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jueves, 19 de diciembre de 2013

MARX Y EL ESTADO: APUNTES SOBRE SU CONCEPCIÓN DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN LA CRÍTICA DEL PROGRAMA DE GOTHA

Es casi un lugar común del mundo académico identificar al pensamiento de Karl Marx (1818-1883) con el estatismo. Así, se afirma una y otra vez que Marx consideraba que el Estado era el remedio para los males sociales. Los defensores de esta afirmación se basan para sustentar su afirmación en las diversas experiencias del llamado “socialismo real”, desde la difunta Unión Soviética en adelante. Al hacerlo, pasan por alto un pequeño detalle: la Revolución Rusa se produjo en 1917, mientras que Marx falleció en 1883. Independientemente de la valoración que se haga de los “socialismos reales”, es poco serio achacarle a una persona que murió bastante antes de la Revolución Rusa la responsabilidad por los mismos. En este punto, la concepción académica se da de la mano con la lucha de clases, en el sentido de que representa un apoyo para quienes quieren transformar al pensamiento de Marx en una teoría fácilmente desechable y al socialismo en una utopía.

Ahora bien, una cosa es lo los demás dicen de alguien y otra cosa es lo que ese “alguien” piensa y hace realmente. En el caso de Marx no es tan difícil acceder a sus ideas, puesto que ha escrito un par de obras, las cuales se han traducido a un par de lenguas de alcance más o menos universal. El obstáculo epistemológico, para usar la expresión de Gaston Bachelard (1884-1962), radica aquí en la dificultad para abrir alguna obra de Marx y leer lo que dice efectivamente sobre el Estado. Pero las cosas más sencillas suelen ser las menos practicadas en nuestro sabio mundo académico. Como indiqué más arriba, la causa de la actitud de los intelectuales académicos debe buscarse en la lucha de clases. En un mundo dominado por la precarización laboral, la competencia incesante y el temor a perder el puesto de trabajo, no está bueno morder la mano del que te da de comer. De ahí el rechazo generalizado a tomar en serio al marxismo. Es verdad, por cierto, que el marxismo puede convertirse en una actividad lucrativa, pero para ello hay que pagar el precio de abjurar de la lucha de clases y del carácter de clase del Estado. De ese modo, la teoría de Marx pierde todo contacto con la realidad (recordemos, por ejemplo, que Marx quería que el lector por antonomasia de El capital fuesen los obreros) y se convierte en otro de los animales exóticos con los que juegan los intelectuales académicos.

El conjunto de escritos de Marx y Engels conocido genéricamente como Crítica del Programa de Gotha (1) es una buena puerta de entrada a su concepción sobre el Estado y la política. En otro momento tuve la oportunidad de presentar algunos aspectos de dicha obra, escrita con posterioridad a la Comuna de París (1871), esa experiencia crucial para el movimiento obrero europeo. Ahora tomaré de dicho texto la cuestión de la educación pública, como muestra de la concepción de Marx sobre el Estado.

Antes de exponer la posición de Marx es preciso decir que la obra mencionada está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes: una de ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle (2), además de ser un personaje pintoresco, abogaba por la colaboración entre el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para complicar un poco las cosas,  que Lassalle cumplió un papel significativo en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación (3). En este marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien no participó ni de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los lassalleanos.

La bronca de Marx se explica si se tiene en cuenta su caracterización del Estado como instrumento de dominación, como aparato destinado al sojuzgamiento de las clases explotadas. Lejos de ser un apologista del Estado, Marx remarcó en todo momento la necesidad de la organización autónoma de los trabajadores, partiendo de la certeza de que la “emancipación de los trabajadores sólo podría ser obra de los trabajadores mismos”. Además, la experiencia de la Comuna de París lo convenció de que la clase obrera no podía servirse del Estado burgués para lograr su liberación. En 1871, cuando redactó La guerra civil en Francia, Marx había llegado a la conclusión de que el Estado moderno no sólo era un órgano de opresión de clase, sino que también oprimía al conjunto de la sociedad. La centralización del capital en manos de un número cada vez más reducido de capitalistas iba de la mano con la centralización política a cargo de un Estado capaz de ejercer un control cada vez más profundo sobre el conjunto de la sociedad.

La indignación de Marx respecto al proyecto de los socialistas alemanes no era, por tanto, producto de la casualidad. En este sentido, la discusión en torno a la educación pública no es más que un corolario de la concepción general de Marx acerca del Estado.

El sentido común, tanto el académico como el político, supone que Marx era un partidario acérrimo de la educación a cargo del Estado. Sin embargo, la Crítica del Programa de Gotha dice algo diferente a lo esperado.

El proyecto de los socialistas alemanes decía lo siguiente respecto a la educación:

“1. Educación popular general e igual a cargo del Estado. Asistencia obligatoria para todos. Instrucción gratuita.” (p. 343).

Las medidas exigidas parecen irreprochables desde el punto de vista del progresismo, que sostiene que la sociedad progresa paso a paso (al estilo del filósofo futbolero argentino “Mostaza” Merlo), yendo desde lo conseguido hacia lo que queda por hacer. Pero Marx no era progresista en este sentido. Su punto de vista era del de la lucha de clases, no el de la evolución gradual. Por eso lee las consignas de los socialistas alemanes a partir de la lente del reconocimiento del doble papel del Estado como órgano de dominación de clase y como parásito del conjunto de la sociedad. Al hacerlo, cambia el sentido de la propuesta de los socialistas alemanes. Veamos cuál es su respuesta.

En el principio, la lucha de clases:

“¿Educación popular igual? ¿Qué se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual (que es la de que se trata), la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única incompatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino también del campesino?”

Con su realismo implacable Marx fustiga la idea de que la educación puede aportar igualdad a una sociedad basada en la desigualdad. Y no se trata por cierto de una desigualdad abstracta. El niño que nace en alguna de las innumerables barriadas populares de la Argentina es completamente desigual al niño que ve la luz en alguno de los numerosos barrios cerrados que florecieron en las últimas décadas, tanto con el neoliberalismo como con el modelo “nacional y popular”. Sus oportunidades son radicalmente distintas porque pertenecen a clases sociales distintas. Decir que la educación puede zanjar este abismo de desigualdad equivale a hacer lo que Thomas More (1478-1535) criticaba a la clase dominante de su época:

“Permiten que estas gentes crezcan de la peor manera posible y sistemáticamente corrompidos desde su más tempranos años. Al final, cuando crecen  y cometen los delitos que estaban obviamente destinados a cometer desde que eran niños, los castigan. En otras palabras, ¡crean ladrones y después les imponen una pena por robar! (p. 73; el resaltado es mío) (4).

Por el contrario, la educación en una sociedad capitalista es desigual. El empresario recibe una educación diferente a la del obrero. ¿Puede ser de otro modo? Es claro que no, pues la distribución desigual de los medios de producción exige una distribución desigual de los saberes. En estas condiciones, abogar por la igualdad en la educación sin cuestionar las bases del orden capitalista es, en el mejor de los casos, una ingenuidad casi pueril. Guste o no, la realidad de las clases sociales se impone tanto a los educadores como a los políticos progresistas.

En las condiciones del capitalismo, la defensa de la igualdad por el Estado da origen a hechos curiosos. Marx indica uno de ellos:

“El que en algunos Estados de este último país [Estados Unidos] sean «gratuitos» también los centros de instrucción media, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los impuestos generales.” (p. 344).

De modo que la educación gratuita, esa panacea del progresismo de todos los tiempos y lugares, se convierte en las condiciones del capitalismo en algo bien diferente a las intenciones de sus defensores. Marx apunta aquí a la educación media, reservada en su época a las capas medias y a la clase dominante. Lo mismo podría decirse, en las condiciones de la Argentina actual, respecto de la educación universitaria. Mientras que sólo algunos individuos de la clase trabajadora pueden acceder a ese nivel educativo, las clases medias y los sectores dominantes se ven favorecidos por la gratuidad de la educación.

Pero Marx va más allá de señalar el carácter de clase de la educación bajo el capitalismo.

“Eso de «educación popular a cargo del Estado» es absolutamente inadmisible. ¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, como se hace en los Estados Unidos, y otra cosa completamente distinta, es nombrar al Estado educador del pueblo! Lejos de esto, lo que hay que hacer es sustraer la escuela a toda influencia por parte del Gobierno y de la Iglesia.” (p. 344; el resaltado es mío).

Como tantas otras veces, Marx dice todo lo contrario de lo políticamente correcto. Para él, poner la educación en manos del Estado implica, siempre en las condiciones del capitalismo, fortalecer no sólo la dominación de la burguesía sino también el control del Estado sobre el conjunto de la sociedad. Apostar por el Estado como herramienta de liberación supone reforzar la dominación del capital, con el plus de que a esa dominación se le agrega la dominación de los burócratas. Muchas veces se pierde de vista que el proyecto político de Marx, anudado en torno a la organización política autónoma de la clase obrera, va dirigido a la emancipación del conjunto de la sociedad y no sólo de los trabajadores. En ese proyecto, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la transformación radical del Estado son los pilares fundamentales. Esta última transformación es concebida como el empoderamiento de la sociedad, como la asunción por parte de la misma de las funciones administrativas que en la actualidad se encuentran a cargo del Estado. A diferencia de los liberales, Marx sostiene que esto solamente es posible eliminando la propiedad privada en beneficio de un régimen de propiedad comunitaria (¡no estatal!). A diferencia de los progresistas, Marx afirma que esto solamente es posible transformando radicalmente al Estado burgués (eliminando en una primera etapa el aparato represivo), hasta lograr su extinción.

Lejos de ser un defensor del fortalecimiento del Estado, Marx comprendió, como ningún otro pensador del siglo XIX, la naturaleza de clase del Estado y su creciente poder sobre la sociedad.


Villa del Parque, jueves 19 de diciembre de 2013

NOTAS: 
                                              
(1) He utilizado la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353).

(2) Para la vida y obra de Lassalle, puede consultarse a modo de introducción: Cole, G. D. H. (1980). Historia del pensamiento socialista: II. Marxismo y anarquismo, 1850-1890. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pp. 75-89).

(3) Para las negociaciones entre ambas corrientes del socialismo alemán, puede consultarse Cole, G. H. D. (1980: 230-239).


(4) More, Thomas. (2007). Utopía. Buenos Aires: Losada. (Traducción española de María Guillermina Nicolini).

martes, 9 de febrero de 2010

UNAS PALABRAS EN CONTRA DE LA EDUCACIÓN

En las últimas décadas, frente a casi todos los problemas sociales (desocupación, delincuencia, pobreza, etc., etc.), se ha sostenido que la Educación es la solución mágica para remediarlos. Así, por ejemplo, en la década de 1990, cuando los niveles de desocupación se situaban alrededor del 20% de la PEA (población económicamente activa), políticos, periodistas e intelectuales afirmaban con vehemencia que había que promover la educación, pues ello permitiría capacitar a los desocupados, permitiendo de este modo su incorporación a un mercado laboral que hasta ese momento le era esquivo. En la actualidad, y frente a las periódicas menciones de los medios a las "olas de inseguridad", los políticos y opinólogos varios, que pretenden demostrar algo de "sensibilidad" frente a la realidad social, ponen a la educación como la panacea capaz de transformar a los "jóvenes delincuentes" en "ciudadanos de pro". Dicho de otro modo, en buena parte de nuestra sociedad está institucionalizada la concepción de que los problemas de nuestro país son el producto de una educación insuficiente, y que bastaría destinar los recursos suficientes a esta actividad para que en un plazo relativamente breve nos convirtiéramos en una nación fuerte y próspera.
¿Qué es la Educación?, ¿posee la educación la capacidad transformadora que se le atribuye? Como los distintos personajes que atribuyen a la educación propiedades cuasi mágicas no dicen ninguna palabra sobre las preguntas que acabamos de formular, se vuelve necesario intentar formular algunas respuestas a las mismas, con el objetivo de poner más claros los términos del problema y avanzar en la resolución del mismo.
En términos muy generales, cabe decir que la educación es el proceso de transmisión de conocimientos. Esta transmisión puede realizarse entre individuos de diferentes generaciones (asegurando de este modo la conservación del acervo cultural y tecnológico de la humanidad), o entre personas de la misma generación (permitiendo ya sea el aprendizaje de las prácticas establecidas o la transformación de las mismas). Como tal, es una actividad imprescindible para la supervivencia de los seres humanos, pues sin ella nos veríamos condenados a descubrir siempre las cosas y prácticas descubiertas por las generaciones anteriores. En otras palabras, sin ella nuestro nivel de vida permanecería estacionario y no podríamos hablar del desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Ahora bien, esta forma de definir a la educación no nos permite avanzar demasiado, pues la misma es válida para cualquier sociedad de cualquiera de los tiempos históricos. Dicho de otro modo, toda sociedad humana tiene que establecer alguna forma de transmisión de conocimientos de generación en generación si pretende sobrevivir en el tiempo. Es decir, definir a la educación de este modo equivale a no decir demasiado, o a decir algo que es aplicable tanto para las sociedades cazadoras y recolectoras como para la sociedad japonesa con su robotización de las actividades industriales y de la vida cotidiana. Si queremos avanzar en la comprensión del fenómeno educativo es necesario intentar indagar acerca de la naturaleza de la educación en una sociedad determinada en un contexto histórico también determinado.
La educación que nos ha tocado vivir es una educación que se da en el marco de una sociedad capitalista. Sin entrar en mayores detalles y sin entrar a polemizar con aquellos que niegan el carácter capitalista de nuestra sociedad, vamos a partir de la admisión del hecho de que nuestra sociedad es una sociedad organizada en torno a relaciones sociales de producción capitalistas.
¿Qué significa esto? Quiere decir que el proceso productivo, esto es, la producción de los bienes y servicios que satisfacen las necesidades de las personas, se realiza en el marco de la propiedad privada de los medios de producción. Hay un grupo de individuos (la clase burguesa, o la burguesía) que poseen la propiedad de los medios de producción y que, por tanto, tienen la potestad para establecer qué, cómo y en qué cantidad se va a producir. Al lado de esta clase se encuentra un enorme número de personas que tienen en común la carencia de propiedad de medios de producción. A consecuencia de esto se ven imposibilitados de producir por sí mismos todo lo que necesitan para la vida y están obligados, en las condiciones de la economía capitalista, a comprarlo en el mercado. Para obtener el dinero necesario para esa compra, las personas se ven obligadas a trabajar para otras a cambio de un salario. De este modo, y a partir de la propiedad de los medios de producción, quedan conformados dos grandes grupos de personas, las dos grandes clases sociales de la sociedad capitalista, burguesía y trabajadores. Por el momento vamos a proponer que se acepte este esquema de estructura social sin entrar en la discusión acerca de la validez o de la pertinencia teórica del mismo.
La educación que vivimos es, por tanto, la educación de una sociedad capitalista. Esto modifica de manera importante algunas de las características del proceso educativo. Por el momento, vamos a detenernos en lo referente a los fines y objetivos del mismo. Para empezar. La educación no tiene por objetivo principal el promover la difusión del conocimiento por el conocimiento mismo. Dicho de otro modo, si ese conocimiento no sirve para aumentar la productividad del trabajo y/o para promover la comercialización y venta de las mercancías, carece de utilidad y es, por ende, descartado. Desde el punto de vista de los sectores sociales que ejercen el poder en nuestra sociedad, la educación es concebida como un proceso dirigido a mejorar las condiciones de realización del proceso productivo, con el propósito de incrementar las ganancias que se obtienen a partir del mismo. Dada la estructura de nuestra sociedad, esas ganancias son apropiadas por la burguesía, en tanto clase que tiene la hegemonía del poder social. Esta situación determina que la educación se haya mercantilizado de manera creciente, y que este mercantilización no sea patrimonio exclusivo de las clases que establecen los lineamientos del proceso educativo, sino también de los mismos estudiantes.
A partir de lo anterior podemos formular las siguientes reflexiones. Si bien esto que vamos a decir es válido para todos los niveles educativos, vamos a focalizarnos en el nivel superior, básicamente en la Universidad, pues el mismo aparece en la ideología popular como una instancia supuestamente libre de condicionamientos materiales y/o políticos. Expresado más claro, todavía predomina la creencia de que en la Universidad se estudia por gusto o para adquirir conocimientos, en tanto que la utilidad mercantil de los mismos es una cuestión secundaria. Como puede verse a partir de lo expuesto en los párrafos anteriores, esta concepción tiene poco que ver con la realidad. En la actualidad y en nuestra sociedad, un estudiante es una mercancía, esto es, un objeto destinado a ser vendido en el mercado en un precio determinado. Este mercado es el mercado laboral, y los estudiantes compiten entre sí por quedar mejor posicionados en él. En este sentido, los conocimientos constituyen las herramientas para mejorar su posición, pues un estudiante que ha cursado mayor número de cursos o a completado algún ciclo de posgrado, tiene mayores probabilidades de venderse a un mejor precio que el estudiante que no ha cumplido con estos requisitos. El conocimiento, pues, deja de ser un fin y pasa a ser un medio, un medio que está ligado indisolublemente a la compra y venta de mercancías. La Universidad y la educación en general dejan de ser lugares en los que se practica la búsqueda de un conocimiento de carácter general, con la intención de mejorar al ser humano sacándolo de la estrechez de las condiciones particulares en que vive, y pasa a ser una especie de fábrica en la que se preparan mercancías para ser vendidas en el shopping (el mercado laboral). De hecho, las mismas Universidades entran en esta lógica y comienzan a competir entre sí para atraer un mayor número de estudiantes y profesores de renombre. En la actualidad, la enseñanza (y la investigación) en las Universidades está cada vez más ligada a las necesidades del mercado, siendo ella misma un mecanismo emparentado estrechamente con la producción de mercancías para el mercado.
Como es lógico, si se acepta el argumento expuesto en el párrafo anterior, es imposible atribuir un sentido liberador o engrandecedor de la personalidad humana al proceso educativo. No se trata por cierto de una actividad que nos hace mejores, sino que es un proceso que refuerza en nosotros las características propias de nuestra sociedad (individualismo, competencia, búsqueda de la ganancia, etc.). Esta afirmación no es válida, por supuesto, para todos los casos individuales, pero si permite comprender el sentido general del proceso. Es por ello que la educación no puede ser la respuesta a todos los problemas, pues ella misma está marcada y construida en torno a las contradicciones y antagonismos de nuestra sociedad. De ningún modo es un elemento neutral, sino que ella misma es una de las instituciones que refuerza la distribución existente del poder en nuestra sociedad.
Antes de concluir es conveniente hacer algunas reflexiones acerca del papel jugado por los estudiantes en todo este proceso. En primer lugar, hay que decir que la inmensa mayoría de los estudiantes que concluyen sus estudios universitarios en Argentina no pertenecen a las clases trabajadoras. Por el contrario, y a despecho de la gratuidad de los estudios vigente en el sistema de universidades nacionales, la mayoría de los estudiantes pertenecen a las clases medias y a los sectores dominantes (éstos últimos tienden a ubicarse en las universidades privadas). En segundo lugar, la mayor parte de los estudiantes tienen por objetivo mejorar su posición laborar o ascender socialmente mediante la conclusión de una carrera universitaria. Esto puede ser un objetivo valorable, pero tiene poco y nada que ver con la concepción del conocimiento como un valor en sí mismo. Dicho de manera extrema, para un estudiante es lo mismo "la Biblia que el calefón" si consigue obtener el tan ansiado título. En este marco, poco es lo que puede exigirse de sentido crítico acerca de los contenidos de lo que se está estudiando. Si se acepta que estas condiciones son las existentes, puede entenderse hasta que medida la educación tiende a reproducir las condiciones existentes. Lejos de ser transformadora o disparadora de potenciales cambios, la educación suele ser un espacio donde la rutina y el respeto a lo establecido (aunque sea maquillado de desparpajo o de una supuesta impugnación de los valores dominantes). En síntesis, la educación actual está impregnada del espíritu de la compra y venta, y esto constituye su principal contradicción.
San Martín, 9 de febrero de 2010