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miércoles, 14 de abril de 2021

LA DEFINICIÓN DE LOS CONCEPTOS DE DOMINACIÓN Y ESTADO EN MAX WEBER




El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) desarrolló las líneas fundamentales de su teoría de la dominación política en su obra Economía y sociedad. Allí, en el capítulo 1, se encuentran los conceptos que sirven de base a su exposición de  los tipos de dominación. [1] La presente ficha tiene como objetivo presentar esos conceptos, siguiendo el pensamiento weberiano del modo más textual posible.

Para la redacción de esta ficha utilicé la traducción española de José Medina Echavarría, Juan Roura Parella, Eugenio Ímaz, Eduardo García Máynez y José Ferrater Mora: Weber, M. (1998). Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. xxiv, 1245 p. (Sección de Obras de Sociología).


Poder y dominación:

Weber comienza su exposición definiendo tres conceptos:

Poder = “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad.” (p. 43)

Dominación = “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”. (p. 43)

Disciplina = “la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática.” (p. 43)

Indica que la noción de poder es “sociológicamente amorfa” [2], dado que todas las cualidades de los seres humanos y una infinita multiplicidad de situaciones pueden colocar a alguien en la posición de imponer su voluntad. Un concepto tan amplio, en rigor, no explica nada. Por eso el concepto de dominación tiene que ser más preciso, si se pretende que resulte útil en la explicación de los fenómenos sociológicos.

Ahora bien, el concepto de dominación tiene mayor precisión que el de poder, pues se concentra en la probabilidad de obediencia a un mandato. La disciplina, en cambio, implica una obediencia habitual por una masa sin resistencia de crítica; se relaciona con la dominación tradicional. [3]

Dominación, asociaciones de dominación y asociaciones políticas:

El profesor Weber sostiene que  la situación de dominación

“está unida a la presencia actual de alguien mandando efectivamente a otro, pero no está unidad incondicionalmente ni a la existencia de un cuadro administrativo ni a la de una asociación; por el contrario, sí lo está ciertamente – por lo menos en todos los casos normales – a una de ambas.” (p. 43)

En base a lo anterior puede definirse como asociación de dominación a la asociación en la que “sus miembros están sometidos a relaciones de dominación en virtud del orden vigente.” (p. 43) [4] Weber agrega que toda asociación “es siempre en algún grado asociación de dominación por la simple existencia de su cuadro administrativo” (p, 43)

El carácter específico de una asociación esté determinada por: a) la forma en que se administra; b) el carácter del grupo de personas que ejercen la administración; c) los objetos administrados; d) el alcance de la dominación. [5]

Weber concede especial atención a un tipo de asociación de dominación, la asociación política:

“Una asociación de dominación debe llamarse asociación política cuando y en la medida en que su existencia y la validez de sus ordenaciones, dentro de un ámbito geográfico determinado, estén garantizados de un modo continuo por la amenaza y aplicación de la fuerza física por parte de su cuadro administrativo.” (p. 43)

La forma más conocida de asociación política es el Estado, esto es,

“un instituto político de actividad continuada, cuando y en la medida en que su cuadro administrativo mantenga con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente.” (p. 43-44)

A partir de lo dicho en el párrafo anterior, se distingue un tipo especial de acción social, la acción políticamente orientada,

“cuando  y en la medida en que tiende a influir en la dirección de una asociación política; en especial a la apropiación o expropiación, a la nueva distribución o atribución de los poderes gubernamentales.” (p. 44)

La violencia, rasgo esencial de las asociaciones políticas:

El elemento distintivo de las asociaciones políticas es la utilización de la  violencia como medio para garantizar la dominación. El profesor Weber lo explica así:

“Es de suyo evidente que en las asociaciones políticas no es la coacción física el único medio administrativo, ni tampoco el normal. Sus dirigentes utilizan todos los medios posibles para la realización de sus fines. Pero su amenaza y eventual empleo es ciertamente su medio específico y, en todas partes, la ultima ratio [último argumento] cuando los demás medios fracasan.” (p. 44)

Las asociaciones políticas han tenido multitud de fines a lo largo de la historia.  Eso hace impracticable definirlas a partir de su fin. Por ello es mejor definirlas a partir del medio que han utilizado (y que utilizan) en todos los tiempos y lugares: la coacción física. [6]

La cuestión se ve clara cuando se analiza el Estado moderno. Con independencia de los fines que se proponen los diferentes Estados, su rasgo esencial es el “carácter monopólico del poder estatal” (p. 45)

Otras asociaciones de dominación. La Iglesia:

Weber señala que existe otro tipo de asociación de dominación, la asociación hierocrática = “una asociación de dominación cuando y en la medida en que aplica para la garantía de su orden la coacción psíquica, concediendo y rehusando bienes de salvación (coacción hierocrática).” (p. 44). La Iglesia es un ejemplo de instituto hierocrático. [7]

En este punto no es importante la cuestión del tipo de bienes de salvación ofrecidos (que pueden estar en el “más allá” o en este mundo), sino “el hecho de que su administración pueda constituir el fundamento de su dominación espiritual sobre un conjunto de hombres” (p. 45).

Las asociaciones hierocráticas se caracterizan, pues, por administrar bienes de salvación y por ejercer coacción psíquica sobre sus miembros.  La Iglesia se distingue entre este tipo de asociaciones por “su carácter de instituto racional y de empresa (relativamente) continuada, como se exterioriza en sus ordenaciones, en su cuadro administrativo y en su pretendida dominación monopólica.” (p. 45). [8] Sin embargo, a diferencia del Estado, el monopolio de la dominación territorial no es esencial para la Iglesia.

 

Villa del Parque, miércoles 13 de abril de 2021


NOTAS:

[1] La exposición de los tipos de dominación se encuentra en el cap. III de la Primera parte de Economía y sociedad, titulado precisamente “Los tipos de dominación” (pp. 170-241).

[2] Es importante tener presente esta observación cuando se emprende la lectura de las obras del filósofo francés Michel Foucault (1926-1984).

{3] La dominación tradicional es analizada en el tercer apartado (Dominación tradicional) del mencionado cap. III (pp. 180-193).

[4] Weber entiende por asociación [Verband] “una relación social con una regulación limitadora hacia fuera cuando el mantenimiento de su orden está garantizado por la conducta de determinados hombres destinada en especial a ese propósito: un dirigente y, eventualmente, un cuadro administrativo que, llegado el caso, tienen también de modo normal el poder representativo.” (p. 39)

[5] Los ítems a y b dependen mayormente de los fundamentos de la legitimidad de la dominación.

[6] “Sólo se puede definir (…) el carácter político de una asociación por el medio – elevado en determinadas circunstancias al fin en sí – que sin serle exclusivo es ciertamente específico y para su esencia indispensable: la coacción física.” (p. 44)

[7] La Iglesia es “un instituto hierocrático de actividad continuada, cuando y en la medida en que su cuadro administrativo mantiene la pretensión al monopolio legítimo de la coacción hierocrática.” (p. 44)

[8] Weber denomina instituto a “una asociación cuyas ordenaciones estatuidas han sido «otorgadas» y rigen de hecho (relativamente) con respecto a toda acción que con determinadas características dadas tenga lugar en el ámbito de su poder.” (p. 42). A su vez, llama empresa a “una acción que persigue fines de una determinada clase de un modo continuo.” (p. 45)


domingo, 6 de noviembre de 2016

HOBBES Y WEBER

Thomas Hobbes (1588-1679) fue un filósofo político. Sólo forzando las cosas se lo puede considerar un sociólogo o un precursor de la sociología. En la historia de las ideas es preciso dejar de lado los anacronismos y considerar que los personajes,  los movimientos políticos y las clases sociales se encuentran anclados en su contexto específico. Aclarado esto, hay que decir que su lectura de la Revolución burguesa en Inglaterra y su comprensión del papel de la violencia en la conformación del Estado moderno, lo ubican como un autor de lectura ineludible al momento de formular la teoría social del capitalismo.

Esta nota está dedicado a examinar la Introducción del Leviatán (1651) de Hobbes. En especial, exploro sucintamente la relación entre el “conócete a ti mismo” y el comprensivismo de Max Weber (1864-1920).

Utilizo la traducción española de Manuel Sánchez Sarto: Hobbes, Thomas. (1998). [1° edición: 1651]. Leviatán, o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.  La Introducción se encuentra en pp. 3-5.




La estructura de la introducción es sencilla. Puede dividirse en cinco puntos, siendo el último de ellos el más importante a los fines de este ensayo:

1) Una afirmación del carácter materialista de la obra: la vida es definida como “movimiento de miembros cuya iniciación se halla en alguna parte principal de los mismos” (p. 3).

2) El caso de los autómatas y su “vida artificial” (p. 3). Se trata del prólogo necesario para desarrollar la concepción de la sociedad como ente artificial. Los autómatas son definidos como “artefactos que se mueven a sí mismos por medio de resortes y ruedas como lo hace un reloj” (p. 3). Hobbes compara al organismo humano con un autómata, es decir, con una creación artificial (1), despejando así el camino para proponer la metáfora del Estado como autómata.

3) El Estado es definido como artificial (al igual que la sociedad). La explicación de la metáfora del Leviatán. (p. 3) (2)

Entre las muchas innovaciones revolucionarias que contiene la obra, esta no es de las menores. Hobbes rompe con una larga tradición del pensamiento occidental, que concebía a la sociedad como la forma de organización natural de los seres humanos. Según esta concepción, el ser humano era un ser social; la vida fuera de la sociedad era inconcebible. Aristóteles (384-322 a.n.e), uno de los principales defensores del carácter social de la especie humana, afirmó “está claro que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza, un animal cívico.” (3).

4) El plan de la obra. Queda claro que el punto de partida es el ser humano (p. 4) (4); de este modo, Hobbes propone el modelo individualista metodológico para analizar la sociedad, dando origen a una corriente de pensamiento entre cuyos exponentes posteriores se encuentra Adam Smith (1723-1790). Para ser más precisos, Hobbes sostiene que el análisis de lo social debe comenzar por el estudio de la naturaleza humana.

5) El uso del nosce te ipsum (conócete a tí mismo; NTI a partir de aquí) (5) permite ubicar a Hobbes entre los predecesores de la concepción comprensivista, cuyo principal representante es Max Weber (1864-1920).

Hobbes interpreta así el NTI: “Nos enseña que la semejanza de los pensamientos y de las pasiones de un hombre con los pensamientos y las personas de otro, quien se mire a sí mismo y considere lo que hace cuando piensa, opina, razona, espera, teme, etc., y por qué razones, podrá leer y saber, por consiguiente, cuáles son los pensamientos y pasiones de los demás hombres en ocasiones parecidas. Me refiero a la similitud de aquellas pasiones que son las mismas en todos los hombres: deseo, temor, esperanza, etc.; no a la semejanza entre los objetos de las pasiones, que son las cosas deseadas, temidas, esperadas, etc. Respecto de éstas la constitución individual y la educación particular varían de tal modo y son tan fáciles de sustraer a nuestro conocimiento que los caracteres del corazón humano, borrosos y encubiertos, como están, por el disimulo, la falacia, la ficción y las erróneas doctrinas, resultan únicamente legibles para quien investiga los corazones. Y aunque, a veces, por las acciones de los hombres descubrimos sus designios, dejar de compararlos con nuestros propios anhelos y de advertir todas las circunstancias que pueden alterarlos, equivale a descifrar sin clave y exponerse al error, por exceso de confianza o de desconfianza, según que el individuo que lee sea un hombre bueno o malo.” (p. 4-5).

Hay muchas cosas “modernas” en este párrafo de Hobbes. Ante todo, la noción de que “leemos” (interpretamos) las acciones de los seres humanos. Las acciones sociales (en el sentido que da al concepto Weber) (6) son un texto que debe ser leído utilizando la clave adecuada. La sociedad es concebida como un mundo simbólico, conformado por los distintos textos (sentidos) que producen las personas. Como los “escritores” de los “libros” que conforman la sociedad tienen pasiones semejantes, es posible la lectura e interpretación correctas de lo leído. Para poder hacerlo hay que sumergirse en uno mismo, aprender a leerse a sí mismo. El secreto de la sociedad (es decir, la clave para descifrar los textos) está en uno mismo. En definitiva, la tarea primordial de la teoría social es conocer la naturaleza humana.

A diferencia del camino abierto por Maquiavelo (1469-1527), quien formula una teoría de la política a partir del conocimiento empírico (el estudio de la política italiana concreta de su época), Hobbes propone ir a buscar el secreto de lo real en el interior (metafísico) de los individuos. En esto reside el error fundamental de la obra del filósofo inglés: el supuesto de que la naturaleza humana se encuentra aislada del mundo empírico, que esa naturaleza es una esencia inmutable. En la base se encuentra el postulado de la escisiòn entre la naturaleza humana y lo concreto, en el sentido de que esto último no ejerce ninguna acción sobre la primera. La “Introducción” proporciona la clave para comprender el individualismo metodológico.


Villa del Parque, domingo 6 de noviembre de 2016


NOTAS:

(1) “¿Qué es en realidad el corazón sino un resorte; y los nervios qué son, sino diversas fibras; y las articulaciones sino varias ruedas que dan movimiento al cuerpo entero tal como el Artífice se lo propuso?” (p. 3).
(2) El Leviatán es un monstruo marino que aparece en el Antiguo Testamento (por ejemplo, Isaías 27:1). Hobbes emplea la imagen del Leviatán para caracterizar al Estado: “ese gran Leviatán que llamamos república o Estado (...) que no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido; y en el cual la soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y del poder ejecutivo, nexos artificiales; la recompensa y el castigo (mediante los cuales cada nexo y cada miembro vinculado a la sede de la soberanía es inducido a ejecutar su deber) son los nervios que hacen lo mismo en el cuerpo natural; la riqueza y la abundancia de todos los miembros particulares constituyen su potencia; los consejeros, que informan sobre cuantas cosas es preciso conocer, son la memoria; la equidad y las leyes, una razón y una voluntad artificiales; la concordia, es la salud; la sedición, la enfermedad; la guerra civil, la muerte. Por último, los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y unen entre sí, aseméjanse a aquel fiat, o hagamos al hombre, pronunciado por Dios en la Creación.” (p. 3).
(3) Aristóteles, Política, 1253a. Utilicé la traducción española de Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez: Aristóteles. (1986). Política. Madrid: Alianza. (p. 43). Corresponde hacer un par de correcciones al fragmento citado aquí: donde dice “ciudad”, debe decir polis, pues no es conveniente equiparar nuestra ciudad capitalista a la ciudad griega, moldeada en torno a la relación íntima entre el individuo y la comunidad. Donde dice “animal cívico”, debe decir animal social, pues Aristóteles pretende afirmar que el ser humano sólo puede vivir en sociedad (y esto era la polis para los griegos).
(4) Hobbes plantea el siguiente plan de trabajo: en primer lugar, el estudio del hombre; en segundo término, el análisis del pacto que da origen al Leviatán y las características que asume este último; en tercer lugar, la cuestión del gobierno cristiano.
(5) En rigor, se trata de la traducción latina del aforismo griego que dice “Conócete a tí mismo”, que se hallaba inscrita en el Templo de Apolo en Delfos.
(6) “La ‘acción social’, por tanto, es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo.” El pasaje se encuentra en: Weber, Max. (1998). Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. (pág. 5).

domingo, 10 de noviembre de 2013

MAX WEBER Y LA CARACTERIZACIÓN DEL CAPITALISMO MODERNO: APUNTES SOBRE LA INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA PROTESTANTE

Vincent Van Gogh, "La noche estrellada"



El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) es considerado como uno de los representantes más importantes del cuerpo teórico conocido como Sociología Clásica. De manera esquemática, podemos decir que las preocupaciones fundamentales de su obra son dos: 1) dar cuenta de la especificidad del desarrollo occidental, es decir, la pregunta por el capitalismo; 2) el esfuerzo por refutar teóricamente al marxismo. Ambas preocupaciones se cruzan y enlazan en la obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. (1)

La Introducción a esta obra constituye una buena expresión de lo expuesto en el párrafo anterior. Weber presenta allí la formulación clásica del problema del desarrollo capitalista de Occidente:

“Cuando un hijo de la moderna civilización europea se dispone a investigar un problema cualquiera de la historia universal, es inevitable y lógico que se lo plantee desde el siguiente punto de vista: ¿qué serie de circunstancias han determinado que precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez?” (p. 5).

Esos “ciertos fenómenos culturales” no son otra cosa que el capitalismo, como Weber indica más adelante. Para el sociólogo alemán, la ciencia, el arte, el especialista y el funcionario especializado, el Parlamento, el Estado, etc., son “fenómenos culturales” propios del desarrollo de la Europa Occidental.

“Y lo mismo ocurre con el poder más importante de nuestra vida moderna: el capitalismo.” (p. 8).

¿Por qué el capitalismo es un fenómeno específico de Europa Occidental?, ¿por qué el capitalismo posee una dinámica tal que le permitió expandirse por todo el planeta y construir el mercado mundial? Estas son las preguntas que desvelaban a Weber y a las que intentó dar respuesta en una serie de trabajos, entre los cuales La ética protestante es el más conocido. 

Antes de comenzar a examinar su concepción, tal como aparece en la Introducción a dicha obra, cabe indicar que detrás de la problemática weberiana subyace una cuestión de carácter aún más general: la búsqueda de las razones de la especificidad del desarrollo occidental remite, en definitiva, a postular una lógica histórica desprovista de linealidad. Así, el advenimiento del capitalismo en Europa Occidental no fue un fenómeno inevitable, sino el resultado de un proceso complejo, en el que intervinieron múltiples causas. Es significativo que en este punto Weber coincida con la opinión de Karl Marx (1818-1883), quien rechazaba la existencia de una determinación férrea del proceso histórico.

Weber presenta el problema de la especificidad de Occidente del siguiente modo. El capitalismo, en principio, es un fenómeno de alcance universal, presente en todas las épocas históricas:

“Lo decisivo de la actividad económica consiste en guiarse en todo momento por el cálculo del valor dinerario aportado y el valor dinerario obtenido al final, por primitivo que sea el modo de realizarlo. En este sentido, ha habido «capitalismo» y «empresas capitalistas» (incluso con relativa racionalización del cálculo del capital) en todos los países civilizados del mundo, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos: en China, India, Babilonia, Egipto, en la Antigüedad helénica, en la Edad Media y en la Moderna; y no sólo empresas aisladas, sino economías que permitían el continuo desenvolvimiento de nuevas empresas capitalistas e incluso «industrias» estables (…). En todo caso, la empresa capitalista y el empresario capitalista (y no como empresario ocasional, sino estable) son producto de los tiempos más remotos y siempre se han hallado universalmente extendidos.” (p. 11).

Es cierto que Weber confunde la economía mercantil (producción de mercancías para el mercado) con la economía capitalista (producción de mercancías para el mercado en base a la concentración de la propiedad de los medios de producción y la explotación del trabajo asalariado). Pero no dice que el capitalismo actual sea una continuidad del antiguo. Por el contrario, observa que el capitalismo occidental difiere del presente en las épocas anteriores:

“Ahora bien, en Occidente, el capitalismo tiene una importancia y unas formas, características y direcciones que no se conocen en ninguna otra parte.” (p. 11).

Ante todo, y como sucede habitualmente en la ciencia, Weber comienza por refutar la noción de sentido común acerca del capitalismo. Así, el capitalismo no es simplemente afán de lucro, de ganancias desmedidas.

“«Afán de lucro», «tendencia a enriquecerse», sobre todo a enriquecerse monetariamente en el mayor grado posible, son cosas que nada tienen que ver con el capitalismo. Son tendencias que se encuentran por igual en los camareros, los médicos, los cocheros, los artistas, las cocottes, los funcionarios corruptibles, los jugadores, los mendigos, los soldados, los ladrones, los cruzados: en all shorts and conditions of men, en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra, en toda circunstancia que ofrezca una posibilidad objetiva de lograr una finalidad de lucro.” (p. 8).

Weber apunta a un hecho inherente a la producción mercantil: la existencia del afán de lucro. Ahora bien, el sociólogo alemán observa que en las sociedades precapitalistas dicho afán se expresa en la búsqueda de ganancias desmesuradas (por ejemplo, en la rapiña de los bienes de los conquistados, como fue el caso de las Cruzadas, la conquista de América, etc., etc.). Esto es consecuencia (y Weber no dice nada al respecto, porque ignora en la introducción la existencia de la economía “natural” – es decir, aquella que produce bienes de uso para el consumo del individuo y/o el grupo -) de que en dichas sociedades el mercado es una institución menor en el mar de una economía que produce valores de uso y no mercancías.

Al revés de la opinión de sentido común, el capitalismo (es decir, el capitalismo en su variante occidental, que se expandió a todo el orbe) es lo contrario de la búsqueda de una ganancia extraordinaria:

“El capitalismo debería considerarse precisamente como el freno o, por lo menos, como la moderación racional de este impulso irracional lucrativo. Ciertamente, el capitalismo se identifica con la aspiración a la ganancia lograda con el trabajo capitalista incesante y racional, la ganancia siempre renovada, a la «rentabilidad». Y así tiene que ser; dentro de una ordenación capitalista de la economía, todo esfuerzo individual no enderezado a la probabilidad de conseguir una rentabilidad está condenado al fracaso.” (p. 9).

Es verdad que en el final de este párrafo Weber dice una obviedad, que sabe cualquier persona que vive bajo el capitalismo: que este sistema social tiene por objetivo fundamental la obtención de ganancias (Y no, dicho sea de paso, el mejoramiento de la vida humana). Pero lo principal es el reconocimiento de que el capitalismo supone búsqueda “racional” de ganancia. En otras palabras, el capitalismo occidental (para hablar en términos weberianos) requiere el establecimiento de condiciones sociales tales que los empresarios puedan calcular  anticipadamente las ganancias esperadas.

A partir de lo anterior, Weber pasa a definir el capitalismo:

“Para nosotros, un acto de economía «capitalista» significa un acto que descansa en la expectativa de una ganancia debida al juego de recíprocas probabilidades de cambio; es decir, en probabilidades (formalmente) pacíficas de lucro. El hecho formal y actual de lucrarse o adquirir algo por medios violentos tiene sus propias leyes, y en todo caso no es oportuno (aunque no se pueda prohibir) colocarlo bajo la misma categoría que la actividad orientada en último término hacia la probabilidad de obtener una ganancia en el cambio.” (p. 9).

Dicho de otro modo, el capitalismo occidental supone la “normalización” de la sociedad, de manera que los empresarios puedan calcular de antemano su ganancia sin esperar que los resultados sean muy diferentes a ese cálculo. Weber sostiene que esta lógica de acumulación es diferente a la acumulación por medios violentos. Sin embargo, se echa de menos en el texto el análisis de los medios por los que se pasa de una lógica de acumulación basada en la violencia (el afán desmedido de lucro) a una lógica basada en las expectativas racionales de ganancia. A diferencia de Marx, para quien la acumulación originaria (la expropiación violenta de los medios de producción que se encuentran en mano de los trabajadores – por ejemplo, la expulsión de los campesinos ingleses de las tierras que cultivaban desde tiempos inmemoriales - ) es un paso indispensable para la consecución de la “normalidad” capitalista, esto es, aquel estado de la sociedad en que la lógica de acumulación del capital funciona de modo “casi automático”.

Weber resume su posición en el siguiente pasaje:

“Este tipo de empresario, el «capitalista aventurero», ha existido en todo el mundo. Sus probabilidades (…) eran siempre de carácter irracional y especultativo; o bien se basaban en la adquisición por medios violentos, ya fuese el despojo realizado en la guerra en un momento determinado, o el despojo continuo y fiscal explotando a los súbditos.

El capitalismo de los fundadores, el de todos los grandes especuladores, el colonial y el financiero, en la paz y más que nada el capitalismo que especula con la guerra, llevan todavía impreso este sello en la realidad actual del Occidente, y hoy como antes, ciertas partes (sólo algunas) del gran comercio internacional están todavía impresas a ese tipo de capitalismo. Pero hay en Occidente una forma de capitalismo que no se conoce en ninguna otra parte de la tierra: la organización racional-capitalista del trabajo formalmente libre.” (p. 12).

Para Weber, la organización del trabajo es el elemento primordial para entender la especificidad del capitalismo moderno (2). No obstante este reconocimiento, nunca aborda en la introducción la cuestión de cómo los trabajadores llegaron a convertirse en sujetos que eran a la vez libres en sentido jurídico y libres en cuanto a que carecían de medios de producción. El abismo existente entre la acumulación originaria y la “normalidad” capitalista vuelve a manifestarse nuevamente.

Para Weber existen otros factores significativos al momento de comprender la naturaleza del capitalismo moderno.

“La moderna organización racional del capitalismo europeo no hubiera sido posible sin la intervención de dos elementos determinantes de su evolución: la separación de la economía doméstica y la industria (que hoy es el principio fundamental de la vida económica) y la consiguiente contabilidad racional.” (p. 13).

Weber, polemizando aquí con el marxismo (o lo que considera marxismo, esto es, un determinismo económico mecanicista y burdo), introduce factores que podríamos llamar “culturales” para explicar el desarrollo del capitalismo moderno. Es verdad que su análisis es más profundo que el de sus epígonos, para quienes el capitalismo tuvo origen en la mentalidad de las personas y no en sus labores cotidianas.

“En la actualidad, todas estas características del capitalismo occidental deben su importancia a su conexión con la organización capitalista del trabajo. (…) sin organización capitalista del trabajo, todo esto, incluso la tendencia a la comercialización (supuesto que fuese posible), no tendría ni remotamente un alcance semejante al que hoy tiene. Un cálculo exacto – fundamento de todo lo demás – sólo es posible sobre la base del trabajo libre; y así como  - y porque – el mundo no ha conocido fuera de Occidente una organización racional del trabajo, tampoco – y por eso mismo – ha existido un socialismo racional.” (p. 14; el resaltado es mío).

El análisis weberiano es interesante tanto por lo que dice como por aquello que omite. El fundamento del capitalismo es la separación, llevada adelante por medios violentos, del productor directo respecto a los medios de producción y los medios de subsistencia, con la consiguiente necesidad de vender su fuerza de trabajo en el mercado y la correlativa extracción de plusvalor por el capitalista (dueño de esos medios de producción). El cálculo exacto, la racionalidad capitalista, es una consecuencia de esto. Una vez concretada la expropiación de los trabajadores, la coerción extraeconómica (la violencia pura y simple) pasa a un segundo plano, y se impone la lógica del capital. Todo esto queda oscurecido en la introducción, en la que el factor cultural (el cálculo racional) queda poco a poco en el centro de la escena.

“…en una historia universal de la cultura, y desde el punto de vista puramente económico, el problema central no es, en definitiva, el del desarrollo de la actividad capitalista (sólo cambiante en la forma), desde el tipo de capitalista aventurero y comercial, del capitalista que especula con la guerra, la política y la administración, a las formas actuales de la economía capitalista; sino más bien el del origen del capitalismo industrial burgués con su organización racional del trabajo libre; o, en otros términos, el del origen de la burguesía occidental con sus propias características” (p. 15).
Al dejar de lado la cuestión de la acumulación originaria, Weber se encierra en el examen de los factores “culturales” que permiten entender la especificidad del capitalismo moderno. Es por ello que concede tanta importancia al factor religioso en la creación de una racionalidad capitalista.

“…lo primero que interesa es conocer las características peculiares del racionalismo occidental, y, dentro de éste, del moderno, explicando sus orígenes. Esta investigación ha de tener en cuenta muy principalmente las condiciones económicas, reconociendo la importancia fundamental de la economía; pero tampoco deberá ignorar la relación causal inversa: pues el racionalismo económico depende en su origen tanto de la técnica y el Derecho racionales como de la capacidad y aptitud de los hombre para determinados tipos de conducta racional.” (p. 17-18).

En definitiva, la omisión del carácter violento de la acumulación originaria y de la explotación de los trabajadores en el capitalismo moderno, son la condición para que Weber pueda concentrarse en los factores “culturales”. De este modo propone una sociología más “sofisticada” que la concepción marxista de la historia. Claro que esa “sofisticación” deja de lado el aspecto fundamental del fenómeno capitalista: el carácter político de la organización del trabajo, que de ningún modo puede reducirse a un fenómeno técnico o cultural.

Villa del Parque, domingo 10 de noviembre de 2013


NOTAS:

(1) Para escribir estas notas utilicé la traducción española de Luis Legaz Lacambra: Weber, Max. (1988). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Península.


(2) En la introducción puede leerse la siguiente frase: “lo específico de Occidente, a saber, la organización racional del trabajo (lo más interesante para el problema desde mi punto de vista)” (p. 9).