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jueves, 3 de enero de 2019

EL AJUSTE, CAUSAS Y EXPLICACIONES


Por Jorge Saavedra (RPM)

Hay un lugar común en el que coinciden las más diversas fuerzas políticas, desde la derecha hasta la izquierda, todos reconocen que el gobierno está aplicando un durísimo ajuste económico. Todos admiten que las medidas adoptadas perjudicaron a gran parte de la población, especialmente a los más humildes. Sin embargo, cada sector político sostiene una explicación diferente sobre las razones del ajuste. En este artículo nos proponemos examinar los argumentos del macrismo y el kirchnerismo; finalmente, presentamos una explicación alternativa.
El gobierno y la tesis del dolor necesario
El macrismo sostiene la tesis del “dolor necesario” (Letra P, 2/8/2016). El presidente reconoció que muchas de las decisiones que tomó “fueron duras, difíciles, dolieron y siguen doliendo” (La Capital, 10/7/2016). Sostiene que fueron necesarias por culpa de la pésima gestión anterior, que dejó el país al borde del abismo. El denominado “sinceramiento” de la economía era un paso doloroso pero necesario para ingresar en la senda del crecimiento. “Me duele tomar algunas decisiones, lo que generan, pero es el camino de la verdad” (La Nación, 7/4/2016). El consultor ecuatoriano Durán Barba, aceptó que Macri “ha tenido que tomar las medidas más duras” (Telam, 4/12/2016).
Según el gobierno, el crecimiento de la economía durante el kirchnerismo estuvo basado en una ficción, fue sustentado por el incremento artificial y desmedido del consumo. El empleo también fue sostenido de manera artificial, gracias al incremento innecesario de trabajadores estatales. Este modelo requería de la emisión monetaria permanente y el crecimiento ilimitado del gasto público, que generaban inflación y hacían inviable al “modelo kirchnerista” en el largo plazo, conduciéndolo inexorablemente a una catástrofe (son abundantes las comparaciones con Venezuela). En su lugar, el gobierno se propone recortar el gasto público y reducir la emisión monetaria. Dice que apuesta a seducir a los capitales extranjeros para que realicen inversiones genuinas que generen «empleo de calidad».
En definitiva, el gobierno afirma que es imprescindible “reorientar la economía hacia la inversión y las exportaciones” porque considera que “el modelo de crecimiento basado en el consumo interno está agotado” (Telam, 10/12/2016). Esta transición, entre un modelo basado en el consumo a otro sostenido en la inversión, sostienen, resulta inevitable y dolorosa. Pero sería la única forma de promover un crecimiento sostenible y crear empleo de calidad.
El kirchnerismo y la salida progresista de las crisis
Los defensores de la gestión anterior dicen que el gobierno de Macri está llevando adelante una política económica típicamente neoliberal. El kirchnerismo sostiene que la crisis fue generada por el mismo gobierno, porque alentó una distribución regresiva del ingreso y realizó una apertura indiscriminada de las importaciones. La pérdida del poder adquisitivo y el ingreso de productos extranjeros, perjudicaron a los trabajadores y a las pymes, destruyendo el mercado interno.
Para salir de la crisis, argumentan, hay que recomponer el poder de compra de los salarios y frenar el ingreso indiscriminado de productos importados, para insuflarle vida nuevamente al alicaído mercado interno, fuente de toda riqueza. Si aumentan los salarios, aumenta la demanda interna y por ende aumenta la producción nacional, entrando nuevamente la economía en un círculo virtuoso, circuito que el gobierno desarticuló, ocasionando el quiebre de empresas y comercios, generando hambre y desocupación. El gobierno destruye cualquier “brote verde que pudiera surgir por el lado del consumo y la producción nacional” (Página 12, 4/2/2017).
Entonces, para el kirchnerismo, la crisis es responsabilidad del gobierno de Macri y proponen una salida progresista, el aumento de salarios sería una de las claves para retornar al círculo virtuoso de la economía. La rebaja de las tarifas aliviaría la situación de las pymes y de la población en general. La recomposición del mercado interno, beneficiando a los más necesitados, sería la clave para salir de la crisis.
Una explicación desde la lógica del capital
Las crisis económicas se originan cuando los capitalistas dejan de invertir. Entonces, la economía se detiene. ¿Por qué los empresarios toman esa decisión? Porque las ganancias descienden por debajo del mínimo que consideran deseable. ¿Cómo se sale de la crisis? Incrementando nuevamente el margen de ganancias. En ese caso, los capitalistas encuentran apetecible volver a invertir, así vuelve a girar la rueda de la economía.
Entonces, los capitalistas sólo invierten cuando consideran que la tasa de rentabilidad es “razonable”, de lo contrario no lo hacen y se ingresa en un ciclo recesivo, donde disminuye la producción y se despide personal.
Desde hace 5 años, por diversos motivos, las ganancias capitalistas se fueron erosionando, en consecuencia, la inversión fue cayendo. ¿Cómo se recupera la rentabilidad? Reduciendo el costo de la mano de obra, es decir, bajando los salarios reales.
Más allá de cierta pirotecnia verbal, todas las fracciones de la burguesía coinciden en este diagnóstico. Este es el motivo, por el cual, las medidas económicas que proponían los principales candidatos burgueses eran muy similares, esto también explica el transfuguismo.
Al contrario de lo que piensa la progresía y sectores de la izquierda, no existen salidas progresistas a las crisis capitalistas. Es decir, la economía no puede volver a crecer aumentando los salarios o, como plantean algunos, estatizando los resortes fundamentales de la economía, o mejorando las condiciones de vida de las masas. En otras palabras, en el capitalismo, las crisis siempre las pagamos los trabajadores.
Para relanzar el ciclo de la acumulación capitalista, se deben generar las condiciones para recuperar la tasa de rentabilidad, sólo entonces, el capital vuelve a invertir y se reinicia el ciclo de crecimiento económico.
El ajuste que está llevando adelante el gobierno actual, responde a necesidades profundas del capital, no se debe a sus ideas neoliberales, ni a al origen gerencial de sus ministros, ni a su educación en escuelas privadas, ni por mera maldad. Las medidas gubernamentales tienen como objetivo recomponer la tasa de ganancias de los empresarios. Su contraparte inevitable es el deterioro de las condiciones de vida de las masas.
La quita de las retenciones, la devaluación del peso, el aumento de los servicios públicos, los estrictos topes salariales, las cláusulas de productividad, las buenas relaciones con las potencias imperialistas, el disciplinamiento del movimiento obrero, estos elementos tienen por objetivo incrementar las ganancias capitalistas y generar un clima confiable de negocios, para incentivar la inversión capitalista y reiniciar un nuevo ciclo de acumulación. Las denuncias de corrupción, verdaderas o falsas, apenas encubren estos objetivos de fondo.
La única solución definitiva en favor de los trabajadores consiste en terminar con el trabajo asalariado, expropiar a los empresarios y socializar los medios de producción. En caso contrario, el capital siempre encontrará la forma de recuperarse, disminuyendo el salario de los trabajadores, recomponiendo sus ganancias y reiniciado un nuevo ciclo de acumulación.
Sin embargo, los trabajadores no deben contemplar pasivamente el ataque a sus condiciones de vida, resulta imprescindible organizar la resistencia al ajuste, defendiendo los salarios, los puestos y las condiciones de trabajo, fortaleciendo la organización en los lugares de trabajo, practicando la democracia sindical, explicando pacientemente la necesidad de la lucha colectiva y la solidaridad de clase, frente al discurso gubernamental que promueve el individualismo y el sálvese quien pueda. Los períodos recesivos son momentos en que se pierden ingreso y conquistas. Pero si la clase obrera no resiste, las pérdidas serán mucho mayores y las posibilidades de mejorar la relación de fuerzas serán escasas.
Crisis económica y democracia capitalista
La crisis económica deja en evidencia una característica central del régimen capitalista. La decisión de invertir se encuentra en manos de privados, es decir, está reservada a una pequeña porción de la sociedad. El conjunto de la población está pendiente y sometida a las decisiones que adopte este sector diminuto, al cual se nos invita a complacerlo para que no se disguste, para que invierta y genere trabajo.
Los empresarios son los únicos que resuelven si se produce, qué se produce y cómo se produce. Son ellos los que verdaderamente votan todos los días y no cada dos años, decidiendo la suerte de millones de seres humanos. Son sus pareceres los que determinan la vida de la inmensa mayoría de la población.
Ese gigantesco poder de decisión está vedado a las grandes mayorías populares, lo ejerce una pequeña minoría de la sociedad. Los socialistas proponemos que ese poder debe pasar a manos del pueblo trabajador, socializando los medios de producción, única manera de construir una sociedad verdaderamente democrática, terminando con la dictadura del capital.
Las elecciones que se avecinan, cualquiera sea su resultado, no torcerán la lógica implacable del capital, la crisis seguirá su curso, sin que pueda ser resuelta en favor de la clase obrera, dentro de los límites de este sistema.
Palabras finales
Tanto el macrismo como el kirchnerismo han generado cierto sentido común entre sus seguidores y franjas importantes de trabajadores. Por ese motivo, resulta fundamental analizar los sistemas de ideas que defienden estas corrientes políticas burguesas, porque sus explicaciones se han hecho carne en amplios sectores de la población. Las experiencias cotidianas de millones de personas son procesadas por el tamiz de estas interpretaciones de la realidad.
En definitiva, es fundamental comprender sus argumentaciones, analizarlas seriamente y desmontar sus supuestos, sembrando el terreno para una interpretación alternativa, una explicación socialista del mundo. La batalla ideológica es tan importante como la política y la sindical. En estos momentos, quizás como nunca antes en la historia, es imprescindible reconstruir el ideario socialista entre las más amplias masas de trabajadores, que dispute el sentido burgués del mundo. Explicar pacientemente la lógica del capital, es parte de esa inmensa tarea.
(Publicado originalmente en el blog de la Revista Propuesta Marxista, 20 de junio de 2017)

lunes, 18 de abril de 2016

EL REGRESO DE CRISTINA

Cristina volvió del Sur. La causa del regreso (la declaración en la causa judicial por las operaciones con el precio del dólar a futuro), no interesa a los fines de este artículo. Tampoco es relevante la discusión acerca del número de manifestantes en Comodoro Py. Basta con decir que ningún otro dirigente político en la Argentina de hoy tiene esa capacidad de convocatoria. Volvió Cristina y con su regreso sepultó los pronósticos sobre la desaparición inmediata del kirchnerismo. Los marxistas tenemos la obligación de analizar los hechos, no nuestros deseos. Guste o no, el kirchnerismo y Cristina siguen siendo actores principales en el escenario político.

Transcurridos cuatro meses del gobierno de Macri, algunas cosas comienzan a estar claras. De un lado, la solidez del consenso en torno a la necesidad del ajuste,  que llevó a la alianza Cambiemos a ganar la presidencia. Los golpes sobre la clase trabajadora han sido muy fuertes, sin que se observe por el momento ninguna acción contundente de parte de los afectados (sin desconocer por cierto, las luchas locales). El macrismo avanzó en un terreno abonado por la fragmentación y el individualismo, y por un estancamiento económico iniciado en 2011.

La cuestión política fundamental es el ajuste. La política económica del macrismo es una ofensiva a fondo para restablecer la tasa de ganancia de los empresarios. En la crisis se diluye la ilusión del Estado “de todos” y aparece el Leviatán de la burguesía en todo su esplendor. Los políticos burgueses, cuyo oficio consiste en diseñar vestiduras para cubrir las desnudeces del Estado, se ponen nerviosos, no saben muy bien qué hacer. Los rezongos de Carrió, de Massa, etc., disimulan apenas el consenso general en torno al ajuste.

Con el correr del tiempo, la desnudez burguesa del macrismo empieza a generar descontento. Las centrales obreras y los sindicatos, defensores consecuentes del orden burgués, dan señales de que tienen que hacer algo para calmar la bronca de muchos trabajadores, tanto de los que sufren en carne propia los despidos como de aquellos que ven cómo se evaporan sus salarios con la inflación. Pero tampoco pasan del terreno de la queja, pues ellos también comparten el consenso en torno al ajuste.

El kirchnerismo es, en esta coyuntura, la oposición políticamente correcta al macrismo; más claro, la oposición decorativa que todo gobierno precisa para mantener el entusiasmo de sus partidarios sin que se note demasiado que defiende los intereses egoístas de una clase de la sociedad. Parafraseando a Voltaire, Macri puede afirmar que “si no existiera el kirchnerismo habría que inventarlo”.

La dirigencia kirchnerista es incapaz de luchar contra el ajuste, aunque sea en el terreno de las reivindicaciones económicas más elementales (despidos, reducción de salarios, etc.). Si algo caracterizó a Cristina durante su carrera política fue una actitud de desprecio hacia las demandas obreras (el ejemplo más claro es su crítica a los docentes durante el discurso de apertura del Congreso en 2012). El kirchnerismo llegó al gobierno con el objetivo de restablecer la confianza en las instituciones capitalistas erosionada por la crisis de 2001; ello lo obligó a realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. Pero Cristina jamás se sintió cómoda con las cuestiones obreras. En la coyuntura actual, donde los trabajadores sufren el peso principal de la ofensiva macrista, Cristina ha permanecido callada ante las decenas de miles de despidos y el empeoramiento de las condiciones laborales.

La historia reciente del kirchnerismo lo coloca en mala posición para enfrentar el ajuste. Cristina asumió su segunda presidencia en 2011 e intentó durante los primeros meses imponer la “sintonía fina”, una política dirigida a implementar una versión moderada del ajuste de las tarifas de los servicios públicos. La política frente a la deuda externa del kirchnerismo consistió en pagar al contado todo lo que pudo (de ahí que Cristina haya podido vanagloriarse de ser “pagadora serial” de deuda externa) y en negociar con los acreedores para salir del default. En este sentido, el acuerdo con el Club de París (2014), llevado a cabo por el ministro Kicillof, puede figurar cómodamente en un ranking de negociaciones vergonzosas con los acreedores.

Ni Cristina ni los principales dirigentes kirchneristas están en desacuerdo con el ajuste. Como políticos de la burguesía saben que el estancamiento económico es intolerable y que hace falta crear condiciones para promover la inversión de los capitalistas. Por eso el silencio de Cristina durante estos meses. Sin embargo, las bases kirchneristas están convencidas de que Cristina es la única alternativa contra el ajuste. La ilusión tiene bases objetivas. Las concesiones que debió realizar el kirchnerismo para restablecer el orden capitalista conformaron la base de la popularidad de Néstor y Cristina, y les permitieron ganar holgadamente la mayoría de las elecciones en el período 2003-2015. Pasarse abiertamente a las filas del ajuste significaría lisa y llanamente el final del kirchnerismo como movimiento político. De ahí la radical imposibilidad de Cristina para impulsar un ajuste en regla durante el período 2011-2015.

Las causas judiciales arrinconaron a Cristina y a las principales figuras del kirchnerismo. La presión de las medidas económicas del macrismo se hace sentir entre las bases kirchneristas. La movilización realizada en Comodoro Py, con su carácter multitudinario, muestra las vacilaciones del kirchnerismo, su imposibilidad para decir o hacer nada serio respecto al programa económico macrista. Como todos los demás políticos, requiere que el ajuste tenga éxito. Sólo así podrá salir con éxito a la escena política, a intentar diferenciarse del macrismo. Pero a diferencia de los demás políticos, Cristina no puede hacer la plancha durante la implementación del ajuste sin que ello tenga consecuencias fatales para su carrera política. Por todo ello, Cristina está condenada a los gestos impotentes.

El éxito del macrismo requiere, paradójicamente, de la oposición del kirchnerismo. Macri necesita que Cristina sea su “enemiga”. Sólo así podrá aglutinar detrás de sí a los sectores que detestan al kirchnerismo. Al mismo tiempo, la presencia de Cristina como principal dirigente de la oposición asegura que el ajuste no será cuestionado seriamente.

La capacidad de movilización del kirchnerismo es innegable, así como el liderazgo de Cristina. Pero mucho más innegable es su papel lamentable frente al ajuste en proceso. La ausencia de alternativas de izquierda disimula su impotencia. En definitiva, esta ausencia representa la gran derrota de la clase trabajadora. Construir esa alternativa es el gran desafío que tenemos los militantes socialistas.



Villa del Parque, lunes 18 de abril de 2016

lunes, 22 de febrero de 2016

LOS LÍMITES DE LA RESISTENCIA: KICILLOF Y SU DEFENSA DE PAGO DE GANANCIAS POR LOS TRABAJADORES

La política se aferra a las realidades y se burla de los deseos. Esta afirmación es tanto más fuerte cuando se pretende hacer política desde la clase trabajadora. El kirchnerismo perdió el gobierno, pero está lejos de desaparecer como fuerza política y corriente de opinión. Simplificando el argumento, el kirchnerismo expresa hoy, ante todo, a sectores de las clases medias urbanas que se vieron favorecidos por la política económica implementada en el período 2003-2015. Su “resistencia” se basa en condiciones materiales, no solamente en convicciones ideológicas. De ahí el error de muchos análisis formulados desde la izquierda, que sostienen que está liquidado o que es un fenómeno meramente residual. La crítica del kirchnerismo es una tarea fundamental en la construcción del socialismo revolucionario y forma parte de la lucha por ganar a las clases medias. Esa crítica debe ser paciente, teniendo en claro que los mismos planteos erróneos reaparecerán una y otra vez.
Axel Kicillof expresa la ideología de los sectores progresistas que se acercaron al kirchnerismo a partir de la crisis de 2008. Sus ideas expresan con precisión los límites del progresismo kirchnerista. Desde este punto de vista constituyen un material de enorme valor para la discusión de los supuestos de esta corriente político-ideológica.

El artículo de Kicillof “Otro capítulo de la estafa electoral”, publicado en la edición de PÁGINA/12 de domingo 21 de febrero, va dirigido contra las últimas medidas económicas del gobierno de Mauricio Macri. Tal como es habitual, Kicillof reprocha al macrismo no haber cumplido con sus promesas de campaña electoral, en este caso en lo referente al impuesto a las ganancias aplicado a los salarios. El argumento de Kicillof  contra el macrismo se reduce a lo expresado en la oración precedente: Macri no cumplió sus promesas. Pero Kicillof defiende también la posición del kirchnerismo frente a dicho impuesto. Esta es la parte más interesante del artículo:

“Nuestra posición es que el Impuesto a las Ganancias o, mejor dicho, a los altos ingresos, tiene una cualidad: es progresivo, es decir, pagan más los que más ganan. En efecto, de los aproximadamente 11 millones de trabajadores en relación de dependencia, sólo lo paga el 10 por ciento con salarios más altos. Justamente por eso, es otra verdadera estafa sostener que un cambio en Ganancias puede darse “a cambio” de reducir el porcentaje de aumento en las paritarias. Una reducción del Impuesto a las Ganancias mejora los ingresos sólo del 10 por ciento que más gana. Para el 90 por ciento de los trabajadores no cambia absolutamente nada. El porcentaje de las paritarias no tiene nada que ver con el Impuesto a las Ganancias para la gran mayoría de los trabajadores.

La idea de que los salarios son equiparables a las ganancias puede parecer extraña. Sin embargo, forma parte de la concepción económica del progresismo. Si se afirma que la relación entre Capital y Trabajo es natural y que el antagonismo entre ambos es secundario y/o pasajero, las clases sociales se desdibujan y los individuos ocupan el centro de la escena. Dicho de otro modo, si el horizonte intelectual es el capitalismo y no se concibe la posibilidad de otra forma de organización social, es lógico que se piense que lo verdaderamente importante son los individuos. En este marco, cobra una importancia singular la cuestión de los ingresos de éstos, pues va a ser la que determine la posición que ocupan las personas en la sociedad. El salario deja de ser la forma específica de ingreso de los trabajadores (entendidos como clase social desprovista de medios de producción en el capitalismo) y pasa a convertirse en una forma más de remuneración percibida por las personas. Desde este punto de vista, es perfectamente razonable que el salario sea gravado como ganancia, pues no se distingue del ingreso del capitalista. En última instancia, la diferencia entre los ingresos del empresario y del trabajador es meramente cuantitativa.

Ahora bien, ningunear la relación Capital – Trabajo en la teoría no significa que ésta pierda peso concreto. Todo lo contrario. Kicillof demuestra la verdad de esta afirmación en el pasaje citado. Allí dice sin despeinarse que el impuesto a las ganancias sólo es abonado por el 10 % de los trabajadores, quienes son los que poseen los ingresos más altos. O sea, luego de una “década ganada” (la kirchnerista) el 90 % de los trabajadores perciben salarios tan bajos que no alcanzan a ser “beneficiados” con el pago de Ganancias. Despreciar la importancia de la relación Capital – Trabajo se traduce aquí en un desprecio enorme por la miseria padecida por buena parte de la clase trabajadora. Otra vez, nada de que extrañarse. El progresismo a la Kicillof desemboca en un individualismo que nada tiene que envidiarle al liberalismo más crudo.

Pero el ex ministro no se conforma con presentar los fundamentos conceptuales del pago de Ganancias por los trabajadores. Va más allá y nos explica las razones de política económica que motivan dicho pago.

“En los 12 años de kirchnerismo, el Impuesto a las Ganancias formó parte de un esquema de crecimiento económico e inclusión social. Las mineras, las petroleras, los grandes exportadores de grano pagaban impuestos específicos –las retenciones–. En el caso de los alimentos, estas retenciones contribuían además a que los precios internos fueran más baratos. Los subsidios a la luz, el gas y el transporte reducían el costo de vida y constituían una parte importante de los ingresos indirectos. Y la inclusión avanzaba también a través de la AUH, la moratoria jubilatoria, el Ahora 12, el Progresar, el crédito barato para las pymes, y tantas otras medidas. En ese marco se cobraba Impuesto a las Ganancias al 10 por ciento de los trabajadores de mayores salarios.”

Kicillof nos pide que aceptemos la afirmación de que las retenciones tenían bajo el kirchnerismo la misma importancia para las empresas mineras, las petroleras o los exportadores de granos, que la que tiene el pago de Ganancias para los trabajadores. Una de dos: o bien el ex ministro ha perdido en su ascenso político todo principio de realidad, o bien se trata sencillamente de una muestra de cinismo. En Argentina, el período 2011-2015 fue de estancamiento económico y alta inflación. Los trabajadores argentinos se caracterizan por la gran heterogeneidad de sus condiciones materiales. Así, mientras que algunos sindicatos pueden presionar eficazmente para obtener mejores salarios y condiciones laborales, constituyendo una especie de “aristocracia obrera”, buena parte de la clase carece de esa capacidad. Un tercio de los trabajadores están “en negro”, es decir, carecen de derechos laborales y sus salarios son sensiblemente inferiores a los de los trabajadores “en blanco”. Sólo alguien que ha perdido toda noción de las condiciones de vida de los trabajadores puede igualar el pago de Ganancias con las retenciones que pagaban, por ejemplo, las empresas que explotan la megaminería.

El secreto del pago de Ganancias por los trabajadores es de índole fiscal. El Estado argentino, incapaz de cobrar, por ejemplo, un impuesto a las transacciones financieras, necesita de los recursos provistos por los trabajadores de mayores ingresos. Las clases sociales, ninguneadas por el ex ministro, vuelven a aparecer en todo su esplendor cuando de política económica se trata. La clase obrera paga así los subsidios con los que las empresas privatizadas por el menemismo nutren sus ganancias. Todo ello sin invertir un solo peso, como puede comprobar cualquier sufrido usuario del servicio eléctrico.

La resistencia al macrismo, tal como la concibe Kicillof, no contiene ningún elemento progresivo. Si se analizan tanto sus premisas teóricas como sus recomendaciones de política económica, salta en todo momento el viejo individualismo, que ha sido adoptado como norma de vida por muchos de los integrantes de las clases medias que nutren al kirchnerismo en estos tiempos. Este individualismo se nutre, a su vez, en las condiciones de vida que se han desarrollado a partir de las derrotas de la clase obrera en 1976 y 1989, las que trajeron como consecuencia una expansión nunca vista de las relaciones mercantiles en la sociedad argentina. Criticar el individualismo de las clases medias significa criticar las bases materiales de esas condiciones de vida. Y esa crítica no puede ser sólo ideológica.



Villa del Parque, lunes 22 de febrero de 2016

lunes, 23 de noviembre de 2015

MACRI PRESIDENTE

Este artículo representa un primer intento de analizar los resultados del balotaje del 22 de noviembre. Por tanto, es sumamente esquemático y como todo esquema será destruido prolijamente a partir de estudios más profundos.

La victoria de Mauricio Macri en el balotaje marca el fin de la etapa histórica iniciada en diciembre de 2001 con las movilizaciones populares que dieron el golpe de gracia al gobierno de Fernando de la Rúa. Esas movilizaciones no pusieron en cuestión la dominación capitalista, pero fueron causa y efecto de la crisis del sistema político, cuya expresión más cruda fue el derrumbe de la UCR. Movilizaciones de piqueteros, sectores medios y estudiantes; asambleas; repudio generalizado hacia el neoliberalismo. El clima de comienzo de 2002 conspiraba contra la tarea primordial que debía encarar la burguesía argentina: la recomposición de la tasa de ganancia luego de la prolongada recesión iniciada en 1998. El peronismo tuvo a su cargo las dos tareas de la hora: a) construir un modelo de acumulación que permitiera salir de la recesión; b) reconstituir la dominación política de la burguesía. Duhalde dio el puntapié inicial para la resolución de ambas cuestiones, pero la enorme movilización luego del asesinato a manos de la policía de Kostecki y Santillán demostró su fracaso en la tarea de contener a los sectores populares. El kirchnerismo, entonces, fue el encargado de reconstituir el sistema político. Un dólar alto, bajos salarios, elevados precios de las commodities (la soja fue emblemática en todo el período), permitieron la profundización de un modelo económico puesto en marcha por el tándem Duhalde – Lavagna. El crecimiento de la economía a “tasas chinas” generó los recursos para que el Estado pudiera realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. El populismo de los Kirchner, tantas veces denostado por intelectuales de la derecha tradicional, no fue otra cosa que una herramienta en la tarea de la reconstruir el sistema político.

Es claro que ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández (ni, por supuesto, ninguna de las variantes del peronismo actual) se propusieron transformar la sociedad capitalista en otra cosa. El kirchernismo debe ser evaluado en función de los objetivos que se propuso realmente y no en base a las fantasías promovidas por numerosos intelectuales que se unieron a sus filas por convicción, por interés o por alguna combinación de ambas. Desde el punto de vista del capital, el kirchnerismo fue tremendamente eficaz, a punto tal que Cristina Fernández admitió que “los empresarios la levantaron con pala”. No se trata sólo de ganancias. El kirchnerismo obturó el desarrollo de cualquier forma de organización autónoma de los sectores populares a través de la cooptación, facilitada por la abundancia de recursos materiales gracias al crecimiento económico. Además, a partir de 2008 y el conflicto con la burguesía agraria, el kirchnerismo recibió el aporte de muchos militantes provenientes del progresismo y del viejo PC argentino. En este marco, el liderazgo autocrático de Cristina Fernández cumplió la función de unificar a sectores heterogéneos, al precio de cortar cualquier atisbo de autocrítica o de pensamiento propio.

El kirchnerismo entró en declive con el estancamiento de la economía, iniciado a partir de 2011. La escasez de dólares y la implantación del cepo cambiario fueron la expresión y no la causa del estancamiento. La manifestación más aguda del mismo fue la caída de la tasa de inversión. Como es sabido, una economía capitalista no puede sostenerse en el largo plazo con bajos niveles de inversión. La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires a manos de Sergio Massa (2013) y la imposibilidad de seguir adelante con el proyecto de re-reelección de Cristina marcaron los límites del proyecto político kirchnerista. En 2013 quedó claro que la burguesía buscaba una salida al problema del estancamiento de la economía. Como siempre, se trataba de recomponer la tasa de ganancia. Para ello era preciso elevar los niveles de inversión a través de una ofensiva sobre los trabajadores. El kirchnerismo dio pasos en esa dirección (devaluación, negociaciones con el Club de París, acuerdo con la petrolera Chevron, etc.), pero nunca pudo terminar de articular una política coherente, en parte por la dirección política de Cristina (orientado mucho más a la preservación de su propia influencia política que a la elaboración de un programa de salida del estancamiento económico), en parte porque el kirchnerismo aparecía ligado para la burguesía a las concesiones realizadas a los sectores populares.

Aquí corresponde hablar de Mauricio Macri y al PRO. Su personalidad no es brillante, todo lo contrario, pero ese rasgo jugó a su favor: en su ascenso político jugó un papel no menor la subestimación de sus cualidades por sus adversarios. El macrismo fue producto, en buena medida, del éxito del kirchnerismo en la consolidación de la burguesía. El crecimiento económico fortaleció a los sectores medios en lo material y en lo ideológico; a despecho del “relato”, el kirchnerismo promovió el individualismo (¿alguien recuerda el énfasis puesto en el “emprendedorismo”?). Macri se propuso construir un partido de derecha que tuviera un formato moderno y que fuera capaz de construir mayorías; en este sentido, su éxito fue indudable. Desde su constitución, el PRO no perdió ninguna elección en la ciudad de Buenos Aires y relativamente rápido pudo saltar los límites de la ciudad y expandirse en varias provincias. En lo ideológico, lo novedoso del PRO no es tanto su formato sino como el desparpajo con el que exhibe su credo liberal. En este sentido, el éxito electoral del PRO mostraba que el período iniciado en 2001 estaba en vías de agotarse.

El ascenso de Macri y del PRO estuvo signado de altibajos. Sin embargo, y aunque es fácil escribir con el diario del lunes a la vista, Macri fue quien jugó más fuerte durante 2014 y 2015, tomando varias decisiones arriesgadas para su espacio (por ejemplo, la decisión de que Rodríguez Larreta y Michetti compitieran en las PASO) y expresando del modo más duro y coherente el programa económico de la burguesía para salir del estancamiento. Si bien en su ascenso colaboró varias veces la “fortuna” (la contingencia), su triunfo en el balotaje no es fruto de la casualidad. A contramano de su personalidad, Macri encarna una burguesía segura de sí misma, que no esconde su programa económico (dejo de lado, por supuesto, los requerimientos tácticos de la campaña electoral) y que ha sido capaz, por primera vez en su historia, de constituir un partido político propio y exitoso.

Por primera vez en la historia argentina, la burguesía accedió a la presidencia por la vía electoral y sin contar con la mediación de peronistas o radicales. Esto es una novedad fundamental. Es cierto que la alianza Cambiemos es más que el PRO y que ella incluye a radicales y peronistas. Pero esto no debe hacernos perder de vista que la dirección de la alianza está claramente en manos de Macri y el PRO. Por supuesto, la construcción del partido político de la burguesía no está completa ni mucho menos. El período que se abre a partir del 10 de diciembre dará cuenta de la capacidad del PRO para consolidarse en ese rol. Pero nada de esto debe llevarnos a cometer el error de subestimar a Macri y al PRO como hizo el kirchnerismo. El marxismo está obligado a luchar sin ilusiones, y para ello es imprescindible conocer correctamente al enemigo.

El éxito de Macri expresa, además, la hegemonía ideológica de la burguesía. Que una propuesta política defensora del liberalismo económico haya podido imponerse en elecciones no es poca cosa. La izquierda revolucionaria está obligada a tomar nota del hecho y emprender la tarea de explicarlo. Recurrir a los clichés y a las frases hechas no sirve para nada. Nos guste o no, estamos frente a un nuevo panorama político y para luchar con eficacia es preciso comprender en qué consiste la novedad.



Villa del Parque, lunes 23 de noviembre de 2015

martes, 27 de enero de 2015

LA DISOLUCIÓN DE LA SECRETARÍA DE INTELIGENCIA

En un discurso transmitido ayer por cadena nacional, la Presidenta Cristina Fernández anunció el envío al Congreso de un proyecto de ley por el que disuelve la SI (Secretaría de Inteligencia, ex SIDE – Secretaría de Inteligencia del Estado -) y crea la Agencia Federal de Inteligencia. Todo ello en el marco de la crisis desatada por la muerte del fiscal Nisman.

Abordé el caso Nisman en un artículo anterior; allí formulé el planteo general de la cuestión desde mi punto de vista. Como la medida anunciada por la presidenta pretende ser una respuesta a la crisis, es necesario efectuar un análisis de las implicancias de la disolución de la SI.

Los Servicios de Inteligencia actuales son producto de la dictadura militar de 1976-1983. El “jubilado” Stiusso, virtual jefe de la SI durante todo el período kichnerista, revistaba en los servicios durante la dictadura y continuó en funciones luego de la restauración del régimen democrático. Esta característica impregna toda la actividad de los servicios y se expresa en el hecho de que una de sus tareas primordiales es la acumulación de información sobre la militancia de izquierda, ya sea la de los partidos políticos de esa orientación o de la militancia clasista en los sindicatos. Pero, además, los servicios llevan a cabo otra actividad que hace que sean particularmente útiles para los gobiernos de turno, esto es, espiar a la oposición burguesa y a los jueces. Néstor Kirchner y Cristina Fernández aprovecharon al máximo esta segunda función de los servicios para fortalecer su poder, con la aclaración de que en esto actuaron igual que todos los gobiernos que los precedieron desde 1983 en adelante.

La crisis de sucesión desatada a partir de la imposibilidad de Cristina Fernández de volver a presentarse como candidata presidencial en las elecciones de este año, y la incertidumbre acerca de su sucesor, desató una crisis en el seno de los servicios. Ante la perspectiva de un cambio de gobierno, los servicios comenzaron a poner fichas en los candidatos presidenciales, chocando con sus amos de ayer. Como el mundo de los servicios es, por definición, un submundo secreto, esta lucha se expresó de un modo sordo y por medio de terceras personas. El descabezamiento de la SI, resuelto por la presidenta a finales del año pasado, llevó la crisis a su punto álgido. La muerte de Nisman fue consecuencia de ello.

La disolución de la SI es la respuesta (tardía por cierto) de Cristina Fernández a la crisis. Mediante la creación de un nuevo organismo de Inteligencia (la mencionada Agencia Federal de Inteligencia), pretende depurar a los servicios  y restaurar el control sobre ellos. Las perspectivas de éxito de esta medida parecen, cuanto menos, dudosas, dado que se trata de un gobierno que se retira en diciembre de este año, y de que la medida en sí parece, a simple vista, más un manotazo de ahogado que una respuesta coherente frente al problema. Es lícito preguntarse por qué la creación de un nuevo organismo habría de resolver una crisis que es producto de una política que atraviesa todo el mandato de los Kirchner, la cual consistió en fortalecer a los organismos de Inteligencia y emplearlos como herramienta de poder.

Sin embargo, hay una cuestión más importante, ausente en el discurso de ayer de la presidenta. Los servicios no giran en el vacío. La fortaleza adquirida por los mismos durante la dictadura y conservada (y aún incrementada) en el período democrático no es casualidad ni tampoco el fruto exclusivo de la necesidad de cada gobierno de turno de asegurar su poder controlando a la oposición. Es una consecuencia directa de las relaciones de fuerza entre las clases en la sociedad argentina. La dictadura de 1976-1983 significó una derrota formidable del movimiento obrero y se expresó en un incremento significativo de la desigualdad social. Los gobiernos que se sucedieron a partir de 1983 no disminuyeron esa desigualdad; todo lo contrario, la misma se cristalizó y profundizó. Sin ir más lejos, la “década ganada” del kirchnerismo, con sus elevadas tasas de crecimiento económico, dejó como herencia más de un tercio de los trabajadores en condiciones de “no registro”, es decir, sin aportes al sistema de seguridad social y por fuera de los convenios colectivos.

En un país donde la desigualdad social alcanza niveles nunca vistos anteriormente (compárese los miles y miles de asentamientos y villas miserias con los barrios privados de la burguesía), los servicios resultan imprescindibles. En otras palabras, el capitalismo argentino no puede funcionar sin servicios que espíen a la población. Por eso, toda iniciativa dirigida a reformar a los servicios está condenada al fracaso en la medida en que no sea destruida una situación social que requiere de la existencia de los servicios.
  
El problema no radica en que gobiernen los servicios; el problema consiste en que gobierna la burguesía.


Villa Jardín, martes 27 de enero de 2015

martes, 20 de enero de 2015

LA MUERTE DEL FISCAL NISMAN

El fiscal Alberto Nisman, a cargo de la investigación del atentado a la AMIA (julio de 1994) y quien presentó una denuncia contra la presidenta Cristina Fernández por encubrimiento de los responsables del atentado, fue encontrado muerto en su domicilio en vísperas de presentarse en el Congreso, donde iba a defender su acusación contra la Presidenta. No es preciso abundar en la conmoción que produjo su muerte, que desató la crisis más importante del sistema político desde los hechos de diciembre de 2001.

El autor de este artículo no pretende esclarecer las circunstancias concretas del deceso del fiscal. Carece de información para ello y no quiere hacerle el coro a la confusión general. Prefiero concentrarme en una cuestión más general y que hace a la manera en que se encuentran estructuradas las relaciones de poder en Argentina. La muerte de Nisman está ligada a la relación de los servicios de inteligencia con el Estado argentino desde la restauración del régimen democrático en 1983.

En nuestro país existen varios servicios de inteligencia (los servicios a partir de aquí). El más importante de ellos es el SI (Servicio de Inteligencia, ex SIDE – Servicio de Inteligencia del Estado -). ¿Cuál es su cometido? Básicamente espiar a los ciudadanos y brindar esa información al personal político que detenta el control del Estado. O sea, su función es considerar a la población como un enemigo potencial, a quien debe vigilarse en todo momento. Para cumplir esta tarea, cuentan con presupuestos millonarios y con una plantilla numerosa, cosas particularmente escandalosas en un país donde, por ejemplo, los hospitales públicos carecen de equipamiento básico (como lo experimentó la propia Presidenta al sufrir una lesión en un pie y estar obligada a trasladarse desde Santa Cruz a Buenos Aires para recibir la atención adecuada).

Durante la dictadura militar de 1976-1983, los servicios jugaron un papel fundamental en la ofensiva contra los trabajadores y las organizaciones políticas revolucionarias. Como contrapartida, la derrota argentina en la guerra de Malvinas mostró, entre otras cosas, hasta qué punto los servicios eran inoperantes al tener que afrontar una amenaza externa. La dictadura dejó absolutamente en claro que los servicios actuaban en función de la lógica del enemigo interno, según la cual la propia población es el enemigo del Estado. No se trata de una lógica delirante. Todo lo contrario. Los servicios forman parte del aparato represivo del Estado, constituido, además, por las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y las policías provinciales, los servicios penitenciarios federal y provinciales, etc. Más allá de los matices, el Estado tiene como función primordial preservar el orden existente, es decir, el orden capitalista, con todas las relaciones de dominación que éste conlleva. En este sentido, los servicios proporcionan información al Estado sobre todos aquellos que cuestionan al orden capitalista. De ahí que los militantes de los partidos de izquierda, los militantes clasistas en el movimiento obrero, etc, etc., sean los principales objetivos de los espías. Las tareas de Inteligencia son indispensables para el sostenimiento del orden capitalista.

Pero los servicios han desempeñado otra función desde 1983. De Alfonsín para adelante, se encargaron de recopilar información sobre el conjunto de la oposición política y sobre los jueces, a los fines de proporcionar al gobierno de turno de una herramienta para extorsionar a los dirigentes opositores y a los magistrados. Lejos de ver menguado su poder, los servicios continuaron jugando un papel político fundamental en el escenario post dictadura. Ahora bien, estas funciones fueron llevadas a cabo por el mismo personal que se había encargado de las tareas represivas durante la dictadura. Antonio Stiusso, alias “Jaime”, agente de la SIDE (luego SI), jefe virtual del principal servicio del Estado argentino, permaneció en actividad desde la dictadura hasta 2014. Esta continuidad, sumada a los otros factores mencionados aquí, hizo que los servicios acrecentaran su poder mientras los gobiernos pasaban.

Néstor Kirchner y Cristina Fernández no fueron la excepción en lo que hace a la utilización de los servicios. Las evidencias disponibles muestran que los utilizaron tanto contra la izquierda y el movimiento obrero (por ejemplo, el caso del famoso Proyecto X), como contra los jueces y los dirigentes políticos de la oposición burguesa. Hay que agregar que los dirigentes de dicha oposición, en los casos en los que ocuparon funciones de gobierno, armaron sus propias estructuras de espías con funciones semejantes a las de los servicios del Estado nacional (Mauricio Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, procesado por el caso de las escuchas telefónicas, es el caso más escandaloso).

Como suele ocurrir, en épocas de crisis económica afloran todas las miserias del orden existente. La retracción del crecimiento económico y el hecho de que Cristina Fernández dejará el gobierno en diciembre de este año, debilitaron al kirchnerismo. La fragmentación de la oposición burguesa (Scioli, Macri, Massa) y la relativa lejanía de las elecciones, complican el cuadro, acotando la capacidad de control de la burguesía (ya sea del elenco gobernante como de la oposición que se prueba el traje de futuros gobernantes). Esto es especialmente visible en el caso de los servicios, debido a la interna entre el SI y la inteligencia militar, cuya cabeza es el actual jefe del Ejército, Milani. Frente a un poder estatal debilitado, los servicios cobran mayor autonomía y dirimen su interna apelando a los recursos a los que están acostumbrados, sólo que esta vez lo hacen a la luz del día. No se trata, por cierto, de que Argentina sea un país gobernado por los servicios; se trata de un contexto político particular, en el que los servicios han visto acrecentada su influencia de un modo desorbitado. Los cambios de gabinete efectuados por Cristina Fernández a fines del año pasado, centrados en el control del área de Inteligencia, son una muestra de la preocupación del kirchnerismo por esta situación. Por su parte, el caso Nisman indica que el kirchnerismo no ha tenido éxito en su intento de volver a controlar a los servicios.

La muerte del fiscal Nisman tiene poco y nada que ver con el caso AMIA. Al Estado argentino no le importa esclarecer el atentado. Desde 1994 a la fecha, todos los gobiernos que se sucedieron colaboraron en el encubrimiento de los hechos. Mientras tanto, los servicios incrementaron su poder y su capacidad de control sobre la población. La muerte de Nisman, en medio de una interna feroz entre los servicios, da la pauta de las dimensiones del problema. Pensar que las cosas se solucionarán con el recambio de gobierno es una utopía. En todo caso, la interna entre servicios pasará a dirimirse entre bastidores, dejando libre el centro de la escena política. Pero los servicios seguirán espiando a la militancia de izquierda, a los delegados clasistas, a los militantes barriales que no se encuadren con los punteros del PJ o del macrismo, etc. También continuarán espiando a jueces y dirigentes opositores burgueses. No es una deformación, es la naturaleza misma del Estado capitalista. En un país donde la desigualdad social es tan grande que permite que coexistan Puerto Madero y Nordelta con cientos de villas miserias y asentamientos, ¿puede esperarse otra cosa?


Villa del Parque, martes 20 de enero de 2015

miércoles, 29 de octubre de 2014

BERNI: DEL “PATRIA O BUITRES” AL “PATRIA O EXTRANJEROS QUE VIENEN A DELINQUIR”

“Si ellos son la patria, yo soy extranjero.”
Sui Generis, “Botas locas”

Sergio Berni, Secretario de Seguridad de la Nación, afirmó en el día de ayer que el país está “infectado” por “delincuentes extranjeros” que vienen a “delinquir”. No viene al caso discutir los fundamentos de esta afirmación, pues es errónea a la luz de los datos estadísticos disponibles. Resulta mucho más interesante analizar las razones políticas que llevan a Berni a formular semejantes declaraciones.

Ante todo, hay que tener en cuenta que si Berni dice lo que dice es porque la presidenta Cristina Fernández lo avala. En el gobierno kirchnerista, el margen de autonomía de los funcionarios es muy acotado, y resulta difícil pensar que un Secretario de Estado como es Berni salga a hacer declaraciones a la prensa sin haber consultado a Cristina. En otras palabras, es lícito suponer que Cristina habla por boca de Berni.

El discurso de Cristina – Berni llama la atención porque marca un quiebre respecto a los argumentos defendidos por el kirchnerismo durante su década de gobierno. Este quiebre no cae como rayo en cielo sereno, sino que se ha ido profundizando a lo largo de este año, al compás del desenvolvimiento de la crisis económica. Desde el 2003 el discurso kirchnerista tuvo como uno de sus ejes la idea de que el delito obedecía a causas sociales, y que había que intervenir sobre esas causas para prevenirlo y/o disminuir su incidencia. Es verdad que entre el discurso y la realidad hubo siempre una gran distancia (no podemos dejar de recordar que el “gatillo fácil” de las fuerzas de seguridad es una práctica habitual, así como también la tortura en comisarías y prisiones), pero el discurso servía para que el kirchnerismo se ubicara en el terreno del progresismo.

Cristina - Berni, con brutalidad calculada, corta todo contacto con el discurso mencionado en el párrafo anterior y pasa a considerar al delito como el producto de individuos inadaptados, que atacan a la sociedad. Como no podía ser de otro modo (Argentina “es un país de buena gente”, reza una propaganda oficial), la culpa del delito la tienen los extranjeros. No importa que esta afirmación contradiga los datos disponibles, lo importante para Cristina – Berni es cargar con la responsabilidad a los extranjeros (latinoamericanos).
Al responsabilizar a los extranjeros (latinoamericanos), Cristina – Berni efectúa una segunda ruptura con su discurso anterior. Hasta ahora, el kirchnerismo se reivindicaba a sí mismo como defensor de la Patria Grande latinoamericana. Al arremeter contra los extranjeros (latinoamericanos) como fuente del delito, Cristina – Berni destruye la noción misma de Patria Grande y de hermandad latinoamericana. A partir de ahora, tenemos que atrincherarnos contra la delincuencia proveniente de los países latinoamericanos. Es difícil exagerar la importancia de este quiebre, que aproxima al kirchnerismo a las capas medias que exigen seguridad a cualquier precio.

Pero Cristina – Berni efectúa otro quiebre, más sutil, en el universo discursivo del kirchnerismo. En los últimos meses, Cristina Fernández levantó la consigna de “Patria o Buitres”, como forma de expresar su negativa a negociar con los fondos buitres beneficiados con el fallo del juez Griesa. No es necesario aclarar que esta pelea era de cotillón, pues el kirchnerismo se ha definido a sí mismo como “pagador serial” de deuda externa. No obstante, la consigna tenía importancia para la militancia, en la medida en que fijaba un enemigo que podía ser entendido como tal por el progresismo. Ahora las cosas cambiaron abruptamente. Cristina – Berni deja de lado la consigna “Patria o Buitres” y nos propone “Patria o Extranjeros indeseables”. El enemigo ya no son los fondos buitres, son los latinoamericanos que vienen a delinquir.

Los cambios en el discurso kirchnerista obedecen a motivos más profundos que la personalidad de un funcionario como Berni. El modelo de acumulación implementado por el duhaldismo en 2002 y continuado por el kirchnerismo desde 2003 se encuentra agotado. Inflación, deterioro de los salarios, escalada del dólar, dificultades para hacer frente a los pagos de deuda externa y de las importaciones, son otros tantos indicadores de la bancarrota económica del gobierno. Como es lógico, la crisis genera conflicto social y limita la capacidad del gobierno para hacer concesiones que permitan desactivarlo y/o aislarlo.

La respuesta del kirchnerismo a la crisis pasa por el aumento de la represión al movimiento obrero (véase el caso de Lear la semana pasada) y por el ascenso del aparato de seguridad en el gobierno kirchnerista (los ejemplos más claros son Milani y Berni). Represión a las acciones organizadas del movimiento obrero y, a nivel individual, a los indeseables (sean estos jóvenes pobres, morochos, extranjeros, etc.).

Las crisis, al someter a prueba a un gobierno, dejan al descubierto su carácter de clase, pues éste se ve obligado a actuar sin poder maquillar su acción. En el caso del kirchnerismo, su declamado progresismo y su “revolución cultural” se han convertido en represión, xenofobia y apelación a los prejuicios más bajos.

“Pagadores seriales” frente al capital financiero internacional, los kirchneristas se muestran arrogantes al momento de cargar sobre los obreros, los pobres y los extranjeros. Como dice su slogan de campaña, “en la vida hay que elegir”. Queda claro qué eligió el kirchnerismo.




Villa del Parque, miércoles 29 de octubre de 2014

sábado, 11 de octubre de 2014

CARTA ABIERTA Y EL AGOTAMIENTO DEL PROGRESISMO (II): SERVILISMO INDIGNO Y VENTAJAS ECONÓMICAS


“Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica.”
Carta Abierta


En el artículo anterior comenté la caracterización de la etapa actual del capitalismo, tal como la formulan en su último documento (la Carta n° 17) los intelectuales kirchneristas agrupados en torno a la agrupación Carta Abierta (CA). El capitalismo de la globalización, tal es el nombre de la criatura, no levanta vuelo, a pesar de la increíble cantidad de adjetivos empleados por CA para garantizar su construcción. Pero el esfuerzo de los intelectuales de CA no termina ahí. Como era de esperarse, la caracterización del capitalismo internacional no es otra cosa que el preludio para el análisis de la situación política nacional.

Resulta imposible esperar linealidad argumentativa en un documento de CA. Los intelectuales que conforman este agrupamiento se han vuelto especialistas en crear un lenguaje enredado, barroco y confuso, insoportable a la lectura y que oculta, detrás de la “complejidad formal”, la adscripción de los autores a formas más o menos vergonzantes del posmodernismo. Es por ello que opté por darle un mínimo de orden al argumento de CA, con el objeto de describir su diagnóstico de la situación argentina, así como también sus propuestas.

CA afirma que el capitalismo de la globalización, expresado entre otras cosas en el fallo del juez Griesa, tiene por objetivo una reformulación de la dependencia:

“La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”.

La dependencia es despojada de toda connotación de clase, es decir, de toda referencia a la explotación de los trabajadores, y pasa a ser concebida como la subordinación de unos países a otros (los subdesarrollados se someten a los desarrollados). Al hacer esta operación, la burguesía de los países subdesarrollados queda incluida entre los grupos sociales que padecen la dependencia. CA parece considerar a la dependencia como algo que fluye desde el centro a la periferia, no como una relación propiamente dicha (en la que se entrecruzan los intereses de las burguesías del centro y las de la periferia, todo bajo el dominio de la lógica del capital). La referencia a la “subsunción jurídica” es curiosa. CA presenta la sumisión a los tribunales estadounidenses como un nuevo rasgo de la dependencia. Ahora bien, fueron justamente los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, en los canjes de deuda de 2005 y 2010, quienes ratificaron la jurisdicción de los tribunales norteamericanos en las cuestiones relativas a la deuda externa argentina. Es decir, los líderes del “Proyecto Nacional y popular” defendido por uñas y dientes por CA.

La reformulación de la dependencia se expresa, en la coyuntura política de 2014, en el desarrollo de “nuevas y viejas derechas”, que pretenden “la sustitución abrupta de una épica por la desmovilización de los cuerpos y las ideas”. El lenguaje empalagoso de CA oculta que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández han sido “pagadores seriales” de deuda externa, fortaleciendo así el poder del “capitalismo de la globalización”, fuente de todos los males para CA. La referencia a los “cuerpos” y a las “ideas” (¡como si cuerpo e idea pudieran estar separados!) oculta que toda coyuntura política expresa una lucha entre clases y grupos sociales, no una disputa de palabras entre intelectuales que viven de los fondos públicos.

CA describe así la situación actual:

“Hoy, luego de once años vivimos un momento de extremo riesgo. Por primera vez el bloque de los poderosos, de los que portan el poder económico y el proyecto de articularse con el capitalismo de la globalización, aunados con una oposición política, en la que la mayoría de sus referentes abrevan en ese viejo posibilismo acomodaticio desplazado –basta ver cómo sin ideas ni identidades mudaron del oficialismo a la oposición y navegaron sin destino fijo entre las distintas variantes de la misma– ha generado una colusión de intereses para derrotar al Proyecto nacional y popular, para ahogar la hora de las transformaciones y reinsertar al país en la “normalidad” del apoliticismo, la desabrida gestión de lo público como si se tratara de lo privado, y la resignación a la lógica de un país obediente del poder de las potencias. Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica. Sentido “práctico” del consumidor pasivo, del hombre sumiso y la Nación humillada. Esta es la amenaza.” (El resaltado es mío.)

Empiezo por el final. Los muchachos de CA, ahogados en palabras, terminan por ser descuidados en sus documentos. Del texto de la Carta se desprende que el “servilismo indigno” puede ser aprobado en virtud de la obtención de ventajas económicas. Está todo dicho. A confesión de parte relevo de pruebas. Horacio González, Ricardo Forster y otros deberían renunciar a sus cargos y a las ventajas económicas, para terminar con su “servilismo indigno”. Esto no ocurrirá, por supuesto.

Sigamos. Los intelectuales de CA reconocen que la clase dominante busca articularse con el “capitalismo de la globalización”. Pero en vez de dar nombres, de caracterizar a dicha clase, prefieren hablar del “bloque de los poderosos”. De ese modo evitan confrontar con la burguesía vernácula, que queda disponible para el Proyecto Nacional que incluya burguesía y trabajadores (bajo el comando, por supuesto, de la burguesía).

CA reconoce que la burguesía argentina obtuvo ganancias fabulosas durante los gobiernos de Néstor y Cristina:

“La élite del gran empresariado que ha recolectado grandes ganancias durante una década de recuperación económica, crecimiento industrial, aumento de la productividad de los trabajadores, excelentes precios para la exportación de granos y una política que consiguió el predominio de la actividad productiva por sobre la lógica de la valorización financiera, resiste ahora una necesaria regulación que procura un reparto más justo de la riqueza y los ingresos.”

CA omite que el supuesto predominio de la “actividad productiva” fue de la mano con las enormes ganancias de los bancos, a punto tal que el sector financiero fue uno de los ganadores de la década kirchnerista. También deja de lado que la recuperación económica fue de la mano con el mantenimiento de bajos salarios, precarización laboral y vigencia de las leyes laborales heredadas de la época menemista. Todo ello aderezado con campo libre para los manejos de la burocracia sindical, dedicada a hacer negocios y a expulsar cualquier atisbo de militancia clasista.

Dado el contexto mencionado en el párrafo anterior, el llamado a la “necesaria regulación” gira en el vacío más absoluto. Es difícil de entender porqué aquello que no se hizo cuando Cristina tenía el 54 % de los votos puede llevarse adelante en las condiciones actuales.
CA es consciente de que no puede avanzar mucho más allá de las palabras en el terreno económico. Por eso prefiere refugiarse en el terreno que constituye, según ellos, el logro más importante de la década kirchnerista:

“Pero la política que las abrazó a todas e impregnó y organizó el sentido de la época fue la de Derechos Humanos, que constituyó un hecho literalmente revolucionario, no solamente en el país, sino a nivel continental y mundial con iniciativas, procedimientos y resultados que avanzaron en el objetivo del “nunca más” a través de un trípode que más que una consigna fue el eje de esa política: “Memoria, Verdad y Justicia”. De ella fluye el espíritu que impregnó el sentido enérgico e irreductible del kirchnerismo. Porque es la fuente del fuego que envolvió una experiencia política.”

Aclaremos los tantos. Al hablar de política de Derechos Humanos, CA se refiere al impulso dado a los juzgamientos de los militares responsables de secuestros, torturas y asesinatos durante de la dictadura de 1976-1983. En este punto, el kirchnerismo se arroga un mérito que lo excede largamente. Ni Néstor ni Cristina estuvieron a la cabeza de las luchas contra el indulto y por juzgamiento de los militares durante la década menemista. Tampoco lo hicieron bajo el alfonsinismo. Sólo en 2003, y como consecuencia de la debilidad política derivada de haber obtenido poco más del 20 % de los votos, el kirchnerismo abrazó la causa de los derechos humanos, como un instrumento de seducción hacia las capas medias progresistas. Pero esa política tuvo límites bien precisos. Ante todo, no afectó la acumulación capitalista, pues dejó de lado la legislación laboral, manteniendo las condiciones de explotación promovidas durante la década menemista. Tampoco incluyó a los otros derechos sociales, como, por ejemplo, la vivienda. Y, por último, dicha política no impidió que en las cárceles y comisarías la tortura sea una una práctica cotidiana, así como también el “gatillo fácil” de la policía contra los jóvenes pobres.

CA plantea la necesidad de la movilización popular para salvaguardar las “conquistas” logradas por el kirchnerismo. Sin embargo, esto se da de bruces con una concepción verticalista de la política, en la que el militante tiene que seguir a rajatabla los mandatos del líder (léase tragar todos los sapos que sea necesario):

“se reinstalaba la premisa de la creencia en el gobernante como sujeto de cambios, como portador de un programa, como militante de convicciones, como encarnador de la voluntad popular de cambio”. (El resaltado es mío).

Mucha cháchara sobre democratización. Pero, en definitiva, es el gobernante el sujeto de los cambios. Dicho en criollo, la concepción verticalista de la política. La inflación de palabras de CA es una consecuencia de su falta de autonomía respecto a quien le da de comer. Las palabras ocultan la sumisión completa de CA a las necesidades políticas de Cristina Fernández.

CA expresa la bancarrota de los intelectuales que niegan la lucha de clases y que piensan que es posible un mejor capitalismo, diferente al “capitalismo salvaje”. También expresa la ausencia de perspectivas del nacionalismo progresista (o de izquierda) en la Argentina actual. Esto no significa que la influencia de las ideas nacionalistas de izquierda esté en decadencia. Todo lo contrario. Es por ello que resulta de importancia emprender una crítica constante de todas las manifestaciones de esta corriente, cuyas ramificaciones van mucho más allá de CA.



Villa del Parque, sábado 11 de octubre de 2014