organiza, sino que es, a la
vez, función de las características de los grupos sociales y políticos a los
que se confronta. (…) el poder de presión que logró movilizar el sindicalismo
fue un poder que supo extraer de la debilidad política y la fragmentación
social de las fuerzas a las que se enfrentó en el terreno económico y
político.” (p. 18).
A pesar de sus muchas
derrotas, en el período 1955-1973 los sindicatos explotaron “el vacío de poder
crónico con el objetivo de negociar pragmáticamente ventajas económicas para
sus representados y un espacio creciente en el sistema político.” (p. 18).
Se han formulado
muchas críticas a los sindicatos por su poder económico, algo que era
ostensible en la década de 1960. Torre señala que no se trata de un fenómeno
argentino: “En realidad, un sindicalismo económicamente próspero y comprometido
en primera persona con la actividad política es un fenómeno común de las
sociedades industriales complejas. Vista en esta perspectiva, la situación de
nuestro sindicalismo es, más bien, parte de la tendencia que un caso aberrante.”
(p. 19). Torre menciona al pasar los casos de Alemania, Inglaterra, Suecia y
EE.UU. Va al punto: en ninguno de estos países un sindicalismo económicamente
próspero y políticamente activo tiene “las consecuencias disruptivas sobre el
sistema institucional que se han observado en Argentina” (p. 19).
El profesor Torre
explica los rasgos específicos asumidos por el sindicalismo argentino: “En
nuestro país (…) la articulación económica y política del movimiento obrero no
tiene una contrapartida comparable en las otras fuerzas, a saber, no se ha
formado una central empresaria que comande una representatividad similar a la
de la CGT (…) Si ha existido un sobredimensionamiento del poder sindical , como
lo sugiere la protesta contra el «excesivo poder de los sindicatos», su
verdadero origen no ha estado, entonces, en los fondos que manejan o en su
incursión directa en la política. Para encontrarlo habría que buscarlo, más
bien, en el hecho de que, cuando los sindicatos han contado con libertad para
intervenir en la arena política, lo hicieron en el marco de una comunidad
fragmentada. Concluir de esta circunstancia atribuyendo (…) a la intervención
sindical la inestabilidad política argentina es tomar las consecuencias por las
causas y proponer una interpretación que es, por lo menos, superficial e interesada.”
(p. 19-20).
El profesor Torre
sintetiza así las características del sindicalismo en Argentina:
“Sindicalismo
esencialmente reivindicativo, el sindicalismo argentino ha operado entonces de
acuerdo a su lógica tradicional de presión y ha vacilado en asumir funciones de
co-responsabilidad en la gestión del sistema institucional. Sin duda que con
ello no ha hecho más que hacer suya la vocación corporativa de las demás
fuerzas sociales. Sugerir, como suele hacerse, que debe limitarse a sus tareas
específicas es precisamente confirmarlo en su reluctancia a hacerse cargo de
las obligaciones emergentes de la posición que ha alcanzado. ” (p. 20).
2. La reconstitución del sindicalismo peronista (pp. 21-25)
1955 = El golpe
militar, apoyado por una coalición integrada por los propietarios rurales, los
sectores del empresariado industrial y las clases medias, derrocó a Perón. La
idea general que unificaba a esa coalición era disminuir la importancia de los
sindicatos. Objetivos: “a) revertir la distribución del ingreso, reconstituir
los beneficios empresariales y alentar nuevas inversiones de capital; b) acrecentar
la disponibilidad de la fuerza de trabajo para ponerla al servicio de una
racionalización de la estructura productiva y c) crear un orden político menos
dependiente del sostén activo de la clase obrera.” (p. 21). Sin embargo, esta
coalición fue inestable y no pudo cumplir sus objetivos.
A partir de 1955 se
notó la ausencia de “un liderazgo político nacional”. Ocupó su lugar un
“heterogéneo espectro de grupos de presión”. (p. 21).
1957 = Elecciones
sindicales convocadas por el gobierno militar. Estaban inhabilitados a ocupar
cargos gremiales los dirigentes que habían desempeñado esas posiciones durante
el gobierno peronista. Los cuadros de segunda línea formados antes de 1955 y
los nuevos, salidos de las huelgas de 1956, ganaron el control de un importante
número de sindicatos industriales. Fue el comienzo de la reconstitución del
sindicalismo peronista. Perón necesitaba de estos nuevos dirigentes, pues el
partido peronista estaba prohibido. Los sindicalistas sabían que su ascenso se
debía a la identificación de los trabajadores con el peronismo.
El peronismo que
emergió de la derrota de 1955 se vio obligado a radicalizarse, debido a que los
militares se habían propuesto “privar a los trabajadores peronistas de un lugar
reconocido dentro del nuevo orden político” (p. 23). En este contexto, era muy
poco lo que podía negociar la dirigencia peronista. De ahí la política seguida
por John William Cooke (1919-1968), delegado de Perón durante estos años.
“Para el sindicalismo
combativo no quedaba, pues, otro camino que replegarse sobre su aislamiento
político y acentuar el carácter no integrable de sus demandas: la consigna de
la rehabilitación del peronismo y, eventualmente, de su retorno al poder sirvió
a ese propósito. Si desde afuera de la acción sindical este objetivo podía ser
juzgado escasamente realista (…) desde adentro de ella, en cambio, tuvo una
significación considerable. De él habrían de extraer los cuadros sindicales la
fuerza moral para alistarse en un combate que no prometía éxitos seguros y sí,
por el contrario, contragolpes represivos. Colocadas en esta perspectiva, las
derrotas aparecían como reveses momentáneos, en una marcha que se presentía
larga y llena de escollos.” (p. 24).
Gracias a esa
actitud, el sindicalismo logró capturar el sentimiento de alienación política
existente entre las masas trabajadoras y utilizarlo en un movimiento
huelguístico verificado entre 1956 y 1958. “Las huelgas, con alta participación
activa y, a menudo, prolongadas, contribuyeron a fortalecer la solidaridad entre
los cuadros y las bases y rodearon de un valioso prestigio al emergente
liderazgo sindical. (…) una acción sindical que, más allá de sus fines
inmediatos, tuvo por función reforzar la unidad y lograr su reconocimiento como
portavoz político y gremial de la clase obrera.”
1958 = Pacto Frondizi
– Perón. En las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1957, el peronismo
logró anotar un 25 % de votos en blanco. De ahí el interés de Arturo Frondizi
(1908-1995) de pactar con Perón para ganar el voto peronista en las elecciones
presidenciales de 1958. Esto cambió el panorama para los dirigentes sindicales,
pues comenzó a quebrarse el aislamiento a que los había sometido la
autodenominada “Revolución Libertadora”.
3. Los sindicatos y el sistema político (pp. 25-29)
Una vez llegado a la
presidencia, Frondizi lanzó un programa económico desarrollista, cuyo objetivo
era lograr una mayor integración industrial por medio de la expansión de las
ramas productoras de insumos básicos, bienes de capital y automotores. La demanda
sería generada por la inversión y no por el alza salarial. Los recursos de
capital provinieron de la inversión extranjera y de la reducción de salarios. Los
salarios cayeron un 30% y sólo se recuperaron hacia 1968. El sindicalismo
peronismo respondió con una ola de huelgas en 1959 y 1960; fueron derrotadas y
se clausuró el ciclo de movilizaciones iniciado en 1956. La derrota obrera fue
durísima, pero la debilidad política del gobierno de Frondizi permitió la
recuperación.
El frondizismo era
visto con desconfianza por los militares, debido al pacto de Frondizi con
Perón, y por los grandes empresarios, que preferían que el Estado fuera
administrado por alguien con menos compromisos con el peronismo. Por eso
terminó por acercarse a los sindicatos, proporcionándoles oxígeno para su
recuperación luego de la derrotas sufridas a partir de 1955. Frondizi llevó
adelante una política de cooptación de dirigentes sindicales; los aparatos
sindicales comenzaron a crecer en 1957: “además de negociar los contratos de
trabajo, proveían a los afiliados los beneficios de una extensa gama de
servicios sociales. Los dirigentes sindicales no eran solo los que discutían el
nivel del salario, sino, también, los administradores de un enorme patrimonio
social. Los recursos ligados a estos aparatos creaban una red de clientelas y
de influencias cuyo mantenimiento no era independiente del favor de los
gobiernos.” (p. 27).
Luego de derrotar las
movilizaciones de 1959, Frondizi levantó las restricciones sobre los
sindicatos, inició negociaciones para la normalización de la CGT y permitió la
semilegalización del peronismo, que aceptó creando estructuras partidarias
basadas en los aparatos sindicales. Los sindicatos retomaron la consigna de la
vuelta de Perón. Por ello, puede afirmarse que Frondizi fracasó en su política
de cooptación: los sindicalistas aceptaron gustosos las concesiones que les
hacía el gobierno, pero fueron reticentes a apoyarlo, sabedores de su debilidad
política.
El sindicalismo, que
acentuaba su intransigencia frente al gobierno, y a través de él, frente al
orden político surgido del derrocamiento de un régimen peronista, era, a la
vez, un sindicalismo a la defensiva, obligado a asistir pasivamente al intenso
proceso de reorganización capitalista en curso.” (p. 29).
4. La estrategia de presión política del sindicalismo (pp.
29-34)
Las derrotas de las
huelgas de 1959-60 llevó a los sindicatos a desarrollar una estrategia de
presión política: “permitió a los sindicatos compensar, en parte, su debilidad
en el mercado de trabajo y recurrir al auxilio de una estrategia de presión
política. Por sus recursos, por sus objetivos, esta estrategia difería
sustancialmente de la acción sindical basada en la movilización de base y el
enfrentamiento de clases que había seguido hasta allí. Colocado en el plano del
sistema político, en el que su participación ha aumentado, el sindicalismo
persigue ahora afectar la estabilidad del gobierno, utilizando su capacidad de
provocar crisis y conmociones en el orden público. Cuenta para ello con una
clase obrera disciplinada, que secunda masivamente sus llamados a la huelga
general: dentro de esta estrategia de presión la huelga general ya no es más la
expresión de una intensificación de las luchas sociales, como ocurría en
1956-1959, y es sobre todo, el intento de conmover al gobierno y suscitar su
intervención a favor de las de las demandas sindicales.” (p. 29-30).
1961 = Tres paros
generales. Se quebró la política de salarios oficial. Renunciaron tres
ministros de Economía. Balance formulado por los dirigentes sindicales: “Ellas [estas experiencias] llevaron a los
dirigentes sindicales la conciencia de que el camino más corto para
consolidarse era explotar el poder de presión que les confería su ubicación en
un sistema político caracterizado por la fragilidad de los gobiernos y la
persistente división de sus adversarios políticos y sociales.” (p. 30).
El profesor Torre se
refiere al legado de Frondizi en lo que hace a la función política del
movimiento obrero: fracasó en acercarlo a su proyecto político, pero “tuvo
efectos más duraderos porque hizo posible la incorporación del sindicalismo al
cambiante juego de transacciones políticas que dominó el orden postpopulista.”
(p. 30). Pero, “la estrategia de presión política de los sindicatos entrañaba
(…) un delicado equilibrio porque su propia dinámica entregaba poder de regateo
a los militares y ponía en peligro el propio sistema político del que derivaba
su peso político social.” (p. 30).
1962-63 = El
movimiento obrero recupera el control de la CGT. El sindicalismo pasó a ser considerado
por los militares y los partidos políticos como uno más de los “factores de
poder”. Esto tuvo dos consecuencias: a) las reivindicaciones se concentraron en
lo sectorial, dejando a un lado la consigna del retorno del peronismo al poder.
La línea dominante, cuya figura principal era Augusto Vandor (1923-1969), consideró que lo fundamental era la
participación dentro del sistema político. La línea más radical, que se expresó
en el Programa de Huerta Grande (1962), perdió importancia; b) la acción sindical
pasó a ser una “participación de tipo instrumental, fundada en un cuidadoso
cálculo de pérdidas y ganancias”. Dejó de ser una acción asentada en la
movilización de masas. (p. 31). Además, los éxitos de 1962 (año de aguda
recesión económica) contribuyeron a “revelar que el poder de presión política
del movimiento sindical no estaba estrictamente ligado a la coyuntura económica
y sí a la trama de los acuerdos que estuviera en condiciones de articular.” (p.
32). En una coyuntura recesiva, los sindicatos peronistas lograron establecer
una alianza con los sectores del empresariado mediano. A partir de esa
experiencia se logró la reorganización de la CGT en 1963.
El auge del
sindicalismo vandorista se dio durante la presidencia de Illia (1963-1966). Se llevó
a cabo el plan de lucha con la ocupación de todas las fábricas del país. Si
bien hubo objetivos económicos, los objetivos políticos fueron primordiales;
entre estos últimos, hay que distinguir entre los explícitos (bloquear el
proyecto radical de recorte del poder de las asociaciones obreras) y los
implícitos (reforzar el papel de los sindicatos como “factor de poder”, al lado
de los militares y los empresarios; mostrar a Perón que las organizaciones
sindicales podían darse metas políticas independientes). Pero el vandorismo
fracasó en lograr la independencia respecto a Perón; éste se impuso en la lucha
interna que se dio entre 1965-66 en el partido peronista; los candidatos de
Perón derrotaron a los de Vandor en varios procesos electorales provinciales
que se dieron en 1966.
5. El sindicalismo en crisis (pp. 35-40)
1966 = Golpe militar
derroca al presidente Illia. El sindicalismo apoya a los militares. Fue un
grave error de cálculo: “en los ámbitos más concentrados de la industria y las
finanzas estaba planteado un proyecto ideal de racionalización de la estructura
productiva y de redefinición del papel del Estado: al hacerlo suyo, los
militares de 1966 decidieron anular al mismo tiempo, el complicado sistema de
negociaciones políticas que tantos obstáculos ponía a su realización. Con ello
anularon, igualmente, las bases mismas de la estrategia de presión política del
sindicalismo. El régimen autoritario del presidente Onganía congeló súbitamente
el poder de presión de los grupos sociales y abrió las puertas para que el
predominio económico alcanzado desde 1959 por los sectores oligopólicos del
mundo de los negocios se proyectara sobre el orden político.” (p. 35).
1969 = Ascenso de las
luchas contra Onganía. Torre señala una diferencia respecto a las movilizaciones
de años anteriores: “ahora sus efectos habrían de ser mucho más hondos porque
después del deterioro experimentado por las asociaciones representativas, el
malestar tendió a expresarse en forma inorgánica, a través de motines y huelgas
ilegales, hasta culminar con la aparición de la guerrilla.” (p. 38).
Cordobazo: “Dentro
del cuadro general de la movilización antigubernamental que empujó a los
militares a disociarse del proyecto auspiciado por el mundo de los grandes
negocios la protesta obrera desempeñó un papel significativo. Por sus
características, por las consecuencias que tendrían sobre la futura dinámica
sindical, las luchas obreras posteriores a 1969 constituyeron uno de los
fenómenos más novedosos que dejó por herencia el gobierno de la llamada
Revolución Argentina.” (p. 38-39).
Villa del Parque,
miércoles 5 de septiembre de 2018
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