Noticia bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha
utilicé la traducción española de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum, incluida
en: Wallerstein, Immanuel. (2005).Las incertidumbres del saber.
Barcelona: Gedisa. (pp. 15-21). El texto en cuestión es el capítulo 1 de la
obra, titulado “A favor de la ciencia, en contra del cientificismo: Los dilemas
de la producción contemporánea del saber”.
Título
original: "Social sciences in the twenty-first century". Publicado por
primera vez: Kazancigil, Ali y Makinson, D., comps. (1999). World Science
Report, 1999. Unesco. (pp. 42-49).
En los siglos XIX y
XX la ciencia era considerada como
“la única forma segura de la verdad” (p. 15). Mientras que la teología, la
filosofía y la sabiduría popular ofrecían verdades discutibles, parecía que la
ciencia era la única actividad que podía ofrecer certezas; esto era así porque
mientras las demás formas de aserción de la verdad eran ideológicas o
subjetivas, las afirmaciones científicas podían ser revisadas o refutadas si
surgían nuevos datos.
Hacia 1980 la ciencia
empezó a ser cuestionada. Se la acusó de ser ideológica, subjetiva y poco
fiable. Se esgrimieron contra ella una serie de acusaciones: 1) en las teorías
científicas existen muchas premisas que no hacen otra cosa que reflejar las
posturas culturales dominantes en cada época; 2) los científicos manipulan los
datos; 3) no hay verdades universales y todas las afirmaciones científicas son
necesariamente subjetivas.
La ciencia respondió
afirmando que “esos ataques eran producto de un retorno a la irracionalidad.”
(p. 16).
En vez de la defensa
cerrada ensayada por los científicos, Wallerstein propone un camino basado en
la reflexión sobre las premisas filosóficas de la actividad científica y el
contexto político de las estructuras del saber.
¿Cómo sabemos que una
afirmación científica nueva es válida o al menos plausible?
Debido a la magnitud
alcanzada por la especialización, muy pocas personas están en condiciones
adecuadas para decidir sobre el interrogante planteado. Esta situación es más
aguda en las ciencias “duras”. ¿Cómo se resuelve? “Solemos usar el criterio de la
validación por parte de autoridades prestigiosas. Colocamos los lugares de
publicación en una tabla de posiciones de fiabilidad y lo mismo hacemos con las
personas que comentan la proposición nueva.” (p. 16). ¿De dónde salen estas tablas de fiabilidad? No hay ningún
manual sobre esto ni un ranking de tablas de fiabilidad; por ende, “las tablas
de fiabilidad provienen de otras tablas de fiabilidad.” (p. 16). El edificio de
las tablas de fiabilidad se sostiene, a su vez, en la confianza en los expertos
en cada especialidad. Se supone que éstos rechazarán las proposiciones que no
estén bien fundamentadas o cuya evidencia sea insostenible. No confiamos en un
experto individual, sino “en comunidades
de expertos autoerigidas.” (p. 17; el resaltado es mío – AM-). Nuestra
confianza en los expertos se apoya en dos supuestos: “los expertos se han
capacitado en instituciones que los avalan y dentro de lo posible, no responden
a intereses personales.” (p. 17). Dado que una especialización requiere de una
formación rigurosa, ésta se realiza en instituciones
formales, las cuales son evaluadas según escalas de fiabilidad. Estas
instituciones se controlan entre sí. Por ello tenemos confianza en los
profesionales surgidos de ellas. En síntesis, “damos crédito a la reputación y los
antecedentes académicos.” (p. 17). Además, se piensa que los científicos son
desinteresados, en el sentido de que “están siempre dispuestos a aceptar toda
verdad que surja de una interpretación inteligente de los datos, sin tener la
necesidad de ocultar esas verdades, ni de distorsionarlas, ni de negarlas.” (p.
17).
Las críticas contra
la ciencia apuntaron a la combinación de “buena
capacitación” y “desinterés”.
Respecto a la capacitación, hicieron hincapié en que la capacitación
profesional omite elementos importantes en sus análisis como consecuencia de
las creencias dominantes en las capas sociales de las que provienen los
científicos. Los críticos distinguieron entre la cuestión del sesgo deliberado
(prejuicio) y el sesgo estructural o institucionalizado (del que los
científicos no son conscientes). Respecto al desinterés, esta es una norma
central “a la institucionalización de la ciencia moderna. (…) se supone que la
norma es tan fuerte que restringe la tendencia a violarla. (…) actuar
desinteresadamente significa que el científico investigará todo lo que
requieran la lógica de su análisis y los modelos emergentes de los datos, y
estará dispuesto a publicar los resultados obtenidos incluso si la publicación
afecta las políticas sociales que él apoya o daña la reputación de colegas que
admira.” (p. 18). Pero los científicos están sometidos a muchas presiones
externas, (gobiernos, instituciones, personas influyentes), internas (las de su
superyó) y al principio de Heisenberg (los procesos y procedimientos de
investigación transforman al objeto que se investiga). Además, la certificación
profesional requerida para operar en una ciencia permita que la comunidad
científica restrinja el ingreso a la misma por motivos que están en las
antípodas del desinterés. Lo mismo ocurre con la intromisión política en el
proceso de certificación.
Frente a lo expuesto
en el párrafo anterior, Wallerstein concluye que no hay ningún argumento
convincente capaz de contrarrestar el escepticismo. Sin embargo, hay un camino
posible. El autor sostiene que hay que distinguir entre ciencia y cientificismo.
El segundo se refiere “a la idea de que la ciencia es desinteresada y
extrasocial, que sus enunciados de verdad se sostienen por sí mismos sin
apoyarse en afirmaciones filosóficas más generales y que la ciencia representa
la única forma legítima de saber.” (p. 19). Los escépticos de 1980 en adelante
arremetieron contra las debilidades de la lógica del cientificismo. Si los
científicos optan por proteger a éste, debilitarán la legitimidad de la
ciencia. (p. 19).
Wallerstein
reivindica la ciencia como “una aventura humana fundamental”, cuyos dos
enunciados principales son: “1) hay un mundo que trasciende nuestra percepción,
que siempre ha existido y siempre existirá. Este mundo no es producto de
nuestra imaginación. Con este enunciado, rechazamos concepciones solipsistas
del universo. 2) Ese mundo real puede conocerse parcialmente por métodos empíricos y el conocimiento obtenido puede
resumirse por teorizaciones heurísticas. Aunque no es posible conocer
íntegramente el mundo ni, por cierto, predecir el futuro correctamente (pues el
futuro no está dado), resulta muy útil ir en busca del saber para tener una interpretación
más acabada de la realidad y mejorar las condiciones de nuestra existencia.”
(p. 19-20).
En resumen, “nunca
vamos a estar seguros de si lo que dicen los expertos es cierto, pero es
improbable que nos vaya mejor si descartamos por completo sus afirmaciones.”
(p. 20). Frente a la crisis del sistema-mundo contemporáneo, el autor sostiene
que es preciso desembarazarse del cientificismo: “Debemos reconocer que, además
de apoyarse en el conocimiento de las causas eficientes, las elecciones científicas
están cargadas de valores y propósitos. Es necesario incorporar el pensamiento
utópico en las ciencias sociales. Debemos descartar la imagen del científico
neutral y adoptar una concepción de los científicos como personas inteligentes
pero con preocupaciones e intereses, y moderados en el ejercicio de su hybris.” (p. 21).
Villa del Parque,
domingo 22 de julio de 2018
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