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domingo, 6 de febrero de 2022

GRAMSCI Y LA DICTADURA CAPITALISTA EN LA FÁBRICA



Antonio Gramsci (1891-1937) es considerado como uno de los teóricos políticos más importantes del siglo XX. Su fama proviene de los Cuadernos de la cárcel (1929-1935), redactados en las duras condiciones de la prisión bajo el fascismo italiano (1). Los Cuadernos, publicados luego de la Segunda Guerra Mundial, han sido elevados a la categoría de obra maestra, a pesar de haber sido redactados en una situación que, según el propio autor, hacía imposible la realización de cualquier estudio sistemático.

No es nuestra intención menoscabar ni los logros de Gramsci ni la importancia de los Cuadernos en su producción. Rogamos tener en cuenta esta aclaración al leer los párrafos que siguen. Hacemos esta advertencia porque pensamos, como dice un viejo tango, “que la gente es mala y comenta”, y que siempre suele pensarse algo malo.

La fama de los Cuadernos ha sido tan grande que ha terminado por eclipsar al resto de la producción de Gramsci. Sin entrar por el momento a examinar las causas de este desbalance en la consideración de la obra de Gramsci, es conveniente señalar que resulta conveniente para todos aquellos que quieren sacar del centro del escenario la cuestión de la lucha de clases y la problemática de la conquista del poder por los trabajadores. Vamos despacio. Gramsci era un marxista revolucionario y dedicó todas sus energías a la lucha contra la burguesía y el Estado capitalista. Sin embargo, como los Cuadernos fueron escritos en la prisión y bajo la estricta vigilancia de la policía fascista, el autor tuvo que hacer concesiones a la censura, que incluyeron la supresión de numerosos conceptos propios del materialismo histórico y un estilo elíptico de escritura. Dicho en criollo moderno, Gramsci estaba constreñido a no poder llamar a las cosas por su nombre.

Como dijimos antes, los Cuadernos son una obra importante. Pero resulta un tanto extraño que muchos intérpretes de Gramsci se concentren en ellos, como si Gramsci hubiera sido toda su vida un preso político obligado a respetar hasta cierto punto la censura fascista. Hubo un tiempo en el que Gramsci podía expresarse libremente, pero esa época suele ser relegada a un segundo plano, bajo el calificativo de “producción juvenil”. Lo llamativo del caso es que el Gramsci “juvenil” construyó una de las reflexiones más profundas sobre la naturaleza del poder en la sociedad capitalista. Nos referimos a los artículos escritos durante su participación en el llamado Bienio Rojo (1919-1920), sobre todo en los consejos obreros en la ciudad de Turín, que llevaron adelante la práctica del poder obrero en la fábrica.

Para comprender los alcances de la reflexión del Gramsci “juvenil” nada mejor que hacer un par de citas. En 1924, en el artículo “La crisis italiana” (2), escribió: “Para conquistar el Estado es necesario estar en posición de sustituir a la clase dominante en las funciones que tienen una importancia esencial para el gobierno de la sociedad. En Italia, como en todos los países capitalistas, conquistar el Estado significa sobre todo conquistar la fábrica, significa la capacidad de superar a los capitalistas en el gobierno de las fuerzas productivas del país. Esto puede llevarse a cabo por la clase obrera, pero no por la pequeña burguesía que no tiene ninguna función esencial en el campo productivo y que en la fábrica, como categoría industrial, ejerce una función principalmente de policía productiva. La pequeña burguesía puede conquista el Estado sólo aliándose con la clase obrera, sólo aceptando el programa de la clase obrera; sistema soviético en lugar de Parlamento en la organización estatal, comunismo y no capitalismo en la organización de la economía nacional e internacional.” (p. 48).

Como podemos ver, en el pasaje citado Gramsci hace dos afirmaciones que son habitualmente ignoradas por varios de sus intérpretes modernos: 1) la conquista del poder por la clase trabajadora está ligada a la cuestión del poder en el lugar de trabajo; 2) la clase trabajadora tiene que encabezar el “bloque histórico” que derroque la dominación de la burguesía. Ambas afirmaciones resultan intolerables para quienes reivindican a Gramsci desde los movimientos políticos que proclaman la colaboración entre las clases o el papel fundamental de la llamada “burguesía nacional”. También resultan inconcebibles para los académicos y otras yerbas cuyo propósito central en la vida no es conquistar el Estado, sino el decanato de una universidad o un número crecido de puestos en alguna repartición pública. Para todos ellos resulta más aceptable el Gramsci censurado y elíptico de los Cuadernos, sobre todo cuando se lo escinde de su producción anterior (recordar aquí la advertencia formulada al comienzo de esta nota).

En 1920, en pleno período de movilización política de los trabajadores, Gramsci escribió: “Quebrando la autocracia en las fábricas, quebrando el aparato opresivo del Estado capitalista, instaurando el Estado obrero y sometiendo el capitalismo a las leyes del trabajo útil, los obreros romperán las cadenas que tenían sujetos a los campesinos a su miseria, a su desesperación, instaurando la dictadura obrera.” (p. 26). (3). El texto forma parte de una serie de artículos que dedicó a examinar la necesidad de la unión entre obreros y campesinos para lograr el éxito de la Revolución Socialista en Italia. De ahí la referencia a los campesinos. En nuestra opinión, la mención a la “autocracia en las fábricas” es fundamental, pues permite comprender hasta qué punto era vital para Gramsci la modificación de las relaciones de poder al interior del proceso de trabajo. En otras palabras, la Revolución Socialista sólo es posible en la medida en que los trabajadores logren disputar a los capitalistas el control del proceso productivo, rompiendo así con la dictadura de éstos últimos en la fábrica. Formular un planteo como este implica dejar de lado la división entre política y economía tan cara a los ideólogos de la burguesía, que sostienen que el Estado es el lugar de la política y que el lugar donde trabajan los trabajadores no es un sitio en el que se haga política. En otras palabras, la política no entra en la fábrica, pues éste es un lugar privado, en el que las relaciones entre las personas se constituyen por medio de un contrato entre sujetos libres e iguales.

Gramsci, al referirse a la “autocracia”, está planteando que la fábrica es también un lugar político, cuya peculiaridad en la sociedad capitalista consiste en que las relaciones políticas que se establecen en su seno (dictadura de los empresarios sobre los trabajadores) son diferentes a las imperantes en la sociedad política (igualdad jurídica entre los ciudadanos, democracia como forma de gobierno). Ahora bien, la conquista del poder por los trabajadores no puede escindirse de la conquista del poder en la fábrica por la clase obrera. La lucha política es también, por tanto, lucha por el poder obrero en la producción. Desde este punto de vista puede establecerse una divisoria de aguas entre las posiciones revolucionarias y las reformistas, siendo el criterio para establecer tal distinción el reconocimiento del carácter político de la dominación capitalista en la fábrica y la consiguiente necesidad de construir un poder de los trabajadores también en el ámbito de la producción.

En los últimos tiempos se ha mencionado repetidas veces a Gramsci para defender la tesis de que en nuestro país está en marcha una “revolución cultural” y que el kirchnerismo es una fuerza de izquierda en la política argentina. Se piense como se piense en esta cuestión, no es correcto remitirse a Gramsci para avalar la política llevada adelante por el gobierno de Cristina Fernández. Los textos mencionados en esta nota obligan a rechazar esta interpretación.

Buenos Aires, sábado 10 de diciembre de 2011

NOTAS:

(1) Gramsci fue encarcelado el 8 de noviembre de 1926 y permaneció en prisión hasta el 24 de agosto de 1935, en que el gobierno italiano le concedió el permiso para ir a curarse a una clínica en Roma en Roma. A pesar de su grave estado de salud, fue liberado recién el 21 de abril de 1937, pocos días antes de fallecer (27 de abril). Al momento de ser encarcelado, Gramsci era diputado y uno de los principales dirigentes del Partido Comunista Italiano.

(2) Este artículo reproduce textualmente el informe de Gramsci al Comité Central del Partido Comunista Italiano, presentado en julio de 1924. Gramsci presenta sus puntos de vista sobre la situación desatada a partir del asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti por los fascistas (10 de junio de 1934), que había derivado en la crisis política más profunda experimentada por Mussolini desde su llegada al poder en 1922. El artículo de Gramsci fue publicado en la revista quincenal L’ORDINE NUOVO, el 1 de septiembre de 1924. En la nota utilizo la traducción de Amalia Bastida incluida en: Gramsci, Antonio. (2002). La cuestión meridional. Buenos Aires: Quadrata. (pp. 43-53).

(3) Se trata del artículo “Obreros y campesinos (II)”, publicado en L’ORDINE NUOVO, 3 de enero de 1920. En la nota utilizo la traducción de Amalia Bastida incluida en: Gramsci, Antonio. (2002). La cuestión meridional. Buenos Aires: Quadrata. (pp. 25-27).

viernes, 10 de diciembre de 2021

GRAMSCI Y LA CRÍTICA DE LA "REVOLUCIÓN CULTURAL": A PROPÓSITO DE LAS NOTAS SOBRE MAQUIAVELO.




Las Notas sobre Maquiavelo (1) constituyen, ante todo, una impugnación radical de una forma de concebir la práctica política, propia del sector mayoritario de los partidos que formaban parte de la II Internacional. La tarea emprendida por Gramsci en las difíciles condiciones de la prisión, sólo fue posible gracias a la experiencia de la Revolución Rusa de 1917, que marcó un antes y un después en la política socialista. A nuestro juicio es un error reducir la obra de Gramsci a una respuesta (particularmente lúcida por cierto) al triunfo del fascismo en Italia. La producción de Gramsci en la cárcel, con todos sus inconvenientes y su carácter fragmentario e inacabado, se inserta en un marco más general, marcado por la necesidad de encontrar una nueva forma de política obrera en la condiciones de la Europa occidental.
Gramsci abre el juego retomando la tesis central de Maquiavelo (1469-1527) en El príncipe, esto es, la cuestión de la construcción de la voluntad colectiva. En Maquiavelo el problema político fundamental es la construcción de una voluntad que sirva al surgimiento de un Estado nacional italiano, que libre a este país de la opresión extranjera. Para Maquiavelo no se trata de lograr esto mediante un caudillo que lidere a una masa que obedece ciegamente; al "temor de los súbditos" hay que agregarle el "amor del pueblo a su príncipe". El interés puesto en el logro de este "amor" representa la base para la posterior formulación de la teoría de la hegemonía. (2)
La voluntad colectiva puede ser el producto del Estado (entendido en términos modernos como expresión del bloque dominante). Pero Gramsci aborda el problema desde el punto de vista de los trabajadores, que deben liderar la lucha de las clases enfrentadas a la dominación del capital. Su "príncipe moderno" es el partido de clase (el Partido Comunista italiano). Así, "el príncipe moderno (...) sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad compleja en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales." (p. 12). El elogio del jacobinismo no es otra cosa que una reivindicación del papel activo que tiene que jugar el partido en la construcción de la voluntad colectiva de los trabajadores, concebida como contrahegemonía frente a la dominación capitalista. "El Príncipe moderno debe tener una parte destinada al jacobinismo (en el sentido integral que esta noción ha tenido históricamente y debe tener conceptualmente), en cuanto ejemplificación de cómo se formó y operó en concreto una voluntad colectiva que al menos en algunos aspectos fue creación ex novo, original." (p. 13). (3)
Gramsci define a la voluntad "como conciencia activa de la necesidad histórica, como protagonista de un drama histórico efectivo y real" (p. 13). A partir de esto, se comprende mejor la tarea del príncipe moderno, que tiene que llevar a término la construcción de una voluntad colectiva nacional-popular (p. 13). En otras palabras, tiene que encargarse de dotar a la clase trabajadora de una conciencia clara de la necesidad de transformar el orden existente. Aquí hay que prestar atención a un tema importante. La construcción de una voluntad colectiva nacional-popular no es una tarea exclusivamente intelectual (o circunscrita al campo de "lo cultural", entendiendo este último en un sentido restringido); por el contrario, es una tarea eminentemente política (práctica), de la que participan, también, los intelectuales. Haciendo referencia al caso italiano, remarca que la existencia de "grupos sociales urbanos (...) que hayan alcanzado un determinado nivel de cultura histórico-política" (p. 14), es una de las condiciones requeridas para el desarrollo de dicha voluntad colectiva. Pero, "es imposible cualquier formación de voluntad colectiva nacional-popular si las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política." (p. 14). La construcción de contrahegemonía es, por tanto, una tarea política; de ahí el elogio del jacobinismo, al que Gramsci entiende básicamente como acción política para crear las condiciones objetivas y subjetivas de una voluntad colectiva).
El partido (el príncipe moderno) construye la contrahegemonía (la voluntad colectiva nacional-popular). Esto implica, en palabras de Gramsci, un momento cultural: "una parte importante del Príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de una reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo. (...) debe ser (...) el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional-popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna."(p. 15). Pero Gramsci considera que este momento cultural está incompleto y vacío si el partido no brega por la transformación de la economía (de las relaciones de producción). Incluso va más lejos y afirma que sólo la transformación en el plano económico indica la concreción del cambio cultural. En ningún momento se le pasa por la cabeza que la tarea cultural pueda estar divorciada de la lucha "económica" contra el capital. Defender esta separación equivale a retirarse del campo teórico del marxismo y pasarse a las filas de los defensores del statu quo. En palabras de Gramsci, "¿Puede haber una reforma cultural, es decir, una elevación civil de los estratos más bajos de la sociedad, sin una precedente reforma económica y un cambio en la posición social y en el mundo económico? Una reforma intelectual y moral no puede dejar de estar ligada a un programa de reforma económica, o mejor, el programa de reforma económica es precisamente la manera concreta de presentarse de toda reforma intelectual y moral." (p. 15).
Para comprender mejor el pasaje citado al final del párrafo anterior, hay que tener en cuenta que Gramsci escribe bajo las condiciones de la censura carcelaria, y se ve impedido, por tanto, de llamar a las cosas por su nombre. Es por eso que tiene que usar la expresión "príncipe moderno" y no "partido comunista". En el caso del párrafo al que hacemos mención aquí, al aludir a la "reforma económica" se está refiriendo a la transformación de las relaciones de producción capitalista, no a una mera redistribución de ingresos. Nótese que la expresión "reforma económica" está seguida inmediatamente por la frase "cambio en la posición social y en el mundo económico". Gramsci era un revolucionario. Comprendía que la pelea fundamental se da en torno a las relaciones de producción, y que el momento cultural es inútil si no está ligado a la erosión de la dictadura del capital en el lugar de trabajo. Como revolucionario, sabía en carne propia que la función primordial del Estado burgués consiste en dividir a las clases explotadas. Separar "lo cultural" y "lo político-económico" significa hacerle el juego al Estado burgués.

Mataderos, domingo 16 de octubre de 2011

NOTAS:
(1) Todas las citas de Gramsci están tomadas de: Gramsci, Antonio. (2003). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Buenos Aires: Nueva Visión. La traducción del italiano fue realizada por José Aricó.
(2) La lectura de El Príncipe debe comenzar por el último capítulo del libro (el 26, titulado "Exhortación para liberar a Italia de los bárbaros), en el que Maquiavelo aboga por la aparición de un príncipe nuevo que logre unificar a Italia y la libere del yugo extranjero. Consultar Maquiavelo. (1955). El Príncipe. Madrid: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente. (pp. 455-460).
(3) Refiriéndose al papel jugado por el jacobinismo, Gramsci escribe "la fuerza [una organización jacobina "eficiente"] que en las otras naciones ha suscitado y organizado la voluntad colectiva nacional popular fundando los Estados modernos" (p. 14).

martes, 29 de noviembre de 2011

GRAMSCI Y LA REVOLUCIÓN RUSA DE 1917: COMENTARIOS AL ARTÍCULO "LA REVOLUCIÓN CONTRA 'EL CAPITAL'" (1918)


Las puertas del cementerio (1917), Marc Chagall



Antonio Gramsci (1891-1937) fue toda su vida un marxista revolucionario; como tal, siempre reconoció la existencia de la lucha de clases entre capitalistas y trabajadores, así como también la necesidad de que los trabajadores construyeran una organización política autónoma, capaz de enfrentar con éxito al Estado capitalista. Casi podríamos escribir que era un “primitivo”, que todavía no había llegado al conocimiento de que entre empresarios y trabajadores existe una armonía invisible. Sin embargo, todo llega en este mundo. El marxista revolucionario Gramsci, andando los años, fue transformado en un “revolucionario cultural” para quien la lucha de clases era tabú. Gramsci, cuya intransigencia frente al Estado burgués lo llevó a la cárcel, pasó a ser un defensor del uso del Estado para obtener reformas (y algunos buenos empleos, dicho sea de paso). ¿Cómo pudo suceder este “milagro”? En artículos posteriores iremos contando algunos pasajes de esta alquimia invertida, que hizo del oro plomo. En este momento nos parece más relevante rescatar del olvido al Gramsci revolucionario, sepultado tras los escritos y discursos de los académicos y de los reformistas.

Un punto tiene que quedar claro desde el principio. Reivindicar al Gramsci revolucionario frente a los “revolucionarios culturales” no significa santificarlo ni convertirlo en un teórico y político infalible. De ninguna manera. Si se intenta retomar a un clásico es preciso, ante todo, comenzar por discutir cada una de sus afirmaciones, someter sus textos y sus acciones a una crítica constante. Sólo así se muestra respeto hacia los clásicos.

Para empezar esta relectura de Gramsci hemos optado por comenzar con sus artículos sobre la Revolución Rusa de 1917. Hay que decir, ante todo, que Gramsci se encolumnó desde el primer momento entre los defensores de los bolcheviques, frente a quienes sostenían que la “correlación de fuerzas era desfavorable” o que Rusia no estaba preparada para el socialismo.

En enero de 1918 Gramsci publicó en IL GRIDO DEL POPOLO (órgano del Partido Socialista Italiano) su artículo “La revolución contra «El capital». (1) En este texto se encuentran expuestas tanto sus ideas juveniles sobre el marxismo como su concepción sobre la Revolución Rusa.

Es un artículo provocador, nada complaciente con los puntos de vista admitidos por los socialistas de la II Internacional. La provocación comienza en el título mismo. ¿Qué sentido tiene la caracterización de “la revolución contra «El capital»”?

De ningún modo cabe pensar que Gramsci está expresando una renuncia a los principios del socialismo revolucionario, aceptando en su formulación el punto de vista de los reformistas, quienes pensaban que la Revolución bolchevique era un error histórico, pues Rusia carecía de las condiciones necesarias para el desarrollo del capitalismo, esto es, una industria fuerte y un proletariado industrial numeroso y educado. Al contrario, Gramsci veía en la Revolución liderada por los bolcheviques la respuesta finalmente encontrada al problema de cómo romper la hegemonía del reformismo y del oportunismo en el movimiento socialista. Gramsci se había opuesto desde el principio a la participación italiana en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y había defendido durante la guerra los principios del socialismo revolucionario, afirmando que sólo mediante la revolución los trabajadores podrían obtener un final de la guerra que les resultara beneficiosa. Estos puntos de vista acercaban a Gramsci a las posiciones defendidas por Lenin (1870-1924) durante la contienda.

Gramsci expone así el sentido del título. “[La Revolución de los bolcheviques] es la revolución contra El Capital, de Carlos Marx. El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la Historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx, afirman con el testimonio de la acción cumplida, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como podría creerse y como se ha creído.” (p. 34)

Gramsci dirige su crítica contra los socialistas de la II Internacional, quienes habían optado por seguir a sus gobiernos nacionales en la carnicería que fue la Primera Guerra Mundial (1914-1918), antes que adoptar un camino revolucionario. Para estos socialistas la teoría de Marx era un dogma multiuso, que servía tanto para justificar la participación en la guerra imperialista, la política colonial, las alianzas con los partidos de la burguesía. Pero, sobre todo, la teoría de Marx era empleada, paradójicamente, como una herramienta contra la Revolución. Así, estos socialistas consideraban que la conquista del poder por los trabajadores sólo sería posible cuando estuvieran dadas las condiciones, cuando la educación socialista de las masas estuviera completa, cuando las instituciones de la sociedad civil pasaran a manos de los socialistas. Por supuesto, todo esto en el marco del desarrollo de las fuerzas productivas, pues para estos socialistas era impensable una revolución en un país atrasado o colonial.

“La revolución contra El Capital” debe entenderse, por tanto, como la revolución contra el marxismo dominante en la II Internacional. Sin embargo, Gramsci, en su afán de combatir el reformismo termina metiendo un poco a Marx en la misma bolsa. En parte, Gramsci es consciente de ello; así, más adelante escribe: “si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son «marxistas», y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere” (p. 34-35)

¿Cómo concebía Gramsci al marxismo en 1918?

En primer lugar, pensaba que el marxismo “es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas” (p. 35). En segundo lugar, sostenía que el pensamiento marxista “no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad hasta que ésta se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee.” (p. 35).

Se ha dicho muchas veces que aquél que enfrenta a un enemigo termina por parecérsele. Algo de esto le sucede a Gramsci en su lucha contra los socialistas de la II Internacional. Hay que insistir en que se trataba de socialistas que habían apoyado una de las peores matanzas de la historia (la guerra mundial) y que, por tanto, toda crítica dirigida contra ellos resultaba escasa. Esto permite comprender el ánimo de los socialistas revolucionarios como Gramsci. Sin embargo, Gramsci termina incorporando algunos elementos del pensamiento de los socialistas de la II Internacional acerca del marxismo. Vayamos por partes.

Como hemos visto, Gramsci afirma que el marxismo es la continuación del pensamiento idealista alemán e italiano. Más allá de la mayor o menor certeza de esta afirmación (y de su toque de localismo al incluir a los italianos), hay que decir que dicha afirmación deja fuera algunas de las influencias fundamentales en los orígenes de la teoría social de Marx. En primer término, omite a la economía política, cuyo influjo fue para Marx especialmente estimulante en lo que hace a prestar atención al proceso de producción como un elemento fundamental para entender la organización social. En segundo lugar, deja de lado al influjo que ejerció la crítica de la experiencia de la Revolución Francesa en la constitución del pensamiento político de Marx. En tercer lugar, quita de la escena el papel determinante que jugó el desarrollo del movimiento obrero en el acercamiento de Marx al socialismo y en su caracterización de la democracia. Tal como está planteada, la formulación de Gramsci encierra a Marx en el formato de la filosofía, cosa que está muy lejos de las intenciones y los planteos de éste último.

Gramsci acepta la pertinencia de una concepción reduccionista de la teoría de Marx, que concibe que el núcleo del marxismo se encuentra en el proceso de producción entendido en términos exclusivamente económicos. En otras palabras, el marxismo es concebido como la teoría que sostiene que la explicación última de todo proceso social debe buscarse en la economía. Gramsci compra aquí la interpretación de los teóricos de la II Internacional, que construyeron un Marx a imagen y semejanza de sus necesidades políticas.

Por último, Gramsci también reconoce implícitamente la validez de la atribución a Marx de una concepción etapista y lineal del proceso histórico, atribución realizada por los principales dirigentes de la II Internacional. Según esta tesis, la historia repite en todos los países las mismas etapas. De este modo, al esclavismo le sigue necesariamente el feudalismo y al feudalismo el capitalismo, sin que sea imposible saltar etapas o modificar el orden “natural” del desarrollo histórico. Era justamente esta concepción la que justificaba el cuestionamiento de la Revolución Rusa por los socialistas reformistas, pues éstos sostenían que el socialismo sólo era posible a partir de un desarrollo fenomenal de las fuerzas productivas, cosa que no había sucedido en Rusia. Según ellos, el socialismo se daría primero en los países capitalistas centrales, y de allí se expandiría a la periferia. Ahora bien, y a pesar de que pueden aducirse escritos de Marx que parecen postular una concepción lineal del proceso histórico, un examen de conjunto de la obra de Marx muestra que éste era refractario a la teleología y al finalismo en la historia. No estamos haciendo referencia aquí a textos que se publicaron bien entrado el siglo XX y que, por tanto, estaban fuera del alcance de Gramsci (como las cartas entre Marx y la militante rusa Vera Zasúlich), sino que tenemos en mente el Libro Primero de El Capital, que contiene numerosas indicaciones en las que se refuta la concepción lineal de la historia.

Lo expuesto en los párrafos anteriores no quita mérito al artículo de Gramsci, quien defiende a la Revolución bolchevique de los ataques del socialismo reformista. La lectura de su posición resulta interesante, además, frente a la multitud de análisis post facto sobre la Revolución Rusa, cuyos autores, muchos años después de la Revolución y con los resultados puestos, esbozan una mirada burlona y dicen: “¡Qué tipos ingenuos los bolcheviques! ¡Cómo se les ocurría pensar en el socialismo en Rusia en 1917!” Gramsci, con buen tino y sin tener a manos los “diarios del lunes”, escribe:”El capitalismo no podría hacer inmediatamente en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos que el colectivismo, porque tendría en seguida contra él un proletariado descontento, frenético, incapaz ya de soportar en beneficio de otros los dolores y las amarguras que acarrearía la mala situación económica. Incluso desde un punto de vista humano absoluto tiene su justificación el socialismo en Rusia.” (p. 37).

Gramsci, a despecho de sus intérpretes modernos, nuevos y novísimos, consideraba que la Revolución, entendida como conquista del poder político por los trabajadores, era el camino a seguir por los socialistas. The rest is silent.

Buenos Aires, martes 29 de noviembre de 2011

NOTAS:

(1) Todas las citas del texto han sido tomadas de la traducción española de Manuel Sacristán: Gramsci, Antonio. (2011). Antología. Buenos Aires: Siglo XXI. (34-37). El artículo está disponible en formato electrónico en: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm