“La autoridad más absoluta es aquella que penetra
hasta el interior
del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad
que sobre las acciones.”
Jean-Jacques Rousseau
El
filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) participó en ese vasto proyecto
intelectual conocido como la Enciclopedia.
Sin embargo, Rousseau mantuvo una relación ambivalente con la Ilustración, el movimiento filosófico
que engendró al mencionado proyecto. Para Rousseau el desarrollo del conocimiento
no era necesariamente sinónimo de progreso, sino que, en las condiciones imperantes
en la sociedad europea, generaba una mayor opresión y sometimiento de los seres
humanos. Es por eso que mostró una especial preocupación por la forma de
gobierno en que se había plasmado esa opresión, por comprender sus orígenes y
por encontrar los caminos alternativos para construir otra organización social
y política.
Rousseau
plasmó su crítica de las instituciones sociales y políticas en dos obras
fundamentales: Discurso sobre el origen y
los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754) y Del contrato social (1762). En ellas
abordó, anticipándose a su concreción histórica, los problemas nodales de las
democracias capitalistas. En especial, llevó adelante el análisis de la
contradicción entre voluntad general
y voluntad particular, que puede ser
considerado como un esbozo precursor de la teoría de la hegemonía, desarrollada en el siglo XX por Antonio Gramsci
(1891-1937). Una versión simplificada del citado análisis se encuentra en un
trabajo menos conocido, el Discurso sobre
la Economía política (1755). Al estudio de éste se encuentra dedicada la
presente ficha.
Rousseau
redactó el artículo Discours sur
l’Économie politique para el tomo V de L’Encyclopédie
(pp. 337-349), publicado en noviembre de 1755, bajo el título “Économie ou Œconomie
(Morale et Politique)”. La segunda edición, cuyo título incluyó la palabra Discours, apareció en Ginebra en 1758.
En
esta ficha se presentarán los principales aspectos del artículo. Nuestro
propósito es resumir del modo más fiel posible el desarrollo del pensamiento de
Rousseau, limitando al máximo los comentarios, aunque esto resulte muchas veces
imposible dada la riqueza del tema. En la elaboración seguimos la estructura
del trabajo original, que consta de una introducción y tres apartados.
Nota bibliográfica:
Para
la redacción de la ficha utilicé la traducción española de José E. Candela:
Rousseau, J.-J. (1985). Discurso sobre la
Economía Política. Madrid: Tecnos. El traductor indica que es la primera
edición en lengua castellana. Candela se basó en la edición francesa incluida
en el volumen III de las Oeuvres
complètes de Rousseau, editadas en la Bibliothèque de la Pléiade por la
editorial Gallimard, París, 1964, pp. 241-278.
Abreviaturas:
EP = Economía política / SH = Seres humanos / VG = Voluntad general / VP= Voluntad particular.
La
introducción está dedicada a distinguir el objeto de estudio analizado en el
artículo. La EP se ocupa del
“gobierno de la gran familia que es el estado” (p. 3). [1] Se distingue de la economía doméstica, que “no significa
otra cosa que el sabio y legítimo gobierno de la casa, en pro del bien común de
toda la familia.” (p. 3).
Desde
el principio del artículo, Rousseau desarrolla una perspectiva crítica sobre el
Estado:
“…la sociedad política (…)
lejos de tener un interés natural en la felicidad de los particulares, busca
con frecuencia el suyo propio en la miseria de éstos. (…) son inevitables los
abusos y funestas sus consecuencias en toda sociedad en la que el interés
público y las leyes carecen por completo de fuerza natural y son continuamente
atacadas por el interés personal y las pasiones del jefe y demás miembros.” (p.
6).
Rousseau
considera al Estado existente como un parásito de la sociedad; lo natural es el
interés personal (el egoísmo) de los gobernantes; el interés público carece “por completo de
fuerza natural”, porque es artificial. En el párrafo precedente al citado,
formula una crítica tanto a la monarquía como a la los regímenes electivos: “Si
tenéis un solo jefe, estaréis bajo el arbitrio de un amo que carece de razones
para amaros; si tenéis varios, deberéis soportar al tiempo su tiranía y sus
divisiones.” (p. 6).
¿Por
qué el Estado oprime a la sociedad?
Porque
los gobernantes se rigen por su interés particular (el egoísmo) y no por el
interés general. Así formulada la cuestión, parece que Rousseau repitiera el
viejo argumento platónico sobre las formas de gobierno, clasificadas en base al
respeto al bien común o a la búsqueda del interés particular (formas puras o impuras).
Sin embargo, la perspectiva rousseauniana es más profunda. Luego de formular
una descripción de la sociedad en términos organicistas [2], pone el acento en los
lazos que unen a los individuos. Los miembros de la sociedad no permanecen
unidos por simple yuxtaposición [3]:
“El cuerpo político es también
un ser moral dotado de voluntad. Esa voluntad general, tendente siempre a la
conservación y bienestar del todo y de cada parte, es el origen de las leyes y
la regla de lo justo y de lo injusto para todos los miembros del estado, en
relación con éste y con aquéllos.” (p. 9).
Ahora
bien, Rousseau advierte que la conformación de la VG se ve obstaculizada por la
existencia de grupos sociales con intereses particulares.
“Toda sociedad política se
compone de otras sociedades más pequeñas y de diferente especie, cada una de
las cuales posee sus intereses y sus máximas. Pero tales sociedades, que todos
pueden ver por su forma exterior y autorizada, no son las únicas que existen
realmente en el estado: todos los particulares reunidos en torno a un interés
común componen otras tantas sociedades, permanentes o pasajeras, cuya fuerza,
aun siendo menos aparente, no es menos real, y cuyas relaciones, si se examinan
con detenimiento, nos proporcionan el verdadero conocimiento de las costumbres.
Se trata de todas aquellas asociaciones, tácitas o formales, que tan
variadamente modifican las apariencias de la voluntad pública mediante la
influencia de la suya propia. La voluntad de dichas sociedades presenta siempre
dos tipos de relaciones: para sus miembros, es una voluntad general; para la
gran sociedad, es una voluntad particular. Con frecuencia es una voluntad recta
bajo el primer aspecto y viciosa bajo el segundo.” (p. 11).
La
“gran sociedad” (la sociedad en general) está constituida por una multiplicidad
de “sociedades particulares”. En este marco, la VG aparece como abstracta
frente a la solidez de los intereses personales existentes en cada sociedad
particular. Rousseau apunta al problema fundamental de la política moderna:
¿cómo hacer que la voluntad particular de un grupo particular se constituye en
VG de la “gran sociedad”? En otras palabras, ¿cómo se construye la hegemonía?
Antes
de proseguir, es preciso señalar qué entendemos por hegemonía [4]. Dicho de
manera muy rápida, la hegemonía es la transformación del interés particular de
un grupo social en el interés general de toda la sociedad. En otras palabras,
construir hegemonía significa naturalizar la dominación de una clase social y
la forma de explotación correspondiente a esa dominación. La hegemonía, cuando
es exitosa, permite reducir al mínimo el momento de la violencia en la
dominación.
Rousseau
examina los contornos del problema mucho antes de que éste se planteara de
manera acuciante en la práctica política. En las sociedades precapitalistas, en
las que la dominación se llevaba adelante con un componente mucho mayor de
violencia directa, la hegemonía no tenía lugar (habida cuenta, además, de que
los miembros de las clases explotadas no eran considerados iguales en términos
jurídicos a los integrantes de la clase dominante). Rousseau es un precursor en
este terreno.
En
su análisis reconoce que el interés del individuo en el grupo particular es
mucho mayor que el puesto en la “gran sociedad”:
“Pero por desgracia, el interés
personal está siempre en razón inversa del deber y aumenta a medida que la
asociación se hace más estrecha y el compromiso menos sagrado, lo cual es
prueba infalible que la voluntad general es siempre la más justa y de que la
voz del pueblo es en efecto la voz de Dios.” (p. 11).
Ahora
bien, si lo único real, concreto, es el interés personal puesto en la
asociación más cercana (la “pequeña sociedad”), la VG deviene una abstracción.
Esto tiene graves consecuencias sociales pues, entre otras cosas, debilita el
lazo social que une a los individuos. Esta problemática fue abordada
posteriormente por Karl Marx (véase la contraposición Estado/sociedad civil en
el artículo “Sobre la cuestión judía”) y por Emile Durkheim (consultar el
concepto de anomia en La división del
trabajo social).
Rousseau
indica como la oposición entre VG y VP se manifiesta en las deliberaciones
públicas:
“Examinad con cuidado lo que
ocurre en cualquier deliberación y veréis que la voluntad general propende
siempre al bien común, si bien existe siempre una escisión secreta, una confederación
tácita que, en favor de miras particulares, elude la disposición natural de la
asamblea. Así, pus, el cuerpo social se divide realmente en otros varios cuyos
miembros adoptan una voluntad general que es buena y justa respecto de esos
meros cuerpos, pero injusta y mala respecto del todo del que todos aquéllos se
desvinculan.” (p. 12).
La
existencia de estas VP plantea la cuestión de la VG. Mejor dicho, ¿cómo se
constituye una VG en una sociedad escindida en VP? Rousseau nos pide que
aceptemos la petición de principio consistente en reconocer la existencia de
una VG que tiene por objetivo el bien común. Pero esto es precisamente lo que
debe ser demostrado. La realidad de la sociedad burguesa es el egoísmo, el
individualismo y las VP. De ahí que la construcción de la VG, fundamental para
naturalizar la dominación, se vuelve una prioridad en la agenda política de la
burguesía.
Por
lo anterior, Rousseau resume así el contenido de la introducción: “Establecer
la voluntad general como primer fundamento de la economía pública y como regla fundamental del gobierno” (p.
12). Distingue así entre una economía
pública en la que coinciden interés y voluntad entre el pueblo y los jefes (economía pública popular); otra en la
que gobierno y el pueblo tengan intereses diferentes (economía pública tiránica).
Todo
el trabajo intelectual de Rousseau tiene por objetivo la construcción de una
forma de gobierno en la que coincidan VG y VP. En este sentido, el artículo
sobre EP se continúa en Del contrato
social.
En
el primer apartado (pp. 13-19) desarrolla la primera máxima del gobierno
legítimo y popular: “guiarse en todo por la voluntad general” (p. 13).
Ahora
bien, ¿qué es concretamente la VG, siendo que existen multitud de voluntades
particulares que se corresponden a cada una de las sociedades particulares que
existen al interior de la “gran sociedad”? ¿Cuál puede ser el sustrato de esta
VG?
Para
responder al interrogantes, hay que tener presente que Rousseau es
contractualista, es decir, que considera que existe un estado de naturaleza
previo a la sociedad y que, por tanto, ésta última es una construcción
“artificial” (en el sentido de no-natural), surgida de una convención entre los
SH. Las personas constituyen la “gran sociedad” y, en particular, las instituciones
políticas, para “asegurar los bienes, la vida y la libertad de cada miembro
mediante la protección de todos” (p. 14). En este sentido, la “gran sociedad”
muestra su superioridad frente a las sociedades particulares, pues su mayor
tamaño permite proporcionar mayor protección a cada miembro de lo que podría
hacer cada una de dichas sociedades particulares.
Pero
la protección tiene sus costos. Thomas Hobbes (1588-1679), otro
contractualista, señaló que para evitar la “guerra de todos contra todos” (su
forma de concebir al estado de naturaleza) era preciso conformar un Estado
omnipotente, frente al cual la libertad de las personas era cuestión
subordinada. En palabras afines a Rousseau, Hobbes pensaba que la VG (el
Estado) debía subordinar plenamente a la VP en aras de evitar la guerra civil y
la vuelta al estado de naturaleza.
Rousseau
piensa de manera diferente al filósofo inglés. [6] El Estado debe asegurar la
libertad de las personas que lo integran, no someterla (más adelante veremos
las contradicciones en las que entra Rousseau al emprender esta tarea). Su
problema no es evitar la guerra de todos contra todos, sino impedir que el
Estado suprima la libertad individual. A diferencia de los liberales, quienes
sostienen que esto se logra poniendo límites constitucionales al poder estatal,
Rousseau es consciente de que la misma instauración del Estado implica un
recorte a la libertad: “no deja de ser cierto que si se puede constreñir mi
voluntad yo no soy libre y que dejo de ser dueño de mi bien desde que otro
puede tocarlo” (p. 14). En otras
palabras y por más que se disfrace la cuestión, reconocer la necesidad del
Estado implica reconocer el recorte y/o supresión de la libertad.
Ahora
bien, Rousseau en ningún momento se permite pensar que es preciso eliminar al
Estado. [7] Su problema es cómo conciliar la VG (encarnada en el Estado) y la
VP (la de cada uno de los SH que integran la “gran sociedad”).
“¿Cómo es posible que obedezcan
sin que nadie ordene o que sirvan sin tener amo, siendo de hecho tanto más
libres cuanto que, bajo una aparente sujeción, uno pierde la libertad sólo si
ésta puede perjudicar a la de otro? Estos prodigios son obra de la ley. Es tan
sólo a la ley a quien los hombres deben la justicia y la libertad. Es ese
saludable órgano de la voluntad de todos quien establece, en el derecho, la
igualdad natural de los hombres. Es esa voz celeste quien dicta a cada
ciudadano los preceptos de la razón pública.” (p. 14-15).
Ahora
bien, afirmar que la ley es garantía
de libertad es algo que debe ser demostrado. En vez de resolver la cuestión,
agrega una nueva complicación. Si la “gran sociedad” está constituida por
sociedades particulares, ¿cómo evitar que la VG no sea otra cosa que la VP de
una de dichas sociedades? Más en concreto, la burguesía, la más poderosa de
esas sociedades particulares por detentar la propiedad de los medios de
producción, presenta su interés particular como el interés general.
Rousseau
propone una solución al problema, basada en la adopción de determinada actitud
por los gobernantes:
“El interés más urgente del
jefe y su deber más indispensable es velar por la observancia de las leyes de
las que es ministro y sobre las cuales se funda toda su autoridad.” (p. 15).
Pero
el “jefe” es parte de un grupo social (clase) y la ley expresa los intereses de
ese grupo social y la correlación de fuerzas con los otros grupos sociales.
Rousseau nos pide que aceptemos como petición de principio que el “jefe” puede
ponerse por encima de los intereses particulares de cada grupo social. Dado que
esto no se da nunca en la realidad de la sociedad dividida en clases, Rousseau
se ve obligado a postular una especie de fetichismo de la ley. [8]
El
fetichismo jurídico lleva a Rousseau
a escribir frases como ésta: “La potencia de las leyes depende más de su propia
sabiduría que de la severidad de los ministros” (p. 16). Si se toma al pie de
la letra, la frase expresa una tontería, pues la potencia de las leyes proviene
de las fuerzas sociales que están detrás de ellas. En este punto es mucho más
lúcido Hobbes, quien expresó con sencillez que “los pactos que no descansan en
la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo
alguno”. [9]
Rousseau
sostiene que el gobierno que representa el bien común tiene que limitarse a ser
garante de la ley y, cosa más importante todavía, conseguir que se venere a
ésta. Nuestro filósofo considera que el gobernante debe evitar gobernar por la
violencia y, en cambio, tiene que hacerlo por la ley. Prefigura así la teoría
de la hegemonía. Obsérvese cómo presenta la cuestión en el siguiente pasaje:
“Como cualquier otro, el
imbécil sumiso sabe castigar los crímenes, mientras que el verdadero hombre
sabe prevenirlos; su respetable imperio se extiende más sobre las voluntades
que sobre las acciones. Si el hombre de estado lograse que todo el mundo
hiciese el bien, no tendría ya nada que hacer y la obra maestra de sus afanes
sería la de permanecer ocioso. Cierto no, al menos, que el mayor talento de los
jefes consiste en disfrazar su poder para hacerlo menos odioso y en conducir el
estado de forma tan apacible que parezca no tener necesidad de conductores.”
(p. 16-17).
La
dominación es eficaz en la medida en que no se presenta como tal; mejor dicho,
en la medida en que los dominados no la perciben como dominación, sino que se
la representan como el orden natural de las cosas. Rousseau lo expresa con
claridad:
“Si bueno es saber emplear a
los hombres tal como son, mejor aún es tornarlos tal y como se necesita que
sean. La autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior del
hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones. Cierto es
que, a la larga, los pueblos son como los hacen los gobiernos. (…) todo
príncipe que desprecie a sus súbditos se deshonra a sí mismo al mostrar que no
ha sido capaz de hacerlos estimables. Formad pues a hombres si queréis mandar a
los hombres y si pretendéis que las leyes sean obedecidas, haced leyes que puedan
ser amadas, de forma que para cumplir lo debido baste con pensar que debe
hacerse.” (p. 18-19).
La
violencia física es el último recurso de la dominación eficaz. Rousseau
prefigura el desarrollo de la hegemonía burguesa, cuyo elemento nodal consiste
en lograr que el interés particular de la burguesía sea interiorizado como el
interés propio de cada individuo, con independencia de la clase social a que
pertenezca éste. Una vez que es interiorizada, la obediencia a la dominación
deja de ser percibida como tal y pasa a ser considerada un deber.
Gobernar
es, pues, producir a los gobernados.
Los
Estados de la Europa de Rousseau hacían todo lo contrario a lo expuesto en el
párrafo anterior:
“Mas nuestros gobiernos
modernos, que creen haberlo hecho todo cuanto obtienen riqueza, ni capaces son
de imaginar que es preciso o posible llegar a tales metas.” (p. 19).
La
preocupación rousseauniana en formar ciudadanos expresa la nueva realidad de
una sociedad basada en la producción de mercancías y en la explotación de
trabajadores libres. Con una masa de ciudadanos compuesta por trabajadores
asalariados, es decir, ni esclavos ni siervos, las viejas formas de dominación
eran inútiles. Rousseau se adelanta al devenir del proceso histórico e indica
la necesidad de moldear a esos trabajadores, de hacerles aceptar gustosos una
libertad hecha a medida de la propiedad privada y la producción mercantil. No
obstante, el proyecto rousseauniano presenta profundas contradicciones. Ante
todo, porque Rousseau no acepta la acumulación de capital en la medida en que
acentúa las diferencias de riqueza entre capitalistas y trabajadores. Su
propuesta de limitar las fortunas lo lleva a proponer la conformación de un
Estado capaz de ejercer un control cada vez más poderoso sobre la sociedad y,
en definitiva, a acotar la libertad que dice promover. En definitiva, sus
contradicciones prefiguran las que se dan en el seno de una democracia
capitalista.
El
segundo apartado (pp. 19-33) desarrolla la segunda regla de la economía
pública: lograr que reine la virtud,
es decir, “la conformidad de la voluntad particular a la general” (p. 19-20).
Este
apartado puede ser considerado un corolario del anterior, pues la conformidad
VG-VP requiere de un laborioso proceso de educación de los ciudadanos por el
Estado. En este sentido,
“el mayor recurso de la
autoridad pública se encuentra en el corazón de los ciudadanos y que cuando se quiere mantener el gobierno nada
puede suplantar a las costumbres. Más que gentes de bien que sepan
administrar las leyes, hay, en el fondo, gentes honestas que saben
obedecerlas.” (p. 20; el resaltado es mío – AM-).
Un
“buen gobierno” (las comillas son mías) es aquél que sabe naturalizar la
dominación, aquél que logra que obedecer se vuelva costumbre. Si aceptamos
(cosa que Rousseau rechazaría) la imposibilidad de lograr la conformidad entre
VG y VP en las condiciones de una sociedad dividida en clases sociales, queda
el hecho innegable de que el capitalismo, basado en la explotación del trabajo
asalariado de trabajadores libres, requiere una dominación basada en la
costumbre y no en la fuerza.
Rousseau
fustiga a los “jefes” que gobiernan en pos de su interés particular. Pero lo
más importante del segundo apartado es la afirmación de la necesidad de la
educación pública, que enseñe a los ciudadanos a ser “buenos”. El núcleo de esa
educación no es novedoso: patriotismo.
“El amor a la patria es el
medio más eficaz, porque (…) el hombre es virtuoso cuando su voluntad
particular es en todo conforme a la voluntad general y quiere aquello que
quieren las gentes que él ama.” (p. 22-23).
Aquí
aparece una limitación del proyecto político rousseauniano, que no es otro que
el de la burguesía en su forma más radical, pues la conformidad entre VG y VP
jamás abarca a toda la Humanidad. Todo lo contrario, subsisten esas sociedades
particulares que son las naciones.
“Parece que el sentimiento
humano se evapora y debilita cuando se reparte por toda la Tierra, de modo que
nos afectan menos las calamidades de Tartaria o del Japón que las de un pueblo
europeo. En cierta forma, es preciso limitar y reducir el interés y la
conmiseración para poder activarlos. Ahora bien, como quera que esa tendencia
sólo beneficia a los que con nosotros conviven, es bueno que la humanidad
concentrada entre conciudadanos adquiera en ellos una fuerza renovada gracias
al hábito de verse y al interés común que los reúne. Verdad es que los mayores
prodigios de la virtud fueron realizados por amor a la patria.” (p. 23).
Según
lo expuesto, la “conformidad” entre VG y VP sólo puede plasmarse al interior
del espacio nacional. Por fuera de éste, impera el estado de naturaleza. [10]
No se trata de un planteo teórico. El surgimiento y consolidación de los
Estados nacionales estuvo acompañado por continuas guerras entre ellos, las
cuales eran cada vez más devastadoras habida cuenta el desarrollo de los medios
técnicos de la guerra y el incremento del número de efectivos de los ejércitos.
En su Discurso sobre el origen de la
desigualdad y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754),
Rousseau hizo una crítica lapidaria de la situación:
“Los cuerpos políticos, al
quedar de este modo en estado de naturaleza entre sí, se resintieron pronto de
los inconvenientes que habían forzado a los particulares a salir de él, y ese
estado se hizo aún más funesto entre esos grandes cuerpos de lo que antes lo
había sido entre los individuos de que estaban compuestos. De ahí salieron las
guerras nacionales, las batallas, los asesinatos, las represalias que hacen
estremecer a la naturaleza y chocan a la razón, y todos esos prejuicios
horribles que sitúan en el rango de las virtudes al honor de derramar la sangre
humana. Las personas más honestas aprendieron a contar entre sus deberes el de
degollar a sus semejantes; se vio finalmente a los hombres masacrarse a
millares sin saber por qué; y se cometían más asesinatos en un solo día de
combate y más horrores en la toma de una
sola ciudad de los que se habían cometido en estado de naturaleza durante siglos
enteros en toda la faz de la tierra. Tales son los primeros efectos que se
perciben de la división del género humano en diferentes sociedades.” [11]
La
afirmación del patriotismo tiene las consecuencias señaladas en el párrafo
anterior. A pesar de ello, Rousseau se ve obligado a postular la afirmación del
sentimiento patriótico como política de Estado, pues es el único remedio que
encuentra para impedir la disgregación de la “gran sociedad” en una multitud de
sociedades particulares. Además, la VG expresada por la “gran sociedad” no es
otra cosa que la voluntad de la sociedad particular más poderosa en el
capitalismo: la burguesía, dueña de los medios de producción. Es por ello que
la construcción de esa VG es, en definitiva, la conformación de la hegemonía
burguesa.
El
Estado debe, pues, desarrollar una educación pública cuyo eje sea el
patriotismo. Sin embargo, no basta con ello. La inculcación de una ideología es
un acto abstracto si esa ideología no se plasma en ciertas condiciones
materiales. Esto está expresado en el siguiente pasaje:
“¿Queremos que los pueblos sean
virtuosos?, empecemos pues por hacerles amar a la patria; pero ¿cómo podrán
amarla si para ellos la patria no representa algo distinto de lo que representa
para los extranjeros y ella sólo les da lo que nadie les puede negar? Sería aún
peor si el pueblo no pudiera gozar ni siquiera de la seguridad civil, quedando
sus bienes, su vida o su libertad a discreción de los poderosos sin que al
pueblo le fuera posible o permitido atreverse a reclamar las leyes. Sometido
así a los deberes propios del estado civil, privado incluso de los derechos del
estado de naturaleza, y sin poder defenderse por la fuerza, el pueblo se vería
reducido a la peor condición en la que un hombre libre puede verse y la palabra
patria sólo tendría para él un odioso
y ridículo sentido. “(p. 24-25)
La
educación en el patriotismo debe ir acompañada por la efectiva incorporación
del pueblo a la patria; en otras palabras, se requiere de un mínimo de
concesiones de la clase dominante para hacer patriotas a los trabajadores y
demás sectores populares. En este punto entra a jugar la economía pública, pues
ella debe arbitrar los medios para proveer a cada ciudadano del mínimo de
bienes y servicios necesarios para garantizar su “lealtad” a la patria:
“¿No consiste el compromiso del
cuerpo de la nación en proveer con el mismo cuidado a la conservación del
último de sus miembros y a la de todos los demás? ¿Y es menos causa común la
salud de un ciudadano que la de todo el estado? (…) si llegara a mis oídos que
se le permite al gobierno sacrificar a un inocente para salvar a la multitud,
tomaría esta máxima como una de las más execrables que jamás haya inventado la
tiranía, como la más falsa que proponerse pueda, como la más peligrosa que
pueda admitirse y como la más directamente opuesta a las leyes de la sociedad.”
(p. 25-26).
Desde
la perspectiva de Rousseau, la existencia de grandes diferencias sociales
genera voluntades particulares mucho más poderosas que la VG. Mejor dicho, la
VP de los dueños de la propiedad se convierte en VG y la “gran sociedad” se
mantiene unida sólo por la violencia:
“La ley de la que se abusa,
tanto sirve al poderoso de arma ofensiva como de escudo contra el débil, y el
pretexto del bien público es siempre el más peligroso azote del pueblo. (…) El
mayor mal está ya hecho cuando existen pobres que defender y ricos que
contener.” (p. 28).
A
diferencia de los liberales, para quienes la creación de condiciones que
permitan el desarrollo del egoísmo y el consiguiente enriquecimiento de los
individuos constituye el camino para asegurar el bienestar de toda la
comunidad, Rousseau entiende que la agudización de las diferencias sociales
pone en peligro la existencia misma de la “gran sociedad”. Por ello, deposita
en el Estado, expresión de la VG, la constitución de un orden social que lime
lo más posible las diferencias, sin suprimir la propiedad privada. Tanto la
agudeza de la crítica rousseauniana de las condiciones sociales propias de una
sociedad mercantil, como las limitaciones de su proyecto político, se
encuentran contenidas aquí. Del cruce de esa crítica y de esas limitaciones
surge un esbozo de teoría de la hegemonía que arroja luz sobre la dominación de
la burguesía. Desde ya que estoy forzando la interpretación, puesto que Rousseau
vivió en un contexto en el que la necesidad de la hegemonía estaba en ciernes.
Pero considero que resulta útil leer a los clásicos desde una perspectiva rabiosamente
política, anclada en las necesidades del presente. En todo caso, para quienes
estén interesados en establecer con la mayor fidelidad posible el pensamiento
de Rousseau sobre el tema a o el tema
b existe una multitud de trabajos disponibles.
Rousseau
define así las tareas del Estado:
“Así pues, uno de los más
importantes asuntos del gobierno consiste en prevenir la extrema desigualdad de
las fortunas, pero no incrementando los tesoros de los que los poseen, sino
impidiendo por todos los medios que los acumulen; tampoco construyendo hospitales
para pobres, sino preservando a los ciudadanos de caer en la pobreza.” (p.
28-29).
Como
indicamos más arriba, Rousseau se ubica en la vereda opuesta a la de la EP
clásica. Propone limitar la acumulación de capital para evitar la
profundización de la desigualdad social. Tarea imposible, pues no existe
capitalismo sin reproducción ampliada del capital, es decir, sin acumulación.
Tarea imposible, pues Rousseau no saca los pies del plato de la propiedad
privada, y el desarrollo de ésta exige la acumulación de capital. No es posible
mantener la riqueza privada en límites preestablecidos. Tarde o temprano salta
esos límites, pues su tendencia intrínseca es la búsqueda de ganancias y la
acumulación. La democracia radical propuesta por Rousseau se estrella contra
esta imposibilidad.
El
egoísmo promueve el individualismo, y éste último estimula la acumulación de
riqueza por los particulares. Rousseau hace intervenir en este punto a la
educación, cuya tarea (que va de la manco con la ya mencionada de promover el
patriotismo) consiste en disolver ese egoísmo [12]:
“La educación pública según
reglas dictadas por el gobierno y los magistrados nombrados por el soberano,
constituye, pues, una de las principales máximas del gobierno fundamental o
legítimo. Si los niños son educados en común según el principio de la igualdad,
se les inculcan las leyes del estado y las máximas de la voluntad general (…)
sin duda se amarán mutuamente como hermanos, jamás desearán otra cosa que lo que la sociedad desee” (p. 31-32;
el resaltado es mío – AM-).
La
democracia radical termina postulando el más rígido control de la voluntad de
los ciudadanos por el Estado. La VP no es otra cosa que una voluntad moldeada
por el Estado desde la primera infancia.
El
tercer apartado (pp. 34-56) está dedicado al estudio del modo en que pueden ser
satisfechas las necesidades públicas o, dicho de manera más precisa, la
subsistencia de los ciudadanos. Trata de la economía “en relación con la
administración de los bienes” (p. 34).
Desde
el punto de vista de esta ficha, cuyo eje es la noción de hegemonía, este
apartado presenta menos interés. Sin embargo, contiene algunas cuestiones
relevantes.
En
primer lugar, Rousseau enuncia que la propiedad privada es el núcleo del Estado
y, por ende, de la sociedad:
“El derecho de propiedad es el
más sagrado de todos los derechos de los ciudadanos, y es más importante, en ciertos aspectos, que la misma libertad. (…)
la propiedad es el verdadero garante de los compromisos de los ciudadanos.” (p.
34; el resaltado es mío – AM-).
La
dureza de la crítica de Rousseau a la propiedad privada [13] no resulta
obstáculo para que nuestro filósofo considere que esa propiedad es el pilar de
la sociedad. La democracia radical busca una estructura social basada en la
pequeña propiedad individual, en la que el Estado controla las diferencias de
riqueza e inculca el patriotismo a los ciudadanos mediante la educación
pública.
En
segundo lugar, sostiene que para proveer a las necesidades del Estado conviene
dotar a éste de tierras propias [14], para evitar cargar a los particulares con
impuestos.
En
tercer lugar, Rousseau piensa que el Estado debe cumplir un rol activo en
asegurar a los ciudadanos un mínimo de bienes.
“El verdadero secreto de las
finanzas y la fuente de la riqueza consiste en la distribución de los productos
agrícolas, del dinero y de las mercancías en una justa proporción y según el
tiempo y el lugar, siempre que los administradores sean capaces de altas
miras.” (p. 40).
Aquí
correspondería formular una comparación entre la perspectiva rousseauniana del
papel del Estado y la de los liberales (v. gr. Adam Smith). No disponemos de
tiempo para realizar dicha tarea. No
obstante, podemos afirmar que Rousseau es especialmente consciente del hecho de
que la economía mercantil genera egoísmo, y que éste profundiza las divisiones
sociales. De ahí su preocupación por limitar ese egoísmo.
El
Discurso sobre la Economía política
forma una unidad con el ya mencionado Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres y con Del contrato social. En conjunto, estas
obras proporcionan un panorama de la crítica de Rousseau a la economía
mercantil y al Estado absolutista, así como también dan cuenta de los límites
de la democracia radical rousseauniana.
Parque
Avellaneda, domingo 1 de diciembre de 2019
NOTAS:
[1]
Respeto la grafía adoptada por el traductor, en la que la palabra “Estado” es
escrita con minúscula. En mis comentarios la escribo con mayúscula.
[2]
“El cuerpo político, individualmente considerado, puede entenderse como un
cuerpo organizado, vivo y similar al del hombre. El poder soberano representa
la cabeza; las leyes y las costumbres son el cerebro, origen de los nervios y
sede del entendimiento, de la voluntad y de los sentidos, cuyos órganos son los
jueces y magistrados; el comercio, la industria y la agricultura son la boca y
el estómago que preparan la substancia común; las finanzas públicas son la
sangre de una sabia economía que, desempeñando las funciones del corazón,
distribuye por todo el cuerpo el alimento y la vida; los ciudadanos son el cuerpo
y los miembros que hacen que la máquina se mueva, viva y trabaje, de modo que
cualquier herida que ésta sufra en una de sus partes llevaría de inmediato una
impresión dolorosa al cerebro si es buena la salud del animal.” (p. 8-9).
[3]
Rousseau se refiere a la existencia de un “yo
común al todo, la sensibilidad recíproca y la correspondencia interna entre
todas las partes. Si cesa dicha comunidad, desaparece la unidad formal” (p. 9).
[4]
Me baso en la definición formulada por el sociólogo argentino Adrián Piva: “La
realización de la hegemonía burguesa sólo se alcanza (…) en la Forma del
Estado. Es en el Estado, en ese lento y dificultoso desarrollo de mecanismos
institucionales e ideológicos de canalización de las contradicciones sociales
donde, en una «sucesión de equilibrios inestables», se presenta a cada momento
el interés particular de la burguesía como interés general.” (Piva, A., Acumulación y hegemonía en la Argentina
menemista, Buenos Aires, Biblos, p. 69). Piva se propone recuperar una interpretación
del concepto según la cual la hegemonía es una forma histórica de la lucha de clases, una etapa de la dominación
burguesa caracterizada por la capacidad de la clase dominante de realizar
concesiones materiales a la clase trabajadora y, de ese modo, convertir su
interés particular de clase explotadora en el “interés general de toda la
sociedad”.
[6]
Rousseau describe el estado de naturaleza en la primera parte del Discurso sobre el origen y los fundamentos
de la desigualdad entre los hombres. Allí puede leerse: “veo un animal
menos fuerte que unos, menos ágil que otros, pero en conjunto organizado más
ventajosamente que cualquiera de todos ellos. Lo veo saciándose bajo un roble,
apagando su sed en el primer arroyo, encontrando su lecho al pie del mismo
árbol que le ha proporcionado su comida, y ya están sus necesidades
satisfechas.” (Rousseau, Discurso sobre
el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, incluido
en Rousseau, J.-J., Del Contrato social,
Madrid, Alianza, 2000, p. 236). Esta autosuficiencia de los primitivos SH hace
que no precisen luchar con sus congéneres.
[7]
Como tampoco plantea la eliminación de la propiedad privada, aunque es
plenamente consciente de los males provocados por ella. A modo de ejemplo,
transcribo el siguiente pasaje del ya mencionado Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres: “El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió
decir esto es mío y encontró personas
lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad
civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría
ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja,
hubiera gritado a sus semejantes: « ¡Guardaos de escuchar a este impostor!;
estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es
de nadie»” (Rousseau, op. cit., p. 276).
[8]
Es importante recordar al respecto la crítica de Rosa Luxemburgo al fetichismo
jurídico: “Ninguna ley obliga al proletariado a
someterse al yugo del capitalismo. La pobreza, la carencia de medios de
producción, obligan al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. Y no
hay ley en el mundo que le otorgue al proletariado los medios de producción
mientras permanezca en el marco de la sociedad burguesa, puesto que no son las
leyes sino el proceso económico los que han arrancado los medios de producción
de manos de los explotadores. Tampoco la explotación dentro del sistema de
trabajo asalariado se basa en leyes. (…) El fenómeno de la explotación
capitalista no se basa en una disposición legal sino en el hecho puramente
económico de que en esta explotación la fuerza de trabajo desempeña el rol de
una mercancía que posee, entre otras, la característica de producir valor:
que excede al valor que se consume bajo la forma de medios de
subsistencia para el que trabaja. En síntesis, las relaciones
fundamentales de la dominación de la clase capitalista no pueden transformarse
mediante la reforma legislativa, sobre la base de la sociedad capitalista,
porque estas relaciones no han sido introducidas por las leyes burguesas, ni
han recibido forma legal.” (Luxemburgo, R., Reforma o revolución, Buenos
Aires, Arte Gráfico Editorial Argentino, p. 92; el resaltado es mío – AM-).
[9] Hobbes, Th., Leviatán, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 137.
[10] Rousseau ya se había referido a
la misma cuestión en el primer apartado del artículo: “aunque la voluntad del
estado sea general para sus miembros, no lo es para los otros estados ni para
sus miembros respectivos; para éstos resulta ser una voluntad particular e
individual cuya regla de justicia deriva de la naturaleza, lo cual está también
comprendido en el principio antes expuesto, ya que en ese caso la gran ciudad
del mundo pasa a ser el cuerpo político cuya ley de naturaleza es siempre la
voluntad general, y cuyos estados y miembros particulares sólo son miembros
individuales.” (p. 10). Pero la naturaleza no posee ninguna espada para hacer
cumplir las leyes; en la práctica, cada Estado utiliza el poder que dispone para
garantizar su independencia y, eventualmente, someter a otros Estados.
[11] Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres, incluido en Rousseau, J.-J., Del
Contrato social, Madrid, Alianza, 2000, p. 295-296.
[12]
“Ese interés persona que aísla de tal modo a los particulares que el estado se
debilita ante su potencia y nada puede esperar de la buena voluntad de aquéllos.”
(p. 33).
[13]
Ver la nota 7.
[14]
Denomina dominio público a estas
tierras.