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lunes, 31 de enero de 2022

SAINT-SIMON Y EL SURGIMIENTO DE LA SOCIOLOGÍA



 “La crisis en que se hallan comprometidas Inglaterra y Francia a la vez, 

acabará con el completo abandono del sistema feudal y 

el establecimiento exclusivo del sistema industrial.”

Saint-Simon, Catecismo político de los industriales (1823)

 

El profesor Irving Zeitlin es autor de un libro clásico sobre la historia de la sociología: Ideology and the Development of Sociological Theory (Englewood Cliffs: Prentince-Hall, 1968). Esta obra se caracteriza, entre otras cosas, por dedicarle un espacio considerable a los precursores de la moderna teoría sociológica, es decir, los autores que comenzaron a diferenciarse de la filosofía política y a elaborar un cuerpo teórico cuyo núcleo era el análisis del capitalismo, esa nueva forma de organización social que estaba reemplazando al feudalismo.

Entre los precursores ocupa un lugar destacado Claude-Henri de Rouvroy, conde Saint-Simon (1760-1825). Zeitlin dedica el capítulo 6 de la obra a presentar los lineamientos principales de la teoría social de Saint-Simon. Esta ficha es un resumen de dicho capítulo, con comentarios propios y agregados varios.

Saint-Simon constituye un caso singular, pues ha sido considerado uno de los padres de la sociología, uno de los primeros defensores del industrialismo y de la tecnocracia y, como si esto fuera poco, uno de los creadores de la teoría socialista. Tal variedad de caracterizaciones, cada una de las cuales contiene algo de verdad, es consecuencia de la época histórica en la que vivió Saint-Simon, y de la manera peculiar en la que éste interpretó las características de esa época; Saint-Simon vivió una era de transición y fue plenamente consciente de ello; esa conciencia le permitió construir una obra compleja, plagada de ideas fructíferas y de errores grandiosos.

Al hablar de transición nos referimos al largo pasaje del feudalismo al capitalismo. No es posible esbozar aquí los rasgos principales de dicha transición; basta con señalar que abarcó todos los aspectos de la cultura, desde la economía y la política hasta las costumbres cotidianas y las ideología. Saint-Simon experimentó de manera más o menos directa dos sucesos fundamentales de esa transición: la Revolución industrial inglesa, iniciada hacia 1770 y que permitió el despegue definitivo del capitalismo; y la Revolución Francesa de 1789, cuyas consecuencias inmediatas fueron el final de la monarquía y de la nobleza feudales. [1] Para un observador situado en 1800 y que abarcase con su mirada la realidad mundial, estaba claro que ambas revoluciones habían acelerado procesos anteriores, así como también iniciado otros nuevos, cuyo impacto se concretaría en los siglos XIX y XX. Saint-Simon es un ejemplo de este tipo de observador.

Los efectos de la Revolución Francesa fueron más notorios en lo inmediato, dada la índole de la misma. La ejecución de Luis XVI (1793) y la acción de las masas parisinas en las calles horrorizaron a los conservadores de todo pelaje; el orden, entendido como la sumisión incondicional de los pobres hacia sus superiores “naturales”, había sido trastocado; las cosas parecían marchar hacia la hecatombe, en la que la propiedad privada y la jerarquía social sería arrasadas por las masas sedientas de venganza. 

La sociología se originó en este caldo de transformaciones económicas, revoluciones políticas, irrupción de las masas y temores de las clases dominantes. Por ello, no es de extrañarse que una parte de los autores que ejercieron influencia en la nueva disciplina hayan adherido a posiciones conservadoras respecto a la Revolución Francesa y a los cambios económicos. Así, Louis de Bonald (1754-1840) y Joseph de Maistre (1754-1821) criticaron el individualismo y la filosofía de la Ilustración desde una perspectiva centrada en la admiración por los “buenos” viejos tiempos medievales, en los que imperaba la autoridad terrenal del señor feudal y la autoridad celestial de la Iglesia. [2] Sin embargo, no todos los conservadores proponían una vuelta a la Edad Media. Auguste Comte (1798-1857), señalado por muchos como el “padre” de la sociología, 

“era conservador en un sentido diferente que Bonald y Maistre. Comte no quería conservar el statu quo ante, sino el statu quo, esto es, la sociedad de clase media que entonces estaba emergiendo y consolidándose. La llamada filosofía positiva de Comte era un repudio explícito de la filosofía “negativa” del Iluminismo y de la Revolución. Comte quería conservar el ≪es≫. Cada etapa del desarrollo evolutivo de la sociedad, según él, es necesaria y perfecta. Sentía gran respeto por el orden fáctico existente, que no debía ser trascendido o negado en ninguna circunstancia.” (p. 70)

Saint-Simon, a pesar de sus críticas a la Revolución Francesa, no adhirió a las concepciones conservadoras. Comprendió que el orden surgido de la Revolución de 1789 estaba plagado de contradicciones y que la superación de las mismas debía darse en el marco de una teoría y una política enfocadas en el futuro, no en el pasado. Por estas razones supo leer mejor la transición de un modo más fructífero que su discípulo Comte.

“La filosofía de Saint-Simon (...) que originó prácticamente todas las ideas de Comte y que fue plagiada por este en forma desconsiderada, era una crítica del statu quo, al menos en algunos aspectos limitados. Esta es la razón por la cual a veces se ha considerado a Saint-Simon como uno de los precursores del socialismo.” (p. 70) [3]

El profesor Zeitlin enfatiza una y otra vez la importancia de las contribuciones (así, en plural) de Saint-Simon a las ciencias sociales:

“Los eruditos han demostrado en forma cabal que Saint-Simon desarrolló antes de 1814 todas las ideas importantes que posteriormente Thierry y Comte reclamaron como propias. Estas ideas - el positivismo, el industrialismo, el internacionalismo y una ≪nueva religión≫ - y la originalidad con que las abordó lo convierte, pues, en uno de los pensadores sociales más importantes del siglo XIX.” (p. 71).

En la primera parte del capítulo, Zeitlin presenta a grandes rasgos la teoría de Saint-Simon; luego, dedica sendos apartados a la concepción evolucionista de la historia y a la cuestión de la religión.

Nota bibliográfica:

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu. (pp. 70-84).

Abreviaturas:

RF = Revolución Francesa de 1789 / RI = Revolución Industrial


Saint-Simon construyó su teoría de la sociedad a partir de una toma de posición respecto a la respuesta conservadora ante la RF:

“Si bien Saint-Simon admiraba la unidad social de la Edad Media tanto como Bonald, reconocía también que no había manera de volver atrás, con lo cual se separaba de los teóricos del resurgimiento católico. La nueva unidad social debía basarse en una nueva unidad en el dominio del pensamiento, de los principales intelectuales.” (p. 72)

La convicción saintsimoniana de la imposibilidad de volver al pasado se sustentaba en una concepción etapista de la historia (luego retomada casi al pie de la letra por Comte  en su conocida teoría de los tres estados): 

“El conocimiento humano había pasado por tres etapas de desarrollo: de la teología a la metafísica y de esta a la científica. El estudio de la conducta humana, al que Saint-Simon llamaba ≪fisiología social≫, debía convertirse en una ciencia positiva, del mismo modo que el estudio de los fenómenos físicos se había hecho científico. Así, el conocimiento científico ocupará el lugar del dogma religioso, y los hombres de ciencia  e industriales serán la nueva élite ≪natural≫ que reemplazará a los líderes de la sociedad medieval, el clero y la nobleza.” (p. 72)

Los esfuerzos de los conservadores por restaurar el statu quo previo a 1789 eran inútiles, pues la RF expresaba una tendencia histórica, un momento necesario en el desarrollo de la humanidad. Saint-Simon pensaba que la nueva etapa estaba signada por el dominio del pensamiento científico.

“Una nueva élite internacional científico-industrial sustituiría a la vieja élite cultivada y educada de la Edad Media. La ciencia debía cumplir en el nuevo orden la misma función que la religión en el viejo. ¿Cómo? Por medio del positivismo, o sea la aplicación de los principios científicos a todos los fenómenos naturales y humanos.” (p. 72).

La afirmación de la preeminencia de la ciencia en el terreno de la teoría de la sociedad venía a cerrar el largo período en el que dicha teoría estuvo encerrada en los marcos de la filosofía política, cuyo rasgo más significativo era el reconocimiento de la centralidad de la naturaleza humana como factor explicativo de las acciones de las personas. Saint-Simon se propuso realizar en el terreno de la teoría social una revolución semejante a la producida en las ciencias naturales a partir del siglo XVI. La filosofía positivista tenía el objetivo de sentar las bases para el desarrollo del pensamiento científico en el estudio de la sociedad y del Estado. Pero Saint-Simon pensaba que esa transformación debía tener su correlato en el terreno de la política.

“En el cuadro saint-simoniano de la sociedad futura es esencial tanto una élite espiritual como una temporal; la primera está constituida por hombres de ciencia y la segunda por industriales y otros propietarios ≪productivos≫. Se trata de una sociedad autoritaria, en la que una élite científico-tecnológica dominará juntamente con los propietarios.” (p. 73)

En este punto se produce la confluencia entre Saint-Simon y los conservadores: ambos temían la irrupción de las masas en la escena política y querían mantener la jerarquía social. Pero Saint-Simon era más realista en términos políticos y comprendía que las condiciones sociales se habían modificado de manera irreversible. Por eso puso a los industriales en la cima de la nueva organización social surgida de la RF. La sociedad burguesa había llegado para quedarse y había que reconocer a la nueva clase dominante. 

“La estructura de la nueva sociedad sigue siendo esencialmente la misma: la ciencia sustituye a la religión como principal fuerza cohesiva de la sociedad y cada élite del viejo sistema es suplantada por una nueva, los científicos por los sacerdotes y los industriales por los señores feudales. El conflicto entre los que tienen y los desposeídos continuará, pero los primeros podrán ahora recuperar el control sobre los segundos. En efecto, Saint-Simon implora a las clases poseedoras que se unan a los grupos más ilustrados de la sociedad, los intelectuales. Tal unión engendrará un orden que sea estable en el cual podrá recuperarse el control sobre los desposeídos, impidiéndose así la revolución.” (pp. 73-74)

En la teoría de Saint-Simon, el capital y la ciencia van juntos. Esta unidad expresa  la consolidación del nuevo orden capitalista. Pero Saint-Simon es consciente de la existencia de contradicciones en ese nuevo orden, siendo la principal de ellas la existente entre propietarios y no propietarios. Su énfasis en la necesidad de la unidad de la clase dominante es parte de esa preocupación por el conflicto social.

Saint-Simon analizó la estructura social emergente de las dos revoluciones:

“Tanto en sus primeras obras como en las posteriores, la estructura de cada sociedad nacional es la misma: hay ≪productores≫ y ≪ociosos≫. En la clase ≪productiva≫, Saint-Simon agrupaba a los banqueros, los industriales, los científicos, los administradores y los obreros manuales, en la suposición de que todos ellos tienen intereses comunes. (...) Además, en su esquema de la ≪nueva≫ sociedad, Saint-Simon dejó intacta la estructura de clase y, por ende, la institución de la propiedad privada; el único cambio que propugna es la compensación a los aparceros por el mejoramiento de las tierras que trabajen. La igualdad, según creía, es una idea extraña que no tiene cabida en la civilización europea.” (p. 75)

En este punto se observa cómo la teoría de Saint-Simon se encuentra próxima a las ideas de los conservadores, pues la reivindicación de la jerarquía y el rechazo de la noción de igualdad poseen un aire precapitalista, que calza mal con las relaciones sociales capitalistas. 

Otro punto de divergencia respecto al capitalismo reside en las concepciones económicas de Saint-Simon:

“En los primeros años de su labor intelectual (1815-21), las ideas de Saint-Simon en materia económica se alinean claramente en la concepción del laissez-faire. Pero difiere de los economistas clásicos en varios puntos importantes. No ve la producción como un fin en sí mismo, sino como un medio para mejorar las condiciones de vida; y en la sociedad jerárquica y orgánica que propone esto es posible sólo mediante la planificación racional de la producción. (...) También discrepa de la suposición de los economistas clásicos en el sentido de que la busca del bienestar individual conducirá automáticamente al bien general.” (p. 75)

El énfasis en la necesidad de la planificación de la economía hizo que se lo considerara uno de los precursores del socialismo moderno. Sin embargo, cabe señalar que dicho énfasis no implica per se una ruptura con el capitalismo, pues en esta forma de organización social la competencia entre los empresarios (y con otros países) genera dificultades cuya solución requiere de la acción de un capitalista colectivo (el Estado), entre cuyas funciones se encuentra, precisamente, la de elaborar algún tipo de planificación de la economía que mitigue los efectos de la competencia.

Saint-Simon pensaba que no bastaba con la planificación para resolver los conflictos inherentes a la organización capitalista de la sociedad. Era necesario algo más:

“El egoísmo sin medida de los ricos y la rebeldía irrefrenable de los pobres, tendrán efectos desorganizadores en ausencia de una ética mundana de algún género; la nueva sociedad necesitará, pues, un equivalente secular de la religión.” (p. 75-76)

En la inevitable transición del feudalismo al capitalismo las ideas juegan un papel primordial, pues ellas son el fundamento de todo el orden social: 

“Para resumir, el conocimiento es, según Saint-Simon, el factor subyacente y sustentador de una sociedad; un sistema social es la aplicación de un sistema de ideas. El desarrollo histórico del conocimiento, o de la ciencia, fue una causa fundamental de la transformación de la sociedad europea.” (p. 77).

En línea con esta concepción, Saint-Simon advirtió sobre la carencia de una ciencia de la sociedad, que fuera el equivalente de la física en el ámbito de la naturaleza:

“Si bien existen ya muchas ciencias, falta la más importante: la ciencia del hombre. Esta es la única ciencia que puede reconciliar los intereses de clases y, por ende, ser el fundamento de una sociedad orgánica unida. La ciencia del hombre debe tomar como modelo a las otras ciencias de la naturaleza, pues el hombre es, a fin de cuentas, parte de la naturaleza.” (p. 77)

Zeitlin cierra el capítulo con dos apartados: el primero está dedicado a la concepción evolucionista de la historia (pp. 78-80) y el último a la relación entre internacionalismo y religión (pp. 80-84). Por razones de espacio omito aquí la consideración de estos temas.


Villa del Parque, lunes 31 de enero de 2022


NOTAS

[1] Respecto a la actitud de Saint-Simon sobre la RF, el profesor Zeitlin escribe: “En cuanto a la Revolución Francesa tuvo una actitud ambivalente (...), como él mismo lo señala en su autobiografía de 1808: ≪No quise tomar parte en ella porque, por un lado, estaba convencido de que el antiguo régimen no podía perdurar, y por el otro sentía antipatía hacia la destrucción.≫ Documentos del período revolucionario revelan, sin embargo, que fue un adepto de la Revolución más entusiasta de lo que admitió posteriormente. Por ejemplo, renunció a su título aristocrático, preparó el cahier [cuaderno de exigencias y reclamos] de su cantón local para los Estados Generales y presidió la primera reunión de su comuna. Además, en 1793 se le otorgaron dos certificados de civisme [buena ciudadanía] y en otoño del mismo año actuó en hébertist [los hebertistas] y otros círculos radicales de París. Las ideas de Saint-Simon mantuvieron hasta el fin elementos del pensamiento iluminista y revolucionario, pero fusionados, como veremos, con elementos románticos y conservadores.” (p. 71).

[2] Zeitlin dedica el capítulo 5 de su obra al análisis de las concepciones de Bonald y Maistre (pp. 56-69).

[3] Para un resumen de las contribuciones de Saint-Simon al socialismo puede consultarse: Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: 1. Los precursores. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. El capítulo IV (pp. 44-57) está dedicado a Saint-Simon. También es recomendable la obra del historiador argentino Hernán Díaz: De Saint-Simon a Marx: Los orígenes del socialismo en Francia. Buenos Aires: Biblos, 2021.

viernes, 27 de marzo de 2020

ROUSSEAU Y LAS CIENCIAS SOCIALES: NOTAS DE LECTURA



Irving Zeitlin es autor de un libro clásico sobre la historia de la sociología, Ideology and the Development of Sociological Theory (Englewood Cliffs: Prentince-Hall, 1968). Esta obra se caracteriza, entre otras cosas, por dedicarle un espacio considerable a los precursores de la sociología, es decir, a los autores que comenzaron a diferenciarse de la filosofía política y a elaborar un cuerpo teórico cuyo núcleo era el análisis del capitalismo, esa nueva forma de organización social que estaba reemplazando al feudalismo.
Entre los precursores se encuentra Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). Zeitlin dedica el capítulo 3 de la obra a presentar los lineamientos principales de la teoría social de Rousseau; considera que las obras fundamentales del filósofo son: Discurso sobre las ciencias y las artes (1749); Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1753); Cartas a D’Alembert (1758); El contrato social (1762). Esta ficha es un resumen de dicho capítulo. [1]
Rousseau es uno de los grandes filósofos políticos; su influencia sobre la Revolución Francesa de 1789 es indiscutible [2]; también ejerció un influjo importante en el desarrollo del pensamiento socialista (no es tenemos espacio aquí para examinar el impacto de su pensamiento en el marxismo). [3] En esta ficha nos dedicaremos exclusivamente a su papel en el surgimiento de la moderna teoría social, tal como lo hace Zeitlin en su texto.
Zeitlin nos introduce en el tema:
“Rousseau fue un típico pensador del Iluminismo y compartió con sus contemporáneos varias premisas e ideales prerrevolucionarios. (…). La perfectibilidad del ser humano, su libertad y su felicidad, como asimismo el creciente dominio sobre su propio destino, todo dependía de una clara comprensión de las leyes de la naturaleza. Al igual que los otros philosophes, Rousseau creía que la naturaleza y la sociedad operaban de acuerdo con tales leyes; y como Montesquieu, que la sociedad puede apartarse de las exigencias de sus leyes naturales.” (p. 34).
Zeitlin divide su exposición en tres partes: en la primera describe el uso de la noción del estado de naturaleza; en la segunda analiza la cuestión del origen de la sociedad; por último, desarrolla la concepción del contrato social. En la ficha seguimos este orden de presentación de los temas.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu. (pp. 34-43).
Abreviaturas:
CC = Contrato social; EN = Estado de naturaleza; NH = Naturaleza humana; SH = Seres humanos (o ser humano)

El estado de naturaleza como herramienta metodológica:
Así como Montesquieu (1689-1755) desarrolló los tipos ideales como instrumento para el estudio comparativo de las sociedades, Rousseau retomó la noción de estado de naturaleza, elaborada en el siglo XVII por filósofos como Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke (1632-1704), y la empleó para comprender las características de la sociedad moderna. A diferencia de sus predecesores en el campo de la filosofía política, Rousseau consideraba que la organización social de su época oprimía a los SH, los privaba de su libertad, y por ello se lanzó a la aventura intelectual de indagar las causas que habían llevado a esta situación.
“El principal objetivo de Rousseau era (…) hallar un orden social cuyas leyes estuvieran en la máxima armonía con las leyes fundamentales de la naturaleza. Buscaba una alternativa del orden prevaleciente, el cual, a su juicio, impedía el perfeccionamiento del ser humano y hasta deformaba y violaba su naturaleza.” (p. 34).
Ahora bien, para poder cuestionar de manera fundamentada el orden social moderno, era preciso compararlo con una situación diferente. La comparación servía para desnaturalizar lo existente, para mostrar que las cosas podían ser de otra manera. Mientras que Montesquieu comparó la civilización europea con la asiática, Rousseau siguió otro camino: apeló al viejo concepto de EN, una situación presocial (anterior a cualquier forma de organización social). Su uso del concepto fue claramente metodológico:
“Se trataba de un esquema teórico hipotético, de un recurso heurístico mediante el cual podía despojarse teóricamente al ser humano de sus aspectos sociales y culturales. Esto brindaría un concepto del ser humano natural que podía servir como una especie de patrón para medir el grado de represión impuesto por una sociedad específica.” (p. 34-35).
Zeitlin remarca que Rousseau tenía en claro que jamás había existido el EN (no era una situación histórica). Su empleo de la noción puede considerarse como “un experimento intelectual en extremo imaginativo” (p. 35). [4]
¿Qué es el EN?
“El hombre natural no es más que el hombre despojado de lo que ha adquirido en sociedad. Imaginémoslo desprovisto de todas sus cualidades sociales, y lo que resta es el ser humano biopsicológico, o el ser humano reducido a lo que hubiera llegado a ser en caso de vivir realmente en el aislamiento.” (p. 35).       
La noción de EN rompía con la tradición intelectual inaugurada por el filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.), quien había afirmado que el ser humano era un ser social por naturaleza. Esta tradición sostenía que los seres humanos no podían vivir fuera de la sociedad. En el siglo XVII la tradición fue impugnada por los autores contractualistas. [5] En la actualidad sabemos que Aristóteles tenía razón, pues jamás existió nada semejante al EN. La especie humana es eminentemente social. Mucho tiempo después de Aristóteles, Marx retomó la idea del carácter social del ser humano:

“Individuos que producen en sociedad, o sea la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida. (…) [El individuo aislado, base del EN] [es] un resultado histórico, [no] el punto de partida de la historia. (…) Cuanto más lejos nos remontamos en la historia, tanto más aparece el individuo – y por consiguiente también el individuo productor – como dependiente y formando parte de un todo mayor: en primer lugar y de una manera todavía muy enteramente natural, de la familia y de esa familia ampliada que es la tribu; más tarde, de las comunidades en sus distintas formas, resultado del antagonismo y de la fusión de las tribus. Solamente al llegar el siglo XVIII, con la sociedad civil, las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados, como una necesidad exterior. El hombre es, en el sentido más literal, un animal político, no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en la sociedad.” (p. 283; el resaltado es mío – AM-). [6]

No obstante, los contractualistas dieron en el clavo al defender el carácter social (no natural) de todas las instituciones humanas. La familia, la propiedad, el Estado, etc., no son naturales, sino el resultado de determinadas condiciones sociales, y cambian en la medida en que dichas condiciones se modifican. Nada es eterno ni inmutable en el ámbito de la sociedad. [7]
Pero postular la existencia del EN, así sea a modo de experimento intelectual, no resuelve la cuestión de cómo determinar cuáles son las características de la vida humana en dicho estado. Rousseau solucionó el problema utilizando dos herramientas: a) la razón; b) el conocimiento de la vida de los pueblos primitivos, aunque tiene en claro que los “salvajes” sólo dan una medida muy inexacta del EN, pues se hallan a una distancia histórica considerable de aquél, dado que viven en sociedad.
Zeitlin sintetiza así el procedimiento de Rousseau para construir el EN:
“Rousseau se planteó: ¿Qué experimentos sería menester realizar para descubrir al ser humano natural? ¿Y cómo pueden realizarse esos experimentos en el estado de sociedad? Tales experimentos serían sumamente difíciles, si no imposibles. Por ello sugiere algunas técnicas alternativas mediante las cuales abordar el problema. Una de ellas consiste en observar a los animales en su hábitat natural para enriquecer nuestra comprensión de la condición natural no influida por la sociedad. En segundo lugar, podemos estudiar a los pueblos primitivos, salvajes, pero recordando siempre que estos ya han adquirido un considerable patrimonio sociocultural. Por último, podríamos descontar todos los factores creados por el posterior desarrollo social del ser humano, tales como el lenguaje, y apartarlos de nuestro pensamiento. Así, Rousseau buscaba un patrón objetivo y no ideológico por medio del cual evaluar la sociedad.” (p. 36).
Con estas herramientas metodológicas, Rousseau construyó su noción de EN y pudo criticar a la sociedad de su tiempo, utilizando al EN como patrón para la comparación.
“Conociendo algo acerca de la naturaleza real del ser humano, razonaba [Rousseau], podemos inquirir si ciertas sociedades históricas se han adecuado o no a tal naturaleza. En el caso de concluir que un orden social particular es inadecuado, y por ende decidimos cambiarlo o reemplazarlo, el análisis del ser humano en EN nos brindará los principios que guiarán el proceso de cambio.” (p. 36).
A partir del procedimiento descripto en los párrafos precedentes, Rousseau estableció las características del EN, al que concibió:       
“Como un equilibrio perfecto entre las necesidades del ser humano y los recursos de que dispone: solo desea y necesita lo que se encuentra en su medio físico inmediato. Al igual que otros animales, tiene únicamente sensaciones, y carece de conocimiento y lenguaje. (…) Sus necesidades son muy simples y puramente físicas: alimento, pareja y reposo; no puede concebir el futuro y se orienta de manera exclusiva hacia el presente. El ser humano logra la armonía entre su naturaleza interna y la naturaleza externa mediante la satisfacción de todas sus necesidades. Las condiciones para el desarrollo están totalmente ausentes.” (p. 37).
El EN es, pues, un estado estacionario, durante el cual las cosas permanecen invariables durante un largo período. Mejor dicho, los cambios son mínimos y se dan, sobre todo, como consecuencia del aumento, lento pero paulatino, de la población. También se verifican cambios en el medio físico. Como quiera que sea, el SH sale del EN y pasa a la vida en sociedad.

El problema del origen de la sociedad:
Al producirse cambios en el medio físico y aumentar la población, las personas “se vieron forzadas a unirse y coordinar sus esfuerzos; podían hacerlo porque tenían la capacidad de vivir en sociedad” (p. 38).
El pasaje a la vida en sociedad fue un momento decisivo en la historia de la humanidad, pues significó el paso de la situación de animalidad, en la que los SH tenían que adaptarse sí o sí a las condiciones naturales, a una situación en la que podían “doblegar esas condiciones a su voluntad colectiva” (p. 38).
“Primero se formaron familias, que luego se unieron para formar sociedades; a medida que aprendieron a hablar, y con el lenguaje adquirieron la capacidad de acumular conocimientos y transmitirlo a sus hijos. El ser humano había inventado la cultura. En esta etapa no había aún desigualdad social alguna.” (p. 38).
El desarrollo de la agricultura y la ganadería, y la consiguiente división del trabajo, dieron paso a las primeras desigualdades sociales. Aparece la propiedad privada, paso crucial en la profundización de las desigualdades: surgen los ricos y los pobres. Los primero someten a los segundos. Como una parte de los pobres no se resigna a su condición, “el rico concibe un recurso del que todos podrán beneficiarse, pero el rico más que el pobre: se instituyen las leyes y surge la sociedad política.” (p. 39).
La sociedad política no tiene por objetivo el bien común; el Estado no es de todos. Su función primordial es proteger la propiedad.
“Los derechos, las obligaciones y las normas de la propiedad son productos de la sociedad, en la medida en que primera vez los seres humanos aprenden a actuar unos contra otros, a atacarse. La guerra no es un conflicto de hombres individuales en estado de naturaleza: es un fenómeno social. (…) Pero la agresión y la guerra también surgen dentro de la sociedad – es lo que pensadores posteriores llamaron conflicto de clases o guerra civil – y son el resultado de las desigualdades sociales. Las relaciones sociales entre las personas, en las que unos son ricos y otros pobres, algunos dominan y los restantes están en la servidumbre, también dan origen a la hostilidad y los conflictos entre ellos. Con el propósito de controlar esa guerra se establece el Estado civil.” (p. 39).
Rousseau sostiene que la vida en sociedad implica la ruptura del equilibrio existente en el EN  y está signada por el conflicto entre ricos y pobres. Más todavía, la sociedad tal como está constituida oprime y asfixia a los rasgos de la NH. Las personas dejan de sentir empatía por sus semejantes y se vuelven egoístas. Sin embargo, Rousseau no se oponía a la sociedad per se; consideraba que el SH era perfectible y, por tanto, que la sociedad podía ser transformada, hasta convertirla en un organización capaz de promover, y no de asfixiar, el desarrollo de las potencialidades de las personas.
“Según Rousseau, el ser humano es perfectible, y esto lo distingue de otros animales. La perfectibilidad sólo se realiza por medio de la vida social, pero el ser humano ya la poseía potencialmente en el estado de naturaleza. Con la sociedad, aparecen las desigualdades y surge el Estado civil. Este Estado es incompatible con el ser humano natural porque, lejos de permitirle su autorrealización, lo reprime y lo deforma. Al ser humano se le impidió alcanzar lo que podría haber sido, de existir condiciones sociales distintas.” (p. 40).
Rousseau sostiene que nuestra forma de organización social no es natural, sino que es el resultado del conflicto entre ricos y pobres. Esta organización promueve la desigualdad. Más aún, su función es perpetuarla. En definitiva, en el orden social existente en la Europa del siglo XVIII, el Estado expresaba la voluntad de los ricos. En términos de Rousseau, la voluntad general no era otra cosa que la voluntad de un grupo particular de individuos, los ricos, quienes acaparaban la riqueza de la sociedad. La voluntad de las personas quedaba subordinada a esa voluntad general. De ese modo, la sociedad oprimía al individuo en vez de garantizar su libertad.
De ahí que sea preciso reemplazarla por otra forma de sociedad, capaz de garantizar la libertad de los individuos y permitir el pleno desarrollo de las potencialidades de éstos.

El contrato social. La solución rousseauniana al problema de la desigualdad:
El CC es la respuesta de Rousseau al problema de reorganizar la sociedad.
“La nueva sociedad, o contrato social, permite la absorción del individuo en la voluntad común, general, sin perder su propia voluntad, porque al darse a esta voluntad común se da a una fuerza impersonal, en realidad, casi a una fuerza de la naturaleza.” (p. 42).
En vez de someterse a la voluntad de los ricos (convertida en voluntad general), en el CC cada persona acepta voluntariamente la autoridad del Estado, pues éste expresa tanto la voluntad general como la voluntad particular de cada individuo.
“Es ahora miembro de una sociedad de iguales; ha recuperado una igualdad que no es diferente de la que tenía en estado de naturaleza, pero bajo una nueva forma y en un nivel superior. Ahora la libertad y la igualdad no solo están resguardadas, sino que son más perfectas que en el estado de naturaleza. (…) El interés general se expresa en el hecho de que todos desean la felicidad de cada uno.” (p. 42).
Pero la concreción del CC presenta múltiples dificultades. Rousseau era consciente de ello. La existencia de la propiedad privada creaba desigualdad. Sin embargo, Rousseau no era partidario de su abolición. Ello multiplicaba los problemas para la puesta en práctica del CC.
“En la nueva sociedad (…), la soberanía es inalienable e indivisible. Pero reconocía la imposibilidad de que en la práctica se diera una democracia sin representantes y sin la delegación de poderes, salvo en una comunidad pequeña. Comprendía que la fuerza del gobierno, aunque se titulara fuerza pública y aunque declarara representar la voluntad general, podía usurpar el poder y actuar contra el bien común. El gobierno es una amenaza constante para la libertad del ser humano, pero es indispensable; es el elemento corruptor de la sociedad y continuamente amaga socavar la soberanía del pueblo. (…) Si el gobierno que la democracia requiere constituye una amenaza constante para esta, entonces la aristocracia podría ser la mejor forma de gobierno. Este parecía ser el mejor compromiso entre la democracia y la monarquía. La aristocracia debía ser un gobierno compuesto por una minoría elegida sobre la base de la edad y la experiencia. Pero aun este caso, la sabiduría y la paciencia divinas deberán guiar a los gobernantes. (…) la nación tampoco debe ser tan grande que carezca de homogeneidad, pues cuando esta se halla ausente es imposible el surgimiento de una voluntad general. Tampoco debe ser tan pequeña que no pueda mantenerse.” (p. 42).
Zeitlin resume así la contribución de Rousseau a la teoría social moderna, en especial a la sociología:
“Gracias a la atención que prestó al «hombre natural» y al recurso metodológico que empleó para deducirlo, logró una exacta concreción de la cultura, de lo que el ser humano adquiere en sociedad, por ella y de ella. Asimismo, fue uno de los primeros en estudiar de manera relativamente sistemática los orígenes, las formas y las consecuencias de la desigualdad social. Comprendió claramente que la existencia de clases y los conflictos entre éstas influyen sobre todos los aspectos de la vida de las personas. La desigualdad tiene consecuencias inhumanas definidas y engendra la lucha y la guerra entre las distintas sociedades, y dentro de ellas. Por último, vio las posibilidades del cambio. Debe haber un modo, creía, de cambiar o remodelar la sociedad que el ser humano mismo ha creado pero donde ya no es su propio amo.” (p. 43).
A esta síntesis hay que agregarle que Rousseau vio como nadie las limitaciones de la democracia burguesa, mucho antes de que ésta se plasmara en la práctica. Teórico de una democracia directa, cuyo órgano fundamental debía ser la asamblea, el filósofo ginebrino tuvo en claro las dificultades insolubles implicadas en la constitución de una democracia radical en el marco de una sociedad basada en la propiedad privada. En este caso, su mérito reside en la percepción de esas dificultades antes que en las soluciones propuestas.

Villa del Parque, viernes 27 de marzo de 2020


NOTAS:
[1] Con este capítulo concluye la Parte I de la obra de Zeitlin, dedicada al Iluminismo.
[2] El historiador Albert Soboul (1914-1982), en su biografía sobre el gran revolucionario Maximilien Robespierre (1758-1794), escribió lo siguiente: “Se alimentaba de Plutarco y de la historia de la antigüedad. Pero la influencia del Iluminismo no fue menor; la de Rousseau en primer término, como lo demostraban sus ideales políticos y la fuerza elocuente de su convicción, así como su sensibilidad mal contenida y el espíritu religioso que manifestó públicamente el año II con la proclamación del culto del Ser Supremo.” (Albert Soboul, Robespierre, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, s. f., p. 7).
[3] En este sentido, es interesante confrontar el análisis rousseauniano de la contradicción entre la voluntad general y la voluntad particular, con el célebre artículo de Karl Marx (1818-1883), “La cuestión judía” (1844). En el CC, Rousseau intenta resolver el problema de encontrar una forma de gobierno que permita la conciliación de la voluntad general (el Estado) y la voluntad particular (la de cada uno de los individuos que componen la sociedad). Las condiciones requeridas para lograr esa conciliación y asegurar la libertad son tan rigurosas que hacen imposible la concreción en la práctica de la democracia. Sin quererlo, Rousseau termina en un callejón sin salida, al marcar los límites de la democracia con propiedad privada. Marx, sin mencionar a Rousseau, plantea el problema de manera diferente. Marx describe los límites de la emancipación política (la revolución burguesa) y concluye que ésta sólo puede asegurar las libertades formales de los individuos, sin suprimir la desigualdad generada por la propiedad privada de los medios de producción. En vez de ensayar fórmulas imposibles para lograr la vigencia de la libertad en la sociedad burguesa, Marx sostiene que es preciso abolir la propiedad privada y que este es el contenido de la emancipación humana (la revolución socialista).
[4] Zeitlin escribe más adelante: “Al referirse al «estado de naturaleza», por consiguiente, Rousseau no describía una edad de oro perdida; más bien proponía un recurso metodológico capaz de poner al desnudo los componentes de la estructura psicológica básica del ser humano.” (p. 36). En esta ficha no corresponde referirse a las condiciones sociales que posibilitaron la construcción de la noción de EN. Basta con transcribir las palabras de Marx en su Introducción a los Grundrisse: “Solamente al llegar el siglo XVIII, con la «sociedad civil», las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados, como una necesidad exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo aislado, es precisamente aquella en la cual las relaciones sociales (generales según este punto de vista) han llegado al más alto grado de desarrollo alcanzado hasta el presente.” (K. Marx, “Introducción general a la Crítica de la economía política (1857)”, incluida en K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI, 2000, p. 283).
[5] Los filósofos contractualistas (Hobbes, Locke, Rousseau) afirmaban que la sociedad era una construcción artificial, surgida de un pacto o contrato convenido entre los individuos. Ese pacto venía a poner punto final al EN, una situación en la que las personas vivían fuera de toda organización social.
[6] K. Marx, “Introducción general a la Crítica de la economía política (1857)”, incluida en K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI, 2000, p. 283
[7] Una formulación clásica del carácter transitorio de las instituciones sociales (referida a la sociedad capitalista) se encuentra en el Manifiesto del partido comunista: “Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, un movimiento y una inseguridad constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.” (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del partido comunista, Buenos Aires, Anteo, 1986, p. 38-39).


sábado, 29 de febrero de 2020

MONTESQUIEU Y LAS CIENCIAS SOCIALES: NOTAS DE LECTURA


Portada de "El espíritu de las leyes"


Irving Zeitlin es autor de un libro clásico sobre la historia de la sociología, Ideology and the Development of Sociological Theory (Englewood Cliffs: Prentice-Hall, 1968). Esta obra se caracteriza, entre otras cosas, por dedicarle un espacio considerable a los precursores de la sociología, es decir, a los autores que comenzaron a diferenciarse de la filosofía política y a elaborar un cuerpo teórico cuyo núcleo era el análisis del capitalismo, esa nueva forma de organización social que estaba reemplazando al feudalismo.
Entre los precursores se encuentra Charles Louis de Secondat, señor de la Brede y barón de Montesquieu (1689-1755). Durante toda su vida manifestó una insaciable curiosidad por conocer el funcionamiento de su sociedad y compararlo con el de otros países; en este sentido, fue uno de los pioneros de los estudios comparativos en ciencias sociales; su pertenencia a la aristocracia le permitió disponer del tiempo necesaria para estudiar la filosofía política y la historia, y para realizar viajes por el continente europeo; en 1728-1729 visitó Alemania, Austria, Italia y Holanda; posteriormente viajó a Gran Bretaña, donde permaneció dos años. Sus obras principales fueron: Cartas persas (1721); Consideraciones sobre la grandeza y la decadencia de los romanos (1734); El espíritu de las leyes (1748).
Zeitlin dedica el capítulo 2 de la obra a presentar los lineamientos fundamentales de la teoría social de Montesquieu. Esta ficha es un resumen de dicho capítulo.
Nota bibliográfica:
Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de Néstor A. Míguez: Ideología y teoría sociológica. Buenos Aires: Amorrortu. (pp. 21-33).


Zeitlin afirma que Montesquieu fue “el primer pensador de los tiempos modernos que intentó construir una filosofía de la sociedad y de la historia” (p. 21). Esta afirmación, demasiado rotunda, requiere ser matizada. El mismo autor menciona una excepción: el caso de Giambattista Vico (1668-1744), quien identificó a las regularidades (sucesos que se repiten y que obedecen a las mismas causas) como la base de la ciencia social. [1] Podemos mencionar otra, la obra de Maquiavelo (1469-1527), que puede ser considerada en muchos sentidos la primera teoría social moderna. Aquí no disponemos de espacio para desarrollar la cuestión de los precursores de los precursores; en todo caso, será elaborada en fichas posteriores.
Más allá del debate sobre los posibles antecesores de Montesquieu en el desarrollo de la teoría social moderna, lo cierto es que éste:
“se emancipó totalmente de la herencia medieval. Su preocupación por las regularidades estaba más cercana a la concepción moderna; buscaba las leyes del desarrollo social e histórico, y éste era su propósito principal en el estudio de los hechos sociales. No estudiaba los hechos por sí mismos, sino para descubrir las leyes que se manifiestan a través de ellos.” (p. 22).
Sus preocupaciones también lo ubican en el terreno de la ciencia social y no de la filosofía política, pues Montesquieu procuraba distinguir las distintas formas de gobierno utilizando como criterio de demarcación a las formas de organización social correspondientes a cada una de aquéllas. En palabras de Zeitlin:
“Existen distintas formas de gobierno que reciben los nombres de república, aristocracia, monarquía y despotismo, y que no constituyen agregados de propiedades adquiridas de forma accidental, sino que son más bien la expresión de ciertas estructuras sociales subyacentes. Tales estructuras permanecen ocultas mientras sólo observamos los fenómenos políticos y sociales, es decir, los hechos. Estos son en primera instancia tan complejos y variados que parecen desafiar toda comprensión.” (p. 22).
El problema central de la teoría social consiste, por tanto, en encontrar las regularidades que permiten relacionar la multitud de hechos que se suceden todo el tiempo en cada sociedad. Para eso es preciso partir del supuesto de que todas las instituciones de una sociedad son interdependientes entre sí; ninguna de ellas existe por casualidad o para satisfacer un “deber ser” al que aspiran los individuos. Todo lo contrario.
“La educación y la justicia, las formas de matrimonio y la familia, y las instituciones políticas, no solo ejercen una influencia recíproca, sino que dependen también de la forma básica del Estado; el carácter de éste, a su vez, descansa en esos aspectos de la sociedad. (…) Si el examen de una sociedad revela determinada interdependencia entre sus elementos, y si una serie de sociedades tienen tantas cosas en común que se las puede clasificar en el mismo tipo, entonces los procesos de funcionamiento de estas sociedades también pueden manifestar ciertas tendencias características similares. Ni estos procesos ni el destino de los pueblos están determinados por accidentes.” (p. 23; el resaltado es mío – AM-.).
Montesquieu sienta así las bases de las ciencias sociales modernas, que se apoyan en el reconocimiento de la existencia de regularidades en todas las sociedades. Ahora bien, esas regularidades no son las mismas en cada sociedad ni en cada época histórica.
“Después de realizar un estudio empírico bastante cuidadoso de las sociedades pasadas y contemporáneas para determinar la causa de la variedad de las instituciones, llegó a la conclusión de que no había ningún gobierno que fuera universalmente apropiado. Las instituciones políticas deben adecuarse a las peculiaridades de la sociedad en la que deben funcionar. (…) no se puede legislar para todas las personas y todos los lugares partiendo de la suposición de que existen leyes universalmente aplicables. No vacilaba en señalar tanto virtudes como defectos en todas las formas de gobierno.” (p. 23; el resaltado es mío – AM-).
Como no existe una única forma de sociedad, Montesquieu elaboró procedimientos metodológicos para distinguir entre organizaciones sociales diferentes. En este sentido, fue el primer gran “metodólogo” de las ciencias sociales.
Toda ciencia tiene que describir la realidad, pero resulta complejo llevar a cabo esta tarea si esa realidad está compuesta por elementos que difieren completamente entre sí. De ahí la necesidad de identificar rasgos comunes y, de ese modo, establecer clasificaciones y tipologías. Para resolver el problema de la descripción de una realidad compleja, Montesquieu desarrolló los tipos ideales y los aplicó al estudio de las formas de gobierno.
“Su obra principal, El espíritu de las leyes, y en medida algo menor todos sus otros escritos, son análisis basados en tipos políticos y sociológicos. Se trataba de una herramienta intelectual indispensable, capaz de dar sentido a lo que de otro modo parecería una maraña incomprensible.” (p. 22).
Los tipos ideales se construyen a partir de la identificación de los rasgos comunes a diversas sociedades. En base a ellos se construye un tipo ideal de sociedad (en el caso de Montesquieu, de forma de gobierno), que permite clasificar a cada una de las sociedades realmente existentes. La condición de posibilidad de la formulación de los tipos ideales es la existencia de regularidades en las sociedades. Si todo fuera azar sería imposible construir una ciencia de la sociedad.
Zeitlin caracteriza así el uso de los tipos ideales por Montesquieu:
“Sus tipos no tenían pretensión alguna de trascender el tiempo y el lugar. Reconocía que las costumbres, las leyes y otras instituciones de las sociedades varían junto con las demás condiciones de su existencia. Discernía ciertos tipos generales, por ejemplo, la monarquía, pero también veía que las monarquías específicas varían según el tiempo y el lugar. Por ello, las reglas nunca pueden ser válidas para todas las sociedades y para todos los pueblos.” (p. 28).
Zeitlin señala Montesquieu no fue el primero en utilizar los tipos ideales. Aristóteles (384-322 a.C.), por ejemplo, también los empleó; pero, el filósofo griego “lo circunscribió [su uso] a las formas políticas.” (p. 27). Zeitlin cae aquí en error conceptual, pues las formas de gobierno en Aristóteles no son sólo formas de organización política, sino tipos de organización social. No cabe hablar de reduccionismo político. [2]
Ahora bien, “la ciencia exige algo más que descripción y clasificación; también supone interpretación y explicación.” (p. 27). Montesquieu sostiene que esto es posible en la medida en que puedan formularse leyes; sin ellas tampoco es viable una ciencia de la sociedad.
Las leyes implican el reconocimiento de la existencia de relaciones causales entre los hechos.
“Los sucesos percibidos no son arbitrarios ni fortuitos; ni la interpretación es la imposición de un orden totalmente subjetivo – un orden que solo existe en la mente – a una realidad en esencia caótica y errática, es decir, desordenada. También fue este uno de los supuestos que guió a Montesquieu en su análisis social.”  (p. 27).
Montesquieu sostuvo que las leyes no sólo se aplicaban a la naturaleza, sino también a la sociedad. De este modo, el terreno de lo social dejaba de ser patrimonio del azar, de la acción de las grandes personalidades, de la voluntad de Dios. La sociedad se convertía en un objeto de estudio, a semejanza de los astros que eran estudiados por la astronomía o de los cuerpos cuyos desplazamientos eran examinados por la física.
Respecto a la utilización del concepto de ley por Montesquieu es preciso desarmar un equívoco que, a esta altura del partido, forma parte del sentido común de toda presentación somera de la obra del filósofo político francés. Según este sentido común, las leyes hacen referencia a la influencia determinante de la geografía y el clima sobre las sociedades. Zeitlin refuta esta concepción:
“El volumen de la sociedad es para Montesquieu la causa principal de estos cambios [en la sociedad y la política]. (…) Las interpretaciones tradicionales de la teoría de Montesquieu han pasado por alto su reconocimiento de las variables sociales y han llamado la atención, en cambio, hacia otras variables: la geografía, la topografía, la fertilidad del suelo, el clima, la proximidad (o la lejanía) respecto al mar, etc. Montesquieu atribuía a todos estos factores una influencia restrictiva sobre la estructura de una sociedad; son las constantes retardantes cuya ausencia o presencia orientan a una sociedad en una dirección particular. Pero en su pensamiento estos factores eran menos importantes que las variables sociales.” (p. 31).
El filósofo político francés distinguió entre ley y costumbre.
“Las costumbres surgen espontáneamente de la existencia social; las leyes, en cambio, son establecidas por un legislador de manera formal y explícita.” (p. 31).
En la concepción de Montesquieu, cada sociedad “parece requerir ciertas leyes definidas que se adapten en grado máximo a la misma. Pero estas permanecen ocultas e implícitas (…), si algún legislador no las discierne y las formula explícitamente.” (p. 31-32).
Ahora bien, la tarea del legislador introduce la contingencia en la cuestión de las leyes de la sociedad, pues la legislación puede diferir de la naturaleza de la sociedad. “Una sociedad sería lo que prescribe su naturaleza, si no fuera por la ignorancia y los errores de quienes interpretan estas prescripciones.” (p. 32). [3]
Montesquieu formuló una clasificación de las sociedades. En ella distinguía las siguientes formas: república (que puede ser aristocracia o una democracia), monarquía, despotismo y una cuarta forma constituida por las sociedades que viven de la caza y la cría de ganado. [4] Con esos tipos ideales se refiere a sociedades totales, no sólo a sistemas políticos. No se basan en la aplicación de principios a priori, sino que se fundan en la observación. [5] Se interesó tanto en las diferencias entre las sociedades como en sus semejanzas. Zeitlin indica que:
“El razonamiento subyacente en esta clasificación es válido todavía hoy. Comprendió que el aumento de complejidad de las estructuras económicas y sociales, el acrecentamiento de las diferencias de riqueza, la aparición de estratos, etc., provocaban cambios en la estructura política.” (p. 29).
Fue el primero en indicar la importancia de la solidaridad social como mecanismo que desarrollaba la cohesión entre los miembros de una sociedad.
“Se percató del hecho de que una república como la Atenas o la Roma antiguas, donde la propiedad privada se hallaba poco desarrollada, lógicamente presentaría el mayor grado de solidaridad social; y que una sociedad moderna, caracterizada por una compleja división del trabajo y por la existencia de clases y de grupos especiales de intereses, debía presentar un grado menor de ella. En este último caso, cada individuo establece una tajante distinción entre su persona y su grupo especial de intereses por una parte, y la sociedad por la otra. La solidaridad social, en la medida en que puede existir en la sociedad moderna, brota de una fuente distinta. Ya no depende de la igualdad y la semejanza, sino precisamente de la división del trabajo, que crea la interdependencia de individuos y de grupos.” (p. 29-30).
El concepto de solidaridad social fue retomado por Saint-Simon (1760-1825), de quien lo recogió, a su vez, Durkheim (1858-1917), convirtiéndolo en una noción central de su clasificación de las sociedades.
Zeitlin sintetiza el aporte de Montesquieu a la teoría social moderna:
“Sin duda, es siempre erróneo rastrear el nacimiento de ciertas ideas hasta un pensador determinado. Sin embargo, puede considerarse a Montesquieu como un precursor importante del pensamiento sociológico, pues usó los conceptos de tipi ideal y de ley con mayor coherencia que cualquiera de sus predecesores o contemporáneos, comprendió la necesidad de los estudios comparativos y sostuvo la suposición de que los elementos de una sociedad son funcionalmente interdependientes.” (p. 33).
Por último, esta ficha es, a la vez, la continuidad de una serie dedicada a presentar el aporte de Zeitlin a la historia del pensamiento sociológico, y la primera de una serie de trabajos sobre la contribución de Montesquieu a la teoría social, basada en la lectura de El espíritu de las leyes.


Villa del Parque, sábado 29 de febrero de 2020


NOTAS:
[1] Sin embargo, Zeitlin sostiene que “en los escritos de Vico, las ideas fundamentales del Iluminismo, las referentes al progreso humano y a la perfectibilidad del ser humano en el ámbito secular, no aparecen por ninguna parte. Siguió siendo esencialmente medieval y teológico en su visión del mundo y consideró que el mejoramiento y la salvación dependen de la gracia de Dios.” (p. 21).
[2] Ver Aristóteles, Política, Libro IV. Por ejemplo, los tipos de régimen democrático son producto de una determinada relación de fuerzas entre las clases sociales de la polis. Estos tipos varían si se modifica la relación entre esas fuerzas sociales.
[3] “La concepción que Montesquieu tenía de la ley como expresión de la relación necesaria entre las cosas encierra elementos ambiguos. Parece creer que estudiando una sociedad es posible descubrir sus leyes (lo que su naturaleza exige) y, por tanto, crear las formas legales y otras instituciones que mejor se adapten a esa naturaleza. La creación de tales instituciones supone una interpretación de cuál es la verdadera naturaleza de una sociedad y, por lo tanto, está sujeta a error. Si faltara este elemento contingente – la ignorancia y/o el error – el ser humano concebiría leyes en total acuerdo con la naturaleza de la sociedad, y en apariencia esto sería beneficioso. La vida social del ser humano estaría totalmente determinada, y los elementos de la sociedad presentarían una articulación e integración perfectas. Los elementos contingentes que Montesquieu introduce parecen implicar que el ser humano nunca puede alcanzar una articulación tan perfecta.” (p. 32).
[4] Esta cuarta forma está conformada por sociedades que se caracterizan por tener “una población pequeña y poseer la tierra en común. Las costumbres, y no las leyes, regulan la conducta. Los ancianos gozan de la autoridad suprema, pero tales sociedades son tan celosas de su libertad, que no toleran ningún poder permanente. Montesquieu las divide, además, en dos subtipos: salvajes y bárbaros. Los salvajes son, por lo general, cazadores que viven en sociedades pequeñas y relativamente nómadas, mientras que los bárbaros crían ganado, viven en sociedades mayores y son relativamente sedentarias.” (p. 30).
[5] Como se indicó más arriba, Montesquieu fue un gran viajero, interesado en las costumbres y la legislación de los países que visitaba. Además de su propia experiencia, se basó en su conocimiento de la historia y en relatos de viajeros. Todo ello sirvió de material empírico comparativo para elaborar su clasificación de las sociedades.