El socialismo del siglo XX
fue, en buena medida, estatista, es decir, confió en el Estado como instrumento
para resolver los problemas sociales; dicha
confianza se dio tanto en comunistas como en socialdemócratas. Más allá del
ámbito de la izquierda, el estatismo fue una característica de muchos partidos
y organizaciones políticas. Inclusive, y sin forzar mucho las cosas, podemos
afirmar que el discurso neoliberal, con su atribución al Estado de todos los
males de la economía, no es otra cosa que un estatismo puesto del revés.
El socialismo del siglo XIX,
salvo excepciones (Lassalle es, probablemente, el caso más significativo),
adoptó un punto de vista negativo hacia el Estado. No es casualidad. El
socialismo surgió como corriente política e ideológica en el marco del proceso
de “doble revolución”, signado tanto por la Revolución Industrial como por las
Revoluciones Burguesas; este período se caracterizó tanto por las luchas en
torno al control del Estado entre la burguesía y la nobleza (Revolución
Burguesa), como por la utilización burguesa del Estado contra las luchas
obreras. El Estado aparecía a los ojos del movimiento obrero como la expresión
concreta de la opresión política y de la dominación de clase de la burguesía.
Pero no era solamente una cuestión propia de la esfera política. Desde los
albores de la Modernidad, el Estado pasó a ser concebido como una institución
cuyo principal objetivo debía ser el crecimiento económico. En el marco de una
economía capitalista, esto significa promover la acumulación capitalista; para
lograr esta meta, es preciso incrementar la explotación del trabajo por el
capital. De este modo, capitalismo y Estado son indisociables. Dicho de manera
esquemática, promover el fortalecimiento de las instituciones estatales implica
fortalecer al capitalismo.
La aversión del socialismo
del siglo XIX hacia el Estado no fue, pues, una respuesta equivocada basada en
una concepción errónea de la estructura de la sociedad capitalista; por el
contrario, se trató de una actitud que expresaba un pensamiento realista acerca
del papel del Estado en el capitalismo.
El artículo “Observaciones
sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana” fue escrito por Karl
Marx (1818-1883) entre el 15 de enero y el 10 de febrero de 1842. Pero, como una
especie de homenaje poético al tema tratado, dada la censura imperante, recién
pudo ser publicado al año siguiente y en Suiza, en el primer tomo de las Anécdotas sobre la más reciente filosofía y
publicística alemanas, editado por Arnold Ruge en febrero de 1843, en un
tomo doble que contenía, además de dos artículos de Marx, textos de Bruno
Bauer, Ludwig Feuerbach, Friedrich Köppen y el mismo Ruge.
Para la elaboración de la
ficha utilicé la siguiente edición: Marx, Karl. (2008). [1° edición: 1843].
“Observaciones sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana. Por un
rinlandés”. EN: Marx, Karl. (2008). Escritos
de Juventud sobre el Derecho. Textos 1837-1847. Barcelona: Anthropos. (pp.
51-78). La traducción española estuvo a cargo de Rubén Jaramillo.
Ante todo, hay que tener
presente cuál es el contexto en que fueron escritas las “Observaciones”, con el
objeto de evitar caer en anacronismos. Prusia era, con Austria, una de las dos grandes potencias de Alemania, un vasto conglomerado de ciudades y
estados independientes que se encontraba disgregado políticamente. Prusia era
una monarquía absolutista, donde el rey seguía haciendo las leyes a voluntad.
La burguesía prusiana, a pesar de ser la más fuerte del territorio alemán, era
muy débil como para disputarle el poder a la nobleza. Se había desarrollado un
liberalismo pusilánime e irresoluto, que se oponía al absolutismo en lo
discursivo, pero que se mostraba incapaz de pasar a la acción. Su manifestación
más desarrollada eran los Jóvenes Hegelianos (JH) , un grupo de intelectuales
que reivindicaban a Hegel desde el liberalismo; en las condiciones de Alemania,
los JH se concentraron en la crítica de la religión y dejaron de lado,
prudentemente, la discusión en torno a las instituciones del absolutismo
prusiano.
En 1840 falleció el rey de
Prusia, Federico Guillermo III; le sucedió Federico Guillermo IV, quien
despertó expectativas entre los liberales por sus supuestas simpatías
progresistas. Los JH confiaban en que el nuevo monarca aflojaría las riendas
del absolutismo; sin embargo, sucedió todo lo contrario. Federico Guillermo IV
persiguió con dureza al liberalismo. Bruno Bauer, la principal figura de los
JH, fue exonerado de la Universidad. La instrucción sobre la censura, dictada a
fines de 1841 y dirigida a reemplazar al viejo edicto de 1819, fue una de las
piezas de la ofensiva contra el liberalismo.
Para esta época, Karl Marx
simpatizaba con los JH y con las ideas liberales. Flamante Doctor en Filosofía,
parecía destinado a una brillante carrera universitaria. Pero la expulsión de
Bruno Bauer modificó radicalmente su situación, cortándole el camino a la
docencia universitaria. Esto lo llevó a involucrarse más directamente en
política; durante buena parte de 1842 y comienzos de 1843, trabajó como
periodista y luego Redactor en Jefe de la RHEINISCHE ZEITUNG (Gaceta Renana),
periódico de la burguesía industrial de Renania, la región más próspera de
Prusia. La experiencia periodística convenció a Marx de la incapacidad del
liberalismo para enfrentar al absolutismo; en 1843, habiendo renunciado a su
cargo en el periódico mencionado, comenzó su revisión del hegelianismo y de la
historia de la Revolución Francesa, tarea que lo condujo a un acercamiento al
movimiento obrero y, posteriormente, al socialismo.
Pero en 1842, cuando fueron
redactadas las “Observaciones”, Marx era todavía un hegeliano y un liberal, a
pesar de todas las precauciones que exige esta caracterización.
En las “Observaciones”, Marx
somete a una crítica devastadora el Edicto
de reglamentación de la censura de prensa, dictado por Federico Guillermo
IV en el marco de su ofensiva contra el liberalismo. Es, por tanto, un texto de
lucha política y en él se percibe la franqueza con que Marx, en su etapa
liberal, encaraba la lucha contra el absolutismo. El Edicto venía a reemplazar otro edicto, dictado en 1819, que
contenía una reglamentación más laxa
de la censura a la prensa. A lo largo del artículo, Marx juega con las
diferencias entre ambos documentos, para demostrar que el nuevo rey de Prusia
llevaba adelante una política más restrictiva de la libertad de prensa que la
de su predecesor, pues estaba dirigida a penar las intenciones de los
periodistas:
“El escritor cae, pues, bajo el más
temible de los terrorismos, bajo la jurisdicción de la sospecha. Leyes de tendencia
(…), leyes que no hacen de la acción como tal sino de la intención de quien
realiza el acto sus criterios principales no son otra cosa que sanciones
positivas a la negación de toda legalidad, a una circunstancia de ilegalidad.
(…) Sólo en la medida en que me expreso, sólo en la medida en que entro a la
esfera de lo real, entro en la esfera del legislador. Para la ley yo ni
siquiera existo, ni siquiera soy su objeto fuera de en mi actuar. Es la única
cosa por medio de la cual la ley puede tener una relación conmigo; pues es lo
único por lo cual yo reivindico mi derecho a la existencia, el derecho a la
realidad, y por medio de lo cual yo caigo bajo la jurisdicción del derecho
real. Pero la ley de tendencia castiga no solamente lo que yo hago sino lo que
pienso fuera del acto. Es, pues, un insulto al honor del ciudadano, una ley
vejatoria contra mi existencia.” (p. 65-66)
La nueva reglamentación
juzgaba las intenciones y no sólo los actos de los periodistas. No condenaba
las acciones, sino a las clases de individuos. Era una manifestación rotunda
del absolutismo de la monarquía prusiana y, a la vez, la prefiguración de la
expansión del Estado en el siglo XX. Marx utiliza el término “terrorismo” para
calificar la acción del Estado; a diferencia de los cuentos de los empleados a
sueldo de los gobiernos, Marx tenía presente que la capacidad de hacer daño del
Estado era incomparablemente superior a la de los individuos u organizaciones.
El terrorismo estatal que critica es tanto más fuerte cuanto que va dirigido
contra las intenciones de grupos de personas; en otros términos, coloca a todo
un colectivo en situación de sospecha. Marx anticipa así la futura conducta de
los Estados. Los genocidios del siglo XX muestran el acierto de haber puesto el
acento en este terrorismo.
La discusión de la censura
obliga a Marx a someter a crítica al Estado. Frente a quienes defienden la
concepción de que el Estado es el representante del interés general, Marx
observa que, en la política concreta como es el caso de la reglamentación de la
censura, el Estado se comporta como el defensor de intereses particulares.
“La ley que incrimina las opiniones no
es una ley del Estado para los
ciudadanos sino la ley de un partido
contra otro. Ella suprime la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. No es una ley de unión sino una ley de
separación y todas las leyes de separación son reaccionarias. No es una ley
sino un privilegio. (…) en una
sociedad en la cual un solo órgano se
cree el único y exclusivo poseedor del Estado y en la cual un gobierno entra en
una contradicción de principio con el pueblo y considera por ello su propia
opinión, aunque ésta sea contraria a la
naturaleza misma del Estado, como la opinión general y normal, la mala
conciencia de la facción inventa leyes tendenciosas, leyes de venganza contra una opinión que sólo se encuentra entre
los miembros del gobierno.” (p. 66).
La censura expresa, por
tanto, la defensa, por medio del Estado, de los privilegios de un grupo sobre
el resto de la sociedad. La práctica estatal niega la teoría del Estado como
garante del interés general.
“Lo particular aparece ahora respecto a su contenido como lo
autorizado y habilitado; lo que es contrario a la naturaleza del Estado aparece
como opinión del Estado, como derecho del Estado, como algo particular en
cuanto a su forma, que es inaccesible a la luz general y que se lo relega al
gabinete del crítico gubernamental.” (p. 67).
Es verdad que Marx sigue
pensando que existe una “naturaleza del Estado” anclada en la defensa de lo
general (la sociedad en su conjunto) frente a lo particular (los intereses
egoístas de los grupos sociales), pero el examen de la práctica estatal lo
lleva a indicar, por lo menos, que el Estado no se comporta como corresponde a
su naturaleza. Hay aquí una escisión entre lo teórico y lo práctico que, a
futuro, servirá a Marx para arribar a la tesis del carácter de clase del
Estado.
Uno de los puntos más altos
de las “Observaciones” es al ataque de Marx contra la burocracia prusiana,
responsable de la aplicación de la censura contra la prensa.
Marx se burla de los
censores y marca la contradicción existente entre la desconfianza hacia los
ciudadanos y la confianza en la capacidad de los censores:
“Confiáis tanto en vuestras
instituciones estatales que creéis que ellas transformarán al débil mortal, al
funcionario, en santo, y harán posible lo imposible. Pero desconfiáis hasta tal
punto en vuestro organismo estatal que teméis a la opinión aislada como a un
particular, pues vosotros tratáis a la prensa como a un particular. Suponéis
que los funcionarios han de proceder en forma completamente no personal, sin
encono, sin pasión, sin debilidades humanas. Pero al elemento no personal, las ideas, las suponéis estar cargadas de
intrigas personales e infamia subjetiva. La instrucción [la reglamentación de
la censura] exige confianza ilimitada en el estamento de los funcionarios y
parte de la desconfianza ilimitada en el estamento de los no funcionarios.” (p.
68).
Marx se opone así al
fetichismo del Estado, que supone que éste puede enderezar a la sociedad a
partir de su pretendida posición neutral frente a los egoísmos particulares.
Marx ve en la conducta práctica del Estado un egoísmo más, que carece de las
virtudes extraordinarias que le atribuyen sus defensores.
“Lo que es malo en general sigue
siendo malo sea cual sea su portador, sea un crítico privado o uno colocado por
el gobierno, sólo que en este último caso la bajeza está autorizada y
considerada por los de arriba como una necesidad para realizar el bien por lo
bajo.” (p. 68-69).
En un pasaje clásico,
satiriza la capacidad de los censores para ejercer la censura:
“Y si aquellos hombres [los censores]
son ya hombres tales como ningún Estado supo encontrar; ya que nunca ha
conocido un Estado clases enteras compuestas únicamente de genios universales y
de historiadores múltiples, ¡cuánto más geniales han de ser los que han elegido
a estos hombres! Qué ciencia secreta tienen que poseer para otorgar un
certificado sobre la capacidad intelectual universal a funcionarios que son
desconocidos en la república de las ciencias. Mientras más ascendemos en esta burocracia de la inteligencia nos
encontramos con cabezas más maravillosas. Un Estado que posee tales columnas
para una prensa perfecta, ¿vale la pena y actúa como debe ser al convertir a
estos hombres en guardianes de una
prensa imperfecta y degradar lo perfecto a ser medio de lo imperfecto? Cada vez
que nombráis a uno de estos censores priváis a la prensa de una posibilidad de
mejora. Priváis a vuestro ejército de los sanos para hacerlos médicos de los
enfermos.” (p. 73).
Si bien la sátira va
dirigida contra la burocracia prusiana, se perfila aquí el rechazo de Marx a
cualquier atribución de virtudes “sobrenaturales” al Estado y a sus
funcionarios.
La censura es concebida como
manifestación de una forma de opresión, tanto más grave cuanto que es ejercida
por el Estado. Lejos de resolver los problemas, la censura agrava los mismos,
pues cercena las posibilidades de desarrollo de los seres humanos. Marx expresa
aquí, todavía de un modo muy embrionario, la necesidad de construir una forma
de organización social que garantice efectivamente el desarrollo de las
capacidades multifacéticas de las personas. Lejos de proponer que el Estado organice
la vida de las personas, Marx demuestra los peligros del dominio estatal.
“Admiráis la maravillosa
pluriformidad, la inacabable riqueza de la naturaleza. No reclamáis de la rosa
que tenga el mismo aroma que la violeta; pero lo más rico, el espíritu, ¿no ha
de de poder existir sino en una
manera? Tengo sentido del humor, pero la ley ordena escribir seriamente. Soy
osado, pero la ley ordena que mi estilo sea modesto. Lúgubre es el único color
autorizado de la libertad.
La menor gota de rocío en la que
brilla y se refleja el sol centellea en un inagotable juego de colores; pero el
sol espiritual, a pesar de haberse estrellado, a pesar de haber germinado en
quién sabe cuántos individuos, ha de producir uno, ¡sólo el color oficial! La forma esencial del
espíritu es alegría, luz, y vosotros hacéis de la sombra su única manifestación adecuada.
Sólo de negro ha de vestirse aunque, sin embargo, no exista una flor negra. La
esencia del espíritu es la verdad que
siempre es ella misma.” (p. 57).
No creo necesario comentar
los pasajes anteriores. Sólo cabe decir que se trata de una de las más profundas
defensas de la libertad de opinión jamás escritas.
A diferencia de muchos
supuestos marxistas del siglo XX, para quienes el socialismo equivalía a
uniformidad, Marx formula una defensa implacable de la universalidad humana, de
las potencialidades contenidas en el ser humano. A despecho del prejuicio en
contrario, dicha defensa permanece como una constante de toda su obra.
Villa del Parque,
miércoles 18 de febrero de 2015.
2 comentarios:
Me parece actual la cuestión de la censura, tanto de la parte privada, de los dueños de los medios, como del Estado. Ambos representan a intereses que a veces se cruzan, en otros se contraponen
Rueda, gracias por comentar. Estoy de acuerdo. Si bien se sigue ejerciendo la censura por parte del Estado (y muchas veces sin hacerla explícita), los grupos que monopolizan los medios de comunicación efectúan una parte cada vez más importante. Por último, agrego que en los últimos tiempos las redes sociales también han pasado a desempeñar tareas de censores (por ejemplo, la cancelación). Saludos,
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