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sábado, 17 de octubre de 2015

CIENCIAS SOCIALES Y REFORMISMO: APUNTES SOBRE LOS GRUNDRISSE



“A menudo la respuesta sólo puede consistir en la crítica del problema
 y la solución sólo puede encontrarse negando el problema mismo.”
Karl Marx

La burguesía piensa de manera fragmentada la sociedad. Basta con revisar una Guía del Estudiante para visualizar cómo concibe la clase dominante en el capitalismo a la organización social: la sociedad es un número de compartimentos separados unos de otros, cada uno de los cuales es estudiado por una ciencia social específica. El auge del individualismo refuerza esta reticencia de la burguesía hacia la totalidad social. Sólo en situaciones de crisis los intelectuales del capitalismo procuran remontarse a la totalidad (Ejemplos: Durkheim y Weber en la sociología clásica; Keynes en la teoría económica), pero aún en esos casos enfrentan la desconfianza de la mayoría de su clase. No es este el lugar para explicar dicha incapacidad de la burguesía; basta con indicar que la fragmentación le resulta útil al momento de eludir la cuestión de la explotación de los trabajadores, tal como veremos más adelante.

El caso de la clase trabajadora es diferente. Por supuesto, en épocas normales el grueso de los integrantes de la clase adopta el punto de vista de la burguesía. Así, los sindicatos se dedican a negociar el precio de venta de la fuerza de trabajo sin cuestionar el sistema social que genera la relación asalariada. Para hacerlo mejor es conveniente limitarse a pensar que los trabajadores cumplen una función particular en la sociedad (importante, necesaria, bla, bla, bla) y no mentar nada parecido a la explotación. Para este tipo de sindicalismo, la fragmentación de lo social es un bien preciado (también las teorías organicistas de la sociedad, pero eso es tema para otro artículo).

No obstante lo anterior, aún en épocas como la nuestra, en que la clase obrera se encuentra a la defensiva, una parte de los trabajadores se resiste a quedar encerrada en los límites del capitalismo. Eso los lleva a cuestionar las bases mismas de la organización capitalista (la propiedad privada de los medios de producción). Para poder hacerlo de manera consecuente requieren de una concepción de la totalidad social. Este es el punto de encuentro entre la política de los trabajadores y el marxismo en tanto teoría de la sociedad.

El Capital  (1867) es una obra esencialmente política. No hay nada novedoso en esta afirmación, pero resulta un tanto extraña en un tiempo en que la producción académica sobre temas sociales se caracteriza por banalizar todas las cuestiones. Fragmentación y banalización son las notas dominantes en las ciencias sociales. El Capital propone una visión completamente diferente de lo social, siendo su relación con las luchas de los trabajadores la clave para comprender esa diferencia. La aplicación del método dialéctico al análisis del proceso económico responde a la necesidad de construir una ciencia de la totalidad social, que supere los enfoques fragmentarios propios de las ciencias sociales. La lucha de la clase trabajadora contra el capitalismo requiere como condición la formulación de una teoría del capitalismo en tanto sistema. Dicha teoría permite la ruptura con los planteos reformistas, que se basan en desgajar tal o cual aspecto del sistema total que es el capitalismo, considerando que ese aspecto es responsable de todos los males del sistema. Por ejemplo, las críticas recurrentes a los bancos, a los que se achaca la culpa de las continuas crisis en el capitalismo contemporáneo, se basan en la mencionada concepción fragmentaria de lo social. Así, cada una de las propuestas de reformar al capitalismo parte de la hipótesis de que es posible separar ese aspecto que se debe reformar de su “conexión interna” con el sistema en su conjunto.

Una de las mejores críticas de Marx al reformismo se encuentra al comienzo de los Grundrisse (1857-1858) (1). Esta obra, un extenso manuscrito publicado recién en 1939-1941, puede ser considerada como una primera versión de El Capital. Fue escrita en medio de la crisis económica de 1857 que, a juicio de Marx, reactivaría al movimiento revolucionario europeo luego de las derrotas de 1848-1849. El pronóstico resultó fallido, pero Marx tuvo la oportunidad de desarrollar sistemáticamente su crítica de la economía política.

Los Grundrisse, si se deja de lado la introducción metodológica (conocida como Einleitung), comienzan con una crítica de un libro de Alfred Darimon sobre la reforma de los bancos (1856). Darimon era un seguidor de las ideas de Proudhon, autor éste con quien Marx seguía debatiendo desde la época de la Miseria de la filosofía (1847). Darimon no le llega ni a los talones, pero supo plantear de un modo claro el punto de vista proudhoniano sobre el tema bancario. Darimon afirma que el sistema bancario, con su política de promover la circulación de oro y plata, no favorece las necesidades de la circulación y constituye, por tanto, un freno a la economía. La solución pasa por la abolición del fondo en metal (oro y plata) y su reemplazo por billetes emitidos por el banco; esa reforma, sumada a la intervención de los bancos sobre la economía (favoreciendo el crédito, etc.), modificaría radicalmente las condiciones de producción.

Marx somete el planteo de Darimon a una crítica minuciosa. No obstante, el núcleo de su crítica no está en los detalles, sino en la refutación de la concepción que subyace a la propuesta de Darimon. El párrafo clave es el siguiente:

“Hemos llegado aquí al problema fundamental, que no tiene ya vinculación con el punto de partida. El problema, se dice, es de naturaleza general: ¿es posible revolucionar las relaciones de producción existentes y las relaciones de distribución a ellas correspondientes mediante una transformación del instrumento de circulación, es decir, transformando la organización de la circulación? Además: ¿es posible emprender una transformación tal de la circulación sin afectar las relaciones de producción y las relaciones sociales que reposan sobre ellas? Si toda transformación en tal sentido de la circulación requiriese a su vez como supuesto previo transformaciones de las otras condiciones de producción y sacudimientos sociales, es evidente que esto refutaría a priori tal doctrina, que propone realizar malabarismos en materia de circulación precisamente para evitar, por un lado, el carácter violento de las transformaciones, y por el otro, para hacer de estas transformaciones mismas no un supuesto, sino viceversa un resultado gradual de la transformación de la circulación. Bastaría la falsedad de esa premisa fundamental para demostrar una incomprensión igual de la conexión interna de las relaciones de producción, de distribución y de circulación.” (p. 45).

El eje del argumento reside en la noción de “conexión interna”. En ella confluyen la dialéctica como método de investigación y la política autónoma de la clase obrera. Como es sabido, Marx sostiene que el proceso de producción es la clave para comprender la organización social, pero dicho proceso es concebido como un conjunto de relaciones sociales y no como una combinación técnica de factores. El punto es fundamental. Si la producción es una combinación más o menos eficiente de factores (medios de producción, trabajo, etc.), se vuelve más sencillo abstraerla del resto de las condiciones sociales. Los medios de producción son “naturalmente” capital, sin que sea pertinente la pregunta de qué condiciones sociales se requieren para que funcionen como tal. De este modo, la propiedad queda excluida del proceso de producción; es, a lo sumo, una condición del mismo, que no se ve modificada por éste. El empresario es propietario de los medios de producción, esto lo faculta para dirigir el proceso, pero ahí termina el papel de la propiedad. El empresario dirige la organización de los factores, eligiendo el procedimiento más eficiente para producir y obtener ganancias. No existe otra relación entre propiedad y producción. Es, pues, una relación externa al proceso laboral. Lo mismo puede decirse respecto al Estado. Éste es el terreno fértil para fragmentar el objeto de la teoría social y para imaginar reformas que modifiquen los rasgos más atroces del capitalismo sin cambiar al sistema social. En este sentido puede afirmarse que las ciencias sociales son reformistas, pues se basan en la mentada fragmentación de la sociedad. Al respecto, hay que tener presente que todo conservador consecuente (y las ciencias sociales tienen por objetivo preservar la sociedad capitalista) es siempre reformista, pues es consciente de que es preciso cambiar algo para que nada cambie.(2)

Al concebir el proceso de producción como un conjunto de relaciones sociales en “conexión interna” con las relaciones de distribución y de circulación, Marx rompe con el esquema de pensamiento propio de las ciencias sociales. La propiedad es la condición y el resultado del proceso, no un factor externo al mismo. Es resultado porque la propiedad se actualiza constantemente como relación social en el proceso de producción. La “conexión interna” indica que todas estas relaciones constituyen la totalidad social, y que cada una de ellas tiene sentido sólo en función del conjunto. Si, como lo hace Darimon, se pretende reformar el sistema bancario como medio para lograr una reforma total de la propiedad, el resultado será insignificante, pues la reforma ignora que ese sistema está moldeado a imagen y semejanza de la producción capitalista.

En palabras de Marx,

“sería necesario examinar (…) si las distintas formas civilizadas del dinero – moneda metálica, papel moneda, moneda de crédito, moneda de trabajo (como forma socialista) – pueden lograr lo que se pretende de ellas sin suprimir la relación misma de producción expresada en la categoría dinero y preguntarse luego si no es por otra parte una exigencia que se niega a sí misma el querer prescindir, a través de la transformación formal de una relación, de las condiciones esenciales de la misma. Las distintas formas del dinero pueden también corresponder mejor a la producción social en los distintos niveles; una puede eliminar inconvenientes para los cuales otra no está madura; pero mientras ellas sigan siendo forma del dinero y mientras el dinero permanezca como una relación de producción esencial, ninguna puede suprimir las contradicciones inherentes a la relación del dinero; cuanto más una forma puede representarlas de modo diferente que otra.” (p. 46).

Las ciencias sociales y el reformismo comparten la misma posición epistemológica: la sociedad debe abordarse de manera fragmentada, procurando ignorar o dejando en segundo plano la cuestión de la totalidad. Por eso no es casualidad que Marx comience su primera versión de El Capital, con una discusión de las ideas del proudhonista Darimon. Para Marx, la crítica de la ciencia burguesa y la crítica de la política del reformismo eran inseparables.

Villa del Parque, sábado 17 de octubre de 2015


NOTAS:

(1)  Marx, Karl. (1997). Elementos fundamentales para una crítica de la economía política: Borrador 1857-1858. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española por Pedro Scaron).


(2)  “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.” (Tomasi de Lampedusa, Giuseppe, El gatopardo, Barcelona, Noguer, 1963, p. 40.

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