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martes, 4 de febrero de 2020

MARX, CRÍTICO DE LA DEMOCRACIA




“Cada paso del movimiento real
Vale más que una docena de programas.”
Karl Marx, carta a Wilhelm Bracke, 5/05/1875

A modo de prólogo:
Karl Marx (1818-1883) retomó en sus trabajos de la década de 1870 varios de los problemas abordados en los primeros años de su producción intelectual; en especial, aquellos referidos a los aspectos políticos de la dominación capitalista y a los problemas del Estado y la revolución. Así, La guerra civil en Francia (1871) puede ser considerada como la crítica del Estado [1], en tanto que la Crítica del programa de Gotha (1875)  representa la crítica de la Democracia.
Los textos mencionados en el párrafo anterior tienen en común el ser producto de la lucha de los trabajadores. Dicho de otro modo, Marx enfrenta los problemas del Estado y de la democracia a partir de la experiencia de la clase obrera. Su preocupación es, ante todo, la práctica.
La Comuna de París (marzo-mayo de 1871), a cuyo análisis está dedicada GCF, fue la primera experiencia de toma del poder por los trabajadores y los sectores populares, y planteó con agudeza el siguiente problema: ¿qué debía hacer con el Estado una revolución triunfante?
El desarrollo del Partido Socialista en Alemania, cuyos orígenes se remontan a la década de 1860 y que se encontraba en proceso de unificación en 1875, enfrentó a Marx con los problemas de la política práctica y, en especial, con la cuestión de la democracia [2]. En otras palabras, ¿cuáles eran las tareas de la organización política revolucionaria en un contexto de democracia?, ¿cómo actuar en un marco de legalidad?, ¿qué hacer con la democracia (burguesa)?
No es que Marx no hubiera encarado anteriormente los problemas prácticos de la política. Su actuación durante la revolución alemana de 1848-1849 y, en especial, su actividad en la Asociación Internacional de Trabajadores (1° Internacional) desde 1864, muestran que no era un recién llegado a la política. Pero el desarrollo del movimiento obrero europeo, el salto cualitativo que significó la Comuna y el crecimiento de los partidos socialistas, la paulatina legalización de los sindicatos, la extensión del sufragio universal, etc., generaron un cúmulo de nuevos problemas para los cuales no servían las viejas respuestas.
Los textos de la década de 1870 muestran la interacción entre las luchas de la clase trabajadora y el desarrollo de la teoría marxista, así como también la revisión constante de la teoría por un Marx atento a los cambios sociales. La expresión “todo lo sólido se desvanece en el aire”, acuñada por Marx y Engels para el Manifiesto comunista (1848), tiene plena vigencia al momento de analizar las respuestas de Marx a los nuevos problemas de la clase obrera.
Pero obras como GCF y CPG tienen también importancia desde una perspectiva actual. En ellas se discuten el Estado y la democracia. Y precisamente el estatismo y el culto a la democracia (burguesa) están ampliamente difundidos en las filas de las organizaciones de izquierda, a punto tal que puede afirmarse, con un poco de exageración, que constituyen una especie de pensamiento hegemónico que ha reemplazado al marxismo. Marx no nos puede ofrecer ninguna respuesta para los problemas actuales, pero sí podemos encontrar en la lectura de sus textos una perspectiva diferente para encarar esos problemas. Dicho de otro modo, contribuye a que podamos formular preguntas diferentes y, muchas veces, cambiar la pregunta es el principio de la solución.

Nota bibliográfica:
Para la redacción de este ensayo utilicé la traducción española de las Glosas marginales al programa del Partido Obrero alemán (Programa de Gotha), incluida en: Chiviló Villar, Matías, comp. (2013). Programas del movimiento obrero y socialista. Buenos Aires, Argentina: Rumbos. (pp. 85-100).
Abreviaturas:
CPG = Crítica del programa de Gotha / GCF = La guerra civil en Francia

CPG y la crítica de la democracia (burguesa):
Existen muchas maneras posibles de leer una obra. Cada una de esas lecturas es arbitraria, en el sentido de que se realiza en función de los intereses específicos del lector. En este caso, hemos optado por leer la CPG considerándola como una crítica de los grandes tópicos de la democracia burguesa, empezando por la noción de igualdad.
La preocupación por la democracia fue una constante en la producción de Marx. En sus escritos sobre la Revolución Francesa de 1848, Marx señaló que la democracia era la mejor forma de dominación de la burguesía. En El capital (1867) desarrolló las nociones de cosificación de las relaciones sociales capitalistas y de coerción económica. Los capitalistas son propietarios de los medios de producción. En virtud de esa propiedad, los capitalistas controlan el proceso de trabajo, la instancia en la que se producen los bienes que satisfacen las necesidades de los miembros de la sociedad.
Los trabajadores, en cambio, sólo poseen su fuerza de trabajo (sus saberes y habilidades para trabajar); por tanto, se ven obligados a venderse en el mercado como asalariados, pues únicamente así pueden acceder a los medios que necesitan para vivir. El trabajador va a trabajar por coerción económica (necesita el salario para comprar las mercancías que le hacen falta para subsistir); no necesita un capataz que le dé latigazos para levantarse de la cama e ir a trabajar.
En pocas palabras, los capitalistas no necesitan ser propietarios del Estado porque son propietarios de los medios de producción. De ahí la escisión entre Estado y sociedad civil, descripta en “Sobre la cuestión judía” (1844), característica de la sociedad burguesa. Esto permite la autonomía relativa del Estado, que aparece como el representante de toda la sociedad, el defensor del “bien común”, etc., y no como el instrumento que asegura la dominación de la clase capitalista. Una de las condiciones para que el Estado tome esta apariencia es la difusión de la ideología de la igualdad, que cobra auge con el desarrollo de la producción mercantil. Dicha ideología se plasmó en el derecho y se expresó en la educación “igual para todos”.
El conjunto de estos aspectos conforma esa formidable estructura de dominación que es la democracia. Sin este recorrido, que Marx realizó a lo largo de décadas de investigación sobre el capitalismo y que en CPG aparece plasmado como una crítica de los elementos centrales de la democracia, resulta imposible comprender la hegemonía burguesa.

La crítica de la igualdad:
Uno de los aspectos fundamentales de la CPG está referido a la discusión de la consigna “reparto equitativo del fruto del trabajo” [2], introducida en el programa por los partidarios de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Marx critica la inclusión de la consigna desde dos perspectivas diferentes pero complementarias.
Por un lado, la ciencia económica demuestra que es imposible el reparto de todo el “fruto del trabajo”, pues eso impediría reanudar el siguiente ciclo productivo y condenaría a la muerte por hambre a todos los miembros de la sociedad. Antes de efectuar el reparto, es preciso hacer varias deducciones del producto del trabajo, a saber: 1) reposición de los medios de producción consumidos durante el ciclo productivo; 2) parte suplementaria para ampliar la producción; 3) fondo de reserva contra accidentes y trastornos naturales. Estas deducciones se derivan directamente de la necesidad económica. Una vez efectuadas, del producto generado en el ciclo productivo quedan los medios de consumo. Sin embargo, todavía no es posible proceder al reparto individual. Antes de poder realizarlo, es preciso hacer nuevas deducciones: 4) gastos generales de administración; 5) necesidades colectivas (escuelas, hospitales, etc.); 6) fondo para el mantenimiento de las personas que no pueden trabajar.
Una vez efectuadas las deducciones mencionadas en el párrafo anterior, es posible poner en práctica el reparto individual. En este punto Marx introduce otra perspectiva. Pasa a discutir la noción de igualdad, uno de los pilares de la ideología capitalista.
Es imprescindible hacer un rodeo antes de pasar a la cuestión principal. La producción de mercancías requiere de la igualdad; en otras palabras, el intercambio de mercancías es intercambio de equivalentes. ¿Qué significa esto? Quiere decir que las mercancías más diferentes (por ejemplo, computadoras y papel higiénico), elaboradas a su vez por medio de los trabajos más disímiles, se igualan en tanto producto del trabajo humano abstracto, en el que desaparecen todas las características específicas de cada oficio y sólo se conserva la cualidad de ser gasto de fuerza humana indiferenciada, cuya medida es el tiempo de trabajo. Todas las cualidades humanas (que se concretan en la elaboración de un producto determinado) son reducidas a tiempo de trabajo. Las diferencias entre los individuos (gustos, preferencias, etc.) son igualadas; las mercancías sólo admiten una diferencia entre sí: la cantidad de tiempo de trabajo que insume su producción. La noción de igualdad acompaña, pues, el desarrollo de la producción capitalista.
La igualdad, originada en el ámbito de la producción mercantil, es pieza fundamental de la ideología burguesa y constituye uno de los recursos más eficaces para el mantenimiento de la dominación de los capitalistas. Un sistema cuya norma declarada es la igualdad parece ser incompatible con la explotación de los trabajadores. De ahí la importancia de la crítica de Marx a la consigna del reparto del “fruto del trabajo”. No se trata de una discusión histórica sobre tal o cual posición de los socialistas alemanes en 1875 (aunque el texto puede leerse también de ese modo). Sin proponérselo, Marx está debatiendo una cuestión de urgente actualidad: ¿cómo enfrentar la ideología burguesa?
Como indicamos más arriba, el concepto de igualdad está en la base de la ideología democrática, y esta última forma parte de la ideología burguesa. Aquí corresponde advertir que, en CPG, Marx aborda el tema de la igualdad en referencia a la sociedad post revolución, cuando la burguesía ya ha sido derrocada. En esta organización social, el reparto de los bienes para el consumo sigue efectuándose en base a las reglas del derecho burgués. Cada persona recibe una retribución igual al trabajo aportado a la sociedad. Quién más trabaja, más recibe. Todo parece estar bien, pues rige el principio de igualdad.
No obstante, la igualdad se vuelve desigualdad. Por ejemplo, a y b son trabajadores, ambos aportan la misma cantidad de trabajo a la sociedad y reciben por su trabajo una remuneración igual al producto aportado por cada uno; pero a no tiene hijos, en tanto que b tiene dos hijos. El derecho igual otorga a ambos la misma remuneración, pero a sale ganando porque no tiene familia, en tanto que b debe repartir la retribución obtenida entre los miembros de su grupo familiar. El derecho burgués, cuyo núcleo es la igualdad jurídica de las personas, pasa por arriba de un hecho fundamental: los seres humanos son desiguales por naturaleza. En otras palabras, las seres humanos tienen diferentes gustos, habilidades, preferencias, etc.; también las personas arrancan de posiciones sociales diferentes (unos son empresarios, otros no tienen donde caerse muertos). Esto no aparece contemplado en el derecho burgués, porque su norma es la estandarización de los seres humanos, tal como ocurre con el mercado.
Por lo tanto, la sociedad posrevolucionaria sigue perpetuando formas de desigualdad. En palabras de Marx:
“A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” (p. 90).
El derecho burgués y la democracia se basan en el principio de igualdad; al hacerlo, convalidan la desigualdad existente y, a la vez, la legitiman bajo el paraguas de “lo igualitario”. Las afirmaciones de Marx sobre el derecho en la sociedad post-capitalista asumen más validez cuando se refieren a la sociedad capitalista. Defender la igualdad y la democracia, paradójicamente, significa defender la dominación de la burguesía. A eso conduce la aceptación acrítica de los pilares de la ideología burguesa.
De modo que la igualdad en la distribución del “fruto del trabajo” oculta la persistencia de la desigualdad en el acceso a los productos del trabajo. Es más, de persistir esa situación se producirá una acumulación desigual de bienes. Todo ello en condiciones de plena vigencia de la igualdad. Por lo tanto, el derecho burgués más igualitario es un derecho que legitima la desigualdad inherente al capitalismo. La propiedad privada de los medios de producción hace que las personas sean desiguales desde el vamos, y igualdad jurídica no hace más que reforzar la desigualdad inicial.
Marx llega aquí al núcleo de su crítica a la democracia. Los defensores de la ideología democrática, aun los más consecuentes, se limitan a modificar la distribución de los productos, sin tocar la propiedad privada de los medios de producción. Para ellos se trata de distribuir mejor lo producido, de que nadie pase hambre, de que todos puedan acceder a la escuela primaria, a la secundaria, a la universidad. De que todos puedan tener acceso a la salud pública, etc., etc. Pero la propiedad no se toca. Marx describe esta concepción en el siguiente párrafo:
“La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción. Y ésta es una característica del modo mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras que la masa sólo es propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría por sí sola una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución.” (p. 91).
La democracia es impotente frente al capitalismo porque no afecta la base de este modo de producción, la propiedad privada de los medios de producción.
Por ende, la igualdad y el derecho que la proclama no son el camino a la liberación de la explotación capitalista. Por el contrario, la organización revolucionaria está obligada a mostrar una y otra vez la conexión entre ese derecho y esa igualdad y la dominación de la burguesía. Sólo así la clase trabajadora puede desarrollar una conciencia política autónoma, capaz de superar la trampa de la democracia burguesa.

La educación estatal: [4]
La actitud de Marx hacia la educación a cargo de Estado es un ejemplo de lo expuesto en el apartado anterior. La democracia burguesa propone una educación basada en el principio de igualdad y a cargo del Estado. Pero no plantea la abolición de la propiedad privada que constituye la condición previa de esa educación. Por tanto, no hace más que reproducir en cada estudiante que egresa del sistema educativo las condiciones sociales de sus padres; en otras palabras, reproduce los supuestos de la sociedad existente. Además, es educación estatal. Esto significa que está a cargo del Estado, que es un órgano de dominación y opresión. El partido socialista no puede avalar una educación que pone a los niños en manos del Estado; está obligado a mostrar una y otra vez los límites de esa educación, que no son otra cosa que la expresión en un ámbito específico (el educativo) de las limitaciones implícitas de toda política burguesa.
El siguiente pasaje no precisa mayores comentarios:
“¡Una cosa es determinar, por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc., y, como se hace en los Estados Unidos, velar por el cumplimiento de estas prescripciones legales mediante inspectores del Estado, y otra cosa completamente distinta es nombrar al Estado educador del pueblo! Lo que hay que hacer es más bien sustraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno y de la Iglesia.” (p. 99; el resaltado es mío – AM-).
Marx defiende, ante la mansedumbre respecto a la democracia y el Estado, las iniciativas autónomas de la clase trabajadora. Así, por ejemplo, refiriéndose a las cooperativas, escribe:
“Las sociedades cooperativas actuales (…) sólo tienen valor en cuanto son creaciones independientes de los propios obreros, no protegidas ni por los gobiernos ni por los burgueses.” (p. 96).
Lejos de buscar el apoyo estatal para las acciones de los trabajadores, Marx indica que la aceptación de ese apoyo supone subordinación al Estado. Y el Estado no es el representante de “todos”, sino que es el órgano de dominación política de la burguesía.

A manera de conclusión:
Marx propone frente a la democracia el desarrollo de la lucha ideológica  y la defensa de la iniciativa autónoma de los trabajadores. Es necesario comprender y defender la idea de que la democracia burguesa es una herramienta de dominación y no de liberación. Votar y ampliar la igualdad jurídica no modifica un ápice la dominación capitalista. Al contrario, al proclamar la igualdad como principio de la sociedad burguesa (y plasmarlo en medidas que son concretas, no meramente ideológicas), la democracia oscurece, disfumina, la opresión y la explotación. Ante una crisis capitalista, las elecciones aparecen ante la abrumadora mayoría del electorado como la salida política de las crisis. Nada de alborotos y revoluciones.
Nosotros, que escribimos y militamos en el siglo XXI, tenemos que reconocer dos cuestiones: a) que la burguesía puede hacer concesiones porque el capitalismo no está agotado; b) que la democracia capitalista fue capaz de construir sociedades más igualitarias, tanto en los países centrales como en los de la periferia. Sin estos reconocimientos es imposible la crítica de la democracia [5]. Y sin crítica de la democracia es imposible la revolución.
La crítica de la democracia y del Estado cumple un papel semejante (complementa) la crítica de la economía política emprendida en El capital (1867). En este sentido, los escritos de la política de la década de 1870 propones, pues, una perspectiva más amplia que la mera crítica “económica” del capitalismo.

Parque Avellaneda, martes 4 de febrero de 2020

NOTAS:
[1] Ver al respecto mi ensayo “Marx contra el Estado”, blog Miseria de la Sociología, publicado el 24 de enero de 2020.
[2] La Alemania de 1875 distaba mucho de ser un Estado democrático. En la CPG se caracteriza del siguiente modo al régimen político alemán: “un Estado que no es más que un despotismo militar de armazón burocrática y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influido ya por la burguesía.” (p. 98).
[3] El proyecto de programa decía lo siguiente: 3. “La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo.” (p. 87).
[4] Para un tratamiento más extenso de la cuestión, consultar mi ensayo “Marx, enemigo de la educación estatal”, blog Miseria de la Sociología, publicado el 19 de junio de 2016.
[5] Ambas afirmaciones tienen que ser desarrolladas. Basta decir que el capitalismo no se agotó porque fue capaz de seguir desarrollando las fuerzas productivas, y que su capacidad para conformar sociedades más igualitarias en términos relativos (respecto a sociedades anteriores) no elimina, sino todo lo contrario, la desigualdad y la explotación inherentes al modo de producción capitalista.

domingo, 12 de junio de 2016

MARX Y SU DEFENSA DE LA DESIGUALDAD (1)


“Lo único que sé es que no soy marxista.”
Karl Marx (1818-1883)


¿Marx defensor de la desigualdad entre los seres humanos?

La pregunta misma parece un despropósito. Por lo general, amigos y enemigos del marxismo concuerdan en que Marx era un defensor de la igualdad. No es mi intención negar la lucha de Marx contra la explotación capitalista ni su afirmación de la necesidad de eliminar la propiedad privada de los medios de producción mediante una revolución dirigida por la clase trabajadora. Pero este no es el eje del presente ensayo, cuyos objetivos son bien diferentes. Tanto los detractores  del socialista alemán como una parte importante de sus defensores construyeron un Marx para uso propio, sin preocuparse por revisar si ese maniquí que diseñaban guardaba relación con el original. Este ensayo inaugura una serie dedicada a explorar algunos aspectos del pensamiento del autor de El Capital que han sido dejados de lado, ya sea por conveniencias de partido o por resultar incómodos para la versión políticamente correcta de la obra de Marx difundida por el mundo académico. Tampoco es mi intención reconstruir un “Marx puro”, al que se llega luego de expurgarlo de las interpretaciones de sus discípulos y/o enemigos. Nada de eso. Si estos escritos poseen alguna utilidad, espero que la tengan como herramienta para comprender el carácter esencialmente revolucionario de la obra de Marx y su resistencia obstinada al encuadramiento en los corsés, conceptos y formas de actuar cristalizadas.

El mundo está dominado por los estereotipos y los clichés. Los estereotipos consisten en atribuir un conjunto de características a un grupo social determinado; los clichés, por su parte, son afirmaciones consideradas como propias de un estereotipo determinado. El mecanismo de construcción de los estereotipos es sencillo. Se asocia a una persona o a un grupo una determinada característica y/o comportamiento, y a partir de allí el matrimonio entre comportamiento y  personaje es hasta que la muerte los separa. Hace ya mucho tiempo que la teoría sociológica demostró que el proceso de generación de estereotipos no es aleatorio, sino que obedece a causas sociales, derivadas de la distribución del poder en la sociedad. No obstante, el dominio al que hice referencia al comienzo de este párrafo se mantiene incólume.

Desde el punto de vista del conocimiento de lo social, los estereotipos ahorran el trabajo de informarse y pensar. Constituyen una de las manifestaciones más concretas del poder de la ideología. Como en la sociedad existen diversas ideologías, y puesto que estas ideologías se encuentran entre sí en una relación de desigualdad, los estereotipos nos ofrecen una ilustración de los rasgos centrales de la ideología dominante. En otras palabras, los estereotipos más difundidos expresan la visión del mundo de la clase dominante o la forma en que las clases subordinadas decodifican dicha visión.

El propósito de este ensayo no es formular una teoría de los estereotipos; mi objetivo es mucho más limitado. Consiste en ilustrar, mediante un ejemplo, la función de los clichés. Para ello me remitiré al tratamiento de la noción de igualdad en la obra de Marx, Crítica del Programa de Gotha. (2).

El cliché sostiene que Marx (y por extensión todo militante socialista) era un fanático de la igualdad. Por ende, su propuesta política debe girar en torno a la búsqueda de la igualación de los seres humanos, hasta llegar a convertirlos en una especie de copias idénticas desprovistas de iniciativa propia. La diversidad y la diferencia de opiniones, preferencias y gustos serían, siempre según el Marx cliché, manifestaciones del pensamiento burgués, impropias del proletariado. De este modo, el marxismo queda reducido a una teoría tosca, que atenta contra la libertad.

La concepción de Marx en lo referente a la cuestión de la igualdad se encuentra en las antípodas de lo que dice el cliché. En la Crítica, para horror de los amantes de los lugares comunes, aparece defendiendo el derecho desigual frente a la noción de igualdad. Veamos el argumento completo.

El proyecto de programa criticado por Marx afirmaba lo siguiente:

“1. El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura, y como el trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella, todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo.” (p. 329).

“3. La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo.” (p. 331).

Marx somete estos dos puntos a una discusión minuciosa. En primer término, pone en cuestión el significado de la noción de “equidad”.

“¿Qué es «reparto equitativo»?
¿No afirman los burgueses que el reparto actual es «equitativo»? ¿Y no es éste, en efecto, el único reparto «equitativo» que cabe, sobre la base del modo actual de producción? ¿Acaso las relaciones económicas son reguladas por los conceptos jurídicos de las relaciones económicas? ¿No se forjan también los sectarios socialistas las más variadas ideas acerca del reparto «equitativo»?” (p. 332).

La noción jurídica de igualdad aparece subordinada a las relaciones de producción. La igualdad jurídica se da, por tanto, en el marco de determinadas condiciones económicas, que establecen los límites de esa igualdad. Pretender instalar la igualdad social a partir del derecho, sin tomar en consideración dichas condiciones, equivale a construir castillos en la arena. (3).

Los progresistas se caracterizan por criticar las injusticias sociales, tales como la pobreza, el hambre, la creciente destrucción de la naturaleza, etc. Su indignación es sincera y muchas veces conduce a la acción militante. Sin embargo, consideran que estas injusticias son producto del egoísmo de las personas y no de la organización social capitalista. El capitalismo debe ser perfeccionado para evitar o mitigar las consecuencias del egoísmo. Por supuesto, existen numerosas variantes del progresismo, algunas más radicales que otras, pero todas tienen en común la convicción de que es imposible un sistema social alternativo al capitalismo. Para la temática abordada en este ensayo resulta especialmente interesante un grupo de progresistas, aquellos que piensan que el problema de la sociedad está en las leyes. Por ello, atacan la igualdad jurídica existente en el capitalismo con el argumento de que es formal y no real. Para volver concreta a la igualdad, abogan por la sanción de otras leyes (más justas), que promuevan la reducción de la desigualdad material, en el convencimiento de que por este camino puede llegarse a una sociedad en la que coexistan armónicamente la economía mercantil y la igualdad de oportunidades. En este punto corresponde retomar el análisis de Marx.

Al criticar de este modo al derecho burgués, los progresistas pasan por alto que dicha igualdad se corresponde con las relaciones económicas capitalistas; decretar la igualdad, o pretender avanzar hacia la igualdad con medidas jurídicas que mantienen intocado el régimen de producción capitalista, lleva a una acumulación de contradicciones. Tomemos, por ejemplo, el caso de la emancipación de la mujer. La legislación actual asegura la plena igualdad entre los hombres y las mujeres...pero en la medida en que son propietarios. Si una mujer es obrera, sirvienta, jornalera, difícilmente tenga las mismas oportunidades que las mujeres de la alta burguesía o las profesionales. Una hija de obreros asiste, por regla general a peores colegios que una hija de profesionales, acumula menos relaciones (o, como diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu, menos capital simbólico), se ve obligada a entrar al mercado laboral a una edad más temprana que las chicas de clase media. Todo ello en medio de la plena vigencia de la igualdad jurídica.  Para gozar plenamente de los derechos es preciso tener dinero, el equivalente universal que puede ser cambiado por cualquier mercancía. Pero incluso en el caso de poseer dinero, la emancipación de la persona se realiza a costa del cercenamiento de la libertad de otras. Por ejemplo, una mujer empresaria o profesional puede gozar plenamente de los derechos que le garantiza el derecho burgués; sin embargo, para poder concretar plenamente su emancipación es preciso que alguien haga por ella las tareas del hogar (por más progresista que es el mundo actual, los quehaceres hogareños siguen a cargo, fundamentalmente, de las mujeres). Esa tarea queda a cargo de otra mujer, contratada muchas veces en condiciones de precariedad; dicha mujer, luego de limpiar, cocinar y planchar en la casa de la mujer emancipada, debe ir a realizar las mismas tareas a su hogar.

El derecho no construye a piacere las relaciones sociales; por el contrario, expresa el carácter contradictorio y complejo de dichas relaciones. El derecho es el resultado de la lucha entre las clases y grupos sociales, no el producto de la reflexión de los juristas y/o los legisladores.

“Para saber lo que aquí hay que entender por la frase de «reparto equitativo», tenemos que cotejar este párrafo con el primero. El párrafo que glosamos supone una sociedad en la cual los «medios de trabajo son patrimonio común y todo el trabajo se regula colectivamente», mientras que en el párrafo primero vemos que «todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo».
¿«Todos los miembros de la sociedad»? ¿También los que no trabajan? ¿Dónde se queda, entonces, el «fruto íntegro del trabajo»? ¿O sólo los miembros de la sociedad que trabajan? ¿Dónde dejamos, entonces, el «derecho igual» de todos los miembros de la sociedad?
Sin embargo, lo de «todos los miembros de la sociedad» y el «derecho igual» no son, manifiestamente, más que frases. Lo esencial del asunto está en que, en esta sociedad comunista, todo obrero debe obtener el «fruto íntegro del trabajo» lassalleano.” (p. 332).

Transcribí los pasajes anteriores para que el lector pueda juzgar en detalle la forma en que Marx se burlaba de los lugares comunes de la izquierda progresista (permítaseme el anacronismo) de su época y a la liviandad con que ésta planteaba sus consignas. La referencia de Marx “a los que no trabajan” sirve para hacer notas las inconsistencias del “derecho igual”.  Su afirmación de que las consignas planteadas en el proyecto no son más que “frases” debe interpretarse como una crítica general a estos progresistas, quienes formulaban sus reivindicaciones sin analizar previamente las condiciones de la producción capitalista.

A continuación, Marx pone la formulación abstracta del programa en la tierra de los hechos económicos. El “fruto del trabajo” es el producto social global. Antes de poder realizar el reparto del mismo, es preciso deducir de producto lo siguiente: 1) una parte para reponer los medios de producción consumidos; 2) una porción destinada a inversión, es decir, a ampliar la producción (imprescindible tanto para satisfacer las necesidades del crecimiento de la población como para dotar de más bienes a la población existente); 3) un fondo de reserva para compensar el efecto de accidentes, catástrofes, etc.

Luego de las deducciones mencionadas, lo que resta del producto constituye la parte destinada a servir de medios de consumo. Sin embargo, todavía no es posible iniciar el reparto individual, pues de dicha parte hay que deducir: 1) los gastos generales de administración; 2) la parte destinada a la satisfacción colectiva de las necesidades (por ejemplo: escuelas, hospitales, etc.); 3) los fondos para las personas no capacitadas para el trabajo.

Sólo a partir de aquí se puede efectuar la distribución del producto “parcial” (ya hemos visto que no puede tratarse del producto “íntegro” del trabajo) entre los productores individuales. Marx demuestra a continuación, tomando el caso de una sociedad recién salida del capitalismo (a ella se refiere el punto 3 del proyecto de programa citado más arriba), que el derecho igual preconizado por los socialistas alemanes se transforma en su contrario. Veamos el argumento en toda su extensión.

“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad – después de hechas las obligadas deducciones – exactamente lo que le ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta en su participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que ha rendido. La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra forma distinta.
Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es el intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.” (p. 333-334).

Una breve interrupción en el argumento de Marx. El lector atento habrá notado que Marx refuta al pasar otro de los clichés que los críticos le atribuyen al pensamiento socialista. Éstos sostienen que el socialismo se propone abolir toda propiedad (o la propiedad en general). Marx repite algo que aparece en todos sus textos: el socialismo consiste en la propiedad colectiva de los medios de producción, pero debe mantener la propiedad privada de los medios individuales de consumo. Más allá de las afirmaciones de los críticos malintencionados, en ningún momento Marx propuso la abolición de la propiedad privada de los calzoncillos o de los ejemplares de la Biblia.

A continuación, Marx plantea la cuestión en términos del derecho:

“Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías no se da más que como término medio, y no en los casos individuales.
A pesar de este progreso este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo.” (p. 334).

Interrumpo otra vez la argumentación de Marx para enfatizar la relación que éste establece entre el derecho igual y el derecho burgués, a partir de la constatación de que el derecho igual se manifiesta, ante todo, en el intercambio de las mercancías. Simplificando con fines didácticos la cuestión, en el mercado se intercambian las mercancías por su valor, medido en el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.

“Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo, es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obrero, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual rendimiento y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” (p. 334-335; el resaltado es mío).

Marx parte del reconocimiento de que los seres humanos somos desiguales. Esto significa que tenemos distintas habilidades, preferencias, gustos. El derecho burgués, en la medida en que está dirigido a plasmar la igualdad, sólo puede igualar en la medida en que toma un aspecto unilateral de la personalidad de los individuos; la igualación se logra, pues, mediante una operación de negación de la diversidad existente entre los individuos. De modo que colocar el “derecho igual” como el eje de las reivindicaciones del socialismo implica adoptar el punto de vista de la burguesía, que construye una igualdad formal (unilateral), pasando por encima de la multiplicidad de facetas de la individualidad de la persona. Como puede observarse, el pensamiento de Marx se encuentra, en esta cuestión, a años luz de las toscas exposiciones que formulan algunos de sus críticos.

Marx tenía en mente una forma de organización social capaz de garantizar el desarrollo pleno del individuo. En su crítica de la economía política planteó que la división del trabajo capitalista conduce a una personalidad unilateral, empobrecida, despojada de la posibilidad misma de seguir distintos caminos de expansión de sus capacidades. En ningún momento hizo un reclamo de originalidad en esta cuestión, pues autores como Adam Smith también habían alertado sobre los peligros de la división del trabajo para la personalidad del individuo. (4) Pero Marx fue más allá de la advertencia. Sostuvo que la unilateralidad generada por la división del trabajo no es una maldición divina ni un efecto colateral e inevitable del progreso (al estilo de la consideración de la burocracia en la obra de Max Weber). (5) Es el resultado de determinadas relaciones de producción históricas y, por tanto, transitorias.

“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!” (p. 335).

El comunismo para Marx (6) debía ser la forma de organización social capaz de asegurar el desarrollo pleno de la individualidad, donde cada persona podría dar rienda suelta a sus preferencias y habilidades sin tener que pagar el precio de la miseria y/o la persecución. En vez de aplastar la individualidad, el comunismo marxista busca potenciar al máximo dicha individualidad. A diferencia del pensamiento liberal, Marx considera que esa potenciación de la persona sólo es posible en un marco colectivo, es decir, requiere para su plena realización que en el individuo se encuentre plenamente integrado en la comunidad, que considere que ella es parte indisoluble de su persona.


Villa del Parque, sábado 10 de junio de 2016

NOTAS:

(1) La versión original de este ensayo, titulada “La crítica de Marx al concepto de igualdad: Apuntes sobre las Glosas marginales al Programa de Gotha”, se publicó en el blog Miseria de la Sociología, el 1 de enero de 2014. Se encuentra disponible en el siguiente link.

(2) Para la redacción de este ensayo utilicé la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353). La obra está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes principales: una de ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle abogaba por la colaboración entre el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para complicar un poco las cosas,  que Lassalle cumplió un papel significativo en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de  las Revoluciones 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación. En este marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien no participó de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los lassalleanos.

(3) En la Crítica, Marx formula la siguiente observación sobre el derecho: “El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.” (p. 335).

(4) “El espíritu de la mayor parte de los hombres se desenvuelve necesariamente a partir de sus ocupaciones diarias. Un hombre que pasa su vida entera ejecutando unas pocas operaciones simples (…) no tiene oportunidad de ejercitar su entendimiento (…). En general se vuelve tan estúpido e ignorante como es posible que llegue a serlo un ser humano (…). De este modo su destreza en su actividad especial parece haber sido adquirida a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales. Ahora bien, en toda sociedad industrial y civilizada, es ésta la condición en la que tiene necesariamente que caer el pobre que trabaja, o sea la gran masa del pueblo, a no ser que el gobierno se tome la molestia de evitarlo.” (Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1958, p. 687-688).

(5) Marx expuso su posición sobre la división del trabajo en un célebre pasaje de La ideología alemana: “a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de sus medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.” (Marx, Karl y Engels, Friedrich, La ideología alemana, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos y Cartago, 1985, p. 34).

(6) “Imaginémonos (…) una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social.” (Marx, Karl, El capital, México D. F., Siglo XXI, 1996, p. 96).