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lunes, 23 de noviembre de 2015

MACRI PRESIDENTE

Este artículo representa un primer intento de analizar los resultados del balotaje del 22 de noviembre. Por tanto, es sumamente esquemático y como todo esquema será destruido prolijamente a partir de estudios más profundos.

La victoria de Mauricio Macri en el balotaje marca el fin de la etapa histórica iniciada en diciembre de 2001 con las movilizaciones populares que dieron el golpe de gracia al gobierno de Fernando de la Rúa. Esas movilizaciones no pusieron en cuestión la dominación capitalista, pero fueron causa y efecto de la crisis del sistema político, cuya expresión más cruda fue el derrumbe de la UCR. Movilizaciones de piqueteros, sectores medios y estudiantes; asambleas; repudio generalizado hacia el neoliberalismo. El clima de comienzo de 2002 conspiraba contra la tarea primordial que debía encarar la burguesía argentina: la recomposición de la tasa de ganancia luego de la prolongada recesión iniciada en 1998. El peronismo tuvo a su cargo las dos tareas de la hora: a) construir un modelo de acumulación que permitiera salir de la recesión; b) reconstituir la dominación política de la burguesía. Duhalde dio el puntapié inicial para la resolución de ambas cuestiones, pero la enorme movilización luego del asesinato a manos de la policía de Kostecki y Santillán demostró su fracaso en la tarea de contener a los sectores populares. El kirchnerismo, entonces, fue el encargado de reconstituir el sistema político. Un dólar alto, bajos salarios, elevados precios de las commodities (la soja fue emblemática en todo el período), permitieron la profundización de un modelo económico puesto en marcha por el tándem Duhalde – Lavagna. El crecimiento de la economía a “tasas chinas” generó los recursos para que el Estado pudiera realizar concesiones a los trabajadores y demás sectores populares. El populismo de los Kirchner, tantas veces denostado por intelectuales de la derecha tradicional, no fue otra cosa que una herramienta en la tarea de la reconstruir el sistema político.

Es claro que ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández (ni, por supuesto, ninguna de las variantes del peronismo actual) se propusieron transformar la sociedad capitalista en otra cosa. El kirchernismo debe ser evaluado en función de los objetivos que se propuso realmente y no en base a las fantasías promovidas por numerosos intelectuales que se unieron a sus filas por convicción, por interés o por alguna combinación de ambas. Desde el punto de vista del capital, el kirchnerismo fue tremendamente eficaz, a punto tal que Cristina Fernández admitió que “los empresarios la levantaron con pala”. No se trata sólo de ganancias. El kirchnerismo obturó el desarrollo de cualquier forma de organización autónoma de los sectores populares a través de la cooptación, facilitada por la abundancia de recursos materiales gracias al crecimiento económico. Además, a partir de 2008 y el conflicto con la burguesía agraria, el kirchnerismo recibió el aporte de muchos militantes provenientes del progresismo y del viejo PC argentino. En este marco, el liderazgo autocrático de Cristina Fernández cumplió la función de unificar a sectores heterogéneos, al precio de cortar cualquier atisbo de autocrítica o de pensamiento propio.

El kirchnerismo entró en declive con el estancamiento de la economía, iniciado a partir de 2011. La escasez de dólares y la implantación del cepo cambiario fueron la expresión y no la causa del estancamiento. La manifestación más aguda del mismo fue la caída de la tasa de inversión. Como es sabido, una economía capitalista no puede sostenerse en el largo plazo con bajos niveles de inversión. La derrota electoral en la provincia de Buenos Aires a manos de Sergio Massa (2013) y la imposibilidad de seguir adelante con el proyecto de re-reelección de Cristina marcaron los límites del proyecto político kirchnerista. En 2013 quedó claro que la burguesía buscaba una salida al problema del estancamiento de la economía. Como siempre, se trataba de recomponer la tasa de ganancia. Para ello era preciso elevar los niveles de inversión a través de una ofensiva sobre los trabajadores. El kirchnerismo dio pasos en esa dirección (devaluación, negociaciones con el Club de París, acuerdo con la petrolera Chevron, etc.), pero nunca pudo terminar de articular una política coherente, en parte por la dirección política de Cristina (orientado mucho más a la preservación de su propia influencia política que a la elaboración de un programa de salida del estancamiento económico), en parte porque el kirchnerismo aparecía ligado para la burguesía a las concesiones realizadas a los sectores populares.

Aquí corresponde hablar de Mauricio Macri y al PRO. Su personalidad no es brillante, todo lo contrario, pero ese rasgo jugó a su favor: en su ascenso político jugó un papel no menor la subestimación de sus cualidades por sus adversarios. El macrismo fue producto, en buena medida, del éxito del kirchnerismo en la consolidación de la burguesía. El crecimiento económico fortaleció a los sectores medios en lo material y en lo ideológico; a despecho del “relato”, el kirchnerismo promovió el individualismo (¿alguien recuerda el énfasis puesto en el “emprendedorismo”?). Macri se propuso construir un partido de derecha que tuviera un formato moderno y que fuera capaz de construir mayorías; en este sentido, su éxito fue indudable. Desde su constitución, el PRO no perdió ninguna elección en la ciudad de Buenos Aires y relativamente rápido pudo saltar los límites de la ciudad y expandirse en varias provincias. En lo ideológico, lo novedoso del PRO no es tanto su formato sino como el desparpajo con el que exhibe su credo liberal. En este sentido, el éxito electoral del PRO mostraba que el período iniciado en 2001 estaba en vías de agotarse.

El ascenso de Macri y del PRO estuvo signado de altibajos. Sin embargo, y aunque es fácil escribir con el diario del lunes a la vista, Macri fue quien jugó más fuerte durante 2014 y 2015, tomando varias decisiones arriesgadas para su espacio (por ejemplo, la decisión de que Rodríguez Larreta y Michetti compitieran en las PASO) y expresando del modo más duro y coherente el programa económico de la burguesía para salir del estancamiento. Si bien en su ascenso colaboró varias veces la “fortuna” (la contingencia), su triunfo en el balotaje no es fruto de la casualidad. A contramano de su personalidad, Macri encarna una burguesía segura de sí misma, que no esconde su programa económico (dejo de lado, por supuesto, los requerimientos tácticos de la campaña electoral) y que ha sido capaz, por primera vez en su historia, de constituir un partido político propio y exitoso.

Por primera vez en la historia argentina, la burguesía accedió a la presidencia por la vía electoral y sin contar con la mediación de peronistas o radicales. Esto es una novedad fundamental. Es cierto que la alianza Cambiemos es más que el PRO y que ella incluye a radicales y peronistas. Pero esto no debe hacernos perder de vista que la dirección de la alianza está claramente en manos de Macri y el PRO. Por supuesto, la construcción del partido político de la burguesía no está completa ni mucho menos. El período que se abre a partir del 10 de diciembre dará cuenta de la capacidad del PRO para consolidarse en ese rol. Pero nada de esto debe llevarnos a cometer el error de subestimar a Macri y al PRO como hizo el kirchnerismo. El marxismo está obligado a luchar sin ilusiones, y para ello es imprescindible conocer correctamente al enemigo.

El éxito de Macri expresa, además, la hegemonía ideológica de la burguesía. Que una propuesta política defensora del liberalismo económico haya podido imponerse en elecciones no es poca cosa. La izquierda revolucionaria está obligada a tomar nota del hecho y emprender la tarea de explicarlo. Recurrir a los clichés y a las frases hechas no sirve para nada. Nos guste o no, estamos frente a un nuevo panorama político y para luchar con eficacia es preciso comprender en qué consiste la novedad.



Villa del Parque, lunes 23 de noviembre de 2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

VOTO EN BLANCO: UNA DEFENSA

El autor de estas líneas promueve, junto a un grupo de compañeros, el voto en blanco en el balotaje del próximo 22 de noviembre. Las razones para asumir esta posición ya han sido explicadas en otro lugar, así que resulta innecesario fatigar al lector con repeticiones. El voto en blanco es una herramienta política como cualquier otra; sin ir más lejos, el peronismo usó largamente de ella durante los años en que estuvo proscripto. Sin embargo, en la coyuntura actual, quienes defendemos dicha herramienta hemos sido blanco de múltiples acusaciones por parte de los partidarios del kirchnerismo (por lo visto, al macrismo le interesamos bien poco). A esta altura del partido (faltan dos días para la elección) es inútil pretender modificar la decisión del voto en el balotaje; quién más, quién menos, todos hemos tomado una resolución al respecto. No obstante, puede resultar provechoso emprender la tarea de poner en discusión algunos de los argumentos esgrimidos contra quienes proponemos el voto en blanco.

Argumento 1: El voto en blanco implica negarse a tomar partido; por tanto, es un acto de indiferencia o cobardía.

La refutación de este argumento es sencilla. Como indicamos arriba, el voto en blanco es una herramienta más en el arsenal de opciones de una fuerza política (ya hemos señalado el ejemplo del peronismo). Votar en blanco es visceralmente diferente a la indiferencia; por el contrario, se trata de un rechazo pleno a las opciones existentes. Pero el autor es marxista y está en obligación de decir algo que vaya más allá de las justificaciones morales (el marxismo no es una crítica moral de lo existente).

Nuestra sociedad es capitalista, es decir, una parte de la población es propietaria de los medios de producción y, por tanto, tiene poder sobre aquellos que carecen de dichos medios. Los no propietarios venden su fuerza de trabajo en el mercado y se convierten en asalariados. A diferencia de otras formas de organización social, los trabajadores asalariados son libres en términos jurídicos. En el plano político son ciudadanos, esto es, participan en la elección de los gobernantes (democracia burguesa). Pero los propietarios de los medios de producción no se suicidan: la democracia burguesa es posible porque cierra todos los caminos a la posibilidad de que los trabajadores puedan ejercer efectivamente el poder. La democracia burguesa tiene la función social de legitimar políticamente la desigualdad. Para ello, debe lograr que la masa de los trabajadores crea que existen ofertas diferentes en el mercado político. Dicho de otro modo, ningún partido puede poner en discusión la propiedad privada en la que se funda el poder de la clase capitalista; al interior de ese límite bien definido, los partidos confrontan entre sí y se presentan como antagonistas. En rigor, en la competencia electoral no existen verdaderas opciones, sino matices dentro de la aceptación de las reglas de juego que impone el capital. En la democracia burguesa, la autonomía de los trabajadores no puede ser opción en el menú electoral, pues significaría el cuestionamiento a la propiedad, base de todo el sistema político y social capitalista. Para un marxista, la participación en las elecciones tiene sentido en la medida en que sirva para la educación política de la clase trabajadora. Este es el criterio para examinar la oportunidad del voto en blanco en la presente coyuntura.

Para el marxismo, el argumento que equipara el voto en blanco con la indiferencia política es inválido, pues su aceptación supone postular que en la democracia burguesa existen realmente opciones diferentes. En las condiciones actuales la clase trabajadora padece las consecuencias de las derrotas sufridas en las décadas anteriores. Uno de los indicadores de la debilidad de la clase obrera es la ausencia de independencia política de la misma (salvo, por supuesto, contadas excepciones). Todo lo que se haga para promover esa independencia es poco, pues es la condición de posibilidad de cualquier desarrollo posterior. En este sentido, el voto a Scioli (o a Macri) no contribuiría a la educación de la clase; al contrario, reforzaría más su sometimiento político e ideológico a la burguesía.

En síntesis, proponer el voto en blanco es una apuesta por la independencia política de la clase obrera. No hay que decir que hacer esto implica una profunda toma de posición, a despecho del argumento que estamos discutiendo.

Argumento 2: El balotaje del 22 de noviembre es una confrontación entre dos modelos de país; el voto en blanco significa, por omisión, apoyar la posición de la derecha (Macri).

Ya hemos indicado que la democracia burguesa funciona obturando el desarrollo de cualquier cuestionamiento a la propiedad privada de los medios de producción; en esto reside precisamente su eficacia como instrumento de legitimación del capitalismo. Pero este punto de vista es sumamente abstracto y requiere ser complementado con un examen de la coyuntura política concreta.

La economía argentina se encuentra estancada desde hace cuatro años. El estancamiento significa que la economía no crece y esto perjudica las ganancias de los capitalistas. Esta situación es causa (y efecto) de la caída de la inversión. Como es sabido, en una economía capitalista la inversión es realizada por los empresarios (para no complicar las cosas, dejo de lado la inversión estatal. Basta decir que el Estado no gira en el vacío, sino que es una herramienta de los capitalistas). Los empresarios invierten en la medida en que tienen perspectivas de ganancia. La retracción de los empresarios afecta al Estado, quien dispone de menos recursos para sus gastos. Por ello, en la situación actual y siempre desde el punto de vista de los capitalistas, es fundamental implementar un programa político que cree las condiciones para la inversión. Hacer esto requiere avanzar sobre los ingresos y las condiciones laborales de los trabajadores. En el mundo real, incrementar la inversión es sinónimo de aumento de la explotación, ya sea a través de una devaluación, de la flexibilización, de la tercerización, del aumento de la productividad, etc., o de una combinación de todas ellas. Con la excepción del FIT, todas las fuerzas políticas que participaron en la elección presidencial del 25 de octubre pasado comparten este diagnóstico. Más claro, el 25 de octubre no había opciones diferentes, sino matices dentro de una misma opción. La situación no ha cambiado en el balotaje, sino que se agudizó el achicamiento de los matices dentro de la misma opción. Desde esta perspectiva, es imposible convertir las diferencias entre Macri y Scioli en una confrontación entre dos modelos de país.

El ganador del balotaje del 22 de noviembre es el programa de reactivación económica promovido por la burguesía. No es exagerado afirmar que la confrontación entre Macri y Scioli es anecdótica. Una economía capitalista no puede sostenerse largo tiempo en una situación de estancamiento; el motor del capitalismo es la ganancia de los empresarios y el Estado está obligado a generar las condiciones para que esta se recupere. No es aventurado afirmar que si Cristina Fernández continuara su mandato en 2016 llevaría adelante una política económica semejante a la de Macri o Scioli; en situaciones de estancamiento o crisis, el margen para los matices se achica.

El argumento que postula la existencia de dos modelos se apoya, además, en una determinada forma de pensar el Estado, la cual cobró desarrollo durante la década kirchnerista. Según la misma, el Estado representa el interés de los sectores populares y su intervención en la economía permite recortar el margen de acción del mercado. Scioli (con todos sus defectos) representa la continuidad de esta manera de concebir el Estado; en cambio, Macri (con todos sus defectos) significa el advenimiento de una concepción del Estado mínimo, emparentado con el neoliberalismo de la década del ’90. Pero el Estado no gira en el vacío; forma parte de inseparable de una determinada estructura de la sociedad. En una economía capitalista, el Estado tiene que facilitar la reproducción de las relaciones capitalistas. El kirchnerismo, que se jactó de haber instalado la primacía de la política sobre la economía, funcionó en la medida en que “los empresarios la levantaron con pala” (Cristina Fernández). Cuando la economía se estancó, comenzaron los problemas.

Plantear que existe una confrontación entre dos modelos de país sin tomar en cuenta la situación de estancamiento de la economía significa sostener la idea de que los políticos (Macri o Scioli) tienen un margen de acción amplio. Pero dicho en criollo, billetera mata galán. Les guste o no, el estancamiento determina las condiciones de la acción política.

Los marxistas planteamos la necesidad de construir una alternativa, consistente en la organización autónoma de la clase obrera. ¿Qué estamos a años luz de esto? Por supuesto, negar nuestra situación de derrota es suicida. El voto en blanco no es un triunfo; tampoco nos espera una cadena de victorias obreras cuando se implemente el ajuste. Pero del marasmo no se sale votando a Scioli. En política, como en la vida, las ilusiones son malas consejeras. Es preferible comenzar por asumir la realidad tal cual es. Sólo así es posible transformarla.



Villa del Parque, viernes 20 de noviembre de 2015

jueves, 19 de noviembre de 2015

BALOTAJE Y VOTO EN BLANCO: LAS ILUSIONES DE ATILIO BORÓN

Atilio Borón dedicó tres artículos en su blog a las elecciones presidenciales del pasado 25 de octubre (1).  Su preocupación principal no es tanto el análisis de los resultados como polemizar con la izquierda que llama a votar en blanco en el balotaje del 22 de noviembre. El núcleo de su argumento consiste en la afirmación de que el triunfo de Macri representaría una victoria decisiva del imperialismo, que pondría en jaque a los gobiernos “progresistas” y de “izquierda” de la región. Según Borón, Macri es un peón del imperialismo norteamericano. En cambio, Daniel Scioli, condicionado por su base electoral (remarca el apoyo a su candidatura de organizaciones sociales y movimientos populares), no podría llevar adelante la política exigida por el Imperio. Por esto, votar en blanco significa un acto de “irresponsabilidad política”  que favorece a la derecha.

La posición de Borón no es novedosa ni original. No obstante, sus artículos son una buena excusa para discutir algunas cuestiones fundamentales para la izquierda revolucionaria.

En primer lugar, Borón hace de la lucha contra el imperialismo la tarea principal de la izquierda en América Latina. Por ello, en los tres artículos no se encuentra una sola referencia a la lucha de clases entre capital y trabajo. La explotación de los trabajadores, cuya expresión concreta es la apropiación por el capitalista del trabajo no pagado (plusvalor), no merece la atención de nuestro “marxista latinoamericano”, quien prefiere orientar su mirada a la “alta política”, plasmada en la confrontación con el “imperio” norteamericano. El efecto principal de la concepción de Borón sobre el imperialismo es paradójico. Puesto que el enemigo primordial es el Imperio (hay que decir que reduce la cuestión del imperialismo a la influencia de los EE.UU. sobre la región), es preciso apoyar a los gobiernos latinoamericanos que “enfrentan” los intentos hegemónicos del gobierno norteamericano. O sea, hay que aliarse con las burguesías que manifiestan alguna voluntad de enfrentar al imperialismo. Como estas burguesías viven de la explotación de los trabajadores, es preciso silenciar toda referencia al conflicto entre empresarios y trabajadores para mantener la alianza contra el Imperio. Por eso carece de importancia que muchas de estas burguesías hayan mantenido la legislación laboral heredada del neoliberalismo que promueve la flexibilización, la tercerización y la precarización de los trabajadores, permitiendo así que las empresas del Imperio puedan radicarse en la región para aprovechar la perspectiva de grandes ganancias.

Ahora bien, la conformación de una alianza estratégica con la burguesía en pos de enfrentar al Imperio tiene un precio elevado para la izquierda. En términos generales, es contraproducente apoyar tal o cual huelga porque podría erosionar las bases de dicha alianza. Es cierto que de seguir a rajatabla esta política propuesta por Borón, la izquierda perdería toda base de sustentación (allí donde la tuviera) en el movimiento obrero. Pero esto es un problema menor para nuestro marxista, quien considera irrelevante en la práctica al conflicto de los trabajadores con la burguesía (así sea este de carácter meramente económico).  En términos de coyuntura política, el planteo de Borón va dirigido a proponer el voto a Daniel Scioli en el balotaje del 22 de noviembre. Al hacer esto, invita a la izquierda al suicidio político.

Para justificar esta última apreciación es conveniente traer a colación las palabras del mismo Borón. Así, en el artículo “El imperio necesita que gane Macri”, puede leerse el siguiente pasaje: “Los sectores más concentrados del capital extranjero también lo apoyan [se refiere a Macri], si bien estos, al igual que los anteriores, hicieron muy buenos negocios durante los años del kirchnerismo.” (El resaltado es mío – AM-). No hacen falta muchas palabras para marcar lo disparatado de la posición de Borón. Los “sectores más concentrados del capital extranjero” (pertenecientes al Imperio) obtuvieron enormes ganancias durante el kirchnerismo (la fuerza política a la que responde Scioli). Perón dijo alguna vez que “el bolsillo era la víscera más sensible”; de ser así, los capitalistas extranjeros no sintieron ningún dolor particular durante el kirchnerismo. Es verdad que el gobierno argentino se opuso al ALCA, pero esto no tuvo en la contabilidad de las empresas del Imperio. De manera que Borón nos convoca a apoyar al candidato de un gobierno que ha promovido que el capital extranjero obtenga grandes beneficios para evitar que triunfe Macri, el candidato que promete que el capital extranjero obtendrá grandes beneficios. Parafraseando a Goya, el abandono de la lucha de clases engendra monstruos.
En segundo lugar, al dejar de lado la lucha entre capital y trabajo, Borón sostiene implícitamente que el horizonte político e ideológico de la izquierda es el capitalismo. El reconocimiento de que la clase obrera tiene intereses diferentes a los de la burguesía, que el poder de esta última se basa en la explotación de la primera,  y que el antagonismo entre ambas clases es irreconciliable, constituye el ABC de la izquierda revolucionaria. Si se dejan de lado estas cuestiones (y Borón hace esto al postular que el antagonismo principal es la lucha contra el Imperio), ¿qué significado político tiene la izquierda? Ante todo, ser la pata reformista (o “progresista”) de la burguesía en alguno de los armados políticos de ésta. La izquierda no debe proponerse confrontar con el capital, sino que tiene que apoyar a la burguesía en su lucha contra el Imperio. Este es el núcleo de la sabiduría de Borón. Y lo expresa claramente en el artículo mencionado: “Scioli, con las contradicciones que representa su heterogénea fuerza social, abre una pequeña ventana de oportunidades para el accionar de la izquierda. Con Macri esa ventana estará herméticamente sellada.” No podemos ni siquiera pensar en combatir al capitalismo, pero si estamos en condiciones de luchar por alguna reforma (siempre y cuando no toque la relación capital – trabajo) dentro de los límites del capitalismo. A esto se reduce todo.

Como consecuencia de lo anterior, la izquierda queda condenada a ser eternamente el furgón de cola de la burguesía. En sus artículos, Borón plantea la necesidad de construir una izquierda diferente. Pero no dice una palabra acerca de cuál es el camino para emprender esta construcción; por el contrario, dedica largos párrafos a criticar al trotskismo por no entender que votar en blanco es estar a favor del imperialismo. ¿Es posible construir una izquierda revolucionaria apoyando a un candidato de la burguesía contra otro candidato de la burguesía? Borón argumenta que es preciso tener en cuenta las diferencias entre Macri y Scioli, sobre todo en lo que hace a la base social de uno y otro. Borón escribe lo siguiente: “Su candidatura [la de Scioli] ha sido respaldada por los sectores empresariales menos concentrados, las pymes, sectores medios vagamente identificados con el “progresismo”, una multiplicidad de organizaciones y movimientos sociales –inconexos y heterogéneos pero aún así arraigadas en el suelo popular- y estos apoyos hacen que suscite una cierta desconfianza de los poderes mediáticos y el bloque capitalista dominante porque es obvio que no podrá gobernar sin atender a los reclamos de su base social.”

Ahora bien, si algo precisa la clase obrera en esta coyuntura es abandonar las ilusiones en la existencia de soluciones mágicas para los problemas cotidianos.  Borón nos propone confiar en que la base social de Scioli evitará que lleve adelante el ajuste o reprima al movimiento obrero; con esto, vuelve a darse de lleno contra el principio de realidad. Néstor Kirchner y Cristina Fernández tuvieron una base social semejante a la de Scioli, y durante ambos gobiernos los empresarios la “levantaron con pala”, el capital extranjero obtuvo enormes ganancias, las protestas sociales fueron reprimidas (en muchos casos apelando a la tercerización, a través de “barras bravas” de clubes de fútbol) y se mantuvo la legislación laboral heredada del neoliberalismo. Además, ¿acaso la base social de Macri es tan diferente? Más claro, si Macri pudo crecer tanto en términos electorales es porque una parte importante de los trabajadores y demás sectores populares lo votaron en las elecciones del 25 de octubre pasado. En vez de analizar la realidad, Borón se deja llevar por sus ilusiones. Al hacer esto muestra que ha abandonado completamente el método de análisis marxista (no entro a discutir aquí si alguna vez lo aplicó). En vez de machacar con el Imperio, Borón debería haber comenzado por explicar cuál es la situación actual de la acumulación capitalista en Argentina, partiendo del hecho de que la economía se halla estancada desde hace cuatro años. Sólo a partir de esta constatación es posible examinar de manera concreta la cuestión del balotaje. Al adoptar el enfoque marxista, pierden importancia cuestiones tales como “el mal menor” o la “diferente base social” y cobra significación primordial el problema de cuáles son las tareas que debe encarar la burguesía para relanzar la acumulación capitalista. Curiosamente, el “marxista” Borón ignora olímpicamente la cuestión.

Por último, la propuesta de votar por el “mal menor” (la candidatura de Scioli) va en contra de la construcción de la autonomía política de la clase obrera. Para decirlo con todas las letras, la izquierda revolucionaria en Argentina se encuentra en una situación muy difícil. A modo de ejemplo, los resultados electorales del FIT dan la pauta de lo escaso de su influencia política. Frente a esto, Borón nos propone seguir a un candidato como Scioli argumentando que tal vez su base social le impida seguir una política de ajuste. Si esto es lo máximo a lo que podemos aspirar, lo mejor es bajar la persiana y dedicarnos a otra cosa. Este no puede ser el camino. Construir una izquierda revolucionaria exige, cuanto menos, responsabilidad política. Y el primer paso es retomar el principio de realidad en el análisis de la coyuntura política, remarcando en todo momento la necesidad de la autonomía de la clase obrera frente a la burguesía.


Villa del Parque, jueves 19 de noviembre de 2015


NOTAS:

Los artículos en cuestión son: “Un balotaje crucial para América Latina” (viernes 29 de octubre); “Argentina: El voto en blanco es un voto por el imperialismo” (lunes 9 de noviembre); “El Imperio necesita que gane Macri” (jueves 12 de noviembre).