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viernes, 29 de julio de 2016

MARCUSE Y EL CONCEPTO DE RAZÓN EN LA MODERNIDAD




La figura de Herbert Marcuse (1898-1979) no requiere presentación. Su libro Razón y Revolución: Hegel y el surgimiento de la teoría social (1941) constituye un clásico en el estudio de la filosofía hegeliana y su influencia en el desarrollo del marxismo y de la sociología moderna.

Estos apuntes se refieren a la parte II de la obra (El surgimiento de la teoría social) (p. 245-375). (1)

La tesis del autor consiste en que “el desarrollo interno de la filosofía occidental exigía la transición hacia la teoría crítica de la sociedad” (p. 249).

El autor sostiene que la filosofía hegeliana realizó la transición de la filosofía al dominio del Estado y de la sociedad. En otras palabras, “las ideas filosóficas básicas  [de Hegel] se habían realizado en la forma histórica que el Estado y la sociedad habían asumido, y estos últimos se convirtieron en el centro de un nuevo interés teórico.” (p. 247).

Marcuse sostiene que para comprender el pasaje de la filosofía a la teoría social hay que dejar de lado la explicación habitual. ¿Qué dice ésta? A la muerte de Hegel (1770-1831), sus discípulos se dividieron en hegelianos de derecha (2) y de izquierda (3). Estos últimos desarrollaron las tendencias críticas presentes en la obra del Maestro y las aplicaron a la crítica de la religión. Posteriormente, los hegelianos de izquierda derivaron hacia el socialismo, el anarquismo o el liberalismo pequeñoburgués. (p. 247-248).

Marcuse afirma que dicha explicación está equivocada, pues la herencia de Hegel no pasó ni a sus discípulos de derecha ni a los de izquierda: “las tendencias críticas de la filosofía hegeliana fueron recogidas y continuadas por la teoría social marxista, en tanto que en todos los demás aspectos, la historia del hegelianismo se convirtió en la historia de la lucha en contra de Hegel.” (p. 248).

Con Hegel se cierra el período filosófico iniciado por Descartes (1596-1650). El primero fue “el último en interpretar el mundo como razón, sometiendo tanto la historia como la naturaleza a las normas del pensamiento y de la libertad. Al mismo tiempo, Hegel reconocía en el orden político y social que el hombre había alcanzado, la base sobre la que habría de realizarse la razón. Su sistema condujo a la filosofía al umbral de su propia negación, constituyendo así el único vínculo entre la vieja y la nueva forma de la teoría crítica, entre la filosofía y la teoría social.” (p. 249).

Antes de desarrollar la tesis enunciada arriba, Marcuse se dedica a mostrar la forma en que las fuerzas históricas de la Modernidad “penetraron y configuraron el interés filosófico”. Para llevar a cabo esta tarea, nuestro autor toma la idea de razón como punto de partida. (p 249).

La clase media ⦗burguesía⦘ en ascenso absorbió definitivamente a la filosofía en el siglo XVII y la dirigió contra las fuerzas que obstaculizaban su desarrollo político y económico. La filosofía racionalista fue la punta de lanza de la burguesía (4). La razón constituyó el eje de dicha filosofía y fue empleada en la lucha de la ciencia contra la Iglesia, en el ataque de la Ilustración francesa contra el absolutismo, y en el debate entre liberalismo y mercantilismo.

“En esta época no había una definición clara del término razón, ni este tenía tampoco un solo sentido. Su significación cambiaba al cambiar la posición de la clase media.” (p. 249).

Marcuse dedica el resto de la introducción a exponer los elementos esenciales del concepto de razón:

I) La razón no es necesariamente antirreligiosa. De hecho, permite concebir al  mundo como una creación divina. Pero, “el significado del mundo como algo racional implicaba, en primer lugar, el que pudiese ser comprendido y modificado por la actividad cognoscitiva del hombre. La naturaleza era considerada como racional en su estructura misma, de tal modo que el sujeto y el objeto se encuentran en un medio racional.” (p. 249-250; el resaltado es mío - AM -).

II) La razón humana no está limitada al orden social preestablecido. “La multitud de talentos que posee el hombre se originan y desarrollan en la historia, y éste puede emplearlos de muchas maneras para la mejor satisfacción de sus deseos. La satisfacción misma dependería del grado de control sobre la naturaleza y la sociedad. La norma de razón es la norma suprema en este amplio margen de control. Es decir, que ambas, naturaleza y sociedad, habrían de ser organizadas de modo tal que las dotes subjetivas y objetivas se desarrollasen libremente.” (p. 250; el resaltado es mío - AM -).

El corolario de este planteo es: “Mediante la educación, el hombre se convertirá en un ser racional en un mundo racional. Con la culminación de este proceso, todas las leyes de la vida social e individual se derivarán del propio juicio autónomo del hombre. La realización de la razón implicaba, por tanto, el fin de toda autoridad externa que oponga la existencia del hombre a las normas del pensamiento libre.” (p. 250; el resaltado es mío - AM -).

III) La razón implica la universalidad, pues “el énfasis en la razón revela que los actos del hombre son los actos de un sujeto pensante que está guiado por el conocimiento conceptual. Con los conceptos como instrumentos, el sujeto pensante puede penetrar las contingencias e inclinaciones recónditas del mundo y obtener leyes universales y necesarias que gobiernen y ordenen la infinitud de objetos individuales. (...) Los conceptos universales se convertirán en el órgano de una práctica que altera el mundo. (...) La abstracción genuina no es arbitraria, ni es tampoco el producto de la imaginación libre; está estrictamente determinada por la estructura objetiva de la realidad. Lo universal es tan real como lo particular; sólo que existe bajo una forma diferente, a saber, como fuerza, dynamis, potencialidad.” (p. 250).

IV) El pensamiento unifica la multiplicidad en el mundo natural y en el mundo sociohistórico. “El sujeto del pensamiento, la fuente de la universalidad conceptual, es una y la misma en todos los hombres. (...) el ego pensante que constituye su fuente es una totalidad de puros actos, uniforme en todos los sujetos pensantes. Decir que la realidad del sujeto pensante es la base suprema de la organización racional de la sociedad es, en última instancia, reconocer la igualdad esencial de todos los hombres. Además, el sujeto pensante, como creador de los conceptos universales, es necesariamente libre, y su libertad es la esencia misma de la subjetividad. (...) La libertad del sujeto pensante implica a su vez su libertad moral y práctica. (:..) La idea de la razón implica la libertad de actuar conforme a la razón.” (p. 251).

V) La libertad de actuar según la razón existe en la práctica de las ciencias naturales. “El dominio de la naturaleza y de sus recursos y dimensiones recién descubiertos es un requisito del nuevo proceso de producción que tendía a convertir al mundo en un enorme mercado de bienes de consumo. La idea de la razón había caído bajo el dominio del progreso técnico, y el método experimental era considerado como el modelo de la actividad racional, es decir, como un procedimiento que altera al mundo de modo que las potencialidades inherentes a él se hagan libres y actuales. Como resultado de esto, el racionalismo moderno tenía la tendencia de moldear tanto la vida individual como lo social, según el modelo de la naturaleza.” (p. 252). Ejemplos: filosofía mecanicista de Descartes, pensamiento político materialista de Hobbes (1588-1679), ética matemática de Spinoza (1632-1677), monadología de Leibniz (1646-1716).

El racionalismo: “Se representaba al universo humano gobernado por leyes objetivas, análogas y aún idénticas a las leyes de la naturaleza, y la sociedad era considerada como una entidad objetiva más o menos sumisa a los deseos y metas subjetivas. Se creía que las relaciones de los hombres entre sí eran el resultado de leyes objetivas que operaban con la necesidad de las leyes físicas, y que la libertad del hombre consistía en adaptar la existencia privada a esta necesidad.” (p. 252).

El resultado de la concepción racionalista de la sociedad: “Un conformismo sorprendentemente escéptico acompañaba así al desarrollo del racionalismo moderno. Mientras más triunfaba la razón en la técnica y en las ciencias naturales, tanto más reacia se volvía para reclamar libertad en la vida social del hombre. (...) Los filósofos representativos de la clase media (particularmente Leibniz, Kant y Fichte) conciliaron su radicalismo filosófico con la flagrante irracionalidad de las relaciones sociales predominantes, e invirtieron la razón humana y la libertad de modo que se convirtiesen en barreras del alma aislada o del espíritu, fenómeno interno bastante compatible con la realidad externa, aun cuando contradijese la razón y la libertad.” (p. 252).

Fue Hegel quien rompió con esta tendencia y planteó la necesidad de “proclamar la realización de la razón en y a través de las instituciones políticas y sociales dadas.” (p. 253). Hegel reintrodujo la contradicción en el mundo armonioso imaginado por la filosofía de la Modernidad. Pero no pudo ir más allá del contenido social de la época, que se detenía en el Estado (que moldeaba la sociedad civil). En este punto entra a jugar la dialéctica: “el método que operaba en este sistema tenía mayor alcance que los conceptos que lo llevaron a su fin. A través de la dialéctica, la historia se había convertido en una parte del contenido mismo de la razón. Hegel había demostrado que las fuerzas materiales e intelectuales de la humanidad estaban ya lo bastante desarrolladas para que la práctica social y política del hombre realizase la razón. La filosofía misma se aplicaba, así, directamente a la teoría y práctica social, no como una fuerza externa, sino como su heredera legítima.” (p. 253).

En consecuencia: “Si había de existir algún progreso más allá de esta filosofía, tendría que ser un avance más allá de la filosofía misma y, al mismo tiempo, más allá del orden social y político al que la filosofía había unido su destino.” (p. 253).


Villa del Parque, viernes 29 de julio de 2016

NOTAS:

(1) Trabajé con la traducción española realizada por Julieta Fombona de Sucre con la colaboración de Francisco Rubio Llorente: Marcuse, Herbert. (1986). El título original es Reason and Revolution. Hegel and the Rise of Social Theory (Oxford University Press, 1941). Agradezco a mi compañera Pez López el haberme permitido utilizar sus notas de lectura para la redacción de estos apuntes.
(2) Algunos de los hegelianos de derecha más representativos fueron Karl Ludwig Michelet (1801-1893), Karl Friedrich Göschel (1784-1861), Johann Eduard Erdmann (1805-1892), Georg Andreas Gabler (1786-1853) y Rosenkranz (1805-1879).
(3) Entre los hegelianos de izquierda puede mencionarse a David Friedrich Strauss (1808-1874), Edgar Bauer (1820-1886), Bruno Bauer (1809-1882), Ludwig Feuerbach (1804-1872), August von Cieszkowski (1814-1894).

(4) Marcuse omite a la filosofía empirista, la otra gran herramienta de la burguesía en su ascenso a la hegemonía de la sociedad.

lunes, 11 de octubre de 2010

COMENTARIO A "EL INDIVIDUO EN LA «GRAN SOCIEDAD»", DE HERBERT MARCUSE (III)

Las otras dos vías de tranformación del proceso laboral descartadas por Marcuse son las siguientes:

b) La separación rígida entre el mundo laboral, en el que reinan la mecanización y la estandarización, y el mundo exterior al trabajo (el "afuera" del proceso de producción). De manera que, mientras trabajan, los individuos se comportan como simples engranajes de un proceso que no controlan y que está regido por una lógica que no les es propia. El individuo "como persona autónoma y creativa, se desarrolla más allá del proceso laboral material, y fuera y más allá del tiempo y del espacio requerido para 'ganarse el pan' o producir los alimentos y servicios necesarios." (p. 151).

Para analizar esta segunda posibilidad, Marcuse recurre a la distinción marxista entre "reino de la libertad y reino de la necesidad". Marx sostiene que el proceso de trabajo es el "reino de la necesidad" porque el ser humano se ve obligado a trabajar para hacer frente a "la naturaleza, la miseria y la necesidad" (p. 152). En otras palabras, las personas están sometidas a la obligación del trabajo porque sólo mediante la mediación del proceso laboral podemos obtener de la naturaleza las cosas para satisfacer nuestras necesidades. La frase bíblica "ganarás el pan con el sudor de tu frente" expresa con suma precisión esta situación.

Ahora bien, frente a la realidad del "reino de la necesidad" en el capitalismo, Marx plantea que puede pasarse al "reino de la libertad" mediante una revolución que suprima la propiedad privada de los medios de producción e instaure "una organización social del trabajo guiada por modelos de una extrema racionalidad en la satisfacción de las necesidades individuales para una sociedad tomada globalmente. (...) presupone el control colectivo del proceso de producción por los mismos productores." (p. 152). Este control colectivo del trabajo implica la eliminación de la alienación y la concreción de la libertad de los individuos. El punto clave para entender el pasaje del "reino de la necesidad" al "reino de la libertad" radica en la revolución liderada por los trabajadores. Sin embargo, Marcuse no dice una palabra acerca de la cuestión.

Si la revolución es descartada, la separación entre el mundo laboral y el "más allá" del trabajo queda limitada a las condiciones de la "sociedad industrial avanzada". Marcuse analiza esta opción recurriendo a la categoría marxista de tiempo libre. Marx distingue entre el tiempo en que la persona se halla sometida a la producción para satisfacer sus necesidades, y el "tiempo libre", que es tiempo que se encuentra bajo el control del individuo: "éste sería libre de satisfacer las propias necesidades, de desarrollar las facultades propias y los propios placeres" (p. 152). Como se indicó en el párrafo anterior, el "tiempo libre" es posible en la medida en que se modifique revolucionariamente la estructura actual de la producción. Marcuse señala con acierto que "la libertad también es cuestión de cantidad, número, espacio: requiere soledad, distancia, disociación - el espacio libre, no ocupado, una naturaleza no destruida por el comercio y la brutalidad." (p. 152). Sin estas condiciones, el "tiempo libre" se convierte en una de las tantas ficciones que engalanan (¡oscurecen!) el contenido real de las relaciones sociales.

En el contexto de la "sociedad industrial avanzada" resulta imposible plantear la existencia de "tiempo libre" en el sentido pensado por Marx. El capital se ha vuelto omnipresente en la vida cotidiana, y no puede permitirse dejar espacios que no estén colonizados por su propia lógica. Dado que se trata de una sociedad que, gracias al aumento incesante de la productividad, produce mucho más de lo que necesita, la venta de mercancías se convierte en un momento fundamental del proceso social. En otros términos, sin venta no hay apropiación del plusvalor por el capitalista. De este modo, TODO el tiempo de la persona tiene que estar al servicio del capital.
Marcuse utiliza la categoría "holgura" (leasure) para referirse a la forma que adopta el tiempo de las personas fuera del que dedican al proceso laboral. Se trata de un tiempo alienado, funcional a las necesidades de reproducción del capital. La libertad deja paso a la posibilidad de elegir entre distintas mercancías, y eso es todo. Lejos de ser un espacio propio, en el que puede desplegar su imaginación, el tiempo se vuelve una "jaula de hierro" para el invididuo. Su capacidad creadora queda reducida a la banalidad: "lo que queda a la creatividad fuera del proceso técnico de trabajo se sitúa en la esfera de los hobbies, del 'hágalo usted mismo', de los juegos." (p. 152). De hecho, el capitalismo encuentra en la organización de la "holgura" una fuente adicional de ganancias. Así Marcuse escribe que "la condición holgada [pertenece] a una sociedad represiva. En tal sociedad, cuando la jornada de trabajo está considerablemente reducida, la condición holgada debe ser organizada, inclusive administrada. El obrero, el empleado, el dirigente afronta la condición de holgura con la cualidad, las actitudes, los valores correspondientes a su situación en la sociedad; se apropia de su ser-para-los-demás. Su actividad o pasividad en la holgura es simplemente una prolongación o una recreación de su actividad social; él no es un 'individuo'." (p. 153). De este modo, en la "sociedad industrial avanzada" se cierra el círculo y el capital se apropia del tiempo completo de los individuos. Es por esto que puede afirmarse que el capitalismo se ha vuelto una sociedad verdaderamente totalitaria, en el sentido de que tiende a regular todos los aspectos de la vida humana según las necesidades de la reproducción ampliada del capital.

c) El socialismo, entendiendo por tal la variante del mismo llevada a la práctica en la URSS. Marcuse no dice demasiado sobre esta alternativa en el texto, aunque está claro que la descarta: 1) porque el socialismo es una de las formas que asume la "sociedad industrial avanzada" y se trata, por tanto, de una variante de organización laboral que se asienta en la persistencia del trabajo alienado; 2) porque el socialismo soviético adopta una actitud ambigua o abiertamente hostil frente a la revolución o a la rebelión de los pueblos del Tercer Mundo. (p. 143).
Para finalizar, pues estos comentarios se han tornado exageradamente extensos, hay que decir que el análisis de Marcuse, con toda su profundidad, deja de lado o resuelve incorrectamente un par de cuestiones fundamentales que sólo puedo esbozar aquí. En primer término, Marcuse descarta implícitamente a la clase obrera como actor decisivo del proceso revolucionario. En todo el artículo (y esto resulta muy significativo desde el punto de vista de la posición marxista clásica), Marcuse ubica a un único agente revolucionario, que está constituido por los pueblos del Tercer Mundo, que se rebelan tanto en contra del capitalismo como en contra del socialismo. (p. 142). Hay que tener presente algo que ya fue planteado en estos comentarios, que es la "unificación" realizada por Marcuse de capitalismo y socialismo bajo el paraguas del concepto de "sociedad industrial avanzada". En segundo término, dicha categoría de "sociedad industrial avanzada" oscurece la distinción específica entre capitalismo y socialismo, al desplazar el eje del análisis social desde el ámbito de las relaciones sociales de producción (clases sociales) hacia el ámbito de la técnica involucrada en el proceso productivo. Marcuse parece adherir aquí a las concepciones fetichistas de la técnica, que convierte a ésta en el factor omnipotente del proceso social.

A modo de conclusión. En este artículo Marcuse demuestra que la libertad y la autonomía del individuo no es posible en el marco de una "sociedad industrial avanzada", organizada en torno al trabajo alienado.

Buenos Aires, lunes 11 de octubre de 2010

NOTAS:
El título original en inglés es "The Individual in the Great Society". Se publicó por primera vez en ALTERNATIVES, nº 1, (1966), issue 1: 14-16, 20 and issue 2: 29-35.
Para elaborar este comentario se ha utilizado la traducción española preparada por Ítalo Manzi, "El individuo en la «Gran Sociedad»", incluida en Marcuse, Herbert. (1970). La sociedad opresora. Caracas: Tiempo Nuevo. (pp. 133-162).

domingo, 10 de octubre de 2010

COMENTARIO A "EL INDIVIDUO EN LA «GRAN SOCIEDAD»", DE HERBERT MARCUSE (II)

En el contexto del capitalismo "organizado" del siglo XX, el único resquicio que ha quedado para que el individuo pueda expresarse libremente es el de la literatura y las artes. Sin embargo, Marcuse demuestra que esta liberación es engañosa. En primer lugar, porque el avance del capitalismo sobre todos los demás aspectos de la vida humana, convierte a la imaginación y a la creatividad cada vez más en instrumentos del marketing y de la publicidad. En segundo lugar, porque el espacio de las artes se ha mercantilizado de forma creciente. Por último, y esto es lo más importante, la liberación que permite la creación artística sólo puede hacerse extensible a una minoría, mientras que la mayoría de las personas están condenadas a la monotonía del trabajo alienado.

En una sociedad en la que el capital transforma a la creatividad en instrumento que sirve para producir más o para vender más mercancías, el individuo se enfrenta a la disyuntiva de, o bien encontrarse "a sí mismo en el momento en que aprende a limitarse y a reconciliar la felicidad con la infelicidad: autonomía significa resignación." (p. 148), o bien volverse auténtico "en la medida en que está excluido, dedicado a las drogas, enfermo, genial." (p. 148).

La difusión del trabajo alienado basado en la propiedad privada de los medios de producción alteró de tal modo a las personas, que autonomía se ha transformado en sinónimo de locura, en tanto que el "ciudadano común define la libertad y la felicidad en los términos del gobierno y de la sociedad antes que con los suyos propios." (p. 149).

La ciencia, mucho antes que el arte, se ha incorporado al aparato productivo del capitalismo. Marcuse señala que la "civilización tecnológica" requiere de la "inteligencia científica y tecnológica en el proceso de producción material, y no cabe duda de que esta inteligencia sea creativa" (p. 154). Pero la creatividad de los científicos y de los tecnólogos, lejos de ser un camino de liberación, está subordinada a las necesidades de la reproducción ampliada del capital. Se trata, según Marcuse, de una creatividad "anómala" (p. 155), porque es perfectamente funcional a la preservación del trabajo alienado.

La educación tampoco escapa a la lógica del capitalismo desarrollado. Lejos de ser liberadora (o peligrosa para el orden existente), es una herramienta más de dominación. Así, "la educación es considerada indispensable por la ley y el orden constituidos" (p. 156). Ahora bien, si la educación pretende ser algo más que la transmisión de habilidades para venderse mejor en el mercado laboral, es preciso que esté en contradicción la estructura capitalista de la sociedad, pero ello "entraría en conflicto con los poderes privados y públicos que financian hoy la educación" (p. 157). Marcuse expresa esto con claridad: "Kant consideraba como fin de la educación que los jóvenes debían ser educados, no según la condición presente del género humano, sino según una condición futura y mejor, o sea, según la idea de humanitas. Esta meta implica una vez más la subversión de la condición humana presente." (p. 157).

Marcuse tiene bien presente que la raíz de las características que asume la "sociedad industrial avanzada" se encuentra en la organización del trabajo. Toda la estructura productiva está dedicada a la producción de plusvalor y a su apropiación por los capitalistas. No se puede modificar el carácter de la sociedad si no se transforma el contenido y los fines del proceso laboral. No hay ninguna posibilidad de vivir una vida libre en las condiciones sociales existentes.

Marcuse sostiene que es imposible la libertad de las personas en una sociedad en la que impera el trabajo alienado. Para avanzar hacia la emancipación de los seres humanos es preciso transformar radicalmente las condiciones en las que se realiza el trabajo. Así, "esta búsqueda del individuo creador en el seno de la sociedad industrial avanzada implica directamente la organización social del trabajo" (p. 149). "La autonomía [del proceso laboral frente al aparato técnico existente] presupone (...) un cambio fundamental en las relaciones de productores y consumidores con el aparato mismo. En su forma actual, éste controla al individuo al cual sirve: alienta y satisface las necesidades agresivas y conformistas que reproducen las formas de control." (p. 151).

Aunque Marcuse tiene claro que la transformación de la sociedad va de la mano con la modificación revolucionaria de la organización del trabajo, no muestra la misma claridad cuando tiene que exponer los caminos para realizar esa transformación. Es por eso que se vuelve imprescindible detenerse en este punto.

Para empezar, podemos decir qué cosa no es la transformación radical del proceso de producción. Marcuse descarta tres posibilidades:

a) La reintroducción de modos de trabajo cercanos al artesanado y a las actividades manuales, más la reducción del aparato mecánico. (p. 150). En este punto hace dos consideraciones. Primero, la producción en una sociedad industrial avanzada supone tanto la estandarización como la mecanización. Segundo. Más allá del sendero capitalista que ha tomado la mecanización, es oportuno recordar que la liberación de los individuos del trabajo físico es un logro de la humanidad, en tanto permite avanzar en la eliminación de la división entre trabajo intelectual y trabajo manual. Marcuse escribe que "eliminar la necesidad de la fuerza-trabajo individual sería el triunfo más grande para la industria y la técnica" (p. 150). De modo que un retorno a formas artesanales de producción no sólo es inviable desde el punto de vista de la tecnología productiva moderna, sino que también sería una regresión en términos del desarrollo humano. Una transformación radical del proceso de trabajo tiene, pues, que mirar hacia el futuro con los instrumentos del presente, y no regodearse en la contemplación de un pretendido pasado idílico.

En la nota siguiente concluiremos estos comentarios analizando las otras dos vías de transformación que son rechazadas por Marcuse.

Buenos Aires, domingo 10 de octubre de 2010

NOTAS:
El título original en inglés es "The Individual in the Great Society". Se publicó por primera vez en ALTERNATIVES, nº 1, (1966), issue 1: 14-16, 20 and issue 2: 29-35.
Para elaborar este comentario se ha utilizado la traducción española preparada por Ítalo Manzi, "El individuo en la «Gran Sociedad»", incluida en Marcuse, Herbert. (1970). La sociedad opresora. Caracas: Tiempo Nuevo. (pp. 133-162).

COMENTARIO A "EL INDIVIDUO EN LA «GRAN SOCIEDAD»", DE HERBERT MARCUSE (I)

Herbert Marcuse (1898-1979) fue un filósofo alemán, uno de los exponentes más notables de la llamada Escuela de Frankfurt. Es autor de varias obras importantes, entre las que se destaca Razón y Revolución , en la que analiza tanto a la filosofía hegeliana como los orígenes de la teoría social. A diferencia de otros representantes de la Escuela, como Max Horkheimer (1895-1973) y Theodor Adorno (1903-1969), que fueron tomando distancia de la militancia política, Marcuse adoptó posiciones combativas en la década de 1960, apoyando tanto al movimiento estudiantil norteamericano como a las campañas de oposición a la Guerra de Vietnam.

El artículo "El individuo en la «Gran Sociedad»" (1966) (1) constituye una crítica al programa propuesto por Lyndon B. Johnson (1908-1973) al ser reelecto como presidente de EE.UU. en 1964 (2). En este sentido, podemos distinguir dos grandes líneas argumentales en el texto. Por un lado, Marcuse lleva a cabo una refutación del programa de Johnson a partir del expediente de confrontar los discursos y las promesas del presidente con la realidad de la sociedad estadounidense de mediados de los '60. Esto posee, más allá de la maestría con que Marcuse realiza la mencionada refutación, un interés marcadamente histórico, y quedará relegado a un lugar bien secundario en estos comentarios. Por otro lado, Marcuse apoya su crítica al programa de la "Gran Sociedad" por medio de una serie de formulaciones teóricas centradas en el examen de la relación entre el proceso de trabajo y las características que asume el individuo en dichas sociedades. Nuestro interés estará concentrado en esta segunda línea argumental.

Marcuse caracteriza a la sociedad estadounidense como una "sociedad industrial avanzada" (p. 136). Es una sociedad capitalista, basada por tanto en la propiedad privada de los medios de producción, pero no se trata de un capitalismo "libre" al estilo del siglo XVIII, basado en la iniciativa privada de empresarios industriales y agrícolas, "responsables individualmente de sus propias decisiones, de las propias elecciones y de los propios riesgos". (p. 146). Por el contrario, el capitalismo "ha superado el nivel al cual las unidades individuales de producción se enfrentan recíprocamente en la libre competencia" (p. 147). Es un "capitalismo organizado" (p. 147), en el que el aumento incesante de la productividad del trabajo, la incorporación de la ciencia y la tecnología a la producción y la conformación de grandes empresas transnacionales que compiten entre sí por el mercado mundial son los rasgos preponderantes.

El capitalismo propio de una sociedad industrial avanzada es tan productivo que necesita regular todos los ámbitos de la vida de las personas. La base de su poder es la apropiación del plusvalor (el trabajo no pagado por el capitalista a los trabajadores), y para poder hacer efectiva esa apropiación es preciso vender las mercancías. Es por esto que el capitalismo se ve obligado a avanzar sobre el "tiempo libre" de los individuos, para conseguir que se transformen en compradores compulsivos. En este sentido, puede afirmarse que se ha convertido en la primera sociedad verdaderamente totalitaria de la historia. Así, las personas "viven en una sociedad donde están sometidas (...) a un aparato que, comprendiendo la producción, distribución y consumo, actividad material e intelectual, trabajo y tiempo libre, política y diversión, determina su vida cotidiana, sus necesidades y aspiraciones." (p. 138). Marcuse afirma que es una sociedad que requiere del "derroche socialmente necesario", de la "obsolescencia planificada", del armamento, de la publicidad y de la manipulación (p. 135). En contra de los dichos de los economistas del sistema, que califican al capitalismo de "organización racional y eficiente" de la producción, la sociedad productora de mercancías se ha convertido en la mayor derrochadora de recursos materiales y humanos de la historia. Su capacidad destructiva no tiene parangón, y explica a partir de que el objetivo del sistema productivo es la producción de plusvalor y no la satisfacción de necesidades humanas.

Marcuse resume así las características de esta sociedad: "Una sociedad que una abundancia y libertad en la dinámica del desarrollo ilimitado y del desafío constante es el ideal de una sociedad basada en la perpetuación de la miseria. Esa sociedad requiere de una miseria creada cada vez más artificialmente, es decir, la necesidad cada vez más grande de bienes de abundancia. En un sistema semejante, los individuos deben pasar la vida en la lucha competitiva por la existencia, para satisfacer la necesidad de productos del trabajo cada vez mayores, y los productos del trabajo deben aumentar porque es necesario venderlos con provecho y el monto del provecho depende de la mayor productividad del trabajo." (p. 135).

Marcuse utiliza la categoría "sociedad industrial avanzada" porque bajo esa designación agrupa tanto al capitalismo de EE.UU. como al socialismo de la URSS. Es preciso hacer esta aclaración, dado que Marcuse apenas si menciona a la URSS en el artículo. Aquí carecemos de espacio para examinar detenidamente esta cuestión, pero hay que decir que este agrupamiento efectuado por Marcuse tiende a oscurecer tanto el tratamiento del capitalismo norteamericano como el del socialismo soviético, pues subsume a ambos en la lógica de la producción industrial. Ahora bien, esta pretendida lógica que va más allá del capitalismo y del socialismo no es otra cosa que una especie de fetichización de la tecnología. De hecho, Marcuse deja de lado la cuestión de la propiedad privada de los medios de producción en tanto rasgo fundamental del capitalismo, y centra su atención en "la progresiva transferencia del poder del individuo al aparato técnico y burocrático, del trabajo viviente al muerto, del control personal al telecontrol, de una máquina o grupo de máquinas a todo un sistema mecanizado." (p. 139). Hay aquí una especie de eco de la referencia que hace Max Weber (1864-1920) a la "jaula de hierro" de la burocracia. Como la producción industrial tiene, en tanto producción, ciertas características comunes, Marcuse puede pretender equiparar la URSS a los EE.UU, pero al hacer esto, complica la percepción de los aspectos específicos de cada una de estas sociedades.

Luego de describir la sociedad norteamericana de mediados de la década de 1960, Marcuse pasa a examinar, en la segunda parte del artículo, la posición que ocupa en ella el individuo. Como paso previo a esto, hace un breve recorrido por la evolución del concepto de individuo desde el siglo XVI. A diferencia de los enfoques tradicionales, que parten de un dualismo entre cuerpo y alma, Marcuse propone una distinción diferente, que pone especial énfasis en la relación del individuo con el sistema productivo. Así, desde la Reforma protestante se tiene un individuo escindido en dos esferas: "Por una parte, se tiene el desarrollo del sujeto moral e intelectual libre; por la otra, el desarrollo del sujeto de libre iniciativa en libre concurrencia. Podemos decir también que el individuo en la lucha por sí mismo, por la autonomía moral e intelectual, y el individuo en la lucha por la existencia, están separados." (p. 145).

En Descartes (1596-1650) ambos aspectos del individuo se encuentran todavía unificados en el cogito: "el individuo es el sujeto de la ciencia que comprende y conquista la naturaleza al servicio de la nueva sociedad, y el sujeto de la duda metódica, de la razón crítica contra todos los prejuicios existentes." (p. 145). Pero el desarrollo de la producción mercantil deshace esa frágil unidad y escinde de manera permanente a las personas. Esta separación se expresa en la filosofía a través de dos corrientes: por un lado, "el individuo como sujeto de la lucha capitalista por la existencia, de la competencia económica y de la política" (p. 145), que aparece en la obra de filósofos como Hobbes (1588-1679), Locke (1632-1704), Adam Smith (1723-1790) y Bentham (1748-1832); por otro lado, "el sujeto de la autonomía individual, moral e intelectual" (p. 145) es el eje de la filosofía del Iluminismo, de Leibnitz (1646-1716) y de Kant (1724-1804).

Como quiera que sea, más allá de la persistencia de la escisión, la vigencia del capitalismo "liberal" permitía cierto grado de unificación entre los dos aspectos mencionados arriba, haciendo la salvedad de que la misma se circunscribía a un número muy limitado de individuos. Autores como Locke ya habían percibido la necesidad de la ligazón entre libertad y propiedad; dicho en otros términos, eran precisas ciertas condiciones materiales para lograr hacer efectiva la autonomía del individuo. En las condiciones del capitalismo del siglo XVIII, sólo "los empresarios agrarios e industriales" (p. 146) cumplían esa condición. Más allá de que también estaban sometidos a la lógica de la competencia, "podía considerárselos como los representantes vivos de la cultura individualista" (p. 146).

La erosión del "capitalismo liberal" en la segunda mitad del siglo XIX, y el desarrollo del capitalismo monopolista suprimieron las condiciones de existencia del empresariado a las que hacíamos referencia en el párrafo anterior. La escisión entre el individuo que busca su autonomía y el individuo que lucha por su existencia quedó sancionada definitivamente.

En la nota siguiente continuaremos con la cuestión del individuo.

Buenos Aires, domingo 10 de octubre de 2010

NOTAS:
(1) El título original en inglés es "The Individual in the Great Society". Se publicó por primera vez en ALTERNATIVES, nº 1, (1966), issue 1: 14-16, 20 and issue 2: 29-35.
Para elaborar este comentario se ha utilizado la traducción española preparada por Ítalo Manzi, "El individuo en la «Gran Sociedad»", incluida en Marcuse, Herbert. (1970). La sociedad opresora. Caracas: Tiempo Nuevo. (pp. 133-162).
(2) Johnson era vicepresidente de John F. Kennedy, y sucedió a éste cuando fue asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. En 1964 se presentó como candidato para un nuevo período presidencial y derrotó en las elecciones al candidato republicano Barry Goldwater.