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martes, 6 de enero de 2015

DICTADURA Y DEMOCRACIA EN EL CAPITALISMO: LA AUTORIDAD CAPITALISTA EN EL PROCESO DE PRODUCCIÓN



El capitalismo es la primera forma de organización social dominante a nivel mundial. Como tal, demostró una extraordinaria flexibilidad para adaptarse a circunstancias variadas, sin perder eficacia en su capacidad para apropiarse el plustrabajo realizado por la clase trabajadora (1). Esto es así porque el capitalismo está basado en la explotación de los trabajadores por la burguesía, dueña de los medios de producción. Si se tienen dudas acerca de la validez de la última afirmación basta constatar la ferocidad con que la burguesía defiende su propiedad (guerras, golpes de Estado, represiones, asesinatos, torturas y sigue la lista).

La realidad de la explotación capitalista implica que la clase obrera está obligada a ceder una parte sustancial de su tiempo vital a la burguesía, sin recibir nada a cambio. En otras palabras, los trabajadores producen de manera gratuita para la burguesía durante una parte de la jornada laboral. Esta explotación se da por medio del trabajo asalariado, que supone la existencia de trabajadores libres de toda forma de dependencia personal (por ejemplo, esclavitud, servidumbre feudal, etc.). Además, en buena parte del planeta existen regímenes políticos democráticos, esto es, los gobernantes son elegidos por el voto de los ciudadanos, con la particularidad que, entre estos últimos, los trabajadores constituyen la mayoría.

Una de las razones de la peculiar eficacia de la explotación capitalista radica en que combina el sometimiento de los trabajadores con la igualdad jurídica de éstos y con incorporación plena a la condición de ciudadanos. Los trabajadores son libres; si son explotados, es porque quieren, dado que la explotación surge de su libre consentimiento, expresado en el contrato. Además, si están molestos por las condiciones laborales, puede ir y votar un presidente, senadores, diputados, que los representen y que modifiquen la situación.

De lo anterior se deriva una pregunta crucial: ¿Cómo es posible la explotación en una sociedad donde los trabajadores son ciudadanos libres?

Dar una respuesta acabada a la pregunta formulada arriba es imposible, en parte porque realizar dicha tarea exige el estudio de todos los casos concretos de sociedades capitalistas, cuestión que está muy lejana de las posibilidades del autor. Sin embargo, es posible emprender algunas tareas preliminares necesarias para dar respuesta al interrogante planteado. Una de dichas tareas consiste en establecer los principios fundamentales de la teoría del Estado y de la política tal como aparecen en El capital de Karl Marx. El objetivo del texto es, pues, presentar algunos lineamientos para el tratamiento del problema de la dominación capitalista, tal como fueron esbozados por Marx en el capítulo 51 (Relaciones de distribución y relaciones de producción) del Libro Tercero de El capital (2).

La clave para comprender la eficacia de la dominación capitalista radica en la distinción entre el ámbito de la producción y el ámbito del mercado (o de la circulación). En el mercado, los capitalistas y los trabajadores son iguales en términos jurídicos; así, por ejemplo, los segundos pueden demandar a los primeros por incumplimiento de contrato si no reciben el salario. La igualdad incluye también la posibilidad de organizar sindicatos para defender las condiciones de la venta de su fuerza de trabajo (monto de los salarios, seguridad e higiene laboral, extensión de la jornada laboral, etc.) y su reconocimiento como ciudadanos (es decir, plena participación en el régimen democrático). La igualdad jurídica es consecuencia de la “doble liberación” del trabajador, esto es, de la combinación de dos procesos; por un lado, el proceso por el cual los trabajadores son expropiados de los medios de producción; por el otro, del proceso por el que son liberados de toda forma de dependencia personal, como ser la esclavitud y la servidumbre. (3)

La libertad jurídica del trabajador se convierte en su opuesto cuando se pasa al ámbito de la producción. (4) En el capítulo 51, Marx explica esta transformación al analizar los cambios en la autoridad entre las sociedades precapitalistas y el capitalismo.

“La autoridad que asume el capitalista como personificación del capital en el proceso directo de producción, la función social que reviste como director y dominador de la producción, es esencialmente diferente de la autoridad que se funda en la producción con esclavos, siervos, etcétera.” (p. 1118).

El empresario ejerce la autoridad sobre el trabajador en virtud de su control de los medios de producción. Es fundamental comprender que no se trata de un proceso meramente técnico, sino que es una función eminentemente política. La autoridad del capitalista en el lugar de producción es el punto de partida para comprender la especificidad del Estado burgués. La burguesía puede darse el lujo de “conceder” la igualdad jurídica a la clase obrera porque ejerce la dominación en el lugar de producción.

Marx explica lo anterior en el párrafo que sigue al que ya hemos citado:

“Mientras que, sobre la base de la producción capitalista, a la masa de los productores directos se les contrapone el carácter social de su producción bajo la forma de una autoridad rigurosamente reguladora y de un mecanismo social del proceso laboral articulado como jerarquía completa – autoridad que, sin embargo, sólo recae en sus portadores en cuanto personificación de las condiciones de trabajo frente al trabajo, y no, como en anteriores formas de producción, en cuanto dominadores políticos o teocráticos -, entre los portadores de autoridad, los capitalistas mismos, que sólo se enfrentan en cuanto poseedores de mercancías, reina la más completa anarquía, dentro de la cual la conexión social de la producción sólo se impone como irresistible ley natural a la arbitrariedad individual.” (p. 1118).

“Autoridad rigurosamente reguladora”, “jerarquía completa”, son alguno de los rasgos que caracterizan a la dominación capitalista de la producción. Se trata de atributos políticos antes que técnicos. Esta dominación política en el lugar de producción se complementa con la que emana de la condición asalariada del trabajador en la sociedad capitalista. La relación salarial requiere de la existencia de una masa de trabajadores separada de los medios de producción y que son libres en términos jurídicos. Dichos trabajadores, si quieren acceder a los bienes que precisan para subsistir, están forzados a vender su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario. En otras palabras, más allá de sus deseos, se ven obligados a trabajar para otros. La coerción económica derivada de la condición asalariada es la llave que permite al capitalista ejercer la dominación política en el lugar de producción. Esa coerción es consecuencia, a su vez, de la propiedad privada de los medios de producción, cuya garantía es el Estado capitalista.

La eficacia de la dominación capitalista es el resultado de la autoridad ejercida por el empresario en el proceso de producción. Esta autoridad, de carácter político, crea la posibilidad para el desarrollo de un ámbito de libertades y de la ciudadanía. A diferencia de otras formas de organización social, el capitalista ejerce el control directo del proceso productivo y no requiere, en principio, del Estado para obtener plustrabajo gratuito de los trabajadores. Es por ello que el Estado puede aparentar ser el garante de los “intereses generales”, como si se tratara de un ente que flota por encima de las clases sociales. La autoridad dictatorial del empresario en el proceso de producción, es la condición para que el Estado sea el ámbito de la “libertad”.  La dictadura es la clave de la libertad.

Es preciso agregar dos cuestiones al análisis. En primer lugar, Marx enfatiza que la dominación política del empresario en la producción no es el resultado de la libre voluntad de éste; al contrario, el capitalista, independientemente de sus preferencias o sentimientos, opera como “portador” de la lógica del capital, es decir, de la búsqueda de apropiarse porciones crecientes de plustrabajo. La dominación política del empresario puede analizarse, por tanto, a la luz del examen de la lógica propia del modo de producción capitalista.

En segundo lugar, entre los capitalistas impera la anarquía, llamada competencia en los manuales de economía. Si bien su producción es social, la apropiación privada de los frutos de la misma hace que los empresarios estén dispuestos en todo momento a sacarse los ojos entre sí. Es por esto que una de las funciones del Estado capitalista consista, precisamente, en evitar que esta anarquía se lleve puesto al sistema en su conjunto. De ahí que el Estado aparezca muchas veces como regulador del mercado, cuestión que acentúa la impresión de que se trata de una institución que flota sobre las clases sociales y sus antagonismos.

Villa del Parque, martes 6 de enero de 2015

NOTAS:

(1) Marx divide la jornada laboral en dos segmentos, a los que denomina tiempo de trabajo necesario y tiempo de plustrabajo. En el primero, el trabajador trabaja para sí mismo, es decir, produce el valor necesario para reponer su salario; en el segundo (el plustrabajo), produce para el capitalista, cede gratuitamente su tiempo de trabajo. En este segundo segmento, y visto desde el lado del valor, el trabajador produce el plusvalor, que es apropiado por el capitalista en virtud de su propiedad privada de los medios de producción.

(2) Marx, Karl. [1° edición: 1894]. (2004). El capital: Crítica de la economía política. Libro tercero: El proceso global de la producción capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de León Mames).

(3) El pasaje clásico sobre la doble liberación del trabajador es el siguiente: “Trabajadores libres en el doble sentido de que ni están incluidos directamente entre los medios de producción – como sí lo están los esclavos, siervos de la gleba, etcétera -, ni tampoco les pertenecen a ellos los medios de producción – a la inversa de lo que ocurre con el campesino que trabaja su propia tierra, etcétera -, hallándose, por el contrario, libres y desembarazados de esos medios de producción.” (Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).

(4) El pasaje clave es el siguiente: “La esfera de la circulación o del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra y la venta de la fuerza de trabajo era, en realidad, un verdadero Edén de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión jurídica común. ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno de los dos se ocupa sólo de sí  mismo. El único poder que los reúne y los pone en relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el de sus intereses privados. Y precisamente porque cada uno sólo se preocupa por sí mismo y ninguno del otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, solamente la obra de su provecho recíproco, de su altruismo, de su interés colectivo.


Al dejar atrás esa esfera de la circulación simple o del intercambio de mercancías, en la cual el librecambista vulgaris abreva las ideas, los conceptos y la medida con que juzga la sociedad del capital y del trabajo asalariado, se transforma en cierta medida, según parece, la fisonomía de nuestros dramatis personae [personajes]. El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de trabajo lo sigue como su obrero; el uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan.” (Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).

sábado, 27 de diciembre de 2014

ESTADO Y PROCESO DE PRODUCCIÓN EN MARX


Toda vez que alguien pretende organizar un curso introductorio sobre Marx o el marxismo y se ve obligado a decir unas palabras sobre la teoría del Estado, suele recurrir al Manifiesto Comunista (1848) y/o al prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859). Es mucho menos frecuente recurrir a El capital; cuando es así, el capítulo 24 del Libro Primero (acumulación originaria) se lleva todos los favoritismos. El capital tiene fama de libro difícil y, por tanto, queda relegado a la lectura académica, es decir, a la peor de las lecturas posibles, porque separa al texto de su ineludible función política. Por ello me propuse redactar una serie de artículos sobre la teoría marxista del Estado y de la política tal como aparece en El capital. Desde ya aviso al lector que no debe esperar nada original; a lo sumo, una lectura ceñida al texto de Marx.

En el Libro Tercero de El capital (1894) (1), Marx formula una serie de indicaciones sobre la relación entre el proceso de producción y el Estado. Ellas constituyen la base para elaborar una teoría del Estado capitalista.

En el capítulo 47 (Génesis de la renta capitalista de la tierra) se encuentra el pasaje fundamental:

En todos los casos es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos – relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social – donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso.” (p. 1007; el resaltado es mío).

El punto de partida del estudio de la sociedad es el proceso de trabajo, entendido no como un mero proceso técnico (resultado de la combinación de los factores de producción –tierra, capital, trabajo), sino como un conjunto de relaciones sociales, la principal de las cuales es la que se establece entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos. Esta forma de concebir al proceso de producción permite pensarlo como un campo de lucha entre propietarios y no-propietarios. De ahí que Marx pueda pasar inmediatamente a sostener que dicha relación es la que devela el secreto que permite comprender la forma de Estado. Esto es así porque la relación entre propietarios de los medios de producción y los productores directos es, desde el vamos, una relación política, en el sentido de que los segundos se encuentran subordinados a los primeros en lo que hace a la toma de decisiones sobre el proceso de trabajo. Marx lo expresa así:

“La forma económica específica en la que se le extrae el plustrabajo impago al productor directo determina la relación de dominación y servidumbre, tal como ésta surge directamente de la propia producción y, a su vez, reacciona en forma determinante sobre ella.” (p. 1007).

En alguna otra parte, Marx escribe que toda lucha de clases se reduce a una pelea por el control del tiempo. En este sentido, la forma más elemental de dominación política es la que hace que los productores trabajen una parte de su tiempo de manera gratuita para los propietarios de los medios de producción. Marx dinamita así la separación entre economía y política, tan cara al capitalismo, que postula que la producción es el ámbito de lo privado, donde las decisiones son producto del acuerdo contractual entre los individuos. Para Marx, la forma en que se trabaja no es la expresión de la libre voluntad de los individuos manifestada en el contrato, sino una relación de sometimiento político a partir del hecho de la propiedad privada de los medios de producción. Quien controla las condiciones de trabajo controla el tiempo de los productores. Así de sencillo.

Pero la relación entre proceso de producción y política no es unilateral. No se trata de que la primera determina a la segunda y punto. A diferencia de quienes pretenden hacer de su teoría de la sociedad un esquema donde sólo existen el blanco y el negro, Marx presenta una visión compleja de la sociedad, donde la azar y la determinación van de la mano (2). Ante todo, al final del pasaje comentado, señala que “la relación de sometimiento y servidumbre” reacciona “en forma determinante” sobre la forma económica específica en que se extrae plustrabajo impago del productor directo. La forma económica de extraer trabajo gratuito (por ejemplo, el proceso de producción capitalista) determina una forma política de sometimiento (por ejemplo, el Estado capitalista), pero ésta determina, a su vez, a la forma económica. De ahí el planteo de que sólo en el análisis de las condiciones concretas es posible entender la manera en que se verifica la relación entre forma económica y forma política:

“Esto no impide que la misma base económica (…), en virtud de incontables diferentes circunstancias empíricas, condiciones naturales, relaciones raciales, influencias históricas operantes desde el exterior, etc., pueda presentar infinitas variaciones y matices en sus manifestaciones, las que sólo resultan comprensibles mediante el análisis de las circunstancias empíricamente dadas.” (p. 1007).

Lejos de formular un esquema blanco y negro aplicable a todas las situaciones, Marx plantea un verdadero programa de investigación, según el cual no sirve estudiar únicamente las variaciones de la base económica, sino que es imprescindible arrancar de la totalidad, entendida como el conjunto de esa base económica y las relaciones de sometimiento, y, además, examinar ese conjunto a la luz de cada situación concreta. No es ninguna novedad, pero es preciso repetirlo una y otra vez.

El marxismo es cualquier cosa menos una teoría acabada (en todo el sentido de la palabra) acerca de la sociedad; por el contrario, se trata de una ciencia que, para evitar convertirse en dogma, debe someterse en todo momento a la prueba de los hechos, esto es, a mostrar su eficacia para explicar correctamente cada situación concreta. Formular generalidades acerca de la determinación de la política por la economía es una caricatura del marxismo, que sirve en todo caso a la burguesía, la clase social interesada en perpetuar la extracción de trabajo gratuito de los productores directos. No hay que olvidar que el marxismo es una ciencia con objetivos políticos: una ciencia del capitalismo que se propone contribuir al derrocamiento del capitalismo y a su reemplazo por otra forma de organización social, el socialismo. De ahí que el análisis riguroso de cada situación concreta sea ineludible.

En el capítulo 51 (Relaciones de distribución y relaciones de producción) están formuladas una serie de precisiones sobre la política bajo el capitalismo. Este será el tema del próximo artículo.

Villa del Parque, sábado 27 de diciembre de 2014

NOTAS:

(1)  Marx, Karl. (2004). El capital: Crítica de la economía política. Libro tercero: El proceso global de la producción capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción de León Mames).


(2)  Así formulada, esta proposición es una conclusión sin premisas, tal como gustaba decir el viejo Althusser. Sin perjuicio de tratar como se debe este tema en un escrito posterior, corresponde decir algunas palabras. La determinación está dada porque cada generación (y esto es válido, por supuesto, para cada individuo) se encuentra con condiciones de producción que no ha creado y que determinan su existencia. Dichas condiciones reducen el marco de acción de las clases y de los individuos; dicho de otro modo, acotan el menú de opciones disponibles. En un ejemplo simplote, en el marco del capitalismo no puede plantearse el regreso al feudalismo como opción viable, porque las condiciones de producción lo hacen imposible. En este sentido, hay determinación. Sin embargo, la forma de dominación política no está determinada del mismo modo, sino que depende del resultado de la lucha de clases, y ese resultado se encuentra indeterminado de antemano. Esto es el azar (el lector atento podrá decir que, más que azar, se trata de un proceso complejísimo de infinitas determinaciones).

jueves, 18 de diciembre de 2014

MARX Y EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

Las columna de Hércules...


Tradicionalmente, la filosofía de la ciencia se concentró en el campo de las ciencias naturales y descuidó a las ciencias sociales. Sin temor a equivocarse, puede afirmarse que las grandes filosofías de la ciencia del siglo XX (tanto el Círculo de Viena, el falsacionismo de Popper, la teoría de las revoluciones científicas de Kuhn, etc, etc.), dijeron poco y nada sobre las ciencias de la sociedad. No es este el lugar para dar cuenta de las razones del sesgo de la filosofía de la ciencia del siglo pasado. Creo preferible abordar otra cuestión, a mi juicio más importante: el tratamiento por los propios teóricos sociales del problema del conocimiento en ciencias sociales.

No constituye una novedad decir que todos los grandes exponentes de la teoría social moderna reflexionaron sobre el carácter y las condiciones del conocimiento de lo social. Si nos concentramos en los clásicos (entendiendo por tales a la Sociología Clásica y a Marx), observamos que, a la vez que construían los edificios contrapuestos de la sociología moderna y del marxismo, daban cuenta de los caminos para obtener conocimiento y de la validez del mismo. En otras palabras, la teoría social moderna se dio su propia “filosofía de la ciencia”. Sin entrar a discutir las razones de esto, es posible afirmar que, dado que las ciencias sociales se encontraron siempre en inferioridad de condiciones frente a las ciencias de la naturaleza, los teóricos sociales se vieron obligados a justificar a cada paso la validez de sus teorías de la sociedad, con el objeto de evitar que fueran consideradas meras opiniones (en el Río de la Plata diríamos “charlas de café”).

Dado que este blog mantiene una orientación marxista, dejaré por el momento de lado a los sociólogos clásicos (Comte, Spencer, Durkheim y Weber), y dedicaré este artículo a comentar brevemente la posición de Karl Marx respecto al problema del conocimiento. Para hacer esto recurriré al Libro Tercero de El Capital. Allí, casi al comienzo de la Sección Séptima (“Los réditos y sus fuentes”), encontramos la siguiente frase:

“…toda ciencia sería superflua si la forma de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directamente” (p. 1041) (1)

En la expresión citada se encuentra contenida toda la riqueza del enfoque de Marx en el campo de la teoría del conocimiento de la sociedad. Para su plena comprensión es preciso efectuar algunas aclaraciones.

En primero lugar, el lenguaje marxista coquetea aquí con la filosofía hegeliana (la distinción entre forma y esencia, un tópico que arraiga en toda la tradición filosófica occidental). Ahora bien, no debe presuponerse la preeminencia de la esencia sobre la forma, es decir, que la esencia determina el contenido de algo y que la forma es simplemente una cáscara ocasional que contiene a esa esencia. Al contrario, el enfoque hegeliano supone que la forma tiene tanta importancia como la esencia o, mejor dicho, que ambas forman una totalidad inseparable (salvo para los fines analíticos). Dicho de otro modo, la esencia modifica a la forma, pero la segunda también lo propio con la primera. Por ejemplo, en la teoría marxista el Estado es concebido como un órgano de dominación al servicio de las clases que detentan el poder en cada sociedad. Esta es la esencia del Estado. En su forma capitalista, el Estado pone en un segundo plano la utilización de la violencia directa sobre las clases explotadas, y tiende a desarrollar regímenes democráticos. Si nos concentramos en la forma, da la impresión de que el Estado ha dejado de ser un órgano de dominación (y alguien puede llegar a marearse y pensar que se trata de un Estado que nos representa a todos); si nos concentramos en la esencia, se pierde lo específico del Estado capitalista, que es la construcción de un espacio de vigencia de las libertades formales y de la ciudadanía (espacio que garantiza mejor que una dictadura política la explotación capitalista). Es claro que si escindimos forma y esencia, o si postulamos la superioridad de un polo sobre otro, perdemos de vista lo específico del Estado capitalista.

En segundo lugar, el pasaje transcripto debe leerse en conexión con el tratamiento del fetichismo de la mercancía, elaborado en el capítulo 1 del Libro Primero de El Capital (2). Marx esboza allí su teoría de la cosificación de las relaciones sociales en el capitalismo. Según Marx, las categorías económicas (como el capital, el dinero, etc.), creación de los seres humanos en el curso de su actividad, se independizan de sus creadores y terminan por dominarlos. Así, las personas dejan de tener entidad propia y pasan a ser “portadoras” de las relaciones económicas. Por ejemplo, el empresario no es otra cosa que el portador individual de la lógica del capital. Estas relaciones cosificadas no son una ilusión que se disipa con la proclamación de la verdad por los filósofos o los militantes políticos, sino que constituyen la realidad misma del capitalismo; la ilusión, si se quiere seguir empleando el término, adquiere el carácter de realidad dura y concreta. Uno puede desgañitarse proclamando que el dinero es sólo un papel, pero la posesión o no de ese papel hace la diferencia entre comer o no comer. Según lo expuesto en la teoría del fetichismo de la mercancía, las relaciones sociales cosificadas funcionan como una apariencia real. Son apariencia y, a la vez, realidad. Pero se trata de una realidad aparente.

La ciencia no es nada más ni nada menos que la construcción del conocimiento de aquello que está detrás de esa realidad aparente. Si la realidad fuera evidente, si no existiera la distinción esbozada entre realidad aparente (apariencia) y realidad, la ciencia sería innecesaria. El capital constituye la tentativa más formidable jamás realizada para develar la realidad profunda que se encuentra detrás de las apariencias en la sociedad capitalista.  En este sentido, la insistencia de Marx acerca de la necesidad de seguir la “conexión interna” entre los fenómenos económicos no es otra cosa que la expresión de la insuficiencia del mundo de las apariencias (del mercado, del nivel de la circulación de mercancías) como elemento para comprender al capitalismo

La filosofía de la ciencia del siglo XX está llena de cuestionamientos al positivismo, entendido como un empirismo burdo que niega la existencia de un contexto teórico que modela nuestro conocimiento del mundo. Resulta cuanto menos “curioso” la poca importancia que dichos filósofos conceden a la crítica marxista del conocimiento, en la que se encuentran una serie de indicaciones brillantes para superar críticamente al empirismo o, expresado en términos afines a Marx, al viejo materialismo basado en los sentidos.

Villa del Parque, miércoles 17 de diciembre de 2014


NOTAS:

(1)  Marx, Karl. (2004). El capital. Libro tercero: El proceso global de la producción capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de León Mames, con revisión y notas de Pedro Scaron).


(2)  Marx, Karl. (1996). El capital. Libro primero: El proceso de producción de capital. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de Pedro Scaron).