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sábado, 10 de agosto de 2024

LA ANOMALÍA IRREDUCTIBLE: EL NACIONALISMO SEGÚN BENEDICT ANDERSON

 

Un joven Benedict Anderson

 

El presente texto es una ficha de lectura sobre un libro de Benedict Anderson (1936-2015). Escribo “un texto” y enseguida advierto que se trata de una expresión que le baja el precio a la obra maestra de Anderson. Comunidades imaginadas, cuya primera edición data de 1983, constituye una lectura ineludible para todas las personas interesadas en comprender el nacionalismo contemporáneo. Y no sólo eso, Anderson analiza el capitalismo desde una óptica cercana al marxismo. Esto último agrega interés a su trabajo, porque el nacionalismo representó siempre una espina en el talón para la teoría de Marx.

La propuesta desarrollada en el libro puede resumirse así: frente a la carencia de una teoría del nacionalismo, el autor se propone desarrollar una interpretación de la “anomalía” del nacionalismo. Esto tiene el doble mérito de atreverse a abordar una cuestión problemática y de encarar un objeto de estudio general, sin claudicar a los micro estudios de moda en las ciencias sociales.

La ficha está dedicada a la introducción, por cierto muy breve, de la obra. Ojalá sirva para despertar el interés en la lectura de la obra completa.

Referencia para las y los amantes de los libros:

Las citas textuales de esta ficha están tomadas de la edición española: Anderson, B. (1993). Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (Colección Popular; 498). Traducción de Eduardo L. Suárez.

1° edición: Imagined Communities: Reflections on the Origin and the Spread of Nationalism. Londres, UK: Verso, 1983.

Datos para personas ávidas del chisme:

Benedict Richard O’Gorman Anderson, tal es su nombre completo, nació en Kunming (China), de padre irlandés y madre inglesa. Fue el hermano mayor de Perry Anderson.


Introducción (pp. 17-25)

El texto tiene dos disparadores: la invasión y ocupación de Camboya por Vietnam (diciembre 1978 - enero 1979) y la incursión china sobre Vietnam (febrero de 1979). El primero de esos sucesos fue “ la primera guerra convencional en gran escala librada entre regímenes marxistas revolucionarios” (p. 17) [1]

Para Anderson, estos sucesos representan una transformación fundamental en la historia del marxismo y de los movimientos marxistas. La práctica demostró, a despecho de la teoría, que podía estallar un conflicto bélico entre regímenes marxistas. [2]

El hecho es que desde 1945 todas las revoluciones triunfantes se definieron en términos nacionales. El historiador Eric Hobsbawm (1917-2012) afirmó que los movimientos y los Estados marxistas se volvieron nacionales y, más aún, nacionalistas. Pero la tendencia excede al marxismo: las Naciones Unidas admiten cada vez más Estados e incluso en los Estados ya constituidos aparecen sub nacionalismos que los desafían.

El fin del nacionalismo no se verificó. Por el contrario, “la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo” (p. 19) [3]

La existencia práctica del nacionalismo va muy por delante de su explicación teórica. “En contraste con la influencia inmensa que el nacionalismo ha ejercido sobre el mundo moderno, una teoría verosímil acerca del nacionalismo es claramente escasa.” (p. 19) Esta carencia ha sido especialmente significativa en el marxismo: “Sería más correcto afirmar que el nacionalismo ha sido una anomalía incómoda para la teoría marxista y que, precisamente por esa razón, se ha eludido. en gran medida, antes que confrontado.” (p. 20) 

Así, por ejemplo, no se justificó teóricamente el uso del término burguesía nacional, ni se explicó porque la burguesía, clase mundial desde el punto de vista de las relaciones de producción, se hallaba segmentada en espacios nacionales. 

Anderson se propone el objetivo de realizar una interpretación “satisfactoria” de la anomalía representada por el nacionalismo. Para ello comienza afirmando que tanto la nacionalidad como el nacionalismo son “artefactos culturales de una clase particular” (p. 21) La creación de esos artefactos se verificó a fines del siglo XVIII: 

“Fue la destilación espontánea de un cruce complejo de fuerzas históricas discretas; pero que, una vez creados, se volvieron modulares, capaces de ser trasplantados, con grados variables de autoconciencia, a una gran diversidad de terrenos sociales, de mezclarse con una diversidad correspondientemente amplia de constelaciones políticas e ideológicas.” (p. 21)

Los teóricos del nacionalismo se enfrentaron con tres paradojas: a) la modernidad objetiva de las naciones para el historiador frente a su antigüedad subjetiva para los nacionalistas; b) la universalidad formal de la nacionalidad como concepto socio-cultural frente a la particularidad irremediable de sus manifestaciones concretas; c) el poder político de los nacionalismos frente a su pobreza e incoherencia filosóficas.

Anderson propone la siguiente definición de nación: “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana.” (p. 23)

A continuación analiza los cuatro elementos de esa definición:

a) Imaginada = Los habitantes de una nación, por más pequeña que sea, no conocerán jamás a todos sus compatriotas; sin embargo, “en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (p. 23).

Todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales de contacto directo son imaginadas. Por ende, no existen comunidades verdaderas o falsas; lo que distingue a las comunidades es el estilo con el que son imaginadas.

b) Limitada = Incluso las mayores de ellas, con 1400 millones de habitantes (China, India), se encuentran con que más allá de sus fronteras hay otras naciones. Ninguna nación es la humanidad

c) Soberana = la garantía de esa soberanía es el Estado soberano. Hay que tener en cuenta que el concepto de nación surgió cuando la filosofía de la Ilustración y la Revolución Francesa habían destruido la legitimidad divina del reino dinástico ordenado.

d) Comunidad = la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal, con independencia del grado de explotación y de desigualdad que haya en su interior.

Aquí culmina la introducción. La mesa está servida para que los lectores se adentren en el libro. ¡Bon appetit!

Balvanera, sábado 10 de agosto de 2024


NOTAS:

[1] Calificar al régimen de Pol Pot (1925-1996) como “marxista revolucionario” es a nuestro juicio un error. Sin embargo, no ignoramos que el sentido común de nuestra época adosa el adjetivo de “marxista” a todos los regímenes que se proclamaron “socialistas” a lo largo de los siglos XX y XXI. El movimiento socialista (lo que queda de él) se debe una crítica profunda de los regímenes del “socialismo real” del siglo pasado. Aquí sólo podemos mencionar esa carencia.

[2] Insiste en lo expuesto en la nota 1. Los regímenes socialistas del siglo XX no pueden ser calificados sin más de “marxistas”, entre otras cosas porque es absurdo decir que las realizaciones de esos regímenes consistieron en “poner en práctica” la “teoría” de Marx. Ninguna teoría es tan poderosa, salvo que pensemos que las ideas hacen literalmente la historia.

[3] No se trata únicamente de las predicciones erróneas realizadas por el marxismo. En el período que siguió a la caída de la URSS los teóricos del liberalismo proclamaron el “fin de la historia” y la progresiva desaparición de los Estados, que se volverían innecesarios en el marco de la globalización. En 2024 podemos dar cuenta del desacierto de los pronósticos liberales sobre el fin de los Estados y del nacionalismo.

domingo, 4 de agosto de 2024

GIDDENS Y EL MITO DEL CISMA: APUNTES PARA LA CRÍTICA DEL MARXISMO Y EL ESTRUCTURAL-FUNCIONALISMO

 


 

El sociólogo británico Anthony Giddens (n. 1938) es un viejo conocido de este blog. Por ende, no necesita presentación. Hoy publicamos una ficha de lectura sobre una parte de su libro Profiles and Critiques in Social Theory, (Londres, MacMillan Press, 1982) [1]. De este modo, continuamos la publicación de materiales sobre la historia de la sociología. Estamos en una época de profundas transformaciones, ¡qué duda cabe! Por ello nos encontramos obligados a revisar cada una de las herramientas conceptuales con que analizamos nuestra angustiante realidad actual. Aplicar la duda (tal como nos enseñó el viejo René) siempre es provechoso.


El mito del cismo y su crítica

La expresión mito del cisma fue acuñada por Giddens y hace referencia a los debates en torno a la teoría del orden social, formulada por el sociólogo estadounidense Talcott Parsons (1902-1979) en su obra El sistema social [The Social System] (1951). El cisma se establece entre quienes “asumen una visión consensual/conservadora de esa teoría del orden y aquellas que lo analizan en términos de crítica y dominación” (p. 1).

Giddens no adopta ninguna de las dos posiciones mencionadas en el párrafo precedente; por el contrario, desarrolla una crítica del mito centrada en dos cuestiones principales:

En primer lugar, sostiene que el mito perpetúa la manera ambigua en que Parsons concibe la noción de orden: 1) orden como la antítesis de aleatoriedad o azar (lo incomprensible); 2) orden como el proceso que se realiza según patrones establecidos por el sistema normativo (integración normativa o consenso). Se trata de nociones diferentes, pero Parsons considera que ambas definiciones pueden ser tratadas como una y la misma. La primera formulación de orden contiene la tarea de la teoría social en general (aportar inteligibilidad a la compresión de la sociedad); la segunda formulación, en cambio, es una interpretación especial de la tarea de la teoría social.

En segundo lugar, Giddens sostiene que los sociólogos enrolados en el mito plantean de manera insatisfactoria la distinción entre “estructural-funcionalismo” y “marxismo”. Esto es así porque presentan una caricatura del segundo, al que imagina concentrado en los temas del “conflicto” (a diferencia del estructural-funcionalismo, que aparece centrado en el “orden”). Pero:

“Es bastante equivocado sugerir que Marx no estaba preocupado por el consenso normativo, aunque por supuesto le desagradara ese término específico. Los «valores comunes» aparecen en la teoría marxista bajo la forma de «ideología», y lo que diferencia el último concepto del primero no puede entenderse sin referencia a otros conceptos integrales al marxismo: a saber, los de modos de producción e interés de clase.” (p. 2)

En base a lo anterior, Giddens concluye que “la idea del cisma es estéril y debe ser abandonada”. En cambio, propone tomar como punto de partida la idea de que el orden es la noción clave de la sociología, y que debe ser complementado con un análisis que lleve el conflicto y el cambio al centro de la escena. Esto obliga a discutir la tesis del carácter intrínsecamente conservador de la sociología, y su contrapartida, la “sociología radical” [2].

El estructural-funcionalismo y la teoría de la sociedad industrial

En este punto, el sociólogo británico señala las líneas de contacto entre el estructural-funcionalismo y su correlato, la teoría de la sociedad industrial, a la que describe del siguiente modo:

“El contraste fundamental en el mundo moderno es (...) entre una sociedad tradicional, agraria, normalmente basada en la dominación por parte de elites que son propietarias de la tierra, establecida por la religión, aunque en realidad a menudo derivada del poder militar y coordinada con un estado autoritario; y sociedades industriales, urbanas, fluidas y «meritocráticas» en su estructura, caracterizadas por la difusión del poder entre élites competitivas, donde la solidaridad social se basa en transacciones de intercambio seculares en lugar de sobre una ética religiosa o un poder militar coercitivo, y en las que el gobierno se transforma en un estado democrático de masas. La teoría de la sociedad industrial reconoce el fenómeno del conflicto de clase, pero sostiene que es característica de una fase de transición en el surgimiento del industrialismo a partir de la sociedad tradicional y que es superado (léase «regulado» o «institucionalizado») cuándo el orden industrial alcanza su madurez.” (pp. 3-4)

La teoría de la sociedad industrial tiene como corolario la elaboración de una tipología dicotómica de las formas de organización social: “estatus” vs. “contrato”; “solidaridad mecánica” vs. “solidaridad orgánica”; “Gemeinschaft” vs. “Gesellschaft”, etc.

Para Giddens es preciso abandona la teoría de la sociedad industrial, pues ella alude a una realidad social que ya no existe (las sociedades del siglo XIX y principios del siglo XX, centradas en las tensiones entre los centros urbanos-industriales y el movimiento centrífugo del interior rural). Pero también debe ser abandonada porque está construida en torno a ciertas características intelectuales propias del siglo XIX, entre las que destaca el sesgo antipolítico. Dicho sesgo plantea que la política se encuentra subordinada a las tendencias sociales y que, por tanto, debe explicarse en base a ellas [3].

Algunas propuestas para la sociología

Ahora bien, del supuesto de la impotencia de la política, compartido por el marxismo y el estructural-funcionalismo, se desprenden otros supuestos, que también deben ser discutidos:

1-El desarrollo social responde al despliegue de influencias endógenas en una sociedad dada (modelo endógeno en sociología). Este supuesto, arraigado en la sociología contemporánea, niega el hecho de que ninguna sociedad se encuentra aislada, y que los acontecimientos político-militares moldearon y moldean a las sociedades avanzadas [y a las no avanzadas también].

2-Las características de cualquier sociedad son gobernadas por su nivel de desarrollo económico o tecnológico.

3-Las sociedades económicamente avanzadas muestran a las demás sociedades la imagen de su propio futuro.

La ruptura con las “ideas caducas” del siglo XIX debe ser completa y requiere la formulación de un nuevo programa teórico y de investigación para la sociología, basado en las siguientes presuposiciones:

a-Eliminar la distinción entre sociología (estudio de la estructura social) y ciencia política (estudio del poder político). Una de las tareas centrales de la sociología consiste en crear una teoría del Estado moderno y sus implicancias para la teoría social.

b-Llegar a un acuerdo teórico con la comunidad internacional, que es una “comunidad global”: los conflictos de clase al interior de las sociedades capitalistas se han convertido en conflictos entre naciones ricas y naciones pobres.

c-Explorar las diferencias entre las sociedades y reconocer que existen diferentes caminos hacia el desarrollo industrial.

d-Dejar de construir teorías en base a casos únicos (Gran Bretaña en el siglo XIX; EE. UU. en el siglo XX). Hay que darle una oportunidad a la sociología comparativa de las sociedades avanzadas [y de las sociedades “no avanzadas” también].

 

Balvanera, domingo 4 de agosto de 2024


NOTAS:

[1] La traducción pertenece al sociólogo y profesor argentino Sebastián Pereyra. Se trata de un material de cátedra. La paginación utilizada en esta ficha corresponde a la de dicho material.

[2] “El propio marxismo siempre tuvo dificultades con su estatus epistemológico: esto es, hasta qué punto es una ciencia neutral y hasta qué punto es una teoría crítica vinculada con los intereses del movimiento obrero. Estas dificultades están seguramente implicadas en las ideales difusamente expresados de la «sociología radical». (p. 3)

[3] Giddens afirma que Marx cayó en este sesgo: “en los escritos de Marx, como en la teoría de la sociedad industrial, sólo existe una teoría rudimentaria y muy inadecuada del Estado, del poder militar, o de la anticipación del resurgimiento del nacionalismo que, no muchos años después de la muerte de Marx, fue la ruina de las esperanzas de una mancomunidad socialista internacional.” (p. 5)