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sábado, 17 de agosto de 2013

EL MÉTODO DE LA ECONOMÍA ACADÉMICA: VARIACIONES EN TORNO A LA DEFINICIÓN DE ECONOMÍA

La bolsa de Wall Street



Para desarrollar el tema utilizo el capítulo 1 de la obra de Mochón y Beker. (1) El motivo de la elección radica en la difusión alcanzada por el texto. En otras palabras, se trata de criticar en él a las ideas convencionales de la economía neoclásica, con las que se nutren los estudiantes de los primeros cursos universitarios de economía. 

El texto comentado es una exposición verdaderamente característica de los prejuicios y manías de los neoclásicos. El hilo conductor del capítulo es la adhesión a las tesis del individualismo metodológico, eliminando así el contenido (el carácter) social de la economía. En este sentido, los autores reconocen  que “su objeto de estudio [de la economía] [son] los individuos.” (p. 11). 

“Los supuestos más característicos utilizados en Economía son: por un lado, que los agentes económicos [individuos y empresas] actúan de forma racional, esto es, que son lógicas en el planteamiento de los problemas y en las soluciones que eligen, y, por otro, que los individuos son utilitaristas o egoístas y, consecuentemente, siempre tratan de maximizar alguna magnitud.” (p. 10). 

En todo el capítulo no hay una sola referencia a las clases sociales como constitutivas de los comportamientos individuales: sólo hay átomos egoístas que obran en su propio provecho (podemos decir que nos hallamos aquí en el nivel del capítulo 13 del Leviatán de Hobbes). Tampoco hay ninguna referencia al carácter histórica, transitorio, de las relaciones capitalistas (atomísticas). El aparato conceptual se resiente del marco teórico utilizado, y remite constantemente a una teoría psicológica de la acción: par necesidades – deseos. Egoísmo y apetencias. Nos encontramos en pleno s. XVII y XVIII, pero sin la brillantez de este período. 

Esta nota voy a limitarme a seguir el desarrollo de la definición del concepto economía. Hay que decir que los autores reconocen que la economía es una ciencia social (p. 8). Sin embargo, resulta muy difícil precisar en qué consiste ese carácter social, si se tiene en cuenta la forma en que escamotean dicho carácter en la formulación de su definición de economía.

Los autores siguen el siguiente procedimiento:

1° paso: La economía “se ocupa de las cuestiones que surgen en relación con la satisfacción de necesidades de los individuos y de la sociedad.” (p. 3). Aquí nos encontramos con la sociedad  que “obliga a sus miembros a llevar a  cabo determinadas actividades productivas” para obtener los bienes y servicios que satisfagan dichas necesidades. Estas necesidades están determinadas en forma orgánica (comer, beber, etc.) o social (asistir a la escuela, etc.), pero todas ellas exigen para su satisfacción el establecimiento de determinadas relaciones entre los individuos. De esto último no se dice una palabra, pues los autores se dirigen a identificar la economía con una técnica. Pero conviene no adelantarse.

2° paso: La economía “se preocupa (…) de la manera en que se administran unos recursos escasos” (p. 4) para producir bienes y satisfacer así las necesidades. La administración y no el análisis de las relaciones sociales es el eje del análisis. La producción de bienes no aparece como un campo de lucha y generación de poder social, sino como el terreno en que impera la ciencia de la administración, la técnica de producir en base a la escasez. Este último concepto (el de escasez), opera como deux et machina que birla el examen de las relaciones sociales.

3° paso: Después de lo anterior, la economía es ahora “la ciencia de la elección”. ¿Por qué? Frente a los problemas de los “individuos y de las empresas”, “lo que pretende la economía es ofrecer un método para ordenar y establecer las prioridades a la hora de tomar decisiones sobre las necesidades individuales o colectivas que se desea satisfacer” (p. 3). Empezamos con la sociedad y terminamos con la elección de prioridades. Al ocultar las relaciones de producción y, por ende, el conflicto social, la elección de prioridades aparece como un proceso objetivo (los autores se deslizan a considerarlo como una elección técnica, que hace a la organización eficiente de los factores de producción), y no como el resultado de la política. Para eliminar a la política, los autores recurren a los supuestos individualistas metodológicos que mencionamos más arriba (pág. 10 del texto). Estos supuestos (más allá de su carácter eminentemente ideológico, naturalizador del capitalismo) remiten al problema de la forma en que la teoría intenta apropiarse de la realidad. La ciencia social debe apropiarse las relaciones, no las apariencias de las mismas (para la escuela neoclásica, la principal apariencia es el homo oeconomicus).

4° paso: Los autores nos ofrecen su definición final: la economía “es la ciencia que estudia la asignación más conveniente de los recursos escasos de una sociedad para la obtención de un conjunto ordenado de objetivos” (p. 4). Ahora bien, ¿quién determina qué asignación de recursos es la más conveniente? Si nuestra sociedad fuera homogénea, es decir, no estuviera compuesta por clases sociales con intereses antagónicos, podríamos aceptar que dicha acepción se igualara a una decisión objetiva, técnica. Como esto no es así, subsiste la pregunta anterior, con el agregado de que si la sociedad es desigual, al elegir una determinada asignación la economía está tomando partido por una de las partes de la sociedad. Los recursos escasos, ¿son escasos en términos naturales – cuantitativos – o en términos sociales – cualitativos –? El capital produce nuevas necesidades y, por tanto, nueva escasez. Los neoclásicos se deslizan a considerar las necesidades como un problema psicológico y a la escasez como un problema natural o técnico. La última formulación es todavía más característica: “La economía no estudia un área o un campo de la actividad humana, sino un aspecto de ésta: el aspecto de toda actividad humana que, en el intento de satisfacer las necesidades materiales, implica la necesidad de elegir” (p. 4).

El corolario de este procedimiento: la microeconomía “estudia los comportamientos básicos de los agentes económicos individuales y los mecanismos de formación de los precios” (p. 5). El valor, las relaciones de producción, las clases sociales, son expulsados de la consideración de la economía.


Villa del Parque, sábado 17 de agosto de 2013


NOTAS: 

(1) Mochón Morcillo, Francisco y Beker, Víctor Alberto. (1993). Economía: Principios y aplicaciones. México D. F.: McGraw Hill. 

(2) A pesar de que los autores reconozcan formalmente este punto, “las discrepancias entre economistas no son mucho más profundas que en otras ciencias, aunque sí son más visibles, pues se trata de una ciencia social y los problemas debatidos preocupan al pueblo en general, mientras que en otras ciencias quedan reducidos a la comunidad científica.” (p. 8).

sábado, 3 de agosto de 2013

LA CRÍTICA DE DURKHEIM AL MARXISMO: NOTAS SOBRE “LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA”

Antonio Labriola




“En el comienzo todo es religioso.”
Emile Durkheim

“La historia de todas las sociedades que han existido
hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.”
Karl Marx y Friedrich Engels

Este artículo (1) constituye una reseña crítica de la obra de Antonio Labriola (1843-1904), Ensayos sobre la concepción materialista de la historia (1897) (2). Labriola jugó un papel fundamental en la difusión del marxismo en Italia; fue autor de la primera traducción al italiano del Manifiesto Comunista. En los Ensayos, Labriola expone la génesis del marxismo y ofrece un comentario de la teoría del materialismo histórico. Para ello utiliza primordialmente el Manifiesto (como apéndice de la obra incluye una traducción del mismo).

Durkheim aprovechó su reseña de la obra de Labriola para fijar posición sobre el marxismo. Este artículo y su curso sobre el socialismo constituyen los abordajes más directos de la obra de Marx por el sociólogo francés. De ahí la relevancia de este escrito, que permite establecer la demarcación entre marxismo y sociología.

El artículo se divide en dos partes: en la primera (pp. 224-228) realiza un resumen de la obra de Labriola; en la segunda (pp. 229-233) somete el marxismo a discusión, diferenciándolo de lo que denomina “concepción objetiva de la historia” (p. 230). Adempas, intercala entre ambas partes un párrafo dedicado a formular una valoración general del libro de Labriola:

“Es uno de los esfuerzos más rigurosos que se hayan realizado para reducir la doctrina marxista a sus conceptos elementales y para profundizarlos (…) El autor no tiene otra preocupación que la de ver con claridad el principio que inspira a ciertas creencias cuyas consecuencias lógicas acepta de antemano y decididamente (…) esta exposición del sistema es muy adecuada para poner de relieve las instituciones fecundas y las debilidades del mismo.” (pp. 228-229).

En otras palabras, Durkheim utiliza a Labriola para dar su opinión sobre el marxismo. Dada la importancia de esta cuestión, he preferido dejar de lado la parte del artículo que resume el texto de Labriola (aunque hago uso de ella en alguno de los párrafos que siguen). En definitiva, el eje del artículo es el marxismo y no la obra de Labriola.

Ante todo, Durkheim señala una coincidencia entre el marxismo y la sociología: el rechazo a la concepción idealista de la historia, que considera que el desarrollo histórico puede explicarse por las representaciones que se forman los individuos de los acontecimientos en que participan (pp. 224-225). Durkheim llama “método ideológico” (p. 225) a esta concepción. (3)

“…es fecunda la idea de que la vida social debe explicarse no por la concepción que de la misma se hacen quienes toman parte en ella, sino por causas profundas que se substraen a la conciencia; y pensamos también que esas causas deben ser buscadas principalmente en la forman en que están agrupados los individuos asociados. Incluso (…) es con esta condición, y sólo con esta condición como la historia puede llegar a ser una ciencia y, por consiguiente, como puede existir la sociología.” (p. 229).

Las representaciones colectivas tienen origen en causas externas a la conciencia. En este sentido, puede afirmarse que no son autónomas. El origen de dichas representaciones se encuentra las agrupaciones de los individuos, la primera de las cuales es, por su relevancia y extensión, la sociedad.

Durkheim está en desacuerdo con Labriola cuando éste liga la “concepción objetiva de la historia” al marxismo y al movimiento socialista:

“Por nuestra parte hemos llegado a esta conclusión antes de haber conocido la obra de Marx, cuya influencia no hemos sufrido en modo alguno. Y es que, en efecto, esta concepción es la conclusión lógica de todo el movimiento histórico y psicológico de estos últimos cincuenta años.” (p. 229).

Por tanto, y según Durkheim, la concepción objetiva de la historia es el producto del desarrollo mismo de las ciencias sociales. Es un producto académico y un derivado del “triste conflicto de clases de que somos testigos actualmente” (p. 230). En su opinión, es un error identificar la concepción objetiva de la historia, propia de las ciencias sociales, con la “doctrina del materialismo económico” (p. 230), desarrollado por el socialismo.

Para Durkheim, el “dogma del materialismo económico” es el principio “de que el devenir histórico depende en último término de causas económicas” (p. 224), “la evolución social tiene por fuente viva el estado en que se encuentra la técnica en cada momento de la historia” (p. 226). Convierte así al marxismo un reduccionismo económico. Pasa por alto que en el Manifiesto, Marx y Engels consideran a la “lucha de clases” el motor de la historia, y no la simple transformación de la tecnología o el desarrollo de las fuerzas productivas. También deja de lado que, para Marx, el proceso de trabajo es mucho más que un simple proceso “económico”, pues en él se engendran y reproducen relaciones sociales e ideología. 

La transformación del marxismo en un reduccionismo económico es el paso previo a su crítica. Durkheim lleva adelante eta por medio de dos pasos concatenados.

En primer lugar, rechaza que la economía sea el factor que determina el desarrollo histórico: 

“Del mismo modo que nos parece que es cierto que las causas de los fenómenos sociales deben ser buscadas fuera de las representaciones individuales, nos parece falso que se reduzcan en última instancia al estado de la técnica industrial y que el factor económico sea el factor del progreso.” (p. 231).

Como ya señalamos, Marx indica expresamente que la lucha de clases es el motor de la historia. Durkheim ignora esta afirmación y convierte, como ya hemos visto, al marxismo en una teoría economicista. De este modo, transmutado en una especie de exaltación del desarrollo tecnológico, el marxismo se vuelve una caricatura y puede ser herido de muerte. Durkheim no sólo lo transforma en una economía de poca monta, sino que le da el estatus de teoría académica, sustrayéndole así el carácter político que constituye su esencia. Guste o no, el marxismo es una teoría de la sociedad capitalista, pero también es la teoría de la subversión de una forma de organización social. Si se deja de lado esto, se pierde el contenido fundamental del proyecto teórico y político marxista. 

En segundo lugar, Durkheim sostiene que el materialismo histórico va mucho más allá de las pruebas empíricas disponibles:

            “El marxismo está en contradicción con su propio principio básico. Empieza declarando que la vida social depende de causas que se substraen a la conciencia y a la actividad racional, pero entonces para descubrirlas deberían ser precisos procedimientos por lo menos tan afinados y tan complejos como los que emplean las ciencias de la naturaleza; deben ser necesarias toda clase de observaciones, de experiencias y de trabajosas comparaciones para descubrir aisladamente alguno de estos factores y sin que pueda plantearse el obtener una representación unitaria de los mismos.” (p. 231).

Para Durkheim, el marxismo pretende dar respuesta a todas las cuestiones sociales y políticas sin haber realizado investigaciones previas. En este punto pasa por alto: a) el trabajo monumental realizado por Marx para poder redactar El capital; b) el hecho de que Marx plantea su teoría como un método, como una puerta de entrada al análisis de la sociedad capitalista, y no como una respuesta universal a todos los problemas. Además, al convertir al marxismo en una mera teoría sociológica, se pierde de vista que Marx considera que las respuestas están en la praxis y no en la teoría. En un sentido fuerte, es la política y no la teoría sociológica la encargada de resolver los problemas del capitalismo, transformando de modo revolucionario esta forma de organización social. Claro que, visto desde el horizonte académica en el que se incluye Durkheim, todo esto es una tontería.

Durkheim va más allá de la crítica del “materialismo económico”. Frente a la economía, sostiene que la religión es el factor central en la sociedad, por lo menos en las primeras etapas del desarrollo social.

“No sólo no está probada la hipótesis marxista, sino que es contraria a hechos que parecen establecidos. Sociólogos e historiadores tienden cada vez más a coincidir en esta afirmación común de que la religión es el más primitivo de todos los fenómenos sociales. Es de ella de donde han salido por transformaciones sucesivas todas las demás manifestaciones de la actividad colectiva: derecho, moral arte, ciencias, formas jurídicas, etc. En el comienzo todo es religioso. Ahora bien, no conocemos ningún medio para reducir la religión a la economía, ni ningún intento de llevar a cabo realmente esta reducción (…) es incontestable que originariamente el factor económico es rudimentario, mientras que, por el contrario, la vida religiosa es exuberante y tiende a extenderse a otros dominios. Así pues, ¿cómo podría la economía ser causa de la religión y, por el contrario, no es probable que la economía dependa de la religión mucho más que la segunda de la primera?” (p. 232).

Si bien Durkheim advierte sobre el peligro de transformar a un aspecto de la realidad en factor explicativo de todas esa realidad (p. 233), es claro que su intención es reemplazar a la “economía” por la religión en el rol de causa del desarrollo histórico. Por razones de espacio no puedo emprender aquí una discusión de la posición durkheimiana. Pero es pertinente hacer un comentario. Es legítimo pensar lo que se quiera de la teoría marxista; se puede intentar reducirla a un economicismo; pero lo que no puede hacerse tan alegremente es minimizar la importancia del proceso de trabajo en la sociedad. Así, sin haber resuelto el problema de cómo alimentar a la comunidad, ¿hubiera sido posible la religión? Mejor dicho, la forma en que una comunidad produce sus alimentos, sus vestimentas, sus viviendas, en una palabra, la manera en que esa comunidad produce su existencia, ¿no influye sobre la religión?
¿Acaso la religión nace en el vacío social?

Durkheim construye una explicación que genera más problemas que los que resuelve, y pierde de vista uno de los aportes fundamentales del marxismo a la teoría social: el reconocimiento de la centralidad del proceso de trabajo.

Villa del Parque, sábado 3 de agosto de 2013


NOTAS:

(1) “La concepción materialista de la historia” fue publicado por primera vez en: REVUE PHILOSOPHIQUE, 1897, 44, pp. 645-651. Utilizo la traducción española de Santiago González Noriega: Durkheim, Emile. (1998). Las reglas del método sociológico y otros escritos sobre filosofía de las ciencias sociales. Barcelona: Altaya. (pp. 224-233).

(2) Labriola, Antonio. (1897). Ensayos sobre la concepción materialista de la historia. Giard y Brière.

(3) La crítica del “método ideológico” se encuentra en Las reglas del método sociológico.

jueves, 18 de julio de 2013

HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA




Nota
:
Para la redacción de estos apuntes trabajé con la siguiente edición: Habermas, Jürgen. (1989). Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Taurus.


Habermas recupera tres modelos de acción de la teoría social contemporánea:

a) Acción teleológica. Puede ser definida como una intervención teleológica en el mundo, es decir, como una acción que tiene por objetivo la obtención de un fin determinado. Habermas indica expresamente que Max Weber (1864-1920) construyó su tipo ideal de la acción racional con arreglo a fines[1] para interpretar a la acción teleológica. En la acción teleológica el mundo material y los demás individuos son objetivados por el actor de la acción, que los ve como medios u obstáculos para cumplir el fin o los fines que se propone.

¿Cómo se establece el criterio de racionalidad para este tipo de acción?

Para hacer posible una interpretación racional es preciso que existan estándares de enjuiciamiento de la acción que tanto el agente como el intérprete acepten como válidos. Habermas señala que Weber plantea que, para ello, es preciso que el intérprete abandone su posición de tercero exterior a la situación (como es el caso del científico en las ciencias naturales) y acepte jugar el rol de implicado (así sea virtualmente) en la situación[2], para poder someter a examen una pretensión de validez problemática y, si es necesario, criticarla.

b) Acción regulada por normas: En ellas el actor, al entablar una relación con otras personas, se comporta de manera subjetivamente “correcta” al observar determinadas normas de acción vigentes. La corrección de su acción no se deriva de la eficaz adecuación entre los medios y los fines propuestos (como en el caso de la acción teleológica), sino que es el resultado de la creencia del actor en la validez de las normas vigentes. Este comportamiento del actor es, a la vez, objetivamente correcto en la medida en que las normas que cree vigentes están justificadas en el círculo de sus destinatarios.

¿Qué sucede con el criterio de racionalidad en este caso?

Una forma fácil de eludir el problema de la racionalidad consiste en constatar descriptivamente si una acción concuerda o no con una norma dada, y si dicha norma rige socialmente o no. De modo que se examina si la acción se realiza conforme a las normas socialmente aceptadas, y aquí termina la cuestión. Pero la cuestión puede ser estudiada de un modo más complejo, y en este punto aparece otra vez la cuestión de la racionalidad. Como se indicó arriba, en la acción regulada por normas el actor está convencido subjetivamente de que está cumpliendo las normas “correctas”. Esta conformidad del actor ser encuentra asociada con el problema de la “rectitud” de las normas. El actor puede estar convencido no sólo en un sentido pragmático (las reglas son correctas porque son las que acepta la comunidad), sino en un sentido axiológico (las reglas son correctas porque se adecuan a determinados valores éticos). En este plano se abre el espacio para una interpretación racional, claro que Habermas indica que el problema es complejo, pues resulta difícil establecer algún criterio absoluto para comparar las distintas pretensiones de validez de normas diferentes. Aceptar la posibilidad de una interpretación racional supone rechazar el camino fácil del escepticismo (que conduce hacia el “todo da lo mismo” de las posturas relativistas), y “basarse en un cotejo entre la vigencia social y la validez, construida contrafácticamente, de un contexto normativo dado” (p. 150). En otras palabras, el intérprete se ve forzado al enjuiciamiento práctico-moral de normas de acción.

c) Acción dramatúrgica: En este caso el actor descubre algo de sí ante un público. El actor expresa un deseo, un sentimiento, un estado de ánimo, un secreto, confiesa un hecho, etc. La acción no consiste solamente en descubrir alguna de estas cosas, sino también en convencer al público de la autenticidad de la vivencia, comportándose de acuerdo (o en forma consistente) con lo dicho.

¿Cómo se definen el concepto de racionalidad para este caso?

Habermas afirma que la racionalidad reside aquí en la existencia de una concordancia entre lo revelado por el actor y su conducta. En otras palabras, existen ciertas conductas que se suponen asociadas a determinados sentimientos, a la expresión de ciertas vivencias, etc. La interpretación racional de las acciones dramatúrgicas tiene que sacar a la luz, por tanto, los casos de distorsión o no correspondencia entre los sentimientos expresados y las conductas que acompañan a la presentación de dichos sentimientos por el actor. El intérprete tiene que sacar a luz los casos de engaño, autoengaño, distorsión, etc. Para ello tiene que afectar la comparación entre lo expresado y lo actuado. La crítica psicoterapéutica es una muestra la posibilidad de una interpretación racional de las acciones dramatúrgicas.

Frente a estos tres modelos de acción, Habermas propone el modelo de la acción comunicativa. Este es el tipo de acción en el que la interacción entre los actores sólo puede tener lugar si los actores llegan a un acuerdo sobre sus relaciones con el mundo y con los otros autores. Dicho de manera más exacta, los actores tienen que ponerse de acuerdo (o existir un acuerdo entre ellos), antes de la acción misma, acerca de sus pretensiones de validez que potencialmente se apoyan en razones. Este acuerdo intersubjetivo sobre las pretensiones de validez que se van a considerar válidas exige la argumentación por cada actor de sus propias pretensiones, que pueden ser sometidas a crítica por los otros actores. La acción comunicativa es, por lo tanto, un proceso de construcción de consenso (y se basa en este proceso para poder llevarse a cabo) intersubjetivo acerca de valores compartidos acerca del mundo objetivo. Para Habermas la acción comunicativa es la clave para entender el papel de la comprensión en las ciencias sociales, porque en este tipo de acción es preciso que los distintos actores relacionen sus diferentes pretensiones de validez por medio de la argumentación y la crítica. Esto puede aplicarse a la relación del intérprete (científico social) con los actores sociales. El intérprete no se encuentra separado del actor, sino que se ve obligado a adoptar, desde el vamos, sus pretensiones de validez, porque sólo de ese modo puede someterlas a crítica.

Para entender mejor el punto de vista de Habermas es preciso decir algunas palabras sobre la perspectiva comprensivista en las ciencias sociales.

El concepto de mundo de la vida fue desarrollado por Alfred Schütz (1899-1959), quien aludía así al hecho de que la sociedad está plagada de sentido, de que las personas vivimos en un mundo cargado de sentido. Para poder vivir cotidianamente, nos vemos obligados (todos) a realizar un proceso constante de comprensión de sentido, tanto de las conductas de las otras personas, como de los objetos culturales que utilizamos, etc. A diferencia de la posición de otros autores, para quienes la comprensión es sólo una herramienta metodológica utilizada para estudiar los rasgos específicos de las ciencias sociales (aquellos que no pueden ser analizados recurriendo a la observación y la experimentación, como es el caso de las ciencias naturales), Schütz considera que la comprensión es la forma misma en que experimentamos la experiencia misma de vivir en el mundo de la vida. La comprensión es fundamental para poder vivir en el mundo y, por lo tanto, es el principal recurso empleado por los legos en la vida cotidiana. Es por eso que los legos formulan toda una serie de conceptos a partir de esta comprensión, conceptos que constituyen la base del trabajo de los científicos sociales. La sociología tiene que trabajar sobre esta primera comprensión de la realidad social, y realizar una nueva comprensión, esta vez en términos científicos (formulando reglas y regularidades generales, que trascienden los casos particulares).

Anthony Giddens (n. 1938) va a retomar esta cuestión al desarrollar su concepción de la doble  hermenéutica. Así, mientras que en el ámbito de las ciencias naturales, los científicos se enfrentan a realidades desprovistas de sentido (y realizan, por tanto, una interpretación de esa realidad, es decir, ponen ellos el sentido a los hechos), en el campo de las ciencias sociales, los científicos hacen frente a una realidad que ya está plena de sentido (el cual es desarrollado, como vimos, por los legos en la vida cotidiana). Hay, por tanto, una primera hermenéutica, cuando los científicos interpretan el sentido de los conceptos elaborados por las personas comunes, y una segunda hermenéutica, cuando los científicos interpretan las elaboraciones de los otros científicos.

Habermas plantea en este punto su diferencia con las concepciones empiristas (u objetivistas) de las ciencias sociales. El intérprete no se enfrenta a una realidad social vacía de sentido o de significados, como es, por ejemplo, el caso de un físico que estudia el comportamiento de las partículas subatómicas. Se encuentra con un ámbito en el que los actores cargan de sentido a todas las cosas y a todas las acciones. En otras palabras, se encuentra frente a una realidad que ya ha sido interpretada. De este modo, el problema de la comprensión (entendida como herramienta fundamental de las ciencias sociales) al enfrentarse a “objeto” de estudio consiste en que el científico encuentra un lenguaje ya elaborado por los participantes para explicar dicha realidad, y el intérprete no puede utilizar ese lenguaje sin someterlo a crítica (pues aceptarlo sin más significaría renunciar a toda pretensión de elaborar una ciencia social).
En palabras de Habermas,

“la problemática específica de la comprensión consiste en que el científico social no puede servirse de ese lenguaje con que ya se topa en el ámbito objetual como de un instrumento neutral. No puede «montarse» en ese lenguaje sin recurrir al saber preteórico que posee como miembro de un mundo de la vida, saber que él domina intuitivamente como lego y que introduce sin analizar en todo proceso de entendimiento.” (p. 158).

Este saber preteórico es la base interpretativa de toda comprensión. Para accederse a una comprensión científica es preciso, por tanto, partir de dicho saber y someterlo a crítica, para poder avanzar de lo particular a lo general.

Como quedó aclarado, para Habermas es imposible pensar la interpretación de la sociedad desde un supuesto “espacio exterior” a la misma. Los científicos sociales no parte de la nada si no de un saber preteórico, saber que han incorporado a partir de su participación en la sociedad. En este sentido, Habermas rescata el aporte de H.Skjervheim, quien puso el acento entre dos actitudes básicas del científico:

“Quien en el papel de primera persona observa algo en el mundo o hace un enunciado acerca de algo en el mundo adopta una actitud objetivante. Quien, por el contrario, participa en una comunicación y en el papel de primera persona (ego) entabla una relación intersubjetiva con una segunda persona(alter), que, a su vez, en tanto que alter ego, se relaciona con ego como con una segunda persona, adopta no una actitud objetivante, sino, como diríamos hoy, una actitud realizativa.” (p. 159).

En el campo de la sociología, el intérprete está obligado a participar (en un sentido virtual en la mayoría de los casos) en la acción para poder comprender cabalmente las pretensiones de validez del actor. Entonces, se plantea un problema para la comprensión que consiste en determinar en qué medida esa participación del actor no afecta la posibilidad de construir una teoría que vaya más allá, que trascienda las condiciones particulares de esa acción específica.

Habermas plantea que en la acción comunicativa es todavía más fuerte la exigencia de participación indicada en el punto anterior de este cuestionario. Para Habermas, sólo es posible comprender la acción comunicativa si el intérprete tiene una participación, al menos virtual, en la misma. Ahora bien, esta participación plantea dificultades teóricas, porque surge la cuestión de en qué medida la comprensión del intérprete que participa de la acción tiene un status diferente de la del lego. En otras palabras, se origina el problema del porqué conceder a la interpretación del científico un valor diferente al de la compresión realizada por el resto de los mortales. En este punto, Habermas señala que existe una diferencia significativa entre los actores y el intérprete que adopta una actitud realizativa; los primeros, tienen sus propias intenciones de acción; el segundo, carece de ellas y persigue intenciones que corresponden a un sistema diferente del de la acción misma (ese sistema que persigue el intérprete es el de la ciencia). El científico social, al participar en la acción, se despoja de sus atributos de actor y se concentra en adoptar el rol de hablante y oyente para poder desentrañar el proceso del entendimiento. Sólo a partir de este camino es posible lograr la objetividad del científico en las ciencias sociales. Sin embargo, el problema de la objetividad de la participación del intérprete no está resuelto del todo, pues subsiste la cuestión de que esa participación lo implica en la acción (como vimos, en el caso de la acción comunicativa dicha implicación es imprescindible). Dada la naturaleza de la acción comunicativa (construcción de consenso mediante la discusión de distintas pretensiones de validez de los actores), el científico social se encuentra obligado a juzgar dichas pretensiones de validez para poder realizar una interpretación racional de las mismas. El problema consiste, por tanto, en dónde fundar los criterios de validez del intérprete para garantizar que dicha interpretación sea objetiva. Habermas considera que no es viable la respuesta de un intérprete que se transforme en un observador objetivante (es decir, alguien que mire desde afuera la situación estudiada).

Habermas distingue la interpretación de los distintos tipos de acción. Así, en el caso de la acción teleológica, la interpretación es racional en la medida en que tomamos en serio las pretensiones del actor y las sometemos a una crítica que se basa en nuestro saber y en la comparación del curso que efectivamente siguió la acción con el curso ideal que debió haber seguido la misma.

En la acción regulada por normas procuramos analizar la relación entre la pretensión de validez normativa que el actor vincula a sus acciones y la existencia efectiva de esas normas en la sociedad, su alcance social y los supuestos filosóficos y éticos en los que se apoyan.

En la acción dramatúrgica el observador examina la correspondencia entre lo expresado por el actor y su conducta.

En los tres casos presentados existe un desnivel metodológico relevante entre el plano de la interpretación de la acción y el plano de la acción interpretada. En otras palabras, el actor no posee ninguna capacidad para discutir la interpretación realizada por el científico social. Los supuestos de la interpretación de la acción no pueden ser discutidos por quien realiza efectivamente ésta.

Este desnivel metodológico desaparece en el caso de la acción comunicativa. Aquí:

“la diferencia entre el plano conceptual de la coordinación lingüística de la acción y el plano conceptual de la interpretación que como observadores hacemos de esa acción, deja de funcionar como filtro protector (…) el actor dispone de una competencia de interpretación igual de compleja que la del observador. El actor no solamente está provisto ahora de tres conceptos del mundo [el mundo objetivo, el mundo subjetivo, el mundo de sus acciones], sino que también puede emplearlos reflexivamente.” (p. 167).

El hecho de dotar a los actores de esta facultad hace que el observador (el intérprete) pierda su posición privilegiada y modifica la situación en la cuestión de la racionalidad. Ya no puede hacerse, como en los casos anteriores, una distinción entre la interpretación descriptiva y la interpretación racional, sino que la interpretación tiene que ser desde el vamos racional. ¿Qué se entiende por racional? Justamente la interpretación racional que hace el intérprete que participa de la acción, y que puede ser sometida a crítica por los actores que realizan la acción.

En los modelos de la acción teleológica, la acción regulada por normas y la acción dramatúrgica, una diferencia fundamental entre el plano de la coordinación lingüística de la acción y el análisis que hace el observador de dicha acción. En otras palabras, en estos tres modelos se da por supuesto que existe una distancia infranqueable entre el lenguaje de los actores y el lenguaje del observador; el observador tiene que tratar el lenguaje del actor como si se tratara de algo ajeno, de algo exterior. Es justamente por medio de esta distancia que se sustenta la pretensión de superioridad del análisis científico. Esta actitud es la que a lo largo del texto Habermas califica como objetivante.

En el modelo de la acción comunicativa este tratamiento del lenguaje es imposible. La participación del intérprete en la acción derriba la distancia que lo separa con el actor, cuestión que se ve reforzada con el reconocimiento por parte del intérprete de que “el agente dispone de una competencia de interpretación igual de compleja que la del observador” (p. 167). Este punto es importante, pues permite defender la inexistencia de la neutralidad valorativa en la sociología comprensiva orientada en base al modelo de la acción comunicativa. También permite entender las razones por las que Habermas dedica especial atención a estudiar la relevancia de los trabajos de la hermenéutica filosófica para dicha sociología comprensiva.

Las estructuras internas del proceso de entendimiento, por sus mismas características, definen dos orientaciones diferentes. De un lado, estas estructuras sirven para que los actores (y aquí se incluye, en un contexto de acción comunicativa, al intérprete) puedan acceder a un determinado contexto, y en este marco juzgar críticamente las distintas pretensiones de validez. De otra parte, las mismas estructuras sirven para trascender la situación particular propia del entendimiento, y acceder a la posibilidad de pensar críticamente las condiciones bajo las cuales se realiza un proceso de entendimiento particular. En palabras de Habermas, “las mismas estructuras que posibilitan el entendimiento suministran también la posibilidad de un autocontrol reflexivo del proceso del entendimiento.” (p. 170).

La racionalidad instrumental (a la que también denomina cognitiva-instrumental) es la racionalidad propia de las acciones teleológicas, es decir, aquellas en la que los actores se proponen determinados objetivos y consideran al medio que los rodea (incluidas las personas) como objetos sobre los cuales operar o con los que se debe contar para poder realizar la acción con eficacia. Es la racionalidad de la tradición empirista y consiste en la manipulación y en la adaptación inteligente al entorno que rodea al actor. La medida de la racionalidad está dada por la eficacia en la obtención de los fines propuestos con los medios que se ha elegido.

La racionalidad comunicativa hace referencia a un tipo de acción diferente, en la que el actor interactúa con otros actores que se encuentran en pie de igualdad con él en cuanto a la pretensión de validez inicial. Surge a través de la formulación de un consenso intersubjetivo al que llegan los actores luego de exponer cada uno sus argumentos a favor de las pretensiones de validez que les son propias. De este modo, los actores aseguran la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas. Mientras que en la acción teleológica el eje de la racionalidad pasa por la manipulación instrumental del entorno (utilizarlo para nuestros propios fines sin entablar ningún diálogo con él), en la acción comunicativa es el entendimiento comunicativo el que da sentido a la racionalidad. Este entendimiento supone que los actores exponen argumentos, que estos argumentos son susceptibles de crítica, y que pueden llegar a un consenso sobre las pretensiones de validez que formulan.

La racionalidad comunicativa supone necesariamente el involucramiento (aunque sea virtual) del intérprete en la acción, pues sólo así es posible que pueda evaluar correctamente las pretensiones de validez de los actores. Como también se señaló, esto plantea serias dificultades al momento de justificar el carácter científico de la labor del intérprete comunicativo, pues el nombrado involucramiento implica un abandono de la llamada neutralidad valorativa, esto es, la distancia que se establece entre los valores del actor y los valores del investigador. En todo momento el intérprete tiene que asumir que su interpretación se apoya en un saber preteórico que comparte con el actor.

Ahora bien, si lo expresado en el párrafo anterior es correcto, y el intérprete tiene que adoptar una actitud realizativa, la pretensión de objetividad de la sociología comprensiva tiene que apoyarse en estructuras de racionalidad comprehensivas y generales. Esta exigencia se deriva del hecho de que una sociología que acepte que el intérprete procede siempre a partir de un saber previo a su reflexión teórica (saber que comparte con el actor) tiene el inconveniente de que puede caer en el relativismo cultural e histórico, es decir, estar siempre atada a un mundo de la vida determinado en lo cultural y en lo histórico. En otras palabras, la sociología comprensiva no podría salir de un contexto particular y le resultaría imposible, por tanto, elaborar conceptos y reflexiones teóricas generales.

Habermas sostiene que la exigencia de objetividad tiene que demostrar que la estructura interna de los procesos de entendimiento[3] “posee en un determinado sentido una validez universal” (p. 192). La cuestión se complica porque el mismo Habermas afirma que esta validez universal no puede fundarse ni en bases metafísicas ni recurriendo a un programa de pragmática trascendental. En rigor, Habermas no propone una única salida a esta situación, sino que esboza tres caminos posibles: a) desarrollar el concepto de acción comunicativa en términos de una gramática formal, que reconstruya los supuestos formales de los actos de habla propios de la acción comunicativa (p. 193); b) evaluar la fecundidad empírica de los distintos elementos de la pragmática formal (p. 193-194); c)  reelaborar los planteamientos sociológicos de teoría de la racionalización social que ya existen. Este último es el camino elegido por Habermas en la obra. Mediante un recorrido que va de Weber a Parsons, se propone desarrollar los problemas que pueden resolverse con una teoría de la racionalización basada en los supuestos de la acción comunicativa.

Villa del Parque, jueves 18 de julio de 2013


[1] En la acción racional con arreglo a fines el actor social tiene un perfecto conocimiento de los medios con que cuenta y sabe con precisión el fin que se propone. A partir de este conocimiento elige el camino más económico para obtener el fin deseado, y realiza la acción. Weber tomó como modelo la acción del empresario capitalista para elaborar este tipo ideal. En la medida en que las acciones que se realizan en el mundo real más se aproximan a la acción racional con arreglo a fines, disminuye la necesidad de recurrir a explicaciones de tipo psicológico para comprenderlas. En otras palabras, en la acción que se guía totalmente por la racionalidad medios-fines, la intención expresada explícitamente por el actor nos da una perfecta comprensión de los motivos del actor. No es preciso indagar nada más.
[2] En el caso de la acción teleológica las interpretaciones racionales se hacen “en actitud realizativa, ya que el intérprete presupone una base de enjuiciamiento compartida por todas las partes implicadas.” (p. 149).
[3] La estructura racional interna de los procesos de entendimiento comprende: “a) las relaciones de los actores con el mundo y los correspondientes conceptos de mundo objetivo, mundo subjetivo y mundo social; b) las pretensiones de validez que son la verdad proposicional, la rectitud normativa y la veracidad o autenticidad; c) el concepto de un acuerdo racionalmente motivado, es decir, de un acuerdo  basado en el reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica; d) el proceso de entendimiento como negociación cooperativa de definiciones compartidas de la situación.” (p. 192-193).