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martes, 12 de julio de 2022

ARGUMENTOS HOBBESIANOS PARA AMAR AL LEVIATÁN O, POR LO MENOS, JUSTIFICAR SU EXISTENCIA

 

Coloso, pintura atribuida a Francisco de Goya


 "Si pudiéramos imaginar una gran multitud de individuos, 

concordes con la observancia de la justicia y de otras leyes de naturaleza, 

pero sin un poder común para mantenerlos a raya, 

podríamos suponer igualmente que todo el género humano hiciera lo mismo, 

y entonces no existiría ni sería preciso que existiera ningún gobierno civil 

o Estado, en absoluto, porque la paz existiría sin sujeción alguna."

Thomas Hobbes


En el Leviatán, la obra maestra del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), se encuentran algunos capítulos especialmente importantes desde el punto de vista de la ciencia de la sociedad. Ellos son el XIII, donde se describen las características del estado de naturaleza, el cual precede a la vida en sociedad, y el XVII, en el que se presentan las causas de la creación del Estado, así como la manera en que esa creación se lleva a cabo. Ambos capítulos, que por sí solos justifican la inclusión de Hobbes en cualquier antología del pensamiento político, ya fueron reseñados y comentados en este blog. Pero el trabajo quedaría incompleto si no procedemos a examinar el capítulo XVIII, que da un cierre al tema de la cuestión del surgimiento del Estado abordada en el capítulo que lo precede en la obra.

Antes de empezar es preciso contentar a los amantes de las noticias bibliográficas. Todas las citas del Leviatán fueron tomadas de la siguiente edición: Hobbes, T. (1998). [1°edición: 1651]: Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica. 618 p. (Sección de Obras de Política y Derecho). Traducción de Manuel Sánchez Sarto.


Cumplidas las formalidades, ya podemos comenzar con el análisis del capítulo XVIII, cuyo título es “De los Derechos de los Soberanos por Institución”. [1]

Hobbes inauguró una corriente de pensamiento político conocida como contractualismo, cuya característica definitoria consiste en postular un estado presocial (el famoso estado de naturaleza), del que se sale mediante la realización de un pacto o contrato (de ahí el nombre de la corriente). A Hobbes no le importa si existió históricamente el estado de naturaleza, pues éste es más que nada un recurso lógico, que permite a nuestro autor modelar los rasgos del Estado. Para ser precisos, hay que decir que en la base de la argumentación hobbesiana se encuentra la noción de naturaleza humana. O sea, la serie argumental es la siguiente: naturaleza (o esencia) humana - estado de naturaleza - contrato o pacto - Leviatán (Estado). En entradas anteriores ya desarrollamos los primeros tres puntos de la serie argumental y, además, indicamos que la nota característica del Estado es el recurso al terror para lograr la paz. Nuestro filósofo no es afecto a lo políticamente correcto y prefiere mostrarnos la desnudez del Estado.

La necesidad del Estado se deriva de la situación de guerra de todos contra todos, propia del estado de naturaleza. El mismo egoísmo que provoca la confrontación entre los seres humanos propone el remedio para superarla: surge así en cada individuo la decisión de ceder a un tercero su derecho al autogobierno. De este modo cobra vida el Leviatán, cuya potencia inflige terror a las personas y las convence de respetar las reglas que impone.

Ahora bien, el Estado utiliza el terror para imponer la paz. Con ese objetivo concentra el poder para someter a los súbditos. Por ende, existe una asimetría brutal entre el poder estatal y el poder de los ciudadanos; simplemente no hay equivalencia entre uno y otro. Pero el gran poder del Estado tiene su contracara; los súbditos pueden considerar que la asimetría mencionada les proporciona más desventajas que utilidades. 

A primera vista, salir de la guerra de todos contra todos para pasar a la opresión estatal no parece ser un buen negocio.

Hobbes resuelve el problema mediante dos argumentos. El primero involucra la cuestión de la representación y es desarrollado al comienzo del capítulo. El segundo consiste en la comparación de la vida de las personas en estado de naturaleza y la vida bajo el poder del Leviatán, y se encuentra al final del capítulo. Dado que el segundo argumento remite a los fines del Estado y que, por tanto, toca la raíz de la cuestión, es preciso comenzar por éste a los fines de la claridad de la exposición, a pesar de que proceder así implica invertir la estructura del capítulo.

Como es su costumbre, Hobbes va al hueso:

“Puede objetarse aquí que la condición de los súbditos es muy miserable, puesto que están sujetos a los caprichos y otras irregulares pasiones de aquel o aquellos cuyas manos tienen tan ilimitado poder.” (p. 150)

La objeción es plausible dada la asimetría de poder entre el Leviatán y los súbditos. Y es todavía más pertinente si se acepta la concepción hobbesiana de la naturaleza humana: los seres humanos son egoístas por naturaleza y luchan entre sí por tres motivos, a saber, competencia, desconfianza, gloria. [2] Pues, si cada individuo procura someter a los demás, ¿qué no haría uno - o varios de ellos - colocado en una posición de poder? 

Parece ser que hemos salido del terror de la guerra de todos contra todos para sumergirnos en el terror del despotismo estatal.

Hobbes responde al problema de la asimetría Estado-súbdito mediante otra asimetría: el terror de la guerra de todos contra todos frente al terror estatal. El primero es la peor situación imaginable para los seres humanos, pues “existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve” (p. 103). En el estado de naturaleza impera “esa disoluta condición de los hombres desenfrenados, sin sujeción a leyes y a un poder coercitivo que trabe sus manos, apartándoles de la rapiña y de la venganza” (p. 150). Ese estado puede compararse a “la miseria y calamidades que acompañan a una guerra civil” (p. 150). 

Todos estos horrores son consecuencia de la ausencia de un “poder coercitivo” que ponga freno a la acción de las pasiones propias de la naturaleza humana.

Nuestro filósofo es taxativo:

“Las leyes de naturaleza (...) [en suma, la ley que dice haz a los otros lo que quieras que otros hagan para tí] son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.” (p. 137)

Por todo esto, el terror de la guerra de todos contra todos es inconmensurable. En consecuencia, el terror que impone el Leviatán es necesario, pues sin la existencia de un poder coercitivo la vida humana no es otra cosa que miedo e incertidumbre. 

El poder estatal provoca “incomodidades” a las personas, pero son insignificantes frente a los efectos de la guerra de todos contra todos. Este es, palabras más palabras menos, el argumento hobbesiano.

La historia nos enseña las atrocidades cometidas por los Estados. Está fuera de discusión la inigualable capacidad estatal para infligir daño y provocar sufrimiento. Pero Hobbes nos propone ampliar la perspectiva e indagar las causas de la existencia del Estado, pues el Leviatán existe con independencia de lo que pensemos de él. Su razonamiento es sencillo, pero apunta al núcleo de la cuestión: la necesidad de reglas para vivir en sociedad y, derivada de ella, la necesidad de un poder que haga cumplir esas reglas.

Tal como se indicó más arriba, Hobbes desarrolla otro argumento para resolver el problema de la justificación del Estado. Según esta otra argumentación, el Leviatán es instituido por la voluntad de cada uno de los individuos, expresada en el pacto. No es una imposición; su institución expresa la autonomía del individuo. Si bien Hobbes apenas menciona al pueblo (algo lógico, puesto que su postura es individualista metodológica), puede afirmarse que el Leviatán surge de la voluntad popular (entendida aquí como la agregación de cada uno de los individuos que firma el pacto). [3] Por ende, cada una de las leyes establecidas por el Estado debe ser considerada como la expresión de la voluntad de cada individuo pactante.

“Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra [de la creación del Leviatán], debe autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que si fueran suyos propios, al objeto de vivir apaciblemente entre sí y de ser protegidos contra otros hombres.” (p. 142)

El terror de que se sirve el Estado para imponer la paz es, por tanto, la manifestación de las voluntades de los individuos. Esta es una diferencia radical respecto a la situación del estado de naturaleza.

Hobbes profundiza el camino abierto por Maquiavelo (1469-1527) en El príncipe [4]. El pueblo es la fuente de la soberanía; el Leviatán es la representación del pueblo. Por esto el terror estatal expresa la voluntad del pueblo de poner fin a la guerra de todos contra todos.

Los dos argumentos que acabamos de exponer le sirven a Hobbes para justificar la necesidad del Estado. Ellos no agotan la variedad de temas desarrollados en el capítulo XVIII, pues allí se abordan dos cuestiones más: i) la soberanía y la representación; ii) los derechos y atributos del Estado. Pero aquí termina la ficha. Ya habrá oportunidad para tratar ambas cuestiones.

 

Villa del Parque, martes 12 de julio de 2022


NOTAS

[1] Se encuentra en pp. 142-150 de la edición mencionada.

[2] Hobbes escribió en el capítulo XIII: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102).

[3] El pasaje clave es el siguiente: “De esta institución de un Estado derivan todos los derechos y facultades de aquel o de aquellos a quienes se confiere el poder soberano por el consentimiento del pueblo reunido.” (p. 142)

[4] Ver al respecto el capítulo 9 de El príncipe.



jueves, 26 de mayo de 2022

EL TERROR PARA LA PAZ: HOBBES Y EL ESTADO MODERNO

Bombardeo del barrio El Chorrillo, Panamá, 1989. 


 “Por el terror que inspira es capaz de conformar 

las voluntades de todos ellos para la paz.”

Thomas Hobbes


Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y Thomas Hobbes (1588-1679) son los dos grandes teóricos del Estado moderno. Ambos ponen el acento en el papel de la violencia y en la importancia de contar con el apoyo del pueblo. Estas cuestiones dos, monopolio de la violencia y el pueblo como fuente de legitimidad, son temas centrales de la teoría del Estado.

Hobbes aborda el surgimiento del Estado en el capítulo XVII del Leviatán (1651). En rigor, este capítulo es la continuidad del capítulo XIII, donde analiza las características del estado de naturaleza. Por eso es recomendable leerlos juntos, pues de lo contrario se escapa una parte importante de la argumentación.

El filósofo inglés afirma que existe un estadio pre-social en la evolución de la humanidad, el ya mencionado estado de naturaleza. Éste se caracteriza por la guerra de todos contra todos, ocasionada por las tendencias egoístas de la naturaleza humana, que hacen que las personas luchen por poseer las mismas cosas. En esa guerra nadie saca ventaja y no existen ni propiedad, ni justicia, ni moral.

La condición de los seres humanos en el estado de naturaleza le sirve a Hobbes para plantear la necesidad de un poder que ponga fin a la guerra de todos contra todos. Si se deja a las personas libradas a su arbitrio, “sin un poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo” (p. 137), el resultado es la guerra. 

La naturaleza humana es tal que precisamos de un poder que ponga freno a nuestras “pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y a cosas semejantes” (p. 137). Hobbes concluye que “los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno” (p. 137).

La vida humana es inconcebible sin un poder común que utilice la fuerza para asegurar la paz. En este punto Hobbes comparte el pesimismo de Maquiavelo, quien pensaba que “de los hombres puede decirse generalmente que son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar los peligros y codiciosos de ganancias” (Príncipe, p. 359).


Paréntesis. Tanto Maquiavelo como Hobbes conciben a la naturaleza humana como inmutable. Pero si se adopta otra concepción de la naturaleza humana, cambia la perspectiva sobre el estado de naturaleza. Así, si se define a la naturaleza humana como el conjunto de las relaciones sociales, y que éstas varían en la historia, puede inferirse que el estado de naturaleza no describe a la naturaleza humana, sino que se trata de un tipo específico de relaciones sociales, propios de una economía mercantil. De este modo, la guerra de todos contra todos es una representación filosófica de la competencia en una economía mercantil. En la misma línea de pensamiento, el Estado es la barrera frente a la tendencia a la atomización y disgregación propia de ese tipo de economía. Fin del paréntesis.


En algún momento, las personas deciden poner fin a la guerra de todos contra todos. No se trata de una decisión altruista, sino que los mueve el egoísmo. Cada uno quiere asegurar lo obtenido en la lucha (o implementar medios de adquisición que impliquen la conservación en el tiempo de lo adquirido). La razón aparece como auxiliar del egoísmo. Por este camino llegamos al pacto. 

Recapitulemos lo anterior. Los seres humanos viven naturalmente luchando entre sí; el motor de su existencia es el egoísmo. Pero ese mismo egoísmo, combinado con la razón, encuentra una salida a la guerra interminable: las personas renuncian conjuntamente a su derecho a gobernarse a sí mismas y lo ceden a un tercero, el Estado. 

Arribamos al centro de la historia. Una sociedad de individuos que luchan (compiten) entre sí sólo puede ser gobernada por medio del uso y/o la amenaza de una violencia desmesurada. En su origen y en su desnudez el Estado es eso: violencia concentrada. Hobbes utiliza una expresión que merece ser reproducida, dada su claridad y concisión:

“En virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y por la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero.” (p. 141)

El secreto del Leviatán sale a la luz: la Paz es fruto del Terror. El Leviatán posee muchas capas, pero su núcleo es la violencia, la acumulación y el monopolio de la violencia.

El otro tema central del capítulo XVII es la cuestión de la fuente del poder. En el capítulo IX del Príncipe, Maquiavelo escribió que existían dos grandes grupos en la sociedad, los nobles y el pueblo, y que el príncipe tenía que apoyarse en el pueblo para consolidar su gobierno. Más todavía, Maquiavelo enfatiza la importancia para el príncipe de obtener el “amor del pueblo”. Estas reflexiones inauguraron una nueva era en la ciencia de la política: el pueblo va copando el centro del escenario.

En el capítulo XVII el poder del Leviatán emana del acuerdo de sus súbditos, expresado en el pacto. Los individuos son la fuente del poder; dios y la sangre (la familia) quedan afuera de la cancha. El pueblo (el conjunto de los individuos) es la fuente de la soberanía.

Las consecuencias del paso dado por Hobbes son inmensas. Basta decir que, de acuerdo con la perspectiva hobbesiana, las instituciones políticas dejan de ser naturales; por el contrario, son creaciones de los seres humanos y, por tanto, pueden ser modificadas por la voluntad de las personas. El espíritu de la revolución está presente en Hobbes, el enemigo de la Revolución. Paradojas propias de un genio del pensamiento político.


Villa del Parque, jueves 26 de mayo de 2022


Noticia bibliográfica

Todas las citas del Leviatán corresponden a la traducción española de Manuel Sánchez Sarto: Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1998. Por otra parte, las citas de Maquiavelo fueron tomadas de la traducción española de Luis Arocena: El príncipe. Madrid, España: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. 621 p. (Biblioteca de Cultura Básica).

viernes, 2 de octubre de 2020

EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES CURSO 2020 – CLASE N° 8: HOBBES



“El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo

le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho”

Julio Cortázar (1914-1984), escritor argentino

Bienvenidas y bienvenidos a la octava clase del curso.

Hoy continuaremos el análisis del texto del profesor Palma sobre la naturaleza humana. [1] Se trata, tal como dijimos en la clase pasada, de tratar el problema de la relación entre el todo y la parte, crucial para las CS. Ya abordamos el tratamiento de la NH por la filosofía política antigua, en especial cómo a partir de esa noción se justificaba la desigualdad (a modo de ejemplo desarrollamos la justificación aristotélica de la esclavitud). Para concluir el tema esbozaremos las líneas generales de la concepción contractualista de la NH, tomando como ejemplo los argumentos del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679). Luego, diremos unas palabras sobre el determinismo biológico.

Como no quiero partir la unidad de esta clase (creo que eso agregaría confusión a la comprensión de los argumentos), dejaré para nuestro próximo encuentro el análisis del artículo del profesor Pardo sobre el surgimiento de las ciencias sociales modernas. [2]

Vayamos ahora al contenido de la clase propiamente dicha.


En la Antigüedad, la filosofía política tenía como núcleo conceptual la idea de la desigualdad de los seres humanos, que servía como fundamento ideológico de la dominación de la nobleza. [3]

El desarrollo de las RS capitalistas, la expansión del comercio, de la manufactura y el trabajo asalariado, fenómenos todos que se dieron a partir del siglo XVI, modificaron gradualmente la estructura de las sociedades del Occidente europeo. Estos cambios se expresaron en el plano del pensamiento: surgió una nueva corriente dentro de la filosofía política, el contractualismo (también conocido como iusnaturalismo). Para estos filósofos los SH somos iguales por naturaleza, la sociedad es una creación de los individuos, que viven inicialmente en un estado presocial (denominado estado de naturaleza por los filósofos). Ese EN está determinado por la NH; es decir, reproduce las características de nuestra esencia como seres humanos. Ya veremos cómo funciona esto en la obra de Hobbes. Lo importante en este momento es comprender que la sociedad surge de un acuerdo entre los individuos (el pacto o contrato), quienes procuran salir de los inconvenientes derivados del EN. De ahí la denominación de contractualistas para los filósofos que adhieren a esta corriente: la sociedad surge de un contrato entre individuos libres e iguales.

Veamos ahora un ejemplo del uso de la noción de NH por los contractualistas.


Hobbes es un contractualista; afirma que existe un EN previo a la sociedad, y que el Estado surge como resultado de un contrato celebrado entre los SH. No obstante, Hobbes desborda en todo momento los límites de lo esperable para el contractualismo y efectúa así una crítica implacable del Estado moderno, aun cuando sus intenciones están muy lejos de ello. Hobbes es un pensador de una época de transición, en el sentido de que vivió en un período histórico donde lo antiguo todavía persistía y lo moderno se perfilaba confusamente. Fue contemporáneo de la Revolución Burguesa inglesa, que culminó con el triunfo de Oliver Cromwell (1599-1640); en la contienda, Hobbes apoyó a los monárquicos y marchó al exilio luego de la derrota de estos. El Leviatán (1651), su obra más conocida, es producto de la reflexión sobre esa derrota. Concebido como defensa de la monarquía, el libro puso en discusión de un modo radical a los fundamentos de la monarquía feudal.

El capítulo XIII del Leviatán se titula “De la CONDICIÓN NATURAL del Género Humano, en lo que Concierne a su Felicidad y su Miseria”. [4] Constituye una descripción del EN. Es una excelente introducción a la concepción hobbesiana del Estado, en la medida en que obliga al lector a dejar de lado sus preconceptos.

Hobbes comienza dicho capítulo planteando que los seres humanos son iguales:

“La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él.” (p. 100).

Al hacer esto, rompe con la tradición de la filosofía política, que defendía hasta el cansancio la tesis de que los SH eran desiguales. La monarquía en particular, y toda forma de gobierno en general, era la consumación de esta desigualdad, pues el príncipe ejercía el poder en virtud de que era diferente a la masa de sus súbditos. El pensamiento clásico sostenía que sólo unos pocos tenían la sabiduría para gobernar, en tanto que la mayoría sólo estaba capacitada para obedecer. Si se tiene presente esto, puede comprenderse la magnitud de la ruptura planteada por la afirmación de Hobbes.

El postulado de la igualdad de los SH determina que el gobierno ya no puede asentarse en el mero reconocimiento de que unas personas son superiores a otras; a partir de este momento, el pensamiento político tiene que dedicarse a reflexionar sobre cómo legitimar el gobierno en una situación en donde las personas son iguales.

Ahora bien, el postulado de la igualdad no surge de la cabeza de Hobbes. Pensar así equivaldría a caer en una concepción idealista, que convierte a las ideas en autónomas, capaces de reproducirse a sí mismas y de ordenar el mundo a su imagen y semejanza. Hay toda una realidad social detrás de la afirmación de la igualdad por Hobbes, y es esta realidad quien debe ser indagada si queremos conocer las razones por las que el pensamiento político entroniza a la noción de igualdad, a punto tal que la defensa de la desigualdad entre los SH va quedando paulatinamente confinada a los teóricos del pensamiento conservador.

El éxito de la noción de igualdad va asociado a la expansión de la economía mercantil. Los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades son producidos cada vez más como mercancías, es decir, como bienes y servicios destinados a ser vendidos en el mercado por productores que son propietarios privados de los mismos. La economía natural, es decir, la producción para la satisfacción de las necesidades del grupo sin pasar por el mercado va quedando relegada a bolsones cada vez más reducidos de la sociedad. En la economía mercantil todas las mercancías son iguales en el sentido de que todas ellas son producto del trabajo humano, y sólo se diferencian por la cantidad de trabajo que posee cada una de ellas. Dicho de otro modo, las mercancías, en tanto mercancías, sólo difieren entre sí por la cantidad de tiempo de trabajo que requiere su producción. Si las mercancías fueran radicalmente desiguales sería imposible cambiarlas en un mercado. Si un par de zapatos y un aire acondicionado no tuvieran nada en común, todo cambio entre ellos sería irrealizable. ¿Qué tienen en común el par de zapatos y el aire acondicionado? El ser mercancías, esto es, productos del trabajo humano destinados a ser vendidos en el mercado. En este sentido, el par de zapatos y el aire acondicionado son iguales y sólo difieren en cuanto al precio (pues representan cantidades desiguales de tiempo de trabajo). La igualdad de los bienes y los servicios en el mercado encuentra su máxima expresión en el dinero. El dinero puede comprar todas las mercancías existentes en el mercado y encuentra únicamente como límite a la cantidad. Da lo mismo que el dinero sea producto de picar piedra, cocinar tortas, alquilar taxis o realizar préstamos usurarios: 100 pesos son iguales a 100 pesos, independientemente de su procedencia. La desigualdad en las cantidades requiere de la igualdad cualitativa: las mercancías son producto del trabajo humano. Este es el terreno que permitió el desarrollo de la noción de igualdad en la filosofía política.

Hobbes toma como punto de partida a la igualdad entre los SH en el EN. Ahora bien, ¿qué es el EN? Responde “…el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos” (p. 102).

El EN no es una etapa pacífica de la humanidad. Para Hobbes, se trata de un estado solitario y de guerra de todos contra todos: “Los hombres no experimentan placer ninguno (sino, por el contrario, un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos.” (p. 102).

Agrega, en su estilo característico:

“Todo aquello que es consustancial a un tiempo de guerra, durante el cual cada hombre es enemigo de los demás, es natural también en el tiempo en que los hombres viven sin otra seguridad que la que su propia fuerza y su propia invención puedan proporcionarles. En una situación semejante no existe oportunidad para la industria, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay cultivo de la tierra, ni uso de los artículos que pueden ser importados por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y remover las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo que es peor de todo, existe continuo temor y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.” (p. 103).

El EN es un estado asocial, en el sentido de que los SH viven dispersos, solitarios, sin constituir una sociedad ni vivir bajo las reglas impuestas por un poder común. Está marcado por la lucha de todos contra todos, que pone en permanente riesgo la vida y las posesiones de las personas.

¿Cuál es la causa de la guerra de todos contra todos? Para responder a esta pregunta, Hobbes remite a una explicación esencialista [5], que lo ubica dentro de las coordenadas del individualismo metodológico (la corriente que sostiene que el individuo tiene que ser el punto de partida de todo análisis social). Es precisamente la igualdad entre las personas la que da origen a la lucha:

“De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. (…) Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido.” (p. 101).

En el esquema hobbesiano, la igualdad genera la lucha porque los SH son egoístas y viven aislados. La cuestión del aislamiento no es menor, pues determina que toda apropiación por el individuo adquiere un carácter privado, no social. Como naturalmente viven aislados, toda vez que un individuo consigue algo, se lo apropia para sí y lo resguarda de sus congéneres. Este aislamiento, esta apropiación privada, se asemeja a las condiciones del mercado, en el sentido de que en este último los propietarios privados se apropian de manera privada el fruto de la venta de sus mercancías. Además, la competencia entre los individuos en un mercado se asemeja al estado de guerra de todos contra todos que se verifica en el EN.

Cuando Hobbes responde a hipotéticas objeciones sobre la pertinencia de la noción de EN, su respuesta remite, precisamente, a las características que adquiere la existencia humana en una economía mercantil:

“A quien no pondere estas cosas puede parecerle extraño que la Naturaleza venga a disociar y haga a los hombres aptos para invadir y destruirse mutuamente; y puede ocurrir que no confiando en esta inferencia basada en las pasiones, desee, acaso, verla confirmada por la experiencia. Haced, pues, que se considere a sí mismo; cuanto emprende una jornada, se procura armas y trata de ir bien acompañado; cuando va a dormir cierra las puertas; cuando se halla en su propia casa, echa la llave a sus arcas; y todo esto aun sabiendo que existen leyes y funcionarios públicos armados para vengar todos los daños que le hagan. ¿Qué opinión tiene, así, de sus conciudadanos, cuando cabalga armado; de sus vecinos, cuando cierra sus puertas; de sus hijos y sirvientes, cuando cierra sus arcas? ¿No significa esto acusar a la humanidad con sus actos, como yo lo hago con mis palabras?” (p. 103).

La economía mercantil puede mirarse al espejo del EN hobbesiano. La competencia entre productores privados se asemeja a la guerra de todos contra todos; la incertidumbre acerca de la posibilidad de mantener la posición en el mercado se parece peligrosamente a la incertidumbre del hombre en el EN, quien sabe que en dicho estado el bien que ha conseguido no está a salvo de las asechanzas de sus semejantes. En este punto, cabe acotar que el mismo Hobbes admite que la existencia del EN es cuanto menos dudosa: “Acaso puede pensarse que nunca existió un tiempo o condición en que se diera una guerra semejante, y, en efecto, yo creo que nunca ocurrió generalmente así, en el mundo entero” (p. 103).

Si Hobbes no está convencido de la existencia misma del estado de naturaleza, ¿cuál es la necesidad de introducir el concepto en el análisis de la sociedad?, ¿de dónde sacó los rasgos característicos de dicho estado?

La noción de EN le permite justificar las características del Estado moderno, haciendo de este un elemento imprescindible para la existencia de la sociedad. Si el estado natural de la humanidad es la guerra, sólo un poder capaz de someter por la fuerza a las personas es capaz de asegurar la paz. La sociedad de individuos aislados, egoístas, sólo puede sobrevivir en la medida en que exista un órgano represivo, el Estado. A diferencia de los filósofos posteriores, Hobbes se permite hablar a calzón quitado y decir aquello que los otros esconden con montañas de palabras: el Estado está para preservar la propiedad, esa es su función primordial.

“En esta guerra de todos contra todos, se da una consecuencia: que nada puede ser injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común, la ley no existe: donde no hay ley, no hay justicia. En la guerra, la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales. Justicia e injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del espíritu. Si lo fueran, podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y pasiones. Son, aquéllas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es natural también que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío; sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto que puede conservarlo.” (p. 104).

Como vimos recién en la cita, Hobbes señala que la justicia no existe en el EN. De modo que la moral de una sociedad es funcional a los objetivos del Estado, y surge con éste. Justicia y propiedad son creación del Estado, quien es el encargado de refrendar una determinada distribución de los bienes. De ese modo, la burguesía, la clase rectora en la sociedad moderna, no puede recurrir a ninguna idea natural de justicia para defender su dominación; la justicia es una creación estatal y remite a una determinada distribución del poder entre los grupos sociales. El Estado es concebido, entonces, como el estado de los propietarios, con la salvedad de que, a diferencia del filósofo John Locke (1632-1704) para quien la propiedad nace en el EN, Hobbes afirma que el Estado da origen a la propiedad, dando un nuevo estatus a la posesión precaria que se da en el EN.

En este punto creo que ha quedado clara la concepción hobbesiana del EN. El profesor Palma describe las líneas generales del contractualismo, así que es innecesario proseguir la explicación. [6]

Para cerrar la clase de hoy es preciso decir unas palabras sobre la cuestión del DB.

En el siglo XIX la filosofía política fue desplazada por las CS. Éstas últimas pasaron a proporcionar el conocimiento sobre la sociedad. Ya examinaremos en la próxima clase los rasgos de estas ciencias y las condiciones de posibilidad de su surgimiento. Ahora corresponde señalar que ese desplazamiento general fue acompañado, a su vez, por otro: las ciencias biomédicas reemplazaron a la filosofía política en el campo de la NH. El profesor Palma desarrolla la cuestión en la última parte del artículo [7], donde describe diversas formas de DB, entre las que destaca la eugenesia. Lo importante es tener presente que la noción de NH sirve también, en el DB, para justificar las desigualdades entre los SH.

 

Ha sido todo por hoy. En nuestra próxima clase comenzaremos el análisis de las ciencias sociales modernas. Agradezco mucho su atención.

 

Villa del Parque, viernes 2 de octubre de 2020


ABREVIATURAS:

CC = Conocimiento científico / CS = Ciencias sociales (o Ciencia social) / DB = Determinismo biológico / NH = Naturaleza humana / SH = Seres humanos


NOTAS:

[1] Palma, H. (2012), “El problema de la «naturaleza humana» en los estudios sobre la sociedad”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social. Buenos Aires: Biblos(pp. 177-222).

[2] Pardo, R. (2012), “El desafío de las ciencias sociales: desde el naturalismo a la hermenéutica”, en Palma, H. y Pardo, R. (edit.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales. Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Biblos. (pp. 102-126).

[3] Utilizo el término nobleza del modo más general posible, a sabiendas de que engloba multitud de situaciones diferentes. Mi objetivo es la comprensión de los aspectos fundamentales de la cuestión, no profundizar en los casos específicos.

[4] Todas las citas del Leviatán están tomadas de: Hobbes, Thomas. (1998). Leviatán, o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. Traducción española de Manuel Sánchez Sarto.

[5] Referida a la esencia, a la NH. Hobbes sitúa en la NH las causas de la discordia: “Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primero, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria.” (p. 102). Nuestro autor tiene muy claro la conexión entre la primera de las causas y la economía: “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio (…) La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres…” (p. 102).

[6] Ver al respecto Palma, H., op. cit., pp. 187-195.

[7] Palma, H., op. cit., pp. 203-222. En especial, hay que prestar atención a la definición de DB: p. 203.

 


viernes, 11 de septiembre de 2020

CIENCIA POLÍTICA CURSO 2020 – CLASE N° 6 bis

 

“Mientras uno mantenga su derecho de hacer cuanto le agrade,

los seres humanos se encuentran en situación de guerra.”

Thomas Hobbes (1588-1679), filósofo inglés

 



Bienvenidas y bienvenidos a la segunda parte de la sexta clase del curso.

Como dije en el encuentro anterior, resolví dividir en dos partes el análisis del Leviatán de Thomas Hobbes (1588-1679). [1] En la clase de hoy vamos a trabajar los capítulos restantes (XIV, XVII, XVIII y XXI), tal como se encuentra estipulado en el programa.

Para la mejor comprensión de los temas que vamos a tratar es preciso refrescar algunas cuestiones que desarrollamos la clase pasada. En el capítulo XIII de la obra se plantea que la condición humana (el egoísmo como elemento fundamental) provoca la guerra de todos contra todos en el EN. En este estadio de la humanidad, cada SH se gobierna por su propia razón; cada SH puede servirse de cualquier instrumento para conservar su vida; “cada SH tiene derecho a hacer cualquier cosa, incluso con el cuerpo de los demás” (p. 107). Si persiste esta situación, nadie tiene seguridad de conservar su vida, todo es incertidumbre y angustia. A partir de esto estamos en condiciones de comenzar el análisis del capítulo XIV.

Sin más, pasemos a la clase propiamente dicha.


El capítulo XIV, titulado “De la primera y segunda leyes de naturales y de los contratos”, tiene por punto de partida la noción de derecho de naturaleza:

“La libertad que cada SH tiene de usar su propio poder como quiera, para la conservación de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida; y, por consiguiente, para hacer todo aquello que su propio juicio y razón considere como los medios más aptos para lograr ese fin.” (p. 106).

Por su parte, la libertad es concebida como ausencia de impedimentos externos, que reducen parte del poder que una persona tiene para hacer lo que quiere. [2]

Finalmente, la ley de naturaleza es todo

“precepto o norma general, establecida por la razón, en virtud de la cual se prohíbe a un SH hacer lo que pueda destruir su vida o privarle de los medios de conservarla; o bien, omitir aquello mediante lo cual piensa que pueda quedar su vida mejor preservada.” (p. 106).

En este punto, Hobbes señala la diferencia entre derecho y ley; el primero es la libertad de hacer u omitir; la segunda determina y obliga a una de estas dos cosas. [3]

Ahora bien y tal como dijimos anteriormente, el EN es un estadio de incertidumbre y angustia, donde la existencia de cada SH se ve amenazada en todo momento por sus congéneres. Pero, ¿cómo se sale de esa situación?

Ante todo, interviene la razón, que posee una regla general:

Cada ser humano debe esforzarse por la paz, mientras tiene la esperanza de lograrla; y cuando no puede obtenerla, debe hacer y utilizar todas las ventajas de la guerra.” (p. 107).

De dicha regla general se deriva la 1° ley de naturaleza: “buscar la paz y seguirla” (p. 107).

De ahí se deriva la suma del derecho de naturaleza: “defendernos a nosotros mismos, por todos los medios posibles” (p. 107).

La argumentación de Hobbes puede resumirse así: el egoísmo, núcleo de la NH, pone a la propia conservación por sobre cualquier otra cosa, provoca la guerra de todos contra todos. En un momento dado, interviene la razón del individuo (una especie de egoísmo calculador), que lleva a buscar la paz, a conformar el Estado, cuya base es el uso de la violencia para lograr la paz.

La razón da origen a la 2° ley de naturaleza: “Que uno acceda, si los demás consienten también, y mientras se considere necesario para la paz, a renunciar este derecho a todas las cosas y a satisfacerse con la misma libertad, frente a los demás SH, que les sea concedida a los demás con respecto a él mismo” (p. 107).

Hobbes desnuda la esencia de la Modernidad: “mientras uno mantenga su derecho a hacer cuanto le agrade, los SH se encuentran en situación de guerra” (p. 107).

En otras palabras, en la sociedad mercantil, ser libre implica cagarse en los otros, verlos como cosas que sirven para satisfacer a los deseos propios o como obstáculos a esa satisfacción. El punto de partida es la afirmación de la radical soledad del individuo en la economía mercantil (el EN en términos hobbesianos). Pero no percibe el otro proceso que acompaña esa soledad: la interdependencia generada por la división del trabajo. Individualismo generado por la propiedad privada; dependencia generada por la división del trabajo: he aquí las dos claves de la Modernidad.

La ley de la humanidad entera puede expresarse mediante la frase latina “Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris” [No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti].

Por todo esto, “renunciar un derecho a cierta cosa es despojarse a sí mismo de la libertad de impedir a otro el beneficio del propio derecho a la cosa en cuestión.” (p. 107).

¿Cuáles son, para Hobbes, los lazos que unen a los SH?

La cuestión es central, si se tiene en cuenta que su punto de partida es el egoísmo de los SH, que los lleva a enfrentarse en una guerra de todos contra todos en el EN. Da la impresión de que poco puede hacerse para reunirlos y, más aún, para que vivan en armonía (relativa) entre sí.

Comienza así a discutir el efecto de las palabras y las acciones:

“Unas y otras cosas son los lazos por medio de los cuales los SH se sujetan y obligan: lazos cuya fuerza no estriba en su propia naturaleza (porque nada se rompe tan fácilmente como la palabra de un SH), sino por el temor de alguna mala consecuencia resultante de la ruptura.” (p. 107).

Como quiera que sea y más allá de la debilidad de las palabras, “el objeto de los actos voluntarios de cualquier SH es algún bien para sí mismo.” (p. 108-109). O sea, en la búsqueda de la conformación de los lazos sociales se encuentra el egoísmo. El SH renuncia a derechos para lograr la seguridad, para conservar su vida.

Llegamos así al contrato = “mutua transferencia de derechos” entre SH. (p. 109).

Esto nos lleva, a su vez, a la noción de pacto:

  “Por otro lado, uno de los contratantes, a su vez, puede entregar la cosa convenida y dejar que el otro realice su prestación después de transcurrido un tiempo determinado, durante el cual confía en él. Entonces, respecto del primero, el contrato se llama pacto o convenio.” (p. 109).

Dada la mencionada impotencia de las palabras, sólo un poder que esté por encima de cada individuo puede lograr que se cumplan los contratos:

  “Los lazos de las palabras son demasiado débiles para refrenar la ambición humana, la avaricia, la cólera y otras pasiones de los SH, si éstos no sienten el temor de un poder coercitivo; poder que no cabe suponer existente en la condición de mera naturaleza, en que todos los SH son iguales y jueces de la rectitud de sus propios temores.” (p. 112).

El único pacto que no puede hacer, pues va contra el derecho de naturaleza, es descripto del siguiente modo:

“Un pacto de no defenderme a mí mismo con la fuerza contra la fuerza, es siempre nulo, pues (…) ningún SH puede transferir o despojarse de su derecho a protegerse a sí mismo de la muerte, las lesiones o el encarcelamiento.” (p. 112). [5]


El Estado o el uso del terror para imponer la paz

El capítulo XVII, titulado “De las causas, generación y definición de un Estado”, da comienzo a la segunda parte del Leviatán, dedicada precisamente al Estado.

Hobbes retoma los resultados obtenidos en el capítulo XIII, donde examinó la condición de los SH en el EN.

¿Cuál es la causa final y el fin de los SH?

Hobbes responde que “es el cuidado de su propia conservación” (p. 137). Dada que esa es la finalidad que mueve la existencia de las personas, éstas quieren abandonar la guerra de todos contra todos (propia del EN) y lograr “una vida más armónica”. Es por ello que admiten la restricción de su libertad, pactando entre sí la creación del Estado.

En el EN, la condición de los SH es “miserable” porque

“no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza.” (p. 137). [2]

Hobbes señala que dichas leyes de naturaleza son contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos conducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza, etc. Por eso es imposible confiar en las promesas, en la palabra de las personas, dado que somos seres egoístas por naturaleza. La conclusión a la que llega el filósofo es:

“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger a los seres humanos, en modo alguno.” (p. 137).

En otras palabras, la condición natural de los SH consiste en hacerse la guerra entre sí, puesto que cada uno de ellos quiere preservar su vida y para ello precisa apropiarse de los bienes que desean también sus congéneres. El resultado es la guerra de todos contra todos, algo que ya repetimos hasta el cansancio. Las bases filosóficas del argumento hobbesiano son el individualismo metodológico y el esencialismo. Como volveremos sobre estas cuestiones al estudiar a otros contractualistas, no es necesario detenernos aquí. La crítica de esas bases filosóficas no debe opacar el descubrimiento de Hobbes: el monopolio de la violencia como el fundamento del Estado. El autor inglés tiene en claro que en una sociedad mercantil impera el egoísmo, el cual sólo puede ser moderado y contenido por la amenaza de la fuerza. [6]

El análisis de Hobbes es descarnado. La existencia humana hasta la aparición del Estado está marcada por la lucha de todos contra todos. Antes de la conformación de las naciones, las pequeñas familias se dedicaban a “robarse y expoliarse” como forma de comercio; más tarde, las ciudades y los reinos hicieron lo mismo:

“Se esfuerzan cuanto pueden para someter o debilitar a sus vecinos, mediante la fuerza ostensible y las artes secretas, a falta de otra garantía; y en edades posteriores se recuerdan con honores estos hechos.” (p. 137).

Ahora bien, ¿cómo se constituye un Estado?, ¿cuáles son sus características?

En primer lugar, no tenemos un Estado cuando se da “la conjunción de un pequeño número de personas” (p. 138). Eso no ofrece seguridad frente a las invasiones de los vecinos. Hobbes indica que no existe un número preciso de cuántas personas son necesarias para poder hablar de Estado, pues lo importante es la relación con los países vecinos, la comparación con la fuerza del enemigo.

En segundo lugar, el Estado no es la mera existencia de una “gran multitud”. Hace falta que entre sus integrantes no predominen los “particulares juicios y particulares apetitos”, pues si eso ocurre la multitud se estorba, de manera que “esa oposición mutua reduce su fuerza [la de la multitud] a la nada” (p. 138). Unos pocos que estén “en perfecto acuerdo” pueden someter a esa multitud desunida.

En tercer lugar, hace falta que el gobierno dure más que el tiempo necesario para triunfar en una batalla o en una guerra. El Estado debe ser permanente para evitar la disgregación ocasionada “por la diferencia de intereses” (p. 139). Esa disgregación implica el retorno al Estado de naturaleza, a la guerra de todos contra todos.

Hobbes compara a los SH con las abejas y las hormigas, animales sociales que no obedecen a un poder común. Aquellos tienen una inteligencia natural, carecen de razón; en cambio, los SH poseen “buena inteligencia” entre ellos porque por “pacto, es decir, de modo artificial” (p. 140). Debido a ello se requiere “algo más que haga su convenio constante y obligatorio; ese algo es un poder común que los mantenga a raza y dirija sus acciones hacia el beneficio colectivo.” (p. 140).

Ahora podemos reiterar la pregunta: ¿cómo se constituye el Estado?

“[Por el acto de] conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o una asamblea de hombres, todos los cuales por pluralidad de votos, [que] pueda reducir sus voluntades a una voluntad.” (p. 140).

El acuerdo entre los individuos transforma la voluntad individual en voluntad general.

“Que cada uno considere como propio que se reconozca a sí mismo como autor de cualquier cosa que haga o promueva quien representa su persona, en aquellas cosas que concierne a la paz y a la seguridad comunes; que, además, sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio.” (p. 140).

Hobbes presenta así el pacto que da origen al Estado:

autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera.” (p. 141).

La multitud así unida en una persona se denomina Estado, al que Hobbes le da el nombre de Leviatán [8] y lo califica de “dios mortal” (p. 141). A él debemos “nuestra paz y nuestra defensa”:

“Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada SH particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero. Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común.” (p. 141).

El titular de este poder es el soberano; tiene poder soberano. Cada uno de los que lo rodea es súbdito suyo.

Existen dos formas de convertirse en soberano: a) Estado por adquisición, cuando un individuo somete a otros por actos de guerra; b) Estado por institución, los SH poseen acuerdos entre sí, para someterse voluntariamente a alguna persona o asamblea de personas. Hobbes señala que este último es el Estado político en el sentido pleno del término.


Los atributos del Leviatán: ejército, moneda, control de las ideas

El capítulo XVIII se titula “De los derechos de los soberanos por institución” y se refiere al Estado político.                                         

“Dícese que un Estado ha sido instituido cuando una multitud de SH convienen y pactan, cada uno con cada uno, que a una cierta persona o asamblea de personas se le otorgarán, por mayoría, el derecho de representar a la persona de todos (es decir, de ser su representante).”

Todos (los que votaron a favor y los que votaron en contra) deben autorizar como suyos propios los actos de este Leviatán, para “vivir apaciblemente entre sí y ser protegidos contra otros SH” (p. 142). Lo opuesto del Leviatán es “la confusión de una multitud disgregada” (p. 142).

Es el consentimiento del pueblo reunido quien crea el poder soberano. Aquí encontramos la continuidad del camino iniciado más de un siglo antes por Maquiavelo, quien en el Príncipe había descubierto un nuevo actor político: el pueblo. En Hobbes, dejando de lado el individualismo del EN y su esencialismo, es el conjunto de individuos (el pueblo) quien constituye al soberano.

Ahora bien, el soberano tiene derechos y facultades. Entre los derechos del Estado hay uno muy importante. El soberano (ya sea una persona – monarca – o una asamblea):

“Como el fin de esta institución [el Leviatán] es la paz y la defensa de todos, y como quien tiene derecho al fin lo tiene también a los medios, corresponde de derecho a cualquier persona o asamblea que tiene la soberanía ser juez, a un mismo tiempo, de los medios de paz y de defensa, y juzgar también acerca de los obstáculos e impedimentos que se oponen a los mismos.” (p. 144).

Mediante lo anterior es posible lograr los objetivos del soberano: evitar la discordia en el propio país y la discordia del extranjero.

Hobbes sostiene que el soberano debe ser juez “acerca de que opiniones y doctrinas son adversas y cuáles conducen a la paz” (p. 144). [9] También corresponde al soberano dictar las normas de propiedad.

En síntesis, los derechos que constituyen la esencia de la soberanía son: a) la milicia, con la que se ejecutan las leyes; b) el poder de acuñar moneda, sin el cual la milicia es inútil; c) el gobierno de las doctrinas, sin el cual los SH “se rebelarán contra el temor de los espíritus” (p. 148). Nótese que los pilares del Estado son: el monopolio de la violencia, el monopolio de la moneda, el monopolio de la censura (control de las ideas de los súbditos).

Hobbes concluye que los inconvenientes del Leviatán son pequeños comparados con las penurias de la guerra civil o el EN. Este reconocimiento permite que los SH acepten la dominación del Estado.


La libertad de los súbditos [10]

El Estado concentra un enorme poder; esa concentración es necesaria para evitar la guerra de todos contra todos; los SH pactan para constituir el Leviatán y asegurar, así, su existencia y crear la propiedad privada. Ya hemos examinado con atención el argumento hobbesiano sobre la constitución del Estado. Ahora corresponde analizar la concepción de la libertad, tal como aparece en el capítulo XXI de la obra.

Ante todo, un par de definiciones. Hobbes afirma que la libertad es la “ausencia de oposición” (entiende por “oposición” todo impedimento externo al movimiento). El hombre libre, a su vez, es “quien en aquellas cosas de que es capaz por su fuerza y por su ingenio, no está obstaculizado para hacer lo que desea” (p. 171).

En la primera parte del capítulo, Hobbes se refiere a un problema muy general, la relación entre la libertad humana y las leyes naturales (en el texto estas leyes aparecen bajo el término “dios”). Voy a dejar de lado esta cuestión para referirme al problema específico de la libertad de los súbditos, es decir, la que poseen los SH bajo el Estado.

El argumento es el siguiente: los SH crearon el Estado, “un hombre artificial” y “han hecho cadenas artificiales, llamados leyes civiles” (p. 173). Estas leyes son “vínculos débiles por su propia naturaleza, pueden, sin embargo, ser mantenidos por el peligro aunque no por las dificultades de romperlos.” (p. 173). Hobbes vuelve aquí a tratar el problema del lazo social. Como es sabido, este problema desveló a los sociólogos de los siglos XIX y XX. Los juristas propusieron una solución a la cuestión: la sanción de leyes, las cuales servían para forjar y mantener esos lazos, esos vínculos sociales. Hobbes discute esta concepción jurídica del lazo social:

“Las leyes no tienen poder para protegerlos [a los SH] si no existe una espada en las manos de un hombre o de varios para hacer que esas leyes se cumplan.” (p. 173).

En una sociedad disgregada en individuos egoístas, lo único que puede mantenerlos unidos es, según Hobbes, el miedo o, dicho de otro modo, el terror que infunde el monopolio de la violencia por el Estado.

La libertad, entendida como exención de leyes, se da en el EN. Pero en el EN los SH encuentran en los demás individuos los obstáculos e impedimentos para la realización de su voluntad. En cambio, “la libertad de los súbditos radica (…) en aquellas cosas que en la regulación de sus acciones ha predeterminado el soberano” (p. 173). [11] El soberano hace, al eliminar la guerra de todos contra todos, que las demás personas no se interpongan con la voluntad del individuo.

Pero el soberano conserva el poder de vida y muerte sobre los súbditos. El soberano no puede hacer nada injusto o injurioso a los súbditos:

“La causa de ello radica en que cada súbdito es autor de cada uno de los actos del soberano, así que nunca necesita derecho a una cosa, de otro modo que como él mismo es súbdito de Dios y está, por ello, obligado a observar las leyes de la naturaleza.” (p. 174).

Hobbes sostiene que la libertad a que hacen referencia los filósofos griegos y romanos no es la de los hombres particulares, sino

“la libertad del Estado, que coincide con la que cada hombre tendría si no existieran leyes civiles ni Estado, en absoluto. Los efectos de ella son, también, los mismos.” (p. 175).

Por eso los diversos Estados se encuentran entre sí en EN.

Respecto a la libertad del súbdito, ¿qué cosas puede negarse a hacer de las que le ordena el soberano, sin hacerle injusticia a éste?

El punto de partida es la igualdad de los SH:

“no existe obligación impuesta a un SH que no derive de un acto de su voluntad propia, ya que todos los SH, igualmente, son, por naturaleza, libres.” (p. 177).

El acto de sumisión implica dos cosas: nuestra obligación y nuestra libertad. Y el fin del soberano es: la paz de los súbditos entre sí, y su defensa contra el enemigo común. “Cada súbdito tiene libertad en todas aquellas cosas cuyo derecho no puede ser transferido mediante pacto.” (p. 175).

El súbdito puede desobedecer al soberano si este último le pide al primero que atente contra sí mismo. En esta situación el pacto es nulo.

“En cuanto a las otras libertades dependen del silencio de la ley. En las cosas en que el soberano no ha prescripto una norma, el súbdito tiene libertad de hacer o de omitir, de acuerdo con su propia discreción.” (p. 179).

Con esto concluimos nuestro análisis de la obra de Hobbes. En la próxima clase nos dedicaremos a otro contractualista, John Locke (1632-1704).

Muchas gracias por la paciencia.

 

Villa del Parque,  viernes 11 de septiembre de 2020


ABREVIATURAS:

EN = Estado de naturaleza / NH = Naturaleza humana / SH = Ser humano (o seres humanos)


NOTAS:

[1] Todas las citas utilizadas en esta clase corresponden a la siguiente edición: Hobbes, T. (2005). Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica de Argentina.

[2] Hobbes hace un extenso análisis de la cuestión de la libertad en el capítulo XXI.

[3] Indica que derecho y ley difieren tanto entre sí como la obligación se diferencia de la libertad.

[4] Hobbes pone en lenguaje filosófico las relaciones sociales propias de la economía mercantil. El EN no es otra cosa que la sociedad de productores de mercancías, donde impera la competencia (la “guerra de todos contra todos” en vocabulario hobbesiano). Sin embargo, no tiene en cuenta los lazos que existen entre los productores, derivados de la división del trabajo que se establece entre ellos. Por eso Hobbes pone la razón como una especie de deux et machina que permite unir en el Estado lo que está disgregado y en lucha por esa misma competencia.

[5] Precisamente, “el anhelo de evitar esos males es la única finalidad de despojarse de un derecho” (p. 114).

[6] Hobbes apunta con tono melancólico que si hubiera “una gran multitud de individuos, concordes en la observancia de la justicia y de otras leyes de naturaleza, pero sin un poder común para mantenerlos a raya, podríamos suponer igualmente que todo el género humano hiciera lo mismo, y entonces no existiría ni sería preciso que existiera ningún gobierno civil o Estado, en absoluto, porque la paz existiría sin sujeción alguna.” (p. 139). Hay Estado porque los SH son egoístas y compiten entre sí. El Estado es indicador del grado de egoísmo de los SH; sólo él, con toda su potencia (el uso del terror para imponer la paz) puede refrenar a los individuos, evitando la guerra de todos contra todos. Pero Hobbes no indaga las condiciones sociales que crean ese tipo de individuo, egoísta y pendenciero. Su explicación es esencialista: el SH es egoísta por naturaleza.

[7] Por eso, “cuando no existe un enemigo común, se hacen la guerra unos a otros, movidos por sus particulares intereses” (p. 138). De ahí la centralidad de la fuerza en la concepción hobbesiana.

[8] El Leviatán es un monstruo marino que aparece en la Biblia (en el Antiguo Testamento, más precisamente en el libro de Job). Su aspecto es terrorífico e infunde temor.

[9] “Porque los actos de los SH proceden de sus opiniones, y en el buen gobierno de las opiniones consiste el buen gobierno de los actos humanos respecto a su paz y concordia.” (p. 145). “Aunque en materia de doctrina, nada debe tenerse en cuenta sino la verdad, nada se opone a la regulación de la misma por vía de paz. Porque la doctrina que está en contradicción con la paz, no puede ser verdadera, como la paz y la concordia no pueden ir contra la ley de naturaleza.” (p. 145).

[10] El capítulo XXI se titula precisamente “De la libertad de los súbditos”.

[11] Ejemplos: libertad de comprar y vender, y de hacer, entre sí, contratos de otro género, etc.