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sábado, 15 de noviembre de 2014

LA IZQUIERDA CLASISTA, EL PROBLEMA DEL PODER Y EL CMOI

Pez López / Ariel Mayo


“¿Juré de rodillas en la sala capitular del Cabildo, que no iría más lejos
que mi propia sombra, que nunca diría ellos o nosotros?
Juré que la Revolución no sería un té servido a las cinco de la tarde.”
Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno

El acontecimiento político más significativo del año es el ascenso de la izquierda clasista, cuya expresión más acabada es el FIT (Frente de Izquierda y los Trabajadores). El golpe militar de 1976 clausuró el ciclo de ascenso revolucionario iniciado con el Cordobazo (1969) y diezmó los cuadros de la izquierda. Las características del régimen democrático iniciado en 1983 se derivan directamente de esa derrota formidable del movimiento obrero y de la izquierda. Por razones que no podemos desarrollar aquí, la izquierda clasista fue incapaz de revertir la derrota en las tres décadas que siguieron a 1983; su peso político se encontró reducido al mínimo, tanto en lo que respecta a su influencia en el movimiento obrero como en resultados electorales. La conformación del FIT fue el intento más importante para revertir esa tendencia; los resultados electorales de 2013 confirmaron el acierto en la decisión de conformarlo, pues por primera vez en décadas, la izquierda clasista obtuvo representación parlamentaria, tanto a nivel nacional como provincial. En lo que va de 2014, la izquierda ha tenido una acción relevante en los conflictos entre capital y trabajo; en los paros generales llevados adelante en el año le cupo a la misma llevar adelante la movilización y la acción en las calles, frente a la pasividad de la burocracia sindical.

El 8 de noviembre, convocado por el Partido Obrero, se realizó en el Luna Park el Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda (CMOI). La concurrencia, muy numerosa, reflejó el crecimiento, en términos cuantitativos y en influencia política, de la izquierda clasista. Ahora bien, el análisis de las resoluciones del CMOI no puede hacerse por separado del contexto político en que se llevó a cabo.

A lo largo de este año, la crisis del modelo de acumulación instaurado por el kirchnerismo en 2003 es innegable. Si bien el conjunto de la burguesía está de acuerdo respecto al contenido del ajuste a implementar, no es así en la cuestión referida al personal político que la  llevara a cabo. Esta situación genera tensiones, en parte por la magnitud del ajuste a realizar y la posible resistencia de los trabajadores.  Varios voceros de la burguesía advirtieron sobre la naturaleza del ajuste a implementar:

Hugo Moyano declaró: “el futuro gobierno que venga, cualquiera sea, necesitará del respaldo de toda la sociedad y no solamente del movimiento obrero, porque de acuerdo a cómo van las cosas, va a tener que producir ajustes muy duros" (La Nación, 16/10/2014). Por su parte, Joaquín Morales Solá afirmó: "¿Cambiarán las cosas con el próximo gobierno? Seguro que sí. Ninguno de los candidatos actuales promueve la continuidad de las manías kirchneristas. Otra cosa es el enorme conflicto social que deberá enfrentar para cambiar las políticas y los números. Al derroche económico se agregó en los últimos años el intenso desorden social y laboral, concebido ya como un derecho definitivamente adquirido." (La Nación, 9/11/2014).

La crisis agudiza la desigualdad social, que no cedió durante “década ganada”, aumentando la violencia en la sociedad. En este punto, cabe decir que, en paralelo al ascenso de la izquierda clasista, el crecimiento de las tendencias reaccionarias en nuestra sociedad, expresada en fenómenos tan disímiles como los linchamientos de la primera parte del año y la demanda de “mano dura” contra la delincuencia, fue abrumador. Estas tendencias fueron azuzadas por el mismo kirchnerismo, a través del Secretario de Seguridad, Sergio Berni.

De esta manera, el contexto en que se realizó el CMOI estuvo marcado no sólo por el ascenso de la izquierda clasista, sino también por la presión hacia un mayor ajuste, por la demanda de poner coto a las acciones del movimiento obrero, por la difusión de ideas reaccionarias que achacan a los pobres y a los extranjeros la responsabilidad por los males de la sociedad.

En este marco, Fernando Rosso dedicó su artículo “El Partido Obrero en el Luna Park y el discurso de Jorge Altamira” (La Izquierda Diario, 9/11/2014) a comentar el CMOI. Se trata de un texto minado de falencias y de escueto análisis político, sobre todo porque su objetivo fundamental no es el examen de las resoluciones del CMOI o del discurso de Jorge Altamira, como dice el título de la nota, sino promover las precandidaturas de varios dirigentes del PTS. De hecho, Rosso procede en su artículo sin tomar en cuenta el contexto específico en el que se reunió el CMOI. Esto hace que su artículo esté envuelto en cierto aire de irrealidad, pues en un contexto de agudización de la lucha de clases, Rosso se concentra en la “instalación” de la “figura” de un precandidato para el 2015, sin tomar en cuenta que el momento exige de la izquierda clasista algo más que contar los porotos para las elecciones del año próximo.

A grandes rasgos y para sistematizar, el artículo gira en torno a dos equívocos básicos.

El primero, mencionado arriba, radica en el papel secundario que Rosso adscribe al CMOI y al discurso de Altamira frente a la defensa y propaganda de la precandidatura presidencial de Nicolás Del Caño. Es por eso que califica al CMOI de acto electoral, convocado, a su criterio, solamente para proclamar públicamente la candidatura presidencial de Jorge Altamira ya que de esta manera justifica su proclamación principal concentrada en la precandidatura de Del Caño. El equívoco encuentra su expresión más concreta en el hecho de que la mitad del escrito se concentra en temas electoralistas. Nada hay de malo en esto, salvo que no parece muy acertado en un artículo que dice estar dedicado a otra cosa, esto es, al análisis de un Congreso convocado por la principal fuerza política de la izquierda clasista. Perdiendo de vista, además, el actual contexto donde los políticos burgueses están sopesando la magnitud del ajuste a aplicar.

El segundo equívoco refuerza al anterior. Lejos de un examen cuidadoso de las resoluciones del Congreso, Rosso desvía su argumentación hacia la afirmación de que el PTS posee una práctica tanto más exitosa a nivel político y fabril que el resto de las fuerzas del FIT. Es por eso que procura convertir a los conflictos en los que el PTS ha tenido una participación destacada, en los episodios fundamentales de la lucha de clases. En la versión extrema de esta concepción, Lear es todo el movimiento obrero argentino.

Rosso pasa por alto que las luchas obreras en 2014 han terminado, por lo general, en derrotas, y que el conflicto en Lear está muy lejos de ser una experiencia victoriosa (por supuesto, esto no va en desmedro de la capacidad de lucha mostrada por los trabajadores). El autor desarrolla el objetivo de presentar y demostrar que el PTS es la fuerza que más ha crecido entre los integrantes del FIT y que, por tanto, corresponde revisar los acuerdos iniciales del Frente, modificando así la relación de fuerzas al interior del mismo.

El resto del artículo sirve de relleno a los objetivos que se encuentran detrás de los dos equívocos presentados en los párrafos anteriores. Esto vale también para las referencias al Frente Único. En general, derrocha mucho espacio a promover un candidato “joven”, como es Del Caño, en una especie de ejercicio de marketing político que tiene poco que ver con la finalidad del texto. Resta indicar que da la sensación de que Rosso escribe su artículo sin conocer la letra de las resoluciones del Congreso y sin un conocimiento general del funcionamiento del mismo.

Sin embargo, no es preciso extenderse mucho más en la crítica de este artículo puesto que hacerlo implicaría dejar en la oscuridad los logros del CMOI. Cabe decir que el texto de Rosso ejemplifica una manera particular de plantear la cuestión de las relaciones entre las distintas fuerzas de la izquierda clasista, la cual hace énfasis en el faccionalismo, en la defensa de la propia quinta, y deja en silencio el problema central de toda política que es el poder.

Como contrapartida es menester remarcar los principales logros del CMOI que a nuestro juicio son los siguientes:

En primer lugar, y frente a la coyuntura, el Congreso viene a rematar el ascenso de la izquierda clasista a lo largo de este año. En los paros nacionales, así como también en innumerables conflictos más o menos localizados, la izquierda clasista fue siempre la fuerza más dinámica. Un buen indicador de este dinamismo es la reacción de la burocracia sindical, expresada en los dichos del Secretario General de SMATA, Ricardo Pignanelli, quien en junio y en el marco del conflicto de Gestamp, afirmó que el Partido Obrero era responsable de la toma del establecimiento: "Esto es una prueba piloto que el Partido Obrero está empezando a hacer en las autopartes" (La Nación, 2/06/2014).  

En segundo lugar, el Congreso planteó el problema del poder. Esto es novedoso para la izquierda post 1976. Empezar a construir una estrategia y tácticas para conquistar el poder representa un salto cualitativo para la izquierda argentina. Queda claro que recién se han dado los primeros pasos, pero que la presencia misma del problema como algo concreto marca un cambio radical.

En tercer lugar, y en conexión directa con el anterior, la discusión sobre el tema del poder se concentró en dos áreas: a) el peronismo; b) la burocracia sindical. Como es evidente, el problema de la toma del poder es, en Argentina, el problema de la superación del peronismo como forma de la conciencia política de los trabajadores. Sin emprender esta tarea, la discusión gira en el vacío.

Ninguna de las tres cuestiones mencionadas aparece tratada en el artículo de Rosso y en esto radica principalmente el problema central del análisis del CMOI. El autor privilegia las cuestiones electoralistas sin pararse a pensar en el problema central de nuestro tiempo, que es el salto de una izquierda plegada sobre sí misma a una izquierda dispuesta a disputarle el poder a la burguesía. El CMOI no ha resuelto la cuestión del camino hacia la conquista del poder (pues esto sólo puede resolverse a través de la práctica de la lucha de clases), pero ha dejado sentado el problema y los temas centrales. Es por eso que podemos calificar a la crítica de Rosso al CMOI como una crítica de retaguardia, propia de un momento que, esperamos, sea el pasado de la izquierda clasista.



Villa del Parque, sábado 15 de noviembre de 2014

sábado, 1 de noviembre de 2014

EL FETICHISMO DEL ESTADO Y EL PROGRESISMO: NOTAS SOBRE BORÓN

Atilio Borón escribió un breve artículo (“Dilma, victoria y después”) sobre el triunfo de Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales brasileñas, el cual fue publicado en la edición del martes 28 de octubre pasado en Página/12. Más allá del análisis sobre el resultado de las elecciones brasileñas, merece ser comentado porque expresa con particular precisión los lugares comunes del progresismo sobre la cuestión del Estado. La cuestión cobra todavía más interés si se tienen en cuenta que Borón se considera a sí mismo como marxista, de modo que sus opiniones sobre el Estado pueden pasar como un desarrollo de la teoría marxista. En momentos en que se vuelve imprescindible desarrollar la independencia política de la clase obrera respecto a cualquier alternativa política de la burguesía, resulta de importancia fundamental deslindar límites con ésta en lo que hace a la cuestión del Estado.

Borón nos invita a considerar al gobierno de Dilma (al PT) como de “izquierda”. Al hacer esto bastardea y banaliza las nociones de izquierda y derecha, convirtiéndolas en denominaciones que dicen poco y nada en concreto. Borón maneja una noción de “izquierda” que nada tiene que ver con la lucha de clases entre los trabajadores y la burguesía. La “izquierda” de Borón se define por la utilización del Estado en beneficio de los sectores populares, mejorando así sus condiciones de vida. Para el marxismo, ser de “izquierda” implica reconocer la lucha de clases entre los capitalistas y los trabajadores, abogar  por la autonomía política de la clase obrera frente a la burguesía y luchar por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

A partir de la caracterización de Dilma como de “izquierda”, Borón sostiene que el nuevo gobierno se ve amenazado por el “terrorismo económico” y por un “golpe blando”. En pocas palabras, nos sugiere que la burguesía brasileña no va a permitir la continuidad del gobierno de Dilma, salvo que ésta cumpla sus demandas económicas. Esto parece a todas luces un disparate, sobre todo porque el PT lleva muchos años en el gobierno y durante ese período la burguesía no sintió amenaza alguno, ni perdió los nervios, ni nada. Al contrario, acumuló ganancias.

Borón parece sentir remordimientos en su antigua conciencia marxista, lo que lo lleva a formular una serie de reparos al gobierno de Dilma: 1) el movimiento popular se halla desmovilizado, desorganizado y desmoralizado; 2) el modelo económico proporciona “irritantes privilegios al capital”; 3) falta de empoderamiento de las masas populares; 4) un congreso brasileño que es una “perversa trampa dominado por el agronegocio y las oligarquías locales”; 5) escaso impulso a la Reforma agraria.

A la luz de lo anterior, ¿hay que seguir afirmando que el de Dilma es un gobierno de “izquierda”? Es claro que no.

Borón formula, casi al pasar, una crítica que resulta francamente ingenua. Así, se enoja con la “propensión del Estado brasileño a gestionar los asuntos públicos a espaldas de su pueblo”. Borón, un destacado politólogo con varios libros en su haber, debería saber a esta altura del partido que esto es precisamente lo que hace un Estado burgués, esto es, gobernar en función de los intereses del capital y no de los trabajadores.

Desde que existe el capitalismo, el Estado sirve a la burguesía o, lo que es lo mismo, a la valorización del capital. La sociedad capitalista gira en torno a la reproducción ampliada del capital. Dicho en otros términos, es preciso que la economía crezca, que las ganancias de los empresarios se incrementen. Si eso ocurre, el Estado burgués puede financiarse y prosperan sus mecanismos de control sobre la sociedad en general y sobre los trabajadores en particular. Pero si la economía entra en recesión y la burguesía no invierte, el Estado queda desfinanciado y se ve obstaculizado para ejercer sus funciones de control. Pensar que el Estado burgués puede hacer otra cosa es no entender nada acerca del funcionamiento del capitalismo.

Borón piensa que el Estado es un simple instrumento y que su naturaleza cambia en función de las clases que ejercen el gobierno. Es decir, el Estado es burgués porque está en manos de la burguesía y no porque su estructura (su forma) es también burguesa. Desde su punto de vista, la forma de las instituciones estatales es neutral en términos de clase. Así se llega al absurdo de que el ejército, burgués en un Estado controlado por la burguesía, se transforma en “popular” en un Estado donde el gobierno cae en manos de los sectores populares. Para Borón, el Estado no es burgués por su forma y contenido, sino que sirve a los sectores sociales que detentan su control. De ahí que transforme al Estado en un fetiche, que flota por encima de las clases sociales. Si algo puede transformar al capitalismo es la acción estatal. A esto se reduce la concepción del Estado y de la política defendida por Borón, a un fetichismo del Estado.

La concepción del Estado defendida por Borón es la del progresismo en general. Detrás de ella se encuentra una convicción más profunda: la negación absoluta de que la clase obrera pueda ser el sujeto revolucionario o, si se prefiere, el actor social capaz de transformar a la sociedad. Esto lleva a los progresistas a negar la lucha de clases y, por consiguiente, el antagonismo entre capital y trabajo. Una vez que se efectúan estos pasos, cualquier colectivo los deja bien, como decimos en el barrio. Así, los progresistas pueden defender con la misma calma y devoción al neoliberalismo, al “estatismo”, al “kirchnerismo” o a lo que sea. Nada los lleva a sacar los pies del plato del capitalismo.

De este modo, Borón puede hablar en su artículo de “potencia plebeya”, no de trabajadores ni clase obrera. En un mundo donde cada vez hay más asalariados, el progresismo reniega de los trabajadores. Aquí están, en toda su dimensión, los límites del progresismo y de la supuesta “izquierda” latinoamericana, encarnada en gobiernos como el de Dilma en Brasil y el de Cristina en Argentina. Se trata de un progresismo absolutamente funcional a los intereses del capital.


Villa del Parque, sábado 1 de noviembre de 2014

miércoles, 29 de octubre de 2014

BERNI: DEL “PATRIA O BUITRES” AL “PATRIA O EXTRANJEROS QUE VIENEN A DELINQUIR”

“Si ellos son la patria, yo soy extranjero.”
Sui Generis, “Botas locas”

Sergio Berni, Secretario de Seguridad de la Nación, afirmó en el día de ayer que el país está “infectado” por “delincuentes extranjeros” que vienen a “delinquir”. No viene al caso discutir los fundamentos de esta afirmación, pues es errónea a la luz de los datos estadísticos disponibles. Resulta mucho más interesante analizar las razones políticas que llevan a Berni a formular semejantes declaraciones.

Ante todo, hay que tener en cuenta que si Berni dice lo que dice es porque la presidenta Cristina Fernández lo avala. En el gobierno kirchnerista, el margen de autonomía de los funcionarios es muy acotado, y resulta difícil pensar que un Secretario de Estado como es Berni salga a hacer declaraciones a la prensa sin haber consultado a Cristina. En otras palabras, es lícito suponer que Cristina habla por boca de Berni.

El discurso de Cristina – Berni llama la atención porque marca un quiebre respecto a los argumentos defendidos por el kirchnerismo durante su década de gobierno. Este quiebre no cae como rayo en cielo sereno, sino que se ha ido profundizando a lo largo de este año, al compás del desenvolvimiento de la crisis económica. Desde el 2003 el discurso kirchnerista tuvo como uno de sus ejes la idea de que el delito obedecía a causas sociales, y que había que intervenir sobre esas causas para prevenirlo y/o disminuir su incidencia. Es verdad que entre el discurso y la realidad hubo siempre una gran distancia (no podemos dejar de recordar que el “gatillo fácil” de las fuerzas de seguridad es una práctica habitual, así como también la tortura en comisarías y prisiones), pero el discurso servía para que el kirchnerismo se ubicara en el terreno del progresismo.

Cristina - Berni, con brutalidad calculada, corta todo contacto con el discurso mencionado en el párrafo anterior y pasa a considerar al delito como el producto de individuos inadaptados, que atacan a la sociedad. Como no podía ser de otro modo (Argentina “es un país de buena gente”, reza una propaganda oficial), la culpa del delito la tienen los extranjeros. No importa que esta afirmación contradiga los datos disponibles, lo importante para Cristina – Berni es cargar con la responsabilidad a los extranjeros (latinoamericanos).
Al responsabilizar a los extranjeros (latinoamericanos), Cristina – Berni efectúa una segunda ruptura con su discurso anterior. Hasta ahora, el kirchnerismo se reivindicaba a sí mismo como defensor de la Patria Grande latinoamericana. Al arremeter contra los extranjeros (latinoamericanos) como fuente del delito, Cristina – Berni destruye la noción misma de Patria Grande y de hermandad latinoamericana. A partir de ahora, tenemos que atrincherarnos contra la delincuencia proveniente de los países latinoamericanos. Es difícil exagerar la importancia de este quiebre, que aproxima al kirchnerismo a las capas medias que exigen seguridad a cualquier precio.

Pero Cristina – Berni efectúa otro quiebre, más sutil, en el universo discursivo del kirchnerismo. En los últimos meses, Cristina Fernández levantó la consigna de “Patria o Buitres”, como forma de expresar su negativa a negociar con los fondos buitres beneficiados con el fallo del juez Griesa. No es necesario aclarar que esta pelea era de cotillón, pues el kirchnerismo se ha definido a sí mismo como “pagador serial” de deuda externa. No obstante, la consigna tenía importancia para la militancia, en la medida en que fijaba un enemigo que podía ser entendido como tal por el progresismo. Ahora las cosas cambiaron abruptamente. Cristina – Berni deja de lado la consigna “Patria o Buitres” y nos propone “Patria o Extranjeros indeseables”. El enemigo ya no son los fondos buitres, son los latinoamericanos que vienen a delinquir.

Los cambios en el discurso kirchnerista obedecen a motivos más profundos que la personalidad de un funcionario como Berni. El modelo de acumulación implementado por el duhaldismo en 2002 y continuado por el kirchnerismo desde 2003 se encuentra agotado. Inflación, deterioro de los salarios, escalada del dólar, dificultades para hacer frente a los pagos de deuda externa y de las importaciones, son otros tantos indicadores de la bancarrota económica del gobierno. Como es lógico, la crisis genera conflicto social y limita la capacidad del gobierno para hacer concesiones que permitan desactivarlo y/o aislarlo.

La respuesta del kirchnerismo a la crisis pasa por el aumento de la represión al movimiento obrero (véase el caso de Lear la semana pasada) y por el ascenso del aparato de seguridad en el gobierno kirchnerista (los ejemplos más claros son Milani y Berni). Represión a las acciones organizadas del movimiento obrero y, a nivel individual, a los indeseables (sean estos jóvenes pobres, morochos, extranjeros, etc.).

Las crisis, al someter a prueba a un gobierno, dejan al descubierto su carácter de clase, pues éste se ve obligado a actuar sin poder maquillar su acción. En el caso del kirchnerismo, su declamado progresismo y su “revolución cultural” se han convertido en represión, xenofobia y apelación a los prejuicios más bajos.

“Pagadores seriales” frente al capital financiero internacional, los kirchneristas se muestran arrogantes al momento de cargar sobre los obreros, los pobres y los extranjeros. Como dice su slogan de campaña, “en la vida hay que elegir”. Queda claro qué eligió el kirchnerismo.




Villa del Parque, miércoles 29 de octubre de 2014

lunes, 27 de octubre de 2014

LA CLASE OBRERA EN MISERIA DE LA FILOSOFÍA DE MARX




Miseria de la filosofía (1847) (1) es una de las obras más importantes del período juvenil de Karl Marx (1818-1883). Representa, ante todo, una refutación minuciosa de las tesis defendidas por Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), quien gozaba de una enorme influencia entre los trabajadores franceses. Hice referencia en otro lugar a la crítica de las ideas de Proudhon por Marx. Aquí quiero concentrarme en el análisis marxista del desarrollo de la clase obrera, tal como aparece en el apartado V del capítulo segundo de la obra. (2) Cabe que indicar que se encuentran ideas semejantes en el primer apartado del Manifiesto Comunista.

Si dejamos de lado la crítica de las opiniones de Proudhon sobre los sindicatos (en el texto se habla siempre de “coaliciones”), el análisis de Marx gira en torno a dos ideas fundamentales.

La primera de ellas está formulada en el siguiente pasaje:

“La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que se conocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. (…) Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí.” (p. 141; el resaltado es mio).

La acumulación originaria (descripta en el capítulo 24 del Libro Primero de El capital) supone la expropiación de los medios de producción de campesinos y artesanos a manos de los capitalistas. La clase capitalista concentra los medios de producción; en virtud de ello, los trabajadores se ven obligados a venderse como asalariados para poder acceder a los bienes (aquí estos bienes asumen la forma de mercancías y deben comprarse en el mercado) que satisfacen sus necesidades. La acumulación originaria es la condición material decisiva para la formación de la clase obrera moderna; no obstante, sólo a partir de la Revolución Industrial y la consiguiente concentración de los trabajadores en las fábricas, puede hablarse de un proletariado en el sentido moderno del término. Esto es así por la concentración de los obreros en las fábricas. Por medio de este proceso, los trabajadores comienzan a percibir que tienen intereses comunes frente a los empresarios. Pero esto no significa que la clase obrera se haya constituido como clase política, independiente de la burguesía. Es por ello que dice que no se trata todavía de una clase para sí. En esta etapa, y aunque no esté dicho expresamente en el texto, la clase obrera es una clase en sí, es decir, un conjunto de individuos que comparten condiciones de vida comunes frente a la clase capitalista y que luchan contra ésta en torno al salario.

En la etapa de clase en sí, los trabajadores poseen conciencia de tener intereses comunes frente a la burguesía, pero esa conciencia no va más allá de pugnar por obtener mejores condiciones de venta de la fuerza de trabajo. En el fondo, este estadio de la conciencia obrera es el que corresponde al sindicalismo en tanto aparato ideológico del Estado (para usar la denominación acuñada por Louis Althusser). Los sindicatos no cuestionan el régimen social capitalista, sino que quieren mejorar la posición de la clase obrera dentro de éste.

La segunda de las ideas centrales del texto es la siguiente:

“En la lucha (…) esta masa [de los trabajadores] se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.” (p. 141; el resaltado es mío).

Marx afirma que la clase obrera completa su desarrollo en la medida en que concibe como lucha política a su enfrentamiento con la burguesía. En otras palabras, la clase obrera se constituye en clase para sí cuando adquiere conciencia de que la única forma de dar respuesta a sus problemas radica en desplazar a la burguesía como clase dominante en la sociedad. Los sindicatos, ya sean éstos por fábrica, por localidad, por rama de producción, las federaciones de sindicatos, las confederaciones nacionales, no superan el nivel de los intereses corporativos de la clase obrera. Los sindicatos, en la medida en que acepten su condición de organismos que procuran reducir la competencia al interior de la clase trabajadora, no representan ningún desafío para la dominación capitalista. Por el contrario, y como lo demuestra la experiencia histórica, pueden coexistir perfectamente con la burguesía y las relaciones sociales capitalistas.

La clase obrera sólo puede imponerse a la burguesía en la medida en que conciba sus relaciones con ésta en términos de lucha de clase contra clase, es decir, como lucha política de la clase obrera en contra de la clase capitalista. De este modo supera el aislamiento generado por las relaciones sociales capitalistas, que generan el efecto consistente en que los trabajadores conciben sus problemas como problemas aislados, propios del individuo como tal o de una empresa en particular.

La emancipación de la clase trabajadora es producto de la interacción entre los elementos estructurales (la conformación de la clase obrera en el marco de un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas) y la lucha de la clase obrera contra los capitalistas.

En el párrafo siguiente, Marx destaca el papel del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, el momento estructural:

“La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la sociedad.” (p. 142; el resaltado es mío).

Este argumento reaparece en obras posteriores, como el “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política (1859). No debe interpretarse como si el desarrollo de las fuerzas productivas fuera del motor del proceso histórico, en tanto que la lucha de clases ocupa un lugar completamente subordinado. De ningún modo. La inclusión de la clase revolucionaria entre las fuerzas productivas muestra que Marx tiene presente una dialéctica entre fuerzas productivas y lucha de clases, una interacción permanente que no puede reducirse a una lógica polar (en la que uno de los polos de la relación ocupa el lugar determinante). Marx señala explícitamente la relación entre cambio tecnológico y lucha de clases:

“En Inglaterra, las huelgas han servido constantemente de motivo para inventar y aplicar nuevas máquinas. Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebelión de los obreros calificados.” (p. 137).

Lejos de ser un terreno aséptico, la tecnología es parte de la lucha de clases entre capital y trabajo. En vez de un esquema en el que alguno de los dos polos (fuerzas productivas – lucha de clases) determina el desarrollo del otro, Marx nos propone centrarnos en la relación, pues es allí donde se constituyen los polos. Dicho de otro modo, la tecnología asume sus características a partir del estado de la lucha de clases, y esta última se encuentra condicionada por el nivel de desarrollo y por el carácter de la tecnología.

Para concluir, Marx concluye el apartado (y el libro) con la afirmación de que la clase obrera es la única clase revolucionaria en la sociedad capitalista. Esto significa que la clase trabajadora es el núcleo fundamental de todo proyecto político que se proponga reemplazar al capitalismo por el socialismo. No es una mera convicción o una expresión de deseos, sino que es una conclusión que se desprende de la posición que ocupa el proletariado en la sociedad capitalista. Esto remite, por supuesto, a la centralidad del proceso de producción como articulador de las relaciones sociales.

Villa del Parque, lunes 27 de octubre de 2014




NOTAS:

(1)  Las citas de la obra están tomadas de la traducción española realizada por los rusos de la Editorial Progreso: Marx, Karl. (1981). [1° edición: 1847]. Miseria de la Filosofia: Respuesta a la Filosofía de la Miseria del señor Proudhon. Moscú: Progreso.


(2)  El apartado se titula “Las huelgas y las coaliciones de los obreros”.

domingo, 26 de octubre de 2014

LA CLASE OBRERA EN EL MANIFIESTO COMUNISTA




La burguesía, la clase que controla los medios de producción en el capitalismo, tiende a pensar que toda la organización social gira en torno de sus decisiones. Si hay producción, intercambio, distribución, es gracias a los esfuerzos de los señores empresarios, quienes son capaces de manipular tanto a la materia inerte como a los trabajadores. Así, materias primas, herramientas y obreros se mueven al compás de las decisiones empresariales.

La visión que la burguesía desarrolla sobre sí misma tiene poco que ver con la realidad. La burguesía es en la medida en que existe la clase obrera. La relación entre ambas clases es la que determina los rasgos centrales del capitalismo. De ahí la importancia de una comprensión adecuada de la relación entre las dos clases principales de la sociedad moderna.

En la actualidad, los conceptos de clase y lucha de clases, así como también el de capitalismo, ocupan un lugar relativamente marginal en la enseñanza académica. En el momento en que existe la mayor cantidad de asalariados de la historia, resulta paradójico que el trabajo, la producción y la lucha de clases se vuelvan invisibles para el mundo académico (afirmación tajante que, por supuesto, admite excepciones).

De ahí la necesidad de volver una y otra vez a los clásicos, quienes nos hablan con un desparpajo del que carecen los autores de papers. El clásico de los clásicos para el examen de la relación capital – trabajo es, sin lugar a dudas, el Manifiesto Comunista, texto que tiene la enorme ventaja de no haber sido escrito para un público universitario sino para los trabajadores. (1)

En el Manifiesto, la relación entre burgueses y trabajadores es descripta, fundamentalmente, en el primer apartado, que lleva precisamente por título “Burgueses y proletarios”. Allí, luego de caracterizar a la historia humana como “historia de la lucha de clases” (p. 81), Marx y Engels se dedican a esbozar el desarrollo de la burguesía y su contribución a la expansión de las fuerzas productivas. No es este el lugar para referirse a dicho esbozo, basta con indicar que contiene uno de los mayores elogios jamás escritos del papel revolucionario de la burguesía.

En este artículo prefiero ocuparme del análisis de la constitución de la clase obrera, pues permite comprender mejor los límites de la dominación de la burguesía y emprender la tarea de desnaturalizar las relaciones sociales capitalistas.

Marx y Engels comienzan planteando que el desarrollo de la clase obrera no puede separarse del de la clase capitalista:

“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta e incrementa el capital.” (p. 89-90).

Esta afirmación es fundamental, pues implica que la clase obrera no es una esencia inalterable, un ente abstracto que permanece igual a sí mismo, sino que se constituye permanentemente al compás de su relación con la burguesía. Más claro, la clase obrera nunca permanece igual a sí misma, sino que se encuentra en estado de perpetua transformación, condicionado por su relación con la clase capitalista. En este punto, Marx y Engels aplican al terreno del estudio de la clase obrera el principio enunciado en las Tesis sobre Feuerbach, donde Marx sostuvo que “la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.” (2) Por tanto, la clase obrera es el conjunto de sus relaciones sociales, lo cual significa, ante todo, de sus relaciones con la burguesía. El enfoque relacional de Marx resulta más adecuado para captar en toda su complejidad la cambiante realidad de las clases sociales. Además, este enfoque desafía a los planteos que postulan la aplicación de recetas políticas válidas para todos los tiempos y lugares.

Marx y Engels analizan en dos niveles el desarrollo de la clase obrera. Uno de ellos es el nivel que podemos denominar estructural, en el que estudian la situación de la clase a partir de las modificaciones de las fuerzas productivas. Este es el momento de la clase ensí, siguiendo la terminología empleada en Miseria de la Filosofía.

En el nivel estructural, la clase obrera posee las siguientes características:

a)    Es una mercancía: “el obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia [competencia], a todas las fluctuaciones del mercado.” (p. 90).

b)    Está sujeto al ritmo de la maquinaria (que no es otra cosa que el ritmo de trabajo impuesto por la burguesía), es decir, que ve recortada constantemente su capacidad de controlar (aunque sea mínimamente) el proceso productivo: “La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje.” (p. 90).

c)    Está sometido a una disciplina militar: “Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. (…) No son solo siervos [los obreros] de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica.” (p. 90-91). Califican de despotismo al régimen imperante en el proceso de producción capitalista.

d)    La búsqueda de ganancias por la burguesía, sumada a la creciente simplicidad de las tareas productivas, hacen que pasen a formar parte de la clase hombres y mujeres de todas las edades, incluidos niños. “Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del costo.” (p. 91).

e)    Las sucesivas crisis y los efectos de la competencia entre capitalistas determinan que la clase obrera se vea engrosada constantemente por elementos provenientes de otros grupos sociales. “Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.” (p. 91).

El segundo nivel de análisis es el político, es decir, la relación de lucha entre la clase trabajadora y la burguesía. Si más arriba hablamos de clase en sí, aquí corresponde hablar de clase para sí. Desde el vamos, queda claro que la clase obrera es un sujeto que jamás permanece quieto e inalterable:
“El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.” (p. 91).

La lucha de los trabajadores contra los capitalistas comienza en el mismo origen de la clase obrera; consecuencia del carácter irreconciliable del antagonismo entre capital y trabajo. En principio es el trabajador aislado contra el empresario, pero la tendencia general es a la reunión de la clase obrera en masas cada vez más numerosas.

En este punto hay que referirse a una cuestión fundamental. Marx y Engels sostienen que, inicialmente, la clase obrera va a remolque de la burguesía, que la utiliza como una especie de masa de maniobra para alcanzar sus objetivos políticos:

“En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de la propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento – cosa que todavía logra – a todo el proletariado.” (p. 92).

Sólo a partir de la expansión de la gran industria, de las grandes fábricas, se desarrolla la conciencia política de los trabajadores y comienzan a actuar con independencia de la burguesía:

“El desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.” (p. 92-93).

De los dos pasajes que acabamos de citar se desprende que la conciencia de la clase obrera depende de la mayor o menor concentración de trabajadores en las fábricas, es decir, es producto en última instancia del desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Esto puede llevar a creer que la conciencia de clase es algo que se genera automáticamente a partir de los vaivenes de la gran industria. Pero la conciencia de clase no es un mero residuo de la centralización del capital, sino algo mucho más complejo. En este sentido, cabe decir que el enfoque adoptado por Marx y Engels en estos pasajes resulta unilateral. La respuesta al problema está, sin embargo, en el texto mismo. La conciencia de clase es el resultado de un proceso complejo, que incluye tanto el nivel estructural como el político. En última instancia, la conciencia de clase tiene mucho más que ver con la relación de lucha entre capital y trabajo. Dicho más claro, a partir de una base estructural (de una estructura x de la industria), la conciencia de clase es el resultado de la lucha entre empresarios y trabajadores.

Lo anterior aparece expresado en el siguiente pasaje:

“Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran burguesía y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política.” (p. 93; el resaltado es mío).

La lucha de clases es una lucha política porque la clase trabajadora desafía la dominación de la burguesía. Esto no puede darse de manera exitosa en una empresa aislada, sino que debe abarcar la totalidad del país, dado que la burguesía controla el conjunto del aparato productivo y el Estado. Ahora bien, el trabajoso pasaje de las luchas aisladas a la lucha de una clase obrera unificada o es de ningún modo lineal y está sujeto a constantes retrocesos y derrotas.

Marx y Engels sostienen que la lucha de la clase obrera sólo puede ser exitosa en la medida en que se organice políticamente de manera autónoma.
“Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.” (p. 93).

La organización política de los trabajadores, que los pone a resguardo de  ser tentados por la pequeña burguesía (por ejemplo, la propuesta de un capitalismo “ordenado” frente al capitalismo “salvaje”), es el bien más preciado con que puede contar la clase trabajadora. Pero esta autonomía no surge automáticamente de las condiciones de la producción capitalista, sino que requiere de una laboriosa construcción.

Marx y Engels rematan su análisis destacando que la clase obrera es la única clase revolucionaria de la sociedad capitalista:

“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.” (p. 95).

“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (p. 96).

La afirmación de que los trabajadores son la única clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad moderna no es una mera expresión de deseos; lo es en la medida en que genera la riqueza de esa sociedad y, por ende, el poder de los capitalistas. La rebelión de la clase trabadora, el negarse a seguir produciendo para el capital, es el desafío más potente al que se enfrenta la burguesía. Esa rebelión es la única que puede poner en cuestión los pilares de la dominación burguesa, en primer lugar, la propiedad privada de los medios de producción y el consiguiente control de las relaciones de producción.

Por último, y si bien la cuestión excede los límites de este artículo, la reafirmación de la clase trabajadora como la única clase que contiene en potencia la capacidad para transformar al capitalismo en otra forma de organización social, cobra una importancia primordial en estos días, cuando muchos intelectuales progresistas y nacionalistas de izquierda sostienen que la burguesía nacional y las masas populares son el sujeto capaz de cambiar las relaciones de poder existentes en la sociedad. Estos intelectuales, que reniegan de la revolución, del socialismo y de la lucha de clases, procuran demostrar que el capitalismo es la única forma posible de organización social, y que de lo que se trata es de mejorarlo, corregir los abusos. Para ello es preciso contar con el apoyo de la burguesía y de las clases medias. Por ello, poner en el centro de la discusión política el papel central de la producción, de los trabajadores y de la lucha de clases, permite refutar los argumentos de estos intelectuales.


Villa del Parque, domingo 26 de octubre de 2014

NOTAS:

(1)  Para las citas del Manifiesto utilizo la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (2008). [1° edición: 1848]. El Manifiesto Comunista. Buenos Aires: Libertador.

(2)  Cito las Tesis en la edición incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago. (pp. 665-668). El texto transcripto forma parte de la tesis n° 6.

lunes, 20 de octubre de 2014

MARIANO FERREYRA

Escribí este artículo el 22 de octubre de 2010, dos días después del asesinato de Mariano Ferreyra. En esa época, estaba muy lejos del Partido Obrero (PO) y no tenía ningún tipo de militancia, ni orgánica ni inorgánica. El asesinato de Mariano me conmovió de un modo que no puedo expresar con palabras. El artículo mencionado fue un intento de poner por escrito mis ideas sobre la cuestión y de sacar afuera toda la bronca contenida. Hoy, siendo como soy un novel militante del PO, no encontré nada mejor que este texto para recordar el asesinato de Mariano, y dar cuenta de parte de las razones que con el tiempo me llevaron a ingresar al PO. El rol político de la tercerización y la precarización laboral y la necesidad de organización política autónoma de los trabajadores son los temas centrales del artículo. Cabe recordar que la precarización laboral se ha intensificado, a punto tal de provocar la denuncia de la OIT, y que la burocracia sindical ha incrementado sus esfuerzos para perseguir y expulsar de las fábricas a los delegados de la izquierda clasista.

Anteayer, Mariano Ferreyra, 23 años, estudiante, militante del PO, fue asesinado por una patota que responde a la dirección de la Unión Ferroviaria, sindicato liderado por José Pedraza. En el episodio, al que hay que calificar directamente de emboscada efectuada por hombres armados contra un grupo de manifestantes inermes, otras dos personas resultaron heridas de bala, una de ellas de gravedad. No es este el lugar para analizar la cuestión de los responsables directos, si hubo o no "zona liberada" de parte de la policía (tanto de la Bonaerense como de la Federal), etc., etc. y una larga fila de etcéteras. En cambio, creo que es más conveniente realizar algunas reflexiones tendientes a ubicar los hechos en el contexto general de la situación de los trabajadores en Argentina.

Mariano fue asesinado por su participación en una movilización de los trabajadores tercerizados del Ferrocarril Roca, que exigían su reincorporación a la empresa.

¿En qué consiste la tercerización?

En que una empresa deja de cubrir una parte del proceso productivo (o de los servicios que ofrece) con trabajadores "propios", y acuerda con otra empresa que esta última sea la que lleve adelante dichas tareas. Como es de público conocimiento, todo esta operación redunda en un achicamiento de los costos de las empresas y en un deterioro de las condiciones laborales de los trabajadores. En este sentido, la tercerización forma parte de la flexibilización laboral implantada durante la década de 1990. La condición del trabajador de las empresas que prestan los servicios tercerizados suele ser peor que la de los trabajadores de las empresas que requieren la tercerización de servicios. Toda la situación se resume en una sola palabra: MIEDO. La tercerización genera miedo al despido, miedo a la baja de los salarios, miedo a no tener obra social, miedo ante todo lo humano y lo divino. Es justamente en una sociedad capitalista en la que no debe subestimarse el papel que juega el miedo en el disciplinamiento y la domesticación de las personas.

La movilización de la que participó Ferreyra encarna el principal instrumento con el que los trabajadores han respondido históricamente al miedo: la ORGANIZACIÓN. Cuando los trabajadores dejan de mirar a sus compañeros como rivales en la cola para conseguir un puesto de trabajo y pasan a considerarlos como compañeros que padecen los mismos problemas, los empresarios sufren su primera derrota. Organizarse significa perder el miedo a los mecanismos impersonales del capital, y es por eso que nada preocupa tanto a los capitalistas como la organización de los trabajadores. De ahí su odio atávico hacia los sindicatos, más allá de que hagan buenos negocios con ellos y de que los utilicen para cerrarle el camino a los que quieren modificar de raíz el sistema capitalista. Los empresarios, cuyo instinto de clase está hiperdesarrollado, detestan todo aquello que huela a organización de los trabajadores.

La patota que asesinó a Mariano e hirió a sus compañeros sabía lo que hacía. No se trata de un acto de violencia irracional. Atacar a los trabajadores que se organizan, sembrar el miedo, es jugar para el lado de los que quieren que los obreros sean máquinas útiles para producir ganancias. En estos días, los grandes medios de comunicación hablaron de la burocracia sindical, de las patotas al servicio de los sindicatos, de los dirigentes que se enriquecen a costa de los trabajadores. Sin embargo, nada han dicho sobre la flexibilización laboral, sobre la tercerización como práctica común de los empleadores, sobre la precarización de las condiciones laborales, que son la fuente de las ganancias de los empresarios y las herramientas que crean un clima de "seguridad" para el capital. Frente a estos hechos, hasta CLARÍN, en plena guerra contra el gobierno, puede pretender sacar de "progresista" entrevistando a militantes del PO y criticando la falta de democracia en los sindicatos. Pero está condenado, por su posición de clase, a no decir una palabra sobre esas condiciones sociales que permiten (y precisan de) la existencia de patotas.

La reactivación económica argentina, desde 2002 en adelante, se ha llevado adelante sin modificar las relaciones de poder en el ámbito laboral. Luego de varios años de fuerte crecimiento, la legislación laboral sigue siendo la heredada de la flexibilización de los '90, una parte importante de los trabajadores están precarizados y/o realizan sus labores "en negro", y no se han registrado avances en la democratización de las organizaciones sindicales. Esta estructura de poder en la fábrica, en la oficina, en los comercios, en cada puesto de trabajo, es el núcleo duro de la desigualdad en Argentina y constituye la base de sustentación de los "monopolios". Más allá de lo discursivo, el gobierno de los Kirchner nunca ha dado un paso para modificar esta situación.

Los líderes de la oposición" no tienen, por su parte, ningún interés en modificar el núcleo duro del poder en la Argentina. Por el contrario, su discurso propone tanto la aplicación de la "mano dura" a las movilizaciones populares como el avance sobre los sindicatos, con el objetivo de recortarles cualquier atribución que entorpezca el libre funcionamiento del capital. Su política  coincide con la del kirchnerismo en que ambos promueven el aumento de la precarización, la tercerización y el trabajo "en negro". En pocas palabras, gobierno y "oposición" se apoya en el miedo como principal elemento de persuasión política.

El asesinato de Mariano  es un punto de inflexión en la política argentina. El gobierno de los Kirchner está obligado, así sea por consideraciones de sobrevivencia política, a impulsar la investigación de los hechos hasta sus últimas consecuencias. Su declamado progresismo está en juego en esta cuestión. Si la investigación se diluye y no se llega hasta los responsables de haber organizado la emboscada, la burocracia sindical y sus patotas se sentirán con pleno derecho para seguir asesinando a militantes de izquierda, en una reedición moderna de la vieja Triple A.

En política, y esto es todavía más válido cuando se trata de política hecha desde y en favor de los sectores populares, lo único que cuenta es la organización. Sólo por medio de la organización la lucha se vuelve efectiva y puede transformar esta realidad en que vivimos. Sólo por medio de la organización de los trabajadores es posible revertir la precarización, la tercerización y la flexibilización laboral. En el límite, la unión de los trabajadores es la que permite pensar en la posibilidad de una realidad diferente, en la que el poder deje de estar en manos de los empresarios. Para lograr esta unión es preciso vencer el miedo, trabajar con paciencia y tener en claro que las derechos son duraderos en la medida en que se conquistan por la propia lucha y no cuando se obtienen por una concesión graciosa del gobierno de turno. Sólo de este modo podremos estar a la altura de Mariano Ferreyra, que fue consecuente hasta el final con sus ideas.


Villa del Parque, lunes 20 de octubre de 2014