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viernes, 24 de enero de 2020

MARX CONTRA EL ESTADO


“El instrumento político de su sumisión
no puede servir de instrumento político de su emancipación.”
Karl Marx, 2° borrador de La guerra civil en Francia (1871)



A la manera de una introducción:
La Comuna de París (marzo – mayo de 1871) fue el primer gobierno obrero de la historia. A pesar de su corta duración, de las circunstancias en que se desenvolvió su acción (una ciudad cercada por las tropas del Estado francés y obligada a concentrar la mayoría de sus esfuerzos en la defensa), de la derrota final, su existencia marcó un antes y un después en el movimiento obrero y, en especial, en la formulación de la concepción del Estado y de la Revolución por Karl Marx (1818-1883).
Marx desarrolló su teoría siguiendo las experiencias de lucha y organización del movimiento obrero del siglo XIX. En este sentido, y con cierta exageración, corresponde decir que fue la lucha de los trabajadores la que dio origen al marxismo, y no el marxismo el que provocó las luchas de los trabajadores (la misma afirmación vale para el anarquismo y las otras corrientes político-teóricas del movimiento obrero). Es necesario enfatizar esto, pues resulta habitual entre los intelectuales la actitud de agrandar la propia incidencia en los sucesos pasados, presentes y futuros. Así, muchos intelectuales marxistas afirman con los hechos que las ideas (sus ideas) son la causa de los acontecimientos y que, por ello, los trabajadores deben subordinarse a sus planteos y propuestas, pues los intelectuales saben hacia dónde va el mundo.
Sin embargo, la tarea del intelectual es mucho más importante que la caricatura esbozada en el párrafo anterior. Si bien no es el tema principal de la obra La guerra civil en Francia (1871), ésta puede considerarse un ejemplo práctico de cómo debe actuar el intelectual que pretende contribuir a la conformación de un movimiento revolucionario. Marx extrae de la experiencia de la Comuna una nueva perspectiva sobre la revolución proletaria y, en base a ella, modifica su teoría del Estado. Sin esa experiencia, sin los tanteos y el ensayo y error llevados adelante por los comuneros parisinos, dicha perspectiva habría sido imposible.
El presente trabajo fue elaborado como ayuda memoria para un taller sobre la cuestión del Estado en Marx, desarrollado en el marco de una organización política. Como tal se encuentra en estado de construcción permanente y, por supuesto, todos los aportes son bienvenidos.

Nota bibliográfica:
En la redacción de estas notas se utilizaron las siguientes ediciones:
Marx, K. (1975). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires: Anteo.
Marx, K. (1985). Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871. Incluido en: Marx, K.; Engels, F.; Lenin, V. I. (1985). La comuna de París. Madrid: Akal. (pp. 7-76).
Marx, K. y Engels, F. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago.
Marx, K. y Engels, F. (1986). Manifiesto del partido comunista. Buenos Aires: Anteo.
Rubel, M. y Janover, L. (2010). Marx anarquista. Buenos Aires: Madreselva.
Abreviaturas:
18 B = 18 Brumario de Luis Bonaparte / AIT = Asociación Internacional de Trabajadores / GCF = Guerra civil en Francia / MC = Manifiesto Comunista

La transformación de la concepción marxista del Estado:
La GCP marca un cambio fundamental en la concepción marxista del Estado, que puede mensurarse a partir de la comparación con el Manifiesto Comunista (1848). En MC, Marx y Friedrich Engels (1820-1895) afirmaban:
“El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.” (Marx y Engels, 1986: 52). [1]
La clase trabajadora tiene, pues, que conquistar el aparato estatal para iniciar la construcción de las bases de una sociedad socialista:
“El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.” (Marx y Engels, 1986: 62).
Marx y Engels conciben al Estado como un instrumento que puede servir tanto a la dominación de la burguesía como a la de la clase trabajadora. Si bien señalan que ese aparato estatal se conformó desde sus orígenes como maquinaria de opresión de clase, no ponen esta cuestión en el centro del análisis. [2] El carácter de clase del Estado está dado por la clase que detenta el control del mismo, y no se refleja ni en la estructura estatal ni en el tipo de relaciones sociales que se desarrollan al interior de éste. En este sentido, y a despecho de la concepción clasista del Estado desarrollada en MC, al referirse al proceso revolucionario el aparato estatal éste es caracterizado como un instrumento neutral, que puede ser tomado y utilizado indistintamente por cualquier clase social para sus propios fines.
En MC, la función del Estado luego de la revolución socialista consiste en acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la centralización de la propiedad de los medios de producción. El socialismo es pensado como el resultado del desarrollo de la economía, dedicándole poca o nula atención a los aspectos políticos del mismo. Ahora bien, la construcción del socialismo es imposible sin el desarrollo de la autonomía de cada individuo, de la participación efectiva de todas las personas en el gobierno de la comunidad.
Marx y Engels afirman que el desarrollo de las fuerzas productivas terminará por abolir las diferencias de clase y, una vez ocurrido esto, el Estado dejará de existir:
“Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción  las condiciones para la existencia del antagonismo de clases y las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.” (Marx y Engels, 1986: 63; el resaltado es mío – AM-).
La caracterización del Estado como “violencia organizada” para la opresión de clase no se refleja en la concepción de la revolución proletaria. Marx y Engels parecen pensar que es la clase trabajadora en su conjunto quien tomará el poder estatal y comenzará la construcción del socialismo; de ahí que esa “violencia organizada” se dirija únicamente contra la resistencia de la burguesía.
Pero, a poco de reflexionar sobre la cuestión, surgen dos dificultades: a) un aparato que se define como “violencia organizada” para la opresión de clase no pierde su carácter opresor por el cambio de la clase que tiene su control; b) la clase trabajadora no toma el poder, sino que lo hace un partido o un movimiento que es, a lo sumo, una parte de ella o un conjunto de individuos que se identifican con la causa del socialismo. Si el Estado conserva las características mencionadas arriba, no existe ninguna garantía de que la “violencia organizada” no se vuelva contra la misma clase trabajadora.
La Comuna de París vino a modificar drásticamente la concepción marxista del Estado.
¿Por qué? Ante todo, porque la Comuna enfrentó los problemas concretos de la toma del poder. En las revoluciones de 1848, la clase trabajadora estaba muy lejos de plantearse esos problemas de un modo práctico. En 1871 el poder estatal cayó en sus manos y debió resolver qué hacer con él. La organización política construida trabajosamente por la Comuna exigía una reformulación de las ideas previas sobre la conquista del Estado.
Marx, quien ya se hallaba involucrado en la política práctica de la clase trabajadora por su tarea en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), emprendió la tarea mencionada en el párrafo anterior.
GCF es el título abreviado del Manifiesto de la AIT sobre los acontecimientos acaecidos en la capital de Francia. Fue redactado por Marx y aprobado el 30 de mayo de 1871 en la sesión del Consejo General de la AIT. Se trata, pues, de un texto escrito al calor de los acontecimientos. Marx dedicó el tercer apartado de GCF a reformular su teoría del Estado y la Revolución, basándose en la experiencia de los comuneros parisinos.
Marx comienza citando el Manifiesto del Comité Central de la Comuna, fechado el 18 de marzo de 1871. Allí se lee:
“Los proletarios de París (…), en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos. (…) Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder.” (Citado en Marx, 1985: 32).
Hasta aquí, el discurso de los comuneros coincide con lo dicho sobre el Estado en el MC. [3] Sin embargo, la acción de la Comuna había ido mucho más allá de lo indicado en el MC. El ejército, la policía y los tribunales habían sido suprimidos, y reemplazados por la organización activa del pueblo. En otras palabras, el aparato represivo del Estado fue modificado drásticamente. Eran los trabajadores (el pueblo de París en su conjunto) quienes se encargaban de las tareas militares y de policía. Éstas dejaron de ser la tarea de un grupo específico de personas, separado del resto de la sociedad.
Marx toma nota de lo anterior y acota lo siguiente:
Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.” (Marx, 1985: 32; el resaltado es mío – AM-). [4]
Con esa breve frase, Marx modifica su concepción del Estado y la Revolución, y, sin saberlo, cuestiona la experiencia de las revoluciones socialistas del siglo XX. En el 2° borrador de GCF se encuentra el siguiente pasaje:
El instrumento político de su sumisión no puede servir de instrumento político de su emancipación.”(Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el resaltado es mío – AM-.)
La Revolución no puede consistir simplemente en la conquista del poder estatal. Hacer esto implica mantener incólume el aparato represivo forjado por la burguesía, y eso impide el desarrollo de formas democráticas de autogobierno de la clase trabajadora. Mientras que en el MC el núcleo de la atención se encuentra en el desarrollo de las fuerzas productivas, en GCP se verifica un desplazamiento hacia la eliminación del aparato represivo y la conformación de un nuevo poder, que pueda servir efectivamente de instrumento de liberación. A nuestro juicio dicho desplazamiento es fundamental.
El fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX es, entre otras cosas, el fracaso de una determinada concepción del Estado y, más específicamente, del papel del aparato estatal en el proceso revolucionario. Para el socialismo del siglo XX el Estado es la solución a todos los problemas y el socialismo es concebido como propiedad estatal de los medios de producción. Según esta concepción, bastaba con desplazar al elenco burgués que detentaba el poder estatal y reemplazarlo por los miembros del partido. Una vez cumplida esa tarea, correspondía desarrollar las fuerzas productivas en el marco de un férreo control estatal. Estatismo y productivismo, he aquí las dos patas del socialismo modelo siglo XX. La centralización del aparato estatal, la concentración de la toma de decisiones en un puñado de altos funcionarios, eran lo opuesto al involucramiento de la clase trabajadora y los sectores populares en los asuntos políticos. El estatismo era (es) enemigo de la democracia.
La preocupación por la eliminación del aparato represivo aparece en el período de redacción de GCP. Así, en una carta a Kugelmann fechada el 12 de abril de 1871, Marx escribe:
“Releyendo el último capítulo de mi 18 Brumario, verás que al hablar de la próxima tentativa de la revolución francesa, declaro allí que ya no va a tratarse de trasladar el aparato burocrático-militar de una mano a otra, como ocurrió hasta el momento, sino de romperlo, y de ahí radica la condición preliminar de toda revolución verdaderamente popular en el continente. He aquí lo que intentan de hecho nuestros heroicos camaradas de partido en París.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 60). [5]
El estudio del desarrollo histórico del Estado moderno demuestra la creciente capacidad de éste para ejercer control sobre el conjunto de la sociedad. Marx distingue tres etapas en la evolución del poder estatal [6]: a) el Estado como arma de la sociedad burguesa para luchar contra el feudalismo; b) como “poder nacional del capital sobre el trabajo”; c) como poder sobre todas las clases sociales (bonapartismo).
El aparato represivo es la manifestación más visible de esa tendencia. Marx acentúa en todo momento el carácter del Estado como instrumento de dominación de clase:
“Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre capital y trabajo, el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del Estado.” (Marx, 1985: 33-34).
Ese aparato se perfecciona de manera incesante, independientemente de la clase o fracción de clase que lo controle. Marx repite aquí el argumento desarrollado en El 18 Brumario, donde señaló el crecimiento de la capacidad de dominación y control del Estado. La atención puesta en los aspectos represivos del Estado contrasta con la escasa y/o nula importancia concedida a la producción y difusión de la hegemonía estatal y la ideología dominante. [7]
Ese aparato represivo fue utilizado por las monarquías absolutistas para poner en caja a los señores feudales durante el período de surgimiento del Estado moderno. De ese modo se restringió el fraccionamiento político propio de la época feudal, en el que el territorio de un país se hallaba dividido entre múltiples señores feudales, cada uno de los cuales gobernaba sus tierras como si fuera un pequeño Estado. Luego, las Revoluciones Burguesas (la Revolución Francesa de 1789 es la más conocida) suprimieron el feudalismo y el Estado pasó a ser controlado por la burguesía (la historia francesa del siglo XIX muestra que la consolidación de ese control fue tarea harto trabajosa). Este momento coincide con el ascenso del movimiento obrero, que creció en un marco de ilegalidad y dura lucha contra el poder estatal. De ahí el acento puesto en el carácter “puramente represivo” del Estado.
Pero también es cierto que la burguesía francesa no pudo estabilizar su dominación política a lo largo del siglo XIX. La historia política de Francia a lo largo del período es una muestra cabal de ello: se pasó sucesivamente del Imperio napoleónico a la Restauración borbónica, a la revolución de 1830 y la instauración de la dinastía Orleáns, a la revolución de 1848, la República, el golpe de Estado y el Imperio de Luis Bonaparte, etc. Todos estos cambios dan cuenta de una gran debilidad política de la burguesía. Si bien estos continuos cambios no pueden reducirse a factores económicos (es preciso estudiar la historia del período para comprender cuáles eran las formas que adoptaba esa debilidad en cada coyuntura), ellos denotan una dificultad persistente en la construcción de hegemonía y ésta puede relacionarse con el escaso (en términos relativos) desarrollo del capitalismo, que impide realizar concesiones materiales a la clase trabajadora y que, por lo tanto, se concentra en la represión de las acciones de lucha de la mencionada clase.

Conclusión. Retomar y desarrollar la perspectiva antiestatista de Marx:
La perspectiva adoptada por Marx contrasta con las ideas de los progresistas sobre el rol del Estado, quienes tienden a considerar la expansión de las funciones estatales como un hecho positivo en sí mismo. Marx no sólo dice que el Estado es un órgano represivo de opresión de la clase, sino que también puede transformarse en parásito del conjunto de la sociedad.
Pero su posición antiestatal, forjada al calor de la experiencia de los obreros parisinos, también es bien distinta a la de los socialismos del siglo XX, quienes hicieron del culto al Estado una verdadera religión laica. Es cierto que una generalización tan amplia puede resultar errónea en los detalles, pero el cuadro de conjunto es exacto: los socialismos del siglo XX, en sus diversas variantes (bolchevique, estalinista, trotskista, guevarista, etc.), se caracterizaron por hacer del Estado la panacea para todos los problemas.
El Estado fue concebido como un instrumento que servía para: a) aplastar la contrarrevolución y defender a la “Patria Socialista” contra las amenazas de las potencias capitalistas; b) impulsar el desarrollo acelerado de las fuerzas productivas mediante la centralización y la planificación. Puede afirmarse que las diferentes expresiones socialistas del siglo XX adhirieron a los puntos de vista de Marx y Engels en el MC. No se tomó en cuenta el replanteo de la cuestión del Estado y la Revolución realizada en GCF y continuada en otros textos de la década de 1870, como la ya mencionada Crítica del Programa de Gotha [8].
Marx señaló expresamente la importancia del cambio de perspectiva respecto al Estado en el prólogo a la edición alemana de 1872 del MC. Allí indicó qué aspectos del texto habían quedado obsoletos e hizo mención expresa al tema del Estado:
“Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera, dadas las experiencias, primero, de la revolución de febrero [de 1848], y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París) que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que «la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines»” (Marx y Engels, 1985: 8).
La perspectiva antiestatista de Marx es notoria en los textos de la década de 1870. También lo es el acento puesto en el autogobierno de la clase trabajadora. Desde el punto de vista político (y éste es el interés central del autor de este ensayo), los textos del período indicado contribuyen a elaborar nuevas respuestas a la crisis actual del socialismo. Marx no aporta las soluciones. La realidad que examina en sus obras pertenece al pasado y resultaría necio buscar en sus escritos la solución mágica a nuestros problemas. Pero sí puede enseñarnos una manera diferente de ver las cosas, alejada de la corriente dominante en la izquierda durante el siglo XX.
Tal como lo demuestra el caso de GCF, la elaboración de respuestas políticas a la crisis del socialismo va de la mano con la participación y el análisis de las diversas experiencias de lucha de la clase trabajadora y los sectores populares. Si se pretende hacer una revolución es preciso desarrollar una forma revolucionaria de pensar la realidad. Revolucionaria porque, ante todo, implica el reconocimiento de que ninguna tradición puede resolver los problemas políticos actuales.
En definitiva, ser revolucionario implica, también, romper con las tradiciones revolucionarias. Dicho de modo muy simple, la revolución es el futuro. La tradición es el pasado. Hace mucho tiempo que la izquierda, tanto a nivel internacional como a nivel local, vive del y en el pasado. Contra esa forma de pensar tenemos que luchar todo el tiempo y una y otra vez.

Parque Avellaneda, viernes 24 de enero de 2020


NOTAS:
[1] Más adelante vuelven a repetir la misma afirmación: “Como hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.” (Marx y Engels, 1986: 62).
[2] Marx y Engels indican un poco más adelante (cita reproducida en este texto) que “el Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra.” (Marx y Engels, 1986: 63). Esta afirmación va en línea con la concepción que atraviesa todo el MC  y que aparece expresada en la famosa frase “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Marx y Engels, 1986: 34). El Estado desempeña un papel fundamental en esa lucha, pues defiende la dominación de la clase dominante en cada sociedad determinada.
[3] No hay que interpretar por ello que el Comité Central de la Comuna era partidario de las ideas del Manifiesto. Si algo caracterizó a la Comuna fue su heterogeneidad ideológica. En ella estaban representadas las diferentes corrientes del movimiento obrero francés.
[4] En los Borradores de GCP es todavía más enfático: “Pero el proletariado no puede, como lo hicieron las clases dominantes y sus diversas fracciones rivales inmediatamente después de su triunfo, tomar simplemente posesión del cuerpo del Estado existente y hacer funcionar ese aparato para sus propios fines. La primera condición para conservar el poder político es transformar el mecanismo actuante y destruirlo en tanto que instrumento de dominación de clase.” (Citado en Rubel y Janover, 2010: 61; el resaltado es mío – AM -. La cita corresponde al 2° borrador).
Engels, por su parte, en la Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia (1891) escribió: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el poder estatal, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.” (p. 92). No entro a examinar el sentido, muy equívoco, de la frase “la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes”. Pero toda la primera parte del párrafo coincide con el punto de vista de Marx en GCF.
[5] El párrafo del 18 Brumario mencionado por Marx es el siguiente: “Este Poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros, surgió en la época de la monarquía absoluta, de la decadencia del régimen feudal, que dicho organismo contribuyó a acelerar. Los privilegios señoriales de los terratenientes y de las ciudades se convirtieron en otros tantos atributos del Poder del Estado, los dignatarios feudales en funcionarios retribuidos y el abigarrado mapa-muestrario de las soberanías medievales en pugna en el plan reglamentado de un Poder estatal cuya labor está dividida y centralizada como en una fábrica. La primera revolución francesa, con su misión de romper todos los poderes particulares locales, territoriales, municipales y provinciales, para crear la unidad civil de la nación, tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del Poder del gobierno. Napoleón perfeccionó esta máquina del Estado. La monarquía legítima y la monarquía de Julio no añadieron nada más que una mayor división del trabajo, que crecía a medida que la división del trabajo dentro de la sociedad burguesa creaba nuevos grupos de intereses, y por lo tanto nuevo material para la administración del Estado. Cada interés común (…) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior, general (…), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades de Francia. Finalmente, la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, viose obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor.” (Marx, 1975: 131-132). En síntesis, el desarrollo del poder estatal no es otra cosa que el incremento de su capacidad para controlar a la sociedad. Como sucede en todos los textos que mencionamos en este artículo, Marx destaca el aspecto represivo de la maquinaria estatal, sin examinar los mecanismos ideológicos que sirven tanto para la vigilancia como para la dominación.
[6] Marx se refiere al “poder estatal centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura – órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo –“(Marx, 1985: 33).
[7] Marx y Engels se ocuparon de la ideología en un texto de juventud, publicado mucho después de la muerte de ambos, y que se titula precisamente La ideología alemana. Allí la ideología es concebida como una “falsa conciencia” y los autores pusieron el acento en el papel de los intelectuales y de la prensa en la creación y difusión de esa ideología. “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho de otro modo, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.” (Marx y Engels, 1985: 50-51).
[8] Dedicaremos un trabajo posterior al examen de los aportes a la teoría del Estado que se encuentran en la Crítica del Programa de Gotha.

viernes, 7 de julio de 2017

PALIMPSESTOS 1: EL ESTADO EN EL MANIFIESTO COMUNISTA




Palimpsesto.
Del lat. palimpsestus, y este del gr. παλίμψηστος palímpsēstos.
1..m. Manuscrito antiguo que conserva huellas de
Una escritura anterior borrada artificialmente.

Real Academia Española (1)


La relectura de un clásico produce una sensación extraña: cada vez que volvemos al texto nos encontramos con un libro “distinto” al que conocimos la vez anterior. Las frases, cuyo sentido creíamos haber fijado de una vez y para siempre, se transforman ante nuestros ojos, convirtiéndose en algo diferente a la forma que encontramos la primera vez. El misterio de esta particularidad se disipa (o cobra nuevo significado) cuando se piensa que la metamorfosis del sentido de las frases es una expresión más de la complejidad de la realidad y del esfuerzo realizado por el autor para asir la complejidad mediante ese torpe instrumento que es el lenguaje. Un texto clásico es así un palimpsesto interminable, que oculta múltiples escrituras detrás de una superficie árida o sencilla. Ninguna de esas escrituras, de esos textos dentro de otro texto, es la definitiva. Así como el mundo es una totalidad inabarcable, pero que estamos obligados a conocer, cada texto clásico es un reflejo de esa totalidad y, como todo reflejo, padece las limitaciones de la copia. Nosotros, que pretendemos comprender el mundo como totalidad, encontramos en esas copias lo que buscamos (o creemos buscar) en un momento determinado de nuestra búsqueda. Por eso leemos palimpsestos, porque el conocimiento huye de lo definitivo.




Afirmar que el Manifiesto del partido comunista (1848) es un clásico no requiere de ninguna fundamentación. Escrito por Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) para dar a conocer los fundamentos de la concepción política y el programa de la Liga de los Comunistas, tuvo un destino singular. Publicado poco antes del estallido de las revoluciones europeas conocidas como “la primavera de los pueblos”, fue ignorado prolijamente hasta bien entrada la década de 1860. A partir de allí sirvió para difundir los principios generales de la concepción marxista de la sociedad y para convencer a propios y extraños acerca de la necesidad de luchar contra el capitalismo. Si bien varias de sus afirmaciones han envejecido y tienen un interés principalmente histórico, el grueso de su argumentación conserva todo su valor teórico y político. En especial, la concepción del Estado resulta de notable actualidad. Pero, para ello, es preciso leer el texto como un palimpsesto:

“El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.” (2)

La frase, que se encuentra en el Manifiesto del Partido Comunista, es harto conocida por militantes políticos, estudiantes y académicos. Cada vez que hay que resumir la concepción marxista del Estado se recurre a ella. Su sentido parece ser evidente: Marx y Engels enfatizan con ella el carácter de clase del Estado, su función de instrumento que garantiza la dominación de la burguesía.

Sin embargo, si la función del Estado fuera tan visible, la dominación capitalista correría peligro. Un poder demasiado evidente es ineficaz. Los dominados se darían cuenta que se encuentran sometidos por un poder ajeno, que tiene por misión someterlos. En el límite, podrían llegar a pensar que el fundamento del Estado es la fuerza al servicio de la dominación de una clase particular.

No obstante, la frase de Marx y Engels puede entenderse de otro modo, más complejo y más rico en consecuencias políticas. La burguesía no es un todo homogéneo; se halla dividida en fracciones que defienden intereses específicos (3); los empresarios compiten entre sí. Pero la frase hace referencia a los “intereses generales” de la burguesía. ¿Cuáles pueden ser éstos? Ante todo, la preservación de la propiedad privada de los medios de producción y la reproducción de las relaciones sociales capitalistas. Pero puede darse el caso de que los intereses particulares de una fracción de la burguesía vayan en contra de esos intereses colectivos. Por ejemplo: los empresarios agrícolas prefieren exportar porque los precios del trigo son más altos en el mercado internacional que en el interno. Eso encarece el precio del pan en el país. En consecuencia, los trabajadores reclaman el alza de su salario, perjudicando así las ganancias de los empresarios que no producen ni trigo ni pan. El Estado interviene regulando el precio del pan y/o poniendo un tope a la cantidad de trigo que puede exportarse. De ese modo, resguarda los intereses colectivos de la clase capitalista.

La intervención del Estado en contra de una fracción particular de la burguesía tiene otro efecto, fundamental para la consolidación de la dominación del capital: crea la posibilidad de que el Estado aparezca como representante de los intereses de todos. De ese modo, se oscurece el clasismo del Estado.

Denunciar el carácter de clase del Estado es sólo el primer paso; es preciso analizar los mecanismos políticos de la dominación capitalista. El análisis de la composición de la burguesía en cada caso concreto resulta imprescindible para entender la dialéctica entre sus intereses colectivos y los intereses particulares de sus diferentes fracciones. El conocimiento de esa dialéctica es central para entender las formas en que el capitalismo supera sus crisis.

La concepción del Estado expuesta en el Manifiesto se resiste a los esquemas fáciles. Durante mucho tiempo, en épocas de ascenso del movimiento obrero (el destinatario último de la argumentación contenida en la obra) la frase citada fue interpretada en su sentido más evidente: el énfasis en el carácter de clase del Estado. Ahora, en una etapa de derrota de los trabajadores, quienes seguimos defendiendo la causa del socialismo estamos obligados a leer el otro significado contenido en la afirmación de Marx y Engels, pues hay que comprender cada uno de los mecanismos de que dispone el capitalismo para perpetuarse como régimen social.


Villa del Parque, viernes 7 de julio de 2017


NOTAS:
(1) Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Versión online.
(2) Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1986). [1° edición: 1848]. Manifiesto del partido comunista. Buenos Aires: Anteo. (p. 37).
(3) La concepción que atribuye a Marx una concepción dualista de las clases sociales (capitalistas vs. trabajadores) es errónea, pues oculta toda la complejidad de la teorización marxista de las mismas. En obras como El dieciocho brumario de Luis Bonaparte o Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, se aprecia una concepción mucho más rica de la problemática de las clases. “Lo que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera.” (Marx, Karl, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, incluida en Marx, Karl, Trabajo asalariado y capital, Barcelona, Planeta-De Agostini, 1985, p. 38).

domingo, 26 de octubre de 2014

LA CLASE OBRERA EN EL MANIFIESTO COMUNISTA




La burguesía, la clase que controla los medios de producción en el capitalismo, tiende a pensar que toda la organización social gira en torno de sus decisiones. Si hay producción, intercambio, distribución, es gracias a los esfuerzos de los señores empresarios, quienes son capaces de manipular tanto a la materia inerte como a los trabajadores. Así, materias primas, herramientas y obreros se mueven al compás de las decisiones empresariales.

La visión que la burguesía desarrolla sobre sí misma tiene poco que ver con la realidad. La burguesía es en la medida en que existe la clase obrera. La relación entre ambas clases es la que determina los rasgos centrales del capitalismo. De ahí la importancia de una comprensión adecuada de la relación entre las dos clases principales de la sociedad moderna.

En la actualidad, los conceptos de clase y lucha de clases, así como también el de capitalismo, ocupan un lugar relativamente marginal en la enseñanza académica. En el momento en que existe la mayor cantidad de asalariados de la historia, resulta paradójico que el trabajo, la producción y la lucha de clases se vuelvan invisibles para el mundo académico (afirmación tajante que, por supuesto, admite excepciones).

De ahí la necesidad de volver una y otra vez a los clásicos, quienes nos hablan con un desparpajo del que carecen los autores de papers. El clásico de los clásicos para el examen de la relación capital – trabajo es, sin lugar a dudas, el Manifiesto Comunista, texto que tiene la enorme ventaja de no haber sido escrito para un público universitario sino para los trabajadores. (1)

En el Manifiesto, la relación entre burgueses y trabajadores es descripta, fundamentalmente, en el primer apartado, que lleva precisamente por título “Burgueses y proletarios”. Allí, luego de caracterizar a la historia humana como “historia de la lucha de clases” (p. 81), Marx y Engels se dedican a esbozar el desarrollo de la burguesía y su contribución a la expansión de las fuerzas productivas. No es este el lugar para referirse a dicho esbozo, basta con indicar que contiene uno de los mayores elogios jamás escritos del papel revolucionario de la burguesía.

En este artículo prefiero ocuparme del análisis de la constitución de la clase obrera, pues permite comprender mejor los límites de la dominación de la burguesía y emprender la tarea de desnaturalizar las relaciones sociales capitalistas.

Marx y Engels comienzan planteando que el desarrollo de la clase obrera no puede separarse del de la clase capitalista:

“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta e incrementa el capital.” (p. 89-90).

Esta afirmación es fundamental, pues implica que la clase obrera no es una esencia inalterable, un ente abstracto que permanece igual a sí mismo, sino que se constituye permanentemente al compás de su relación con la burguesía. Más claro, la clase obrera nunca permanece igual a sí misma, sino que se encuentra en estado de perpetua transformación, condicionado por su relación con la clase capitalista. En este punto, Marx y Engels aplican al terreno del estudio de la clase obrera el principio enunciado en las Tesis sobre Feuerbach, donde Marx sostuvo que “la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.” (2) Por tanto, la clase obrera es el conjunto de sus relaciones sociales, lo cual significa, ante todo, de sus relaciones con la burguesía. El enfoque relacional de Marx resulta más adecuado para captar en toda su complejidad la cambiante realidad de las clases sociales. Además, este enfoque desafía a los planteos que postulan la aplicación de recetas políticas válidas para todos los tiempos y lugares.

Marx y Engels analizan en dos niveles el desarrollo de la clase obrera. Uno de ellos es el nivel que podemos denominar estructural, en el que estudian la situación de la clase a partir de las modificaciones de las fuerzas productivas. Este es el momento de la clase ensí, siguiendo la terminología empleada en Miseria de la Filosofía.

En el nivel estructural, la clase obrera posee las siguientes características:

a)    Es una mercancía: “el obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia [competencia], a todas las fluctuaciones del mercado.” (p. 90).

b)    Está sujeto al ritmo de la maquinaria (que no es otra cosa que el ritmo de trabajo impuesto por la burguesía), es decir, que ve recortada constantemente su capacidad de controlar (aunque sea mínimamente) el proceso productivo: “La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje.” (p. 90).

c)    Está sometido a una disciplina militar: “Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. (…) No son solo siervos [los obreros] de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica.” (p. 90-91). Califican de despotismo al régimen imperante en el proceso de producción capitalista.

d)    La búsqueda de ganancias por la burguesía, sumada a la creciente simplicidad de las tareas productivas, hacen que pasen a formar parte de la clase hombres y mujeres de todas las edades, incluidos niños. “Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del costo.” (p. 91).

e)    Las sucesivas crisis y los efectos de la competencia entre capitalistas determinan que la clase obrera se vea engrosada constantemente por elementos provenientes de otros grupos sociales. “Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.” (p. 91).

El segundo nivel de análisis es el político, es decir, la relación de lucha entre la clase trabajadora y la burguesía. Si más arriba hablamos de clase en sí, aquí corresponde hablar de clase para sí. Desde el vamos, queda claro que la clase obrera es un sujeto que jamás permanece quieto e inalterable:
“El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.” (p. 91).

La lucha de los trabajadores contra los capitalistas comienza en el mismo origen de la clase obrera; consecuencia del carácter irreconciliable del antagonismo entre capital y trabajo. En principio es el trabajador aislado contra el empresario, pero la tendencia general es a la reunión de la clase obrera en masas cada vez más numerosas.

En este punto hay que referirse a una cuestión fundamental. Marx y Engels sostienen que, inicialmente, la clase obrera va a remolque de la burguesía, que la utiliza como una especie de masa de maniobra para alcanzar sus objetivos políticos:

“En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de la propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento – cosa que todavía logra – a todo el proletariado.” (p. 92).

Sólo a partir de la expansión de la gran industria, de las grandes fábricas, se desarrolla la conciencia política de los trabajadores y comienzan a actuar con independencia de la burguesía:

“El desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.” (p. 92-93).

De los dos pasajes que acabamos de citar se desprende que la conciencia de la clase obrera depende de la mayor o menor concentración de trabajadores en las fábricas, es decir, es producto en última instancia del desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Esto puede llevar a creer que la conciencia de clase es algo que se genera automáticamente a partir de los vaivenes de la gran industria. Pero la conciencia de clase no es un mero residuo de la centralización del capital, sino algo mucho más complejo. En este sentido, cabe decir que el enfoque adoptado por Marx y Engels en estos pasajes resulta unilateral. La respuesta al problema está, sin embargo, en el texto mismo. La conciencia de clase es el resultado de un proceso complejo, que incluye tanto el nivel estructural como el político. En última instancia, la conciencia de clase tiene mucho más que ver con la relación de lucha entre capital y trabajo. Dicho más claro, a partir de una base estructural (de una estructura x de la industria), la conciencia de clase es el resultado de la lucha entre empresarios y trabajadores.

Lo anterior aparece expresado en el siguiente pasaje:

“Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran burguesía y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política.” (p. 93; el resaltado es mío).

La lucha de clases es una lucha política porque la clase trabajadora desafía la dominación de la burguesía. Esto no puede darse de manera exitosa en una empresa aislada, sino que debe abarcar la totalidad del país, dado que la burguesía controla el conjunto del aparato productivo y el Estado. Ahora bien, el trabajoso pasaje de las luchas aisladas a la lucha de una clase obrera unificada o es de ningún modo lineal y está sujeto a constantes retrocesos y derrotas.

Marx y Engels sostienen que la lucha de la clase obrera sólo puede ser exitosa en la medida en que se organice políticamente de manera autónoma.
“Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.” (p. 93).

La organización política de los trabajadores, que los pone a resguardo de  ser tentados por la pequeña burguesía (por ejemplo, la propuesta de un capitalismo “ordenado” frente al capitalismo “salvaje”), es el bien más preciado con que puede contar la clase trabajadora. Pero esta autonomía no surge automáticamente de las condiciones de la producción capitalista, sino que requiere de una laboriosa construcción.

Marx y Engels rematan su análisis destacando que la clase obrera es la única clase revolucionaria de la sociedad capitalista:

“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.” (p. 95).

“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (p. 96).

La afirmación de que los trabajadores son la única clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad moderna no es una mera expresión de deseos; lo es en la medida en que genera la riqueza de esa sociedad y, por ende, el poder de los capitalistas. La rebelión de la clase trabadora, el negarse a seguir produciendo para el capital, es el desafío más potente al que se enfrenta la burguesía. Esa rebelión es la única que puede poner en cuestión los pilares de la dominación burguesa, en primer lugar, la propiedad privada de los medios de producción y el consiguiente control de las relaciones de producción.

Por último, y si bien la cuestión excede los límites de este artículo, la reafirmación de la clase trabajadora como la única clase que contiene en potencia la capacidad para transformar al capitalismo en otra forma de organización social, cobra una importancia primordial en estos días, cuando muchos intelectuales progresistas y nacionalistas de izquierda sostienen que la burguesía nacional y las masas populares son el sujeto capaz de cambiar las relaciones de poder existentes en la sociedad. Estos intelectuales, que reniegan de la revolución, del socialismo y de la lucha de clases, procuran demostrar que el capitalismo es la única forma posible de organización social, y que de lo que se trata es de mejorarlo, corregir los abusos. Para ello es preciso contar con el apoyo de la burguesía y de las clases medias. Por ello, poner en el centro de la discusión política el papel central de la producción, de los trabajadores y de la lucha de clases, permite refutar los argumentos de estos intelectuales.


Villa del Parque, domingo 26 de octubre de 2014

NOTAS:

(1)  Para las citas del Manifiesto utilizo la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (2008). [1° edición: 1848]. El Manifiesto Comunista. Buenos Aires: Libertador.

(2)  Cito las Tesis en la edición incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago. (pp. 665-668). El texto transcripto forma parte de la tesis n° 6.

sábado, 16 de agosto de 2014

MARXISMO, SOCIOLOGÍA Y LUCHA DE CLASES: NOTAS DE LECTURA


Las ciencias sociales y el marxismo constituyen proyectos teóricos y políticos antagónicos e irreconciliables. Para justificar esta afirmación puede recurrirse al procedimiento de comparar la sociología de Comte o de Durkheim con El capital de Marx; así, mientras que los primeros asumen que la sociedad burguesa es el mejor de los mundos posibles y que, en todo caso, la ciencia debe corregir las imperfecciones de esta sociedad, Marx plantea que el capitalismo es una forma de organización social basada en la explotación del trabajo asalariado y que debe ser reemplazada, revolución mediante, por el socialismo.

Es posible que el lector piense que las afirmaciones del párrafo anterior son demasiado esquemáticas o que remiten a cuestiones que ya han sido superadas. Respecto al carácter esquemático, cabe decir que se trata de plantear la cuestión del modo más claro posible y esta es la función de los esquemas. Respecto a la supuesta superación de la cuestión planteada (la crítica se reduce aquí a afirmar que el marxismo ha sido superado), una respuesta posible consiste en remarcar un hecho que suele pasar desapercibido a los críticos: el capitalismo goza de “buena salud”, así como también las contradicciones que engendra éste. El eje del marxismo es la crítica del capitalismo, ya sea a través de la teoría (El capital es el ejemplo más acabado), ya sea a través de las armas (la organización política autónoma de la clase trabajadora). Es la misma vigencia del capitalismo la que revitaliza permanentemente al marxismo, más allá de las derrotas del movimiento obrero. Esto se vuelve notorio en las épocas de crisis.

En su prefacio a la edición alemana de 1883 del Manifiesto Comunista, Friedrich Engels formuló un resumen de las tesis centrales del marxismo. Opto por transcribirlo íntegramente:

“La idea fundamental de que está penetrado todo el Manifiesto – a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotadora y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha de clases -, esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx.” (p. 13-14; el resaltado es mío). (1)

El punto de partida del marxismo es el reconocimiento de que sin producción económica (que no es otra cosa que la producción de la existencia de los seres humanos) es imposible la sociedad; dicho de otro modo, los seres humanos (seres sociales por definición) son lo que hacen, es decir, son la forma en que producen su existencia. Ahora bien, y en esto reside lo esencial del marxismo, la producción de la existencia implica el establecimiento de relaciones entre los individuos, relaciones que no son meramente técnicas, sino que son, ante todo y sobre todo, relaciones de poder. La producción de la existencia gira en torno a la existencia de relaciones de propiedad respecto a las materias primas, los medios de producción y el producto del trabajo. Estas relaciones son relaciones eminentemente políticas.

Engels indica, a través del uso del “por tanto”, la unión inseparable entre los dos aspectos señalados en el párrafo precedente: puesto que la “producción económica” supone el establecimiento de relaciones de propiedad entre los individuos, y que esas relaciones son relaciones políticas; entonces, la “estructuración social” resultante es una estructura en la que el conflicto es inherente a la misma, y cuyo desarrollo es “una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas”. Engels no separa el análisis de la estructura social de la lucha de clases. El estudio de las relaciones sociales (la estructura) termina en un callejón sin salida si se omite la lucha de clases, pues la lucha de clases es inmanente a dicha estructura; escindir la estructura social de la lucha de clases significa perder de vista el carácter fundamental de la estructura social, que es, precisamente, el de ser una estructura contradictoria. Del mismo modo, analizar la lucha de clases separada de la estructura social (el conjunto de relaciones sociales por medio de las cuales los seres humanos producen su existencia), conduce a la ilusión de que la política gira en el vacío, de que la voluntad es omnipotente.

La sociología omite el carácter antagónico de la estructura social, haciendo del conflicto algo externo a la misma (una patología que rompe el estado de equilibrio _ el estado normal – de la sociedad) o la resultante de la esencia de los individuos (en la concepción que hace del individuo lo fundamental y de la sociedad algo artificial – individualismo metodológico -). Como es evidente, esta actitud resulta funcional al interés de la burguesía, pues permite que los sociólogos le proporcionen información sobre la estructura social sin que cuestionen el carácter de la misma. Y, desde el punto de vista de los sociólogos es provechosa, pues asegura, en términos relativos, su inserción laboral al eliminar todo cuestionamiento a los fundamentos de la organización social (la propiedad privada de los medios de producción).

La lucha de clases permite establecer la divisoria de aguas entre sociología y marxismo. No por casualidad el Manifiesto comienza con la frase “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.”

Villa del Parque, sábado 16 de agosto de 2014

NOTAS:


(1)  El prólogo está fechado en Londres el 28 de junio de 1883. Utilizo la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1986). Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Anteo. (pp. 13-14).