El sociólogo alemán Max
Weber (1864-1920) es considerado como uno de los representantes más importantes
del cuerpo teórico conocido como Sociología
Clásica. De manera esquemática, podemos decir que las
preocupaciones fundamentales de su obra son dos: 1) dar cuenta de la
especificidad del desarrollo occidental, es decir, la pregunta por el
capitalismo; 2) el esfuerzo por refutar teóricamente al marxismo.
Ambas preocupaciones se cruzan y enlazan en la obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. (1)
La Introducción a esta obra
constituye una buena expresión de lo expuesto en el párrafo anterior. Weber
presenta allí la formulación clásica del problema del desarrollo capitalista de
Occidente:
“Cuando
un hijo de la moderna civilización europea se dispone a investigar un problema
cualquiera de la historia universal, es inevitable y lógico que se lo plantee
desde el siguiente punto de vista: ¿qué serie de circunstancias han determinado
que precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales,
que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección
evolutiva de universal alcance y validez?” (p. 5).
Esos “ciertos fenómenos
culturales” no son otra cosa que el capitalismo, como Weber indica más
adelante. Para el sociólogo alemán, la ciencia, el arte, el especialista y el
funcionario especializado, el Parlamento, el Estado, etc., son “fenómenos
culturales” propios del desarrollo de la Europa Occidental.
“Y
lo mismo ocurre con el poder más importante de nuestra vida moderna: el capitalismo.”
(p. 8).
¿Por qué el capitalismo es
un fenómeno específico de Europa Occidental?, ¿por qué el capitalismo posee una
dinámica tal que le permitió expandirse por todo el planeta y construir el
mercado mundial? Estas son las preguntas que desvelaban a Weber y a las que
intentó dar respuesta en una serie de trabajos, entre los cuales La ética protestante es el más conocido.
Antes de comenzar a examinar su concepción, tal como aparece en la Introducción
a dicha obra, cabe indicar que detrás de la problemática weberiana subyace una
cuestión de carácter aún más general: la búsqueda de las razones de la
especificidad del desarrollo occidental remite, en definitiva, a postular una
lógica histórica desprovista de linealidad. Así, el advenimiento del
capitalismo en Europa Occidental no fue un fenómeno inevitable, sino el
resultado de un proceso complejo, en el que intervinieron múltiples causas. Es
significativo que en este punto Weber coincida con la opinión de Karl Marx
(1818-1883), quien rechazaba la existencia de una determinación férrea del
proceso histórico.
Weber presenta el problema
de la especificidad de Occidente del siguiente modo. El capitalismo, en
principio, es un fenómeno de alcance universal, presente en todas las épocas
históricas:
“Lo
decisivo de la actividad económica consiste en guiarse en todo momento por el
cálculo del valor dinerario aportado y el valor dinerario obtenido al final,
por primitivo que sea el modo de realizarlo. En este sentido, ha habido «capitalismo»
y «empresas capitalistas» (incluso con relativa racionalización del cálculo del
capital) en todos los países civilizados del mundo, hasta donde alcanzan
nuestros conocimientos: en China, India, Babilonia, Egipto, en la Antigüedad
helénica, en la Edad Media y en la Moderna; y no sólo empresas aisladas, sino
economías que permitían el continuo desenvolvimiento de nuevas empresas
capitalistas e incluso «industrias» estables (…). En todo caso, la empresa
capitalista y el empresario capitalista (y no como empresario ocasional, sino
estable) son producto de los tiempos más remotos y siempre se han hallado
universalmente extendidos.” (p. 11).
Es cierto que Weber confunde
la economía mercantil (producción de mercancías para el mercado) con la
economía capitalista (producción de mercancías para el mercado en base a la
concentración de la propiedad de los medios de producción y la explotación del
trabajo asalariado). Pero no dice que el capitalismo actual sea una continuidad
del antiguo. Por el contrario, observa que el capitalismo occidental difiere
del presente en las épocas anteriores:
“Ahora
bien, en Occidente, el capitalismo tiene una importancia y unas formas,
características y direcciones que no se conocen en ninguna otra parte.” (p.
11).
Ante todo, y como sucede
habitualmente en la ciencia, Weber comienza por refutar la noción de sentido
común acerca del capitalismo. Así, el capitalismo no es simplemente afán de
lucro, de ganancias desmedidas.
“«Afán
de lucro», «tendencia a enriquecerse», sobre todo a enriquecerse monetariamente
en el mayor grado posible, son cosas que nada tienen que ver con el
capitalismo. Son tendencias que se encuentran por igual en los camareros, los
médicos, los cocheros, los artistas, las cocottes,
los funcionarios corruptibles, los jugadores, los mendigos, los soldados, los
ladrones, los cruzados: en all shorts and
conditions of men, en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra,
en toda circunstancia que ofrezca una posibilidad objetiva de lograr una
finalidad de lucro.” (p. 8).
Weber apunta a un hecho
inherente a la producción mercantil: la existencia del afán de lucro. Ahora
bien, el sociólogo alemán observa que en las sociedades precapitalistas dicho
afán se expresa en la búsqueda de ganancias desmesuradas (por ejemplo, en la
rapiña de los bienes de los conquistados, como fue el caso de las Cruzadas, la
conquista de América, etc., etc.). Esto es consecuencia (y Weber no dice nada al respecto,
porque ignora en la introducción la existencia de la economía “natural” – es decir,
aquella que produce bienes de uso para el consumo del individuo y/o el grupo -)
de que en dichas sociedades el mercado es una institución menor en el mar de
una economía que produce valores de uso y no mercancías.
Al revés de la opinión de
sentido común, el capitalismo (es decir, el capitalismo en su variante
occidental, que se expandió a todo el orbe) es lo contrario de la búsqueda de
una ganancia extraordinaria:
“El
capitalismo debería considerarse precisamente como el freno o, por lo menos,
como la moderación racional de este impulso irracional lucrativo. Ciertamente,
el capitalismo se identifica con la aspiración a la ganancia lograda con el
trabajo capitalista incesante y racional, la ganancia siempre renovada, a la «rentabilidad».
Y así tiene que ser; dentro de una ordenación capitalista de la economía, todo
esfuerzo individual no enderezado a la probabilidad de conseguir una
rentabilidad está condenado al fracaso.” (p. 9).
Es verdad que en el final de
este párrafo Weber dice una obviedad, que sabe cualquier persona que vive bajo
el capitalismo: que este sistema social tiene por objetivo fundamental la
obtención de ganancias (Y no, dicho sea de paso, el mejoramiento de la vida
humana). Pero lo principal es el reconocimiento de que el capitalismo supone
búsqueda “racional” de ganancia. En otras palabras, el capitalismo occidental
(para hablar en términos weberianos) requiere el establecimiento de condiciones
sociales tales que los empresarios puedan calcular anticipadamente las ganancias esperadas.
A partir de lo anterior, Weber
pasa a definir el capitalismo:
“Para
nosotros, un acto de economía «capitalista» significa un acto que descansa en
la expectativa de una ganancia debida al juego de recíprocas probabilidades de
cambio; es decir, en probabilidades (formalmente) pacíficas de lucro. El hecho
formal y actual de lucrarse o adquirir algo por medios violentos tiene sus
propias leyes, y en todo caso no es oportuno (aunque no se pueda prohibir)
colocarlo bajo la misma categoría que la actividad orientada en último término
hacia la probabilidad de obtener una ganancia en el cambio.” (p. 9).
Dicho de otro modo, el
capitalismo occidental supone la “normalización” de la sociedad, de manera que
los empresarios puedan calcular de antemano su ganancia sin esperar que los
resultados sean muy diferentes a ese cálculo. Weber sostiene que esta lógica de
acumulación es diferente a la acumulación por medios violentos. Sin embargo, se
echa de menos en el texto el análisis de los medios por los que se pasa de una
lógica de acumulación basada en la violencia (el afán desmedido de lucro) a una
lógica basada en las expectativas racionales de ganancia. A diferencia de Marx,
para quien la acumulación originaria (la expropiación violenta de los medios de
producción que se encuentran en mano de los trabajadores – por ejemplo, la
expulsión de los campesinos ingleses de las tierras que cultivaban desde
tiempos inmemoriales - ) es un paso indispensable para la consecución de la “normalidad”
capitalista, esto es, aquel estado de la sociedad en que la lógica de
acumulación del capital funciona de modo “casi automático”.
Weber resume su posición en
el siguiente pasaje:
“Este
tipo de empresario, el «capitalista aventurero», ha existido en todo el mundo.
Sus probabilidades (…) eran siempre de carácter irracional y especultativo; o
bien se basaban en la adquisición por medios violentos, ya fuese el despojo
realizado en la guerra en un momento determinado, o el despojo continuo y
fiscal explotando a los súbditos.
El
capitalismo de los fundadores, el de todos los grandes especuladores, el
colonial y el financiero, en la paz y más que nada el capitalismo que especula
con la guerra, llevan todavía impreso este sello en la realidad actual del
Occidente, y hoy como antes, ciertas partes (sólo algunas) del gran comercio
internacional están todavía impresas a ese tipo de capitalismo. Pero hay en
Occidente una forma de capitalismo que no se conoce en ninguna otra parte de la
tierra: la organización racional-capitalista del trabajo formalmente libre.” (p.
12).
Para Weber, la organización
del trabajo es el elemento primordial para entender la especificidad del
capitalismo moderno (2). No obstante este reconocimiento, nunca aborda en la
introducción la cuestión de cómo los trabajadores llegaron a convertirse en
sujetos que eran a la vez libres en sentido jurídico y libres en cuanto a que
carecían de medios de producción. El abismo existente entre la acumulación
originaria y la “normalidad” capitalista vuelve a manifestarse nuevamente.
Para Weber existen otros
factores significativos al momento de comprender la naturaleza del capitalismo
moderno.
“La
moderna organización racional del capitalismo europeo no hubiera sido posible
sin la intervención de dos elementos determinantes de su evolución: la
separación de la economía doméstica y la industria (que hoy es el principio
fundamental de la vida económica) y la consiguiente contabilidad racional.” (p.
13).
Weber, polemizando aquí con
el marxismo (o lo que considera marxismo, esto es, un determinismo económico
mecanicista y burdo), introduce factores que podríamos llamar “culturales” para
explicar el desarrollo del capitalismo moderno. Es verdad que su análisis es
más profundo que el de sus epígonos, para quienes el capitalismo tuvo origen en
la mentalidad de las personas y no en sus labores cotidianas.
“En
la actualidad, todas estas características del capitalismo occidental deben su
importancia a su conexión con la organización capitalista del trabajo. (…) sin
organización capitalista del trabajo, todo esto, incluso la tendencia a la
comercialización (supuesto que fuese posible), no tendría ni remotamente un
alcance semejante al que hoy tiene. Un
cálculo exacto – fundamento de todo lo demás – sólo es posible sobre la base
del trabajo libre; y así como - y
porque – el mundo no ha conocido fuera de Occidente una organización racional
del trabajo, tampoco – y por eso mismo – ha existido un socialismo racional.”
(p. 14; el resaltado es mío).
El análisis weberiano es
interesante tanto por lo que dice como por aquello que omite. El fundamento del
capitalismo es la separación, llevada adelante por medios violentos, del
productor directo respecto a los medios de producción y los medios de
subsistencia, con la consiguiente necesidad de vender su fuerza de trabajo en
el mercado y la correlativa extracción de plusvalor por el capitalista (dueño
de esos medios de producción). El cálculo exacto, la racionalidad capitalista,
es una consecuencia de esto. Una vez concretada la expropiación de los
trabajadores, la coerción extraeconómica (la violencia pura y simple) pasa a un
segundo plano, y se impone la lógica del capital. Todo esto queda oscurecido en
la introducción, en la que el factor cultural (el cálculo racional) queda poco
a poco en el centro de la escena.
“…en
una historia universal de la cultura, y desde el punto de vista puramente
económico, el problema central no es, en definitiva, el del desarrollo de la
actividad capitalista (sólo cambiante en la forma), desde el tipo de
capitalista aventurero y comercial, del capitalista que especula con la guerra,
la política y la administración, a las formas actuales de la economía
capitalista; sino más bien el del origen del capitalismo industrial burgués con
su organización racional del trabajo libre; o, en otros términos, el del origen
de la burguesía occidental con sus propias características” (p. 15).
Al dejar de lado la cuestión
de la acumulación originaria, Weber se encierra en el examen de los factores “culturales”
que permiten entender la especificidad del capitalismo moderno. Es por ello que
concede tanta importancia al factor religioso en la creación de una
racionalidad capitalista.
“…lo
primero que interesa es conocer las características peculiares del racionalismo
occidental, y, dentro de éste, del moderno, explicando sus orígenes. Esta
investigación ha de tener en cuenta muy principalmente las condiciones
económicas, reconociendo la importancia fundamental de la economía; pero
tampoco deberá ignorar la relación causal inversa: pues el racionalismo
económico depende en su origen tanto de la técnica y el Derecho racionales como
de la capacidad y aptitud de los hombre para determinados tipos de conducta
racional.” (p. 17-18).
En definitiva, la omisión
del carácter violento de la acumulación originaria y de la explotación de los
trabajadores en el capitalismo moderno, son la condición para que Weber pueda
concentrarse en los factores “culturales”. De este modo propone una sociología
más “sofisticada” que la concepción marxista de la historia. Claro que esa “sofisticación”
deja de lado el aspecto fundamental del fenómeno capitalista: el carácter político
de la organización del trabajo, que de ningún modo puede reducirse a un
fenómeno técnico o cultural.
Villa del Parque,
domingo 10 de noviembre de 2013
NOTAS:
(1) Para escribir estas
notas utilicé la traducción española de Luis Legaz Lacambra: Weber, Max. (1988).
La ética protestante y el espíritu del
capitalismo. Barcelona: Península.
(2) En la introducción puede
leerse la siguiente frase: “lo específico de Occidente, a saber, la
organización racional del trabajo (lo más interesante para el problema desde mi
punto de vista)” (p. 9).
11 comentarios:
Muy buen analisis. Muy claro y crítico
Muchas gracias por comentar. Saludos,
muy bueno.
Muchas gracias por el comentario. Saludos,
Buenísimo!
Muy bueno
Me ayudó a hacer caca
Graxxxxx
Muchas gracias, dicho de modo muy tardío, por los comentarios. Saludos,
muy bueno
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Muchas gracias por los comentarios. Saludos,
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